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Mario Sifuentes Briceño 
hacia un perú de primer mundo 
SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR
Somos libres, podemos elegir 
© Mario Sifuentes Briceño 
© 2014 Corporación Ludens Comunicaciones SAC 
Alcanfores 1246, Of. 402 – Miraflores 
Primera edición, Julio 2014 
Ilustración y lettering: Elliot Tupac 
Diseño y diagramación: Maye León 
Tiraje: 3,000 ejemplares 
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú No. 2014-10834 
Impreso en Industria Gráfica Cimagraf SAC 
“He transitado el largo camino hacia la libertad. He tratado de no flaquear. He cometido errores a lo largo del recorrido. Pero también he descubierto el secreto de que después de trepar una gran colina, uno solo encuentra que hay muchas más por superar. Me he tomado un momento aquí para descansar, para robarle una mirada al maravilloso panorama que me rodea y para observar, atrás a la distancia, de dónde vengo. Pero solo puedo descansar por un momento, porque la libertad viene con responsabilidades y me he desafiado a no distraerme, pues mi largo camino aún no está terminado”. 
Nelson Mandela (1995) 
Esta publicación es una iniciativa del proyecto 
Comité Editorial 
Augusto Baertl Montori 
Carlos Diez Canseco 
Hans Flury Royle 
Carlos Oviedo Valenzuela 
Gonzalo Quijandría Fernández 
Mario Sifuentes Briceño 
Está permitida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación solo bajo previa autorización de los editores. Así como su copiado o transferencia por cualquier medio impreso, digital o electrónico. Contactarse previamente con somoslibres@ludensperu.com
ÍNDICE 
Introducción 11 
SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR 
Un país en shock 17 
Los cimientos de la escuela 23 
Eso es música celestial para mis oídos 30 
El impulso del pensamiento empresarial 33 
El ‘cambio de chip’ 40 
El estado acaparador 44 
Buscando a quien diera la cara 48 
La maldita receta del populismo 50 
Cambio obligado en el equipo 56 
Cómo tener éxito en la quiebra de un país 60 
La masacre de los más pobres 64 
El valor de la pedagogía 70 
Sendero financió el rescate del país 74 
De la toma de conciencia a la acción 79 
5 x 5 x 5 84 
La caja chica de la solidaridad 91 
Un método incuestionable de privatización 96 
Hoy podemos darles la razón 102 
Ahora tú escoges lo que quieres 109 
No hay golpe sin traumas 115 
Ya estamos interconectados con el mercado 125 
HACIA UN PERÚ DE PRIMER MUNDO 
Hay una manera de hacer bien las cosas 133 
Siempre será más fácil destruir que construir 137 
Solo quince años para hacerla 144 
Bibliografía 159
11 
INTRODUCCIÓN 
Los instantes más importantes en la vida del ser humano son los momentos de decisión. En el discurrir de nuestra existencia muchas veces nos encontramos con caminos que se bifurcan y, dependiendo de la elección que tomamos, nuestro futuro queda determinado para bien o para mal. Sin embargo, cuando esas decisiones se toman sopesando buena información y en base a conocimiento y experiencia, los riesgos se minimizan y, con cada elección, uno se permite construir una base más sólida sobre la que va apilando los ladrillos que nos encumbran hacia el desarrollo personal, el bienestar y la felicidad. Lo mismo sucede con los países. 
Desde nuestra independencia, los peruanos hemos intentado de todo en la tarea de sacar adelante un país con enormes potencialidades, un envidiable patrimonio cultural y recursos, pero también con profundas contradicciones. A la vista, en las últimas décadas nos hemos quedado atrapados en un laberinto de desencuentros que nos impide dialogar, sumar experiencias y conocimientos para decidirnos por el mejor rumbo. Tan es así que hace apenas veinticinco años vivíamos
13 
somos libres, podemos elegir 
12 
en el peor momento desde que el general San Martín proclamara 
nuestra independencia. Vivíamos en un país violento, rodeado de 
miseria, de enfermedad y endeudado gravemente con los organismos 
internacionales. Hasta hace 25 años el Perú era considerado un país 
paria en el mundo. 
Sin embargo, a principios de los noventa logramos un punto de 
quiebre y trabajamos esforzadamente para reconstruir el país y 
devolverle al Perú sus legítimas aspiraciones de ser una gran nación; 
aunque, valgan verdades, el tiempo desde el escape de ese pequeño 
infierno no ha sido suficiente para superar totalmente algunos traumas 
y heridas. De allí probablemente proviene esa enorme dificultad que 
tenemos todavía los peruanos para sentarnos a dialogar en confianza. 
Aquellos que tenemos memoria de esa época podemos detenernos 
en un recodo del camino y mirar hacia atrás, revalorar el largo trecho 
que hemos avanzado en la misma dirección durante las dos últimas 
décadas, los logros que nos ha deparado esa continuidad y, también, 
observar hacia adelante, mucho más cerca, la meta del pleno desarrollo. 
Por el contrario, quienes no la vivimos o la tenemos desterrada de 
la memoria, estamos en la obligación de reconocer nuestra historia 
reciente, de informarnos para poder decidir mejor y continuar en la 
construcción de ese camino sólido y estable hacia el futuro. 
Esta publicación es parte del proyecto UMBRAL, que persigue que 
los peruanos, especialmente los jóvenes y emprendedores, tengamos 
conciencia sobre lo que nos ha costado llegar a ese recodo en la mitad 
del camino, sobre las oportunidades perdidas durante décadas y lo 
difícil que ha sido que calen entre nosotros las ideas modernas, las 
que nos impulsan hacia el desarrollo y nos conectan con el resto del 
mundo. UMBRAL propone que cuidemos el camino andado, que no 
caigamos en propuestas que lo único que han logrado demostrar es 
que distribuyen pobreza –como ahora sucede en algunos de nuestros 
países vecinos– y que, con su afán controlista y capacidad destructora, 
terminan inevitablemente recortando las libertades de los ciudadanos. 
Pero UMBRAL también mira al futuro y nos invita a reflexionar 
sobre la necesidad de concretar algunas metas pendientes y de defender 
principios no negociables. Alerta sobre la urgencia de acelerar la marcha 
en los próximos quince años, vitales para la consolidación del país, 
combatiendo el populismo, la violencia, la demagogia y la corrupción. 
Como nunca antes en nuestra historia, el actual desarrollo del Perú 
es integral e incorpora a los distintos sectores. Nunca antes habíamos 
tenido una pista de despegue tan llana y generosa para poner en marcha 
nuestros proyectos, ni una oportunidad tan clara de dar ese gran salto 
que proyecte al Perú como la gran nación que, desde su origen, está 
destinada a ser. Pero también debemos ser conscientes de que recién 
estamos a mitad de camino y que, por ello, en las próximas dos décadas 
nos encontraremos con nuevas bifurcaciones y sobresaltos. Y así otra 
vez estaremos en la obligación de elegir. 
Podemos elegir como el mendigo sentado sobre un banco de oro, 
inmovilizado e indolente ante la miseria de los hermanos, repitiendo los 
errores del pasado, caminando en círculos y resignado mediocremente 
a la inacción. O podemos elegir como un país adolescente, con el ímpetu 
de aquel joven atrevido y apasionado, empujado con vehemencia 
a arriesgarlo todo, confiado en que la vida nos dará innumerables 
oportunidades para equivocarnos, para perder y volver a empezar, sin 
considerar cómo cada derrota empobrece más a los que menos tienen. 
Y también somos libres de elegir pensando en algún tipo de 
reivindicación, con la idea de que debemos ser compensados por las 
penas o carencias de nuestra historia o por las decisiones de gobiernos 
que nos robaron parte del futuro. Podemos elegir egoístamente, sin
14 
considerar que vivimos en un sistema interdependiente, en el que cualquier satisfacción personal será frágil e insostenible si es que no participamos todos de los beneficios, si no nos damos cuenta de que la mejora del más pobre y del rico también es una mejora nuestra. 
Pero también podemos elegir como un país que empieza a madurar, que aprende las lecciones de la propia experiencia, no solo para esquivar el camino de los errores sino, sobre todo, para diseñar un futuro mejor, en el que podamos consolidarnos como esa nación rica en historia, en cultura, en recursos y en espíritu. Somos libres de elegir como una sociedad con vocación de diálogo, inclusiva y progresista, que impulsa a los gobiernos a sentar las bases de un país más fuerte y justo, en el que todos tengamos la posibilidad de ver cumplidos nuestros sueños, en base a nuestras propias habilidades, disciplina y esfuerzo. Somos libres de elegir como un país–problema que se regodea en los conflictos o como un país–posibilidad que planifica su futuro y hermana la inteligencia y las potencialidades de cada uno dando su mejor esfuerzo. 
Pero lo que no podemos permitirnos es renunciar a la libertad de elegir, a que nos quiten la capacidad de decisión, pues de esa manera ya no seríamos dueños de nuestras vidas. Ese es el reto que tienen las grandes naciones de estos tiempos, el de desarrollarse bajo los preceptos de dos instituciones imperfectas pero esenciales en la defensa de esos derechos fundamentales: la democracia y la economía de libre mercado. 
“Somos libres, podemos elegir” nos recuerda esa premisa, que el Perú es hoy un país que crece y se desarrolla bajo esos principios y que, pese a los conflictos propios de la política y de la vida cotidiana, va en el camino de prodigar lo mejor para sus ciudadanos. En toda su historia el Perú nunca ha estado en mejores condiciones que ahora para dar el salto hacia el pleno desarrollo. Queremos un Perú ganador y con peruanos libres, con capacidad de decisión y capaz de constituirse como un país de ciudadanos de primer mundo. 
SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR 
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somos libres, podemos elegir 
UN PAÍS EN SHOCK 
“Compatriotas, me dirijo a ustedes para informales sobre las medidas precisas 
con que el gobierno se propone enfrentar la inflación explosiva que hemos 
heredado del gobierno anterior. La hiperinflación no es una maldición del cielo 
ni un desastre natural. Como hemos aprendido en estos años, experimentando 
en carne propia, la inflación contrae los ingresos de todos, debilita las 
instituciones, fomenta la especulación, incentiva la irracionalidad, destruye 
el ahorro y destruye el futuro… Hace cinco años, el galón de gasolina de 84 
octanos costaba más del doble que una botella grande de cerveza. Ahora, en 
cambio, la botella de cerveza cuesta seis veces más que el galón de gasolina. 
Con este billete, hace cinco años, se hubiera podido comprar una casa de 
40,000 dólares; hoy solo alcanza, en el mejor de los casos, para un tubo de 
pasta de dientes. Es así que la lata de leche evaporada que hoy costaba en la 
calle 120,000 Intis, costará a partir de mañana 330,000 Intis. El kilo de 
azúcar blanca, que se conseguía a 150,000 Intis, costará a partir de mañana 
300,000 Intis. El pan francés que esta tarde costaba 9,000 Intis, costará a 
partir de mañana 25,000 Intis. Pocas veces en el Perú, o en cualquier parte 
del mundo, se ha requerido de todos un sacrificio tan grande como el que
19 
somos libres, podemos elegir 
18 
necesita el Perú. Hay que cruzar un periodo corto, de unos pocos meses, en 
el que antes de estar mejor, nos vamos a sentir peor. Es el precio que tenemos 
que pagar por lo ocurrido en los últimos años. Cualquier médico nos podría 
explicar cómo en el fondo la salud estará mejorando aunque al principio nos 
sintamos peor. El Perú tiene futuro. Que Dios nos ayude”. 
La noche del 8 de agosto de 1990 el país enmudeció por unos 
segundos. Si hasta la flores se veían tristes, las calles más oscuras, el 
destino inasible y más distante que nunca. Una sensación colectiva de 
angustia y desconcierto teñía lentamente cada imagen, cada palabra. 
Los padres contrariados devolvían apenas con una mueca torpe la 
sonrisa de los niños y atravesados por ese hilo de hielo que les estiraba 
estoicamente la columna solo atinaban a llevarlos a dormir. No era 
momento para juegos. No era momento para nada. ¿De qué manera 
imaginar lo que depararía el futuro? 
Al día siguiente del mensaje a la nación de Juan Carlos Hurtado 
Miller, el primer ministro de Economía del gobierno de Alberto 
Fujimori, las calles estaban vacías, los comercios cerrados, no se 
divisaban buses de transporte público y si alguna tienda tenía las 
puertas abiertas daba lo mismo porque nadie sabía cuánto cobrar. 
La gran mayoría se había quedado en sus casas revisando sus libretas 
de banco, escarbando su sencillo, buscando en la imaginación y en la 
memoria una alternativa o la posibilidad de una salida. 
No había manera de distribuir para los gastos ese dinero que, de la 
noche a la mañana, ya no valía nada. Prácticamente daba lo mismo si 
traías los bolsillos llenos o vacíos. Pasaron pocas horas para que salieran 
a la calle padres desesperados con intenciones de saquear los comercios, 
eludiendo a las patrullas militares que de manera preventiva habían 
tomado las principales calles. Hubo tres muertos ese día en Lima. 
El desconcierto era aún mayor porque Fujimori acababa de 
asumir la presidencia y durante toda su campaña se había opuesto 
a los “paquetazos”, como había bautizado la prensa a esa política de 
ajustes económicos severos para combatir la hiperinflación heredada 
de los gobiernos anteriores. Hasta entonces, el paquetazo más duro 
–que involucraba siempre un aumento del precio de la gasolina y de 
los productos básicos– lo había dado Abel Salinas en 1988. El entonces 
ministro de Economía aprista apelaba a la comprensión del pueblo 
peruano por la necesidad de hacer esas correcciones draconianas que 
evitarían mayores problemas económicos en adelante. 
En su mensaje al país, Salinas anunciaba el descongelamiento de 
los precios, a excepción de cuarenta productos de la canasta básica 
familiar. En ese mismo contexto, el gobierno se resistía a admitir que 
buscaba la renegociación de la deuda externa con el Fondo Monetario 
Internacional (FMI), uno de los principales acreedores del país, y los 
militares negaban sin mucho entusiasmo la posibilidad de un golpe 
que, valgan verdades, eran la constante en nuestra historia republicana. 
Por su parte, miembros del grupo terrorista Sendero Luminoso 
lanzaron bombas en las puertas de los Ministerios de Agricultura y 
Economía, que dejaron un saldo de cinco heridos de gravedad, mientras 
las madres de familia marchaban por las calles golpeando sus ollas 
vacías, intercalándose con las bases sindicales que convocaban a paros 
nacionales que agravaban el clima político. A mil días del gobierno de 
Alan García, los más pobres del país pagaban las consecuencias de sus 
medidas populistas, sustentadas en una profunda ignorancia de los 
fundamentos económicos y en la ambición de convertirse en un líder 
continental. Más tarde, motivado por cálculos políticos, el presidente 
desconocería las negociaciones con el FMI y el paquetazo quedaría solo 
como una medida aislada. Nuestra economía no rectificaría el rumbo.
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somos libres, podemos elegir 
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Justamente, durante su campaña de 1990, el candidato Fujimori 
había descartado de plano medidas de este tipo. Es más, ganó la 
Presidencia de la República oponiéndose al anunciado shock de su 
principal rival, el escritor Mario Vargas Llosa. Si bien siempre son muy 
impopulares, esas correcciones económicas eran totalmente necesarias 
ante la precaria situación de nuestras finanzas. El Perú era un país 
paria y a la vista de los entes financieros solo superaba en confianza a 
la convulsionada Haití en toda la región. 
La sola devaluación de nuestra moneda da una idea de la situación 
real de esos días. En febrero de 1985, durante los últimos meses 
de su gobierno, el arquitecto Belaunde reemplazó la tradicional 
denominación de nuestra moneda, el Sol de Oro, por el Inti, con 
el propósito de simplificar las transacciones financieras, pues la 
devaluación hacía perder cada vez más valor a nuestro papel. El Inti de 
febrero de ese año equivalía a mil Soles de Oro. Pocos años después, en 
1991, el Inti se cambió por el Nuevo Sol, que equivalía a un millón de 
Intis. Es decir, se borraron nueve ceros de nuestros billetes en seis años. 
Incluso en 1989, cuando la hiperinflación pasaba por uno de sus picos 
más altos, se emitieron billetes de un millón y de cinco millones de Intis. 
Ese año, el sueldo mínimo en el Perú era de 200 millones de Intis. 
Si bien desde el gobierno militar ya se avizoraba la amenaza 
inflacionaria, la quiebra de la economía peruana se forjó a fondo en el 
periodo correspondiente al gobierno aprista, producto del abuso de la 
maquinita; vale decir, de la emisión inorgánica de moneda por parte del 
estado que, por definición, lo único que provoca es la pérdida del poder 
adquisitivo de las personas y la quiebra de cualquier país. En esa época, 
hasta para pagar una gaseosa tenías que emplear un fajo de billetes. 
En las reuniones previas al lanzamiento del fujishock de 1990, el 
gabinete de ministros y funcionarios del ministerio de Economía 
discutían la mejor manera de modelar el anuncio en “la Bolichera”, 
como llamaban a la sala de reuniones del piso 9 del MEF. Cuatro de 
los ministros manifestaron su total desacuerdo: Fernando Sánchez 
Albavera (Energía y Minas), Gloria Helfer (Educación), Guido Pennano 
(Industria) y Eduardo Toledo (Transportes y Comunicaciones). 
No vamos, dijeron. Sin embargo, después de una larga discusión, 
sorpresivamente Carlos Amat y León (Agricultura) se paró de su 
asiento y decidió dar la cara: “Gringo, aquí todos estamos contigo. Los 
que no tienen cojones que no vayan a la televisión. Yo voy contigo”, dijo 
golpeando la mesa. En ese momento, la mayoría del Consejo dejó de 
lado las vacilaciones y decidió encarar el anuncio. 
“La noche del mensaje a la nación no pude dormir y en la mañana 
me llamó Hurtado Miller para decirme que había una misa en el 
Callao. Fuimos a la misa ofrecida por el Monseñor Durand y luego 
de ella nos empezaron a aplaudir. Milagro, pensé. Luego fuimos a 
almorzar con el Nuncio Apostólico y la iglesia nos dio todo su apoyo. 
Por eso yo amo a mi Perú. Si este pueblo no hubiera tenido la entereza de 
aguantar esos ajustes, ahora no estaríamos donde estamos”, recuerda 
Alfredo Jalilie, funcionario ligado al MEF por más de cuarenta años, 
que trabajó en el estado con cinco presidentes y es hoy uno de nuestros 
más experimentados profesionales en finanzas públicas. 
Sin embargo, tal como había anunciado Hurtado Miller, la sensación 
colectiva durante las siguientes semanas era de una aplastante y triste 
agonía. El azúcar y el aceite desaparecieron de las estanterías y la carne 
y el pollo duplicaron sus precios; dependiendo del destino, los precios 
de los pasajes nacionales subieron entre cuatro y siete veces –lo que dejó 
varados por días a miles de viajeros– y el dólar paralelo pegó un salto 
inusual en las calles, pues todos querían eludir la evidente devaluación 
con la compra de la moneda norteamericana.
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somos libres, podemos elegir 
22 
Si hubo algo que destacar, en ese entonces, fue la terca vocación de 
los peruanos por aguantar ese shock y su férrea resistencia e imaginación 
para capear el temporal. Los más pobres se llenaron de coraje, lo mismo 
que los profesores, obreros y sindicatos, no hubo una sola huelga y el 
sector empresarial también se la jugó ajustando el cinturón. Con el 
shock la hiperinflación bajó de 7,600% a 4%, pero la medida hubiera 
sido insuficiente si no se implementaban otras reformas. 
En las dos décadas anteriores ya se había probado todo para 
enderezar la economía nacional pero sin resultados y, una vez más, 
en algún rincón lejano de la conciencia, una vocecilla repetía que 
quizá esta vez, con ese nuevo sacrificio, ahora sí, los peruanos le 
podríamos dar una vuelta de tuerca a nuestras vidas. En esa condición 
de sobrevivencia, escasez y depresión de las grandes mayorías, todavía 
nadie era consciente de que, en ese instante, la historia del Perú estaba 
comenzando a cambiar. 
LOS CIMIENTOS DE LA ESCUELA 
Una de las primeras personas que se dio cuenta de que, frente al 
mundo, el Perú todavía era la mítica Jauja fue don Pedro Beltrán 
Espantoso. Él era un tipo sobrio, espigado, de perfil aguileño y que se 
había graduado en el London School of Economics. Su capacidad de 
trabajo y visión innovadora lo harían ganar muy pronto notoriedad 
entre los hacendados, llegando a ser elegido en 1930, a los 33 años, 
como presidente de la Sociedad Nacional Agraria y, más tarde, sería 
la cabeza visible del Partido Nacional Agrario, grupo que defendería 
principalmente los intereses de ese sector pero cuya efímera existencia 
no le permitiría lograr arraigo político. 
Beltrán estaba convencido de que las ideas modernas que lo habían 
deslumbrado y que se respiraban al otro lado del mundo debían ser 
comprendidas por las grandes mayorías y calar en la opinión pública, 
por ello se embarcó en el proyecto periodístico de La Prensa. Hizo de 
él un diario de referencia a nivel nacional, proponiendo una agenda 
liberal, revolucionando el diseño, utilizando las últimas técnicas para 
la redacción en un medio masivo, separando la parte informativa de la
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somos libres, podemos elegir 
24 
opinión –a la usanza del New York Times y el Herald– y denunciando 
la corrupción. 
Para cumplir con ese fin, Don Pedro envío a uno de sus socios y 
amigos a la universidad de San Marcos con la misión de seleccionar 
un grupo de jóvenes no contaminados, preferentemente de derecho, 
para que iniciaran ese nuevo camino con el diario. Su colaborador 
Carlos Rizo Patrón encontró en los grupos radicales de izquierda – 
que se enfrentaban abiertamente al APRA, entonces considerado un 
grupo violentista– la materia prima para desarrollar esa nueva línea de 
pensamiento. La idea era, primero, generar mercado y, luego, crear un 
órgano de opinión independiente del poder político. Esa selección fue 
integrada, entre otros, por Alfonso Grados Bertorini, Mario Miglio, 
Juan Aguirre Roca, Juan Zegarra y Arturo Salazar Larraín quien, a la 
postre, se convertiría en su hombre de confianza y lo acompañaría en 
otras aventuras. Con ellos compartió libros e hizo escuela. 
Don Pedro era un hombre que irradiaba cierto magnetismo, 
sumamente inteligente y que se describía así mismo como un ‘pata en 
el suelo’ de Cañete. Solía vestir de manera muy sobria y siempre ternos 
del mismo corte y color, un serio y sencillo gris. Durante años supo 
llevar a un grupo de cuatro o cinco jóvenes a su chacra para adentrarlos 
en el pensamiento moderno que se respiraba en Europa. 
Si bien se casó con Miriam Kropp, una ciudadana estadounidense, 
nunca tuvo hijos. Más bien se le recuerda como un trabajador 
incansable, lúcido y exigente, lo que le valió el respeto de quienes lo 
llegaron a conocer. “Antes de que devolvieran los diarios, en el segundo 
gobierno de Belaunde, y ya con más de setenta años, Don Pedro me 
nombró director de La Prensa y me pidió que reclutara chicos de las 
universidades; pero ya no abogados, decía, ahora filósofos. Y por ese 
camino fuimos”, recuerda Salazar Larraín. 
A finales de 1959 Beltrán juntó en un pequeño comité a los más 
cercanos de la redacción de La Prensa y les comunicó que el presidente 
Manuel Prado Ugarteche lo convocaría a Palacio para ofrecerle 
el Ministerio de Hacienda, el equivalente hoy a Economía. Era un 
ofrecimiento extraño porque a través de La Prensa le habían hecho 
una furibunda oposición al gobierno por el aumento de la inflación, la 
indisciplina en el gasto público y la ignorancia en el manejo económico. 
“Me dicen que me va a llamar pero yo no quiero ir. Por eso, vamos 
a hacer un estudio de todas las cosas terribles que hay en el Perú y que 
deben modificarse sustancialmente. Pongamos las cosas de tal manera 
que le sea imposible aceptar mis condiciones”. Durante una semana el 
equipo identificó los problemas más álgidos, propuso medidas radicales 
para liberalizar la economía, desenterró unos cuantos demonios 
para los populistas y planteó un programa de reformas muy rápido y 
agresivo. Don Pedro recibió el documento en un sobre, lo metió en su 
cartapacio y cuando llegó la hora acudió a la cita sereno y cerrado en 
sus convicciones. Sin embargo, el recibimiento de Prado lo sorprendió: 
— Pedro, te he llamado porque tú conoces todas estas cosas de 
economía y, la verdad, quiero que me ayudes con esa cartera. 
— Sí, presidente, pero usted debe ser consciente de que yo me 
vería en la necesidad de hacer un montón de reformas. Mire, ve, aquí 
le he traído este documento donde explico los cambios que serían 
indispensables para… 
— A ver, páseme esos papeles… 
Prado los recibió y sin titubear los hizo pedacitos frente al rostro 
atónito del hombre de prensa. Ni siquiera los miró. “Aceptadas”, fue lo 
único que pronunció como lacónica respuesta.
27 
somos libres, podemos elegir 
26 
—Se imaginan ya qué le iba a decir –contó de regreso en la redacción 
frente a su grupo de confianza–, me jodió sin mediar más palabras. 
Durante casi tres años Beltrán fue Ministro de Hacienda y Primer 
Ministro y, en ese breve lapso, se le dio vuelta a la economía nacional. 
Simplemente con disciplina y criterio bajó casi de un tiro la inflación. 
Para cumplir con su función pública se llevó también como secretario 
personal a Salazar Larraín, quien tenía una oficina contigua, puerta con 
puerta, y que permanecía abierta para atender la necesidad de redactar 
cualquier documento. Un día Beltrán traspasó el vano y le comentó con 
su voz a la vez suave y cavernosa: “Oiga, Arturo, esta semana no hay 
plata para pagar la quincena”. El Tesoro Público estaba en la ruina. “¿Y 
qué va a hacer?”. Don Pedro era una persona muy respetada, así que usó 
ese prestigio para convocar a los dueños de los principales bancos. Eran 
unas diez personas sentadas en su oficina representando entre otros al 
Banco de Crédito, al Banco Comercial y hasta al Banco Popular, que 
era del hermano del Presidente Prado. Salazar Larraín oía, cómplice, a 
través de la puerta abierta de su oficina. 
— Los he llamado a ustedes porque estamos en una situación muy 
difícil. No hay plata ni para pagar esta quincena. Me tienen que apoyar. 
Al silencio expectante le siguió un insípido murmullo y luego un 
chacoteo. “No pues Pedro, ya nos estás picando… Acabas de llegar y ya 
nos vas a saquear...”. Por allí alguien soltó una sonora risotada. 
— ¡Carajo! ¡Yo no soy póliza de paredón para ninguno de ustedes, 
carajo! Y si ustedes no me ayudan, yo renuncio y, encima, los denuncio. 
— No pues, Pedro, no te pongas así. Que no te gane el mal humor. 
Mira yo te puedo colaborar con esto... 
— Y yo puedo ofrecer esto más… 
Y así en esa reunión de emergencia logró recaudar los 86 millones 
de soles –de aquella época– que hacían falta para superar el bache 
financiero del país en los siguientes meses. “Apenas se fueron nos pidió 
a su secretaria, Úrsula Neuebauer, y a mí, que cerráramos la puerta y 
que no dejásemos entrar a nadie. Dispuso a Úrsula para que escribiera 
un Decreto Supremo autorizando el encaje al ciento por ciento de las 
nuevas colocaciones”, recuerda su asistente. Vale decir, los bancos ya 
no podrían tocar ese dinero. Todos los que prestaron protestaron, le 
dijeron su vida, pero esa liquidez, utilizada de a poquitos, ayudó a evitar 
el uso de la maquinita y a impulsar la posterior reducción de la inflación. 
Cada vez que utilizaba un poco de dinero reducía el encaje. 
El uso responsable de esos fondos fue acompañado por otras 
medidas de austeridad que posibilitaron, en pocos meses, darle vuelta 
a la economía peruana. Luego confesaría que simplemente adaptó la 
fórmula que utilizó un ministro alemán en una de las crisis de entre 
guerras. Producto de ese ordenamiento económico y de las medidas 
adoptadas, en su segundo y tercer año como funcionario de Hacienda 
logró picos de crecimiento cercanos al 10% del PBI, performance 
inscrita en los anales de la historia económica del país. 
En otra oportunidad, el historiador Jorge Basadre llegó a La Prensa 
solicitando el apoyo de don Pedro para hacerse de una persona de 
confianza que pudiera ayudarlo con el inventario de la educación, 
sector del cual era ministro. Convinieron en que Salazar Larraín lo 
asistiera como parte de sus labores. Basadre había sido asesor de tesis de 
su nuevo asistente y lo conocía bien. El acuerdo versaba en que Salazar
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somos libres, podemos elegir 
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Larraín debía llegar más temprano al periódico y, luego, trabajar de 
once de la mañana a las tres de la tarde en el ministerio. Así lo hizo 
durante dos años ad honorem. 
Un día Salazar Larraín recibió un batacazo en un medio de 
comunicación aduciendo que su nombramiento en el ministerio era 
irregular, que le pagaban una cifra exorbitante y que, encima, llegaba 
tarde. Entonces le solicitó a Beltrán que le permitiera responder a través 
de las páginas de La Prensa. Don Pedro lo calmó y le dijo: “No, no, no, 
mire usted. Cuando uno entra a la función pública –y de alguna manera 
ser periodista significa estar en la función pública– le crece la piel un 
milímetro cada año. No le haga caso. Al final, quieren que usted haga 
lo que ellos desean y no lo que usted realmente quiere hacer”. Y así 
pensaba, Beltrán no respondía nada pese a que le decían incendios. “De 
esa manera se fue creando la imagen monstruosa que sus opositores 
pintaron de él”, comenta su ex hombre de confianza. 
En otra oportunidad cuando seleccionaban personal para el 
remozado La Prensa, en el grupo cercano de los más jóvenes estaba 
Alejandro Romualdo Valle, estupendo poeta y gran caricaturista, 
quien firmaba como ‘Xanno’ y que, además, era comunista a ultranza. 
Entre los jóvenes hubo cierto recelo al proponerlo porque hacía poco 
había dibujado para una revista nacional una caricatura de Jesucristo 
crucificado pero con la cara idéntica a la de Don Pedro, y sobre él rezaba 
la leyenda ‘El Señor de los Mil Agros’. En verdad era genial, y a Beltrán 
no le importó. Lo consideró un buen caricaturista, eficiente y eso lo 
convenció. Así ‘Xanno’ trabajó en el diario por muchos años. 
Otro tema que pinta de cuerpo entero a Don Pedro Beltrán 
fue su predilección por la innovación y la tecnología. Si el pequeño 
fundo Montalván que heredó de sus padres había hecho fama por 
la exportación de melones y por sus extraordinarios índices de 
productividad, fue en razón de sus experimentos. Pese a la oposición de 
la mayoría de hacendados de Cañete, él contrató a un brillante genetista, 
Teodoro Boza Barducci, para que dirigiera la Estación Experimental 
Agraria de la zona. Beltrán tenía la idea de que cada valle debía tener 
una estación similar que orientara la producción y el desarrollo agrario. 
Sucedía que Boza Barducci era aprista inscrito, con carné, y el resto de 
agricultores estaba seguro de que los iba a sabotear. Pero a él le bastaba 
con que fuera eficiente. Ya contratado envió al especialista por toda la 
sierra para que encontrase la variedad de papa que podría pegar mejor 
en la costa, y así surtir a más bajo costo a la capital. Desde entonces el 
valle de Cañete es la despensa de papa blanca para Lima. 
La dedicada investigación, el procedimiento apropiado y riguroso, 
la máxima calidad fueron siempre el fundamento de su prédica. En 
una oportunidad, curioso por saber cómo podían elevar la producción 
de lúcuma por rama, le dio a Boza Barducci un espacio para que 
hiciera esa investigación. Beltrán contaba que en Estados Unidos 
la futura demanda de helado de esa fruta era incuantificable y tenía 
como proyecto crear un nuevo renglón de exportación enviando la 
fruta deshidratada. “Era una persona muy sistemática, inteligente y 
perseverante. Nueve años le tomó encontrar la fórmula y logró aislar 
cuatro árboles hermosos que producían como ninguno”, apunta Salazar 
Larraín. Pero por esa misma época se produjo la reforma agraria, le 
expropiaron la hacienda y el diario La Prensa, le destruyeron su casa del 
Centro de Lima y quienes tomaron posesión de la chacra, de arranque, 
le tumbaron los cuatro lúcumos que costaron años de esfuerzo. Ante 
ese embate se tuvo que ir exiliado del país. Pero esa ya es otra historia.
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somos libres, podemos elegir 
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ESO ES MÚSICA CELESTIAL 
PARA MIS OÍDOS 
“Yo no quiero shock, no quiero afectar los bolsillos de la gente”, dijo el 
presidente electo Alberto Fujimori Fujimori a inicios de junio de 1990, 
antes de asumir funciones. Entonces Hernando De Soto, presidente 
del Instituto Libertad y Democracia, muy influyente en el final del 
gobierno de García con su teoría de la titulación de predios para que 
los más pobres pudieran acceder al capital, le pidió al representante del 
Fondo Monetario Internacional (FMI) que le hablara al presidente con 
la pura verdad. “No hay otra forma que el shock, hay que hacer las cosas 
rápido. Eso han hecho todos los países que han tenido éxito bajando la 
inflación”, le repitieron. 
Como Fujimori no estaba convencido, De Soto le ofreció hacer una 
cita simultánea con el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano 
de Desarrollo (BID) en Nueva York. Esa reunión sería intermediada 
por su hermano Álvaro, que en ese entonces era Sub Secretario de la 
Organización de las Naciones Unidas, liderada por otro peruano, el 
embajador Javier Pérez de Cuéllar. Este último convocaría finalmente 
a los representantes de estas entidades financieras. La idea era que 
emitieran opinión sobre los planes presentados por el equipo económico 
de campaña, bautizados como los siete samuráis, y el que presentaría 
De Soto en base a un memorándum de tres páginas elaborado por 
Carlos Rodríguez Pastor, abogado especialista en temas financieros, 
que se había desempeñado como gerente general del Banco Central 
de Reserva en el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaunde y 
como ministro de Economía durante el segundo. 
El 30 de junio de 1990, convocados por Pérez de Cuéllar, el electo 
presidente Fujimori se reunió con los representantes de cada institución 
financiera en Nueva York. El primer plan económico, de tendencia 
socialista, fue presentado por Adolfo Figueroa. Antes de esa cita, De 
Soto les había adelantado a algunos de los representantes de los bancos 
con qué se iban a encontrar en dicha reunión. “En ese momento, el 
objetivo era romper las dudas de Fujimori, quien tenía idea de la 
situación del país pero no sabía muy bien lo que ocurría”, afirma el 
propio De Soto. Entonces, la deuda pública peruana estaba concentrada 
en estos entes financieros. Solo si el Perú llegaba a un compromiso con 
los bancos acreedores podría asomar una luz de esperanza dentro de un 
cuadro económico que hacía rato se anunciaba fúnebre. 
Fujimori presentó los dos programas. El de los siete samuráis fue 
primero y no despertó comentarios, más bien fue seguido por un 
enrarecido silencio. Inmediatamente siguió la presentación de Carlos 
Rodríguez Pastor y, apenas finalizado, el entonces Director Ejecutivo del 
Fondo Monetario Internacional, el francés Michel Camdessus, profirió 
una frase que resonaría por semanas e inclinaría definitivamente la 
balanza: “Esa es música celestial para mis oídos”. Esa misma noche 
Fujimori concedió una entrevista al New York Times que tituló en 
su primera página del 1 de julio de 1990: “Nuevo líder peruano logra 
un acuerdo con el FMI”. Presos todavía del desconcierto, casi ningún
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somos libres, podemos elegir 
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periódico o medio nacional rebotaría la noticia. Fue en ese momento 
que el electo presidente empezó a comprender cuál era la única salida 
para el país, gracias al aval de la banca de desarrollo que sentó las bases 
para su cambio de rumbo. En los siguientes días Fujimori le propondría 
a De Soto el Premierato y este declinaría para ser simplemente su asesor 
personal, función que mantendría por dos años. 
Como muestra de su buena voluntad, el FMI y el Banco Mundial le 
ofrecieron al Perú asesoramiento técnico para impulsar las reformas. 
Pero uno de los primeros problemas era quién iba a dar la cara ante al 
país para implementar esos drásticos cambios. Desde que se empezaron 
a lanzar propuestas, el presidente electo pondría una sola condición: 
“Cualquiera, siempre y cuando no haya estado con Vargas Llosa. Sino 
él se pasará el resto de la vida diciendo que fue su plan”. 
La primera sugerencia del grupo como candidato para Ministro 
de Economía fue Luis Valdivieso, pero al presidente no le gustaba 
porque, en su concepto, no tenía manejo político. El segundo fue Óscar 
Espinosa y, el tercero, Carlos Boloña. En cualquier caso, con un plan 
muy diferente al que su equipo le había preparado durante la campaña, 
Fujimori necesitaba un grupo renovado, alineado y consistente que 
implementara las nuevas reformas desde cero. Pero la elección del líder 
de la cartera de Economía no sería más que el primer ladrillo de una 
superestructura sobre la que se sostendría el futuro económico del país. 
EL IMPULSO DEL PENSAMIENTO 
EMPRESARIAL 
El 29 de agosto de 1975, siendo premier, ministro de Guerra y 
Comandante General del Ejército, Francisco Morales Bermúdez 
lideró un golpe de estado en Tacna para dar inicio a la “segunda fase 
del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas”, y al día siguiente 
se autoproclamó presidente. Su predecesor, el general Juan Velasco 
Alvarado venía ya con la salud resquebrajada y se retiró sin oponer 
resistencia a su casa de Chaclacayo. Podría decirse que el mayor 
mérito del gobierno de Morales Bermúdez fue delinear el camino 
de la dictadura hacia la democracia, pues durante su mandato los 
problemas del Perú estuvieron lejos de desaparecer. La economía siguió 
mangoneada por el estado, las decisiones eran tomadas por generales 
inexpertos en prácticamente todos los temas, continuaba la política 
de subvenciones y los monopolios centralizaban la comercialización y 
distribución de la mayoría de productos hacia adentro y afuera del país. 
Luis Barúa fue el primer ministro civil desde el golpe de Velasco, 
lo que evidenciaba las intenciones de Morales Bermúdez de simbolizar 
un tiempo de cambios que, de hecho, se produjeron en la conducción
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somos libres, podemos elegir 
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económica del país. El presidente encontró una buena contraparte 
en un grupo de técnicos que lideraban el BCR, entre ellos Manuel 
Moreyra, Claudio Herzka y Alonso Polar. Sin embargo, la presencia 
de Barúa en un gabinete casi íntegramente compuesto por militares 
y la mentalidad estatista arraigada en la mayoría hicieron naufragar 
durante casi dos años los arrestos reformistas del economista. 
Quizá el mayor logro de Barúa fue romper con el protocolo de 
los Consejos de Ministros. En aquellas épocas los ministros de todos 
los sectores eran generales, como si los ministerios fueran un nuevo 
escalafón. A la usanza castrense, según recuerda el economista y 
fundador del Grupo Apoyo, Felipe Ortiz de Zevallos, en cada consejo 
hablaban primero los generales de más alta gradación y así en orden 
hacia abajo, sea cual fuere el tema. Por eso a Barúa, por más que fuera 
el responsable de la cartera de Economía, le tocaba siempre al final. 
Al cabo de unas cuantas sesiones, se dio cuenta de que el gabinete solo 
escuchaba a los cuatro o cinco primeros, que luego no importaba un 
ápice lo que se dijera y que, si se guardaba para el final sus temas, solo 
sería capaz de arrancar bostezos. En una oportunidad tomó impulso 
y exigió rudamente que cuando hubiera urgencia de tratar temas 
económicos éstos se expusieran primero, porque de esas decisiones 
dependía el presupuesto de cada una de sus carteras y que, más 
importante todavía, la situación de la deuda externa, de la inflación y, 
en suma, de la economía del país estaba lejos de ser la ideal. 
Un par de años más tarde, en mayo de 1977, asumiría la cartera de 
Economía el empresario Walter Piazza Tangüis, ingeniero electrónico 
con maestría en el Masachussets Institute of Tecnology (MIT) y exitoso 
empresario en el ramo de la construcción y la informática. En 1969 
había sufrido la expropiación de la hacienda Urrutia por la Reforma 
Agraria, pues “no pudo demostrar una conducción directa” de las 
tierras que había heredado de su abuelo materno, el famoso algodonero 
don Fermín Tangüis. Tres años después, cuando dirigía Industrial 
Propesca, el sector pesquero fue expropiado, recibiendo él una nueva 
estocada. Entonces llegó a la convicción de que era necesario desarrollar 
el pensamiento y la educación empresarial en el Perú y, en lo que pudo, 
alentó la consolidación del Instituto Peruano de Administración de 
Empresas (IPAE). 
De hecho, cuando fue convocado por el gobierno, Piazza no tenía 
experiencia política y condicionó su participación a que se hiciera una 
serie de reformas que, para empezar, priorizaban la reducción de la 
inflación, que el gobierno asumiera la responsabilidad de la reacción 
social por el ajuste y que se incrementara el número de civiles en el 
gabinete. Según contaría Piazza años más tarde, aceptó también 
porque Morales Bermúdez le pidió ese esfuerzo para devolver al Perú 
a la senda de la democracia. Eso terminó de animarlo. 
Apenas recibió la llamada de Palacio ofreciéndole la cartera 
convocó en su casa a varios amigos, entre los que se encontraban el 
abogado Félix Navarro Grau y un funcionario de su consultora, Felipe 
Ortiz de Zevallos. A ellos se sumaría luego Jorge Camet Dickman, 
quien completaría la plana de asesores durante su ejercicio como 
ministro. Una vez en el despacho, Piazza fue consciente de que la 
situación económica del país era mucho más grave de lo que suponía. 
En 1976 la inflación se había desbocado a un 47% y ya hacía sentir sus 
efectos nocivos en la población. En cuatro años la deuda externa había 
duplicado su tamaño a 7,384 millones de dólares y era claro que el país 
perdía confianza en el exterior por sus problemas para honrarla. Ya 
casi no entraban divisas. Por ello pidió a Morales Bermúdez reunirse 
de inmediato con la Junta de Gobierno, conformada por el propio 
presidente y los generales a cargo de cada una de las armas que, a la
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somos libres, podemos elegir 
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sazón, tenía más poder que el propio gabinete. En doce días había 
elaborado con su equipo un Programa de Emergencia para atacar los 
problemas más apremiantes en el corto plazo. 
Contra todo pronóstico, el agresivo programa liberal que presentó 
Piazza tuvo la aceptación de la Junta Militar y también del Consejo de 
Ministros, aunque lo obligaron a incrementar un poco más los sueldos 
como medida social para equilibrar los recortes. En su discurso del 10 de 
junio, propalado por la radio y la televisión controlada por el gobierno, 
identificó cuatro problemas financieros y cuatro estructurales. Entre 
los primeros estaban: 
1. Inflación: incremento compulsivo en el nivel de precios. 
2. Déficit: diferencia negativa entre el nivel de ingresos y egresos 
del país. 
3. Falta de liquidez de los privados: los créditos estaban restringidos. 
4. Déficit en la balanza de pagos: la deuda externa llegaba al 40% 
de nuestras exportaciones. 
Entre los problemas económicos estructurales citó el riesgo de 
estancamiento en el crecimiento, la carencia de ahorro interno –él 
proponía que llegara al 25% del PBI, cuando estaba por el 10%–, el 
hecho de que se planificaran las cosas sin ningún orden de prioridad 
y el enorme crecimiento del aparato estatal. En ese sentido, el querer 
abarcar todo había reducido la eficiencia y la productividad del estado. 
Después de este esfuerzo pedagógico, Piazza expuso su receta: 
1. Reducir los gastos del gobierno. 
2. Eliminar las pérdidas de Petroperú. 
3. Reducir los gastos militares en armas. 
4. No hacer cambios bruscos en la tasa de cambio. 
5. Compensar la capacidad adquisitiva de la población. 
6. Pedir un préstamo de 250 millones de dólares, en condiciones 
favorables, para equilibrar la balanza de pagos. 
El empresario era consciente del impacto que traería en la población 
el recorte de los gastos del Estado y su propuesta de elevar el entonces 
subvencionado precio de la gasolina, en 40%, para reducir las pérdidas 
de Petroperú. Inmediatamente subirían el precio de los alimentos y 
del transporte, poco a poco todo lo demás. Pero no había otra salida 
técnica. También mencionó que como complemento de estas medidas 
debía aprobarse un programa de estímulo para el desarrollo de la 
empresa privada con el propósito de ‘desestatizar’ la economía. 
“Piazza había llegado con un cúmulo de reformas liberales que 
incluían un componente ineludible, que era la reducción en las compras 
militares y de armas”, comenta Felipe Ortiz de Zevallos. Sin embargo, 
los militares fueron inflexibles y adujeron que en defensa de la 
soberanía nacional era su deber seguir comprando armamento, por lo 
que se opusieron rotundamente. La situación era muy tensa al interior 
del Consejo de Ministros, tan es así que el ministro de Economía quiso 
poner contra la pared a Morales Bermúdez diciéndole que él necesitaba 
un ministro de Economía que estuviera de acuerdo con su gabinete o un 
gabinete que estuviera de acuerdo con su ministro de Economía pues, 
de otra manera, no iban a funcionar las cosas. 
Los primeros en criticar las medidas fueron las revistas Caretas –que 
defendía la necesidad de un alza de sueldos, la ampliación de créditos de la 
banca estatal y el congelamiento del dólar– y Oiga, que acusaba a Piazza 
de “empresario”, haciendo eco de las voces radicales y contribuyendo a 
la devaluación de la imagen de la actividad empresarial en general. Pero
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somos libres, podemos elegir 
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lo insólito fue que el mismo día de la publicación de las reformas en el 
diario El Peruano, contraviniendo las medidas de austeridad, el Seguro 
Social contrató a centenares de nuevos trabajadores y el Ministerio 
de Salud nombró, ascendió y convino aumentos de sueldo para varios 
funcionarios públicos, boicoteando la implementación del programa. 
De allí siguieron las protestas como la suspensión de clases escolares en 
Puno, paros y huelgas en distintas ciudades del país y se le rebautizó a 
Piazza como “representante directo de las trasnacionales”. 
Ante la convulsión social, el Centro de Altos Estudios Militares 
(CAEM), propulsor del modelo militar, citó a Piazza para preguntarle 
que haría su despacho si su programa de emergencia fuera revisado 
o anulado por consideraciones políticas y sociales, como había 
pasado con otros en el pasado: “Haría un flaco servicio a mi país si 
avalara una mediatización o anulación de las medidas propuestas 
por razones políticas. En ese caso, prefiero que alguien venga y me 
reemplace”, respondió, según recuerda el analista José Luis Sardón 
en una publicación que compila su breve periodo en la cartera. En ese 
momento, Piazza sabía que estaba echando sus últimas cartas. Después 
de su temprana renuncia, a cincuenta días de haber asumido el cargo, la 
situación económica se agravó por el desorden y las medidas populistas 
de su sucesor, el general Alcibiades Sáenz. 
Un día cualquiera, en un consejo de política monetaria con el 
general Sáenz, también recordado como ‘Caballococha’, se le informaba 
al nuevo ministro sobre los graves problemas que había experimentado 
el sector agrario en la última campaña. Acompañaba la reunión su 
viceministro, Dick Alcántara, y en la sesión se informaba, en rigor, que 
ese año había sido muy malo, principalmente por la sequía. Alfredo 
Jalilie, quien estaba allí presente, cuenta que finalizado el informe y 
dando muestra de una genuina preocupación por el tema, Sáenz se 
inclinó sobre la mesa y exigió con autoridad: “Dick, anota. Eso de la 
sequía lo tenemos que coordinar para que no vuelva a suceder”. 
En otra oportunidad, recuerda Felipe Ortiz de Zevallos que, 
cuando se estaba produciendo la transferencia de la cartera entre 
ambos equipos económicos, los que dejaban el ministerio debían 
informar a los que entraban sobre las enormes exigencias que tenía 
nuestra economía por delante, principalmente por el endeudamiento 
externo y por el efecto de la inflación, ya que el país estaba a un paso 
de verse imposibilitado de pagar la deuda externa. Luego de una 
larga jornada en la que Sáenz participaba quieto y con una mirada 
inescrutable, incapaces de descifrar si quedaba clara la gravedad de la 
situación, el equipo de Piazza le preguntó si tenía alguna pregunta. “Sí, 
dos”, dijo ‘Caballocoha’. “Dónde queda el baño y, segundo, a qué hora se 
acaba esta reunión”. Ahora Ortiz de Zevallos lo recuerda risueño como 
una anécdota, pero entonces la incertidumbre sobre el futuro del país 
seguía creciendo incontenible. 
De haber ejecutado el Programa de Emergencia de Piazza, lo 
más probable es que la economía peruana se hubiera protegido de 
ese populismo histérico en el que cayó desde 1962 y que terminó 
abruptamente con el traumático fujishock en 1990. De haber sido firmes 
en la implementación de las medidas propuestas por Piazza, es probable 
que el Perú no hubiera padecido la hiperinflación de los años ochenta. 
Por eso, a esa valiente gestión de apenas cincuenta días solo queda 
recordarla como otra de las grandes oportunidades frustradas del Perú.
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EL ‘CAMBIO DE CHIP’ 
La consolidación de los cambios en el pensamiento de Alberto 
Fujimori se empezaron a gestar durante la segunda quincena de junio 
de 1990, producto de las visitas que programaron Hernando de Soto 
y Carlos Rodríguez Pastor a distintos representantes del gobierno 
norteamericano, a miembros de las Naciones Unidas y a los funcionaros 
de la banca de desarrollo, léase Banco Mundial, Banco Interamericano 
de Desarrollo y Fondo Monetario Internacional. Siendo presidente 
electo, no se disponía de fondos para realizar ese viaje y ni siquiera 
se contaba con seguridad; sin embargo, Fujimori insistió en que lo 
acompañara su hermana Rosa. Y así fue. Para facilitar la logística se 
consiguió un hotel frente al edificio de las Naciones Unidas, donde 
habitualmente se alojan los embajadores, y en el que el presidente 
electo ocupó la suite presidencial. Un día antes de iniciar la ronda de 
reuniones, Fujimori le pidió a De Soto que lo visitara en su habitación. 
— Mire, me ha venido a visitar hace un momento el gerente del 
hotel y yo le pregunté cuánto valía toda esta manzana. Me comentó 
que unos 800 millones de dólares. Usted tiene muchas conexiones con 
los norteamericanos y ya me ha metido en esto. Dígales que no sean 
apretados, pues. Solo tienen que vender tres manzanas como ésta y los 
problemas del Perú desaparecen. 
Cuando De Soto terminó de oírlo se sintió absolutamente deprimido 
y pensó, ‘Dios mío, en qué estamos metidos’. Bajó tristísimo a contarle 
a su esposa lo que había sucedido y minutos más tarde decidió llamarlo 
de nuevo para subir a su habitación. 
— Estoy probando mis alimentos. Si no tiene problema, 
conversamos mientras tomo mis alimentos, contestó el presidente. 
— Señor presidente, le voy a contar por qué este es un gran país. 
El presidente Bush no puede vender ni ésta ni las demás manzanas. No 
le pertenecen. De lo que se trata ahora es que no hay confianza en el 
Perú. El día en que haya confianza en el Perú, entonces usted verá que 
la gente invertirá. 
Cuando salió de la habitación De Soto aún seguía preocupado, así 
que llamó a Rodríguez Pastor para decirle que esa noche tenían tarea. 
Él segundo lo resolvió de una manera muy simple y con un ejemplo más 
tangible. 
— Señor Presidente, los contratos peruanos no valen nada. Si el 
primero de julio anunciamos las medidas que vamos a tomar, usted 
verá cómo se revaloriza el país y nos devuelven parte de la confianza. 
Y así sucedió. Nuevos visos de confianza arropaban el futuro 
próximo del país con el anuncio y la noticia publicada en la primera
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página del New York Times. Sorprendido por el efecto inmediato, 
Fujimori le pidió a Rodríguez Pastor que le ensayara una explicación. 
— Mire, señor presidente, yo no soy un intelectual, soy un banquero 
muy práctico. Hay una cosa que se llama círculo virtuoso y, otra, que se 
llama circulo vicioso. Por el momento estamos en un círculo vicioso. El 
día que usted aguante la inflación y la gente sepa que el gobierno no va 
a gastar lo que no tiene así se pase hambre, así estén haciendo salvajadas 
en el interior, si aún así usted no gasta, ese día el Perú sale adelante. 
Para De Soto, el candidato ideal para el Ministerio de Economía 
era Luis Valdivieso, hijo del recordado ‘Mago’, extraordinario arquero 
de Alianza Lima y de la selección peruana en el primer mundial de 
Uruguay. Valdivieso había sido siempre una persona muy sólida y 
de probadas credenciales. Cuando Fujimori le hizo las preguntas 
habituales que le hacía a los candidatos, el economista tomó la imagen 
que ya había esbozado Rodríguez Pastor. 
— ¿Y que haría usted si hay necesidad de un gasto adicional? 
— Señor presidente, yo me siento sobre la caja fuerte y no le tolero 
a usted ni un dólar más. 
— Ah, interesante. Muchas gracias. 
Cuando salió Valdivieso, Fujimori le preguntó a De Soto qué le había 
parecido, y este le respondió que fantástico, que ese señor aseguraba 
una férrea disciplina, que de ninguna manera se iba a levantar de la caja. 
— Ese es el problema –dijo el presidente–, no es suficientemente 
político. ¡El siguiente! 
Dos meses después de esa visita a Nueva York, Fujimori había 
asimilado completamente la lección. Entonces ya tenía la intuición de 
que la raíz del problema estaba en la propiedad del Estado y la clave de 
la solución en la inversión privada; que no había que gastar por gusto 
y sabía –más claramente que muchos especialistas– cuál era el camino 
para solucionar el tema de la cuantiosa deuda pública del Perú.
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EL ESTADO ACAPARADOR 
Al final del gobierno de Morales Bermúdez, tras el desastre de la gestión 
del general Alcibiades Sáenz, hubo un intento de liberalización que 
funcionó hasta cierto punto y que fue liderado por el entonces ministro 
de Economía Javier Silva Ruete, gestión que también se vio beneficiada 
por un alza espectacular en el precio de los metales. En un salto sin 
precedentes, el precio internacional de la plata pasó de tres a cuarenta 
dólares la onza, lo que le permitió al Perú recuperar cierta estabilidad 
en su ansiada vuelta a la democracia. 
Una de las medidas de Silva Ruete consistió en la desaparición del 
Registro Nacional de Manufacturas (RNM) que, desde 1971, en un 
absurdo afán proteccionista, permitía a cualquier empresa nacional 
inscribir un producto ante el Ministerio de Industria y Comercio y 
así bloquear la importación de otro similar. Además del RNM se creó 
otra Lista de Importaciones Prohibidas que, junto con las primeras, 
sumaban alrededor del 40% de partidas arancelarias. Vale decir, los 
productos industriales más atractivos para hacer negocios en el Perú 
estaban prácticamente prohibidos de entrar al país. 
A contracorriente, se implementaron diversas Licencias de 
Importaciones, especialmente para insumos del sector agrícola; luego 
se abrió el espectro a alguna maquinaria minera y más tarde rebajas 
arancelarias a partidas de distintos sectores. Lo cierto es que cinco años 
después no existía una lista consolidada de estas restricciones, lo que 
provocó también una superposición de normas, de prohibiciones y de 
atribuciones para conceder licencias, las mismas que eran otorgadas 
por oficinas públicas de sectores y niveles diferentes, creando un 
caldo de cultivo ideal para la corrupción y haciendo casi imposible el 
control de los órganos pertinentes. Así las cosas, lo único que lograron 
estas restricciones proteccionistas fue un significativo retraso de la 
industria nacional. Para tener una idea, producto de los aranceles 
para los artefactos importados, una buena licuadora llegó a costar el 
equivalente a 750 dólares. 
Como consecuencia, durante varios lustros, los peruanos nos 
conformamos con utilizar las mismas marcas desde los comestibles 
hasta la ropa, desde los juguetes hasta las refrigeradoras, desde las 
zapatillas hasta los taladros. No teníamos alternativas porque el 
mercado era restringido, se producían productos únicos y nosotros 
casi no teníamos la posibilidad de elegir. Los zapatos eran Bata, las 
pelotas Viniball, los calzones Mochita, la leche ENCI, el jabón Bolívar, 
las galletas Field, los helados D’onofrio, el panetón Motta, los uniformes 
Polystel, y así en casi todas las categorías. 
Pero, por si fuera poco, a partir del gobierno de Velasco, el estado se 
apropió de las llamadas industrias estratégicas como el acero, la química 
básica, todos los servicios públicos –la generación y distribución 
de energía, la telefonía, el agua potable– y, de a pocos, se fueron 
sumando mediante expropiaciones las empresas mineras, pesqueras, 
petroleras y de transporte. Incluso se crearon más tarde empresas
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que monopolizaron la importación de insumos y la exportación de 
productos. 
“Uno de mis primeros encargos en el estado hizo que me involucrara 
con ENCI (Empresa Nacional de Comercialización de Insumos), que 
manejaba casi el 40% de las importaciones peruanas, para hacer un 
trabajo silencioso y de choque con los políticos de turno. Lo que nos 
tocó fue desmantelar todo ese aparato de control”, anota Mayu Hume, 
viceministra de Comercio durante el segundo mandato de Belaunde. 
Así como ENCI (1971), se habían creado también otras empresas 
que monopolizaban la importación de insumos y comercialización 
de productos en los distintos sectores; por ejemplo, la Empresa 
comercializadora de harina y aceite de pescado (EPCHAP) en 1970; 
la Empresa Comercializadora de Minerales (MINPECO) en 1974, a 
través de la que se vendía todo el mineral peruano; Petróleos del Perú 
o Petroperú en 1969; la empresa siderúrgica SIDERPERU en 1969; la 
Empresa pública de servicios agropecuarios y pesqueros (EPSAP) en 
1969, que se dividiría en dos en 1970: EPSA para la parte agropecuaria 
y EPSEP para la de pesca y otras más. En 1975, todas estas empresas 
públicas controlaban el 50% del total de importaciones y el 85% del total 
de las exportaciones del país. 
Con el tremendo peso de las empresas públicas en la economía 
nacional, el gobierno no pudo distraer su apetito de controlar también 
los precios de los alimentos básicos como el arroz, el trigo, la carne y 
los productos lácteos, propiciando distorsiones y subvencionándolos 
posteriormente. A la par se crearon reglas prohibitivas y diferentes 
para la inversión extranjera y se bosquejaron nuevas formas de 
propiedad en la industria y en la agricultura, basadas en el supuesto de 
que la participación de los obreros en las decisiones y utilidades de las 
empresas terminarían con la pobreza. 
Antes del retorno al sistema democrático en 1980 el gobierno 
militar convocó a elecciones libres para conformar una Asamblea 
Constituyente y establecer mediante una Carta Magna un nuevo pacto 
ciudadano. Producto de esa elección, la primera mayoría le correspondió 
al Apra, bajo el liderazgo de su fundador histórico, Víctor Raúl Haya 
de la Torre, quien presidiría la asamblea. En ese horizonte democrático 
la economía seguía desplomándose. La inflación de 1978 fue de 75% y 
la del 1979 bajó levemente a 67%; sin embargo, seguía siendo muy alta, 
pues se estima más controlable si se ubica por debajo del 4%. 
Una de las falencias claves de esa Constitución en el tema 
económico es que fue elaborada antes de la caída del muro de Berlín y 
que, en dos de sus terceras partes, contenía los mismos conceptos de la 
anterior, elaborada para una realidad de cinco décadas atrás (1933), sin 
considerar un contexto económico y un futuro que ya suponía cambios 
acelerados a nivel global. Incluso, esa carta dejaba espacios claros para 
la limitación del derecho de la propiedad privada y, del mismo modo, 
alentaba la participación empresarial del estado de manera principal e 
irrestricta, como era entonces el pensamiento del Apra y de las fuerzas 
de izquierda en el país.
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BUSCANDO A QUIEN DIERA LA CARA 
Como si se hubieran puesto de acuerdo, consultados por el equipo de 
Fujimori, todos los candidatos al Ministerio de Economía argumentaron 
que necesitaban llegar, al menos, con un pequeño equipo. Esa respuesta 
era lógica porque, entonces, el presidente electo seguía siendo una 
incógnita, nadie sabía quién era o qué cosa iba a hacer. De pronto, 
un día el mismo Fujimori sacó una sugerencia de debajo de la manga: 
Juan Carlos Hurtado Miller. Hurtado había sido su compañero de la 
universidad y uno de los pocos representantes de Acción Popular al que 
el Fredemo no había tomado en cuenta; es decir, se había quedado sin 
casa política. “Él es perfecto –subrayó el propio Fujimori–, va a hacer lo 
que nosotros le digamos porque no tiene adonde ir”, remató. 
Después de la traumática derrota del Fredemo hubo en sus filas 
un desconcierto generalizado, especialmente en Lima, tan es así que 
Belaunde les había ordenado a los acciopopulistas que nadie fuera a 
saludar al presidente electo. “Yo tuve que increparlo en un coctel 
porque en un momento dijo airadamente que no podíamos permitir 
que un japonés fuera presidente del Perú. Estaba furioso. Entonces yo 
le pregunté directamente si estaba sugiriendo que debía haber un golpe 
militar”, recuerda Felipe Ortiz de Zevallos. 
Por entonces, Hurtado Miller –integrante del grupo de los 
‘violeteros’ de Acción Popular, conformado por los parientes y los más 
allegados a la esposa del ex presidente Belaunde, Violeta Correa– había 
estado en Buenos Aires y se había presentado en Lima con la intención 
de saludar a su recientemente electo ex compañero de la universidad. 
Lo llamó a sabiendas de la prohibición del líder de su partido. Cuando se 
comunicó con el presidente electo le dijo que él se acercaría a saludarlo 
y que lo haría con un fotógrafo para que fuera evidente el desacato. 
“En esa conversación Fujimori le comentó a Hurtado Miller que 
llegaba de Japón y que debía implementar el programa propuesto por 
Rodríguez Pastor durante la gira. Yo creo que, hasta ese momento, para 
el flamante presidente el tema de las reformas y de la promoción de las 
inversiones privadas era una manera de resolver un problema de corto 
plazo”, concluye el propio Ortiz de Zevallos, y no la salida al terrible 
entrampamiento político y económico en el que estaba anclado el país.
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LA MALDITA RECETA DEL POPULISMO 
Tras una Asamblea Constituyente, el Perú retomó el rumbo de la 
democracia en 1980 y se hizo evidente el fracaso real y simbólico del 
gobierno militar en su aventura revolucionaria, pues el arquitecto 
Fernando Belaunde –a quien Velasco había defenestrado del poder– 
fue electo con un respaldo del 45% de los votantes. Ese retorno triunfal 
significó también el regreso de Manuel Ulloa a la cartera de Economía 
quien, después de haber sido deportado en el 68, juntó a un joven y 
dinámico equipo en el MEF. Mientras Belaunde escribía su discurso 
para la asunción de mando en la casa de su correligionario Carlos 
Tizón; Mayu Hume, Pepe Valderrama y Roberto Abusada, entre otros, 
se trasladaron a Paracas para afinar el plan económico junto con el 
seductor economista. Entre las medidas previstas en ese plan figuraban 
el fin de la reforma agraria, la liberalización de precios, la venta de 172 
empresas del Estado y un paquete de normas para abrir nuevamente la 
economía peruana al mundo. 
Para ello, antes de que se realizara la transferencia de gobierno, 
Ulloa le había pedido a su antecesor, Javier Silva Ruete, que traspasara 
Comercio Exterior de la cartera de Industria a la de Economía, pues veía 
inadmisible que la relación comercial del país con el exterior estuviera 
en manos de empresarios que todavía ostentaban ideas proteccionistas. 
Del mismo modo, Aduanas también pasó a Comercio con el propósito 
de convertirla en un ente facilitador y no en uno con funciones de 
recaudación, vale decir, controlista. 
En ese tiempo, muchos de los empresarios se habían acostumbrado 
a pedirle al estado un ‘arancel altísimo’ para que así se hiciera más 
difícil la importación de productos similares a los suyos y ‘arancel cero’ 
en los insumos para producir barato. “No había ningún sentido de 
solidaridad. Entonces se inició un proceso de reconversión industrial, 
que fue la base de una industria más competitiva como la actual. Los 
empresarios no se daban cuenta de que a mayor protección, a menos 
competencia, había menos posibilidades de exportar”, recuerda Mayu 
Hume, quien fuera viceministra de Comercio en el MEFC de Ulloa. 
El plan del entusiasta equipo económico se elaboró muy rápido, 
pues recuperaba los principios de los intentos precedentes de 
liberalización, pero sufrió un serio revés cuando se lo presentaron al 
presidente Belaunde: “Lo que pasa es que Orrego se va a presentar a las 
elecciones municipales en noviembre y no hay que mover mucho las 
cosas”. Nuevamente primó el cálculo político, el populismo electorero 
y el Perú perdió la oportunidad de implementar las reformas diez años 
antes del fujishock. Sin embargo, el equipo económico siguió avanzando 
en la medida de sus posibilidades. 
Manuel Ulloa era un político ducho, muy inteligente y solía caer 
siempre bien parado. Pero en el día a día tenía una seguidilla de frases 
que eran incomprensibles como “sí, no, mira, claro, adelante. Nunca 
sabías si estaba de acuerdo con un tema crítico; te alentaba, pero de 
hecho si las cosas no funcionaban siempre iba a ser tu culpa”, recuerda
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somos libres, podemos elegir 
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el ahora analista Roberto Abusada. El clima político estaba tan 
agitado que nadie quiso ir al CADE, así que Abusada mismo se ofreció 
a representar al estado en esa cita. Un par de años antes, contratado 
por el Banco Mundial, había hecho un ronda con los empresarios para 
sensibilizarlos en torno a la liberalización de la economía. “Hice la 
ponencia y Ulloa tomó un avión que aterrizó en el Hotel Las Dunas. 
Cuando llegó respaldó ante el empresariado todo lo que dije”, recuerda. 
Pero al día siguiente, los periódicos salieron con titulares del tipo 
“Enemigo de la producción” , “El nuevo Esparza Zañartu”… Era la época 
en la que bastaba un ‘periodicazo’ para tumbar a un funcionario. 
Pero más allá de lo que publicaran los medios, las pugnas internas 
dentro de Acción Popular ya eran entonces muy intensas. Tanto como 
un buen líder, Ulloa era una persona veleidosa, amante de la noche y de 
las mujeres y, además, tan necesario como incontrolable para el propio 
presidente. Quizá por ello era odiado por Violeta Correa, la esposa de 
Belaunde. El ministro fue mandado a seguir por las noches, la prensa 
se deleitó con sus aventuras, avivó su leyenda y, al final, precipitaron su 
caída. Ante el escarnio público lo sucedió en la cartera Carlos Rodríguez 
Pastor Mendoza, quien apenas asumió tuvo que afrontar un momento 
muy difícil, un punto de quiebre traumático para el país y que llegó de 
la forma más inesperada. 
No fue la oposición de las fuerzas políticas rivales, ni la presión de 
los empresarios proteccionistas, tampoco la influencia de las fuerzas 
contrarias dentro del propio Palacio de Gobierno sino que, en el verano 
de 1983, el entonces desconocido Fenómeno del Niño trajo consigo una 
catástrofe en la forma de temporales, muerte y destrucción. 
Producto de los huaycos, inundaciones y sequías se echó a perder 
más del 60% de las cosechas de plátano, camote, pasto, yuca y hortalizas 
en la costa norte; se destruyeron cerca de 20,000 casas y cuantiosas 
redes de agua potable y alcantarillado, incrementándose en un rango 
sin precedentes las atenciones en salud por enfermedades como la 
diarrea, el paludismo y otras de las vías respiratorias. 
Del mismo modo se bloquearon las carreteras por los derrumbes 
de pistas y puentes provocados por los huaycos y las crecidas de los 
ríos, elevándose así los precios de los alimentos. La sequía fue el 
punto contrastante en la zona sur, afectando a Puno e influyendo 
negativamente en la producción agrícola y ganadera de Cuzco, 
Arequipa, Ayacucho y Apurímac; sumado a que el influjo de las aguas 
cálidas hasta el sur de Lima precipitó la huida de nuestra fauna marina 
más hacia Chile, especialmente de especies como el lenguado, tollo, 
róbalo o langostinos, cayendo la producción del sector pesquero en un 
65%. Esa debacle ambiental significó la reducción del PBI nacional en 
12,5%, según los cálculos conservadores de esa época. 
“Ese quinquenio fue como estar en un bote artesanal pequeño, en 
medio del océano y bajo una tormenta enorme. En esas circunstancias 
uno hace de todo para no voltearse. Así fue el manejo económico. Los 
problemas empezaron a finales del 82, con el colapso de México y la 
crisis de la deuda externa y cuando, en el verano de 1983, sobrevino el 
tema del Fenómeno del Niño, ya todo fue desastroso”, recuerda Richard 
Webb, quien fuera presidente del Banco Central de Reserva durante el 
periodo 1980–85. 
Si bien la economía peruana se había estabilizado con el alza en 
el precio de la plata a fines de los setenta, nos azotó de rebote la crisis 
financiera mexicana en la región y el Perú se arruinó nuevamente. La 
población entrada en pánico le exigió respuestas al gobierno y Belaunde 
reaccionó, a la usanza de nuestros políticos, con más populismo. 
Abusada recuerda que en su juventud, ante la necesidad de 
controlar los gastos y las advertencias para implementar un manejo
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disciplinado de la economía, se quedaba pasmado y sin palabras frente a 
las respuestas del experimentado presidente acciopopulista a su equipo 
económico: 
— Señor presidente, estamos gastando 4% del Producto Nacional 
Bruto en las empresas eléctricas. 
— No hay problema, estamos cambiando débiles soles por 
poderosos kilovatios. 
— Señor presidente, no tenemos dinero para hacer Charcani IV. 
— ¿Usted sabe lo que es un wáter? El wáter tiene esta parte de aquí 
abajo y esta otra de aquí arriba, y allí solo falta el tanque, ¿cómo no lo 
vamos a hacer? 
— Señor presidente, el proyecto Majes es muy caro, nos costaría 
mil millones de dólares. 
— ¿Cuánto va a producir al año?, repreguntaba. 
— No sé, unos cien millones a lo sumo. 
— Entonces, ¡¿cuánto es cien, más cien, más cien, más cien…?! ¿Así 
no llega usted a mil? 
Belaunde era una buena persona, un tipo honesto, un soñador 
total, pero también un irresponsable en el manejo económico. Más 
allá de la devolución de los medios de comunicación a sus legítimos 
dueños –que habían sido expropiados en 1974 por Velasco– no hubo 
avances en el desmontaje del sistema productivo del país. Las empresas 
públicas siguieron subvencionadas, con tecnología obsoleta y gestiones 
ineficientes. Tampoco se terminaron de erradicar aquellas restricciones 
que limitaban la conexión comercial del Perú con el resto del mundo 
para que, de esa manera, fuera posible propiciar una mejora en la 
economía del hogar, en la calidad de los productos y en el precio de los 
alimentos. “El tema central es el consumidor. Y todos los sobrecostos de 
los alimentos importados, que llegaban a precios absurdos para los que 
tenían protección como el azúcar o el arroz, lo único que provocaban 
era un gran sacrificio para los más pobres. Lo lógico habría sido abrir 
el mercado para que bajaran los precios de los alimentos básicos, hasta 
de la leche”, subraya Mayu Hume. 
Habría que decir en favor del gobierno de Belaunde que en esos 
tiempos todavía no se había iniciado el proceso de globalización, que 
seguían vigentes las ideas que trocaron en obsoletas tras la caída del 
muro de Berlín, que en la región solo Chile había emprendido ese 
camino; pero también, por el contrario, que si entonces hubiésemos 
iniciado el proceso, probablemente el Perú de hoy sería más fuerte y su 
economía más relevante en la región. 
Continúa Abusada, “lo útil ahora sería reflexionar por qué se 
pudieron hacer las reformas en los noventa, cuando estábamos de 
rodillas, y por qué no con un presidente decente como Belaunde, con 
una economía más fuerte, con un mandato político increíble”. 
Cabría agregar por qué se nos hace tan difícil reconocer, 
comprender y continuar ese proceso que hoy está permitiéndole al 
Perú el crecimiento, la interconexión y el desarrollo; y así propiciar un 
combate real y exitoso frente a la pobreza. ¿O es necesario sentirnos 
agobiados por la hiperinflación y el terrorismo, en la última lona, para 
desterrar apetitos de poder y hacer una causa común hacia el desarrollo?
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CAMBIO OBLIGADO EN EL EQUIPO 
Ya se había decepcionado con la gestión del gobierno de García que, a 
su juicio, estaba destruyendo la economía y éso, sumado a la escalada 
terrorista que se extendía al 60% de las regiones en el interior, configuró 
un punto de quiebre para él. Vendió su casa y se llevó a sus cuatro 
hijas para trabajar temas inmobiliarios en Connecticut. Más todavía, 
cuando vio al candidato Mario Vargas Llosa en plena campaña de 1990 
anunciando un shock como parte inicial de su programa, sintió que ya 
todo estaba perdido. “Ese es un enorme error político –pensó–. Nadie 
puede ganar una elección anunciando que va a hacer un shock”. 
Alejado de todo y concentrado en su familia, Carlos Boloña Behr 
celebraba el cumpleaños de una de sus hijas en Florida cuando recibió 
la llamada de Carlos Rodríguez Pastor. “Carlos, estamos con Fujimori 
en Washington y quiero que me acompañes”. No acudió a la cita. Estaba 
seguro de que el Perú repetiría el camino de Bolivia, que había sufrido 
una hiperinflación de entre 100% y 200% por mes, y que él conocía 
bastante bien, pues había sido parte del equipo de Jeffrey Sachs, un 
economista que fuera asesor en varios países de América Latina y 
Europa del Este, y que tuvo la tarea de procurar la estabilización 
económica de los altiplánicos. “La experiencia en Bolivia fue para mí 
como ver el cometa Halley. Conocí el monstruo de la hiperinflación 
por dentro, pero jamás pensé que lo vería otra vez, tan pronto, y nada 
menos que en mi propio país”, resume Boloña. 
Él había trabajado con Rodríguez Pastor, en 1983, como jefe de los 
asesores económicos en la negociación con el FMI, pero se decepcionó 
porque, según él, para Belaunde hacer un pequeño ajuste o una 
devaluación era como traicionar a la patria. Ni por asomo estaba en 
su cabeza aceptar un encargo en el Ministerio de Economía, menos 
integrando el gabinete de un proyecto incierto y contrario a sus 
fundamentos como el de Fujimori. “Yo ya había visto en Bolivia que 
el BCR lo manejaba la Central Obrera Boliviana; su edificio lo tuvo 
que tomar la Fuerza Armada porque no dejaban de imprimir billetes 
cuando les daba la gana y tampoco de mandar dinero en camiones hacia 
Oruro, Santa Cruz y otras partes del territorio boliviano”. 
Algunos días después volvió a recibir la llamada de Rodríguez 
Pastor. Fujimori estaba de regreso en Estados Unidos tras su gira a 
Japón y tendría una parada rápida en Miami. “Lo contravine diciéndole 
que para qué perdía el tiempo, que todo iba a ser peor. Rodríguez Pastor 
me pidió que, aunque sea por curiosidad, conociera a Fujimori. Tanto 
insistió que fui”, sostiene quien fuera el primer economista peruano 
con un doctorado en Oxford. El presidente estaba alojado en el Ritz 
Carlton y, pese a ya haber tomado una decisión por la vía contraria, 
todavía seguía en compañía del equipo económico de su campaña. 
— Yo sé de política, tengo mucha intuición y por eso he ganado las 
elecciones. No sé de economía, pero sé pensar. Quiero que me digan 
cómo se baja la hiperinflación.
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La reunión se dio en una habitación del hotel con los asistentes 
sentados en las dos camas. Fujimori le pidió primero respuesta a Adolfo 
Figueroa, jefe de su equipo económico, quien argumentó que un día 
podría subir el precio del aceite, otro el de la gasolina, más tarde el de 
otros artículos de primera necesidad y que con modelos econométricos 
y otras medidas podría salvarse el tema. Boloña fue menos técnico. 
— La hiperinflación es un cáncer, señor presidente, y el cáncer se 
tiene que extirpar. Y tienes que operar con lo que tienes. Si no tienes 
anestesia, usas cloroformo, y si no hay un escalpelo, tendrás que hacerlo 
con un cuchillo. Pero hay que extraerlo, sino se muere el paciente. El 
paciente es el Perú. Las armas que tiene el gobierno son la disciplina 
fiscal y la disciplina monetaria: No gastes más de lo que tienes y no 
imprimas más billetes de lo que tu economía, sanamente, sea capaz de 
digerir. Esto es fácil de decir, pero muy difícil de hacer. Sin embargo, 
hay que hacerlo. Esa es mi experiencia. 
— Yo no soy experto, pero lo que tú propones, Adolfo, eso no baja 
la hiperinflación. Lo que dice el doctor Boloña me convence más. 
Fujimori se disculpó porque debía tomar un avión de regreso al 
Perú. Boloña pensó que ya había cumplido y se retiró, pero una semana 
más tarde lo llamaron pidiéndole que viajara a Lima para entrevistarse 
nuevamente con Fujimori. Allí le ofrecería ser ministro de Economía. 
— Mire, señor Presidente, la verdad es una propuesta suicida la 
que usted me hace pero, veamos, le pongo algunas condiciones. Al 
presidente del Banco Central de Reserva lo pongo yo. 
— Noooo... Mire a (Richard) Webb cómo no le hacía caso a 
Belaunde. Al presidente del BCR lo pongo yo. Eso no es aceptable. 
— Señor Presidente, si yo tengo que tapar y usted me pone un 
defensa que se dedicará a meter autogoles, eso no va a funcionar. Un 
ministro de Economía que no forme buena dupla con el BCR no sirve. 
“Así nos pasamos dos días discutiendo, me decía que no fuera terco 
y yo le insistí en que no íbamos a poder hacer nada si, al menos, no tenía 
de mi lado al presidente del BCR. Al final no nos pusimos de acuerdo”, 
recuerda Boloña. Es por esas semanas que Fujimori propondría a 
Hurtado Miller para la cartera de Economía, quien luego haría el 
shock y daría el famoso discurso del “Que Dios nos ayude”. El shock es 
una medida drástica que demanda mucho coraje pero que en términos 
técnicos no es muy complicada de ejecutar, pues a lo único que obliga es 
a liberar los precios. Además, estaba claro que esa acción iba a afectar 
y desgastar a quien liderara la medida en no más de seis meses. Por su 
parte, sin darse cuenta, Boloña ya se había involucrado nuevamente 
con la agenda peruana, las noticias y las urgencias del país volvían 
a acaparar sus pensamientos y empezaría a trabajar más cerca a los 
problemas del Perú desde el Instituto Libertad y Democracia. 
El proceso de capacitación y ablandamiento, para que Fujimori 
pasase de un programa con ideas anacrónicas a otro liberal, fue una 
estrategia que funcionó perfectamente pero el ‘cambio de chip’ –como 
se refirió la prensa peruana a ese hecho durante mucho tiempo– se 
concretó en Japón. “Recordemos que al presidente lo recibió el mismo 
emperador japonés. Si el gobierno japonés no le hubiera dicho que de 
llegar a un acuerdo con el FMI, ellos apoyarían al Perú, no se le hubieran 
despejado las dudas”, sostiene Felipe Ortiz de Zevallos. Cuando se vuelve 
a reunir en Miami con sus asesores económicos y con Carlos Boloña, 
que asomaba como nuevo ministro de Economía, ya el presidente electo 
estaba convencido de cuál era la ruta que le había deparado el destino.
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CÓMO TENER ÉXITO 
EN LA QUIEBRA DE UN PAÍS 
A mediodía del 28 de julio de 1987, el presidente Alan García dio uno 
de sus famosos y grandilocuentes discursos, pero aquella vez su verbo 
encantador, si bien encandiló a las masas como siempre, terminó 
por escarapelar la piel de los empresarios y profesionales. Desde que 
asumió la primera magistratura, su decisión de destinar solo el 10% 
de las exportaciones para el pago de la deuda externa peruana había 
mantenido, hasta ese momento, más o menos estables las arcas del país. 
Pero la medida era una bomba de tiempo. Era previsible que las reservas 
nacionales se extinguirían rápidamente por los absurdos subsidios que 
se canalizaban hacia las empresas administradas por el estado. 
Por si fuera poco, la decisión unilateral de no pagar a la banca de 
desarrollo le había cerrado al país las puertas del financiamiento externo 
pues, tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial 
tenían un público enfrentamiento con el joven mandatario, quien no 
perdía oportunidad para achacarles las desgracias por las que había 
atravesado el Perú en las dos décadas precedentes y, particularmente, 
en los meses que llevaba como gobernante. 
Habiéndose presentado como “el presidente de todos los peruanos”, 
la medida había sido saludada en un país que parecía ingobernable y que 
en el frente interno debía lidiar con la sanguinaria guerrilla de Sendero 
Luminoso, con el narcotráfico, con la corrupción en las distintos 
sectores y esferas del estado –especialmente en las fuerzas policiales y 
en el Poder Judicial– y con una crisis social que era consecuencia de los 
exiguos salarios, el desempleo y la escasez. 
Al parecer, la estrategia del enemigo común externo –la banca 
internacional– le permitiría a García un primer respiro y el apoyo 
popular frente a la enorme agenda interna pendiente y, de paso, le daba 
al mandatario un notable rol protagónico entre los demás presidentes 
de América Latina. El dinero de los peruanos, decía, no debía utilizarse 
solo para pagar las deudas a los bancos internacionales, sino que debía 
ser destinado al crecimiento y a la redistribución: “Pagar 10% significa 
cambiar los plazos; pagar 10% significa variar de hecho la tasa de interés; 
pagar 10% significa recuperar la independencia y la soberanía. Hasta 
ahora nos han gobernado desde afuera, comencemos a gobernarnos 
por nosotros mismos”, dijo a tres semanas de asumir la presidencia en 
un evento sobre la deuda externa organizado por el entonces alcalde de 
Lima, y líder de la Izquierda Unida, Alfonso Barrantes Lingán. 
Durante los dos primeros años de su gobierno, los apristas se 
ufanaban de que el Perú crecía a un ritmo del 10% y, de soslayo, 
minimizaban el hecho de que ese crecimiento era a costa de una 
inflación del 100%, haciéndole creer al país que sería una bonanza 
eterna cuando en realidad se trataba de una ficción insostenible. 
Siendo imposible el financiamiento externo por el enfrentamiento 
con el sistema internacional, su gobierno se volvió adicto a la maquinita, 
imprimiendo dinero inorgánicamente para cubrir el déficit fiscal, lo 
que a la larga disparaba incontenibles los indicadores de la inflación.
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Paralelamente, con una lógica totalmente populista, mantenía el 
precio del dólar bajo, lo que desalentaba las exportaciones y promovía 
la especulación, más todavía en un país que importaba casi todo, desde 
alimentos hasta insumos industriales. Tan desprolijo era el manejo de 
las divisas que se crearon múltiples tipos de cambio de acuerdo a la 
“necesidad social” de cada producto, lo que terminó enriqueciendo 
a unos pocos importadores que conseguían licencias para importar 
barato –casi siempre mercantilistas cercanos al gobierno– y que, al 
final de cuentas, terminaron empobreciendo aun más al país. 
El tema principal de aquel discurso televisado de 1987 que 
escarapeló la piel de los empresarios, fue el mensaje a la nación de Alan 
García anunciando su propuesta de nacionalizar y estatizar todos los 
bancos, las compañías de seguros y las financieras que operaban en el 
Perú. El estado tenía bajo su administración ya casi todas las grandes 
empresas productivas y de servicios del país y, ahora, al carismático 
pero corto de divisas presidente, se le había ocurrido que su gobierno 
debía administrar el dinero que estaba depositado en las cuentas de 
ahorros de todos los peruanos. 
Capturado el aparato productivo y el sistema financiero, poco 
margen de acción le quedaría a la prensa independiente, que corría el 
riesgo de ser estrangulada vía los créditos de la nueva banca estatal y 
por la promesa condicionada de la publicidad. Bajo la apariencia de una 
democracia se estaban estableciendo los cimientos de un régimen que 
concentraría de manera descomunal el poder político y económico, que 
en esas circunstancias no tendría oposición posible y que, en palabras 
del entonces ministro de Energía y Minas, Wilfredo Huayta, prometía 
cincuenta años en el poder. 
El riesgo previsible era que esa medida fuera apoyada por los 
ciudadanos poco informados pues, en honor a la verdad, en ninguna 
parte del mundo los banqueros son seres muy apreciados por las masas. 
Y a ello habría que sumarle una suerte de reivindicación emocional 
de la ciudadanía frente a una clase empresarial compuesta también 
por especuladores y oportunistas que, lejos de generar riqueza, 
desaparecían de las estanterías el arroz, el azúcar, los productos básicos 
y hasta las medicinas, haciendo mucho más dolorosa la supervivencia 
en ese oscuro e inseguro escenario cotidiano. 
Poco tiempo más tarde, por la reiterada negativa a pagar la deuda 
externa de acuerdo a los compromisos firmados por el estado, el Perú 
sería declarado inelegible por la banca internacional y, prácticamente, 
pasaría a ser considerado un país paria en el concierto global. 
La inflación a fines de 1990 fue de alrededor de 7,600% al año, 
2'178,482% acumulada en los cinco años del gobierno aprista, las 
reservas internacionales tenían un saldo negativo de 150 millones 
de dólares, la recaudación fiscal se reducía a menos del 4%, la deuda 
externa era el 60% del PBI y estaba vencida en un 65%, configurando 
todo ese cuadro una película de terror en materia económica. En la 
práctica, el presidente García le legó a su sucesor un país en ruinas.
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LA MASACRE DE LOS MÁS POBRES 
Pero el hecho de que el sistema financiero considerara al Perú como un 
país paria era solo una parte de nuestros problemas a fines de los ochenta. 
El Perú, como sus vecinos latinoamericanos, había sido históricamente 
pobre. Una pequeña clase privilegiada había controlado las decisiones 
y los enclaves de riqueza más importantes, a la usanza de los españoles 
durante la colonia, pero antes de entrar a la década de los noventa la 
situación era diferente: el Perú era mísero y estaba prácticamente 
desahuciado. No se veía futuro. Nadie nos prestaba dinero ni invertía 
en nuestro territorio. 
Peor aún, varias regiones de los Andes centrales estaban devastadas 
por la violencia terrorista y por la respuesta temerosa y descontrolada 
de las Fuerzas Armadas. Regiones de una pobreza desgarradora como 
Ayacucho –donde había nacido el movimiento subversivo de Abimael 
Guzmán– junto con Junín, Cerro de Pasco, Huancavelica, Puno y 
Apurímac estaban aisladas y ensangrentadas, pues Sendero Luminoso 
derrumbaba constantemente puentes y torres eléctricas, causando 
zozobra en la población e impidiendo que se desarrollasen actividades 
políticas o económicas. Las autoridades, sean alcaldes, prefectos o 
jueces de paz eran ejecutados en las plazas públicas y muchas veces sus 
cuerpos eran despedazados por granadas de guerra solo por el hecho de 
representar el orden y la intermediación entre los campesinos y alguna 
instancia de poder. 
El terror y el caos eran dueños del espíritu de las personas, 
especialmente de los quechuahablantes de las zonas más alejadas. Así 
como se bloquearon carreteras y destruyeron puentes, los terroristas 
destruyeron también plantas experimentales de agricultura y 
ganadería, asesinaban técnicos nacionales y extranjeros, dinamitaban 
vehículos de trabajo como camiones y tractores, tiraban abajo costosas 
hidroeléctricas y eliminaban el ganado para impedir que pudieran 
alimentarse el ejército y los propios campesinos, a los que –ante la 
duda– también eliminaban por ser contrarios a sus intereses o por 
sospecha de soplonerías. 
Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la 
Reconciliación (CVR), en la recopilación de información y análisis de 
las causas del conflicto armado durante los años ochenta y noventa, 
recibieron reportes de 26,259 personas muertas o desaparecidas y, 
aplicando una metodología de estimación de múltiples sistemas, llegó 
a la conclusión de que esta guerra no convencional dejó 69,280 víctimas 
mortales. El pueblo más golpeado fue el ayacuchano y más del 80% de 
las víctimas eran habitantes de las zonas más excluidas y marginadas 
de la sociedad, siendo el 55% hombres entre 20 y 49 años. Es decir, se 
mató a jefes de hogar, con hijos dependientes y sobre los que reposaban 
las responsabilidades económicas y políticas de las familias. 
Según la misma CVR se trató de un asesinato selectivo perpetrado 
en su mayoría por los grupos sediciosos que pretendían llegar al poder 
por las armas. Un número grande de asesinados fueron militantes de
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partidos políticos y autoridades locales que eran parte de la nueva e 
imperfecta estructura de un estado que había regresado a la democracia 
a principios de los ochentas. De acuerdo a la estrategia de Sendero eran 
asesinados para crear un vacío de poder y así facilitar la influencia de 
sus propios cuadros. 
De acuerdo a la estrategia criminal del grupo subversivo, “todos 
aquéllos que podían estar relativamente más conectados al mercado, las 
redes e instituciones políticas, regionales o nacionales, se convirtieron 
en ‘enemigos de clase del proletariado y del campesinado’ o en ‘agentes 
del Estado feudal y burocrático’ que debía ser destruido”, consigna el 
Informe Final de la CVR. 
La región más afectada fue Ayacucho, en donde se concentraron 
las acciones terroristas entre 1982 y 1985 y se ubicaron el 40% de la 
víctimas mortales; pero a partir de 1986, el conflicto empieza a tomar 
un alcance más nacional, impulsado por el “salto por el equilibrio 
estratégico”, como hacía notar Sendero en sus panfletos. Después de 
1990, tras la caída de Guzmán y producto de la alianza entre terroristas 
y narcotraficantes, el conflicto se extendería con igual intensidad a las 
provincias de Huánuco y San Martín. 
Durante diez años, Lima se mantuvo casi indolente frente al 
conflicto que se desarrollaba en el interior. Si bien sufría continuos 
cortes de luz por el derrumbe de torres de alta tensión, lo natural 
inmediatamente después en las casas era buscar la radio a pilas con una 
linterna para satisfacer la curiosidad del lugar adónde habían puesto 
esa vez la bomba. Si al día siguiente no se había reparado la falla, cosa 
muy común entonces, lo usual era calentar agua en la tetera y llevarla al 
baño para procurarse un baño a oscuras, con balde y con jarrita. Fue por 
esa época también cuando empezaron a levantarse los muros y las rejas 
exteriores de las casas, con la ilusión de que así la familia se sintiera más 
protegida, al costo de aislar los tradicionales jardines exteriores de los 
sectores residenciales y, ante los riesgos, también empezó a desaparecer 
la cultura de barrio en la ciudad. 
En ese entonces, los chicos, literalmente, se quemaban las pestañas 
estudiando a la luz de las velas en el comedor, las familias que podían 
utilizaban pequeños grupos electrógenos y algunas madres jóvenes 
se las ingeniaban para dar de lactar a sus hijos con la ayuda de un foco 
conectado a una batería de carro. Cuando había tele, los noticieros 
recomendaban cruzar las ventanas con masking tape para contener 
las esquirlas de los vidrios reventados por las ondas expansivas de los 
morteros, quesos rusos, granadas o coches–bomba. Y así hubiera luz, con 
la economía quebrada casi no había comercio ni carteles luminosos, por 
eso las calles eran más oscuras y deprimentes. Sobre todo en las noches 
de garúa y de toque de queda. 
En esas temporadas batallones de los soldados, fusil en mano, 
tomaban las calles con tanquetas y camiones portatropas para 
asegurarse de que a nadie se le ocurriese aprovechar la penumbra para 
desatar sus ánimos violentistas. Incluso, durante largas temporadas se 
prohibió la circulación de personas y vehículos después de las once de 
la noche hasta las seis de la mañana y, cuando se agravaban las cosas, 
la restricción podía adelantarse a las cinco o seis de la tarde e, incluso 
alargarse más al día siguiente. El que un familiar no llegara más allá 
del 'toque de queda' generaba mucha ansiedad y preocupación en los 
hogares, más todavía en una época en la que no existían dispositivos 
celulares y la comunicación telefónica era un desastre. De noche, en 
caso de emergencia, así buscaras la farmacia de turno, debías circular a 
muy baja velocidad por las avenidas anchas, sosteniendo un palo con un 
trapo blanco como bandera y cargar tus documentos, pues era la única 
manera posible de cruzar los puestos y barricadas de control militar.
69 
somos libres, podemos elegir 
68 
Pero el terror era más intenso en las zonas periféricas de la capital, 
en los llamados pueblos jóvenes o conos de la ciudad. Comas, San 
Martín de Porres o Villa El Salvador eran castigados frecuentemente 
por las huestes de Sendero y sus organizaciones de base amedrentadas 
con mensajes expresos o, incluso, con amenazas a los familiares de los 
líderes de organizaciones populares como el vaso de leche, del club de 
madres o de los comedores populares que se incrementaban en las zonas 
periféricas de Lima para combatir el hambre de manera solidaria. 
En su afán por infundir terror y crear el caos, cualquier forma 
organizada de la población era una amenaza. Por ello, causó conmoción 
el asesinato selectivo de una lideresa popular que, aún después de 
muerta, siguió siendo un símbolo en la lucha contra Sendero. Cuando 
iba rumbo a una actividad del Vaso de Leche, la valiente dirigente y 
teniente alcaldesa de Villa el Salvador, María Elena Moyano, de apenas 
33 años, fue abatida a balazos por un comando de aniquilamiento 
subversivo y, luego, su cuerpo despedazado y descuartizado para que 
sirviera de escarmiento. Era un estado de guerra, producto de una 
insania mayúscula, que no podemos permitir que asome nuevamente. 
En ese país fracturado, con un enemigo al que costaba diferenciarlo 
del campesino o del ciudadano común, las Fuerzas Armadas cumplieron 
un rol tan importante como cuestionable en su intento por preservar 
la seguridad de los peruanos. Si bien en provincias las exigencias de los 
soldados eran mayores por la geografía desconocida, agreste, y porque 
se enfrentaban con limitados recursos a un enemigo invisible, también 
hay que reconocer que durante mucho tiempo nuestras fuerzas 
improvisaron en la refriega, pues no llegaban a comprender a quién 
se enfrentaban, demoraron en hacer un trabajo serio de inteligencia y 
generalmente se limitaban a reaccionar a lo que proponía un enemigo 
camuflado, esquivo y que parecía andar siempre dos pasos adelante. 
Por parte de las Fuerzas Armadas, las víctimas alcanzaron el 7% 
del total reportado por la CVR, militares y policías que dieron sus 
vidas en acciones de combate, atacados por sorpresa o emboscados en 
pleno patrullaje, mientras cumplían la misión de rescatar al país de la 
demencia terrorista. El 85% de ellos tenía un grado igual o menor al de 
capitán y, en su mayoría, pertenecían al Ejército y a la Policía Nacional. 
Entre 1991 y 1993 se registró el 42% de víctimas de las fuerzas del 
orden, cuando Sendero se posicionó en las ciudades, especialmente 
en Lima, y se hizo frecuente la detonación de coches–bomba frente a 
cuarteles, dependencias públicas, comisarías, bancos, embajadas, 
residencias de autoridades de gobierno, de políticos e, incluso, en 
barrios residenciales. Recién con la explosión del coche–bomba de la 
calle Tarata en Miraflores, la noche del 16 de julio de 1992, se remecería 
la conciencia de la capital. La explosión de dos vehículos, con 250 kilos 
de anfo cada uno, mató a 25 personas, hirió a más de 200, afectó 400 
negocios y causó daños en 183 casas y en 63 automóviles.
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Libro somos libres

  • 1.
  • 2.
  • 3. Mario Sifuentes Briceño hacia un perú de primer mundo SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR
  • 4. Somos libres, podemos elegir © Mario Sifuentes Briceño © 2014 Corporación Ludens Comunicaciones SAC Alcanfores 1246, Of. 402 – Miraflores Primera edición, Julio 2014 Ilustración y lettering: Elliot Tupac Diseño y diagramación: Maye León Tiraje: 3,000 ejemplares Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú No. 2014-10834 Impreso en Industria Gráfica Cimagraf SAC “He transitado el largo camino hacia la libertad. He tratado de no flaquear. He cometido errores a lo largo del recorrido. Pero también he descubierto el secreto de que después de trepar una gran colina, uno solo encuentra que hay muchas más por superar. Me he tomado un momento aquí para descansar, para robarle una mirada al maravilloso panorama que me rodea y para observar, atrás a la distancia, de dónde vengo. Pero solo puedo descansar por un momento, porque la libertad viene con responsabilidades y me he desafiado a no distraerme, pues mi largo camino aún no está terminado”. Nelson Mandela (1995) Esta publicación es una iniciativa del proyecto Comité Editorial Augusto Baertl Montori Carlos Diez Canseco Hans Flury Royle Carlos Oviedo Valenzuela Gonzalo Quijandría Fernández Mario Sifuentes Briceño Está permitida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación solo bajo previa autorización de los editores. Así como su copiado o transferencia por cualquier medio impreso, digital o electrónico. Contactarse previamente con somoslibres@ludensperu.com
  • 5. ÍNDICE Introducción 11 SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR Un país en shock 17 Los cimientos de la escuela 23 Eso es música celestial para mis oídos 30 El impulso del pensamiento empresarial 33 El ‘cambio de chip’ 40 El estado acaparador 44 Buscando a quien diera la cara 48 La maldita receta del populismo 50 Cambio obligado en el equipo 56 Cómo tener éxito en la quiebra de un país 60 La masacre de los más pobres 64 El valor de la pedagogía 70 Sendero financió el rescate del país 74 De la toma de conciencia a la acción 79 5 x 5 x 5 84 La caja chica de la solidaridad 91 Un método incuestionable de privatización 96 Hoy podemos darles la razón 102 Ahora tú escoges lo que quieres 109 No hay golpe sin traumas 115 Ya estamos interconectados con el mercado 125 HACIA UN PERÚ DE PRIMER MUNDO Hay una manera de hacer bien las cosas 133 Siempre será más fácil destruir que construir 137 Solo quince años para hacerla 144 Bibliografía 159
  • 6. 11 INTRODUCCIÓN Los instantes más importantes en la vida del ser humano son los momentos de decisión. En el discurrir de nuestra existencia muchas veces nos encontramos con caminos que se bifurcan y, dependiendo de la elección que tomamos, nuestro futuro queda determinado para bien o para mal. Sin embargo, cuando esas decisiones se toman sopesando buena información y en base a conocimiento y experiencia, los riesgos se minimizan y, con cada elección, uno se permite construir una base más sólida sobre la que va apilando los ladrillos que nos encumbran hacia el desarrollo personal, el bienestar y la felicidad. Lo mismo sucede con los países. Desde nuestra independencia, los peruanos hemos intentado de todo en la tarea de sacar adelante un país con enormes potencialidades, un envidiable patrimonio cultural y recursos, pero también con profundas contradicciones. A la vista, en las últimas décadas nos hemos quedado atrapados en un laberinto de desencuentros que nos impide dialogar, sumar experiencias y conocimientos para decidirnos por el mejor rumbo. Tan es así que hace apenas veinticinco años vivíamos
  • 7. 13 somos libres, podemos elegir 12 en el peor momento desde que el general San Martín proclamara nuestra independencia. Vivíamos en un país violento, rodeado de miseria, de enfermedad y endeudado gravemente con los organismos internacionales. Hasta hace 25 años el Perú era considerado un país paria en el mundo. Sin embargo, a principios de los noventa logramos un punto de quiebre y trabajamos esforzadamente para reconstruir el país y devolverle al Perú sus legítimas aspiraciones de ser una gran nación; aunque, valgan verdades, el tiempo desde el escape de ese pequeño infierno no ha sido suficiente para superar totalmente algunos traumas y heridas. De allí probablemente proviene esa enorme dificultad que tenemos todavía los peruanos para sentarnos a dialogar en confianza. Aquellos que tenemos memoria de esa época podemos detenernos en un recodo del camino y mirar hacia atrás, revalorar el largo trecho que hemos avanzado en la misma dirección durante las dos últimas décadas, los logros que nos ha deparado esa continuidad y, también, observar hacia adelante, mucho más cerca, la meta del pleno desarrollo. Por el contrario, quienes no la vivimos o la tenemos desterrada de la memoria, estamos en la obligación de reconocer nuestra historia reciente, de informarnos para poder decidir mejor y continuar en la construcción de ese camino sólido y estable hacia el futuro. Esta publicación es parte del proyecto UMBRAL, que persigue que los peruanos, especialmente los jóvenes y emprendedores, tengamos conciencia sobre lo que nos ha costado llegar a ese recodo en la mitad del camino, sobre las oportunidades perdidas durante décadas y lo difícil que ha sido que calen entre nosotros las ideas modernas, las que nos impulsan hacia el desarrollo y nos conectan con el resto del mundo. UMBRAL propone que cuidemos el camino andado, que no caigamos en propuestas que lo único que han logrado demostrar es que distribuyen pobreza –como ahora sucede en algunos de nuestros países vecinos– y que, con su afán controlista y capacidad destructora, terminan inevitablemente recortando las libertades de los ciudadanos. Pero UMBRAL también mira al futuro y nos invita a reflexionar sobre la necesidad de concretar algunas metas pendientes y de defender principios no negociables. Alerta sobre la urgencia de acelerar la marcha en los próximos quince años, vitales para la consolidación del país, combatiendo el populismo, la violencia, la demagogia y la corrupción. Como nunca antes en nuestra historia, el actual desarrollo del Perú es integral e incorpora a los distintos sectores. Nunca antes habíamos tenido una pista de despegue tan llana y generosa para poner en marcha nuestros proyectos, ni una oportunidad tan clara de dar ese gran salto que proyecte al Perú como la gran nación que, desde su origen, está destinada a ser. Pero también debemos ser conscientes de que recién estamos a mitad de camino y que, por ello, en las próximas dos décadas nos encontraremos con nuevas bifurcaciones y sobresaltos. Y así otra vez estaremos en la obligación de elegir. Podemos elegir como el mendigo sentado sobre un banco de oro, inmovilizado e indolente ante la miseria de los hermanos, repitiendo los errores del pasado, caminando en círculos y resignado mediocremente a la inacción. O podemos elegir como un país adolescente, con el ímpetu de aquel joven atrevido y apasionado, empujado con vehemencia a arriesgarlo todo, confiado en que la vida nos dará innumerables oportunidades para equivocarnos, para perder y volver a empezar, sin considerar cómo cada derrota empobrece más a los que menos tienen. Y también somos libres de elegir pensando en algún tipo de reivindicación, con la idea de que debemos ser compensados por las penas o carencias de nuestra historia o por las decisiones de gobiernos que nos robaron parte del futuro. Podemos elegir egoístamente, sin
  • 8. 14 considerar que vivimos en un sistema interdependiente, en el que cualquier satisfacción personal será frágil e insostenible si es que no participamos todos de los beneficios, si no nos damos cuenta de que la mejora del más pobre y del rico también es una mejora nuestra. Pero también podemos elegir como un país que empieza a madurar, que aprende las lecciones de la propia experiencia, no solo para esquivar el camino de los errores sino, sobre todo, para diseñar un futuro mejor, en el que podamos consolidarnos como esa nación rica en historia, en cultura, en recursos y en espíritu. Somos libres de elegir como una sociedad con vocación de diálogo, inclusiva y progresista, que impulsa a los gobiernos a sentar las bases de un país más fuerte y justo, en el que todos tengamos la posibilidad de ver cumplidos nuestros sueños, en base a nuestras propias habilidades, disciplina y esfuerzo. Somos libres de elegir como un país–problema que se regodea en los conflictos o como un país–posibilidad que planifica su futuro y hermana la inteligencia y las potencialidades de cada uno dando su mejor esfuerzo. Pero lo que no podemos permitirnos es renunciar a la libertad de elegir, a que nos quiten la capacidad de decisión, pues de esa manera ya no seríamos dueños de nuestras vidas. Ese es el reto que tienen las grandes naciones de estos tiempos, el de desarrollarse bajo los preceptos de dos instituciones imperfectas pero esenciales en la defensa de esos derechos fundamentales: la democracia y la economía de libre mercado. “Somos libres, podemos elegir” nos recuerda esa premisa, que el Perú es hoy un país que crece y se desarrolla bajo esos principios y que, pese a los conflictos propios de la política y de la vida cotidiana, va en el camino de prodigar lo mejor para sus ciudadanos. En toda su historia el Perú nunca ha estado en mejores condiciones que ahora para dar el salto hacia el pleno desarrollo. Queremos un Perú ganador y con peruanos libres, con capacidad de decisión y capaz de constituirse como un país de ciudadanos de primer mundo. SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR 1
  • 9. 17 somos libres, podemos elegir UN PAÍS EN SHOCK “Compatriotas, me dirijo a ustedes para informales sobre las medidas precisas con que el gobierno se propone enfrentar la inflación explosiva que hemos heredado del gobierno anterior. La hiperinflación no es una maldición del cielo ni un desastre natural. Como hemos aprendido en estos años, experimentando en carne propia, la inflación contrae los ingresos de todos, debilita las instituciones, fomenta la especulación, incentiva la irracionalidad, destruye el ahorro y destruye el futuro… Hace cinco años, el galón de gasolina de 84 octanos costaba más del doble que una botella grande de cerveza. Ahora, en cambio, la botella de cerveza cuesta seis veces más que el galón de gasolina. Con este billete, hace cinco años, se hubiera podido comprar una casa de 40,000 dólares; hoy solo alcanza, en el mejor de los casos, para un tubo de pasta de dientes. Es así que la lata de leche evaporada que hoy costaba en la calle 120,000 Intis, costará a partir de mañana 330,000 Intis. El kilo de azúcar blanca, que se conseguía a 150,000 Intis, costará a partir de mañana 300,000 Intis. El pan francés que esta tarde costaba 9,000 Intis, costará a partir de mañana 25,000 Intis. Pocas veces en el Perú, o en cualquier parte del mundo, se ha requerido de todos un sacrificio tan grande como el que
  • 10. 19 somos libres, podemos elegir 18 necesita el Perú. Hay que cruzar un periodo corto, de unos pocos meses, en el que antes de estar mejor, nos vamos a sentir peor. Es el precio que tenemos que pagar por lo ocurrido en los últimos años. Cualquier médico nos podría explicar cómo en el fondo la salud estará mejorando aunque al principio nos sintamos peor. El Perú tiene futuro. Que Dios nos ayude”. La noche del 8 de agosto de 1990 el país enmudeció por unos segundos. Si hasta la flores se veían tristes, las calles más oscuras, el destino inasible y más distante que nunca. Una sensación colectiva de angustia y desconcierto teñía lentamente cada imagen, cada palabra. Los padres contrariados devolvían apenas con una mueca torpe la sonrisa de los niños y atravesados por ese hilo de hielo que les estiraba estoicamente la columna solo atinaban a llevarlos a dormir. No era momento para juegos. No era momento para nada. ¿De qué manera imaginar lo que depararía el futuro? Al día siguiente del mensaje a la nación de Juan Carlos Hurtado Miller, el primer ministro de Economía del gobierno de Alberto Fujimori, las calles estaban vacías, los comercios cerrados, no se divisaban buses de transporte público y si alguna tienda tenía las puertas abiertas daba lo mismo porque nadie sabía cuánto cobrar. La gran mayoría se había quedado en sus casas revisando sus libretas de banco, escarbando su sencillo, buscando en la imaginación y en la memoria una alternativa o la posibilidad de una salida. No había manera de distribuir para los gastos ese dinero que, de la noche a la mañana, ya no valía nada. Prácticamente daba lo mismo si traías los bolsillos llenos o vacíos. Pasaron pocas horas para que salieran a la calle padres desesperados con intenciones de saquear los comercios, eludiendo a las patrullas militares que de manera preventiva habían tomado las principales calles. Hubo tres muertos ese día en Lima. El desconcierto era aún mayor porque Fujimori acababa de asumir la presidencia y durante toda su campaña se había opuesto a los “paquetazos”, como había bautizado la prensa a esa política de ajustes económicos severos para combatir la hiperinflación heredada de los gobiernos anteriores. Hasta entonces, el paquetazo más duro –que involucraba siempre un aumento del precio de la gasolina y de los productos básicos– lo había dado Abel Salinas en 1988. El entonces ministro de Economía aprista apelaba a la comprensión del pueblo peruano por la necesidad de hacer esas correcciones draconianas que evitarían mayores problemas económicos en adelante. En su mensaje al país, Salinas anunciaba el descongelamiento de los precios, a excepción de cuarenta productos de la canasta básica familiar. En ese mismo contexto, el gobierno se resistía a admitir que buscaba la renegociación de la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional (FMI), uno de los principales acreedores del país, y los militares negaban sin mucho entusiasmo la posibilidad de un golpe que, valgan verdades, eran la constante en nuestra historia republicana. Por su parte, miembros del grupo terrorista Sendero Luminoso lanzaron bombas en las puertas de los Ministerios de Agricultura y Economía, que dejaron un saldo de cinco heridos de gravedad, mientras las madres de familia marchaban por las calles golpeando sus ollas vacías, intercalándose con las bases sindicales que convocaban a paros nacionales que agravaban el clima político. A mil días del gobierno de Alan García, los más pobres del país pagaban las consecuencias de sus medidas populistas, sustentadas en una profunda ignorancia de los fundamentos económicos y en la ambición de convertirse en un líder continental. Más tarde, motivado por cálculos políticos, el presidente desconocería las negociaciones con el FMI y el paquetazo quedaría solo como una medida aislada. Nuestra economía no rectificaría el rumbo.
  • 11. 21 somos libres, podemos elegir 20 Justamente, durante su campaña de 1990, el candidato Fujimori había descartado de plano medidas de este tipo. Es más, ganó la Presidencia de la República oponiéndose al anunciado shock de su principal rival, el escritor Mario Vargas Llosa. Si bien siempre son muy impopulares, esas correcciones económicas eran totalmente necesarias ante la precaria situación de nuestras finanzas. El Perú era un país paria y a la vista de los entes financieros solo superaba en confianza a la convulsionada Haití en toda la región. La sola devaluación de nuestra moneda da una idea de la situación real de esos días. En febrero de 1985, durante los últimos meses de su gobierno, el arquitecto Belaunde reemplazó la tradicional denominación de nuestra moneda, el Sol de Oro, por el Inti, con el propósito de simplificar las transacciones financieras, pues la devaluación hacía perder cada vez más valor a nuestro papel. El Inti de febrero de ese año equivalía a mil Soles de Oro. Pocos años después, en 1991, el Inti se cambió por el Nuevo Sol, que equivalía a un millón de Intis. Es decir, se borraron nueve ceros de nuestros billetes en seis años. Incluso en 1989, cuando la hiperinflación pasaba por uno de sus picos más altos, se emitieron billetes de un millón y de cinco millones de Intis. Ese año, el sueldo mínimo en el Perú era de 200 millones de Intis. Si bien desde el gobierno militar ya se avizoraba la amenaza inflacionaria, la quiebra de la economía peruana se forjó a fondo en el periodo correspondiente al gobierno aprista, producto del abuso de la maquinita; vale decir, de la emisión inorgánica de moneda por parte del estado que, por definición, lo único que provoca es la pérdida del poder adquisitivo de las personas y la quiebra de cualquier país. En esa época, hasta para pagar una gaseosa tenías que emplear un fajo de billetes. En las reuniones previas al lanzamiento del fujishock de 1990, el gabinete de ministros y funcionarios del ministerio de Economía discutían la mejor manera de modelar el anuncio en “la Bolichera”, como llamaban a la sala de reuniones del piso 9 del MEF. Cuatro de los ministros manifestaron su total desacuerdo: Fernando Sánchez Albavera (Energía y Minas), Gloria Helfer (Educación), Guido Pennano (Industria) y Eduardo Toledo (Transportes y Comunicaciones). No vamos, dijeron. Sin embargo, después de una larga discusión, sorpresivamente Carlos Amat y León (Agricultura) se paró de su asiento y decidió dar la cara: “Gringo, aquí todos estamos contigo. Los que no tienen cojones que no vayan a la televisión. Yo voy contigo”, dijo golpeando la mesa. En ese momento, la mayoría del Consejo dejó de lado las vacilaciones y decidió encarar el anuncio. “La noche del mensaje a la nación no pude dormir y en la mañana me llamó Hurtado Miller para decirme que había una misa en el Callao. Fuimos a la misa ofrecida por el Monseñor Durand y luego de ella nos empezaron a aplaudir. Milagro, pensé. Luego fuimos a almorzar con el Nuncio Apostólico y la iglesia nos dio todo su apoyo. Por eso yo amo a mi Perú. Si este pueblo no hubiera tenido la entereza de aguantar esos ajustes, ahora no estaríamos donde estamos”, recuerda Alfredo Jalilie, funcionario ligado al MEF por más de cuarenta años, que trabajó en el estado con cinco presidentes y es hoy uno de nuestros más experimentados profesionales en finanzas públicas. Sin embargo, tal como había anunciado Hurtado Miller, la sensación colectiva durante las siguientes semanas era de una aplastante y triste agonía. El azúcar y el aceite desaparecieron de las estanterías y la carne y el pollo duplicaron sus precios; dependiendo del destino, los precios de los pasajes nacionales subieron entre cuatro y siete veces –lo que dejó varados por días a miles de viajeros– y el dólar paralelo pegó un salto inusual en las calles, pues todos querían eludir la evidente devaluación con la compra de la moneda norteamericana.
  • 12. 23 somos libres, podemos elegir 22 Si hubo algo que destacar, en ese entonces, fue la terca vocación de los peruanos por aguantar ese shock y su férrea resistencia e imaginación para capear el temporal. Los más pobres se llenaron de coraje, lo mismo que los profesores, obreros y sindicatos, no hubo una sola huelga y el sector empresarial también se la jugó ajustando el cinturón. Con el shock la hiperinflación bajó de 7,600% a 4%, pero la medida hubiera sido insuficiente si no se implementaban otras reformas. En las dos décadas anteriores ya se había probado todo para enderezar la economía nacional pero sin resultados y, una vez más, en algún rincón lejano de la conciencia, una vocecilla repetía que quizá esta vez, con ese nuevo sacrificio, ahora sí, los peruanos le podríamos dar una vuelta de tuerca a nuestras vidas. En esa condición de sobrevivencia, escasez y depresión de las grandes mayorías, todavía nadie era consciente de que, en ese instante, la historia del Perú estaba comenzando a cambiar. LOS CIMIENTOS DE LA ESCUELA Una de las primeras personas que se dio cuenta de que, frente al mundo, el Perú todavía era la mítica Jauja fue don Pedro Beltrán Espantoso. Él era un tipo sobrio, espigado, de perfil aguileño y que se había graduado en el London School of Economics. Su capacidad de trabajo y visión innovadora lo harían ganar muy pronto notoriedad entre los hacendados, llegando a ser elegido en 1930, a los 33 años, como presidente de la Sociedad Nacional Agraria y, más tarde, sería la cabeza visible del Partido Nacional Agrario, grupo que defendería principalmente los intereses de ese sector pero cuya efímera existencia no le permitiría lograr arraigo político. Beltrán estaba convencido de que las ideas modernas que lo habían deslumbrado y que se respiraban al otro lado del mundo debían ser comprendidas por las grandes mayorías y calar en la opinión pública, por ello se embarcó en el proyecto periodístico de La Prensa. Hizo de él un diario de referencia a nivel nacional, proponiendo una agenda liberal, revolucionando el diseño, utilizando las últimas técnicas para la redacción en un medio masivo, separando la parte informativa de la
  • 13. 25 somos libres, podemos elegir 24 opinión –a la usanza del New York Times y el Herald– y denunciando la corrupción. Para cumplir con ese fin, Don Pedro envío a uno de sus socios y amigos a la universidad de San Marcos con la misión de seleccionar un grupo de jóvenes no contaminados, preferentemente de derecho, para que iniciaran ese nuevo camino con el diario. Su colaborador Carlos Rizo Patrón encontró en los grupos radicales de izquierda – que se enfrentaban abiertamente al APRA, entonces considerado un grupo violentista– la materia prima para desarrollar esa nueva línea de pensamiento. La idea era, primero, generar mercado y, luego, crear un órgano de opinión independiente del poder político. Esa selección fue integrada, entre otros, por Alfonso Grados Bertorini, Mario Miglio, Juan Aguirre Roca, Juan Zegarra y Arturo Salazar Larraín quien, a la postre, se convertiría en su hombre de confianza y lo acompañaría en otras aventuras. Con ellos compartió libros e hizo escuela. Don Pedro era un hombre que irradiaba cierto magnetismo, sumamente inteligente y que se describía así mismo como un ‘pata en el suelo’ de Cañete. Solía vestir de manera muy sobria y siempre ternos del mismo corte y color, un serio y sencillo gris. Durante años supo llevar a un grupo de cuatro o cinco jóvenes a su chacra para adentrarlos en el pensamiento moderno que se respiraba en Europa. Si bien se casó con Miriam Kropp, una ciudadana estadounidense, nunca tuvo hijos. Más bien se le recuerda como un trabajador incansable, lúcido y exigente, lo que le valió el respeto de quienes lo llegaron a conocer. “Antes de que devolvieran los diarios, en el segundo gobierno de Belaunde, y ya con más de setenta años, Don Pedro me nombró director de La Prensa y me pidió que reclutara chicos de las universidades; pero ya no abogados, decía, ahora filósofos. Y por ese camino fuimos”, recuerda Salazar Larraín. A finales de 1959 Beltrán juntó en un pequeño comité a los más cercanos de la redacción de La Prensa y les comunicó que el presidente Manuel Prado Ugarteche lo convocaría a Palacio para ofrecerle el Ministerio de Hacienda, el equivalente hoy a Economía. Era un ofrecimiento extraño porque a través de La Prensa le habían hecho una furibunda oposición al gobierno por el aumento de la inflación, la indisciplina en el gasto público y la ignorancia en el manejo económico. “Me dicen que me va a llamar pero yo no quiero ir. Por eso, vamos a hacer un estudio de todas las cosas terribles que hay en el Perú y que deben modificarse sustancialmente. Pongamos las cosas de tal manera que le sea imposible aceptar mis condiciones”. Durante una semana el equipo identificó los problemas más álgidos, propuso medidas radicales para liberalizar la economía, desenterró unos cuantos demonios para los populistas y planteó un programa de reformas muy rápido y agresivo. Don Pedro recibió el documento en un sobre, lo metió en su cartapacio y cuando llegó la hora acudió a la cita sereno y cerrado en sus convicciones. Sin embargo, el recibimiento de Prado lo sorprendió: — Pedro, te he llamado porque tú conoces todas estas cosas de economía y, la verdad, quiero que me ayudes con esa cartera. — Sí, presidente, pero usted debe ser consciente de que yo me vería en la necesidad de hacer un montón de reformas. Mire, ve, aquí le he traído este documento donde explico los cambios que serían indispensables para… — A ver, páseme esos papeles… Prado los recibió y sin titubear los hizo pedacitos frente al rostro atónito del hombre de prensa. Ni siquiera los miró. “Aceptadas”, fue lo único que pronunció como lacónica respuesta.
  • 14. 27 somos libres, podemos elegir 26 —Se imaginan ya qué le iba a decir –contó de regreso en la redacción frente a su grupo de confianza–, me jodió sin mediar más palabras. Durante casi tres años Beltrán fue Ministro de Hacienda y Primer Ministro y, en ese breve lapso, se le dio vuelta a la economía nacional. Simplemente con disciplina y criterio bajó casi de un tiro la inflación. Para cumplir con su función pública se llevó también como secretario personal a Salazar Larraín, quien tenía una oficina contigua, puerta con puerta, y que permanecía abierta para atender la necesidad de redactar cualquier documento. Un día Beltrán traspasó el vano y le comentó con su voz a la vez suave y cavernosa: “Oiga, Arturo, esta semana no hay plata para pagar la quincena”. El Tesoro Público estaba en la ruina. “¿Y qué va a hacer?”. Don Pedro era una persona muy respetada, así que usó ese prestigio para convocar a los dueños de los principales bancos. Eran unas diez personas sentadas en su oficina representando entre otros al Banco de Crédito, al Banco Comercial y hasta al Banco Popular, que era del hermano del Presidente Prado. Salazar Larraín oía, cómplice, a través de la puerta abierta de su oficina. — Los he llamado a ustedes porque estamos en una situación muy difícil. No hay plata ni para pagar esta quincena. Me tienen que apoyar. Al silencio expectante le siguió un insípido murmullo y luego un chacoteo. “No pues Pedro, ya nos estás picando… Acabas de llegar y ya nos vas a saquear...”. Por allí alguien soltó una sonora risotada. — ¡Carajo! ¡Yo no soy póliza de paredón para ninguno de ustedes, carajo! Y si ustedes no me ayudan, yo renuncio y, encima, los denuncio. — No pues, Pedro, no te pongas así. Que no te gane el mal humor. Mira yo te puedo colaborar con esto... — Y yo puedo ofrecer esto más… Y así en esa reunión de emergencia logró recaudar los 86 millones de soles –de aquella época– que hacían falta para superar el bache financiero del país en los siguientes meses. “Apenas se fueron nos pidió a su secretaria, Úrsula Neuebauer, y a mí, que cerráramos la puerta y que no dejásemos entrar a nadie. Dispuso a Úrsula para que escribiera un Decreto Supremo autorizando el encaje al ciento por ciento de las nuevas colocaciones”, recuerda su asistente. Vale decir, los bancos ya no podrían tocar ese dinero. Todos los que prestaron protestaron, le dijeron su vida, pero esa liquidez, utilizada de a poquitos, ayudó a evitar el uso de la maquinita y a impulsar la posterior reducción de la inflación. Cada vez que utilizaba un poco de dinero reducía el encaje. El uso responsable de esos fondos fue acompañado por otras medidas de austeridad que posibilitaron, en pocos meses, darle vuelta a la economía peruana. Luego confesaría que simplemente adaptó la fórmula que utilizó un ministro alemán en una de las crisis de entre guerras. Producto de ese ordenamiento económico y de las medidas adoptadas, en su segundo y tercer año como funcionario de Hacienda logró picos de crecimiento cercanos al 10% del PBI, performance inscrita en los anales de la historia económica del país. En otra oportunidad, el historiador Jorge Basadre llegó a La Prensa solicitando el apoyo de don Pedro para hacerse de una persona de confianza que pudiera ayudarlo con el inventario de la educación, sector del cual era ministro. Convinieron en que Salazar Larraín lo asistiera como parte de sus labores. Basadre había sido asesor de tesis de su nuevo asistente y lo conocía bien. El acuerdo versaba en que Salazar
  • 15. 29 somos libres, podemos elegir 28 Larraín debía llegar más temprano al periódico y, luego, trabajar de once de la mañana a las tres de la tarde en el ministerio. Así lo hizo durante dos años ad honorem. Un día Salazar Larraín recibió un batacazo en un medio de comunicación aduciendo que su nombramiento en el ministerio era irregular, que le pagaban una cifra exorbitante y que, encima, llegaba tarde. Entonces le solicitó a Beltrán que le permitiera responder a través de las páginas de La Prensa. Don Pedro lo calmó y le dijo: “No, no, no, mire usted. Cuando uno entra a la función pública –y de alguna manera ser periodista significa estar en la función pública– le crece la piel un milímetro cada año. No le haga caso. Al final, quieren que usted haga lo que ellos desean y no lo que usted realmente quiere hacer”. Y así pensaba, Beltrán no respondía nada pese a que le decían incendios. “De esa manera se fue creando la imagen monstruosa que sus opositores pintaron de él”, comenta su ex hombre de confianza. En otra oportunidad cuando seleccionaban personal para el remozado La Prensa, en el grupo cercano de los más jóvenes estaba Alejandro Romualdo Valle, estupendo poeta y gran caricaturista, quien firmaba como ‘Xanno’ y que, además, era comunista a ultranza. Entre los jóvenes hubo cierto recelo al proponerlo porque hacía poco había dibujado para una revista nacional una caricatura de Jesucristo crucificado pero con la cara idéntica a la de Don Pedro, y sobre él rezaba la leyenda ‘El Señor de los Mil Agros’. En verdad era genial, y a Beltrán no le importó. Lo consideró un buen caricaturista, eficiente y eso lo convenció. Así ‘Xanno’ trabajó en el diario por muchos años. Otro tema que pinta de cuerpo entero a Don Pedro Beltrán fue su predilección por la innovación y la tecnología. Si el pequeño fundo Montalván que heredó de sus padres había hecho fama por la exportación de melones y por sus extraordinarios índices de productividad, fue en razón de sus experimentos. Pese a la oposición de la mayoría de hacendados de Cañete, él contrató a un brillante genetista, Teodoro Boza Barducci, para que dirigiera la Estación Experimental Agraria de la zona. Beltrán tenía la idea de que cada valle debía tener una estación similar que orientara la producción y el desarrollo agrario. Sucedía que Boza Barducci era aprista inscrito, con carné, y el resto de agricultores estaba seguro de que los iba a sabotear. Pero a él le bastaba con que fuera eficiente. Ya contratado envió al especialista por toda la sierra para que encontrase la variedad de papa que podría pegar mejor en la costa, y así surtir a más bajo costo a la capital. Desde entonces el valle de Cañete es la despensa de papa blanca para Lima. La dedicada investigación, el procedimiento apropiado y riguroso, la máxima calidad fueron siempre el fundamento de su prédica. En una oportunidad, curioso por saber cómo podían elevar la producción de lúcuma por rama, le dio a Boza Barducci un espacio para que hiciera esa investigación. Beltrán contaba que en Estados Unidos la futura demanda de helado de esa fruta era incuantificable y tenía como proyecto crear un nuevo renglón de exportación enviando la fruta deshidratada. “Era una persona muy sistemática, inteligente y perseverante. Nueve años le tomó encontrar la fórmula y logró aislar cuatro árboles hermosos que producían como ninguno”, apunta Salazar Larraín. Pero por esa misma época se produjo la reforma agraria, le expropiaron la hacienda y el diario La Prensa, le destruyeron su casa del Centro de Lima y quienes tomaron posesión de la chacra, de arranque, le tumbaron los cuatro lúcumos que costaron años de esfuerzo. Ante ese embate se tuvo que ir exiliado del país. Pero esa ya es otra historia.
  • 16. 31 somos libres, podemos elegir 30 ESO ES MÚSICA CELESTIAL PARA MIS OÍDOS “Yo no quiero shock, no quiero afectar los bolsillos de la gente”, dijo el presidente electo Alberto Fujimori Fujimori a inicios de junio de 1990, antes de asumir funciones. Entonces Hernando De Soto, presidente del Instituto Libertad y Democracia, muy influyente en el final del gobierno de García con su teoría de la titulación de predios para que los más pobres pudieran acceder al capital, le pidió al representante del Fondo Monetario Internacional (FMI) que le hablara al presidente con la pura verdad. “No hay otra forma que el shock, hay que hacer las cosas rápido. Eso han hecho todos los países que han tenido éxito bajando la inflación”, le repitieron. Como Fujimori no estaba convencido, De Soto le ofreció hacer una cita simultánea con el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Nueva York. Esa reunión sería intermediada por su hermano Álvaro, que en ese entonces era Sub Secretario de la Organización de las Naciones Unidas, liderada por otro peruano, el embajador Javier Pérez de Cuéllar. Este último convocaría finalmente a los representantes de estas entidades financieras. La idea era que emitieran opinión sobre los planes presentados por el equipo económico de campaña, bautizados como los siete samuráis, y el que presentaría De Soto en base a un memorándum de tres páginas elaborado por Carlos Rodríguez Pastor, abogado especialista en temas financieros, que se había desempeñado como gerente general del Banco Central de Reserva en el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaunde y como ministro de Economía durante el segundo. El 30 de junio de 1990, convocados por Pérez de Cuéllar, el electo presidente Fujimori se reunió con los representantes de cada institución financiera en Nueva York. El primer plan económico, de tendencia socialista, fue presentado por Adolfo Figueroa. Antes de esa cita, De Soto les había adelantado a algunos de los representantes de los bancos con qué se iban a encontrar en dicha reunión. “En ese momento, el objetivo era romper las dudas de Fujimori, quien tenía idea de la situación del país pero no sabía muy bien lo que ocurría”, afirma el propio De Soto. Entonces, la deuda pública peruana estaba concentrada en estos entes financieros. Solo si el Perú llegaba a un compromiso con los bancos acreedores podría asomar una luz de esperanza dentro de un cuadro económico que hacía rato se anunciaba fúnebre. Fujimori presentó los dos programas. El de los siete samuráis fue primero y no despertó comentarios, más bien fue seguido por un enrarecido silencio. Inmediatamente siguió la presentación de Carlos Rodríguez Pastor y, apenas finalizado, el entonces Director Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, el francés Michel Camdessus, profirió una frase que resonaría por semanas e inclinaría definitivamente la balanza: “Esa es música celestial para mis oídos”. Esa misma noche Fujimori concedió una entrevista al New York Times que tituló en su primera página del 1 de julio de 1990: “Nuevo líder peruano logra un acuerdo con el FMI”. Presos todavía del desconcierto, casi ningún
  • 17. 33 somos libres, podemos elegir 32 periódico o medio nacional rebotaría la noticia. Fue en ese momento que el electo presidente empezó a comprender cuál era la única salida para el país, gracias al aval de la banca de desarrollo que sentó las bases para su cambio de rumbo. En los siguientes días Fujimori le propondría a De Soto el Premierato y este declinaría para ser simplemente su asesor personal, función que mantendría por dos años. Como muestra de su buena voluntad, el FMI y el Banco Mundial le ofrecieron al Perú asesoramiento técnico para impulsar las reformas. Pero uno de los primeros problemas era quién iba a dar la cara ante al país para implementar esos drásticos cambios. Desde que se empezaron a lanzar propuestas, el presidente electo pondría una sola condición: “Cualquiera, siempre y cuando no haya estado con Vargas Llosa. Sino él se pasará el resto de la vida diciendo que fue su plan”. La primera sugerencia del grupo como candidato para Ministro de Economía fue Luis Valdivieso, pero al presidente no le gustaba porque, en su concepto, no tenía manejo político. El segundo fue Óscar Espinosa y, el tercero, Carlos Boloña. En cualquier caso, con un plan muy diferente al que su equipo le había preparado durante la campaña, Fujimori necesitaba un grupo renovado, alineado y consistente que implementara las nuevas reformas desde cero. Pero la elección del líder de la cartera de Economía no sería más que el primer ladrillo de una superestructura sobre la que se sostendría el futuro económico del país. EL IMPULSO DEL PENSAMIENTO EMPRESARIAL El 29 de agosto de 1975, siendo premier, ministro de Guerra y Comandante General del Ejército, Francisco Morales Bermúdez lideró un golpe de estado en Tacna para dar inicio a la “segunda fase del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas”, y al día siguiente se autoproclamó presidente. Su predecesor, el general Juan Velasco Alvarado venía ya con la salud resquebrajada y se retiró sin oponer resistencia a su casa de Chaclacayo. Podría decirse que el mayor mérito del gobierno de Morales Bermúdez fue delinear el camino de la dictadura hacia la democracia, pues durante su mandato los problemas del Perú estuvieron lejos de desaparecer. La economía siguió mangoneada por el estado, las decisiones eran tomadas por generales inexpertos en prácticamente todos los temas, continuaba la política de subvenciones y los monopolios centralizaban la comercialización y distribución de la mayoría de productos hacia adentro y afuera del país. Luis Barúa fue el primer ministro civil desde el golpe de Velasco, lo que evidenciaba las intenciones de Morales Bermúdez de simbolizar un tiempo de cambios que, de hecho, se produjeron en la conducción
  • 18. 35 somos libres, podemos elegir 34 económica del país. El presidente encontró una buena contraparte en un grupo de técnicos que lideraban el BCR, entre ellos Manuel Moreyra, Claudio Herzka y Alonso Polar. Sin embargo, la presencia de Barúa en un gabinete casi íntegramente compuesto por militares y la mentalidad estatista arraigada en la mayoría hicieron naufragar durante casi dos años los arrestos reformistas del economista. Quizá el mayor logro de Barúa fue romper con el protocolo de los Consejos de Ministros. En aquellas épocas los ministros de todos los sectores eran generales, como si los ministerios fueran un nuevo escalafón. A la usanza castrense, según recuerda el economista y fundador del Grupo Apoyo, Felipe Ortiz de Zevallos, en cada consejo hablaban primero los generales de más alta gradación y así en orden hacia abajo, sea cual fuere el tema. Por eso a Barúa, por más que fuera el responsable de la cartera de Economía, le tocaba siempre al final. Al cabo de unas cuantas sesiones, se dio cuenta de que el gabinete solo escuchaba a los cuatro o cinco primeros, que luego no importaba un ápice lo que se dijera y que, si se guardaba para el final sus temas, solo sería capaz de arrancar bostezos. En una oportunidad tomó impulso y exigió rudamente que cuando hubiera urgencia de tratar temas económicos éstos se expusieran primero, porque de esas decisiones dependía el presupuesto de cada una de sus carteras y que, más importante todavía, la situación de la deuda externa, de la inflación y, en suma, de la economía del país estaba lejos de ser la ideal. Un par de años más tarde, en mayo de 1977, asumiría la cartera de Economía el empresario Walter Piazza Tangüis, ingeniero electrónico con maestría en el Masachussets Institute of Tecnology (MIT) y exitoso empresario en el ramo de la construcción y la informática. En 1969 había sufrido la expropiación de la hacienda Urrutia por la Reforma Agraria, pues “no pudo demostrar una conducción directa” de las tierras que había heredado de su abuelo materno, el famoso algodonero don Fermín Tangüis. Tres años después, cuando dirigía Industrial Propesca, el sector pesquero fue expropiado, recibiendo él una nueva estocada. Entonces llegó a la convicción de que era necesario desarrollar el pensamiento y la educación empresarial en el Perú y, en lo que pudo, alentó la consolidación del Instituto Peruano de Administración de Empresas (IPAE). De hecho, cuando fue convocado por el gobierno, Piazza no tenía experiencia política y condicionó su participación a que se hiciera una serie de reformas que, para empezar, priorizaban la reducción de la inflación, que el gobierno asumiera la responsabilidad de la reacción social por el ajuste y que se incrementara el número de civiles en el gabinete. Según contaría Piazza años más tarde, aceptó también porque Morales Bermúdez le pidió ese esfuerzo para devolver al Perú a la senda de la democracia. Eso terminó de animarlo. Apenas recibió la llamada de Palacio ofreciéndole la cartera convocó en su casa a varios amigos, entre los que se encontraban el abogado Félix Navarro Grau y un funcionario de su consultora, Felipe Ortiz de Zevallos. A ellos se sumaría luego Jorge Camet Dickman, quien completaría la plana de asesores durante su ejercicio como ministro. Una vez en el despacho, Piazza fue consciente de que la situación económica del país era mucho más grave de lo que suponía. En 1976 la inflación se había desbocado a un 47% y ya hacía sentir sus efectos nocivos en la población. En cuatro años la deuda externa había duplicado su tamaño a 7,384 millones de dólares y era claro que el país perdía confianza en el exterior por sus problemas para honrarla. Ya casi no entraban divisas. Por ello pidió a Morales Bermúdez reunirse de inmediato con la Junta de Gobierno, conformada por el propio presidente y los generales a cargo de cada una de las armas que, a la
  • 19. 37 somos libres, podemos elegir 36 sazón, tenía más poder que el propio gabinete. En doce días había elaborado con su equipo un Programa de Emergencia para atacar los problemas más apremiantes en el corto plazo. Contra todo pronóstico, el agresivo programa liberal que presentó Piazza tuvo la aceptación de la Junta Militar y también del Consejo de Ministros, aunque lo obligaron a incrementar un poco más los sueldos como medida social para equilibrar los recortes. En su discurso del 10 de junio, propalado por la radio y la televisión controlada por el gobierno, identificó cuatro problemas financieros y cuatro estructurales. Entre los primeros estaban: 1. Inflación: incremento compulsivo en el nivel de precios. 2. Déficit: diferencia negativa entre el nivel de ingresos y egresos del país. 3. Falta de liquidez de los privados: los créditos estaban restringidos. 4. Déficit en la balanza de pagos: la deuda externa llegaba al 40% de nuestras exportaciones. Entre los problemas económicos estructurales citó el riesgo de estancamiento en el crecimiento, la carencia de ahorro interno –él proponía que llegara al 25% del PBI, cuando estaba por el 10%–, el hecho de que se planificaran las cosas sin ningún orden de prioridad y el enorme crecimiento del aparato estatal. En ese sentido, el querer abarcar todo había reducido la eficiencia y la productividad del estado. Después de este esfuerzo pedagógico, Piazza expuso su receta: 1. Reducir los gastos del gobierno. 2. Eliminar las pérdidas de Petroperú. 3. Reducir los gastos militares en armas. 4. No hacer cambios bruscos en la tasa de cambio. 5. Compensar la capacidad adquisitiva de la población. 6. Pedir un préstamo de 250 millones de dólares, en condiciones favorables, para equilibrar la balanza de pagos. El empresario era consciente del impacto que traería en la población el recorte de los gastos del Estado y su propuesta de elevar el entonces subvencionado precio de la gasolina, en 40%, para reducir las pérdidas de Petroperú. Inmediatamente subirían el precio de los alimentos y del transporte, poco a poco todo lo demás. Pero no había otra salida técnica. También mencionó que como complemento de estas medidas debía aprobarse un programa de estímulo para el desarrollo de la empresa privada con el propósito de ‘desestatizar’ la economía. “Piazza había llegado con un cúmulo de reformas liberales que incluían un componente ineludible, que era la reducción en las compras militares y de armas”, comenta Felipe Ortiz de Zevallos. Sin embargo, los militares fueron inflexibles y adujeron que en defensa de la soberanía nacional era su deber seguir comprando armamento, por lo que se opusieron rotundamente. La situación era muy tensa al interior del Consejo de Ministros, tan es así que el ministro de Economía quiso poner contra la pared a Morales Bermúdez diciéndole que él necesitaba un ministro de Economía que estuviera de acuerdo con su gabinete o un gabinete que estuviera de acuerdo con su ministro de Economía pues, de otra manera, no iban a funcionar las cosas. Los primeros en criticar las medidas fueron las revistas Caretas –que defendía la necesidad de un alza de sueldos, la ampliación de créditos de la banca estatal y el congelamiento del dólar– y Oiga, que acusaba a Piazza de “empresario”, haciendo eco de las voces radicales y contribuyendo a la devaluación de la imagen de la actividad empresarial en general. Pero
  • 20. 39 somos libres, podemos elegir 38 lo insólito fue que el mismo día de la publicación de las reformas en el diario El Peruano, contraviniendo las medidas de austeridad, el Seguro Social contrató a centenares de nuevos trabajadores y el Ministerio de Salud nombró, ascendió y convino aumentos de sueldo para varios funcionarios públicos, boicoteando la implementación del programa. De allí siguieron las protestas como la suspensión de clases escolares en Puno, paros y huelgas en distintas ciudades del país y se le rebautizó a Piazza como “representante directo de las trasnacionales”. Ante la convulsión social, el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), propulsor del modelo militar, citó a Piazza para preguntarle que haría su despacho si su programa de emergencia fuera revisado o anulado por consideraciones políticas y sociales, como había pasado con otros en el pasado: “Haría un flaco servicio a mi país si avalara una mediatización o anulación de las medidas propuestas por razones políticas. En ese caso, prefiero que alguien venga y me reemplace”, respondió, según recuerda el analista José Luis Sardón en una publicación que compila su breve periodo en la cartera. En ese momento, Piazza sabía que estaba echando sus últimas cartas. Después de su temprana renuncia, a cincuenta días de haber asumido el cargo, la situación económica se agravó por el desorden y las medidas populistas de su sucesor, el general Alcibiades Sáenz. Un día cualquiera, en un consejo de política monetaria con el general Sáenz, también recordado como ‘Caballococha’, se le informaba al nuevo ministro sobre los graves problemas que había experimentado el sector agrario en la última campaña. Acompañaba la reunión su viceministro, Dick Alcántara, y en la sesión se informaba, en rigor, que ese año había sido muy malo, principalmente por la sequía. Alfredo Jalilie, quien estaba allí presente, cuenta que finalizado el informe y dando muestra de una genuina preocupación por el tema, Sáenz se inclinó sobre la mesa y exigió con autoridad: “Dick, anota. Eso de la sequía lo tenemos que coordinar para que no vuelva a suceder”. En otra oportunidad, recuerda Felipe Ortiz de Zevallos que, cuando se estaba produciendo la transferencia de la cartera entre ambos equipos económicos, los que dejaban el ministerio debían informar a los que entraban sobre las enormes exigencias que tenía nuestra economía por delante, principalmente por el endeudamiento externo y por el efecto de la inflación, ya que el país estaba a un paso de verse imposibilitado de pagar la deuda externa. Luego de una larga jornada en la que Sáenz participaba quieto y con una mirada inescrutable, incapaces de descifrar si quedaba clara la gravedad de la situación, el equipo de Piazza le preguntó si tenía alguna pregunta. “Sí, dos”, dijo ‘Caballocoha’. “Dónde queda el baño y, segundo, a qué hora se acaba esta reunión”. Ahora Ortiz de Zevallos lo recuerda risueño como una anécdota, pero entonces la incertidumbre sobre el futuro del país seguía creciendo incontenible. De haber ejecutado el Programa de Emergencia de Piazza, lo más probable es que la economía peruana se hubiera protegido de ese populismo histérico en el que cayó desde 1962 y que terminó abruptamente con el traumático fujishock en 1990. De haber sido firmes en la implementación de las medidas propuestas por Piazza, es probable que el Perú no hubiera padecido la hiperinflación de los años ochenta. Por eso, a esa valiente gestión de apenas cincuenta días solo queda recordarla como otra de las grandes oportunidades frustradas del Perú.
  • 21. 41 somos libres, podemos elegir 40 EL ‘CAMBIO DE CHIP’ La consolidación de los cambios en el pensamiento de Alberto Fujimori se empezaron a gestar durante la segunda quincena de junio de 1990, producto de las visitas que programaron Hernando de Soto y Carlos Rodríguez Pastor a distintos representantes del gobierno norteamericano, a miembros de las Naciones Unidas y a los funcionaros de la banca de desarrollo, léase Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo y Fondo Monetario Internacional. Siendo presidente electo, no se disponía de fondos para realizar ese viaje y ni siquiera se contaba con seguridad; sin embargo, Fujimori insistió en que lo acompañara su hermana Rosa. Y así fue. Para facilitar la logística se consiguió un hotel frente al edificio de las Naciones Unidas, donde habitualmente se alojan los embajadores, y en el que el presidente electo ocupó la suite presidencial. Un día antes de iniciar la ronda de reuniones, Fujimori le pidió a De Soto que lo visitara en su habitación. — Mire, me ha venido a visitar hace un momento el gerente del hotel y yo le pregunté cuánto valía toda esta manzana. Me comentó que unos 800 millones de dólares. Usted tiene muchas conexiones con los norteamericanos y ya me ha metido en esto. Dígales que no sean apretados, pues. Solo tienen que vender tres manzanas como ésta y los problemas del Perú desaparecen. Cuando De Soto terminó de oírlo se sintió absolutamente deprimido y pensó, ‘Dios mío, en qué estamos metidos’. Bajó tristísimo a contarle a su esposa lo que había sucedido y minutos más tarde decidió llamarlo de nuevo para subir a su habitación. — Estoy probando mis alimentos. Si no tiene problema, conversamos mientras tomo mis alimentos, contestó el presidente. — Señor presidente, le voy a contar por qué este es un gran país. El presidente Bush no puede vender ni ésta ni las demás manzanas. No le pertenecen. De lo que se trata ahora es que no hay confianza en el Perú. El día en que haya confianza en el Perú, entonces usted verá que la gente invertirá. Cuando salió de la habitación De Soto aún seguía preocupado, así que llamó a Rodríguez Pastor para decirle que esa noche tenían tarea. Él segundo lo resolvió de una manera muy simple y con un ejemplo más tangible. — Señor Presidente, los contratos peruanos no valen nada. Si el primero de julio anunciamos las medidas que vamos a tomar, usted verá cómo se revaloriza el país y nos devuelven parte de la confianza. Y así sucedió. Nuevos visos de confianza arropaban el futuro próximo del país con el anuncio y la noticia publicada en la primera
  • 22. 43 somos libres, podemos elegir 42 página del New York Times. Sorprendido por el efecto inmediato, Fujimori le pidió a Rodríguez Pastor que le ensayara una explicación. — Mire, señor presidente, yo no soy un intelectual, soy un banquero muy práctico. Hay una cosa que se llama círculo virtuoso y, otra, que se llama circulo vicioso. Por el momento estamos en un círculo vicioso. El día que usted aguante la inflación y la gente sepa que el gobierno no va a gastar lo que no tiene así se pase hambre, así estén haciendo salvajadas en el interior, si aún así usted no gasta, ese día el Perú sale adelante. Para De Soto, el candidato ideal para el Ministerio de Economía era Luis Valdivieso, hijo del recordado ‘Mago’, extraordinario arquero de Alianza Lima y de la selección peruana en el primer mundial de Uruguay. Valdivieso había sido siempre una persona muy sólida y de probadas credenciales. Cuando Fujimori le hizo las preguntas habituales que le hacía a los candidatos, el economista tomó la imagen que ya había esbozado Rodríguez Pastor. — ¿Y que haría usted si hay necesidad de un gasto adicional? — Señor presidente, yo me siento sobre la caja fuerte y no le tolero a usted ni un dólar más. — Ah, interesante. Muchas gracias. Cuando salió Valdivieso, Fujimori le preguntó a De Soto qué le había parecido, y este le respondió que fantástico, que ese señor aseguraba una férrea disciplina, que de ninguna manera se iba a levantar de la caja. — Ese es el problema –dijo el presidente–, no es suficientemente político. ¡El siguiente! Dos meses después de esa visita a Nueva York, Fujimori había asimilado completamente la lección. Entonces ya tenía la intuición de que la raíz del problema estaba en la propiedad del Estado y la clave de la solución en la inversión privada; que no había que gastar por gusto y sabía –más claramente que muchos especialistas– cuál era el camino para solucionar el tema de la cuantiosa deuda pública del Perú.
  • 23. 45 somos libres, podemos elegir 44 EL ESTADO ACAPARADOR Al final del gobierno de Morales Bermúdez, tras el desastre de la gestión del general Alcibiades Sáenz, hubo un intento de liberalización que funcionó hasta cierto punto y que fue liderado por el entonces ministro de Economía Javier Silva Ruete, gestión que también se vio beneficiada por un alza espectacular en el precio de los metales. En un salto sin precedentes, el precio internacional de la plata pasó de tres a cuarenta dólares la onza, lo que le permitió al Perú recuperar cierta estabilidad en su ansiada vuelta a la democracia. Una de las medidas de Silva Ruete consistió en la desaparición del Registro Nacional de Manufacturas (RNM) que, desde 1971, en un absurdo afán proteccionista, permitía a cualquier empresa nacional inscribir un producto ante el Ministerio de Industria y Comercio y así bloquear la importación de otro similar. Además del RNM se creó otra Lista de Importaciones Prohibidas que, junto con las primeras, sumaban alrededor del 40% de partidas arancelarias. Vale decir, los productos industriales más atractivos para hacer negocios en el Perú estaban prácticamente prohibidos de entrar al país. A contracorriente, se implementaron diversas Licencias de Importaciones, especialmente para insumos del sector agrícola; luego se abrió el espectro a alguna maquinaria minera y más tarde rebajas arancelarias a partidas de distintos sectores. Lo cierto es que cinco años después no existía una lista consolidada de estas restricciones, lo que provocó también una superposición de normas, de prohibiciones y de atribuciones para conceder licencias, las mismas que eran otorgadas por oficinas públicas de sectores y niveles diferentes, creando un caldo de cultivo ideal para la corrupción y haciendo casi imposible el control de los órganos pertinentes. Así las cosas, lo único que lograron estas restricciones proteccionistas fue un significativo retraso de la industria nacional. Para tener una idea, producto de los aranceles para los artefactos importados, una buena licuadora llegó a costar el equivalente a 750 dólares. Como consecuencia, durante varios lustros, los peruanos nos conformamos con utilizar las mismas marcas desde los comestibles hasta la ropa, desde los juguetes hasta las refrigeradoras, desde las zapatillas hasta los taladros. No teníamos alternativas porque el mercado era restringido, se producían productos únicos y nosotros casi no teníamos la posibilidad de elegir. Los zapatos eran Bata, las pelotas Viniball, los calzones Mochita, la leche ENCI, el jabón Bolívar, las galletas Field, los helados D’onofrio, el panetón Motta, los uniformes Polystel, y así en casi todas las categorías. Pero, por si fuera poco, a partir del gobierno de Velasco, el estado se apropió de las llamadas industrias estratégicas como el acero, la química básica, todos los servicios públicos –la generación y distribución de energía, la telefonía, el agua potable– y, de a pocos, se fueron sumando mediante expropiaciones las empresas mineras, pesqueras, petroleras y de transporte. Incluso se crearon más tarde empresas
  • 24. 47 somos libres, podemos elegir 46 que monopolizaron la importación de insumos y la exportación de productos. “Uno de mis primeros encargos en el estado hizo que me involucrara con ENCI (Empresa Nacional de Comercialización de Insumos), que manejaba casi el 40% de las importaciones peruanas, para hacer un trabajo silencioso y de choque con los políticos de turno. Lo que nos tocó fue desmantelar todo ese aparato de control”, anota Mayu Hume, viceministra de Comercio durante el segundo mandato de Belaunde. Así como ENCI (1971), se habían creado también otras empresas que monopolizaban la importación de insumos y comercialización de productos en los distintos sectores; por ejemplo, la Empresa comercializadora de harina y aceite de pescado (EPCHAP) en 1970; la Empresa Comercializadora de Minerales (MINPECO) en 1974, a través de la que se vendía todo el mineral peruano; Petróleos del Perú o Petroperú en 1969; la empresa siderúrgica SIDERPERU en 1969; la Empresa pública de servicios agropecuarios y pesqueros (EPSAP) en 1969, que se dividiría en dos en 1970: EPSA para la parte agropecuaria y EPSEP para la de pesca y otras más. En 1975, todas estas empresas públicas controlaban el 50% del total de importaciones y el 85% del total de las exportaciones del país. Con el tremendo peso de las empresas públicas en la economía nacional, el gobierno no pudo distraer su apetito de controlar también los precios de los alimentos básicos como el arroz, el trigo, la carne y los productos lácteos, propiciando distorsiones y subvencionándolos posteriormente. A la par se crearon reglas prohibitivas y diferentes para la inversión extranjera y se bosquejaron nuevas formas de propiedad en la industria y en la agricultura, basadas en el supuesto de que la participación de los obreros en las decisiones y utilidades de las empresas terminarían con la pobreza. Antes del retorno al sistema democrático en 1980 el gobierno militar convocó a elecciones libres para conformar una Asamblea Constituyente y establecer mediante una Carta Magna un nuevo pacto ciudadano. Producto de esa elección, la primera mayoría le correspondió al Apra, bajo el liderazgo de su fundador histórico, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien presidiría la asamblea. En ese horizonte democrático la economía seguía desplomándose. La inflación de 1978 fue de 75% y la del 1979 bajó levemente a 67%; sin embargo, seguía siendo muy alta, pues se estima más controlable si se ubica por debajo del 4%. Una de las falencias claves de esa Constitución en el tema económico es que fue elaborada antes de la caída del muro de Berlín y que, en dos de sus terceras partes, contenía los mismos conceptos de la anterior, elaborada para una realidad de cinco décadas atrás (1933), sin considerar un contexto económico y un futuro que ya suponía cambios acelerados a nivel global. Incluso, esa carta dejaba espacios claros para la limitación del derecho de la propiedad privada y, del mismo modo, alentaba la participación empresarial del estado de manera principal e irrestricta, como era entonces el pensamiento del Apra y de las fuerzas de izquierda en el país.
  • 25. 49 somos libres, podemos elegir 48 BUSCANDO A QUIEN DIERA LA CARA Como si se hubieran puesto de acuerdo, consultados por el equipo de Fujimori, todos los candidatos al Ministerio de Economía argumentaron que necesitaban llegar, al menos, con un pequeño equipo. Esa respuesta era lógica porque, entonces, el presidente electo seguía siendo una incógnita, nadie sabía quién era o qué cosa iba a hacer. De pronto, un día el mismo Fujimori sacó una sugerencia de debajo de la manga: Juan Carlos Hurtado Miller. Hurtado había sido su compañero de la universidad y uno de los pocos representantes de Acción Popular al que el Fredemo no había tomado en cuenta; es decir, se había quedado sin casa política. “Él es perfecto –subrayó el propio Fujimori–, va a hacer lo que nosotros le digamos porque no tiene adonde ir”, remató. Después de la traumática derrota del Fredemo hubo en sus filas un desconcierto generalizado, especialmente en Lima, tan es así que Belaunde les había ordenado a los acciopopulistas que nadie fuera a saludar al presidente electo. “Yo tuve que increparlo en un coctel porque en un momento dijo airadamente que no podíamos permitir que un japonés fuera presidente del Perú. Estaba furioso. Entonces yo le pregunté directamente si estaba sugiriendo que debía haber un golpe militar”, recuerda Felipe Ortiz de Zevallos. Por entonces, Hurtado Miller –integrante del grupo de los ‘violeteros’ de Acción Popular, conformado por los parientes y los más allegados a la esposa del ex presidente Belaunde, Violeta Correa– había estado en Buenos Aires y se había presentado en Lima con la intención de saludar a su recientemente electo ex compañero de la universidad. Lo llamó a sabiendas de la prohibición del líder de su partido. Cuando se comunicó con el presidente electo le dijo que él se acercaría a saludarlo y que lo haría con un fotógrafo para que fuera evidente el desacato. “En esa conversación Fujimori le comentó a Hurtado Miller que llegaba de Japón y que debía implementar el programa propuesto por Rodríguez Pastor durante la gira. Yo creo que, hasta ese momento, para el flamante presidente el tema de las reformas y de la promoción de las inversiones privadas era una manera de resolver un problema de corto plazo”, concluye el propio Ortiz de Zevallos, y no la salida al terrible entrampamiento político y económico en el que estaba anclado el país.
  • 26. 51 somos libres, podemos elegir 50 LA MALDITA RECETA DEL POPULISMO Tras una Asamblea Constituyente, el Perú retomó el rumbo de la democracia en 1980 y se hizo evidente el fracaso real y simbólico del gobierno militar en su aventura revolucionaria, pues el arquitecto Fernando Belaunde –a quien Velasco había defenestrado del poder– fue electo con un respaldo del 45% de los votantes. Ese retorno triunfal significó también el regreso de Manuel Ulloa a la cartera de Economía quien, después de haber sido deportado en el 68, juntó a un joven y dinámico equipo en el MEF. Mientras Belaunde escribía su discurso para la asunción de mando en la casa de su correligionario Carlos Tizón; Mayu Hume, Pepe Valderrama y Roberto Abusada, entre otros, se trasladaron a Paracas para afinar el plan económico junto con el seductor economista. Entre las medidas previstas en ese plan figuraban el fin de la reforma agraria, la liberalización de precios, la venta de 172 empresas del Estado y un paquete de normas para abrir nuevamente la economía peruana al mundo. Para ello, antes de que se realizara la transferencia de gobierno, Ulloa le había pedido a su antecesor, Javier Silva Ruete, que traspasara Comercio Exterior de la cartera de Industria a la de Economía, pues veía inadmisible que la relación comercial del país con el exterior estuviera en manos de empresarios que todavía ostentaban ideas proteccionistas. Del mismo modo, Aduanas también pasó a Comercio con el propósito de convertirla en un ente facilitador y no en uno con funciones de recaudación, vale decir, controlista. En ese tiempo, muchos de los empresarios se habían acostumbrado a pedirle al estado un ‘arancel altísimo’ para que así se hiciera más difícil la importación de productos similares a los suyos y ‘arancel cero’ en los insumos para producir barato. “No había ningún sentido de solidaridad. Entonces se inició un proceso de reconversión industrial, que fue la base de una industria más competitiva como la actual. Los empresarios no se daban cuenta de que a mayor protección, a menos competencia, había menos posibilidades de exportar”, recuerda Mayu Hume, quien fuera viceministra de Comercio en el MEFC de Ulloa. El plan del entusiasta equipo económico se elaboró muy rápido, pues recuperaba los principios de los intentos precedentes de liberalización, pero sufrió un serio revés cuando se lo presentaron al presidente Belaunde: “Lo que pasa es que Orrego se va a presentar a las elecciones municipales en noviembre y no hay que mover mucho las cosas”. Nuevamente primó el cálculo político, el populismo electorero y el Perú perdió la oportunidad de implementar las reformas diez años antes del fujishock. Sin embargo, el equipo económico siguió avanzando en la medida de sus posibilidades. Manuel Ulloa era un político ducho, muy inteligente y solía caer siempre bien parado. Pero en el día a día tenía una seguidilla de frases que eran incomprensibles como “sí, no, mira, claro, adelante. Nunca sabías si estaba de acuerdo con un tema crítico; te alentaba, pero de hecho si las cosas no funcionaban siempre iba a ser tu culpa”, recuerda
  • 27. 53 somos libres, podemos elegir 52 el ahora analista Roberto Abusada. El clima político estaba tan agitado que nadie quiso ir al CADE, así que Abusada mismo se ofreció a representar al estado en esa cita. Un par de años antes, contratado por el Banco Mundial, había hecho un ronda con los empresarios para sensibilizarlos en torno a la liberalización de la economía. “Hice la ponencia y Ulloa tomó un avión que aterrizó en el Hotel Las Dunas. Cuando llegó respaldó ante el empresariado todo lo que dije”, recuerda. Pero al día siguiente, los periódicos salieron con titulares del tipo “Enemigo de la producción” , “El nuevo Esparza Zañartu”… Era la época en la que bastaba un ‘periodicazo’ para tumbar a un funcionario. Pero más allá de lo que publicaran los medios, las pugnas internas dentro de Acción Popular ya eran entonces muy intensas. Tanto como un buen líder, Ulloa era una persona veleidosa, amante de la noche y de las mujeres y, además, tan necesario como incontrolable para el propio presidente. Quizá por ello era odiado por Violeta Correa, la esposa de Belaunde. El ministro fue mandado a seguir por las noches, la prensa se deleitó con sus aventuras, avivó su leyenda y, al final, precipitaron su caída. Ante el escarnio público lo sucedió en la cartera Carlos Rodríguez Pastor Mendoza, quien apenas asumió tuvo que afrontar un momento muy difícil, un punto de quiebre traumático para el país y que llegó de la forma más inesperada. No fue la oposición de las fuerzas políticas rivales, ni la presión de los empresarios proteccionistas, tampoco la influencia de las fuerzas contrarias dentro del propio Palacio de Gobierno sino que, en el verano de 1983, el entonces desconocido Fenómeno del Niño trajo consigo una catástrofe en la forma de temporales, muerte y destrucción. Producto de los huaycos, inundaciones y sequías se echó a perder más del 60% de las cosechas de plátano, camote, pasto, yuca y hortalizas en la costa norte; se destruyeron cerca de 20,000 casas y cuantiosas redes de agua potable y alcantarillado, incrementándose en un rango sin precedentes las atenciones en salud por enfermedades como la diarrea, el paludismo y otras de las vías respiratorias. Del mismo modo se bloquearon las carreteras por los derrumbes de pistas y puentes provocados por los huaycos y las crecidas de los ríos, elevándose así los precios de los alimentos. La sequía fue el punto contrastante en la zona sur, afectando a Puno e influyendo negativamente en la producción agrícola y ganadera de Cuzco, Arequipa, Ayacucho y Apurímac; sumado a que el influjo de las aguas cálidas hasta el sur de Lima precipitó la huida de nuestra fauna marina más hacia Chile, especialmente de especies como el lenguado, tollo, róbalo o langostinos, cayendo la producción del sector pesquero en un 65%. Esa debacle ambiental significó la reducción del PBI nacional en 12,5%, según los cálculos conservadores de esa época. “Ese quinquenio fue como estar en un bote artesanal pequeño, en medio del océano y bajo una tormenta enorme. En esas circunstancias uno hace de todo para no voltearse. Así fue el manejo económico. Los problemas empezaron a finales del 82, con el colapso de México y la crisis de la deuda externa y cuando, en el verano de 1983, sobrevino el tema del Fenómeno del Niño, ya todo fue desastroso”, recuerda Richard Webb, quien fuera presidente del Banco Central de Reserva durante el periodo 1980–85. Si bien la economía peruana se había estabilizado con el alza en el precio de la plata a fines de los setenta, nos azotó de rebote la crisis financiera mexicana en la región y el Perú se arruinó nuevamente. La población entrada en pánico le exigió respuestas al gobierno y Belaunde reaccionó, a la usanza de nuestros políticos, con más populismo. Abusada recuerda que en su juventud, ante la necesidad de controlar los gastos y las advertencias para implementar un manejo
  • 28. 55 somos libres, podemos elegir 54 disciplinado de la economía, se quedaba pasmado y sin palabras frente a las respuestas del experimentado presidente acciopopulista a su equipo económico: — Señor presidente, estamos gastando 4% del Producto Nacional Bruto en las empresas eléctricas. — No hay problema, estamos cambiando débiles soles por poderosos kilovatios. — Señor presidente, no tenemos dinero para hacer Charcani IV. — ¿Usted sabe lo que es un wáter? El wáter tiene esta parte de aquí abajo y esta otra de aquí arriba, y allí solo falta el tanque, ¿cómo no lo vamos a hacer? — Señor presidente, el proyecto Majes es muy caro, nos costaría mil millones de dólares. — ¿Cuánto va a producir al año?, repreguntaba. — No sé, unos cien millones a lo sumo. — Entonces, ¡¿cuánto es cien, más cien, más cien, más cien…?! ¿Así no llega usted a mil? Belaunde era una buena persona, un tipo honesto, un soñador total, pero también un irresponsable en el manejo económico. Más allá de la devolución de los medios de comunicación a sus legítimos dueños –que habían sido expropiados en 1974 por Velasco– no hubo avances en el desmontaje del sistema productivo del país. Las empresas públicas siguieron subvencionadas, con tecnología obsoleta y gestiones ineficientes. Tampoco se terminaron de erradicar aquellas restricciones que limitaban la conexión comercial del Perú con el resto del mundo para que, de esa manera, fuera posible propiciar una mejora en la economía del hogar, en la calidad de los productos y en el precio de los alimentos. “El tema central es el consumidor. Y todos los sobrecostos de los alimentos importados, que llegaban a precios absurdos para los que tenían protección como el azúcar o el arroz, lo único que provocaban era un gran sacrificio para los más pobres. Lo lógico habría sido abrir el mercado para que bajaran los precios de los alimentos básicos, hasta de la leche”, subraya Mayu Hume. Habría que decir en favor del gobierno de Belaunde que en esos tiempos todavía no se había iniciado el proceso de globalización, que seguían vigentes las ideas que trocaron en obsoletas tras la caída del muro de Berlín, que en la región solo Chile había emprendido ese camino; pero también, por el contrario, que si entonces hubiésemos iniciado el proceso, probablemente el Perú de hoy sería más fuerte y su economía más relevante en la región. Continúa Abusada, “lo útil ahora sería reflexionar por qué se pudieron hacer las reformas en los noventa, cuando estábamos de rodillas, y por qué no con un presidente decente como Belaunde, con una economía más fuerte, con un mandato político increíble”. Cabría agregar por qué se nos hace tan difícil reconocer, comprender y continuar ese proceso que hoy está permitiéndole al Perú el crecimiento, la interconexión y el desarrollo; y así propiciar un combate real y exitoso frente a la pobreza. ¿O es necesario sentirnos agobiados por la hiperinflación y el terrorismo, en la última lona, para desterrar apetitos de poder y hacer una causa común hacia el desarrollo?
  • 29. 57 somos libres, podemos elegir 56 CAMBIO OBLIGADO EN EL EQUIPO Ya se había decepcionado con la gestión del gobierno de García que, a su juicio, estaba destruyendo la economía y éso, sumado a la escalada terrorista que se extendía al 60% de las regiones en el interior, configuró un punto de quiebre para él. Vendió su casa y se llevó a sus cuatro hijas para trabajar temas inmobiliarios en Connecticut. Más todavía, cuando vio al candidato Mario Vargas Llosa en plena campaña de 1990 anunciando un shock como parte inicial de su programa, sintió que ya todo estaba perdido. “Ese es un enorme error político –pensó–. Nadie puede ganar una elección anunciando que va a hacer un shock”. Alejado de todo y concentrado en su familia, Carlos Boloña Behr celebraba el cumpleaños de una de sus hijas en Florida cuando recibió la llamada de Carlos Rodríguez Pastor. “Carlos, estamos con Fujimori en Washington y quiero que me acompañes”. No acudió a la cita. Estaba seguro de que el Perú repetiría el camino de Bolivia, que había sufrido una hiperinflación de entre 100% y 200% por mes, y que él conocía bastante bien, pues había sido parte del equipo de Jeffrey Sachs, un economista que fuera asesor en varios países de América Latina y Europa del Este, y que tuvo la tarea de procurar la estabilización económica de los altiplánicos. “La experiencia en Bolivia fue para mí como ver el cometa Halley. Conocí el monstruo de la hiperinflación por dentro, pero jamás pensé que lo vería otra vez, tan pronto, y nada menos que en mi propio país”, resume Boloña. Él había trabajado con Rodríguez Pastor, en 1983, como jefe de los asesores económicos en la negociación con el FMI, pero se decepcionó porque, según él, para Belaunde hacer un pequeño ajuste o una devaluación era como traicionar a la patria. Ni por asomo estaba en su cabeza aceptar un encargo en el Ministerio de Economía, menos integrando el gabinete de un proyecto incierto y contrario a sus fundamentos como el de Fujimori. “Yo ya había visto en Bolivia que el BCR lo manejaba la Central Obrera Boliviana; su edificio lo tuvo que tomar la Fuerza Armada porque no dejaban de imprimir billetes cuando les daba la gana y tampoco de mandar dinero en camiones hacia Oruro, Santa Cruz y otras partes del territorio boliviano”. Algunos días después volvió a recibir la llamada de Rodríguez Pastor. Fujimori estaba de regreso en Estados Unidos tras su gira a Japón y tendría una parada rápida en Miami. “Lo contravine diciéndole que para qué perdía el tiempo, que todo iba a ser peor. Rodríguez Pastor me pidió que, aunque sea por curiosidad, conociera a Fujimori. Tanto insistió que fui”, sostiene quien fuera el primer economista peruano con un doctorado en Oxford. El presidente estaba alojado en el Ritz Carlton y, pese a ya haber tomado una decisión por la vía contraria, todavía seguía en compañía del equipo económico de su campaña. — Yo sé de política, tengo mucha intuición y por eso he ganado las elecciones. No sé de economía, pero sé pensar. Quiero que me digan cómo se baja la hiperinflación.
  • 30. 59 somos libres, podemos elegir 58 La reunión se dio en una habitación del hotel con los asistentes sentados en las dos camas. Fujimori le pidió primero respuesta a Adolfo Figueroa, jefe de su equipo económico, quien argumentó que un día podría subir el precio del aceite, otro el de la gasolina, más tarde el de otros artículos de primera necesidad y que con modelos econométricos y otras medidas podría salvarse el tema. Boloña fue menos técnico. — La hiperinflación es un cáncer, señor presidente, y el cáncer se tiene que extirpar. Y tienes que operar con lo que tienes. Si no tienes anestesia, usas cloroformo, y si no hay un escalpelo, tendrás que hacerlo con un cuchillo. Pero hay que extraerlo, sino se muere el paciente. El paciente es el Perú. Las armas que tiene el gobierno son la disciplina fiscal y la disciplina monetaria: No gastes más de lo que tienes y no imprimas más billetes de lo que tu economía, sanamente, sea capaz de digerir. Esto es fácil de decir, pero muy difícil de hacer. Sin embargo, hay que hacerlo. Esa es mi experiencia. — Yo no soy experto, pero lo que tú propones, Adolfo, eso no baja la hiperinflación. Lo que dice el doctor Boloña me convence más. Fujimori se disculpó porque debía tomar un avión de regreso al Perú. Boloña pensó que ya había cumplido y se retiró, pero una semana más tarde lo llamaron pidiéndole que viajara a Lima para entrevistarse nuevamente con Fujimori. Allí le ofrecería ser ministro de Economía. — Mire, señor Presidente, la verdad es una propuesta suicida la que usted me hace pero, veamos, le pongo algunas condiciones. Al presidente del Banco Central de Reserva lo pongo yo. — Noooo... Mire a (Richard) Webb cómo no le hacía caso a Belaunde. Al presidente del BCR lo pongo yo. Eso no es aceptable. — Señor Presidente, si yo tengo que tapar y usted me pone un defensa que se dedicará a meter autogoles, eso no va a funcionar. Un ministro de Economía que no forme buena dupla con el BCR no sirve. “Así nos pasamos dos días discutiendo, me decía que no fuera terco y yo le insistí en que no íbamos a poder hacer nada si, al menos, no tenía de mi lado al presidente del BCR. Al final no nos pusimos de acuerdo”, recuerda Boloña. Es por esas semanas que Fujimori propondría a Hurtado Miller para la cartera de Economía, quien luego haría el shock y daría el famoso discurso del “Que Dios nos ayude”. El shock es una medida drástica que demanda mucho coraje pero que en términos técnicos no es muy complicada de ejecutar, pues a lo único que obliga es a liberar los precios. Además, estaba claro que esa acción iba a afectar y desgastar a quien liderara la medida en no más de seis meses. Por su parte, sin darse cuenta, Boloña ya se había involucrado nuevamente con la agenda peruana, las noticias y las urgencias del país volvían a acaparar sus pensamientos y empezaría a trabajar más cerca a los problemas del Perú desde el Instituto Libertad y Democracia. El proceso de capacitación y ablandamiento, para que Fujimori pasase de un programa con ideas anacrónicas a otro liberal, fue una estrategia que funcionó perfectamente pero el ‘cambio de chip’ –como se refirió la prensa peruana a ese hecho durante mucho tiempo– se concretó en Japón. “Recordemos que al presidente lo recibió el mismo emperador japonés. Si el gobierno japonés no le hubiera dicho que de llegar a un acuerdo con el FMI, ellos apoyarían al Perú, no se le hubieran despejado las dudas”, sostiene Felipe Ortiz de Zevallos. Cuando se vuelve a reunir en Miami con sus asesores económicos y con Carlos Boloña, que asomaba como nuevo ministro de Economía, ya el presidente electo estaba convencido de cuál era la ruta que le había deparado el destino.
  • 31. 61 somos libres, podemos elegir 60 CÓMO TENER ÉXITO EN LA QUIEBRA DE UN PAÍS A mediodía del 28 de julio de 1987, el presidente Alan García dio uno de sus famosos y grandilocuentes discursos, pero aquella vez su verbo encantador, si bien encandiló a las masas como siempre, terminó por escarapelar la piel de los empresarios y profesionales. Desde que asumió la primera magistratura, su decisión de destinar solo el 10% de las exportaciones para el pago de la deuda externa peruana había mantenido, hasta ese momento, más o menos estables las arcas del país. Pero la medida era una bomba de tiempo. Era previsible que las reservas nacionales se extinguirían rápidamente por los absurdos subsidios que se canalizaban hacia las empresas administradas por el estado. Por si fuera poco, la decisión unilateral de no pagar a la banca de desarrollo le había cerrado al país las puertas del financiamiento externo pues, tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial tenían un público enfrentamiento con el joven mandatario, quien no perdía oportunidad para achacarles las desgracias por las que había atravesado el Perú en las dos décadas precedentes y, particularmente, en los meses que llevaba como gobernante. Habiéndose presentado como “el presidente de todos los peruanos”, la medida había sido saludada en un país que parecía ingobernable y que en el frente interno debía lidiar con la sanguinaria guerrilla de Sendero Luminoso, con el narcotráfico, con la corrupción en las distintos sectores y esferas del estado –especialmente en las fuerzas policiales y en el Poder Judicial– y con una crisis social que era consecuencia de los exiguos salarios, el desempleo y la escasez. Al parecer, la estrategia del enemigo común externo –la banca internacional– le permitiría a García un primer respiro y el apoyo popular frente a la enorme agenda interna pendiente y, de paso, le daba al mandatario un notable rol protagónico entre los demás presidentes de América Latina. El dinero de los peruanos, decía, no debía utilizarse solo para pagar las deudas a los bancos internacionales, sino que debía ser destinado al crecimiento y a la redistribución: “Pagar 10% significa cambiar los plazos; pagar 10% significa variar de hecho la tasa de interés; pagar 10% significa recuperar la independencia y la soberanía. Hasta ahora nos han gobernado desde afuera, comencemos a gobernarnos por nosotros mismos”, dijo a tres semanas de asumir la presidencia en un evento sobre la deuda externa organizado por el entonces alcalde de Lima, y líder de la Izquierda Unida, Alfonso Barrantes Lingán. Durante los dos primeros años de su gobierno, los apristas se ufanaban de que el Perú crecía a un ritmo del 10% y, de soslayo, minimizaban el hecho de que ese crecimiento era a costa de una inflación del 100%, haciéndole creer al país que sería una bonanza eterna cuando en realidad se trataba de una ficción insostenible. Siendo imposible el financiamiento externo por el enfrentamiento con el sistema internacional, su gobierno se volvió adicto a la maquinita, imprimiendo dinero inorgánicamente para cubrir el déficit fiscal, lo que a la larga disparaba incontenibles los indicadores de la inflación.
  • 32. 63 somos libres, podemos elegir 62 Paralelamente, con una lógica totalmente populista, mantenía el precio del dólar bajo, lo que desalentaba las exportaciones y promovía la especulación, más todavía en un país que importaba casi todo, desde alimentos hasta insumos industriales. Tan desprolijo era el manejo de las divisas que se crearon múltiples tipos de cambio de acuerdo a la “necesidad social” de cada producto, lo que terminó enriqueciendo a unos pocos importadores que conseguían licencias para importar barato –casi siempre mercantilistas cercanos al gobierno– y que, al final de cuentas, terminaron empobreciendo aun más al país. El tema principal de aquel discurso televisado de 1987 que escarapeló la piel de los empresarios, fue el mensaje a la nación de Alan García anunciando su propuesta de nacionalizar y estatizar todos los bancos, las compañías de seguros y las financieras que operaban en el Perú. El estado tenía bajo su administración ya casi todas las grandes empresas productivas y de servicios del país y, ahora, al carismático pero corto de divisas presidente, se le había ocurrido que su gobierno debía administrar el dinero que estaba depositado en las cuentas de ahorros de todos los peruanos. Capturado el aparato productivo y el sistema financiero, poco margen de acción le quedaría a la prensa independiente, que corría el riesgo de ser estrangulada vía los créditos de la nueva banca estatal y por la promesa condicionada de la publicidad. Bajo la apariencia de una democracia se estaban estableciendo los cimientos de un régimen que concentraría de manera descomunal el poder político y económico, que en esas circunstancias no tendría oposición posible y que, en palabras del entonces ministro de Energía y Minas, Wilfredo Huayta, prometía cincuenta años en el poder. El riesgo previsible era que esa medida fuera apoyada por los ciudadanos poco informados pues, en honor a la verdad, en ninguna parte del mundo los banqueros son seres muy apreciados por las masas. Y a ello habría que sumarle una suerte de reivindicación emocional de la ciudadanía frente a una clase empresarial compuesta también por especuladores y oportunistas que, lejos de generar riqueza, desaparecían de las estanterías el arroz, el azúcar, los productos básicos y hasta las medicinas, haciendo mucho más dolorosa la supervivencia en ese oscuro e inseguro escenario cotidiano. Poco tiempo más tarde, por la reiterada negativa a pagar la deuda externa de acuerdo a los compromisos firmados por el estado, el Perú sería declarado inelegible por la banca internacional y, prácticamente, pasaría a ser considerado un país paria en el concierto global. La inflación a fines de 1990 fue de alrededor de 7,600% al año, 2'178,482% acumulada en los cinco años del gobierno aprista, las reservas internacionales tenían un saldo negativo de 150 millones de dólares, la recaudación fiscal se reducía a menos del 4%, la deuda externa era el 60% del PBI y estaba vencida en un 65%, configurando todo ese cuadro una película de terror en materia económica. En la práctica, el presidente García le legó a su sucesor un país en ruinas.
  • 33. 65 somos libres, podemos elegir 64 LA MASACRE DE LOS MÁS POBRES Pero el hecho de que el sistema financiero considerara al Perú como un país paria era solo una parte de nuestros problemas a fines de los ochenta. El Perú, como sus vecinos latinoamericanos, había sido históricamente pobre. Una pequeña clase privilegiada había controlado las decisiones y los enclaves de riqueza más importantes, a la usanza de los españoles durante la colonia, pero antes de entrar a la década de los noventa la situación era diferente: el Perú era mísero y estaba prácticamente desahuciado. No se veía futuro. Nadie nos prestaba dinero ni invertía en nuestro territorio. Peor aún, varias regiones de los Andes centrales estaban devastadas por la violencia terrorista y por la respuesta temerosa y descontrolada de las Fuerzas Armadas. Regiones de una pobreza desgarradora como Ayacucho –donde había nacido el movimiento subversivo de Abimael Guzmán– junto con Junín, Cerro de Pasco, Huancavelica, Puno y Apurímac estaban aisladas y ensangrentadas, pues Sendero Luminoso derrumbaba constantemente puentes y torres eléctricas, causando zozobra en la población e impidiendo que se desarrollasen actividades políticas o económicas. Las autoridades, sean alcaldes, prefectos o jueces de paz eran ejecutados en las plazas públicas y muchas veces sus cuerpos eran despedazados por granadas de guerra solo por el hecho de representar el orden y la intermediación entre los campesinos y alguna instancia de poder. El terror y el caos eran dueños del espíritu de las personas, especialmente de los quechuahablantes de las zonas más alejadas. Así como se bloquearon carreteras y destruyeron puentes, los terroristas destruyeron también plantas experimentales de agricultura y ganadería, asesinaban técnicos nacionales y extranjeros, dinamitaban vehículos de trabajo como camiones y tractores, tiraban abajo costosas hidroeléctricas y eliminaban el ganado para impedir que pudieran alimentarse el ejército y los propios campesinos, a los que –ante la duda– también eliminaban por ser contrarios a sus intereses o por sospecha de soplonerías. Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), en la recopilación de información y análisis de las causas del conflicto armado durante los años ochenta y noventa, recibieron reportes de 26,259 personas muertas o desaparecidas y, aplicando una metodología de estimación de múltiples sistemas, llegó a la conclusión de que esta guerra no convencional dejó 69,280 víctimas mortales. El pueblo más golpeado fue el ayacuchano y más del 80% de las víctimas eran habitantes de las zonas más excluidas y marginadas de la sociedad, siendo el 55% hombres entre 20 y 49 años. Es decir, se mató a jefes de hogar, con hijos dependientes y sobre los que reposaban las responsabilidades económicas y políticas de las familias. Según la misma CVR se trató de un asesinato selectivo perpetrado en su mayoría por los grupos sediciosos que pretendían llegar al poder por las armas. Un número grande de asesinados fueron militantes de
  • 34. 67 somos libres, podemos elegir 66 partidos políticos y autoridades locales que eran parte de la nueva e imperfecta estructura de un estado que había regresado a la democracia a principios de los ochentas. De acuerdo a la estrategia de Sendero eran asesinados para crear un vacío de poder y así facilitar la influencia de sus propios cuadros. De acuerdo a la estrategia criminal del grupo subversivo, “todos aquéllos que podían estar relativamente más conectados al mercado, las redes e instituciones políticas, regionales o nacionales, se convirtieron en ‘enemigos de clase del proletariado y del campesinado’ o en ‘agentes del Estado feudal y burocrático’ que debía ser destruido”, consigna el Informe Final de la CVR. La región más afectada fue Ayacucho, en donde se concentraron las acciones terroristas entre 1982 y 1985 y se ubicaron el 40% de la víctimas mortales; pero a partir de 1986, el conflicto empieza a tomar un alcance más nacional, impulsado por el “salto por el equilibrio estratégico”, como hacía notar Sendero en sus panfletos. Después de 1990, tras la caída de Guzmán y producto de la alianza entre terroristas y narcotraficantes, el conflicto se extendería con igual intensidad a las provincias de Huánuco y San Martín. Durante diez años, Lima se mantuvo casi indolente frente al conflicto que se desarrollaba en el interior. Si bien sufría continuos cortes de luz por el derrumbe de torres de alta tensión, lo natural inmediatamente después en las casas era buscar la radio a pilas con una linterna para satisfacer la curiosidad del lugar adónde habían puesto esa vez la bomba. Si al día siguiente no se había reparado la falla, cosa muy común entonces, lo usual era calentar agua en la tetera y llevarla al baño para procurarse un baño a oscuras, con balde y con jarrita. Fue por esa época también cuando empezaron a levantarse los muros y las rejas exteriores de las casas, con la ilusión de que así la familia se sintiera más protegida, al costo de aislar los tradicionales jardines exteriores de los sectores residenciales y, ante los riesgos, también empezó a desaparecer la cultura de barrio en la ciudad. En ese entonces, los chicos, literalmente, se quemaban las pestañas estudiando a la luz de las velas en el comedor, las familias que podían utilizaban pequeños grupos electrógenos y algunas madres jóvenes se las ingeniaban para dar de lactar a sus hijos con la ayuda de un foco conectado a una batería de carro. Cuando había tele, los noticieros recomendaban cruzar las ventanas con masking tape para contener las esquirlas de los vidrios reventados por las ondas expansivas de los morteros, quesos rusos, granadas o coches–bomba. Y así hubiera luz, con la economía quebrada casi no había comercio ni carteles luminosos, por eso las calles eran más oscuras y deprimentes. Sobre todo en las noches de garúa y de toque de queda. En esas temporadas batallones de los soldados, fusil en mano, tomaban las calles con tanquetas y camiones portatropas para asegurarse de que a nadie se le ocurriese aprovechar la penumbra para desatar sus ánimos violentistas. Incluso, durante largas temporadas se prohibió la circulación de personas y vehículos después de las once de la noche hasta las seis de la mañana y, cuando se agravaban las cosas, la restricción podía adelantarse a las cinco o seis de la tarde e, incluso alargarse más al día siguiente. El que un familiar no llegara más allá del 'toque de queda' generaba mucha ansiedad y preocupación en los hogares, más todavía en una época en la que no existían dispositivos celulares y la comunicación telefónica era un desastre. De noche, en caso de emergencia, así buscaras la farmacia de turno, debías circular a muy baja velocidad por las avenidas anchas, sosteniendo un palo con un trapo blanco como bandera y cargar tus documentos, pues era la única manera posible de cruzar los puestos y barricadas de control militar.
  • 35. 69 somos libres, podemos elegir 68 Pero el terror era más intenso en las zonas periféricas de la capital, en los llamados pueblos jóvenes o conos de la ciudad. Comas, San Martín de Porres o Villa El Salvador eran castigados frecuentemente por las huestes de Sendero y sus organizaciones de base amedrentadas con mensajes expresos o, incluso, con amenazas a los familiares de los líderes de organizaciones populares como el vaso de leche, del club de madres o de los comedores populares que se incrementaban en las zonas periféricas de Lima para combatir el hambre de manera solidaria. En su afán por infundir terror y crear el caos, cualquier forma organizada de la población era una amenaza. Por ello, causó conmoción el asesinato selectivo de una lideresa popular que, aún después de muerta, siguió siendo un símbolo en la lucha contra Sendero. Cuando iba rumbo a una actividad del Vaso de Leche, la valiente dirigente y teniente alcaldesa de Villa el Salvador, María Elena Moyano, de apenas 33 años, fue abatida a balazos por un comando de aniquilamiento subversivo y, luego, su cuerpo despedazado y descuartizado para que sirviera de escarmiento. Era un estado de guerra, producto de una insania mayúscula, que no podemos permitir que asome nuevamente. En ese país fracturado, con un enemigo al que costaba diferenciarlo del campesino o del ciudadano común, las Fuerzas Armadas cumplieron un rol tan importante como cuestionable en su intento por preservar la seguridad de los peruanos. Si bien en provincias las exigencias de los soldados eran mayores por la geografía desconocida, agreste, y porque se enfrentaban con limitados recursos a un enemigo invisible, también hay que reconocer que durante mucho tiempo nuestras fuerzas improvisaron en la refriega, pues no llegaban a comprender a quién se enfrentaban, demoraron en hacer un trabajo serio de inteligencia y generalmente se limitaban a reaccionar a lo que proponía un enemigo camuflado, esquivo y que parecía andar siempre dos pasos adelante. Por parte de las Fuerzas Armadas, las víctimas alcanzaron el 7% del total reportado por la CVR, militares y policías que dieron sus vidas en acciones de combate, atacados por sorpresa o emboscados en pleno patrullaje, mientras cumplían la misión de rescatar al país de la demencia terrorista. El 85% de ellos tenía un grado igual o menor al de capitán y, en su mayoría, pertenecían al Ejército y a la Policía Nacional. Entre 1991 y 1993 se registró el 42% de víctimas de las fuerzas del orden, cuando Sendero se posicionó en las ciudades, especialmente en Lima, y se hizo frecuente la detonación de coches–bomba frente a cuarteles, dependencias públicas, comisarías, bancos, embajadas, residencias de autoridades de gobierno, de políticos e, incluso, en barrios residenciales. Recién con la explosión del coche–bomba de la calle Tarata en Miraflores, la noche del 16 de julio de 1992, se remecería la conciencia de la capital. La explosión de dos vehículos, con 250 kilos de anfo cada uno, mató a 25 personas, hirió a más de 200, afectó 400 negocios y causó daños en 183 casas y en 63 automóviles.