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EN CONSTRUCCIÓN

                                                  PÁGINA


INTRODUCCIÓN                                        1
SECCIÓN DE ARQUEOLOGÍA
SECCIÓN DE ETNOGRAFÍA

          AGRICULTURA                               5
          GANADERÍA Y PASTOREO                      6
          CAZA Y PESCA                              7
          TRANSFORMACIÓN DE RECURSOS                9
          OFICIOS
              CARPINTERÍA                          10
              ORFEBRERÍA                           11
              MANUFACTURA TEXTIL                   12
              ALFARERÍA                            14
          INDUMENTARIA                             15
          AJUAR DOMÉSTICO                          18
          COMERCIO                                 19
          CREENCIAS                                20
          MÚSICA                                   23

SECCIÓN DE BELLAS ARTES

          ARTE DE LOS SIGLOS XII AL XIX            25
          ARTE CONTEMPORÁNEO ESPAÑOL               39
INTRODUCCIÓN



                                                   Se aloja en dos edificios históricos del Casco Antiguo de Cáceres,
                                              declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La Casa de las
                                              Veletas alberga las Secciones de Arqueología y Etnografía; se trata de
                                              un edificio cuyo aspecto tiene su origen en las obras realizadas en 1600
                                              por su propietario Don Lorenzo de Ulloa y Torres en un solar que tal vez
                                              pudo haber sido ocupado por el desaparecido Alcázar musulmán. De
                                              aquella intervención data el bello patio de planta cuadrada sostenido por
                                              ocho columnas toscanas; en el siglo XVIII, sin embargo, la Casa es
                                              reformada por Don Jorge de Cáceres y Quiñones, que introduce las
                                              gárgolas y los bellos remates de cerámica esmaltada de la cubierta
                                              además de los grandes escudos de la fachada principal.
     Casa de las Veletas. Fachada principal




       La colección de Bellas Artes se puede contemplar en la Casa de los
Caballos, que fue una caballeriza y posteriormente vivienda hasta su
conversión en espacio museístico; tras su rehabilitación, fue abierta al
público en 1992.
                                                                                           Detalle de fachada. Gárgola


                                                         Aunque el primer Patronato de Museo se constituyó en 1917, la
                                               idea de su creación surge en 1899 cuando un grupo de estudiosos de la
                                               Historia cacereña comienza a recogerobjetos de interés arqueológico y
                                               artístico depositándolos en el Instituto de Segunda Enseñanza. En 1931
                                               se arrienda el Palacio de las Veletas para albergar el Museo, que tras
                                               una intervención arquitectónica, es inaugurado el 12 de febrero de
                                               1933. Tras la posterior adquisición del inmueble, es rehabilitado en
                                               1971 y se reforma la exposición permanente, tarea que se repite en
                                               1976 en la Sección de Etnografía. En 1989 el Ministerio de Cultura
                                               transfiere la gestión del Museo a la Junta de Extremadura, conservando
          Casa de las Veletas. Patio           la titularidad del edificio y de parte de sus fondos.
AGRICULTURA

       La agricultura y la ganadería siguen siendo, en gran medida, la base de la economía cacereña,
ocupando a la tercera parte de la población activa; las fincas agrícolas son pequeñas en las áreas montañosas
y del norte de la provincia, mientras que los grandes latifundios dominan el llano. Tradicionalmente los cultivos
dominantes han sido el olivo y el viñedo, junto a los cereales de secano, aplicando el sistema de año y vez,
dejando las tierras en barbecho en año alternos. La introducción del regadío y los abonos industriales permitió
un aprovechamiento intensivo de las nuevas especies, como el tabaco, la cereza, el pimiento pimentonero, el
arroz o el maíz.

        Mención aparte merece el espacio de la dehesa, que supone una
explotación racional del bosque mediterráneo combinando la agricultura de
secano con la ganadería extensiva y el aprovechamiento forestal.
        Los aperos o utensilios de la labranza se han mantenido con escasas
variaciones desde la época romana hasta la mecanización del campo. Para
remover la tierra se usaba la azada o zacho, la podadera para limpiar el
matorral, el arado de palo -posteriormente metálico- para hacer los surcos, la
hoz para segar el cereal y las zoquetas o dediles para proteger los dedos de
los segadores, quienes en gran número bajaban del norte de la Meseta cada
año para hacer su trabajo. El trillo de pedernal o de ruedas servía para
separar el grano de las espigas, rastrillos y aparvaderas se utilizaban para
separar la parva, horcas y bieldos para aventar el grano y la criba para
limpiarlo.
                                                                                                    Trillo de pedernal


                                                                             En la Sala 9, dentro de vitrina se expone
                                                                    un arado de vertedera metálico, así como rejas
                                                                    y otras piezas del arado tradicional, junto a otras
                                                                    herramientas de las utilizadas en la agricultura,
                                                                    como una podadera y varias hoces, zoquetas y
                                                                    dediles, horcas, bieldos, palas y una aparvadera
                                                                    para juntar el grano. Junto a estos objetos,
                                                                    pueden verse otros elementos propios de la
                                                                    agricultura tradicional como el trillo de pedernal
                                                                    (tipo tribullum), fiambreras o un costal de lino.
                                                                            Fuera de las vitrinas, puede observarse
                                                                    un trillo de ruedas, de tipo plostellum,
     Arado de vertedera metálico y rejas del arado tradicional
GANADERÍA Y PASTOREO


        Extremadura tiene desde antiguo un marcado carácter ganadero; el
 modelo tradicional es una ganadería extensiva en que predominan la cabaña
 ovina y porcina, basada en el aprovechamiento de los pastos estacionales y
 económicamente viable gracias al bajo coste de la mano de obra; sin embargo,
 la mecanización del campo, la irrupción de piensos elaborados y la importación
 de razas alóctonas, llevaron desde la década de 1960 a una transformación
 radical de la explotación ganadera en la región. En la actualidad se ha producido
 una intensificación generalizada de las explotaciones y un considerable aumento
 de la cabaña vacuna y orientación hacia especies caracterizadas por su elevada
 producción de leche y carne.                                                                       Zurrón de cuero



                                            Es bien conocida la abundancia de la cabaña ovicaprina cacereña, formada
                                     por reses que pastan en los campos adehesados y en las alturas de los Valles del
                                     Jerte, Las Hurdes, Sierra de Gata, etc. Tradicionalmente, la lana se llevaba a
                                     lavaderos como el de Malpartida de Cáceres y se exportaba o se utilizaba en la
                                     confección de paños y lienzos.
    Carranca o collar para perro
       Aún persiste una cierta proporción de ganado trashumante, que cada año baja de Castilla para pasar la
invernada en los campos de Plasencia, Cáceres o Navalmoral, arrendando para ello los pastos de las dehesas.
En muchos casos, los movimientos trashumantes todavía se realizan a pie, lo que obliga a llevar a los pastores un
precario equipaje personal y a obtener del entorno, en particular de las reses, lo necesario para sobrevivir. La
vivienda, en esas condiciones, es también precaria, predominando los chozos de diferentes tipos; sin embargo,
en los últimos decenios la incorporación de vehículos a motor permite a estas personas mantenerse en contacto
con las poblaciones y abastecerse de todo lo necesario.

        Algunas comarcas cacereñas, como Las Hurdes o Las Villuercas,
destacan por la cantidad y calidad en la producción de miel. Allí aún se sigue
practicando una apicultura artesanal basada en métodos y conocimientos
tradicionales.
        El corcho se utiliza para la elaboración de colmenas al menos desde
época romana, según recomienda Columela por su escasa conductividad del
calor. En Extremadura, ha venido siendo la forma predominante de
fabricación colmenera hasta la imposición de otros tipos como los sistemas
Langstroth o Dadant, que permiten extraer los panales sin destruir la
colmena. Pueden ser de una sola pieza o enterizas, de dos piezas (de dos
paños o con hija), de tres y hasta de cuatro paños.
                                                                                                 Colmena de corcho

                                          En la sala 9, la ganadería está representada con dos yugos (boyero y de
                                   caballerías), una collera y otros elementos; sobre el pastoreo y apicultura se
                                   exponen varios enseres, como el zurrón, cayado, gancho, tijeras del esquileo,
                                   campanillos o el curioso collar de perro (carranca) y un modelo a escala de chozo
                                   de pastor.
  Tijeras del esquileo
CAZA Y PESCA

        La colocación de cepos y lazos para conejos y liebres o de trampas para perdices, tordos y otras
aves ha sido una práctica habitual en las áreas rurales cacereñas. Al mismo tiempo, también se han
utilizado este tipo de técnicas de caza para controlar la población de alimañas o de especies dañinas para
la agricultura o el ganado. El uso de la escopeta ha estado escasamente extendido a causa del elevado
coste tanto del arma como de los cartuchos y de las dificultades para conseguir una licencia. Por otro lado,
el desigual reparto de la propiedad de la tierra ha hecho que muchas de las personas que se dedicaban a
la caza, aun ocasionalmente, fuesen furtivos a quienes no les interesaba alertar a los guardas con el ruido
de los disparos.

         El cepo utilizado en nuestra provincia corresponde al tipo
llamado ibérico, formado por la traba y el rabo, siendo su plancha
de disparo en forma de tambor; especialmente concebido para la
caza del conejo, se fabricó masivamente en Don Benito (Badajoz)
según un modelo desarrollado en 1900.

                                                                                             Cepo ibérico

                                            La sala 9 alberga diferentes piezas relacionadas con la caza, tanto de
                                            pequeños animales, como ratones o páajaros, como de alimañas y
                                            conejos. Destacan los dos cepos ibéricos, fabricados en Don Benito y los
                                            polvorines de cuerno, ricamente decorados en un fino trabajo propio de
        Polvorín de cuerno                  pastores.


       Un modo de vida ya prácticamente desaparecido ha sido la pesca fluvial, que en nuestra provincia
tuvo sus puntos más importantes en las cuencas de los ríos Tajo y Alagón. Garrovillas, Ceclavín,
Torrejoncillo y Plasencia han sido las poblaciones donde esta actividad alcanzó mayor importancia. El tipo
de barca más utilizado en el Tajo posee una característica forma triangular y se usaba tanto para
desplazarse por el río como para lanzar las redes, recoger y trasladar las capturas.

                                                                             Los aparejos de pesca más frecuentes
                                                                            son el trasmallo, red triple en que la
                                                                            malla central tiene los rombos mucho
                                                                            más pequeños que las dos exteriores o
                                                                            albitranas, la traviesa, red similar al
                                                                            trasmallo pero de una sola pieza, o la
                                                                            tarraya, que es una red de forma
                                                                            circular. Tradicionalmente se utilizaba
                                                                            para la confección de redes el hilo de
                                                                            torzal, si bien desde la década de 1960
                                                                            se popularizó el nylon; las agujas
                                                                            apuntadoras son de diferentes tamaños
                                                                            según su finalidad, ya sea para coser
                             Barca del ríoTajo
                                                                            desperfectos, montar el trasmallo o tejer
                                                                            la albitrana.
La tarea de tejer la red fue casi siempre patrimonio de las mujeres,
                         mientras que los hombres se reservaban la faena de armar las redes con las
                         corchas de la parte superior y los plomos de la inferior. Las técnicas de pesca
                         con red eran variadas: de cerco, participando tres o más embarcaciones; de
                         rastreo, empalmando varios trasmallos a lo ancho del río, de costana en las
                         orillas, con tarraya, de atranque, etc. Con ellas se capturaban bogas, barbos,
                         carpas, tencas o lampreas entre otras especies.
       Agujas

        Ocupando una posición principal en la sala 10 se expone una de las últimas barcas del Tajo, con su
tradicional forma triangular, acompañada de una completa red (trasmallo) de nylon y tres agujas para su
reparación.
TRANSFORMACIÓN DE RECURSOS

Queso, aceite y vino
       Los productos procedentes de la caza, pesca, recolección, agricultura, ganadería y actividades
extractivas, requieren un proceso de transformación para su conversión en alimentos o bienes de
consumo. Hasta la industrialización, estos procesos de manufacturado se realizaban aprovechando como
fuentes de energía la fuerza animal, humana o del agua en movimiento. Todas estas actividades de
transformación dieron lugar a la especialización en el trabajo y al surgimiento de oficios y talleres, a veces
familiares, y en otras ocasiones organizados a través de gremios y hermandades. Pero muchas de ellas
siguieron realizándose de forma casera como medio de autoabastecimiento de alimentos básicos para el
consumo familiar.

         El queso, elaborado principalmente por los pastores, requería
la utilización de una sencilla tecnología pero de un complejo
conocimiento del proceso químico de fermentación láctea con cuajo
natural. La importante cabaña ovicaprina de la provincia fue siempre
una excelente materia prima para la generación de una gran variedad
de quesos artesanos que aún pervive.

         El aceite de oliva continúa siendo uno de los pilares de la
 alimentación humana además de otros usos presentes y pasados,
 como la iluminación. Su prensado en la almazara se hacía usando
 grandes capachos de esparto superpuestos. El vino casero o de
 pitarra, se sigue elaborando en numerosas localidades de la                            Cántara de aceite
 provincia, utilizando para ello la característica prensa artesanal.




                                                        La fabricación de queso se representa en la sala 10
                                                con la mesa utilizada para ello (esprimijo) junto a cinchos de
                                                diferentes materiales, como el esparto, la madera y la
                                                hojalata, además de una paleta de madera. La elaboración
                                                del aceite se ilustra con un capacho de esparto, de los
                                                utilizados para el prensado de la aceituna en las almazaras,
                                                un modelo a escala de una almazara propia del sur de la
                                                península, dos cántaras para contener aceite y una medida
                                                de las utilizadas tradicionalmente en el comercio de este
                                                producto. Una prensa de vino, procedente de Arroyomolinos
                                                de la Vera, y de las utilizadas en los hogares tradicionales
                                                para la elaboración del vino de pitarra sirve para representar
                                                la transformación de la uva en vino.


                Prensa de vino
OFICIOS


Carpintería
       A pesar de ser tan necesario, y de que ha sido practicado desde
muy antiguo, el oficio de carpintero en nuestra provincia es mucho
menos conocido que otros que han atraído la atención de los
estudiosos.
La riqueza forestal del territorio cacereño ha permitido la existencia de
una tradición de buenos artesanos de la madera, que se han empleado
tanto en tares auxiliares de la construcción, realizando vigas, marcos,
puertas y ventanas como en la confección de mobiliario y otros
elementos necesarios para la vida cotidiana, tales como carros, aperos
de labranza o utensilios domésticos de todo tipo.
                                                                                      Puertas de alacena


       Históricamente han destacado los carpinteros de Ceclavín por su maestría en la elaboración de
sillones, escaños, arcas y arcones, mientras que es bien conocida la destreza de los artesanos de
Garrovillas en la realización de las artísticas puertas de la localidad, además de barcas y todo tipo de
muebles así como en la talla de elementos auxiliares como especieros o soportes de almirez. Más
recientemente, Hervás se ha erigido en un importante centro productor de muebles, incorporando ya
nuevos métodos industriales en la fabricación de los mismos.
       Otras localidades, como Villanueva de la Vera, Ahigal o Plasenzuela se caracterizaron por la
elaboración de sillas, bien torneadas o bien con asiento de enea, mientras que la talla de pequeños
elementos de madera la podemos encontrar por toda la provincia.


                                            Fuera de las vitrinas de la sala 10 se reserva un pequeño
                                    espacio para presentar algunos objetos representativos de la
                                    carpintería en la provincia, como un gran sierro metálico de los
                                    utilizados en Brozas tanto para la tala de árboles como para la
                                    elaboración de tablones, y las puertas de una alacena casera fabricada
              Azuela
                                    por carpinteros de Garrovillas. En una vitrina plana se exponen
                                    diferentes herramientas de carpintero, utilizadas en las diferentes fases
                                    de la transformación de la madera y fabricación de muebles y enseres;
                                    entre estas piezas destacan la azuela metálica, la segureja para el
                                    descortezado, el gramil, para confeccionar espigas o el garlopín para
                                    hacer rebajes.
    Garlopa para hacer molduras
OFICIOS


Orfebrería
      El de orive ha sido un oficio muy arraigado en poblaciones como
Zarza la Mayor, Ceclavín y Torrejoncillo, y más recientemente Trujillo y
Cáceres. Allí, los orives o filigranantes han desarrollado su labor siempre
de forma artesanal, transmitiéndose los conocimientos de padres a hijos
mediante libros de recetas y plantillas para la confección de las joyas; los
propios artesanos salían a vender sus mercancías por los pueblos de
alrededor en las vísperas de las fiestas patronales.
                                                                                               Libro de modelos


                                  Los metales trabajados han sido el oro y el cobre, imponiéndose últimamente
                          la plata, todos ellos en forma de hilo. Los hilos de oro se obtienen pasándolo por el
                          banco de estirar, donde se les da el grosor deseado tirando con el timón del hilo
                          sujeto por la tenaza. Existe también un torno de mano que se usa para obtener un
                          hilo aún más fino.
                           Con las pinzas se va dando forma al hilo y el volumen de la pieza se obtiene
                          martilleando con el vástago en la embutidera. Cuando se tienen todas las piezas
                          hechas, se sueldan con fuego de candil, y posteriormente se lava el oro con arena y
                          agua. Las piezas de cobre y plata se doran y se bruñen.
  Tas o bigornia




         Hay una gran variedad de joyas realizadas a base de
 filigrana, pero destacan la Cruz de pebas, llamada de
 Pingayo en Montehermoso, la tembladera de origen
 salmantino y el galápago, de aspecto macizo. Además, se
 trabajan pendientes de media luna y arracadas, gargantillas,
 alfileres para el pelo y las cruces llamadas veneras.
                                                                         Pendientes de cinco picos

                                                                                                                  Collar de galápago


                                          La vitrina 40 exhibe un taller de orive prácticamente completo,
                                  procedente de Ceclavín. Se pueden ver desde la mesa de trabajo hasta el
                                  banco de estirar, incluyendo el tas o bigornia, crisoles para la fundición, tenazas
                                  y martillo de fragua o el fuelle utilizado para avivar el fuego. Por su parte, la
                                  vitrina 20 alberga algunos objetos también propios del orive, como los libros de
                                  modelo, que pasaban de generación en generación, el barreño cerámico para el
                                  abrillantado de las piezas y una selección de joyas tradicionales, entre las que
       Fuelle de fragua           destacan las cruces de Pebas o pingayo, los pendientes de penderique, etc.
OFICIOS


 Manufactura textil

         La obtención del tejido requiere una tarea previa de transformación
 de las materias primas básicas, que son el lino y la lana. A finales del
 siglo XVIII funcionaban en la provincia de Cáceres 229 telares de paño de
 lana y 560 de lienzo de lino, destacando las poblaciones de Casatejada,
 Torrejoncillo, Hervás, Torremocha y Villa del Campo entre los pañeros, y
 Plasencia, Alcuéscar, Almoharín, Casar de Cáceres o Garganta la Olla                         Lanzadera
 entre los de lienzo. También se fabricaron medias de seda en
 Arroyomolinos, y cordón en Casas de Millán, pero sólo en algunos de
 aquellos talleres, como Hervás o Torrejoncillo, podía hablarse de una
 organización industrial del trabajo, siendo en los demás un negocio
 puramente doméstico que sólo ocupaba a los miembros de la familia.
 Particularmente, la fabricación de lienzo solía estar destinada al
 autoconsumo familiar en forma de toallas, ropa interior, manteles, sacos y                    Huso
 alforjas.


                                      Tanto la fibra del lino, una vez limpia, machada y rastrillada con la
                              rastra, como la lana, después de esquilada, lavada, escarmenada y cardada
                              con las cardas, se hilan colocando el copo en la parte superior de la rueca y
                              arrollando una de sus hebras al huso, el cual se hace girar para ir formando el
                              hilo. La husada o hilo así obtenido se pasa al madejador y posteriormente se
                              guarda en forma de madejas que se devanarán en la devanadera o en el torno
                              de hilar, quedando listas para formar en el telar la urdimbre o armazón del
                              tejido o bien la trama del mismo.

          Madejador


        En la sala 11 se expone una rastra para el lino, consta de una tabla
rectangular de madera con una especie de cepillo de puntas de forma circular en el
centro, ceñido por dos aros metálicos. El orificio del extremo servía como
agarradera y para introducir el pie cuando se trabaja en el rastrillado. Cinco ruecas
de distintos tipos, instrumentos formados por una varilla larga y fina de madera que
es coronada en su parte superior por un abultamiento llamado rocador en el que se
coloca el copo de fibra; el rocador puede ser fijo, a menudo formado por la propia
vara que ha sido rajada longitudinalmente o por labor de cestería, o móvil (de
cobertura) con una pieza a modo de caperuza troncocónica realizada en cartón, tela
o fibra. La vitrina aloja también tres husos, útiles que constan de un palo cilíndrico
con una ranura en espiral en la parte superior por donde pasa el hilo, y un rodete o
tortera más ancho en la parte inferior. Uno de ellos lleva en su parte inferior un
pequeño gancho metálico destinado a trenzar una segunda hebra, ya que pertenece                Rastra para el lino
a un telar mecánico que elaboraba hilo de dos hebras.
Fuera de vitrinas, se puede ver un madejador o
aspa cruciforme procedente de Montehermoso; el hilo
se colocaba en la parte exterior de los brazos, siendo
abatible uno de ellos para poder sacar la madeja al
finalizar el trabajo. Además, se expone una devanadera
formada por un armazón de seis varas verticales que
unen dos aspas estrelladas en los extremos; se asienta
sobre un cajón destinado a guardar los ovillos que se
iban formando. Junto a ella, podemos ver un torno
canillero, que servía para hacer canillas (ovillos de hilo
para la trama del tejido); para ello se colocaba un eje
metálico en la parte opuesta a la rueda y en él se
encajaba la canilla sobre la que se iba enrollando el hilo
con el movimiento manual de la rueda. Algunas de
estas canillas pueden verse en la cajita de madera que
se expone en la vitrina; en la misma vitrina también hay
cuatro ovillos de hilo de lino dispuestos para formar la
urdimbre, así como un rollo de lienzo de lino.
                                                                                  Telar manual

       La pieza que reviste quizá mayor interés es el telar manual, procedente de Torrejoncillo. En él, los
hilos que formaban la urdimbre se disponían en el enjulio o rollo de la parte posterior para, pasando a través
de los lizos y peines, como los que cuelgan en la pared de la sala, ser tejidos con el hilo de la trama que el
tejedor pasaba de lado a lado mediante la lanzadera en la que se alojaba la canilla. Algunas de estas
lanzaderas pueden verse en las vitrinas, siendo la más grande procedente de un telar mecánico de Hervás, y
las restantes de Campillo de Deleitosa.
OFICIOS


Alfarería

       En cualquier hogar cacereño hasta las primeras décadas del siglo XX, las ollas y vajillas de uso
cotidiano eran de barro, realizadas en alguno de los alfares de la provincia, como Ceclavín, Arroyo de la
Luz, Trujillo o Montehermoso o bien traídas de la provincia de Badajoz, donde sobresalió por su abundante
y afamada producción la población de Salvatierra de los Barros.


        El recorrido por las vitrinas de la sala 13 se inicia con la que recoge una
representación de los trabajos alfareros del centro más importante de la región:
Salvatierra de los Barros, reflejado aquí con dos pitorros, uno de ellos de engaño,
jarritas y mariconas (especie de botijo sin asa) además de otras piezas. Junto a
Salvatierra, vemos una muestra de la alfarería de Talarrubias, también en la
provincia pacense, de donde se pueden contemplar jarras, tiestos, un macetero y
una cantarilla.
                                                                                        Jarro enchinado. Ceclavín

         De Ceclavín son las más vistosas piezas de la siguiente vitrina, enchinadas con pequeñas piedras
 de cuarzo, que se pegan cuando el barro aún está tierno; junto a ellas se exponen una cocinilla y dos
 jarros bobos de Trujillo, además de dos ollas y un jarro chato de cerámica común cacereña del siglo XVII.


        También a la alfarería cacereña se destina otra vitrina, poblada de
 piezas de diferentes facturas originarias de los alfares de Casatejada y
 Montehermoso; las primeras, vidriadas en un tono marrón oscuro, son
 verdaderas creaciones artísticas que todavía hoy es posible adquirir,
 mientras que las montehermoseñas pueden considerarse reliquias al
 haber desaparecido este oficio en aquella población, mostrando un
 antiguo ejemplo de la llamada cerámica enchinada que todavía hoy se
 practica en la localidad de Ceclavín.
                                                                                       Botijo “Borracho””. Casatejada



                                              Otra representación de cerámica común originaria de la región
                                       extremeña, la encontramos en los alfares de Arroyo de la Luz (Cáceres) y
                                       Fregenal de la Sierra (Badajoz). Los trabajos de Arroyo presentan tanto
                                       cerámica común sin vidriar, siendo de destacar el carbotero o asador de
                                       castañas, como vidriada en blanco, verde y amarillo, siendo muy
                                       conocidos sus lebrillos; los de Fregenal se reconocen por su vidriado
                                       parcial en verde sobre el barro basto.

    Plato vidriado. Arroyo de la Luz
INDUMENTARIA

            La indumentaria tradicional de la provincia de Cáceres, forma de vestir que tiene sus raíces en la
    que era usual entre las clases populares en los siglos XVIII y XIX, poco a poco fue fijándose en la memoria
    colectiva como el modo de vestirse propio de las diferentes localidades de la provincia. Hay que decir que
    desde principios del siglo XIX este tipo de indumentaria ha venido sufriendo un largo proceso de
    elaboración y sofisticación, añadiendo nuevos elementos de lujo o adornos, junto a otra transformación
    tendente a homogeneizar los distintos tipos en cada población para crear en ellas el traje típico de la
    localidad. En todo caso, todavía hoy se siguen vistiendo estos trajes en días muy señalados como son las
    romerías, fiestas patronales, ferias, etc.

    Traje femenino
           Por lo que se refiere al traje de la mujer, hay una serie de prendas que
    son comunes en todos los pueblos, aunque puedan llamarse de forma distinta en
    cada uno de ellos. De arriba hacia abajo, los sombreros han sido de uso común
    para el trabajo, generalmente hechos con paja de centeno (bálago); de ellos el
    más célebre es la gorra de Montehermoso, adornada con lana de colores cuando
    la usuaria es joven, pudiendo llevar un espejito en el frente para que las mozas
    puedan acicalarse durante el trabajo agrícola; las más mayores llevan el mismo
    tipo de gorra con adornos en negro o colores oscuros. Ha sido frecuente también
    el uso de otras prendas para cubrir la cabeza, como las cobijas o mantillas, que
    pueden ser incluso de terciopelo (Cáceres y Montehermoso). Las joyas con que                 Gorra de Montehermoso
    se adornan las mujeres eran realizadas fundamentalmente en Torrejoncillo,
    Zarza la Mayor, Trujillo y Ceclavín, hechas de filigrana (hilo) de plata, oro o
    cobre; destacan las gargantillas, los colgantes de galápago, la cruz de pebas o
    pingayo, las cruces veneras y los pendientes de herradura, de lazo, etc. El
    peinado también es importante, siendo de destacar el moño de picaporte, así
    llamado por la forma de recoger el pelo a los lados de la cabeza.
                                                                                                  Faltriquera o limosnera

                                    De entre los pañuelos y mantones hay que citar el de cien colores, muy
                            utilizado en toda la provincia y el de plumaje de Malpartida de Cáceres, bordado en
                            lana sobre verde oliva con motivos vegetales. En Montehermoso la mujer llevaba un
                            dengue o esclavina de color negro con bordado ribeteado en rojo. Bajo el mantón o
                            esclavina, la mujer cacereña solía vestir un jubón negro, de terciopelo, satén o raso,
                            muy ceñido y adornado con lentejuelas o encajes en las bocamangas. La falda
                            recibe un nombre distinto en cada lugar (refajo en Cáceres, mantilla en
                            Montehermoso, saya o manteo en muchas otras localidades); suele ser fruncida o
   Cintas “sígueme pollo”
                            tableada, y de colores lisos verde, amarillo o rojo (granate en Montehermoso) a
                            menudo decorada con bordados en la parte baja, de color blanco, rojo o negro. En
                            algunas localidades, como Trujillo, se usaba la pollera, falda que no es de paño,
                            sino tejida en vivos colores, que se llevaba como ropa de diario para el trabajo.
                            Complemento frecuente son los mandiles, generalmente negros, la faltriquera o
                            limosnera, pequeña bolsa de lana de colores que se llevaba atada a la cintura o las
                            cintas sígueme pollo, bordadas y decoradas con lentejuelas que se colocaban en
                            diferentes sitios según la costumbre de cada pueblo.

Zapatos de montehermoseña
Las medias del traje de fiesta son un elemento común en el traje femenino, generalmente de lana o
de lino, labradas o caladas, suelen ser de un solo color (blanco, generalmente) a veces bordadas con otro
color en la parte delantera y laterales. En Montehermoso son siempre de color azulón. Los zapatos son de
piel negra abotinados (a veces se usa el botín); se atan con cinta de raso o cordones; más modernos son
los bordados sobre terciopelo que llevan lentejuelas.

       La ropa interior era de lino o lienzo, generalmente adornada con puntilla o
bordado en las escasas zonas que quedaban a la vista, como las bocamangas
de las camisas.

 Traje masculino
        Ofrece una menor variedad, al no haber quedado sujeto a tanta
                                                                                              Sombrero de “queso”
 innovación o adulteración como el femenino. El sombrero era de paja
 para el trabajo, y de fieltro negro para el traje festivo, el más
 generalizado es el llamado de queso por parecerse a un cincho su copa
 revestida de terciopelo. Además de las capas de Torrejoncillo o de Aliste
 que se usaban, se solía llevar una chaqueta negra y corta, de paño,
 terciopelo o astracán, como en Cáceres, y un chaleco del mismo tejido y
 de doble botonadura, a veces ésta de plata. En Montehermoso, la
 solapa era ricamente adornada con bordado y lentejuelas. Para ir a
 trabajar se llevaba la chambra o blusa amplia con bolsillos de ojal,
 siendo de destacar la de Malpartida de Plasencia, de cuadros blancos y                        Chambra
 negros.

                                                       Para la cintura se llevaba una faja de algodón o lana,
                                               roja o negra bordada en diferentes colores, y el pantalón
                                               (calzón de alzapón) era negro, de pana, paño o terciopelo,
                                               llegando hasta por debajo de la rodilla, donde se abrocha.
                                               Era general el uso de medias blancas de lana o lino, más
                                               ricas que las de las mujeres, se solían fijar con ligas o con
                                               chías (machos) atadas y acabadas en borlones de lana de
                                               colores. Los zapatos eran de piel negra o cuero al natural,
         Chaleco de doble botonadura           aunque en lugares como Malpartida de Plasencia se llevaban
                                               botas de media caña adornadas con pieles y pespuntes de
                                               colores sobre el cuero natural; en algunos puntos se usaban
                                               polainas de cuero natural abrochadas por el lateral y calzas
                                               de paño negro también abotonadas lateralmente. La ropa
                                               interior masculina era fundamentalmente de lino, los
                                               calzoncillos llegaban a media pierna y se ataban con botones
                                               o cordón, mientras que las camisas eran ricamente
                                               adornadas con bordados y encaje especialmente en la
                                               pechera y puños, que solían quedar á la vista.
           Botas de media caña
La sala 12 aloja un total de catorce trajes típicos de diferentes localidades de la provincia,
empezando por el de Cáceres, representado por una pareja en que él lleva la típica chaqueta de astracán
y el sombrero de queso, y ella el pañuelo de cien colores y el refajo (falda) amarillo; otros dos maniquíes
muestran los refajos rojo y verde. Junto a ellos, una pareja de chinatos (de Malpartida de Plasencia) en
que el hombre lleva la típica chambra de trabajo y la mujer, que se peina con el moño de picaporte, lleva
también el vistoso calzado de la localidad. El traje femenino de Trujillo se caracteriza por la falda tejida y
adornada con motivos florales y faunísticos en colores, mientras que del traje de Malpartida de Cáceres
destaca el típico pañuelo de plumas. En una vitrina contigua vemos una pareja del municipio norteño de
Cabezabellosa, cuya forma de vestir está muy influenciada por la indumentaria de la provincia de
Salamanca, como puede observarse en detalles del traje de hombre como el sombrero charro, la
botonadura del chaleco, etc. mientras que en frente pueden contemplar tres trajes femeninos y uno
masculino de Montehermoso, siendo los de la izquierda el de moza y de anciana y el de más a la derecha
el de boda, aun cuando lleve en el brazo la gorra, que no era utilizada en esas ceremonias.



       En el centro de la sala se observa una
curiosa mantilla que podía usarse con el luto y con
el medio luto o de alivio, mientras que las vitrinas
que la flanquean muestran dos típicos pañuelos de
cien colores.
                                                                           Pañuelo de cien colores

       En las paredes se pueden ver toallas con las iniciales de sus dueñas, paños de afeitar de
Malpartida de Plasencia, paños velatorios de boda y un juego de puños y cuellos de camisa. Al fondo
varias vitrinas muestran algunos ejemplos de ropa interior masculina y femenina de Malpartida de
Plasencia y Campillo de Deleitosa.
AJUAR DOMÉSTICO



       Además de las ollas y vajillas de barro para uso cotidiano, los hogares
cacereños se equipaban con lozas de mayor calidad y fama que las locales; las
familias más pudientes conservaban con esmero antiguas vajillas de Talavera,
Puente del Arzobispo, Manises o Triana, que usaban en las grandes ocasiones.
Los cántaros del Puente decorados con el nombre de su dueña o la fecha de su                 Jarra de Manises
boda se transmitían de madres a hijas y eran una de las más queridas piezas
del ajuar familiar. Platos, jarras y fuentes de Manises procedentes de las
fábricas de “Arenes” y “Aviñó” pueden contemplarse en varias vitrinas de la sala
13, junto a los platos, escudillas y jarras de cerámica de Puente del Arzobispo
fechables en el siglo XIX.
                                                                                        Plato de Talavera de la Reina

                                      Los grandes calderos para calentar el agua y cocinar, así como los
                               cazos, sartenes, escalfadores, chocolateras, etc. eran fabricados con
                               plancha de cobre en Guadalupe, donde un floreciente gremio de caldereros,
                               nacido al calor del monasterio jerónimo todavía hoy sigue vendiendo sus
                               productos. En la sala 13, objetos expuestos en el interior de una vitrina nos
                               recuerdan el buen oficio y la justa fama adquirida por los caldereros de
                               Guadalupe desde la Baja Edad Media; pueden verse un especiero de
                               madera y un almirez de bronce junto a un guarda onzas, tres ollas, una
                               palmatoria, una chocolatera, una cantarilla, un pote, una escalfadora, una
                               pieza de alambique y un aguamanil de cobre. Sobre la pared se exhibe una
                               amplia colección de objetos de uso doméstico realizados por los afamados
                               caldereros de Guadalupe: potes, escalzaores, cántaros, sartenes y cazos,
         Alambique             espumaderas, etc.


        En la sala están también representadas algunas
 actividades caseras de transformación, como la
 elaboración de aguardiente mediante el uso de
 alambiques hechos de cobre. Se exponen además,
 cuatro morteros, tres moldes para dulces, varias
 cucharas y un cucharero de madera, junto a un par de
 cuernos para el aceite y el vinagre, colodras (recipientes
 para líquidos) de cuerno y una curiosa colección de diez
 sellos de pan fabricados en madera, que permitían
 distinguir el pan de cada familia en el horno comunal en
 que se cocía.                                                               Sellos de pan


          Repartidos por toda la sala pueden admirarse otros enseres domésticos presentes en las casas
  tradicionales; además de los ya citados se encuentran la consabida cantarera que proporcionaba el
  suministro de agua al hogar y los numerosos cuencos de madera de encina que se utilizaban para la
  preparación del gazpacho y, sobre todo, para amasar las morcillas en la matanza del cerdo, un verdadero
  rito familiar que todavía hoy se sigue practicando en la provincia.
COMERCIO



        Tanto los objetos propios del ajuar doméstico como otras
muchas mercancías eran vendidas de pueblo en pueblo por los
arrieros que utilizaban en sus viajes carros de mulas como el que
se expone en el centro de la sala 13, procedente de la localidad de
Zorita; a menudo estos comerciantes se servían de pesos y
medidas tradicionales tales como la libra o la onza para el peso; la
cántara, la arroba o el cuartillo para el aceite o el vino, y la fanega
o el celemín para el grano.                                                                    Celemín



                                                                          En la misma sala se puede observar una
                                                                  representativa colección de pesos y medidas
                                                                  tradicionales procedentes de diversas poblaciones
                                                                  de la provincia de Cáceres . Los materiales en que
                                                                  se fabrican van desde la madera de la arroba (25
                                                                  libras) y el celemín (4 cuartillos), medidas para
                                                                  áridos y grano, al latón, la hojalata y el cobre con
                                                                  que se confeccionaban las medidas de leche, las
                                                                  cántaras (8 azumbres) para el aceite o los cuartillos
                                                                  de aceite o vino (4 copas).
   Cuartillo de aceite o vino      Medida de leche

       Muchas de estas medidas se utilizaban contrapesándolas en las balanzas de dos platos como las
 que se exponen con las pesas de hierro (onzas) o bien pesándolas simplemente en una romana como las
 que aún se ven en puestos callejeros.




                                                 Carro de mulas
CREENCIAS



        La Sala 14 está dedicada a las creencias y a la música. En el primer apartado se ha querido dar
una visión amplia del mundo de las creencias en lo inmaterial dentro de la cultura tradicional;
obviamente, la religiosidad católica ocupa un lugar preeminente en este ámbito, pero también se
presentan elementos vinculados a otras ideas y creencias que, bien pueden tener un origen anterior al
cristianismo, o bien responden a una ideología paralela a éste; se trataría, pues, de creencias en
fuerzas sobrenaturales no aceptadas por la doctrina católica, pero firmemente arraigadas durante siglos
en la mentalidad popular.


        Así pues, la sala se inicia con una vitrina que muestra varios objetos
ligados a la práctica religiosa católica, si bien en su vertiente de experiencia
ordinaria o más bien conocida como “religiosidad popular”. Así, la muerte se
hace presente en la lámpara de cementerio y las lamparillas que la mantienen
con lumbre, especialmente el Día de Difuntos. La oración, como práctica
religiosa habitual, se representa en el rosario de pasta, muestra de una
tradición compartida con otras religiones como el Islam.                                    Rosario



                                  Otras piezas de la vitrina responden a diferentes prácticas vinculadas a
                           las creencias religiosas, como la pililla de agua bendita, que solían estar
                           expuestas en las casas particulares, y de la que las personas tomaban agua
                           para santiguarse al entrar o salir de casa. Similar función, aunque con un
                           marcado carácter protector, tienen los evangeliarios que también se exponen;
                           son en realidad relicarios que contienen estampas de advocaciones religiosas
                           (San Antonio, la Virgen del Carmen) y, en pequeño tamaño, el texto de inicio de
                           los Evangelios, que se supone protegen a quien los porta contra las desgracias
                           y el mal de ojo. La cruz de madera decorada con los atributos de la Pasión de
                           Cristo es también, probablemente, un elemento que se llevaba colgado al cuello
                           en momentos particulares del ciclo litúrgico, como es la Semana Santa.
 Pililla de agua bendita



        En la vitrina pueden verse también piezas que nos hablan de la
presencia del mundo religioso en todos los ámbitos de la vida cotidiana en la
sociedad tradicional. Es evidente que estos motivos decorativos se escogen
sobre todo para favorecer la protección del mundo sobrenatural sobre la
persona que posee los objetos; así, encontramos la representación de San
Antonio (que ayuda a las solteras a encontrar novio) en un pendiente; el
Cordero Místico en un aplique de hilo de plata y la Cruz de Cristo, acompañada
del Sagrado Corazón, en la hoja de un cuchillo, como una forma de
encomendar la defensa de quien lo porta a la divinidad. Los candiles decorados
con la cruz son también un elemento destinado a ahuyentar a los malos
espíritus que pueblan la oscuridad.
                                                                                            Hoja de cuchillo
La siguiente vitrina se dedica a mostrar la representación material
   del mundo de las creencias heterodoxas, algunas de ellas todavía muy
   ligadas a la religiosidad cristiana, y otras que decididamente podrían
   encuadrarse en un ámbito pagano. Entre las primeras, vemos la rosca
   de pan de San Blas, reminiscencia de las “caridades” que se repartían
   antaño en numerosas romerías y fiestas religiosas destinadas a aliviar la
   necesidad de los más pobres; en este caso, es evidente la relación que
   existe entre la forma de circunferencia de la rosca y el papel que se le
   atribuye a San Blas como protector contra los males de la garganta.                         Rosca de San Blas



         En este mundo de práctica religiosa popular se encuadra también el Semanario de Cuaresma, de
   caña, que servía para llevar la cuenta de las semanas previas a la Semana Santa, en que no se podía
   consumir carne. Cada viernes, se cortaba uno de los hilos dando por terminada una semana.




                                            A caballo entre lo religioso y lo profano están diferentes elementos de
                                     la naturaleza a los que se confiere un poder protector. El ave, representado en
                                     el plato de loza, es un elemento ligado a la iconografía católica (paloma del
                                     Espíritu Santo, representación del alma) pero también presente en el
         “Piedra del rayo”           imaginario popular (hay aves de buen y de mal agüero, presagian desgracias
                                     o hechos felices, etc.). Y entran claramente en lo que se ha venido llamando
                                     “supersticiones” los restantes elementos de la vitrina, como son la “Piedra del
                                     rayo”, que en realidad es una herramienta neolítica y que los pastores
                                     recogían del suelo en la creencia de que eran la marca dejada por un rayo y
                                     que tenía poder protector sobre los ganados y las personas; también la media
                                     luna que vemos representada en los amuletos de plata y en los candiles es un
                                     símbolo destinado a proteger a las personas que los poseen contra el
                                     “alunamiento”, un temible mal que podía llevar a la muerte o a la locura.
Plato con representación de un ave



         La permeabilidad entre este mundo de creencias paganas y el
 cristianismo es continua y evidente, y así, el poder de la luna sobre el ser
 humano y especialmente sobre la mujer, se ve reflejado en elementos de la
 iconografía cristiana como la representación de la Inmaculada Concepción
 pisando los cuernos de la luna (véase la pililla de agua bendita en la vitrina
 anterior).
                                                                                                         Amuleto
Las referencias a la religiosidad en una compleja
relación de sincretismo con creencias anteriores al
cristianismo se completan con las figuras de la Carantoña
de Acehúche y el Jarramplas de Piornal. Ambas son
máscaras del ciclo festivo de invierno, que salen por la
fiesta de San Sebastián, y coinciden en su función de
asustar. Jarramplas es una personificación del santo, que
murió asaeteado, aunque aquí las flechas se sustituyen por
nabos. La Carantoña es una figura grotesca propia de una
sociedad pastoril, como las que se encuentran por toda
Europa vinculadas a esta forma de vida. En ambos casos,
permanece latente el hecho de la expulsión del mal; las dos
figuras representan el mal, el frío y la escasez del invierno;
por ello son expulsadas simbólicamente de la comunidad,
para favorecer el resurgimiento de los campos y los
ganados en la incipiente primavera que se avecina.



                                                                 Jarramplas
MÚSICA



        Dos vitrinas de la sala 14 están dedicadas a la música popular en
la provincia. Ésta se representa a partir de los instrumentos de uso y
fabricación tradicional; así, la gaita extremeña (en realidad una flauta de
pico que se maneja con una sola mano) y el tamboril han sido desde muy
antiguo casi la única instrumentación de los bailes populares en nuestra
provincia. Otros instrumentos, preferentemente de percusión, han servido
también para animar las danzas populares; entre ellos hay que mencionar
el almirez (a menudo fabricado expresamente para su uso musical), las
hueseras, flautas y cañas de percusión, las sonajas, que incorporan
platillos de metal, y sobre todo las castañuelas, así llamadas por su forma
de castaña, también conocidas como crótalos o palillos, usadas
generalmente para marcar el ritmo del baile, tanto por hombres como por
mujeres.
                                                                                Tamboril




           Gaita extremeña                             Huesera


         Mención especial merece el rabel, el instrumento de cuerda pastoril
  por excelencia. De uso muy extendido por casi toda España, generalmente
  se ha fabricado de madera, con una caja de resonancia cubierta por una piel
  de gato, aunque también los hay de calabaza, que alcanzan menor
  sonoridad. Se tañe con un arco equipado con crines de caballo.
                                                                                       Rabel
ARTE DE LOS SIGLOS XIII AL XIX

       En la sala 17 están instalados los fondos de Arte Medieval y Moderno, que abarcan desde el siglo
XIII hasta el XIX. Las obras se agrupan principalmente en pintura y escultura, junto a un conjunto de
piezas de orfebrería. A pesar de la pluralidad estilística y temporal hay un elemento común en la mayoría
de las obras, pues abundan sobre todo las de temática religiosa, aunque no faltan obras de otros géneros
como el costumbrismo, el paisaje o el retrato.
       La colección está formada por fondos del Museo de Cáceres, depósitos del Museo de Prado y
algunas piezas del conjunto de orfebrería extremeña que corresponden a depósitos del Obispado Coria-
Cáceres.

        La pieza más antigua de la sala es la “Cruz procesional”, de bronce
con esmaltes, que procede de la parroquia de San Martín de Trebejo y
perteneciente a la Diócesis Coria-Cáceres.
        La cruz presenta la estructura flordelisada característica del estilo
gótico. Por el anverso se representa a Cristo crucificado en altorrelieve
hueco, con cuatro clavos, coronado y con un largo perizoma que le cubre las
rodillas. La anatomía es bastante sintética y poco expresiva, denotándose
ciertos arcaísmos tardorrománicos.
        En los brazos de la cruz se pueden apreciar cabujones, que en la
actualidad aparecen vacíos pero que debieron albergar piedras o esmaltes.
También hay ornamentación de tipo gótico, como hojas y estrellas que
probablemente estarían esmaltadas. Algunos restos de esmaltes sí se
conservan en el ángel grabado que hay bajo los pies del Crucificado.                       Cruz procesional
        Por el reverso tiene grabados, en los extremos de los brazos, los símbolos de los cuatro
evangelistas y en centro el Cordero Místico. Todo ello está rodeado de decoración grabada y punteada a
partir de zig-zags y ondulaciones. Por esta parte conserva restos del sobredorado que tuvo la cruz.
        Por su estilo es fechable entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Carece de marcas de autor
por ser obra de metalistería, pero podría ser de talleres mirobrigenses, ya que San Martín de Trebejo
perteneció a la jurisdicción de la Diócesis de Ciudad Rodrigo.
        Es una obra destacada por la escasez de ejemplos bajomedievales de este tipo.

         En la vitrina anexa a la Cruz procesional se expone uno de los dos marfiles filipinos del museo, el
“Ángel de la Guarda”, obra del siglo XVII. Debía ser una de esas imágenes devocionales, a veces para
oratorios y de fácil trasporte, de factura delicada y policromada. Parece que le faltan las alas que
posiblemente fueran de plata sobredorada. Como testimonio de éstas quedan dos incisiones en la
espalda.
                             Es una talla de bulto redondo que representa al ángel de la guarda en actitud
                      protectora conduciendo a un niño con la mano izquierda. Con la mano derecha
                      levantada simboliza la acción de apartar los peligros. El ángel inclina su cabeza y dirige
                      la mirada hacia el niño. Su pelo está tallado a tirabuzones y decorado con pan de oro.
                      Sobre el marfil hay aplicaciones doradas en la bocamanga, cuello, cintura, y otras partes
                      del vestido del ángel. Asimismo, presentan restos de policromía los ojos, boca y cejas
                      de ambas figuras.
                             Excepto el brazo alzado del ángel, el conjunto es de una sola pieza, destacando
                      la suavidad de la talla, la delicadeza de los pliegues y la leve curvatura propia de la
Ángel de la Guarda    inclinación del colmillo del elefante con que está hecha.
Siguiendo el itinerario podemos ver un “Crucifijo” de marfil filipino. Es una pieza de 62 cm. de alto
con una marcada curvatura que, como en la pieza precitada, se debe al material con que se realizó. Es
pieza de gran calidad plástica, logrando captar el dramatismo de la expiración de Cristo, siguiendo los
cánones del naturalismo barroco español, donde prima la expresividad y el sentimiento religioso.
       La obra está compuesta por tres piezas: cabeza, tronco y piernas en un solo bloque y cada brazo
otra pieza. Adaptándose al material y a favor de una expresividad más pronunciada el artista no se ajusta
a las proporciones clásicas, sino que hace un cuerpo más estilizado y le imprime un cierto dinamismo
casi contenido.
        Es una talla minuciosa, en la que resaltan los pliegues del
perizoma, con decoración vegetal pintada, con gran detallismo en el rostro
e incluso marcando las venas de piernas y brazos a cuyo verismo ayudan
las vetas del marfil. La mirada casi perdida adquiere gran realismo con el
empleo de policromía. Al sentido trágico de la obra también contribuyen
los regueros de sangre que corren por el cuerpo del Crucificado.
        El Cristo está adosado a una cruz de ébano, sobre tres clavos. El
rótulo de la leyenda es, igualmente, de marfil y en él se inscriben las
siglas INRI (Iesus Nazareno Rex Iudieorum).
        La obra está fechada en el siglo XVII y procede del Legado
Paredes Guillén de Plasencia.                                                                Crucifijo


      Siguiendo la tipología iconográfica de en la sala se expone otro “Cristo crucificado”, aunque éste
de mayor tamaño y anterior cronología. Se trata de una talla en madera policromada, datada en la
segunda mitad del siglo XIV. Pertenece al gótico tardío con reflejo de la corriente naturalista procedente
de Europa. La zona de Extremadura, por su situación geográfica, se nutre de los talleres castellanos y
andaluces. Parece que esta escultura tiene semejanzas con la escuela castellana de Burgos, siguiendo
el modelo de Cristo de tres clavos, que muestra la muerte de forma expresiva y realista, con detalles del
peinado, boca abierta y dentadura, para aumentar el verismo.
                                        La obra es depósito de la Diócesis Coria-Cáceres. Dentro de esta
                               tipología de Crucificado cabe destacar en Extremadura la presencia de
                               otros ejemplos como el “Cristo del amparo” de Alburquerque, el
                               “Crucificado de los Dolores” de Trujillo, o el “Cristo de los Doctores” de
                               Plasencia, entre otros.
                                       Hay que apuntar que a pesar del naturalismo de la escultura el
                               efecto final es de cierta serenidad. El tratamiento de la obra presenta a su
                               vez ciertos arcaísmos medievales, como la talla geométrica de los
                               mechones de la barba, la disposición simétrica de las ondas del cabello o
                               la rigidez de los brazos y manos. La superposición de una pierna sobre la
                               otra y los pliegues del paño de pureza dan a la escultura mayor volumen.
                                       El Cristo conserva bastante bien los restos de diferentes
                               policromías en el cuerpo, pelo, corona y perizoma.
       Cristo Crucificado


         El verdadero desarrollo de la escultura española tendrá su arranque ya en el siglo XVI, con el
 empleo de técnicas y materiales nuevos, influencias foráneas y una temática marcadamente religiosa,
 acentuada tras el Concilio de Trento.
         Habrá una clara renovación estilística, sobretodo con la influencia de las corrientes renacentistas
 italianas, que unidas al sentimiento dramático y expresivista español darán lugar a obras de una notable
 originalidad.
A esto hay que sumar el desarrollo de la creación de arte mueble para decorar las iglesias, dentro
 del cual adquiere un papel relevante el retablo, con un desarrollo de nuevos programas iconográficos,
 con intenciones dogmáticas y de gran riqueza visual.
       Dentro de este marco histórico-artístico habría que ubicar a las tres esculturas de bulto redondo
 que se exponen al principio de la sala, que representan a una Santa Mujer, a María Magdalena y a San
 Pablo.
       Las tres esculturas, de madera policromada, pertenecen a un programa icnográfico de un conjunto
 escultórico, probablemente retablístico.

                                                La denominada “Santa Mujer”, cuya identidad
                                         desconocemos por la escasez de atributos, es una talla de Virgen
                                         o Santa, que sujeta con el brazo izquierdo un libro a la altura de la
                                         cadera. El brazo derecho, en posición un tanto escorzada debía
                                         tener otro atributo que la identificase iconográficamente pero se ha
                                         perdido.
                                                Destaca el tratamiento de pliegues angulosos del manto que
                                         imprimen cierto movimiento a la obra, a pesar de su serenidad y
                                         estatismo.
                                                Se conservan restos de policromía azul y roja, y sobretodo
                                         destaca el dorado. El rostro, algo deteriorado, conserva aun las
                                         carnaciones, colores de ojos y otros detalles. Es destacable la
                                         dulzura y delicadeza del rostro, en contraste con los claroscuros
                                         que proyectan los pliegues del hábito.
                                                La escultura está datada en el siglo XVI, y se atribuye a la
                                         escuela del escultor Sebastián de Almonacid, que trabajó en la
                                         catedral toledana, difundiendo las influencias francoborgoñonas.
               Santa Mujer




        La otra talla, anónima, se identifica con “María Magdalena”, y
es también del siglo XVI. Participa de las características de la anterior
escultura, siendo también talla en madera con policromía de rojos,
azules, grises y dorados.
        Es destacable la belleza del rostro por su serenidad. Su
cabello cae en bucle sobre el hombro izquierdo. Tiene el brazo
izquierdo pegado a la cintura y en la mano una pequeña peana o
base de bote. En la mano derecha, más alta, porta la tapadera del
recipiente que no está completo en la otra mano.
        Por sus características algunos autores han pensado en la
posibilidad de que perteneciera a la escuela o taller del maestro
Copín de Holanda, autor que trabajo en la alta Extremadura, con
obras como el sepulcro del prelado Ximénez de Préxamo de la
catedral de Coria.


                                                                                       María Magdalena
La escultura de “San Pablo”, de la cual se desconoce también a su
autor, formaba parte del retablo de la parroquia de Hinojal, y es depósito de
la diócesis Coria-Cáceres.
        Por su factura parece de la escuela castellana, del siglo XVI.
        Está representado en actitud pensativa, con una anatomía no muy
lograda, con tratamiento rudo de algunas partes, como los mechones de la
barba. Por ello parece obra de un taller poco experimentado, posiblemente
rural.
        Conserva policromía, algo desvaída, con tonos rojos y marrones
predominantes. Se aprecia en los pliegues del manto la tela que recubre la
madera y sobre la que se sitúa la pintura.
        La parte más esmerada de la obra es la cabeza, aunque, no
obstante, su tratamiento no es del todo afortunado.
        Probablemente el lugar que ocuparía en el retablo favorecería su
visión al no estar muy próximo al espectador, cumpliendo, eso sí, su
función icnográfica.
                                                                                                San Pablo


        La pieza clave de la colección de esta sala es “El Salvador”, de Domenico Theotocopuli (1541-1614),
más conocido como El Greco.
        Es una obra de medianas proporciones que fue concebida para formar parte de un apostolado, de los
que el artista realizó tres, en el que también intervinieron otras manos de discípulos de su taller. Las mejores
series de apostolados fueron realizadas por El Greco a principios del siglo XVII (en torno a 1605-1610), al
final de su etapa, siendo la más celebre la que se conserva en la catedral de Toledo, cuyo Salvador, que
preside la serie, comparte muchas similitudes con la obra del Museo de Cáceres.

                                                También hay dos obras similares más, una en el Museo de El
                                                Greco de Toledo y otra, de fechas más tempranas, en
                                                National Gallery of Scotland.
                                                 Las series de los apostolados responden a todo un
                                                programa iconográfico que se inicia con las imágenes de los
                                                cuatro evangelistas, profetas, doctores o padres de la Iglesia
                                                y concluyen con una selección de apóstoles. La más
                                                completa es la que se conserva en la catedral toledana; el
                                                resto está diseminado por numerosos museos y colecciones.
                                                 El modelo temático era bastante habitual en Italia, pero
                                                suponía una novedad en la España del siglo XVI.
                                                  La obra de El Greco está cargada de originalidad, pues en
                                                ella se unen su formación italiana, tanto pictórica como
                                                cultural, concretamente de su formación en Venecia y Roma,
                                                que le confieren el colorismo y su canon manierista, además
                                                de su interés intelectual por la filosofía de Aristóteles y Platón
                                                y el conocimiento del mundo humanista, que a su vez se
                                                enriquece en España imprimiendo en sus obras el carácter
             “El Salvador”                      religioso y expresivista que adquiere en su etapa toledana.
Su obra es un encuentro equilibrado entre el mundo clásico, la armonía a partir del color y la
religiosidad de carácter místico.
        Esta obra de El Salvador procede del convento de las Agustinas Recoletas del Cristo de la Victoria
de Serradilla. Una vez adquirida por el Museo de Cáceres fue robada en 1979 y devuelta poco después.
        La pintura participa de las características propias de las obras de El Greco. La pincelada viva y
certera confiere a la obra calidades de diferentes texturas en el rostro, manos, hábito o en la esfera. El
artista sacrifica la proporción clásica en favor de una expresión más dramática, acentuada por el fondo
negro neutro que hace destacar la figura iluminada por su aureola. La luz tamiza suavemente a El Salvador
que en contraste con la oscuridad donde se sitúa casi anticipa el tenebrismo barroco.
       La manera de representar a Cristo en actitud de bendecir, y de medio cuerpo, recuerda a la
iconografía de los iconos bizantinos que sin duda quedaron en el autor un poso en su primera época.

                                                                       La siguiente obra en el recorrido es
                                                               el “Tríptico de la Pasión”, importante
                                                               anónimo flamenco del siglo XVI. La obra
                                                               responde a la plástica propia de Flandes, de
                                                               composiciones naturalistas y coloridas,
                                                               donde prima el detallismo.
                                                                      El modelo de composiciones
                                                               complejas, colores vivos y carácter
                                                               dramático sigue los estereotipos que
                                                               marcaron los maestros Van Eyck y Van der
                                                               Weyden, entre otros, y que influyeron en le
                                                               panorama pictórico español.
                   “Tríptico de la Pasión”

        El pintor se detiene en la representación del paisaje y las
arquitecturas, propio de la pintura de Países Bajos, y composiciones
abigarradas muy monumentales.
        La obra representa tres momentos de la Pasión de Cristo,
temática muy habitual en la época. En la tabla central se representa la
Crucifixión, con un gran número de personajes, además de los
tradicionales San Juan, María y María Magdalena. Las tablas laterales
reproducen escenas complementarias, como la Subida al Calvario y la
Resurrección. Se ordenan secuencialmente según los evangelios
conformando una obra dogmática.
        Los trípticos eran utilizados como pequeños retablos en
oratorios religiosos de palacios o iglesias.
        La claridad compositiva y el empleo de perspectivas bien
logradas denotan también la influencia de la corriente renacentista,
además de la precitada flamenca.                                               “Detalle del Tríptico de la Pasión”
        La obra fue robada en 1985 y recuperada con posterioridad.


         De la pintura barroca del siglo XVII hay también una buena representación en la sala, tanto de
Países Bajos, como de Italia y España. Hay escenas cotidianas, paisajes holandeses y temática religiosa
italiana y española.
Obra flamenca del siglo XVI es “La traición de Dalila” de
 Martín de Vos (1532-1603), pintor de Países Bajos pero de
 influencia italiana. La obra es de técnica depurada y minuciosa,
 con gran importancia del fondo arquitectónico.
        La pintura denota influencias de Rafael y el manierismo.
        Temáticamente se representa a Sansón en brazos de Dalila
 con el cabello cortado por los filisteos. La composición es diagonal,
 centrándose las luces en los personajes principales.
                                                                                       “La traición de Dalila”
       Es un lienzo de pequeño formato (0’52 x 0’34 m.), al óleo. Perteneció a la colección del rey Carlos II y
 se salvó del incendio que sufrió el Alcázar de Madrid en 1734. La obra es depósito del Museo del Prado.

                                                            Junto a este cuadro se expone “La idolatría de
                                                      Salomón”, anónimo italiano del siglo XVI, de pequeño
                                                      formato (0’40 x 0’52 m.), óleo sobre cobre.
                                                             La temática es poco habitual en la época pero
                                                      sirve para desarrollar una composición de numerosos
                                                      personajes, sobretodo figuras femeninas. El pintor se
                                                      detiene en el detalle de telas, arquitecturas, paisajes y
                                                      rostros. Es una pintura minuciosa y detallista.
                                                            Salomón aparece de rodillas ante una escultura
                                                      femenina. Una mujer porta un incensario y otra un
                                                      recipiente de donde una tercera extrae su contenido. Hay
                                                      una amplia gama de colores y tonalidades, posiblemente
                                                      de influencia veneciana. Hay también un claro
              “La idolatría de Salomón”
                                                      amaneramiento en gestos y posturas.
       Del mismo panel expositivo de los cuadros antes explicados
pende un relieve de “San Lucas”, anónimo de la escuela castellana, del
siglo XVI y de madera policromada y estofada. La obra está
descontextualizada, pues su destino sería el de estar adosada a la
superficie plana de un retablo.
       El santo sostiene en su mano izquierda el evangelio y con la
derecha escribe en el mismo, para lo cual se apoya sobre la rodilla
derecha, mientras que la pierna izquierda está en escorzo hacia el
espectador. Entre sus piernas surge la cabeza de un toro, símbolo del
este evangelista.
      Destaca por la fuerza expresiva y el dinamismo que proyectan los
pliegues de las vestiduras.
                                                                                                “San Lucas”
       La obra de fines del siglo XVI es de clara influencia italiana y reflejo miguelangelesco.
       De nuevo el arte se dejó influir por el sentimiento religioso y el expresivismo, cuyos máximos exponentes
en escultura barroca del siglo XVI fueron Alonso de Berruguete y Juan de Juni, cuya originalidad compositiva y
su ruptura con lo clásico a favor del manierismo son su sello de identidad
       Esta pieza por su dinamismo, agilidad y canon alargado se puede enmarcar en esta línea del autor
castellano.
La plástica pictórica extremeña del siglo XVI está representada por un autor de renombre nacional,
Luis de Morales. En el siglo XVI español se suceden diversas influencias culturales de países como Italia,
Flandes o Francia, favorecidos por la expansión de los territorios de las monarquías españolas y por el
tránsito de artistas. En la pintura, la fuerte importancia del Renacimiento italiano, tendrá su reflejo directo en
España en este siglo, sobretodo en un principio en el área de la costa mediterránea y posteriormente, en el
resto del territorio. Las escuelas sienesas, florentina y romana unidas a la influencia flamenca y al peso
autóctono hispano confieren a nuestra pintura una gran originalidad. A esto hay que sumar el varias veces
citado sentimiento religioso y el carácter devocional de la mayoría de las obras, no existiendo casi el género
mitológico tan desarrollado en países como Italia. Surgen a su vez menos centros artísticos con
características particulares, como la escuela valenciana, la escuela castellana o la escuela andaluza.

        A partir de la segunda mitad del siglo adquiere más fuerza el influjo
manierista, y en este contexto se encuentra Luis de Morales. Obra suya o de su
taller es el cuadro “Las lágrimas de San Pedro”, con gran misticismo propio
del autor, de colores fríos, fondo neutro que pronunciará el dramatismo y con
gran espiritualidad. La obra representa a San Pedro llorando ante Cristo
flagelado, que resaltan sobre el fondo negro, donde el cuerpo de Cristo parece
proyectar luz propia resaltando su importancia. Los rostros tienen gestos
dolorosos, sobretodo en la expresión de las miradas. Se detiene en detalles de
cabellos, barbas, incluso pestañas, así como en las lágrimas de San Pedro, que
dan título a la pintura. Del conocido maestro extremeño hay varias obras en la
región, como los cuadros que alberga la catedral de Badajoz, o sus importantes
obras retablísticas de San Martín de Plasencia y, sobretodo, de Arroyo de la              “Las lágrimas de San Pedro”
Luz.
                                            De la misma época es “San Jerónimo Penitente”, anónimo
                                    hispano-flamenco, como reflejan los paisajes de fondo y el tratamiento de
                                    la figura, que recuerda a autores como Hans Memling. La obra se ajusta
                                    al gusto de la época, donde la pintura flamenca, a principios del XVI, tenía
                                    gran éxito en España, un gusto quizá impuesto por los Reyes Católicos,
                                    en especial por Isabel, que iniciará una gran colección de obras
                                    flamencas ya en el siglo XV. En el cuadro se representa a San Jerónimo
                                    arrodillado frente a su crucifijo, iconografía típica del santo. En su mano
                                    derecha lleva una piedra para golpearse. Tras él, el león símbolo suyo. Al
                                    fondo se representa un paisaje urbano. El tratamiento es minucioso y
                                    detallista, con capas de pintura de finas veladuras. Hay una posible
                                    influencia de la escuela sevillana de Alejo Fernández, por su expresión
                                    típica de obras germanas y nórdicas. Destaca el sentido de profundidad
                                    con la consecución de planos.
      “San Jerónimo Penitente”


      De pintura de paisaje contamos en el museo con un ejemplo, el “Paisaje”, de Joos de Momper. La
pintura paisajista en España se inicia de manera más acentuada en el siglo XIX con los pintores románticos.
Se empieza a reclamar el género de paisaje como autónomo, pues la crítica aún lo consideraba pintura
académica para principiantes. Un buen antecedente del paisaje suponía la figura de Velásquez, mostrando
en sus cuadros con gran protagonismo de los mismos como luego continuará Goya. En este ambiente se
enmarca la obra de Carlos de Haes, que identifica el paisaje con la realidad. Aunque nació en Bruselas se
formó en el taller malagueño de Luis de la Cruz, pasando luego a Bélgica y Francia.
Con el paisaje realista de Haes se marcará una nueva pauta
                                        académica respecto a esta temática, sobretodo a través de su
                                        discurso “De la pintura de paisaje antigua y moderna”, sobre el
                                        espacio y el concepto de imitación de la naturaleza. De su obra se
                                        generarán varios discípulos españoles continuadores de esta
                                        temática. No obstante, fuera de nuestro país el paisaje había cobrado
                                        fuerza como género ya en tiempos anteriores, como muestra la obra
                                        “Paisaje”, de Joos de Momper, que se expone en la sala. Este óleo
                                        sobre tabla representa un paisaje con carros y gente a caballo en
                                        primer término vadeando un río. Las figuras recuerdan a Peter
                                        Brueghel el joven. Es una obra detallista, elegante en el tratamiento
                                        de las figuras. Destaca la maestría y soltura en la construcción del
                                        paisaje. Una obra de gran calidad.
               “Paisaje”


        El siglo XVII está representado en la sala por obras españolas e italianas, donde de nuevo predomina
la temática religiosa. Son obras de gran realismo, naturalismo y tenebrismo, propias de la sombra que el gran
autor Caravaggio proyectó en la pintura de este siglo. Se rompe con el manierismo y se resuelven los temas
con sobriedad, donde usando escasos medios y composiciones de pocos personajes se consigue un
lenguaje profundo. En España se desarrollará la pintura cortesana y la pintura religiosa, sobretodo con dos
centros destacados, como son la escuela madrileña y la escuela sevillana, que además exportaba obras a
América. A esto hay que sumar otros núcleos como Valencia, Valladolid o Toledo. El artista empieza a ser
valorado como individuo y adquiere cierto reconocimiento social, aunque en la mayor parte de las ocasiones
su libertad expresiva se verá coartada por la imposición de los clientes.


Dentro de la corriente naturalista barroca, destacada en escuelas
como la valenciana, gracias a la influencia de Ribera, que viajó a
Italia y desarrolló su obra bajo el influjo caravaggesco, en el
museo tenemos el ejemplo de Esteban March (1610-1668), con
su obra “San Onofre”. Pertenece a la segunda mitad del siglo
XVII , y se caracteriza por exaltar la religiosidad y emotividad de
las figuras religiosas. Trabajó la pintura mística, pero también las
escenas de batalla. En su obra se aprecian los contrastes de
luces con el empleo de claroscuros y una gran precisión y
detallismo anatómico, como refleja esta obra y cuya factura
guarda muchas similitudes con el realismo de Ribera. En el
cuadro se representa a San Onofre apoyado sobre un palo y con
un rosario en la mano derecha. Es una figura de medio cuerpo,
pero a tamaño natural. El detallismo del cuerpo es muy acusado,
pero sobretodo del rostro. Esta obra formó parte de la colección
de Felipe IV y es depósito del Museo del Prado.
                                                                                       “San Onofre”
Otra obra barroca muy representativa de la sala es la
de “Judit con la cabeza de Holofernes”, un lienzo
anónimo italiano de clara influencia caravaggiesca, con
un acentuado naturalismo y representación de figuras
humildes con un gran realismo. El tema es muy
recurrente en este siglo, sobretodo en Italia, pues
simboliza el valor y la fe frente al pecado y la muerte.
Hay de nuevo un contraste de luces y sombras y
exaltación del valor espiritual. Se aproxima a la escuela
napolitana por su factura y apreciación de tonos en su
composición, así como su misticismo. Es un óleo sobre
madera y pertenece al Museo del Prado.
                                                                           “Judit con la cabeza de Holofernes”




                                                   Dentro de la línea religiosa de gran pureza está Vicente
                                                   Carducho (1576-1638), que desarrolló una pintura
                                                   naturalista y simbólica, usando como modelo para muchos
                                                   de sus cuadros libros de estampas. “La Degollación de
                                                   San Juan Bautista”, muestra un eclecticismo entre el
                                                   colorido y lo tenebrista caravaggiesco. Carducho era
                                                   italiano, pero afincado en España. Fue pintor del rey y
                                                   representa la parte academicista barroca.




         “La Degollación de San Juan Bautista”


       La siguiente pieza en orden de visita de la sala es la escultura de la
“Santísima Trinidad”, imagen del siglo XV. La iconografía surge en los
evangelios medievales y procede de la pintura de mosaicos bizantina,
como las miniaturas del misal de Campray o del Evangeliario de Perpiñán.
Es una imagen dogmática y simbólica. Algunos autores consideran que
sobre la corona del Padre Eterno iría una esfera, símbolo del dominio
universal. La disposición entronizada procede del prototipo de emperador
del mundo, modelo de origen en el imperio sacro germánico, como ocurro
con algunas representaciones de Carlomagno.
       La pieza pertenece a la diócesis Coria-Cáceres, procedente de la
parroquia de Herrera de Alcántara. Es de mármol y conserva restos de
policromía en algunas partes. La composición se completa con tres
figuras, el Padre Eterno, coronado; la paloma, símbolo del Espíritu Santo;
y Cristo, en este caso crucificado. La pieza guarda una gran simetría entre
las partes y la composición es bastante cerrada.

                                                                                              “Santísima Trinidad”
Continuando el recorrido encontramos la obra de Lucas
Giordano (1634-1705) “San Andrés”. Aunque al autor se le
conoce más quizás por su faceta como pintor de frescos, fue
también un destacado pintor de caballete, con gran maestría y
originalidad. Se instaló en España a finales del siglo XVII. Sus
obras de frescos decoran El Escorial y El Casón del Buen Retiro.
Su obra sobre lienzo abandona el naturalismo de Ribera y el
tenebrismo de Caravaggio y se acerca más a otros pintores como
Pietro da Cortona. Su aportación en España en pintura religiosa
fue fundamentalmente la de introducir nuevos modelos
iconográficos. Es el caso de este “San Andrés”, que se salta los
cánones de representación más habituales para representarlo
casi como imagen profana, como un filósofo pensativo, dando a
su vez al santo un aspecto de erudito. Es una pintura muy alejada
de las escenas dramáticas y realistas que veíamos en las obras
de Carducho y Esteban March. Esta obra responde a la técnica
                                                                                         “San Andrés”
que emplea en su última etapa, con fuertes contrastes,
preocupación por las texturas, matices, etc.

                                                                 Junto al “San Andrés” se expone un cuadro
                                                          de temática entre lo costumbrista y lo paisajístico,
                                                          “Aldeanos conversando”, de David Teniers el
                                                          Viejo (1582-1648). El autor se detiene en el
                                                          entorno rural, retratando una de las clases
                                                          sociales de la época, y cuyo marco le sirve de
                                                          excusa para desarrollar el género del paisaje, que
                                                          tiene un claro fin decorativista y complementario a
                                                          la escena de los aldeanos. Teniers muestra el
                                                          lado curioso, tosco, burlesco, jocoso del ser
                                                          humano, siguiendo la línea de autores
                                                          precedentes como Brueghel o El Bosco. Hay que
                                                          destacar también de él el empleo de luces y el
                                                          detallismo de las figuras y elementos naturales,
                “Aldeanos conversando”
                                                          deteniéndose en elementos anecdóticos como el
                                                          perro o el hombre entrando en su casa.


      La siguiente obra es un relieve de alabastro, “Madonna con
el niño y ángeles”, que posiblemente formara parte de la
decoración de algún elemento arquitectónico. Sigue el modelo de
medallón o “tondo”, popularizado ya en el Quattrocento por autores
como Luca della Robbia o Desiderio de Settignano. Es una obra
delicada y a la vez con una gran carga expresiva que guarda las
proporciones y el equilibrio propio de cánones italianos y donde con
la composición de las figuras se juega con las luces y las sombras,
para conferir los volúmenes.
                                                                              “Madonna con el niño y ángeles”
En el mismo panel se encuentra la “Crucifixión”, obra en mármol,
relieve del siglo XVI, que muestra un calvario cuyo fondo de paisaje es
Jerusalén y cuya composición se cierra con una representación del sol y la
luna, en la parte superior. El relieve muestra de dependencia iconográfica de
algunas estampas de las escuelas europeas o de artistas como Alberto
Durero. Su función sería la de adornar alguna estancia u oratorio como objeto
de culto. Además de Cristo crucificado se representa a San Juan y María bajo
la cruz, los tres el altorrelieve. El fondo es un bajorrelieve muy sinuoso, rico en
detalles arquitectónicos, de plantas, etc.
                                                                                               “Crucifixión”

       La sala XVII cierra su visita con una muestra de pintura del siglo XIX, un siglo de gran diversidad
plástica influenciado por los hechos históricos acontecidos en España y por la gran proyección de la obra de
Goya. La tradición académica todavía resiste, hasta que el movimiento romántico fuera rompiendo algunos
moldes. Poco a poco la temática y el estilo se irán liberando de las formas impuestas por lo ortodoxo y
académico. El artista va adquiriendo mayor libertad e iniciativa de renovación.
        La primera obra que vemos es “La Pereza”
de José Alcázar Tejedor (1850-1912), discípulo de
Palmaroli y pintor de la escuela parisina. Su obra
recibió muy buenas críticas y mantuvo un equilibrio
entre la forma y el color. Su pintura es sobre todo
costumbrista, muy del gusto de la época,
deteniéndose en la anécdota, en lo cotidiano de la
escena y en la sensibilidad del dibujo. En “La
Pereza” queda patente el buen dominio del dibujo y
el rico cromatismo de la obra. Representa una
escena de interior, con una joven sobre un                                    “La Pereza”
balancín, con un vestido blanco y en la mano un abanico oriental. En el suelo y junto al balancín aparece una
partitura de música con el título “La Pereza”, y tras ella un biombo, y al fondo a la izquierda un piano. El
artista se detiene en detalles anecdóticos del mobiliario y la indumentaria. La pincelada suelta la aleja del
academicismo.



                                         La siguiente obra es de Antonio María Esquivel, de 1852, el “Retrato
                                  de un abogado”. Representa a un personaje con toga negra, en la que
                                  resalta el blanco del cuello y la camisa. El rostro es quizá la parte de mayor
                                  calidad en acabados, destacando las carnaciones. Tras el personaje
                                  aparece una columna de fuste acanalado. Esquivel fue un destacado pintor
                                  sevillano del S. XIX, continuador de la célebre escuela que fundara el pintor
                                  Bartolomé Esteban Murillo.




     “Retrato de un abogado”
La obra que cierra la sala es “María Picón y Pardiñas, con capota blanca”, de 1882, obra del pintor Emilio
Sala Francés (1850-1910). En este óleo sobre lienzo, el pintor retrata el busto de una niña, con gesto serio y
de mirada observadora hacia el espectador. Aparece ataviada con abrigo y capota blanca sobre la cabeza
anudada al cuello con un gran lazo. La calidad de las telas, que el pintor refleja con la pincelada, indican la
posición social acomodada de la joven, así como sus pendientes dorados con grandes piedras azules. La
pincelada es rápida y suelta, sólo detenida en el rostro para acentuar los detalles. El pintor usa sólo algunos
tonos de verdes, azules, rosas y blancos. En la parte izquierda, tras la niña, aparece representado un dibujo
de trazo infantil y con gran ingenuidad, haciendo alusión su condición pueril. El pintor deja ver incluso el lápiz
preparatorio del cuadro tras las pinceladas, es una obra que refleja espontaneidad y frescura, con un aspecto
abocetado. La niña retratada es la hija del ilustre caballero Jacinto O. Picón y Bouchet, de ideas liberales y
crítico de arte, además de biógrafo de Velázquez, novelista y académico de la Real Academia Española y de
la de Bellas Artes, y representante del patronato del Museo del Prado. Emilio Sala era, por tanto, amigo del
padre de la niña, y se piensa que el cuadro fue un regalo. Sala hizo más retratos dedicados a esta familia. El
cuadro es del Museo de Arte Moderno, donado por Jacinto Octavio Picón, y está en depósito en el Museo de
Cáceres.




                                         “María Picón y Pardiñas, con capota blanca”
Exposición Permanente del Museo de Cáceres
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Exposición Permanente del Museo de Cáceres

  • 1. EN CONSTRUCCIÓN PÁGINA INTRODUCCIÓN 1 SECCIÓN DE ARQUEOLOGÍA SECCIÓN DE ETNOGRAFÍA AGRICULTURA 5 GANADERÍA Y PASTOREO 6 CAZA Y PESCA 7 TRANSFORMACIÓN DE RECURSOS 9 OFICIOS CARPINTERÍA 10 ORFEBRERÍA 11 MANUFACTURA TEXTIL 12 ALFARERÍA 14 INDUMENTARIA 15 AJUAR DOMÉSTICO 18 COMERCIO 19 CREENCIAS 20 MÚSICA 23 SECCIÓN DE BELLAS ARTES ARTE DE LOS SIGLOS XII AL XIX 25 ARTE CONTEMPORÁNEO ESPAÑOL 39
  • 2. INTRODUCCIÓN Se aloja en dos edificios históricos del Casco Antiguo de Cáceres, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La Casa de las Veletas alberga las Secciones de Arqueología y Etnografía; se trata de un edificio cuyo aspecto tiene su origen en las obras realizadas en 1600 por su propietario Don Lorenzo de Ulloa y Torres en un solar que tal vez pudo haber sido ocupado por el desaparecido Alcázar musulmán. De aquella intervención data el bello patio de planta cuadrada sostenido por ocho columnas toscanas; en el siglo XVIII, sin embargo, la Casa es reformada por Don Jorge de Cáceres y Quiñones, que introduce las gárgolas y los bellos remates de cerámica esmaltada de la cubierta además de los grandes escudos de la fachada principal. Casa de las Veletas. Fachada principal La colección de Bellas Artes se puede contemplar en la Casa de los Caballos, que fue una caballeriza y posteriormente vivienda hasta su conversión en espacio museístico; tras su rehabilitación, fue abierta al público en 1992. Detalle de fachada. Gárgola Aunque el primer Patronato de Museo se constituyó en 1917, la idea de su creación surge en 1899 cuando un grupo de estudiosos de la Historia cacereña comienza a recogerobjetos de interés arqueológico y artístico depositándolos en el Instituto de Segunda Enseñanza. En 1931 se arrienda el Palacio de las Veletas para albergar el Museo, que tras una intervención arquitectónica, es inaugurado el 12 de febrero de 1933. Tras la posterior adquisición del inmueble, es rehabilitado en 1971 y se reforma la exposición permanente, tarea que se repite en 1976 en la Sección de Etnografía. En 1989 el Ministerio de Cultura transfiere la gestión del Museo a la Junta de Extremadura, conservando Casa de las Veletas. Patio la titularidad del edificio y de parte de sus fondos.
  • 3.
  • 4.
  • 5. AGRICULTURA La agricultura y la ganadería siguen siendo, en gran medida, la base de la economía cacereña, ocupando a la tercera parte de la población activa; las fincas agrícolas son pequeñas en las áreas montañosas y del norte de la provincia, mientras que los grandes latifundios dominan el llano. Tradicionalmente los cultivos dominantes han sido el olivo y el viñedo, junto a los cereales de secano, aplicando el sistema de año y vez, dejando las tierras en barbecho en año alternos. La introducción del regadío y los abonos industriales permitió un aprovechamiento intensivo de las nuevas especies, como el tabaco, la cereza, el pimiento pimentonero, el arroz o el maíz. Mención aparte merece el espacio de la dehesa, que supone una explotación racional del bosque mediterráneo combinando la agricultura de secano con la ganadería extensiva y el aprovechamiento forestal. Los aperos o utensilios de la labranza se han mantenido con escasas variaciones desde la época romana hasta la mecanización del campo. Para remover la tierra se usaba la azada o zacho, la podadera para limpiar el matorral, el arado de palo -posteriormente metálico- para hacer los surcos, la hoz para segar el cereal y las zoquetas o dediles para proteger los dedos de los segadores, quienes en gran número bajaban del norte de la Meseta cada año para hacer su trabajo. El trillo de pedernal o de ruedas servía para separar el grano de las espigas, rastrillos y aparvaderas se utilizaban para separar la parva, horcas y bieldos para aventar el grano y la criba para limpiarlo. Trillo de pedernal En la Sala 9, dentro de vitrina se expone un arado de vertedera metálico, así como rejas y otras piezas del arado tradicional, junto a otras herramientas de las utilizadas en la agricultura, como una podadera y varias hoces, zoquetas y dediles, horcas, bieldos, palas y una aparvadera para juntar el grano. Junto a estos objetos, pueden verse otros elementos propios de la agricultura tradicional como el trillo de pedernal (tipo tribullum), fiambreras o un costal de lino. Fuera de las vitrinas, puede observarse un trillo de ruedas, de tipo plostellum, Arado de vertedera metálico y rejas del arado tradicional
  • 6. GANADERÍA Y PASTOREO Extremadura tiene desde antiguo un marcado carácter ganadero; el modelo tradicional es una ganadería extensiva en que predominan la cabaña ovina y porcina, basada en el aprovechamiento de los pastos estacionales y económicamente viable gracias al bajo coste de la mano de obra; sin embargo, la mecanización del campo, la irrupción de piensos elaborados y la importación de razas alóctonas, llevaron desde la década de 1960 a una transformación radical de la explotación ganadera en la región. En la actualidad se ha producido una intensificación generalizada de las explotaciones y un considerable aumento de la cabaña vacuna y orientación hacia especies caracterizadas por su elevada producción de leche y carne. Zurrón de cuero Es bien conocida la abundancia de la cabaña ovicaprina cacereña, formada por reses que pastan en los campos adehesados y en las alturas de los Valles del Jerte, Las Hurdes, Sierra de Gata, etc. Tradicionalmente, la lana se llevaba a lavaderos como el de Malpartida de Cáceres y se exportaba o se utilizaba en la confección de paños y lienzos. Carranca o collar para perro Aún persiste una cierta proporción de ganado trashumante, que cada año baja de Castilla para pasar la invernada en los campos de Plasencia, Cáceres o Navalmoral, arrendando para ello los pastos de las dehesas. En muchos casos, los movimientos trashumantes todavía se realizan a pie, lo que obliga a llevar a los pastores un precario equipaje personal y a obtener del entorno, en particular de las reses, lo necesario para sobrevivir. La vivienda, en esas condiciones, es también precaria, predominando los chozos de diferentes tipos; sin embargo, en los últimos decenios la incorporación de vehículos a motor permite a estas personas mantenerse en contacto con las poblaciones y abastecerse de todo lo necesario. Algunas comarcas cacereñas, como Las Hurdes o Las Villuercas, destacan por la cantidad y calidad en la producción de miel. Allí aún se sigue practicando una apicultura artesanal basada en métodos y conocimientos tradicionales. El corcho se utiliza para la elaboración de colmenas al menos desde época romana, según recomienda Columela por su escasa conductividad del calor. En Extremadura, ha venido siendo la forma predominante de fabricación colmenera hasta la imposición de otros tipos como los sistemas Langstroth o Dadant, que permiten extraer los panales sin destruir la colmena. Pueden ser de una sola pieza o enterizas, de dos piezas (de dos paños o con hija), de tres y hasta de cuatro paños. Colmena de corcho En la sala 9, la ganadería está representada con dos yugos (boyero y de caballerías), una collera y otros elementos; sobre el pastoreo y apicultura se exponen varios enseres, como el zurrón, cayado, gancho, tijeras del esquileo, campanillos o el curioso collar de perro (carranca) y un modelo a escala de chozo de pastor. Tijeras del esquileo
  • 7. CAZA Y PESCA La colocación de cepos y lazos para conejos y liebres o de trampas para perdices, tordos y otras aves ha sido una práctica habitual en las áreas rurales cacereñas. Al mismo tiempo, también se han utilizado este tipo de técnicas de caza para controlar la población de alimañas o de especies dañinas para la agricultura o el ganado. El uso de la escopeta ha estado escasamente extendido a causa del elevado coste tanto del arma como de los cartuchos y de las dificultades para conseguir una licencia. Por otro lado, el desigual reparto de la propiedad de la tierra ha hecho que muchas de las personas que se dedicaban a la caza, aun ocasionalmente, fuesen furtivos a quienes no les interesaba alertar a los guardas con el ruido de los disparos. El cepo utilizado en nuestra provincia corresponde al tipo llamado ibérico, formado por la traba y el rabo, siendo su plancha de disparo en forma de tambor; especialmente concebido para la caza del conejo, se fabricó masivamente en Don Benito (Badajoz) según un modelo desarrollado en 1900. Cepo ibérico La sala 9 alberga diferentes piezas relacionadas con la caza, tanto de pequeños animales, como ratones o páajaros, como de alimañas y conejos. Destacan los dos cepos ibéricos, fabricados en Don Benito y los polvorines de cuerno, ricamente decorados en un fino trabajo propio de Polvorín de cuerno pastores. Un modo de vida ya prácticamente desaparecido ha sido la pesca fluvial, que en nuestra provincia tuvo sus puntos más importantes en las cuencas de los ríos Tajo y Alagón. Garrovillas, Ceclavín, Torrejoncillo y Plasencia han sido las poblaciones donde esta actividad alcanzó mayor importancia. El tipo de barca más utilizado en el Tajo posee una característica forma triangular y se usaba tanto para desplazarse por el río como para lanzar las redes, recoger y trasladar las capturas. Los aparejos de pesca más frecuentes son el trasmallo, red triple en que la malla central tiene los rombos mucho más pequeños que las dos exteriores o albitranas, la traviesa, red similar al trasmallo pero de una sola pieza, o la tarraya, que es una red de forma circular. Tradicionalmente se utilizaba para la confección de redes el hilo de torzal, si bien desde la década de 1960 se popularizó el nylon; las agujas apuntadoras son de diferentes tamaños según su finalidad, ya sea para coser Barca del ríoTajo desperfectos, montar el trasmallo o tejer la albitrana.
  • 8. La tarea de tejer la red fue casi siempre patrimonio de las mujeres, mientras que los hombres se reservaban la faena de armar las redes con las corchas de la parte superior y los plomos de la inferior. Las técnicas de pesca con red eran variadas: de cerco, participando tres o más embarcaciones; de rastreo, empalmando varios trasmallos a lo ancho del río, de costana en las orillas, con tarraya, de atranque, etc. Con ellas se capturaban bogas, barbos, carpas, tencas o lampreas entre otras especies. Agujas Ocupando una posición principal en la sala 10 se expone una de las últimas barcas del Tajo, con su tradicional forma triangular, acompañada de una completa red (trasmallo) de nylon y tres agujas para su reparación.
  • 9. TRANSFORMACIÓN DE RECURSOS Queso, aceite y vino Los productos procedentes de la caza, pesca, recolección, agricultura, ganadería y actividades extractivas, requieren un proceso de transformación para su conversión en alimentos o bienes de consumo. Hasta la industrialización, estos procesos de manufacturado se realizaban aprovechando como fuentes de energía la fuerza animal, humana o del agua en movimiento. Todas estas actividades de transformación dieron lugar a la especialización en el trabajo y al surgimiento de oficios y talleres, a veces familiares, y en otras ocasiones organizados a través de gremios y hermandades. Pero muchas de ellas siguieron realizándose de forma casera como medio de autoabastecimiento de alimentos básicos para el consumo familiar. El queso, elaborado principalmente por los pastores, requería la utilización de una sencilla tecnología pero de un complejo conocimiento del proceso químico de fermentación láctea con cuajo natural. La importante cabaña ovicaprina de la provincia fue siempre una excelente materia prima para la generación de una gran variedad de quesos artesanos que aún pervive. El aceite de oliva continúa siendo uno de los pilares de la alimentación humana además de otros usos presentes y pasados, como la iluminación. Su prensado en la almazara se hacía usando grandes capachos de esparto superpuestos. El vino casero o de pitarra, se sigue elaborando en numerosas localidades de la Cántara de aceite provincia, utilizando para ello la característica prensa artesanal. La fabricación de queso se representa en la sala 10 con la mesa utilizada para ello (esprimijo) junto a cinchos de diferentes materiales, como el esparto, la madera y la hojalata, además de una paleta de madera. La elaboración del aceite se ilustra con un capacho de esparto, de los utilizados para el prensado de la aceituna en las almazaras, un modelo a escala de una almazara propia del sur de la península, dos cántaras para contener aceite y una medida de las utilizadas tradicionalmente en el comercio de este producto. Una prensa de vino, procedente de Arroyomolinos de la Vera, y de las utilizadas en los hogares tradicionales para la elaboración del vino de pitarra sirve para representar la transformación de la uva en vino. Prensa de vino
  • 10. OFICIOS Carpintería A pesar de ser tan necesario, y de que ha sido practicado desde muy antiguo, el oficio de carpintero en nuestra provincia es mucho menos conocido que otros que han atraído la atención de los estudiosos. La riqueza forestal del territorio cacereño ha permitido la existencia de una tradición de buenos artesanos de la madera, que se han empleado tanto en tares auxiliares de la construcción, realizando vigas, marcos, puertas y ventanas como en la confección de mobiliario y otros elementos necesarios para la vida cotidiana, tales como carros, aperos de labranza o utensilios domésticos de todo tipo. Puertas de alacena Históricamente han destacado los carpinteros de Ceclavín por su maestría en la elaboración de sillones, escaños, arcas y arcones, mientras que es bien conocida la destreza de los artesanos de Garrovillas en la realización de las artísticas puertas de la localidad, además de barcas y todo tipo de muebles así como en la talla de elementos auxiliares como especieros o soportes de almirez. Más recientemente, Hervás se ha erigido en un importante centro productor de muebles, incorporando ya nuevos métodos industriales en la fabricación de los mismos. Otras localidades, como Villanueva de la Vera, Ahigal o Plasenzuela se caracterizaron por la elaboración de sillas, bien torneadas o bien con asiento de enea, mientras que la talla de pequeños elementos de madera la podemos encontrar por toda la provincia. Fuera de las vitrinas de la sala 10 se reserva un pequeño espacio para presentar algunos objetos representativos de la carpintería en la provincia, como un gran sierro metálico de los utilizados en Brozas tanto para la tala de árboles como para la elaboración de tablones, y las puertas de una alacena casera fabricada Azuela por carpinteros de Garrovillas. En una vitrina plana se exponen diferentes herramientas de carpintero, utilizadas en las diferentes fases de la transformación de la madera y fabricación de muebles y enseres; entre estas piezas destacan la azuela metálica, la segureja para el descortezado, el gramil, para confeccionar espigas o el garlopín para hacer rebajes. Garlopa para hacer molduras
  • 11. OFICIOS Orfebrería El de orive ha sido un oficio muy arraigado en poblaciones como Zarza la Mayor, Ceclavín y Torrejoncillo, y más recientemente Trujillo y Cáceres. Allí, los orives o filigranantes han desarrollado su labor siempre de forma artesanal, transmitiéndose los conocimientos de padres a hijos mediante libros de recetas y plantillas para la confección de las joyas; los propios artesanos salían a vender sus mercancías por los pueblos de alrededor en las vísperas de las fiestas patronales. Libro de modelos Los metales trabajados han sido el oro y el cobre, imponiéndose últimamente la plata, todos ellos en forma de hilo. Los hilos de oro se obtienen pasándolo por el banco de estirar, donde se les da el grosor deseado tirando con el timón del hilo sujeto por la tenaza. Existe también un torno de mano que se usa para obtener un hilo aún más fino. Con las pinzas se va dando forma al hilo y el volumen de la pieza se obtiene martilleando con el vástago en la embutidera. Cuando se tienen todas las piezas hechas, se sueldan con fuego de candil, y posteriormente se lava el oro con arena y agua. Las piezas de cobre y plata se doran y se bruñen. Tas o bigornia Hay una gran variedad de joyas realizadas a base de filigrana, pero destacan la Cruz de pebas, llamada de Pingayo en Montehermoso, la tembladera de origen salmantino y el galápago, de aspecto macizo. Además, se trabajan pendientes de media luna y arracadas, gargantillas, alfileres para el pelo y las cruces llamadas veneras. Pendientes de cinco picos Collar de galápago La vitrina 40 exhibe un taller de orive prácticamente completo, procedente de Ceclavín. Se pueden ver desde la mesa de trabajo hasta el banco de estirar, incluyendo el tas o bigornia, crisoles para la fundición, tenazas y martillo de fragua o el fuelle utilizado para avivar el fuego. Por su parte, la vitrina 20 alberga algunos objetos también propios del orive, como los libros de modelo, que pasaban de generación en generación, el barreño cerámico para el abrillantado de las piezas y una selección de joyas tradicionales, entre las que Fuelle de fragua destacan las cruces de Pebas o pingayo, los pendientes de penderique, etc.
  • 12. OFICIOS Manufactura textil La obtención del tejido requiere una tarea previa de transformación de las materias primas básicas, que son el lino y la lana. A finales del siglo XVIII funcionaban en la provincia de Cáceres 229 telares de paño de lana y 560 de lienzo de lino, destacando las poblaciones de Casatejada, Torrejoncillo, Hervás, Torremocha y Villa del Campo entre los pañeros, y Plasencia, Alcuéscar, Almoharín, Casar de Cáceres o Garganta la Olla Lanzadera entre los de lienzo. También se fabricaron medias de seda en Arroyomolinos, y cordón en Casas de Millán, pero sólo en algunos de aquellos talleres, como Hervás o Torrejoncillo, podía hablarse de una organización industrial del trabajo, siendo en los demás un negocio puramente doméstico que sólo ocupaba a los miembros de la familia. Particularmente, la fabricación de lienzo solía estar destinada al autoconsumo familiar en forma de toallas, ropa interior, manteles, sacos y Huso alforjas. Tanto la fibra del lino, una vez limpia, machada y rastrillada con la rastra, como la lana, después de esquilada, lavada, escarmenada y cardada con las cardas, se hilan colocando el copo en la parte superior de la rueca y arrollando una de sus hebras al huso, el cual se hace girar para ir formando el hilo. La husada o hilo así obtenido se pasa al madejador y posteriormente se guarda en forma de madejas que se devanarán en la devanadera o en el torno de hilar, quedando listas para formar en el telar la urdimbre o armazón del tejido o bien la trama del mismo. Madejador En la sala 11 se expone una rastra para el lino, consta de una tabla rectangular de madera con una especie de cepillo de puntas de forma circular en el centro, ceñido por dos aros metálicos. El orificio del extremo servía como agarradera y para introducir el pie cuando se trabaja en el rastrillado. Cinco ruecas de distintos tipos, instrumentos formados por una varilla larga y fina de madera que es coronada en su parte superior por un abultamiento llamado rocador en el que se coloca el copo de fibra; el rocador puede ser fijo, a menudo formado por la propia vara que ha sido rajada longitudinalmente o por labor de cestería, o móvil (de cobertura) con una pieza a modo de caperuza troncocónica realizada en cartón, tela o fibra. La vitrina aloja también tres husos, útiles que constan de un palo cilíndrico con una ranura en espiral en la parte superior por donde pasa el hilo, y un rodete o tortera más ancho en la parte inferior. Uno de ellos lleva en su parte inferior un pequeño gancho metálico destinado a trenzar una segunda hebra, ya que pertenece Rastra para el lino a un telar mecánico que elaboraba hilo de dos hebras.
  • 13. Fuera de vitrinas, se puede ver un madejador o aspa cruciforme procedente de Montehermoso; el hilo se colocaba en la parte exterior de los brazos, siendo abatible uno de ellos para poder sacar la madeja al finalizar el trabajo. Además, se expone una devanadera formada por un armazón de seis varas verticales que unen dos aspas estrelladas en los extremos; se asienta sobre un cajón destinado a guardar los ovillos que se iban formando. Junto a ella, podemos ver un torno canillero, que servía para hacer canillas (ovillos de hilo para la trama del tejido); para ello se colocaba un eje metálico en la parte opuesta a la rueda y en él se encajaba la canilla sobre la que se iba enrollando el hilo con el movimiento manual de la rueda. Algunas de estas canillas pueden verse en la cajita de madera que se expone en la vitrina; en la misma vitrina también hay cuatro ovillos de hilo de lino dispuestos para formar la urdimbre, así como un rollo de lienzo de lino. Telar manual La pieza que reviste quizá mayor interés es el telar manual, procedente de Torrejoncillo. En él, los hilos que formaban la urdimbre se disponían en el enjulio o rollo de la parte posterior para, pasando a través de los lizos y peines, como los que cuelgan en la pared de la sala, ser tejidos con el hilo de la trama que el tejedor pasaba de lado a lado mediante la lanzadera en la que se alojaba la canilla. Algunas de estas lanzaderas pueden verse en las vitrinas, siendo la más grande procedente de un telar mecánico de Hervás, y las restantes de Campillo de Deleitosa.
  • 14. OFICIOS Alfarería En cualquier hogar cacereño hasta las primeras décadas del siglo XX, las ollas y vajillas de uso cotidiano eran de barro, realizadas en alguno de los alfares de la provincia, como Ceclavín, Arroyo de la Luz, Trujillo o Montehermoso o bien traídas de la provincia de Badajoz, donde sobresalió por su abundante y afamada producción la población de Salvatierra de los Barros. El recorrido por las vitrinas de la sala 13 se inicia con la que recoge una representación de los trabajos alfareros del centro más importante de la región: Salvatierra de los Barros, reflejado aquí con dos pitorros, uno de ellos de engaño, jarritas y mariconas (especie de botijo sin asa) además de otras piezas. Junto a Salvatierra, vemos una muestra de la alfarería de Talarrubias, también en la provincia pacense, de donde se pueden contemplar jarras, tiestos, un macetero y una cantarilla. Jarro enchinado. Ceclavín De Ceclavín son las más vistosas piezas de la siguiente vitrina, enchinadas con pequeñas piedras de cuarzo, que se pegan cuando el barro aún está tierno; junto a ellas se exponen una cocinilla y dos jarros bobos de Trujillo, además de dos ollas y un jarro chato de cerámica común cacereña del siglo XVII. También a la alfarería cacereña se destina otra vitrina, poblada de piezas de diferentes facturas originarias de los alfares de Casatejada y Montehermoso; las primeras, vidriadas en un tono marrón oscuro, son verdaderas creaciones artísticas que todavía hoy es posible adquirir, mientras que las montehermoseñas pueden considerarse reliquias al haber desaparecido este oficio en aquella población, mostrando un antiguo ejemplo de la llamada cerámica enchinada que todavía hoy se practica en la localidad de Ceclavín. Botijo “Borracho””. Casatejada Otra representación de cerámica común originaria de la región extremeña, la encontramos en los alfares de Arroyo de la Luz (Cáceres) y Fregenal de la Sierra (Badajoz). Los trabajos de Arroyo presentan tanto cerámica común sin vidriar, siendo de destacar el carbotero o asador de castañas, como vidriada en blanco, verde y amarillo, siendo muy conocidos sus lebrillos; los de Fregenal se reconocen por su vidriado parcial en verde sobre el barro basto. Plato vidriado. Arroyo de la Luz
  • 15. INDUMENTARIA La indumentaria tradicional de la provincia de Cáceres, forma de vestir que tiene sus raíces en la que era usual entre las clases populares en los siglos XVIII y XIX, poco a poco fue fijándose en la memoria colectiva como el modo de vestirse propio de las diferentes localidades de la provincia. Hay que decir que desde principios del siglo XIX este tipo de indumentaria ha venido sufriendo un largo proceso de elaboración y sofisticación, añadiendo nuevos elementos de lujo o adornos, junto a otra transformación tendente a homogeneizar los distintos tipos en cada población para crear en ellas el traje típico de la localidad. En todo caso, todavía hoy se siguen vistiendo estos trajes en días muy señalados como son las romerías, fiestas patronales, ferias, etc. Traje femenino Por lo que se refiere al traje de la mujer, hay una serie de prendas que son comunes en todos los pueblos, aunque puedan llamarse de forma distinta en cada uno de ellos. De arriba hacia abajo, los sombreros han sido de uso común para el trabajo, generalmente hechos con paja de centeno (bálago); de ellos el más célebre es la gorra de Montehermoso, adornada con lana de colores cuando la usuaria es joven, pudiendo llevar un espejito en el frente para que las mozas puedan acicalarse durante el trabajo agrícola; las más mayores llevan el mismo tipo de gorra con adornos en negro o colores oscuros. Ha sido frecuente también el uso de otras prendas para cubrir la cabeza, como las cobijas o mantillas, que pueden ser incluso de terciopelo (Cáceres y Montehermoso). Las joyas con que Gorra de Montehermoso se adornan las mujeres eran realizadas fundamentalmente en Torrejoncillo, Zarza la Mayor, Trujillo y Ceclavín, hechas de filigrana (hilo) de plata, oro o cobre; destacan las gargantillas, los colgantes de galápago, la cruz de pebas o pingayo, las cruces veneras y los pendientes de herradura, de lazo, etc. El peinado también es importante, siendo de destacar el moño de picaporte, así llamado por la forma de recoger el pelo a los lados de la cabeza. Faltriquera o limosnera De entre los pañuelos y mantones hay que citar el de cien colores, muy utilizado en toda la provincia y el de plumaje de Malpartida de Cáceres, bordado en lana sobre verde oliva con motivos vegetales. En Montehermoso la mujer llevaba un dengue o esclavina de color negro con bordado ribeteado en rojo. Bajo el mantón o esclavina, la mujer cacereña solía vestir un jubón negro, de terciopelo, satén o raso, muy ceñido y adornado con lentejuelas o encajes en las bocamangas. La falda recibe un nombre distinto en cada lugar (refajo en Cáceres, mantilla en Montehermoso, saya o manteo en muchas otras localidades); suele ser fruncida o Cintas “sígueme pollo” tableada, y de colores lisos verde, amarillo o rojo (granate en Montehermoso) a menudo decorada con bordados en la parte baja, de color blanco, rojo o negro. En algunas localidades, como Trujillo, se usaba la pollera, falda que no es de paño, sino tejida en vivos colores, que se llevaba como ropa de diario para el trabajo. Complemento frecuente son los mandiles, generalmente negros, la faltriquera o limosnera, pequeña bolsa de lana de colores que se llevaba atada a la cintura o las cintas sígueme pollo, bordadas y decoradas con lentejuelas que se colocaban en diferentes sitios según la costumbre de cada pueblo. Zapatos de montehermoseña
  • 16. Las medias del traje de fiesta son un elemento común en el traje femenino, generalmente de lana o de lino, labradas o caladas, suelen ser de un solo color (blanco, generalmente) a veces bordadas con otro color en la parte delantera y laterales. En Montehermoso son siempre de color azulón. Los zapatos son de piel negra abotinados (a veces se usa el botín); se atan con cinta de raso o cordones; más modernos son los bordados sobre terciopelo que llevan lentejuelas. La ropa interior era de lino o lienzo, generalmente adornada con puntilla o bordado en las escasas zonas que quedaban a la vista, como las bocamangas de las camisas. Traje masculino Ofrece una menor variedad, al no haber quedado sujeto a tanta Sombrero de “queso” innovación o adulteración como el femenino. El sombrero era de paja para el trabajo, y de fieltro negro para el traje festivo, el más generalizado es el llamado de queso por parecerse a un cincho su copa revestida de terciopelo. Además de las capas de Torrejoncillo o de Aliste que se usaban, se solía llevar una chaqueta negra y corta, de paño, terciopelo o astracán, como en Cáceres, y un chaleco del mismo tejido y de doble botonadura, a veces ésta de plata. En Montehermoso, la solapa era ricamente adornada con bordado y lentejuelas. Para ir a trabajar se llevaba la chambra o blusa amplia con bolsillos de ojal, siendo de destacar la de Malpartida de Plasencia, de cuadros blancos y Chambra negros. Para la cintura se llevaba una faja de algodón o lana, roja o negra bordada en diferentes colores, y el pantalón (calzón de alzapón) era negro, de pana, paño o terciopelo, llegando hasta por debajo de la rodilla, donde se abrocha. Era general el uso de medias blancas de lana o lino, más ricas que las de las mujeres, se solían fijar con ligas o con chías (machos) atadas y acabadas en borlones de lana de colores. Los zapatos eran de piel negra o cuero al natural, Chaleco de doble botonadura aunque en lugares como Malpartida de Plasencia se llevaban botas de media caña adornadas con pieles y pespuntes de colores sobre el cuero natural; en algunos puntos se usaban polainas de cuero natural abrochadas por el lateral y calzas de paño negro también abotonadas lateralmente. La ropa interior masculina era fundamentalmente de lino, los calzoncillos llegaban a media pierna y se ataban con botones o cordón, mientras que las camisas eran ricamente adornadas con bordados y encaje especialmente en la pechera y puños, que solían quedar á la vista. Botas de media caña
  • 17. La sala 12 aloja un total de catorce trajes típicos de diferentes localidades de la provincia, empezando por el de Cáceres, representado por una pareja en que él lleva la típica chaqueta de astracán y el sombrero de queso, y ella el pañuelo de cien colores y el refajo (falda) amarillo; otros dos maniquíes muestran los refajos rojo y verde. Junto a ellos, una pareja de chinatos (de Malpartida de Plasencia) en que el hombre lleva la típica chambra de trabajo y la mujer, que se peina con el moño de picaporte, lleva también el vistoso calzado de la localidad. El traje femenino de Trujillo se caracteriza por la falda tejida y adornada con motivos florales y faunísticos en colores, mientras que del traje de Malpartida de Cáceres destaca el típico pañuelo de plumas. En una vitrina contigua vemos una pareja del municipio norteño de Cabezabellosa, cuya forma de vestir está muy influenciada por la indumentaria de la provincia de Salamanca, como puede observarse en detalles del traje de hombre como el sombrero charro, la botonadura del chaleco, etc. mientras que en frente pueden contemplar tres trajes femeninos y uno masculino de Montehermoso, siendo los de la izquierda el de moza y de anciana y el de más a la derecha el de boda, aun cuando lleve en el brazo la gorra, que no era utilizada en esas ceremonias. En el centro de la sala se observa una curiosa mantilla que podía usarse con el luto y con el medio luto o de alivio, mientras que las vitrinas que la flanquean muestran dos típicos pañuelos de cien colores. Pañuelo de cien colores En las paredes se pueden ver toallas con las iniciales de sus dueñas, paños de afeitar de Malpartida de Plasencia, paños velatorios de boda y un juego de puños y cuellos de camisa. Al fondo varias vitrinas muestran algunos ejemplos de ropa interior masculina y femenina de Malpartida de Plasencia y Campillo de Deleitosa.
  • 18. AJUAR DOMÉSTICO Además de las ollas y vajillas de barro para uso cotidiano, los hogares cacereños se equipaban con lozas de mayor calidad y fama que las locales; las familias más pudientes conservaban con esmero antiguas vajillas de Talavera, Puente del Arzobispo, Manises o Triana, que usaban en las grandes ocasiones. Los cántaros del Puente decorados con el nombre de su dueña o la fecha de su Jarra de Manises boda se transmitían de madres a hijas y eran una de las más queridas piezas del ajuar familiar. Platos, jarras y fuentes de Manises procedentes de las fábricas de “Arenes” y “Aviñó” pueden contemplarse en varias vitrinas de la sala 13, junto a los platos, escudillas y jarras de cerámica de Puente del Arzobispo fechables en el siglo XIX. Plato de Talavera de la Reina Los grandes calderos para calentar el agua y cocinar, así como los cazos, sartenes, escalfadores, chocolateras, etc. eran fabricados con plancha de cobre en Guadalupe, donde un floreciente gremio de caldereros, nacido al calor del monasterio jerónimo todavía hoy sigue vendiendo sus productos. En la sala 13, objetos expuestos en el interior de una vitrina nos recuerdan el buen oficio y la justa fama adquirida por los caldereros de Guadalupe desde la Baja Edad Media; pueden verse un especiero de madera y un almirez de bronce junto a un guarda onzas, tres ollas, una palmatoria, una chocolatera, una cantarilla, un pote, una escalfadora, una pieza de alambique y un aguamanil de cobre. Sobre la pared se exhibe una amplia colección de objetos de uso doméstico realizados por los afamados caldereros de Guadalupe: potes, escalzaores, cántaros, sartenes y cazos, Alambique espumaderas, etc. En la sala están también representadas algunas actividades caseras de transformación, como la elaboración de aguardiente mediante el uso de alambiques hechos de cobre. Se exponen además, cuatro morteros, tres moldes para dulces, varias cucharas y un cucharero de madera, junto a un par de cuernos para el aceite y el vinagre, colodras (recipientes para líquidos) de cuerno y una curiosa colección de diez sellos de pan fabricados en madera, que permitían distinguir el pan de cada familia en el horno comunal en que se cocía. Sellos de pan Repartidos por toda la sala pueden admirarse otros enseres domésticos presentes en las casas tradicionales; además de los ya citados se encuentran la consabida cantarera que proporcionaba el suministro de agua al hogar y los numerosos cuencos de madera de encina que se utilizaban para la preparación del gazpacho y, sobre todo, para amasar las morcillas en la matanza del cerdo, un verdadero rito familiar que todavía hoy se sigue practicando en la provincia.
  • 19. COMERCIO Tanto los objetos propios del ajuar doméstico como otras muchas mercancías eran vendidas de pueblo en pueblo por los arrieros que utilizaban en sus viajes carros de mulas como el que se expone en el centro de la sala 13, procedente de la localidad de Zorita; a menudo estos comerciantes se servían de pesos y medidas tradicionales tales como la libra o la onza para el peso; la cántara, la arroba o el cuartillo para el aceite o el vino, y la fanega o el celemín para el grano. Celemín En la misma sala se puede observar una representativa colección de pesos y medidas tradicionales procedentes de diversas poblaciones de la provincia de Cáceres . Los materiales en que se fabrican van desde la madera de la arroba (25 libras) y el celemín (4 cuartillos), medidas para áridos y grano, al latón, la hojalata y el cobre con que se confeccionaban las medidas de leche, las cántaras (8 azumbres) para el aceite o los cuartillos de aceite o vino (4 copas). Cuartillo de aceite o vino Medida de leche Muchas de estas medidas se utilizaban contrapesándolas en las balanzas de dos platos como las que se exponen con las pesas de hierro (onzas) o bien pesándolas simplemente en una romana como las que aún se ven en puestos callejeros. Carro de mulas
  • 20. CREENCIAS La Sala 14 está dedicada a las creencias y a la música. En el primer apartado se ha querido dar una visión amplia del mundo de las creencias en lo inmaterial dentro de la cultura tradicional; obviamente, la religiosidad católica ocupa un lugar preeminente en este ámbito, pero también se presentan elementos vinculados a otras ideas y creencias que, bien pueden tener un origen anterior al cristianismo, o bien responden a una ideología paralela a éste; se trataría, pues, de creencias en fuerzas sobrenaturales no aceptadas por la doctrina católica, pero firmemente arraigadas durante siglos en la mentalidad popular. Así pues, la sala se inicia con una vitrina que muestra varios objetos ligados a la práctica religiosa católica, si bien en su vertiente de experiencia ordinaria o más bien conocida como “religiosidad popular”. Así, la muerte se hace presente en la lámpara de cementerio y las lamparillas que la mantienen con lumbre, especialmente el Día de Difuntos. La oración, como práctica religiosa habitual, se representa en el rosario de pasta, muestra de una tradición compartida con otras religiones como el Islam. Rosario Otras piezas de la vitrina responden a diferentes prácticas vinculadas a las creencias religiosas, como la pililla de agua bendita, que solían estar expuestas en las casas particulares, y de la que las personas tomaban agua para santiguarse al entrar o salir de casa. Similar función, aunque con un marcado carácter protector, tienen los evangeliarios que también se exponen; son en realidad relicarios que contienen estampas de advocaciones religiosas (San Antonio, la Virgen del Carmen) y, en pequeño tamaño, el texto de inicio de los Evangelios, que se supone protegen a quien los porta contra las desgracias y el mal de ojo. La cruz de madera decorada con los atributos de la Pasión de Cristo es también, probablemente, un elemento que se llevaba colgado al cuello en momentos particulares del ciclo litúrgico, como es la Semana Santa. Pililla de agua bendita En la vitrina pueden verse también piezas que nos hablan de la presencia del mundo religioso en todos los ámbitos de la vida cotidiana en la sociedad tradicional. Es evidente que estos motivos decorativos se escogen sobre todo para favorecer la protección del mundo sobrenatural sobre la persona que posee los objetos; así, encontramos la representación de San Antonio (que ayuda a las solteras a encontrar novio) en un pendiente; el Cordero Místico en un aplique de hilo de plata y la Cruz de Cristo, acompañada del Sagrado Corazón, en la hoja de un cuchillo, como una forma de encomendar la defensa de quien lo porta a la divinidad. Los candiles decorados con la cruz son también un elemento destinado a ahuyentar a los malos espíritus que pueblan la oscuridad. Hoja de cuchillo
  • 21. La siguiente vitrina se dedica a mostrar la representación material del mundo de las creencias heterodoxas, algunas de ellas todavía muy ligadas a la religiosidad cristiana, y otras que decididamente podrían encuadrarse en un ámbito pagano. Entre las primeras, vemos la rosca de pan de San Blas, reminiscencia de las “caridades” que se repartían antaño en numerosas romerías y fiestas religiosas destinadas a aliviar la necesidad de los más pobres; en este caso, es evidente la relación que existe entre la forma de circunferencia de la rosca y el papel que se le atribuye a San Blas como protector contra los males de la garganta. Rosca de San Blas En este mundo de práctica religiosa popular se encuadra también el Semanario de Cuaresma, de caña, que servía para llevar la cuenta de las semanas previas a la Semana Santa, en que no se podía consumir carne. Cada viernes, se cortaba uno de los hilos dando por terminada una semana. A caballo entre lo religioso y lo profano están diferentes elementos de la naturaleza a los que se confiere un poder protector. El ave, representado en el plato de loza, es un elemento ligado a la iconografía católica (paloma del Espíritu Santo, representación del alma) pero también presente en el “Piedra del rayo” imaginario popular (hay aves de buen y de mal agüero, presagian desgracias o hechos felices, etc.). Y entran claramente en lo que se ha venido llamando “supersticiones” los restantes elementos de la vitrina, como son la “Piedra del rayo”, que en realidad es una herramienta neolítica y que los pastores recogían del suelo en la creencia de que eran la marca dejada por un rayo y que tenía poder protector sobre los ganados y las personas; también la media luna que vemos representada en los amuletos de plata y en los candiles es un símbolo destinado a proteger a las personas que los poseen contra el “alunamiento”, un temible mal que podía llevar a la muerte o a la locura. Plato con representación de un ave La permeabilidad entre este mundo de creencias paganas y el cristianismo es continua y evidente, y así, el poder de la luna sobre el ser humano y especialmente sobre la mujer, se ve reflejado en elementos de la iconografía cristiana como la representación de la Inmaculada Concepción pisando los cuernos de la luna (véase la pililla de agua bendita en la vitrina anterior). Amuleto
  • 22. Las referencias a la religiosidad en una compleja relación de sincretismo con creencias anteriores al cristianismo se completan con las figuras de la Carantoña de Acehúche y el Jarramplas de Piornal. Ambas son máscaras del ciclo festivo de invierno, que salen por la fiesta de San Sebastián, y coinciden en su función de asustar. Jarramplas es una personificación del santo, que murió asaeteado, aunque aquí las flechas se sustituyen por nabos. La Carantoña es una figura grotesca propia de una sociedad pastoril, como las que se encuentran por toda Europa vinculadas a esta forma de vida. En ambos casos, permanece latente el hecho de la expulsión del mal; las dos figuras representan el mal, el frío y la escasez del invierno; por ello son expulsadas simbólicamente de la comunidad, para favorecer el resurgimiento de los campos y los ganados en la incipiente primavera que se avecina. Jarramplas
  • 23. MÚSICA Dos vitrinas de la sala 14 están dedicadas a la música popular en la provincia. Ésta se representa a partir de los instrumentos de uso y fabricación tradicional; así, la gaita extremeña (en realidad una flauta de pico que se maneja con una sola mano) y el tamboril han sido desde muy antiguo casi la única instrumentación de los bailes populares en nuestra provincia. Otros instrumentos, preferentemente de percusión, han servido también para animar las danzas populares; entre ellos hay que mencionar el almirez (a menudo fabricado expresamente para su uso musical), las hueseras, flautas y cañas de percusión, las sonajas, que incorporan platillos de metal, y sobre todo las castañuelas, así llamadas por su forma de castaña, también conocidas como crótalos o palillos, usadas generalmente para marcar el ritmo del baile, tanto por hombres como por mujeres. Tamboril Gaita extremeña Huesera Mención especial merece el rabel, el instrumento de cuerda pastoril por excelencia. De uso muy extendido por casi toda España, generalmente se ha fabricado de madera, con una caja de resonancia cubierta por una piel de gato, aunque también los hay de calabaza, que alcanzan menor sonoridad. Se tañe con un arco equipado con crines de caballo. Rabel
  • 24.
  • 25. ARTE DE LOS SIGLOS XIII AL XIX En la sala 17 están instalados los fondos de Arte Medieval y Moderno, que abarcan desde el siglo XIII hasta el XIX. Las obras se agrupan principalmente en pintura y escultura, junto a un conjunto de piezas de orfebrería. A pesar de la pluralidad estilística y temporal hay un elemento común en la mayoría de las obras, pues abundan sobre todo las de temática religiosa, aunque no faltan obras de otros géneros como el costumbrismo, el paisaje o el retrato. La colección está formada por fondos del Museo de Cáceres, depósitos del Museo de Prado y algunas piezas del conjunto de orfebrería extremeña que corresponden a depósitos del Obispado Coria- Cáceres. La pieza más antigua de la sala es la “Cruz procesional”, de bronce con esmaltes, que procede de la parroquia de San Martín de Trebejo y perteneciente a la Diócesis Coria-Cáceres. La cruz presenta la estructura flordelisada característica del estilo gótico. Por el anverso se representa a Cristo crucificado en altorrelieve hueco, con cuatro clavos, coronado y con un largo perizoma que le cubre las rodillas. La anatomía es bastante sintética y poco expresiva, denotándose ciertos arcaísmos tardorrománicos. En los brazos de la cruz se pueden apreciar cabujones, que en la actualidad aparecen vacíos pero que debieron albergar piedras o esmaltes. También hay ornamentación de tipo gótico, como hojas y estrellas que probablemente estarían esmaltadas. Algunos restos de esmaltes sí se conservan en el ángel grabado que hay bajo los pies del Crucificado. Cruz procesional Por el reverso tiene grabados, en los extremos de los brazos, los símbolos de los cuatro evangelistas y en centro el Cordero Místico. Todo ello está rodeado de decoración grabada y punteada a partir de zig-zags y ondulaciones. Por esta parte conserva restos del sobredorado que tuvo la cruz. Por su estilo es fechable entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Carece de marcas de autor por ser obra de metalistería, pero podría ser de talleres mirobrigenses, ya que San Martín de Trebejo perteneció a la jurisdicción de la Diócesis de Ciudad Rodrigo. Es una obra destacada por la escasez de ejemplos bajomedievales de este tipo. En la vitrina anexa a la Cruz procesional se expone uno de los dos marfiles filipinos del museo, el “Ángel de la Guarda”, obra del siglo XVII. Debía ser una de esas imágenes devocionales, a veces para oratorios y de fácil trasporte, de factura delicada y policromada. Parece que le faltan las alas que posiblemente fueran de plata sobredorada. Como testimonio de éstas quedan dos incisiones en la espalda. Es una talla de bulto redondo que representa al ángel de la guarda en actitud protectora conduciendo a un niño con la mano izquierda. Con la mano derecha levantada simboliza la acción de apartar los peligros. El ángel inclina su cabeza y dirige la mirada hacia el niño. Su pelo está tallado a tirabuzones y decorado con pan de oro. Sobre el marfil hay aplicaciones doradas en la bocamanga, cuello, cintura, y otras partes del vestido del ángel. Asimismo, presentan restos de policromía los ojos, boca y cejas de ambas figuras. Excepto el brazo alzado del ángel, el conjunto es de una sola pieza, destacando la suavidad de la talla, la delicadeza de los pliegues y la leve curvatura propia de la Ángel de la Guarda inclinación del colmillo del elefante con que está hecha.
  • 26. Siguiendo el itinerario podemos ver un “Crucifijo” de marfil filipino. Es una pieza de 62 cm. de alto con una marcada curvatura que, como en la pieza precitada, se debe al material con que se realizó. Es pieza de gran calidad plástica, logrando captar el dramatismo de la expiración de Cristo, siguiendo los cánones del naturalismo barroco español, donde prima la expresividad y el sentimiento religioso. La obra está compuesta por tres piezas: cabeza, tronco y piernas en un solo bloque y cada brazo otra pieza. Adaptándose al material y a favor de una expresividad más pronunciada el artista no se ajusta a las proporciones clásicas, sino que hace un cuerpo más estilizado y le imprime un cierto dinamismo casi contenido. Es una talla minuciosa, en la que resaltan los pliegues del perizoma, con decoración vegetal pintada, con gran detallismo en el rostro e incluso marcando las venas de piernas y brazos a cuyo verismo ayudan las vetas del marfil. La mirada casi perdida adquiere gran realismo con el empleo de policromía. Al sentido trágico de la obra también contribuyen los regueros de sangre que corren por el cuerpo del Crucificado. El Cristo está adosado a una cruz de ébano, sobre tres clavos. El rótulo de la leyenda es, igualmente, de marfil y en él se inscriben las siglas INRI (Iesus Nazareno Rex Iudieorum). La obra está fechada en el siglo XVII y procede del Legado Paredes Guillén de Plasencia. Crucifijo Siguiendo la tipología iconográfica de en la sala se expone otro “Cristo crucificado”, aunque éste de mayor tamaño y anterior cronología. Se trata de una talla en madera policromada, datada en la segunda mitad del siglo XIV. Pertenece al gótico tardío con reflejo de la corriente naturalista procedente de Europa. La zona de Extremadura, por su situación geográfica, se nutre de los talleres castellanos y andaluces. Parece que esta escultura tiene semejanzas con la escuela castellana de Burgos, siguiendo el modelo de Cristo de tres clavos, que muestra la muerte de forma expresiva y realista, con detalles del peinado, boca abierta y dentadura, para aumentar el verismo. La obra es depósito de la Diócesis Coria-Cáceres. Dentro de esta tipología de Crucificado cabe destacar en Extremadura la presencia de otros ejemplos como el “Cristo del amparo” de Alburquerque, el “Crucificado de los Dolores” de Trujillo, o el “Cristo de los Doctores” de Plasencia, entre otros. Hay que apuntar que a pesar del naturalismo de la escultura el efecto final es de cierta serenidad. El tratamiento de la obra presenta a su vez ciertos arcaísmos medievales, como la talla geométrica de los mechones de la barba, la disposición simétrica de las ondas del cabello o la rigidez de los brazos y manos. La superposición de una pierna sobre la otra y los pliegues del paño de pureza dan a la escultura mayor volumen. El Cristo conserva bastante bien los restos de diferentes policromías en el cuerpo, pelo, corona y perizoma. Cristo Crucificado El verdadero desarrollo de la escultura española tendrá su arranque ya en el siglo XVI, con el empleo de técnicas y materiales nuevos, influencias foráneas y una temática marcadamente religiosa, acentuada tras el Concilio de Trento. Habrá una clara renovación estilística, sobretodo con la influencia de las corrientes renacentistas italianas, que unidas al sentimiento dramático y expresivista español darán lugar a obras de una notable originalidad.
  • 27. A esto hay que sumar el desarrollo de la creación de arte mueble para decorar las iglesias, dentro del cual adquiere un papel relevante el retablo, con un desarrollo de nuevos programas iconográficos, con intenciones dogmáticas y de gran riqueza visual. Dentro de este marco histórico-artístico habría que ubicar a las tres esculturas de bulto redondo que se exponen al principio de la sala, que representan a una Santa Mujer, a María Magdalena y a San Pablo. Las tres esculturas, de madera policromada, pertenecen a un programa icnográfico de un conjunto escultórico, probablemente retablístico. La denominada “Santa Mujer”, cuya identidad desconocemos por la escasez de atributos, es una talla de Virgen o Santa, que sujeta con el brazo izquierdo un libro a la altura de la cadera. El brazo derecho, en posición un tanto escorzada debía tener otro atributo que la identificase iconográficamente pero se ha perdido. Destaca el tratamiento de pliegues angulosos del manto que imprimen cierto movimiento a la obra, a pesar de su serenidad y estatismo. Se conservan restos de policromía azul y roja, y sobretodo destaca el dorado. El rostro, algo deteriorado, conserva aun las carnaciones, colores de ojos y otros detalles. Es destacable la dulzura y delicadeza del rostro, en contraste con los claroscuros que proyectan los pliegues del hábito. La escultura está datada en el siglo XVI, y se atribuye a la escuela del escultor Sebastián de Almonacid, que trabajó en la catedral toledana, difundiendo las influencias francoborgoñonas. Santa Mujer La otra talla, anónima, se identifica con “María Magdalena”, y es también del siglo XVI. Participa de las características de la anterior escultura, siendo también talla en madera con policromía de rojos, azules, grises y dorados. Es destacable la belleza del rostro por su serenidad. Su cabello cae en bucle sobre el hombro izquierdo. Tiene el brazo izquierdo pegado a la cintura y en la mano una pequeña peana o base de bote. En la mano derecha, más alta, porta la tapadera del recipiente que no está completo en la otra mano. Por sus características algunos autores han pensado en la posibilidad de que perteneciera a la escuela o taller del maestro Copín de Holanda, autor que trabajo en la alta Extremadura, con obras como el sepulcro del prelado Ximénez de Préxamo de la catedral de Coria. María Magdalena
  • 28. La escultura de “San Pablo”, de la cual se desconoce también a su autor, formaba parte del retablo de la parroquia de Hinojal, y es depósito de la diócesis Coria-Cáceres. Por su factura parece de la escuela castellana, del siglo XVI. Está representado en actitud pensativa, con una anatomía no muy lograda, con tratamiento rudo de algunas partes, como los mechones de la barba. Por ello parece obra de un taller poco experimentado, posiblemente rural. Conserva policromía, algo desvaída, con tonos rojos y marrones predominantes. Se aprecia en los pliegues del manto la tela que recubre la madera y sobre la que se sitúa la pintura. La parte más esmerada de la obra es la cabeza, aunque, no obstante, su tratamiento no es del todo afortunado. Probablemente el lugar que ocuparía en el retablo favorecería su visión al no estar muy próximo al espectador, cumpliendo, eso sí, su función icnográfica. San Pablo La pieza clave de la colección de esta sala es “El Salvador”, de Domenico Theotocopuli (1541-1614), más conocido como El Greco. Es una obra de medianas proporciones que fue concebida para formar parte de un apostolado, de los que el artista realizó tres, en el que también intervinieron otras manos de discípulos de su taller. Las mejores series de apostolados fueron realizadas por El Greco a principios del siglo XVII (en torno a 1605-1610), al final de su etapa, siendo la más celebre la que se conserva en la catedral de Toledo, cuyo Salvador, que preside la serie, comparte muchas similitudes con la obra del Museo de Cáceres. También hay dos obras similares más, una en el Museo de El Greco de Toledo y otra, de fechas más tempranas, en National Gallery of Scotland. Las series de los apostolados responden a todo un programa iconográfico que se inicia con las imágenes de los cuatro evangelistas, profetas, doctores o padres de la Iglesia y concluyen con una selección de apóstoles. La más completa es la que se conserva en la catedral toledana; el resto está diseminado por numerosos museos y colecciones. El modelo temático era bastante habitual en Italia, pero suponía una novedad en la España del siglo XVI. La obra de El Greco está cargada de originalidad, pues en ella se unen su formación italiana, tanto pictórica como cultural, concretamente de su formación en Venecia y Roma, que le confieren el colorismo y su canon manierista, además de su interés intelectual por la filosofía de Aristóteles y Platón y el conocimiento del mundo humanista, que a su vez se enriquece en España imprimiendo en sus obras el carácter “El Salvador” religioso y expresivista que adquiere en su etapa toledana.
  • 29. Su obra es un encuentro equilibrado entre el mundo clásico, la armonía a partir del color y la religiosidad de carácter místico. Esta obra de El Salvador procede del convento de las Agustinas Recoletas del Cristo de la Victoria de Serradilla. Una vez adquirida por el Museo de Cáceres fue robada en 1979 y devuelta poco después. La pintura participa de las características propias de las obras de El Greco. La pincelada viva y certera confiere a la obra calidades de diferentes texturas en el rostro, manos, hábito o en la esfera. El artista sacrifica la proporción clásica en favor de una expresión más dramática, acentuada por el fondo negro neutro que hace destacar la figura iluminada por su aureola. La luz tamiza suavemente a El Salvador que en contraste con la oscuridad donde se sitúa casi anticipa el tenebrismo barroco. La manera de representar a Cristo en actitud de bendecir, y de medio cuerpo, recuerda a la iconografía de los iconos bizantinos que sin duda quedaron en el autor un poso en su primera época. La siguiente obra en el recorrido es el “Tríptico de la Pasión”, importante anónimo flamenco del siglo XVI. La obra responde a la plástica propia de Flandes, de composiciones naturalistas y coloridas, donde prima el detallismo. El modelo de composiciones complejas, colores vivos y carácter dramático sigue los estereotipos que marcaron los maestros Van Eyck y Van der Weyden, entre otros, y que influyeron en le panorama pictórico español. “Tríptico de la Pasión” El pintor se detiene en la representación del paisaje y las arquitecturas, propio de la pintura de Países Bajos, y composiciones abigarradas muy monumentales. La obra representa tres momentos de la Pasión de Cristo, temática muy habitual en la época. En la tabla central se representa la Crucifixión, con un gran número de personajes, además de los tradicionales San Juan, María y María Magdalena. Las tablas laterales reproducen escenas complementarias, como la Subida al Calvario y la Resurrección. Se ordenan secuencialmente según los evangelios conformando una obra dogmática. Los trípticos eran utilizados como pequeños retablos en oratorios religiosos de palacios o iglesias. La claridad compositiva y el empleo de perspectivas bien logradas denotan también la influencia de la corriente renacentista, además de la precitada flamenca. “Detalle del Tríptico de la Pasión” La obra fue robada en 1985 y recuperada con posterioridad. De la pintura barroca del siglo XVII hay también una buena representación en la sala, tanto de Países Bajos, como de Italia y España. Hay escenas cotidianas, paisajes holandeses y temática religiosa italiana y española.
  • 30. Obra flamenca del siglo XVI es “La traición de Dalila” de Martín de Vos (1532-1603), pintor de Países Bajos pero de influencia italiana. La obra es de técnica depurada y minuciosa, con gran importancia del fondo arquitectónico. La pintura denota influencias de Rafael y el manierismo. Temáticamente se representa a Sansón en brazos de Dalila con el cabello cortado por los filisteos. La composición es diagonal, centrándose las luces en los personajes principales. “La traición de Dalila” Es un lienzo de pequeño formato (0’52 x 0’34 m.), al óleo. Perteneció a la colección del rey Carlos II y se salvó del incendio que sufrió el Alcázar de Madrid en 1734. La obra es depósito del Museo del Prado. Junto a este cuadro se expone “La idolatría de Salomón”, anónimo italiano del siglo XVI, de pequeño formato (0’40 x 0’52 m.), óleo sobre cobre. La temática es poco habitual en la época pero sirve para desarrollar una composición de numerosos personajes, sobretodo figuras femeninas. El pintor se detiene en el detalle de telas, arquitecturas, paisajes y rostros. Es una pintura minuciosa y detallista. Salomón aparece de rodillas ante una escultura femenina. Una mujer porta un incensario y otra un recipiente de donde una tercera extrae su contenido. Hay una amplia gama de colores y tonalidades, posiblemente de influencia veneciana. Hay también un claro “La idolatría de Salomón” amaneramiento en gestos y posturas. Del mismo panel expositivo de los cuadros antes explicados pende un relieve de “San Lucas”, anónimo de la escuela castellana, del siglo XVI y de madera policromada y estofada. La obra está descontextualizada, pues su destino sería el de estar adosada a la superficie plana de un retablo. El santo sostiene en su mano izquierda el evangelio y con la derecha escribe en el mismo, para lo cual se apoya sobre la rodilla derecha, mientras que la pierna izquierda está en escorzo hacia el espectador. Entre sus piernas surge la cabeza de un toro, símbolo del este evangelista. Destaca por la fuerza expresiva y el dinamismo que proyectan los pliegues de las vestiduras. “San Lucas” La obra de fines del siglo XVI es de clara influencia italiana y reflejo miguelangelesco. De nuevo el arte se dejó influir por el sentimiento religioso y el expresivismo, cuyos máximos exponentes en escultura barroca del siglo XVI fueron Alonso de Berruguete y Juan de Juni, cuya originalidad compositiva y su ruptura con lo clásico a favor del manierismo son su sello de identidad Esta pieza por su dinamismo, agilidad y canon alargado se puede enmarcar en esta línea del autor castellano.
  • 31. La plástica pictórica extremeña del siglo XVI está representada por un autor de renombre nacional, Luis de Morales. En el siglo XVI español se suceden diversas influencias culturales de países como Italia, Flandes o Francia, favorecidos por la expansión de los territorios de las monarquías españolas y por el tránsito de artistas. En la pintura, la fuerte importancia del Renacimiento italiano, tendrá su reflejo directo en España en este siglo, sobretodo en un principio en el área de la costa mediterránea y posteriormente, en el resto del territorio. Las escuelas sienesas, florentina y romana unidas a la influencia flamenca y al peso autóctono hispano confieren a nuestra pintura una gran originalidad. A esto hay que sumar el varias veces citado sentimiento religioso y el carácter devocional de la mayoría de las obras, no existiendo casi el género mitológico tan desarrollado en países como Italia. Surgen a su vez menos centros artísticos con características particulares, como la escuela valenciana, la escuela castellana o la escuela andaluza. A partir de la segunda mitad del siglo adquiere más fuerza el influjo manierista, y en este contexto se encuentra Luis de Morales. Obra suya o de su taller es el cuadro “Las lágrimas de San Pedro”, con gran misticismo propio del autor, de colores fríos, fondo neutro que pronunciará el dramatismo y con gran espiritualidad. La obra representa a San Pedro llorando ante Cristo flagelado, que resaltan sobre el fondo negro, donde el cuerpo de Cristo parece proyectar luz propia resaltando su importancia. Los rostros tienen gestos dolorosos, sobretodo en la expresión de las miradas. Se detiene en detalles de cabellos, barbas, incluso pestañas, así como en las lágrimas de San Pedro, que dan título a la pintura. Del conocido maestro extremeño hay varias obras en la región, como los cuadros que alberga la catedral de Badajoz, o sus importantes obras retablísticas de San Martín de Plasencia y, sobretodo, de Arroyo de la “Las lágrimas de San Pedro” Luz. De la misma época es “San Jerónimo Penitente”, anónimo hispano-flamenco, como reflejan los paisajes de fondo y el tratamiento de la figura, que recuerda a autores como Hans Memling. La obra se ajusta al gusto de la época, donde la pintura flamenca, a principios del XVI, tenía gran éxito en España, un gusto quizá impuesto por los Reyes Católicos, en especial por Isabel, que iniciará una gran colección de obras flamencas ya en el siglo XV. En el cuadro se representa a San Jerónimo arrodillado frente a su crucifijo, iconografía típica del santo. En su mano derecha lleva una piedra para golpearse. Tras él, el león símbolo suyo. Al fondo se representa un paisaje urbano. El tratamiento es minucioso y detallista, con capas de pintura de finas veladuras. Hay una posible influencia de la escuela sevillana de Alejo Fernández, por su expresión típica de obras germanas y nórdicas. Destaca el sentido de profundidad con la consecución de planos. “San Jerónimo Penitente” De pintura de paisaje contamos en el museo con un ejemplo, el “Paisaje”, de Joos de Momper. La pintura paisajista en España se inicia de manera más acentuada en el siglo XIX con los pintores románticos. Se empieza a reclamar el género de paisaje como autónomo, pues la crítica aún lo consideraba pintura académica para principiantes. Un buen antecedente del paisaje suponía la figura de Velásquez, mostrando en sus cuadros con gran protagonismo de los mismos como luego continuará Goya. En este ambiente se enmarca la obra de Carlos de Haes, que identifica el paisaje con la realidad. Aunque nació en Bruselas se formó en el taller malagueño de Luis de la Cruz, pasando luego a Bélgica y Francia.
  • 32. Con el paisaje realista de Haes se marcará una nueva pauta académica respecto a esta temática, sobretodo a través de su discurso “De la pintura de paisaje antigua y moderna”, sobre el espacio y el concepto de imitación de la naturaleza. De su obra se generarán varios discípulos españoles continuadores de esta temática. No obstante, fuera de nuestro país el paisaje había cobrado fuerza como género ya en tiempos anteriores, como muestra la obra “Paisaje”, de Joos de Momper, que se expone en la sala. Este óleo sobre tabla representa un paisaje con carros y gente a caballo en primer término vadeando un río. Las figuras recuerdan a Peter Brueghel el joven. Es una obra detallista, elegante en el tratamiento de las figuras. Destaca la maestría y soltura en la construcción del paisaje. Una obra de gran calidad. “Paisaje” El siglo XVII está representado en la sala por obras españolas e italianas, donde de nuevo predomina la temática religiosa. Son obras de gran realismo, naturalismo y tenebrismo, propias de la sombra que el gran autor Caravaggio proyectó en la pintura de este siglo. Se rompe con el manierismo y se resuelven los temas con sobriedad, donde usando escasos medios y composiciones de pocos personajes se consigue un lenguaje profundo. En España se desarrollará la pintura cortesana y la pintura religiosa, sobretodo con dos centros destacados, como son la escuela madrileña y la escuela sevillana, que además exportaba obras a América. A esto hay que sumar otros núcleos como Valencia, Valladolid o Toledo. El artista empieza a ser valorado como individuo y adquiere cierto reconocimiento social, aunque en la mayor parte de las ocasiones su libertad expresiva se verá coartada por la imposición de los clientes. Dentro de la corriente naturalista barroca, destacada en escuelas como la valenciana, gracias a la influencia de Ribera, que viajó a Italia y desarrolló su obra bajo el influjo caravaggesco, en el museo tenemos el ejemplo de Esteban March (1610-1668), con su obra “San Onofre”. Pertenece a la segunda mitad del siglo XVII , y se caracteriza por exaltar la religiosidad y emotividad de las figuras religiosas. Trabajó la pintura mística, pero también las escenas de batalla. En su obra se aprecian los contrastes de luces con el empleo de claroscuros y una gran precisión y detallismo anatómico, como refleja esta obra y cuya factura guarda muchas similitudes con el realismo de Ribera. En el cuadro se representa a San Onofre apoyado sobre un palo y con un rosario en la mano derecha. Es una figura de medio cuerpo, pero a tamaño natural. El detallismo del cuerpo es muy acusado, pero sobretodo del rostro. Esta obra formó parte de la colección de Felipe IV y es depósito del Museo del Prado. “San Onofre”
  • 33. Otra obra barroca muy representativa de la sala es la de “Judit con la cabeza de Holofernes”, un lienzo anónimo italiano de clara influencia caravaggiesca, con un acentuado naturalismo y representación de figuras humildes con un gran realismo. El tema es muy recurrente en este siglo, sobretodo en Italia, pues simboliza el valor y la fe frente al pecado y la muerte. Hay de nuevo un contraste de luces y sombras y exaltación del valor espiritual. Se aproxima a la escuela napolitana por su factura y apreciación de tonos en su composición, así como su misticismo. Es un óleo sobre madera y pertenece al Museo del Prado. “Judit con la cabeza de Holofernes” Dentro de la línea religiosa de gran pureza está Vicente Carducho (1576-1638), que desarrolló una pintura naturalista y simbólica, usando como modelo para muchos de sus cuadros libros de estampas. “La Degollación de San Juan Bautista”, muestra un eclecticismo entre el colorido y lo tenebrista caravaggiesco. Carducho era italiano, pero afincado en España. Fue pintor del rey y representa la parte academicista barroca. “La Degollación de San Juan Bautista” La siguiente pieza en orden de visita de la sala es la escultura de la “Santísima Trinidad”, imagen del siglo XV. La iconografía surge en los evangelios medievales y procede de la pintura de mosaicos bizantina, como las miniaturas del misal de Campray o del Evangeliario de Perpiñán. Es una imagen dogmática y simbólica. Algunos autores consideran que sobre la corona del Padre Eterno iría una esfera, símbolo del dominio universal. La disposición entronizada procede del prototipo de emperador del mundo, modelo de origen en el imperio sacro germánico, como ocurro con algunas representaciones de Carlomagno. La pieza pertenece a la diócesis Coria-Cáceres, procedente de la parroquia de Herrera de Alcántara. Es de mármol y conserva restos de policromía en algunas partes. La composición se completa con tres figuras, el Padre Eterno, coronado; la paloma, símbolo del Espíritu Santo; y Cristo, en este caso crucificado. La pieza guarda una gran simetría entre las partes y la composición es bastante cerrada. “Santísima Trinidad”
  • 34. Continuando el recorrido encontramos la obra de Lucas Giordano (1634-1705) “San Andrés”. Aunque al autor se le conoce más quizás por su faceta como pintor de frescos, fue también un destacado pintor de caballete, con gran maestría y originalidad. Se instaló en España a finales del siglo XVII. Sus obras de frescos decoran El Escorial y El Casón del Buen Retiro. Su obra sobre lienzo abandona el naturalismo de Ribera y el tenebrismo de Caravaggio y se acerca más a otros pintores como Pietro da Cortona. Su aportación en España en pintura religiosa fue fundamentalmente la de introducir nuevos modelos iconográficos. Es el caso de este “San Andrés”, que se salta los cánones de representación más habituales para representarlo casi como imagen profana, como un filósofo pensativo, dando a su vez al santo un aspecto de erudito. Es una pintura muy alejada de las escenas dramáticas y realistas que veíamos en las obras de Carducho y Esteban March. Esta obra responde a la técnica “San Andrés” que emplea en su última etapa, con fuertes contrastes, preocupación por las texturas, matices, etc. Junto al “San Andrés” se expone un cuadro de temática entre lo costumbrista y lo paisajístico, “Aldeanos conversando”, de David Teniers el Viejo (1582-1648). El autor se detiene en el entorno rural, retratando una de las clases sociales de la época, y cuyo marco le sirve de excusa para desarrollar el género del paisaje, que tiene un claro fin decorativista y complementario a la escena de los aldeanos. Teniers muestra el lado curioso, tosco, burlesco, jocoso del ser humano, siguiendo la línea de autores precedentes como Brueghel o El Bosco. Hay que destacar también de él el empleo de luces y el detallismo de las figuras y elementos naturales, “Aldeanos conversando” deteniéndose en elementos anecdóticos como el perro o el hombre entrando en su casa. La siguiente obra es un relieve de alabastro, “Madonna con el niño y ángeles”, que posiblemente formara parte de la decoración de algún elemento arquitectónico. Sigue el modelo de medallón o “tondo”, popularizado ya en el Quattrocento por autores como Luca della Robbia o Desiderio de Settignano. Es una obra delicada y a la vez con una gran carga expresiva que guarda las proporciones y el equilibrio propio de cánones italianos y donde con la composición de las figuras se juega con las luces y las sombras, para conferir los volúmenes. “Madonna con el niño y ángeles”
  • 35. En el mismo panel se encuentra la “Crucifixión”, obra en mármol, relieve del siglo XVI, que muestra un calvario cuyo fondo de paisaje es Jerusalén y cuya composición se cierra con una representación del sol y la luna, en la parte superior. El relieve muestra de dependencia iconográfica de algunas estampas de las escuelas europeas o de artistas como Alberto Durero. Su función sería la de adornar alguna estancia u oratorio como objeto de culto. Además de Cristo crucificado se representa a San Juan y María bajo la cruz, los tres el altorrelieve. El fondo es un bajorrelieve muy sinuoso, rico en detalles arquitectónicos, de plantas, etc. “Crucifixión” La sala XVII cierra su visita con una muestra de pintura del siglo XIX, un siglo de gran diversidad plástica influenciado por los hechos históricos acontecidos en España y por la gran proyección de la obra de Goya. La tradición académica todavía resiste, hasta que el movimiento romántico fuera rompiendo algunos moldes. Poco a poco la temática y el estilo se irán liberando de las formas impuestas por lo ortodoxo y académico. El artista va adquiriendo mayor libertad e iniciativa de renovación. La primera obra que vemos es “La Pereza” de José Alcázar Tejedor (1850-1912), discípulo de Palmaroli y pintor de la escuela parisina. Su obra recibió muy buenas críticas y mantuvo un equilibrio entre la forma y el color. Su pintura es sobre todo costumbrista, muy del gusto de la época, deteniéndose en la anécdota, en lo cotidiano de la escena y en la sensibilidad del dibujo. En “La Pereza” queda patente el buen dominio del dibujo y el rico cromatismo de la obra. Representa una escena de interior, con una joven sobre un “La Pereza” balancín, con un vestido blanco y en la mano un abanico oriental. En el suelo y junto al balancín aparece una partitura de música con el título “La Pereza”, y tras ella un biombo, y al fondo a la izquierda un piano. El artista se detiene en detalles anecdóticos del mobiliario y la indumentaria. La pincelada suelta la aleja del academicismo. La siguiente obra es de Antonio María Esquivel, de 1852, el “Retrato de un abogado”. Representa a un personaje con toga negra, en la que resalta el blanco del cuello y la camisa. El rostro es quizá la parte de mayor calidad en acabados, destacando las carnaciones. Tras el personaje aparece una columna de fuste acanalado. Esquivel fue un destacado pintor sevillano del S. XIX, continuador de la célebre escuela que fundara el pintor Bartolomé Esteban Murillo. “Retrato de un abogado”
  • 36. La obra que cierra la sala es “María Picón y Pardiñas, con capota blanca”, de 1882, obra del pintor Emilio Sala Francés (1850-1910). En este óleo sobre lienzo, el pintor retrata el busto de una niña, con gesto serio y de mirada observadora hacia el espectador. Aparece ataviada con abrigo y capota blanca sobre la cabeza anudada al cuello con un gran lazo. La calidad de las telas, que el pintor refleja con la pincelada, indican la posición social acomodada de la joven, así como sus pendientes dorados con grandes piedras azules. La pincelada es rápida y suelta, sólo detenida en el rostro para acentuar los detalles. El pintor usa sólo algunos tonos de verdes, azules, rosas y blancos. En la parte izquierda, tras la niña, aparece representado un dibujo de trazo infantil y con gran ingenuidad, haciendo alusión su condición pueril. El pintor deja ver incluso el lápiz preparatorio del cuadro tras las pinceladas, es una obra que refleja espontaneidad y frescura, con un aspecto abocetado. La niña retratada es la hija del ilustre caballero Jacinto O. Picón y Bouchet, de ideas liberales y crítico de arte, además de biógrafo de Velázquez, novelista y académico de la Real Academia Española y de la de Bellas Artes, y representante del patronato del Museo del Prado. Emilio Sala era, por tanto, amigo del padre de la niña, y se piensa que el cuadro fue un regalo. Sala hizo más retratos dedicados a esta familia. El cuadro es del Museo de Arte Moderno, donado por Jacinto Octavio Picón, y está en depósito en el Museo de Cáceres. “María Picón y Pardiñas, con capota blanca”