2. Avances tecnológicos no toman en cuenta el tiempo de vida de los artículos.
Los romanos construyeron puentes que dos mil años después siguen allí, y en Livermore,
EE.UU., funciona una bombilla desde 1901 en un cuartel de bomberos. Sin embargo, mucha
de la industria actual fabrica productos, teléfonos celulares y otros aparatos con una vida
tan fugaz que no deja rastro en la memoria.
Esto se debe a la caducidad programada que, según defensores del consumidor y el sitio
Wikipeda, es la programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que este se
torne obsoleto tras un período calculado por el fabricante.
La caducidad programada busca beneficiar al fabricante del producto, lo cual genera
necesidades constantes a los usuarios. Estos enseres se hacen perecederos al poco tiempo
de “nacer”. Están diseñados para tener una vida corta.
Según Cosima Dannoritzer, directora del documental Comprar, tirar, comprar, actualmente
“en la vida cotidiana apenas se habla de reparar, reponer o reutilizar, ante la publicidad que
hace que todo sea rápidamente viejo”.
3. Acortar el ciclo de vida con lleva un agotamiento de recursos naturales, derroche de
energía y una producción de desechos imparable, según ecologistas.
La caducidad planificada caracteriza el modelo económico actual y forma parte innata de
él. Es históricamente la palanca que ha activado la compra y el crédito.
“La obsolescencia programada surgió a la vez que la producción en serie y la sociedad de
consumo”, sostiene Dannoritzer. El problema es que ahora es una práctica sistemática que
“está teniendo efectos ambientales terribles”, expone. La bombilla es tal vez el primer
exponente del deliberado acortamiento de la vida de un producto de consumo. En 1924
se creó el cartel de Phoebus, integrado por diversas compañías eléctricas, con la finalidad
de intercambiar patentes, controlar la producción y reorientar el consumo. Se trataba de
que los consumidores compraran bombillas con frecuencia. El resultado fue que en pocos
años la duración de las bombillas pasó de dos mil 500 a mil 500 horas, según el
documental de Dannoritzer. El cartel incluso multaba a los fabricantes que excedían la
duración. Pese a algunas demandas para las compañías, las bombillas corrientes siguieron
funcionando una media de mil horas.
4. Autos, medias y iPods
“En general no se crean productos para que fallen, aunque hay excepciones”, opina
Pere Fullana, director de gestión ambiental en la Escuela Superior de Comercio
Internacional. “Aunque sabemos que en la misma dinámica entraron los automóviles o
las medias de nailon”, agrega.
La historia de esta caducidad anticipada llega hasta nuestros días. Según medios
estadounidenses, una abogada de San Francisco denunció a Apple debido a que en los
primeros modelos del iPod había aplicado la caducidad antes de tiempo con baterías
de poca duración.
Además, en Europa muchos clientes se quejan de las impresoras que dejan de
funcionar una vez que lanzan un número determinado de impresiones.
5. Respecto de la empresas involucradas en caducidad programada, Carles Riba, director del
Centre de Disseny d'Equips Industrials en Francia, dice: “No digo que ninguna empresa lo
haga, pero es delicado. Si alguien lo hace deliberadamente, no sería correcto éticamente”.
Los partidarios de esta estrategia de caducidad afirmaron que son fuente de bienestar
para el usuario, mientras que sus críticos denuncian que de esta manera se hurta al
consumidor y lo obligan a seguir el ritmo caprichoso de los intereses comerciales.
La caducidad programada de los productos cimentó el desarrollo estadounidense y
renovó una cultura de consumo europea, basada en la premisa de que la ropa o los
artículos “eran para toda la vida”.
El concepto de caducidad programada nació en 1932 en EE.UU., cuando el promotor
inmobiliario Bernard London, en su libro Poner fin a la gran depresión mediante la
caducidad programada, propuso un período de vida para cada producto, transcurrido en
el cual debería ser entregado al Gobierno.