El PROGRAMA DE TUTORÍAS PARA EL APRENDIZAJE Y LA FORMACIÓN INTEGRAL PTA/F
Una leve insumisión de Damiata
1. Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias.
INSUMISIóN de Damiata
Renuncias: Los personajes de "Xena Warrior Princess" pertenecen a MCA/Universal y Renaissance Pictures. No se pretende
infringir ningún derecho de autor ni existe ánimo de lucro.
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La historia está situada al final del XIX y comienzo del siglo veinte, el período de la revolución industrial, el sufragismo.
Espero que se note en el relato porque no quiero dar una lección de historia pero sí impregnarlo de un tono al estilo de "Las
Bostonianas". Por otra parte, es un relato fantástico y por lo tanto el devenir del tiempo tiene toda la libertad. Por supuesto,
vosotras también de elegir un final o inventar otros alternativos. Es más, me encantaría que lo hicierais. ¿Fanfic interactivo
puede ser?
Subtexto: creo que es una historia de amor y de las buenas. No le hace falta el sexo explícito pero se le puede imaginar...y
en distintas etapas.
Sinopsis: a finales del siglo XIX dos jóvenes universitarias, encuentran los ejes que definirán su vida: la lucha sufragista y
su propia e inexplicable historia de amor
Clasificación:
Autora: Damiata
U N A
L E V E
I N S U M I S I Ó N .
Les costó mucho reconocer su amor, pero cuando éste aconteció, la vida pareció entreabrirse y accedieron confiadas
hacia el acogedor sendero que se les ofrecía.
Era finales del XIX y la universidad de Boston vibraba con los ideales sufragistas. De ella surgían las primeras
mujeres universitarias, las primeras científicas convencidas en consagrarse a la vida intelectual. Desdeñaban el papel
tradicional de la mujer dedicada sólo a la familia, convencidas de que únicamente así conseguirían una
independencia económica, anímica, sexual...
Inez Willard lo tenía muy claro. Había podido dejar atrás una juventud maldita llena de penurias económicas,
traiciones familiares y actos oscuros que deseaba poder desterrar de la memoria. Jamás había pensado casarse y
tener hijos. Más bien deseaba una vida solitaria, tranquila y escondida, alejada del sentimiento tramposo del
corazón. Se sabía diferente y le gustaba. Incluso sentía placer cuando avanzaba por el claustro de la universidad,
abriéndose paso con su imponente estatura y la mirada violeta. Le gustaba cuando en las clases se enzarzaba en una
conversación airada con sus profesores y al acabarla, las otras alumnas la miraban mientras se alzaba,
despojándose lentamente de las lentes. Sí, estaba preparada para ser vindicativa y esa época era ideal para una
mujer como ella; fuerte, decidida y sola. Y, por ahora, la lucha por el voto femenino era la pasión que definía su
vida.
Sin duda, para lo que no estaba preparada era para encontrarse con alguien como Evelia Livermore, la encantadora,
dulce y popular Evelia Livermore. Ya entonces Evelia era reconocida por el desparpajo oratorio, por su encanto y sus
trazas de ángel rubio y con ojos esmeralda. Para ella era algo natural. Desde pequeña enamoraba con la sonrisa y
su afable gracia al hablar. Y en la universidad no iba a ser menos. Tenía una cohorte de admiradoras y amigas,
muchachas alocadas que tomaban las aulas por asalto de griterío y cuchicheo. Y uno de sus blancos preferidos era la
rara Inez Willard, siempre sola, defendiendo la independencia económica de las mujeres, reivindicando su no
sometimiento al varón y a las leyes políticas que discriminaban a las mujeres. Evelia, sin embargo, la defendía por
una mezcla de curiosidad y admiración. Sí, aunque no lo admitieran, todas envidiaban su valentía al expresarse sin
represiones. Pero todos los intentos de acercarse a ella habían fracasado. La inefable persuasión de Evelia se topaba
con un muro en cuanto quería entablar contacto en la biblioteca o felicitarla por sus debates. Casi era un reto
hacerse amiga de "la Willard". Sus amigas se reían de su obstinación y ella sonreía con picardía, "ya veréis, ya
2. veréis como lo consigo".
Llegó una primavera agitada de actos feministas. Elizabeth Stanton y Susan Anthony, las dos sufragistas más
destacadas del país, visitaban la universidad para dar una charla y organizar un movimiento desde allí. Todas
asistieron, por supuesto, y desde el otro lado de la sala, Evelia podía ver como refulgían los ojos violetas de Inez
Willard mientras devoraba las palabras de las oradoras. Un extraño fuego parecía envolverla, el mismo que Evelia
comenzaba a sentir en su interior. A la salida, las estudiantes estaban exaltadas y algunas de ellas propusieron
hacer una marcha reivindicativa allí mismo. El grupo que había venido con las oradoras portaba pancartas y cintas
con el "VOTE FOR WOMEN". La pequeña banda musical de la escuela inició un himno y todas la siguieron. Inez iba
de las primeras, gritando y agitando una pancarta, la más alta, la más airosa. Parecía que el incómodo vestido largo
le sobraba, o mejor dicho, no existía. Evelia la imaginaba como la mujer de pecho desnudo del cuadro de Delacroix,
enarbolando la bandera de la libertad. Poco a poco se vio a la cabeza de la marcha mientras sus amigas le tiraban
del brazo:
–¿Evelia qué haces? ¿No ves que la policía está cercándonos? ¡Vámonos!
–¡Dejadme, voy a seguir! – respondió sacudiéndose el agarre.
–¡Estás loca! La policía nos va a arrestar o quizá nos pegue. ¿Has visto las porras?
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–¡Marchaos vosotras!
Sus amigas no lo dudaron más. Se alejaron mientras la policía ya hablaba con las primeras manifestantes y les
decía que se disolvieran sino querían ser arrestadas.
–¡Tenemos derecho a manifestarnos. Pedimos el voto para la mujer!
–¡Iros a casa que es donde deberíais estar! –las increpó un policía rompiendo una pancarta.
Aquello desató la furia de la mujer que la llevaba y empezó a estirarla del otro extremo insultando al policía. Este
sacó la porra y le pegó. Inmediatamente, Inez se puso en medio defendiendo a la mujer y sujetando la porra del
policía con la mano. Pero otros vinieron por detrás y le pegaron en la cabeza y, al volverse, en el pecho. Inez cayó al
suelo ensangrentada mientras la algarabía crecía y todo era una mezcla de policías con silbatos y porras al aire,
mujeres gritando y corriendo... Evelia estaba asustada pero tenía muy claro qué debía hacer. Corrió hacia Inez que
intentaba levantarse y la alzó como pudo. Mientras la sangre le bajaba por la cara y la cegaba, sentía que aquellos
brazos que la sostenían con trabajo eran el único camino para escapar de la situación. Y se confió a ellos. Evelia no
sabía dónde llevarla pero el instinto le dijo que la capilla de la universidad era un buen lugar. Cuando llegó, la puerta
estaba cerrada, pero la entrada era lo suficientemente grande para esconderse de momento. Se acurrucó con Inez
en un rincón y se abrazaron mientras oían el tumulto cada vez más lejos y a la gente correr desorientada. No se
sabía quien protegía a quién. Si Evelia con sus pequeños brazos alrededor de la mujer herida o Inez, tranquilizando
con los suyos a una temblorosa Evelia.
Al fin cesó el ruido e Inez alzó la cara hacía la muchacha:
–Gracias –musitó.
–¡Oh, tienes la cara llena de sangre! –y sacando un pañuelo empezó a limpiarla.
Primero los ojos. Quería contemplar de cerca aquella mirada violeta tan intensa. Luego, el resto del rostro que iba
apareciendo imponente. Perfecto.
Evelia estaba extasiada ante el ritual lento y delicado de descubrir la belleza de la mujer que yacía en sus brazos.
Podía notar el pálpito, la energía que manaba de aquel cuerpo abandonado. Nunca había estado tan íntimamente
cerca de una mujer. Y sintió que ya nunca podría vivir sin aquel fluido que manaba entre las dos.
Vivieron intensamente aquel primer año de su nueva existencia. El ciclo de lo físico y lo intelectual se sucedía en un
círculo jovial de complicidades y promesas. Era su último año en la universidad y Evelia ya sabía que su rica familia
nunca aceptaría su nueva vida de compromiso político y por supuesto, su relación con Inez. Así pues, debían
plantearse un destino común que les permitiera ser independientes económicamente, a la vez que libres de
pensamiento, acción social y vida en pareja.
Al acabar los estudios, hicieron recuento de los recuerdos y de sus cuerpos en una íntima celebración. Seguían
siendo igual de dichosas. Si acaso Inez acusaba el cansancio de los últimos esfuerzos y, alrededor de los ojos,
comenzaban a delimitarse las ojeras que habrían de enmarcar ya por siempre su antigua mirada. También había una
cierta rigidez en los músculos y una serenidad en la voz que ya había dejado de ser vibrante.
–Te estás haciendo vieja –bromeó Evelia, besándola.
Y había cierta amargura en la sonrisa de Inez cuando, acariciando a su amada, comprobó que esta no sólo estaba
más fresca y joven, sino que, en realidad, parecía haber perdido unos años.
Con las pequeñas rentas de ambas, compraron una vieja librería, la remodelaron y lo convirtieron en centro cultural
y efervescente de actividades feministas. Por allí pasaban las sufragistas más destacadas y algún que otro pedante
al que no se le volvía a invitar. Se realizaban veladas políticas y literarias, en las que privaba la ironía y el buen
humor. Todas alrededor de una Inez incansable en su ansia de saber, que había alcanzado por mérito propio la fama
de erudita sin perder un ápice de cordialidad y modestia. Evelia no se cansaba de admirar a su amada, en quién
reconocía una inteligencia muy superior a la suya. La miraba con adoración cada vez que argumentaba sus discursos
3. y con pícara complicidad cada vez que agudamente, dejaba en ridículo a los pretenciosos y engreídos hombres que
aún negaban el derecho al voto de las mujeres.
Si Inez era admirada por su inteligencia, Evelia lo era por su jovialidad. Nunca se cansaba de moverse, danzar,
ofrecer, sugerir, reír... Cada vez más loca y temeraria. Todos se asombraba de su vitalidad. ¡ Qué joven se conserva
! Y era cierto, cada vez lo parecía más.
Entre el pequeño grupo de verdaderas amigas se encontraba la doctora Carola Vermer, quien solía quedarse con
ellas tras cada reunión y las ayudaba a ordenar la sala mientras comentaban las incidencias de la velada.
Un día les preguntó:
–¿Por cierto, qué edad tenéis?
–Treinta y cinco –dijo Inez.
–¿ Y tú Evelia?
–Treinta y cinco. Las dos tenemos la misma edad –contestó con una sonrisa abierta.
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Evelia lo dijo despreocupadamente, pero Inez y Carola cruzaron una cierta mirada.
Y la vida continuó y se enriqueció con incursiones políticas de izquierdas y una plena dedicación a la causa
sufragista que les valió una pequeña estancia en la cárcel y el cierre de la librería por dos meses.
Sólo tres años después de aquella noche, en otra reunión, alguien les preguntó la edad y al responder de forma
similar, la reacción no fue tan prudente como la de la doctora.
–¡Increíble! Si Evelia parece mucho más joven. Yo diría que en realidad tiene poco más de veinte años.
–Es que me tomo un elixir rejuvenecedor que ni siquiera comparto con Inez Nora –bromeó Evelia, impostando la voz
y dándole un cariñoso beso a su amada.
Las bromas siguieron pero una mueca preocupada no dejó el rostro de Inez Nora durante el resto de la noche.
Aquella vez Evelia había bebido demasiado, además de bailar sin tregua. Así que Carola e Inez tuvieron que
acostarla, no sin resistencia de su parte. Después se quedaron charlando y fumando en el balcón.
–¡Qué noche tan plácida! –observó la doctora.
Ante el mutismo de Inez prosiguió:
–¿Hay algo que te preocupa, verdad?
Inez asentió, espaciando las bocanadas de humo:
–Te diste cuenta desde aquella noche.
–Sí, ¿pero qué os sucede?
–Al principio creí que era por mi culpa. Mi cuerpo, por causas biológicas era más propenso a envejecer, mientras ella
seguía un saludable desarrollo. Pero cuando la gente empezó a extrañarse de su juventud, me comparé con
personas de mi edad y comprobé que yo seguía el curso natural de la vida y aparentaba mis años. Mientras que ella
cada vez no es que "pareciese" sino que "era" más joven.
–Pero, eso... eso es increíble. ¿Cuándo lo notaste?
–Nos conocimos en la universidad. Estudiamos juntas y en el último curso comenzamos nuestra relación. Teníamos
veinticinco años. Creo que fue a partir de los treinta que comencé a notar pequeños cambios. Yo me cansaba,
aparecían las primeras arrugas y, sin embargo, ella estaba cada vez más lozana, ágil...
–¿Habéis hablado sobre ello?
–No. Evelia no parece notarlo. ¿Ves qué feliz es? Sin duda cree que es normal. Aunque le molesta que nos comparen
y se extrañen que tengamos la misma edad. Sólo me dice, "claro, piensas tanto, trabajas demasiado y tu cuerpo se
resiente".
Carola estaba cada vez más preocupada e interesada:
–¿Crees que ese ritmo biológico sigue unas pautas determinadas? Es decir, cada año, ¿ella rejuvenece un año?
–Puede ser, creo que sí.
–O sea, que tú ahora tienes treinta y ocho años y ella debería tener...veintidós.
Aquella rotundidad numérica las dejó abatidas.
–Inez, no te preocupes. Esto debe de tener una explicación. Desde mañana mismo me dedicaré a investigar. Ya
4. verás como encontraremos una solución.
–Pero tengo miedo Carola, tengo miedo. Ahora ya comienza a ser evidente, pero dentro de diez años, de seguir así,
yo tendré cuarenta y ocho y ella doce. Ahora ya podría ser su madre, entonces podré ser su abuela.
Carola abrazó a su amiga. Sabía que era muy fuerte, pero aquel extraño fenómeno, de continuar, podría ser horrible
para las dos.
Pasó el tiempo y, como temían, el proceso seguía. Carola e Inez se hicieron verdaderas expertas en biología y
genética. Consultaban con doctores presentado el caso hipotéticamente. Pero todos decían que era imposible,
refutaban la idea, una idea que era horriblemente cierta.
Y algo más estaba sucediendo. La recesión biológica de Evelia implicaba todo un cambio de carácter. Ahora Inez,
bueno ambas tenían cuarenta años, pero Evelia tenía cuerpo y mente de veinte. Se preocupaba cada vez menos de
la librería y de las reuniones, coqueteaba descaradamente con cualquier joven, se interesaba por los vestidos, quería
ir a bailar y divertirse...
Con Inez seguía igual de cariñosa y si ésta la rechazaba, avergonzada de su cuerpo, le replicaba:
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–Pero cariño, ¿no te parece maravilloso que siga siendo hermosa? Así puedes disfrutar de mí plenamente. Te admiro
y te quiero, no me importa que estés más mayor.
E Inez cada vez estaba peor, depresiva, entristecida, sin encontrar salida.
–¿Pero es posible que no se dé cuenta? –le preguntaba a Carola.
–Debemos abrirle los ojos. Si realmente no lo sabe, no podemos dejarla en la ignorancia de lo que le va a suceder.
–Pero ella es feliz, es feliz así, déjala –se arrepentía Inez.
Al final, el día tormentoso llegó. Un joven que se había hecho asiduo a la librería mientras Inez estaba en el
congreso de la Asociación Nacional Norteamericana pro Sufragio de la Mujer, entró y, al verla, exclamó:
–Mucho gusto de conocerla señora –y mirando a Evelia añadió –Tiene usted una hija encantadora.
–Gracias, es usted muy amable –dijo Inez, conteniéndose y sin dejar que Evelia desvelara la verdad.
Por la noche, cuando se quedaron solas, Evelia comentó graciosamente:
–Qué tonto ese muchacho, mira que confundirnos como madre e hija.
Aquella vez, su ingenuidad la traspasó como un rayo. La agarró de la mano y la llevó ante el espejo de la habitación.
–¡Desnúdate!
–Pero Inez, ¿qué...?
–¡Desnúdate!
Ambas lo hicieron en silencio. Luego se miraron en el espejo.
–¡No quiero mirar! –suplicó Evelia.
Pero Inez la asió con fuerza y la obligó a mirar.
–¿Por qué no quieres mirar?
–Empezarás con tus manías de siempre. Qué estás muy vieja... ¿Pero qué importa? Yo te quiero así, no me importa
cómo estés.
–Dime, ¿sabes por qué estoy vieja? Porque tengo cuarenta y dos años. Pero tú, tú tienes la misma edad. Dime, ¿la
aparentas?
–Bueno...
–¡No! ¡Tu cuerpo es el de una muchacha de dieciocho años! ¿Y sabes por qué?
–¡No quiero saberlo!
–Has ido rejuveneciendo desde que nos unimos tanto como yo he ido envejeciendo.
–¡No!
–¡Sí! Y te has dado cuenta, pero has preferido disimular. Carola y yo también lo notamos. ¡Dioses! Buscamos una
explicación racional. No queríamos decírtelo para no hacerte daño. Ahora es inevitable, inevitable...
E Inez cayó llorando mientras Evelia permanecía inmóvil, helada de pánico.
–Claro que lo intuía pero jamás había sido sincera conmigo misma, tenía tanto miedo a confirmarlo –aclaró Evelia.
5. Ahora comprendía que su querida Inez había sufrido por las dos. Se arrodilló a su lado.
–Inez, por favor, no me dejes.
Inez alzó la cabeza y vio a su joven amiga temblando. Aquel sería el segundo abrazo desesperadamente consciente
entre las dos.
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No había más solución, debían marcharse de allí a donde nadie las conociera. Se despidieron de sus amigos con
amables mentiras. Evelia intentó parecer mayor poniéndose vestidos oscuros y entristeciendo el rostro. Sólo le
dieron la dirección a Carola. Dijeron que harían un largo viaje. En realidad sí, viajaron pero brevemente durante un
año. Luego, compraron una pequeña casa en el campo. Vivían de las traducciones que hacía Inez. Por entonces ya
eran conocidas por la Señora Willard y su sobrina. Carola las visitaba a menudo y comprobaba que vivían felices,
dentro de su pequeña tragedia. Inez envejecía con honestidad, agudizando los rasgos que habían hecho de ella una
mujer de gran personalidad y atractivo. Gracias a su erudición, jamás le faltaban trabajos literarios. Y aunque
padecía una afección renal, siempre había una joven adolescente que la cuidaba con absoluta devoción y gran
jovialidad, aunque en sus ojos se reflejaba una extraña visión de madurez.
Pasaron seis años, durante los cuales Carola se fue a Inglaterra a trabajar. Se escribían periódicamente, contándose
las últimas noticias del sufragismo en ambos países y un poco de su vida personal. Al regresar, tuvo miedo de
visitarlas porque sabía que incluso con ella sentirían vergüenza de la situación. Pero Inez se enteró de su regreso y
le envió una amistosa carta. Los deseos de ver a sus amigas, o lo que quedaba de ellas, pudo más que la prudencia
y aceptó hacerles una visita.
Reconocía que jamás había estado tan nerviosa. Inez la esperaba en el porche. Su andar al acercarse denotaba
cansancio, pero el rostro alegría. Se abrazaron largamente y tomadas de la cintura llegaron al jardín.
–¿Por qué no querías venir a vernos? Te preocupabas por nosotras pero ahora vivimos más felices que en nuestra
época de incertidumbre. En el pueblo se han acostumbrado al incesante sucederse de sobrinas, que pasan conmigo
dos o tres años. Todas hermanas y cada vez más pequeñas.
–¿Y Evelia? –preguntó Carola sin poder contenerse más.
–Ella es feliz, créeme. Cada vez más jovial e inocente. No nota el rejuvenecer, mas que tú o yo el envejecer.
Pequeños cambios en el cuerpo, vestidos que se quedan grandes, nuevos intereses... Es como un regreso hacía si
misma, sin traumas. Cada vez nos necesitamos más. Hemos aprendido a amarnos, asumiendo los cambios de
estado como algo natural. Ahora hay más ternura y una complicidad más pura.
Todo esto había sido escuchado por una preciosa niña de unos ocho años y cara iluminada.
–¡Carola! –la llamó y, corriendo hacia ella, la abrazó.
–¡Evelia! ¿Te acuerdas de mí?
–¡Claro! ¿Y tú, te acuerdas de mí?
Carola la miró enternecida. Sin duda era Evelia de niña, es decir, Evelia misma en su extraño e invertido desarrollo
biológico.
Pasaron unos días encantadores. Daban paseos por el campo, mientras Evelia brincaba y recogía flores. Por la noche
hablaban en el jardín y Evelia les cantaba y bailaba graciosamente. Luego, Inez la recogía en su regazo hasta que se
quedaba dormida.
–No podía creerlo, pero sí, sois felices –susurró Carola con una sonrisa.
–Sólo una preocupación me enturbia, querida Carola. Evelia es cada vez más joven y yo creo que podré cuidarla
pese a mis cincuenta y un años. Pero, ¿qué pasará cuando llegue a un año, a un mes, a un día...?
Aquel pensamiento era atroz. Carola no lo había pensado antes con claridad:
–¡Dioses! ¿Qué ocurrirá Inez ?
–No lo sé. Su tiempo está marcado para dentro de siete años y 3 meses, cuando se cumpla su nacimiento.
Fríamente y si nosotras fuéramos científicas, dejaríamos que traspasara esa barrera para ver qué ocurriría. Pero,
este hecho, bueno o malo, nos ha sucedido a nosotras. Lo hablé con ella, hace años, ahora quizá ya no se acuerde.
No sé bien si tiene recuerdos de su vida pasada o los va borrando sistemáticamente. A veces, parece acordarse de
algo, pero cuando le pregunto no quiere seguir y sólo me abraza y me besa. Bueno, cuando nos dimos cuenta hace
diez años, lo hablamos y Evelia fue categórica. Me dijo: "viviré el tiempo que tú desees. Cuando no puedas o no
quieras ocuparte de mí, por favor, mátame". Naturalmente, la cuidaré hasta el último, es decir, el primer día.
Llegado éste, la mataré suavemente. Por ello te pido a ti, Carola, la más estimada, la única amiga que tenemos, si
6. algún día me ocurriese algo y no pudiera cumplir con mi palabra... Hazlo tú, ¿querrás Carola?, ¿querrás?
Se tomaron las manos y Carola juró que lo haría.
Sólo las visité otra vez y ya Evelia necesitaba los cuidados de una niña de tres años. Una joven del pueblo la
ayudaba y se preocupaba porque, la niña, a pesar de los cuidados y de la excelente salud, cada vez era más
pequeña.
Casi tres años después, recibí una carta de Inez que sabía sería la última. Y me apresté a visitarlas. Ahora
necesitaba un bastón y el rostro estaba tremendamente marcado por la fatiga. Iba a cumplir sesenta años. En el
piso superior, en una preciosa cuna, un bebé de pocos días permanecía dormido. Aunque ya lo esperaba, su visión
me produjo un pánico atroz, quizá más espantoso que cuando descubrí la verdad.
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–He calculado que sólo le resta un mes para llegar al día de su nacimiento. Carola, estoy tan cansada... No creo
poder resistir esa espera. Tampoco sé si lo que voy a hacer es lo mejor. Por eso quería pedirte consejo. Tengo la
valeriana preparada, pero te suplico que me la des a mí primero y que luego hagas lo que desees.
Aquello me horrorizó:
–¡No, Inez! ¿Acaso no recuerdas lo que ambas decidisteis?
–¡Pero no puedo matarla! Prefiero morir antes –exclamó Inez con los ojos aguados.
Insistí.
–Inez, ¿por qué hacerlo? Sólo tienes sesenta años y yo sesenta y dos. Aún nos queda mucho por vivir.
–Amiga no te compadezcas de mí. Piensa en la riqueza de mi amor. He podido ser de Evelia su compañera, su
amiga, su amante y además, su madre, su abuela y, sobre todo, su cómplice. La he amado desde todas las
posiciones, en todas las etapas de su vida... Deseo acabar junto a ella. Me siento como si hubiera vivido cien vidas.
Claudiqué.
–Está bien, amiga. Respeto tu decisión. Te he tenido por suficientemente inteligente como para cuestionar tus
decisiones. Y te estimo tanto como para comprender tus sentimientos, cualesquiera que sean.
–Gracias, hermana.
Una carta de Inez para el juez, explicaba su última voluntad. Tras mucho esfuerzo había conseguido ser enterrada
en el jardín de la pequeña casa. Yo tendría que depositar a la pequeña Evelia poco después.
PrIMEr
FINAL.
Preparé la valeriana para las dos. Inyecté a Inez y luego una dosis más pequeña, proporcional a Evelia. Luego, me
senté en la cama y puse a la niña acostada a su lado. Coloqué una mano en el pecho de cada una de mis amigas e,
incongruencias de sus vidas, consiguieron lo que jamás habían logrado y siempre pretendieron: una sincronía de sus
corazones. Ambos dejaron de latir al mismo tiempo.
SEgUNDO
FINAL
Preparé la valeriana para las dos. Inyecté a Inez y cuando iba a inyectar una dosis más pequeña, proporcional a
Evelia, ésta comenzó a llorar. Me senté en la cama y puse a la niña acostada a su lado. Inez ya apenas respiraba,
estaba extinguiéndose lentamente .
Las miré a las dos, tan hermosas cada una en su cuerpo y su espíritu. Pensé que quizá era demasiado pronto para
ponerle la valeriana a la pequeña. Pensé que quizá a Inez le gustaría sentirla viva hasta que ella muriera
definitivamente. Pensé que quizá Evelia, con su llanto incesante, estaba expresando el profundo dolor de la muerte
de su amada o quizá, era el único acto de rebeldía posible en un bebé...
¿Y si estaba equivocada? ¿No era verdad que dentro de este juego inexplicable, la lógica no valía; las reglas eran
impuestas por un destino burlón? En verdad, ¿quién era yo para cambiar el sino de ese "milagro" que se producía en
7. Evelia?
Lo único que tenía claro era que no dejaría que sufriera, por eso esperaría. Esperaría a que la biología, los hados o la
misma Evelia decidiera su final.
Puse a Evelia sobre el pecho de Inez y la niña se calmó, incluso en su último suspiro, permaneció plácidamente
durmiendo junto a su corazón.
Las dejaría solas un momento, mientras arreglaba las cosas de Evelia y las empaquetaba en una maleta. También
tendría que preparar un biberón porque el bebé no paraba de chuparse el dedo. Ya debía de tener hambre.
TErCEr
FINAL.
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Casi tres años después, recibí una carta de Inez que sabía sería la última. En ella me decía que calculaba que sólo le
quedaba a Evelia un mes de vida. Por ello, me pedía que acudiera lo más tardar en una semana. Así despediría a la
muchacha y no habría testigos.
Una ansiedad desconocida me invadía camino del hospital. Pensaba en cómo arreglaría mis asuntos lo más pronto
posible. Evidentemente Inez había abandonado y Evelia sólo podía dejarse llevar. En realidad toda la responsabilidad
caería sobre mí. Sería ejecutora y parte en su historia como nunca lo había sido. Y aquello me daba mucho miedo.
Dudaba, sí, dudaba. Era como si aquella irrealidad biológica se hubiera manifestado en toda su rareza, ahora que
llegaba el final y quizá el origen de su explicación.
Mi excitación era tal, que no vi el tranvía, tan solo un golpe seco y la oscuridad me devoró con todos mis fantasmas.
Desperté pidiendo la hora, el día... No podía contar, la excitación renacía en mi conciencia. La enfermera me ayudó:
–Ocho días doctora, ocho días ha estado inconsciente.
Y me pronosticó al menos un mes en cama por la fractura de la cadera. Grité, utilicé mis influencias en el hospital,
amenacé a cuantos se me pusieron por delante pero, aún así, no conseguí levantarme hasta una semana después.
Aún con la promesa de irme a casa directamente en los labios, indiqué a un extrañado taxista el lejano lugar a
donde me urgía llegar. Por el camino me consolaba que sólo habían transcurrido veinte días. Aún tenía tiempo. Inez
lo había calculado bien. Nadie mejor que ella para hacerlo. Indudablemente estaría preocupada por mi tardanza pero
con la carta que le había mandado... Aunque no respondió... Claro, las cartas tardaban en llegar. Me aguardaría, ella
tenía paciencia. ¡Todavía tenemos diez días Inez , todavía! Más o menos, tiempo suficiente, ya verás, además los
cálculos ... quizá quedara más, o puede ser que menos. ¡No! ¡Llegaré a tiempo!
Ordené al chófer que esperase. La casa estaba cerrada. Pero era normal, Inez debía mantenerlo en secreto. Ya
habría despedido a la chica. Se pasaría el día en la habitación mirando por la ventana. ¡La ventana! Parecía cerrada.
No estaba segura. Llamé, llamé, ¡llamé!... hasta que el chófer bajó y me dijo:
–Déjelo señora, está claro que no hay nadie en la casa.
Tenía razón, eso parecía, pero él no era consciente de la dureza de esas palabras:
–¡Vayamos al pueblo! ¡Deprisa!.
Por el camino encontré a un hombre en bicicleta. Creo que me obligué a que me resultase conocido, así que le
pregunté si él sabía lo que había pasado.
–Encontraron a la señora muerta. El médico dijo que al menos hacía dos días que había fallecido de un ataque al
corazón.
Mis ojos interrogaron lo que mi boca no podía preguntar y me abrasaba.
–También hallaron una niña pequeña, parecía recién nacida. La pobrecita no dejaba de llorar.
–¿Dónde está?
–La mujer del médico se ocupó de ella. Ahora dicen que como no tienen hijos, la quieren adoptar. Aunque nadie
sepa quién es y cómo es que la señora la tenía en su casa.
No desvelaré el secreto.
En el pueblo, la criada me dijo que la niña estaba muy bien.
–¿Y crece?
–Claro, crece normalmente. El doctor y su mujer están muy contentos, las autoridades les han concedido la
adopción. ¿Es que usted sabe algo?
8. –No. Sólo que es una historia intrigante. Muchas gracias. Adiós.
No seré yo quien intervenga más en esta historia, querida Inez. Quizás es mejor que no sepa qué ocurrió y haberme
evitado una experiencia tan dolorosa. Quizá moriste dulcemente en tu cama, para evitarte ese momento atroz.
Quizá la vida no se portó tan mal con nosotras después de depararnos una experiencia semejante y nos evitó
decidir. Y ahora estoy tranquila, porque sé que esa niña que sigue creciendo, ya no es Evelia, o al menos, la Evelia
que amamos. Es otra mujer, otra vida, otra historia...
Yo también estoy cansada, no deseo seguir buscando una explicación. Este hecho ha agotado nuestros cerebros, ha
invertido el orden de las cosas. Es un misterio que quisimos comprender con amor y casi lo logramos.
Sólo queda preguntarme si, por una vez en vuestra desdichada historia, conseguisteis lo que jamás habíais logrado:
que vuestros corazones latieran al mismo tiempo; y, si en el último, íntimo, sincrónico latido hubo una leve
insumisión.
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Para saber más sobre el movimiento sufragista se puede visitar:
http://www.corazonles.com/archives/000200.html
http://www.geocities.com/Athens/Parthenon/8947/Miyares.htm
http://clio.rediris.es/udidactica/sufragismo2/biogra.htm
http://www.historiasiglo20.org/sufragismo/
http://www.telepolis.com/cgi–bin/monograficos/vermono?mono=004
http://www.loc.gov/rr/print/076_vfw.html
FIN
TU OPINIÓN EN EL FORO