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Aproximación crítica a la condición humana en el contexto latinoamericano de hoy - Arte
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INTERACCIONES ENTRE LOS NIVELES DE LO HUMANO.
Dardo Bardier                                                      dbardier@adinet.com.uy

         Intentaremos hacer aquí una aproximación crítica a la condición humana, desde el punto de
vista de sus niveles funcionales y de sus capacidades de información.
         Las unidades de la realidad, siempre están lanzando a su exterior partes de sí mismas. Emiten
partículas, radiaciones, iones, átomos, moléculas, y aún pedazos enteros.
         Si algunas de ellas llegan a un ojo humano, podrán entrar a él sólo las radiaciones lumínicas. Y
la retina sentirá sólo las que estén en cierto rango entre un umbral, el ultravioleta, y un dintel, el
infrarrojo.
         Podemos representar las radiaciones electromagnéticas mediante una recta. Hacia un lado
crecen las longitudes de onda, hacia el otro las frecuencias.
         A ambos lados de lo conocido, en lo micro y en lo macro, está lo desconocido.
         El Sol emite una gran variedad de radiaciones, pero la atmósfera terrestre las filtra.
         Unas radiaciones llegan al suelo mucho y otras poco. El propio planeta selecciona qué recibir.
Y éstas son las radiaciones que nos afectan desde hace millones de años. La evolución humana se
realizó en un mundo en que siempre predominaron estas longitudes de ondas. Y no otras.
         De todo el rango de radiaciones que nos llegan, los humanos sólo percibimos desde el violeta
al granate. Somos ciegos para todas las otras radiaciones: ultravioletas, rayos X, rayos gamma,
infrarrojos, ondas radiotransmisores, etc. Ellas también traen información, pero no somos
orgánicamente capaces de descifrarla. Hay carteros cabalgando en lo que no vemos. La visión humana
está hecha a imagen y semejanza de la luz terrestre. Y dentro de lo que vemos, podemos distinguir
tonos de un modo cuantitativo, dentro de colores cualitativamente diferentes.
         Además, dentro del estrecho rango en que podemos ver luz, somos más sensibles para unas
radiaciones que para otras. Vemos óptimamente el amarillo verdoso. Y hacia las ondas largas, vemos
cada vez menos el amarillo, el naranja, el rojo, y apenas el granate. Hasta un umbral donde se da el
corte brutal entre ver y no ver, y ya no vemos los infra-rojos, sólo queda la señal de negro, que nos
dice: no-veo-nada. Del otro lado sucede parecido: hacia las ondas cortas vemos cada vez menos el
verde, el azul, y apenas el violeta. Hasta un dintel donde también se da el corte cualitativo drástico
entre ver y no ver, y desde allí ya no vemos los ultra-violetas. Sólo queda la señal de negro, una
cualidad sin cuantías.
         Es decir, alrededor de lo que vemos óptimo, hay un campo de cada vez menor sensibilidad y
discernimiento. Y fuera de él somos ciegos. Y si somos ciegos, no hay nada sentido, procesado,
percibido, apreciado y concebido de ello. A menos que lo logremos detectar por otros medios, sociales,
culturales, técnicos y científicos.
         La ciencia, en algunas variables detecta más que las personas. También hay animales que nos
aventajan en algunos rubros: las abejas ven ultravioletas cercanos y hay serpientes que ven infrarrojos.
Las palomas ven la polarización de la luz. Hay peces que ven más colores. Otros ven corrientes
eléctricas. Entonces: ¡Para ellos hay cosas que para nosotros no son cosas! Y viceversa. Y más
pueden captar las cámaras fotográficas actuales.
         La realidad tiene muchas cualidades cuyas cuantías varían. En tal caso se llaman variables.
Podemos sentir sólo algunas de esas variables. Cada variable sensible tiene un valor clave, para el
cual disponemos de nuestra máxima capacidad de distinguir. Y en un entorno de ese valor distinguimos
cada vez menos, hasta llegar a los umbrales y dinteles de nuestras capacidades sensibles. Más allá de
esos límites somos insensibles, ciegos y sordos. Hay cosas que percibimos muy bien, y cosas que
apenas percibimos. Y otras que no percibimos. Nuestra ventanita perceptiva al mundo es maravillosa,
pero es limitada.
         La ciencia tiene una gran cantidad de recursos para poder detectar radiaciones
electromagnéticas que nosotros no podemos ver. En la variable longitud de onda, la ciencia detecta


858
mucho más que lo que las personas perciben. Podemos ubicar el alcance de la ciencia más alejado del
óptimo percibido, achicando lo desconocido.
          Aclaremos que las capacidades de la percepción humana cambian muy lentamente: nuestros
bisabuelos veían los colores casi tal cual nosotros. Pero las capacidades de detección de la ciencia
crecen a pasos agigantados. La ciencia de aquellos tiempos no detectaba ni parecido que ahora. La
percepción orgánica cambia con los millones de años, la detección científica cambia con los meses.
Tienen tiempos distintos.
          ……………………………..
          Los colores son una variable característica de nuestra percepción visual. Pero no es la única
variable perceptible. Se considera que hay, quizá, un par de miles de características visuales. De ellas,
un par de cientos son las que más afectan nuestra manera de conocer. De ellas, las más investigadas
y conocidas son sólo algunas decenas. Como consecuencia de incoherencias propias de las
concepciones filosóficas predominantes, hay algunas características visuales muy importantes que no
aún han sido muy estudiadas.
          Veamos qué sucede si consideramos varias variables visualizables.
          Para cada característica visual podemos usar otra recta, cuyo óptimo siempre lo hacemos
coincidir con el original. Podemos representar la intensidad lumínica en las verticales. En ella también
hay umbrales y dinteles de lo perceptible por la vista, indicados aquí con marcas rojas, y otros
detectables por la ciencia, indicados con marcas azules.
          Lo perceptible por nosotros ya no es una franja, sino un rectángulo.
          Como se imaginarán esto mismo es posible hacerlo con muchas otras variables.
          Y así, podemos ir agregando más límites de lo perceptible y de lo científico.
          Si todas las variables perceptibles las atamos haciéndolas pasar por un mismo punto,
coincidente con su óptimo sensible, y si unimos sus límites, resulta una figura envolvente que empieza
a definir un esferoide, representativo de las capacidades e incapacidades de los seres humanos. Esa
es la esfera de capacidades sensibles humanas. Es mucho más que un conjunto de limitaciones
orgánicas en la percepción de un conjunto de variables. Es la definición misma de qué somos como
seres individuales y sociales capaces de percibir y de detectar. Retrata nuestras capacidades sensibles
orgánicas. Así se define la capacidad de lograr información de la escala humana personal. Que
obviamente son diferentes a las sociales. Las cuales definen qué somos y detectamos a escala social.
          La esfera de las capacidades perceptivas de otros animales en parte es igual y en parte es
distinta. La esfera informativa de todos los seres vivos del planeta es aún mayor.
          Los humanos estamos bien preparados para atender los aspectos y escalas sólo de las
realidades que, en la evolución de nuestra especie, han estado al alcance cotidiano. Percibimos bien lo
que está a escala humana, como árboles y personas. También percibimos lo que es un poco menor,
como semillas y cabellos. Y también lo que es un poco más grande, como bosques y grupos de
personas. Pero somos ciegos para lo muy micro y para lo muy macro. No percibimos directamente ni
los organelos de una célula humana, ni los macro conjuntos humanos. Sólo somos capaces de percibir
en cierto rango de cuantías de cierto haz de cualidades. Los bebés tienen otras capacidades que los
adultos. Los animales, otras. Las ciencias, otras.
          La esfera de detección social suele ser mayor y en más rápida expansión que la esfera de la
percepción orgánica. Si la evolución fuese más rápida no habríamos necesitado inventar el microscopio
y el telescopio, sólo habríamos esperado a que la evolución nos ayudase. Pero esperar los tiempos de
los cambios evolutivos ya no nos sirve. Estamos en tiempos más urgidos. Y en nuestros lugares más
atrasados, aún más urgidos.
          ………………………………………………………………
          Estamos muy preparados por la cooperación evolutiva, por la cooperación social, y por la auto-
cooperación aprendida, para atender óptimamente los cambios y las situaciones de lo cotidiano, de las
dimensiones mundanas, de las realidades en ciertos rangos usuales, pero no de otros. Hay cosas que
las personas no podemos ver por más que estén ante nuestros ojos abiertos. Hay realidades que son

                                                                                                    859
cosas para nosotros y hay otras realidades no lo son. Aunque sean reales, sin ayuda la sociedad no
hacemos conciencia de ellas. Podemos percibir muy bien lo meso, pero no lo muy micro ni lo muy
macro.
         Hay cosas que percibimos claro, tales como una mesa o una persona, un lápiz o un dedo, una
habitación o un grupo pequeño de personas. Pero hay cosas lo suficientemente micro o macro para
que no las percibamos si no es con la ayuda de la ciencia. Y en ciertos casos, ni aún así. Ello nos
induce a una concepción incompleta de lo humano. Intuimos fácilmente las relaciones personales entre
las personas a nuestro alcance y en nuestro ambiente cotidiano. Pero de lo social tenemos una visión
orgánica muy pobre.
         Somos ciegos para percibir como unidades con vida propia los macro aglomerados humanos, y
finalmente la humanidad como conjunto. No hay modo de ver, oír o tocar personalmente esas
realidades. Aunque son tan reales como las cosas y personas que sí podemos percibir como tales. Ello
impide tener clara conciencia de las realidades que nos tienen dentro de ellas y también de las que
tenemos dentro. Somos ciegos para nuestros micro componentes (órganos, células, moléculas, etc.).
         Nos resulta imposible ver a simple vista, ni con instrumentos, las formas del vacío intergaláctico
y de los grumos de nebulosas. Ni siquiera podemos intuir la forma de espiral de nuestra galaxia sólo
por lo que de ella vemos. La ciencia nos lo tiene que explicar.
         También nos resulta imposible fotografiar, y menos ver, cada uno de los componentes del
átomo. A lo sumo se logra fotografiar con claridad las partes del conjunto de moléculas o grupos de
moléculas. No vemos a simple vista cada célula de un tejido vivo.
         En nuestra vida diaria percibimos y detectamos unidades y componentes, pero en lo muy
micro, a lo sumo detectamos unidades sin detalle de componentes. Y en lo muy macro, a lo sumo
detectamos componentes pero sin su conjunto.
         Miramos un grupo de personas, y lo vemos como un aglomerado de entidades ¡y no como la
entidad real que es! Nuestra capacidad dialéctica de percibir a la vez el todo y sus partes es
orgánicamente poderosa, pero limitada, aunque mayor que la de otros animales. Esperamos ver las
cosas en las escalas extremas tan hiper-definidas como vemos las cosas comunes, pero esa fija nitidez
esconde la porosidad y cambio propio de toda realidad.
         Comunicando nuestras experiencias y arbitrándolas socialmente, mediante la información
pública y la ciencia, ampliamos enormemente nuestras capacidades de detección de la realidad, hacia
los componentes menores y hacia los compuestos mayores. Infinitad de técnicas, con sus instrumentos
y protocolos, nos abren los ojos a que hay realidades como los virus, bacterias, organelos, células,
neuronas, órganos y organismos. Y también a que hay grupos, cuerpos sociales, instituciones,
vecindades, localidades, zonas, departamentos, regiones, provincias, estados, países, federaciones de
estados, transnacionales, uniones de estados, naciones unidas, humanidad organizada. La riqueza de
las acciones y de los conocimientos sociales nos permite corregir nuestra ignorancia perceptiva y así
complementar nuestra concepción del mundo, capturando imágenes de escalas lejanas y de
cualidades imperceptibles.
         Aún en lo meso, en las escalas humanas y en las dimensiones cotidianas históricamente más
frecuentes, donde se crió la especie humana, las nuevas capacidades sociales nos abren a nuevas
definiciones de las unidades de la realidad, permitiéndonos concebirlas mediante cualidades más
realistas, aunque sean invisibles, inaudibles e intocables. Nuestras capacidades de conocer
personales se complementan con nuevas capacidades sociales de comunicarnos, permitiéndonos
conocer realidades para las cuales, hasta hace apenas unos siglos, éramos como ciegos.
         La mayor enseñanza que nos dan los nuevos conocimientos, es que las cosas no son tan
nítidos y estables entes cómo se creían que eran. No son tan monolíticamente unitarias y ni son tan
independientemente aisladas como el pensamiento clásico las concebía. Que las concebía así porque
así llegaba la información a la conciencia luego de los procesos orgánicos que hacen nuestros órganos
de los sentidos. La evolución nos transmite muy especiales capacidades de percibir, nada ingenuas, y
el resultado de sus trabajos son tomados ingenuamente, como que: así es el mundo. La interpretación

860
orgánica nos resulta intuitiva, fácil de comprender. Pero, mejor estudiadas, con la ayuda de la sociedad
y de la ciencia, las cosas reales resultan ser, más bien, entidades inclusivas, siempre compuestas de
entidades menores y siempre componiendo entidades mayores. Cada una de ellas con un grado de
unidad-interdependencia diferente. Desde un diamante hasta un remolino de polvo, todas son porosas
y cambiantemente unitarias y llenas de puertas y puentes a su exterior. Desde luego, unas son más
sólidas, cohesionadas, estructuradas, organizadas, cooperantes, duraderas, óptimamente funcionales y
duraderas que otras. La noción de cambiante unidad inclusiva, en sí y en relación funcional con sus
componentes y con su compuesto, es más realista que la noción tradicional de unidad.
         Los descubrimientos actuales de realidades más y más chicas dentro nuestro, y más y más
grandes abarcándonos, nos hace comprender que hay entidades inclusivas, compuestas de entidades
menores, y componiendo entidades mayores. Hoy está en proceso un cambio en la concepción del
mundo, que reconoce el funcionamiento coordinado de lo micro con lo meso y con lo macro. Cada
organización humana cambia: (1) Según lo que emerge de sus potencialidades internas. (2) De su nivel
propio. (3) Y de su mundo. Y ninguna de esas fuentes de cambio es excluyente.
         Este encare inclusivo, escalar, de las cosas, es más realista, pero es menos intuitivo, porque
chocamos con el hecho de que nuestros ojos, sin la ayuda de instrumentos y protocolos técnicos,
pueden ver bien una persona o una casa, pero no pueden ver ni una molécula ni el conjunto de
galaxias en la que estamos. Es decir, sin la cultura, la ciencia y las comunicaciones, a los humanos nos
resultaría muy difícil comprender que toda realidad consta de diferentes niveles de funcionamiento,
unos dentro de otros. Que se constituye en diferentes escalas. En diferentes grados de cuantías. En
diferentes extensiones inclusivas. Todas reales y todas con los mismos derechos de cooperar. Sólo
diferentemente apreciadas. Solo diferentemente percibidas. Sólo diferentemente concebidas.
         …………………………………………………………………..
         En los siguientes minutos me dedicaré a las relaciones humanas, entre las mayores entidades
humanas. Las interacciones entre organizaciones humanas macro.
         Aclaremos que al decir “lo humano”, del punto de vista realista, concreto, integral, funcional,
organizacional, no hay que olvidar el lugar o territorio que ocupan y que puede ser compartido, así
como todo el equipamiento animado e inanimado que involucren.
         Sólo completamos la correcta concepción de nuestra realidad concreta, integral, cuando no
olvidamos todo lo que nos ayuda a vivir, así sea inanimado. El agua que nos compone, el aire que
respiramos, el suelo que nos sostiene.
         Las organizaciones humanas se organizan a sí mismas, pero con la colaboración de sus
componentes internos y de sus compuestos externos. Animados e inanimados. No somos una simple
suma de ladrillos orgánicos o atómicos. Tampoco somos mera consecuencia de las realidades en las
cuales estamos inmersos. No somos resultado exclusivo de lo macro. O resultado exclusivo de lo
micro. O resultado exclusivo de nuestro propio nivel meso. Somos resultado de todos los niveles de
nuestra realidad.
         No hay un último mayor nivel causante de todo e inmune a todo. Un supuesto todo final, del
cual sólo seríamos un subproducto. Esa idea no es realista. Tampoco hay un último menor nivel que
sólo él sea el componente de todo lo demás. Una supuesta multiplicidad de partículas finales, de la
cual sólo seríamos su aglomerado. Eso tampoco es realista. Todos los niveles, si funcionan, tienen su
cuota de realismo dentro de la entera realidad.
         Lo enteramente humano es, pues, la esfera viviente que integra y en la que colaboran las
personas, sus sociedades y sus órganos. Y ninguno de estos grandes haces de niveles puede existir
sin los otros. Las personas no pueden vivir sin su sociedad o sin sus órganos. La sociedad no puede
vivir sin las personas. Lo macro, meso y micro no pueden existir por separado. No son realidades
concretas, son niveles de una misma realidad concreta. La causalidad enhebra distintas escalas de
funcionamiento y no se embreta en ninguna. Cada uno de esos niveles sociales y personales no tiene
un derecho genérico, universal y absoluto, sobre los otros. Las relaciones entre los niveles de lo
humano no tienen otro orden jerárquico que el relativo al caso, al lugar y al momento.

                                                                                                   861
Al conjunto de todo lo compuesto de personas y de sus patrimonios funcionales, a sus
6.800:000.000 de personas, que cada 15 días crece un Uruguay entero de personas, con todas sus
propiedades, incluyendo el planeta, incluyendo sus expectativas de utilizar el fondo del mar, los
desiertos, a todo lo que está al alcance de los seres humanos y sus dependencias, podemos llamarlo la
Humanidad. Con mayúscula, pues no es la simple suma de personas, sino la organización concreta
que las contiene, más o menos efectiva según el lugar, momento y composición. Es claro incluye
personas socialmente más integradas que otras. Hay suelos más o menos integrados a la Humanidad.
La Humanidad es nuestra máxima organización, lo cual no quiere decir que su mayor nivel sistémico
siempre sea el más efectivo. Tampoco quiere decir que su grado de pluri-polaridad sea siempre igual.
En cualquier caso, si consideramos la escala personal, la humanidad de compone de miles de millones.
Si consideramos la escala de los países, la humanidad de compone de un par de cientos. Y si
consideramos la escala de la Humanidad, la humanidad es una sola. Pero cada una de esas escalas
no niega las otras, las complementa.
         Desde luego, hay intentos de organizar lo humano sistémicamente mejor, hay multitud de
organismos mundiales, entre los que se destacan las Naciones Unidas, donde, por ahora, el proceso
de unión es lento y lleno de tropezones, ambigüedades y contradicciones. No hay unidad monolítica
entre los humanos, en ninguno de sus niveles y esferas. Pero en algunas escalas hay menos unidad
que en otras.
         También hay emprendimientos unificadores un poco menores, más o menos efectivos:
Comunidad Europea, Estados Unidos de Norteamérica, Estados Unidos Mexicanos, Estados Unidos do
Brasil, Mercosur, Urupabol, Unasur, etc.
         Luego, en otro nivel, están los países, con sus alianzas y convenios. Sus provincias o sus
departamentos. Sus alcaldías, ayuntamientos, juntas locales, etc. Finalmente el nivel de los
vecindarios, los barrios, etc. Cada uno de esos niveles comunales interactúa con diversos niveles de
organizaciones privadas, empresas, organizaciones civiles, etc.
         Lo humano existe en distintas escalas, desde las Naciones Unidas hasta nuestro ADN. Lo
global alude a un tipo de interacciones sistémicas, más unipolares asimétricas que pluri-polares
equilibradas. La gobernanza alude a la cooperante relación entre los diversos niveles de
administración social. La democracia alude a la interacción de lo personal con el Estado y sus
instituciones. La descentralización alude a la necesidad de mejorar la cooperación entre diversos
niveles de administración comunal, poniendo el acento en lo local más que en lo sistémico. La
participación alude a la interacción de las personas con cada uno de los niveles de la administración.
Todas estas son nociones inclusivas, propias de las interacciones inter-escalares. Para que la
democracia funcione mejor es esencial reconocer que las entidades de muy diferente nivel deben
interactuar.
         Y ello implica ciertas condiciones de diálogo y de entendimiento.
………………………………………………….
         El problema principal es el siguiente: Tenemos dificultades para percibir orgánicamente cada
una de las entidades humanas mayores, y más dificultades tenemos para percibir sus interacciones.
Para concebir de modo más realista las interacciones inclusivas es imprescindible no ningunear
ninguna de las escalas sociales y personales. No debemos despreciar lo personal, ni lo estatal, ni lo
local, ni lo orgánico. Aunque, debido a nuestras incapacidades perceptivas, creyésemos que un nivel
de lo humano no existe, ello no necesariamente es cierto. Nuestros sistemas intuitivos fallan
estrepitosamente en lo que escapa a lo más cotidiano. Es imprescindible contar con métodos sociales
para conocer mejor lo social y lo orgánico. La ciencia debe complementar nuestros sentidos.
         Reconociendo el realismo de las entidades inclusivas se puede detectar y mejorar las
interacciones entre ellas. Y ahí está un problema: (1) Hay opiniones que conciben que solamente las
personas son lo real, y todo lo demás son yuxtaposiciones de personas. (2) Hay quienes opinan
exactamente lo contrario: que lo único que es real es el estado y las personas meramente son sus
agentes. Ambos se desprecian mutuamente y de paso desconocen a todas las organizaciones

862
intermedias. (3) Pero también hay corporativistas, que defienden su organización intermedia
despreciando a las personas y al Estado.
         Por ninguno de esos caminos unilaterales se podrá llegar a entender cómo funciona la entera
sociedad. Solamente respetando cada uno de los niveles de organización humana puede darse la
mejor cooperación necesaria a largo y a corto plazo. Desde luego que en un momento corresponderá
poner el acento en un nivel y en otro momento en otro nivel, pero nunca podrá desarrollarse
desconociendo alguno. Sólo podrá desplegarse integrándolos, organizándolos, canalizando sus
interacciones cooperantes.
         La solución para concebir y operar mejor conjuntamente entre todos los niveles es abandonar
las visiones personales, las totales y las corporativas, como posibles por separado. Si atendemos sus
interacciones inclusivas, lo cual implica reconocer que hay entidades inclusivas, nos concentraremos
en los problemas principales.
         Lo global no es la Humanidad en sus enteras escalas. Es sólo una esfera de la Humanidad, la
esfera de las escalas mayores y de las interacciones asimétricas, polarizadas y usurpadas por
personas y grupos en ciertos lugares. Luego de que USA quedase solo, como polo asimétrico
económico, científico y cultural, se pensó que el mundo se iba a seguir organizando como una esfera
global con centro en otra imperial. Lo global hacía acordar a que el globo está atado por un hilito a una
mano.
         Pero cuando algo cambia, luego vuelve a cambiar. El mundo, no de modo simple, es claro, no
resultó ser tan unipolar. Era una imagen más idealista que realista. Con sólo interactuar, y con el
alcance actual de las interacciones, la pluri-polaridad latente presionaba por desplegarse. Otros centros
de relaciones están emergiendo. Diferentes en muchos aspectos a lo imaginado. Ahora en un estadio
de producción y de masas de dinero inconcebibles anteriormente. Y de producción a gran escala
multipolarmente desaforada. Ya no son unas fábricas inglesas produciendo para todo el mundo. Son
muchos centros produciendo ecos.
         ……………………..
         Por su parte, la noción de democracia es más que conocida. Sin embargo, la noción de pueblo,
si pretende ser realista, incluye distintos niveles de funcionamiento. El pueblo no es solamente uno por
uno, sino que también es en parejas, en familias, en grupos, en empresas, en localidades, en
departamentos, en ministerios y finalmente es uno solo. Son diferentes niveles cooperando. Pero a
veces no cooperan sino que luchan. Es necesario entender las causas de las contradicciones en la
cooperación social.
         Y una de ellas es que según el nivel funcional desde el que se concibe la democracia, se la
concibe un poco distinta: (1) Hay personas y grupos que conciben a la democracia como su
instrumento para explotar a las otras personas y a todos los otros niveles de la actividad en sociedad.
Para los individualistas, la democracia es el dulce ambiente donde algunos pueden usurpar los
derechos ajenos. La democracia tiene pocas defensas para estos abusos. (2) Por otra parte hay
personas que conciben la democracia como un instrumento del Estado central para que el barco
navegue mejor, utilizando a las personas por la causa. (3) Otras personas conciben la democracia
como el ámbito adecuado para que sus empresas prosperen utilizando a las personas y al estado.
         La única solución enteramente cooperante es: Que cada nivel se ubique en su puesto de
colaboración social, haciéndose respetar y respetando a los otros niveles, cada uno con sus derechos y
deberes. Como decía Artigas, “Con libertad no ofendo ni temo”. La entidad social no ofende a ningún
otro nivel, ni tiene nada que temer de ellos, si se le reconoce su cuota de autonomía-escalar, su
libertad inclusiva. La libertad de actuar como entidad dentro de otras entidades y con entidades
internas. Si respeto la existencia cooperante de los demás niveles, respétenme a mí. En el grado en
que se logre la óptima cooperación intra-escalar e inter-escalar, el conjunto marchará mejor.
         Y no hay fórmula universal y eterna para esa optimización de las interacciones inclusivas. La
única recomendación es adaptarlas al momento futuro.


                                                                                                    863
Y para optimizar el funcionamiento inclusivo hay que optimizar la información necesaria para
ello. Información que debemos intercambiar con niveles muy distintos a los nuestros. La cooperación
entre diferentes implica comunicación entre diferentes. Implica diálogo entre diferentes. Pero todo
diálogo también implica un lenguaje en común y al final, unos objetivos en común. O sea que es
dramáticamente necesario el diálogo en igualdad de condiciones, a pesar de ser justamente entre
realidades de desiguales dimensiones. Debemos encontrar los puntos de encuentro.
          La descentralización pone el acento en la debida proporción entre las entidades cooperantes
inclusivas. Sobretodo en las interacciones entre administraciones de diferente dimensión. No niega la
conveniencia de un centro sistémico, pero busca poner en su justo valor lo local, lo de menor escala.
Con ello, logra una gobernanza más eficiente.
          Una de esas cooperaciones inclusivas es la participación, que en general se refiere a que las
personas actúen en los órganos de decisión, operación y control social, cualesquiera que sea su nivel
funcional. Es claro que esa participación tiene diferentes modos de ser según el nivel con el cual la
persona se relaciona. Los niveles más cercanos a la persona pueden ser participados por muchas
personas. El ámbito de la participación más popular es lo vecinal. No tantas personas pueden participar
el lo local. Aún menos tienen posibilidades de participación voluntaria sin preparación ni retribución a
nivel departamental. Y aún menos en lo nacional. En estos últimos casos la participación está regulada
mediante partidos, elecciones y reglamentaciones. Y finalmente por la Constitución.
          Nuestro país no goza de la larga experiencia de participación que tienen otros países. La cual
le da sus mañas, pero también su saber hacer, sus usos, costumbres, ordenanzas, y sus modos de
graduar las interacciones entre entidades de muy diferentes dimensiones. Debemos recuperar el
tiempo perdido.
          Subsisten mitos y leyendas sobre la descentralización y la participación: 1- “Crear la
participación”. Más bien hay que liberarla, pues ella es un nivel permanente de la sociedad, pero sí hay
que colaborar con ella asesorándola técnicamente. 2- “Participar en la administración existente”. No
existe un único modo de participación sino plurales modos humanos de cooperar unos con otros. Las
personas que no quieren participar de una actividad, quieren participar de otra. 3- “Es gastar plata”: En
realidad la recaudación también sale de ellas. Hay que devolverles sus recursos y liberar sus
capacidades de lograrlos y distribuirlos. 4- “En todos los lugares del país” No hay que forzarla a asumir
roles más allá de lo que los recursos humanos del caso permiten.
          En definitiva estamos hablando de organizar de un modo mejor, óptimo para vivir y prosperar,
al país, al estado, a los departamentos, a las localidades, a los vecindarios, a las personas, a la vez y
coordinadamente. Y ello es revolucionario, no de modo parcial, sino de modo integralmente humano.
Lleva a una realidad social superior, pero no en el sentido de jerárquicamente superior, sino de
mutuamente cooperante para vivir mejor.
          Es necesario criticar la concepción cosificadora que nos sugieren los trabajos de nuestros
sentidos. Ellos son parte de la condición humana personal, y necesitan ser complementados con los
aportes de la condición humana social, cultural y científica.
          No es fácil hacer imágenes de algo que no es visible. Se suele dibujar a una parte más grande
que la otra, pero el agente de la organización mayor puede ser un alfeñique.
          Una entidad quizá pueda eliminar a otra, pero no hay gigantes de manos gigantes, ello es sólo
una simbología de una relación desequilibrada.
          La diferencia del sitio físico que se le da a cada parte en la mesa de diálogo puede estar
representando un abuso antes de siquiera empezar a hablar. Por eso se inventó la “mesa redonda”.
……………………………………….




864
LAGARTIJA SIN COLA, DE JOSÉ DONOSO:
(MÁS ECOS DE SEXO Y DEGRADACIÓN HUMANAS)
   Reynaldo Bello Guerrieri

Lagartija sin cola, novela que permaneció oculta durante bastante tiempo, repercutió como noticia en
Chile y en el orbe de las letras hispanoamericanas, latinoamericanas e incluso mundiales en 2007, año
en el cual los herederos del autor dieron la noticia de la existencia de la singular obra y de una serie de
papeles y cartas que daban cuenta de otras facetas en la vida de José Donoso Yánez.
    El crítico peruano Julio Ortega informó como “Noticia”, que Donoso empezó a escribir Lagartija sin
cola en enero de 1973 en el pueblo español de Calaceite, donde había adquirido una casa antigua
cuya reparación, según apuntan sus biógrafos, le sería más costosa. En principio, la obra iba a
llamarse La cola de la lagartija.
    Hoy día el manuscrito se encuentra en el archivo de José Donoso de la Biblioteca de la Universidad
de Princeton, Estados Unidos, lugar donde escribió en inglés sus dos primeros cuentos: “The blue
woman” (1950) y “The poisoned pastries” (1951) que publica en M.S.S., revista literaria de la que fue
fundador y coeditor.
    Julio Ortega, quien revisó el original de Lagartija sin cola y dejó establecido el texto final para su
posterior publicación, concluye que el chileno decidió renunciar a la revisión de la novela; en lo que a
mí respecta, la abandonó. Y hasta dónde se sabe, nunca dijo por qué ni ha aparecido alguna nota
donde se dé cuenta del porqué de su decisión de poner de lado a una de sus criaturas.
    Se podría inferir que Donoso la dejó inconclusa. Ello, debido a la sensación de producto no
acabado, a pesar de la alta profesionalidad de la escritura presente en la obra. Al respecto, Julio
Ortega afirma: “Varias veces discurre aquí la distintiva prosa de Donoso, su liviana nitidez, que
reverbera a la luz y la sombra de sus obsesiones”. En cambio para el crítico argentino Luis Harss, si
rememoramos lo dicho en Los nuestros, libro publicado a finales de los 60, la prosa de Donoso
resultaba enrevesada, decía que el chileno luchaba con el idioma y ganaba y perdía batallas.
    Lo cierto es que Donoso nunca se deshizo de su “lagartija”, o quizás de la cola del saurio. Y es
precisamente esa conciencia de salvaguarda, tanto del creador como del crítico peruano Julio Ortega,
la causante de que la obra haya podido ver la luz de la publicación treinta y cuatro años después.
    Por cierto que también se supo de los esbozos de tres novelas que Donoso no llegó a escribir:
Paseo, Piragua y El tigre, que según informaciones aparecidas en Internet, pretendía ser una novela
gay.
    Al respecto de tal condición, leamos lo que dice Marcos Ricardo Barnatan en una aguda reseña
crítica aparecida en El Mundo de Chile y que lleva el sugerente título de “La doble vida de José
Donoso”:

        Cuando el escritor chileno José Donoso (1924-1996) publicó en 1967 su tercera novela, El
        lugar sin límites, tocó muy de cerca el tema de la homosexualidad y el travestismo. El mundo
        es un gran escenario y en él todos interpretamos un papel, pero los actores a veces deciden
        cambiar de papel y deben recurrir entonces al disfraz, a la interpretación o al uso de la máscara
        si no quieren asumir públicamente al nuevo personaje. Una obsesiva presencia que, como los
        mundos cerrados de la vejez y de la infancia, podemos rastrear con facilidad en toda su obra
        literaria. (2003: 1).

Lagartija sin cola muestra parte de las líneas temáticas desarrolladas por Donoso a lo largo de su
extensa literatura; temática que sintetizamos con la palabra degradación, la cual, directamente,
involucra lo sexual; degradación y sexo, en la mayoría de los casos, remitidos al grupo familiar.
   Armando Muñoz-Roa, personaje principal de Lagartija sin cola, es un pintor frustrado y autoexcluido
del grupo de los informalistas. Pero más que un frustrado, se trata de un vanidoso neurótico que nunca

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creyó ser discípulo de nadie y que vivió persuadido de que era infinitamente original; un artista que
basó su desprendimiento del grupo de los informalistas apoyado en un supuesto compromiso con el
arte, un compromiso que al leer entre líneas, podríamos catalogar de hipócrita.
   Apropósito de pintores, la obra donosiana destaca unos cuantos. En La misteriosa desaparición de
la marquesita de Loria está el mediocre Archibaldo Arenas. En Átomo verde número cinco (la segunda
de Las tres novelitas burguesas) hay un aspirante a pintor: Roberto Ferrer. También hay un oscuro
pintor en Naturaleza muerta con cachimba, nombre de la última de las Nueve novelas breves y nombre
del más famoso cuadro de Larco, el pintor en cuestión. En El jardín de al lado pintan, con posturas
antagónicas, Pancho Salvatierra y Adriazola. El primero es un triunfador, sus cuadros alcanzan grandes
cotizaciones y son expuestos en las principales galerías de Arte de París, Zurich, Nueva York,
Londres… Como una circunstancia que repite el escritor chileno en otros contextos narrativos, el éxito
de Salvatierra le provoca a Adriazola punzadas de envidia.
   Dejemos a estos pintores, y volvamos con el afligido Armando Muñoz-Roa.
   Se trata de un hombre que reconoce estar cansado con la vida moderna, que busca un refugio de
paz en un sitio donde aún haya cosas que no sean vendibles y por supuesto, que no se hayan
deteriorado, o destrozado con la paga sistemática de todo lo que para mal es transformable intentando
con cualquier artilugio que adquiera valor. Por sobre todas las cosas, ese hombre busca un lugar
donde haya tradición, belleza y una estructura firme a la cual incorporarse sin ser víctima de las hordas
movidas por el turismo de corte arrasador.
    Por otro lado, ese atribulado ser posee tintes de homosexualidad reprimida. Es un artista
egocéntrico, fracasado y envidioso que se cataloga a sí mismo de singular. En un momento dado,
mediante una analogía, expone su frustración sodomita. Rememora al joven pueblerino Bartolo, quien
armado de una sierra eléctrica, corta limpiamente maderos, los maderos que las manos de Armando,
deseosas, se negaron a tocar por temor a quedar mutilado.

        ¿Mostrarme el fino ensamblaje de su cuerpo, más poderoso y distinto al de un hombre o de
        una mujer por ser tan joven y perfecto, no era una artimaña para indicarme que yo, maduro y
        sedentario, no tenía derecho a tocarlo? ¿Pero… si yo movía las manos bruscamente -cinco,
        tres centímetros- y él me las cercenaba? (2008: 214).

Donoso, que en sus obras recurre a dar pinceladas autobiográficas, diría respecto al fracaso como
artista, que no es su caso, pues él fue un escritor de notable éxito. En cuanto al sexo y la represión que
experimentó el desolado pintor, es patética la imagen que resume una de las frases que suelta como
colofón:
    “Entre mis piernas, mi bastón cae inerte sobre la alfombra”. (215).
    Y en otro apartado de la novela, prácticamente apartado de la vida, lo escuchamos reflexionar de
manera filosófica acerca de lo que fue su paso por el mundo:

        ¿Lo hice bien? ¿He hecho algo bien en mi vida? Probablemente no. Probablemente lo único
        bueno que podría hacer sería, pensé entonces, quedarme para siempre mirando el río
        transcurrir en el anochecer, desde esta ventana, en este pueblo perdido en la sierra de Caballa,
        sin hacer nada para tratar de justificarme, al fin y al cabo la existencia es gratuita, es dada
        gratuitamente, y también, qué bien lo sabía yo, se puede quitar gratuitamente. Esto, vivir aquí,
        encerrarse aquí en forma total, prescindir de los placeres más codiciados de la civilización, del
        trato con amigos de la misma categoría, del cine, de las exposiciones, de las mujeres bellas y
        sofisticadas, era, de cierta manera, quitarse la vida gratuitamente, una forma de suicidio. ¿No
        sería llevar hasta sus últimas consecuencias el semisuicidio de haber apostado por la pintura?
        Si esa apostasía mía de la pintura tenía algún significado más allá del gesto, ¿no debía
        desaparecer, y no era, entonces, Dors el sitio ideal para desaparecer? (2008: 69).


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Sintetizando el argumento de la novela, el pintor Armando Muñoz-Roa, o Antonio Núñez-Roa, narra la
fuga que emprendió de sí mismo (de su arte y del grupo de pintores informalistas del que formó parte)
en compañía de Luisa, su prima, amante y benefactora. Al pueblo aragonés de Dors, a donde huyen,
llega como invitada de Armando, la frescamente desenvuelta inglesa Diana, ex esposa del pintor, y los
hijos que tuvo con ella.
    Diana, cuya abuela había luchado por los derechos femeninos, pertenecía a un mundo liberado y
sofisticado y era nieta del escritor Charles Dickens. Lo que la caracterizaba, según el personaje-
narrador, es su británico desparpajo y que nunca viajaba sin su chaise longue de seda rococó.
     Por tratarse de gente “civilizada”, la obra no muestra -al menos en el aspecto familiar- líos relativos
a celos. Además, se trata de relaciones pasionalmente gastadas. Lo relevante es que Armando se
enamora del empedrado pueblo de Dors e intenta, infructuosamente, rescatarlo del avance de la
modernidad. Lo paradójico es que con el tiempo él se reconoce culpable de los cambios que para mal
experimenta el noble poblado, pues fue él, Armando Muñoz-Roa, quien inició el proceso irrevocable de
corrupción, ya que ida la tranquilidad que se gozaba en Dors, el pueblo pasó a ser un lugar
modernamente modificado por la horda de turistas que al final lo plenaron.
    No sólo esos asuntos -huida, turismo mal entendido, soledad- son parte de la temática de Lagartija
sin cola. También hallamos en sus páginas, como advertimos, un viejo tema caro a Donoso: la
decadencia de la familia, tanto la que creó con su esposa inglesa Diana, como la que en una segunda
oportunidad, aunque sin casarse, formó con su prima Luisa y la enajenada y ninfómana hija de ésta,
Lidia, quien a la larga y de manera natural, como todo lo que ocurre en la novela, termina haciendo el
amor con el pintor, por supuesto, después de haberlo hecho con una caterva de amantes que incluye a
un bigotudo venezolano que tildan de siniestro.
   Una de las obsesiones de la novelística chilena del siglo XX, según el crítico peruano Antonio
Cornejo Polar, es expresar el deterioro de las grandes familias: “la corrosión de linajes y personas
pertenecientes a un determinado grupo social”. Y José Donoso, con el psicologismo que caracteriza su
narrativa, expone, una vez más, el obsesionante asunto en Lagartija sin cola.
    También el escabroso tema de la homosexualidad reprimida, que ya remitimos y que hallamos a lo
largo de la novelística del autor, se instala como una enredadera en el cuerpo del pintor Armando
Muñoz-Roa, homosexualidad que a ratos da la impresión de querer desprender de sí como si se tratara
de la cola de una lagartija, homosexualidad que latía oculta y al parecer carcomiendo la piel del escritor
chileno.
    A este tenor, las figuras del italiano Bruno y del ya citado español Bartolo, sirven de surtidores que
atizan el deseo y resultan inquietantes, seductoras para el desesperado pintor quien, en un momento
de afianzamiento de su yo machista va a desear, y de hecho hará el amor, casi sin encontrar objeción -
salvo la que él mismo apenas se impuso- con su hijastra Lidia, la hija de su prima y amante Luisa.
Sabido es que el incesto, como un cuchillo rozando superficies, está expuesto a lo largo de la narrativa
de José Donoso Yánez. El incesto, cuyo representante más conspicuo en la literatura occidental,
descansa en la mítica figura del rey Edipo, la gran creación de Sófocles.
    Lagartija sin cola es, sin el menor asomo de duda, otra obra donde rebotan ecos de la consecuente
problemática planteada por Donoso desde sus primeros cuentos y que sintetizamos, como ya dijimos,
con cuatro palabras: sexo y degradación humanas.
    Podemos establecer una línea conectiva con los hechos que consideramos ecos en la obra
donosiana y que, justo por ello, no dejan de estar presentes en la aparentemente abandonada y
póstuma novela cuyo manuscrito el escritor chileno, como se sabe, legó -¿o vendió?- a la Universidad
de Princeton.
    Lagartija sin cola es importante sólo por el hecho de pertenecer a un miembro destacado del
llamado Boom latinoamericano, el movimiento literario más resaltante de Latinoamérica hasta el
momento y que tuvo su mayor altura en los 60 del siglo XX, siglo que sirvió para que unos cuantos
nombres de las letras de esta parte del mundo se elevaran hasta la cúspide del Olimpo de ese duro y
complejo arte. Aunque el movimiento dirigió su alcance hacia la siguiente década, la de los setenta, y

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tuvo coletazos en la de los ochenta, es la del sesenta, como certifican los críticos, el período que
resulta clave en la literatura hispanoamericana del siglo en cuestión. Es sin duda el más descollante y
quizás el más rico que ha vivido hasta el presente, aparecen novelas tan importantes como La casa
verde, La muerte de Artemio Cruz, La ciudad y los perros, El astillero, Paradiso, Rayuela, Sobre héroes
y tumbas, Cien años de soledad, País portátil, por citar algunas.
     En efecto, en Lagartija sin cola Donoso continúa sus clásicas obsesiones temáticas, pero esta vez
de manera abierta e incluso transparente; mas, sin llegar a ser pedestre en los asuntos tratados. Allí
utiliza un personaje narrador en primera persona, a través del cual expone situaciones que tocan (aquí
sí con un tenue velo) la referida y angustiante homosexualidad que en vida solapó. Si somos precisos,
o justos, deberíamos decir bisexualidad, pues hasta el final de su vida vivió con su esposa e hija. Como
sea, su naturaleza gay está expuesta en cartas que por otro lado legó a la Universidad de Iowa.
     Se sabe que el crítico y escritor peruano Julio Ortega fue el encargado de revisar la novela excluida,
de recuperarla para los lectores. Ahora, aparte de la Introducción que presenta el libro y que Ortega
llama “Noticia”, desde que la obra apareció, sólo he sabido de reseñas y de cortos ensayos aparecidos
en Chile. En esos textos no sólo se habla de la novela en cuestión, también de las cartas legadas que
muestran la reservada y agobiante orientación sexual de Donoso, asunto que vislumbramos lo
desorientaba.
     Para un trabajo de mayor calado que lleva por título José Donoso: sexo y degradación humanas,
incorporamos íntegro el desprendido corpus de Lagartija sin cola con el fin de que forme parte de una
investigación que pretende ser totalizadora ya que abarca (en muchos momentos sólo para reseñar)
toda la obra publicada del chileno.
     Debido a ello, el estudio de Lagartija sin cola es de sumo interés para este autor que como anunció,
ha encontrado ecos que rebotan en la línea (o líneas) temáticas expuestas por Donoso. Así, con la
consecuencia que lo caracteriza, el obcecado narrador expone de nuevo el caro asunto de la
comunicación entre humanos, y el de sus otras obsesiones que involucran el desamor, el miedo a la
vejez, el porqué de la existencia, la envidia entre colegas… y toda esa hybris ligada a la degradación
que tiene como punto focal -además de la familia, como ya mencionamos- la mente y el cuerpo de los
individuos tratados.
    En tal sentido, Donoso es terriblemente moderno pues, la modernidad asumió la plenitud del cuerpo
como un lugar de corrupción y pecado. Por tanto, no se trata del cuerpo de la belleza -que Donoso
además celebra-, sino el que registra con crudeza lo feo y es envoltorio de excrecencias que hay que
expeler. En fin, el cuerpo que la modernidad asume con todos sus orificios y deformaciones es el que
aloja y proyecta lo abyecto, que por supuesto, incluye las enfermedades -a las cuales Donoso fue
proclive-; sobre todo las de índole psicológica, no escapan a esa categoría, y la sátira, el viejo género
que alguna vez estuvo relacionado con la épica, se convierte en uno de los estilos dominantes de la
literatura del siglo XX que subraya, con su ambiciosa presentación de simultaneidad, la alienación, el
aislamiento y el dolor del cuerpo torturado. Esto, sin duda, convierte a la literatura moderna -y al arte
general de esta época- en algo tan deprimente.
     Cuando apareció por fin la novela en 2007 -había quien estaba a la espera de una nueva obra de
Donoso-, varios artículos electrónicos y blogs de críticos de literatura mostraron reseñas de la obra
resaltando lo referente al libro en cuanto al argumento y preguntándose las razones (a la vez
esgrimiendo respuestas) que tendría Donoso para no ofrecer el manuscrito en 1973 a su editorial de
entonces, Seix Barral.
     Sí, la obra es reveladora del caos y la destrucción que expuso Donoso a través de su narrativa. De
allí, insisto, que sea fácil relacionarla con la totalidad del corpus narrativo del chileno. No obstante,
Lagartija sin cola, como cada obra de Donoso, posee singularidades y las páginas per se, arrojan
significados propios, los cuales están expuestos a través de un argumento que podríamos catalogar de
sencillo.
     Como la novela fue gestada en los tempranos 70 (se dice que es de 1973), el autor nombra en
párrafos aislados, a personalidades emblemáticas y mediáticas de la época: los presidentes

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norteamericanos Nixon y Johnson; también remite acontecimientos como la Guerra de Vietnam, y
nombra como referentes del encumbrado Pop-Rock a estrellas icónicas como Mick Jagger y su grupo
(The Rolling Stones) y al famoso cuarteto de Liverpool, The Beatles. Mas, son sólo marcos de
referencia de la obra que tiene como centro el pueblo de Dors (base de los recuerdos del obcecado
pintor protagonista) y el apartamento de éste, su refugio de Barcelona, España, desde donde se
proyectan los recuerdos que alimentan el relato.
      Lagartija sin cola, insisto, presenta una temática que el autor nunca traiciona. Luego de la
exploración hecha a la novela puede uno compararla con el resto de la narrativa de José Donoso y el
resultado es el esperado por el estudioso de lo donosiano: se topará con ecos de situaciones
expuestas antes y después de la novela en cuestión.
    Como se dijo y es menester repetir, estas situaciones giran o dan cabida al sexo y a la destrucción
que, sobre todo, envuelve al clan familiar, principalmente de la burguesía, pero sin que sea óbice para
que las situaciones toquen, de paso, a miembros de familias de la llamada clase baja. A propósito, el
crítico uruguayo Hugo Achugar observó que la comparación social es asunto recurrente en los
narradores donosianos desde sus primeros cuentos y desde su primera novela, Coronación. Sí, la
dialéctica entre amos-servidores que trocan roles, la hallamos a lo largo de la totalidad de esas páginas
que tienen como corolario la novela El mocho, aun cuando la última que vio la luz de la publicación fue
la de 1973, Lagartija sin cola, que re-apareció en 2007.
    Lo que a Donoso interesa fundamentalmente de la sociedad para retratar en sus obras son los
estados marginales de las personas, no la normalidad de éstas en los asuntos cotidianos. Por eso trata
la vejez, la infancia, la adolescencia, la locura, la neurosis. Y, debido a su afán por lo anárquico, de
estas situaciones extremas se derivan otras líneas temáticas como los juegos prohibidos, el incesto, la
alienación, la incomunicación, la traición amorosa, los intercambios sexuales, las apariencias, las
máscaras, los disfraces, las desapariciones, el homosexualismo, los travestís…
    Una vez más se pone de manifiesto la duda que experimenta la mayoría de personajes del universo
donosiano. En esta ocasión, la duda que brota de la intensa reflexión del pintor informalista Armando
Muñoz-Roa: ¿ser la cola de la lagartija o ser la lagartija misma, aunque sin cola?
    En cuanto a la conclusión que presenta la novela en general, hay críticos que decantan dos tipos de
finales: el del protagonista o héroe (siempre solitario) que se une al resto de hombres y mujeres de su
entorno y halla una especie de fraternidad que alude a lo universal, y el que nos muestra un
protagonista o héroe “gregario” que simplemente conquista la soledad o ésta lo conquista a él.
    Sin duda que el último es el caso del pintor Armando Muñoz-Roa.




REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Achugar, Hugo (1979). Ideologías y estructuras narrativas en José Donoso.
        Caracas: Celarg.
Donoso, José. (2008). Lagartija sin cola. Bogotá: Alfaguara.
Girard, René. (1963). Mentira romántica y verdad novelesca. Caracas:
        Universidad Central de Venezuela,
Barnatan, Marcos. (2003, Septiembre 15). “La doble vida de José Donoso”. El
        Mundo, Santiago de Chile, 1.




                                                                                                    869
LOS ESPACIOS DE FICCIÓN Y REALIDAD EN UNA CASA VACÍA, DE CARLOS CERDA
                                                                 Ricardo Ferrada Alarcón
                                                             Doctor en Estudios americanos
                                                                     UCSH-Chile
1. PRESENTACIÓN
El arte se constituye mediante recursos que singularizan sus múltiples expresiones; en ese sentido,
ajenas a la idea de progreso, identificamos su presencia, en diversas formas artísticas, donde la
intervención de sus materiales deviene en facturas y significaciones que codifican una experiencia. Por
ello, la obra es un signo que (se) comunica a otros.
Si hacemos abstracción de los modelos críticos que intentan entender sus códigos, o de de los juicios
que inexorablemente acompañan su recepción, las formas artísticas remiten o tensionan sus contextos
de origen y de época, sin excluir en ello el contacto con su propia tradición: una obra “dialoga” con
otras de su género, las asimila, las discute, o las desplaza, inicia a veces una tradición nueva. Esto
hace inevitable el nexo entre el arte y la historia, el espacio en la cual se despliega su sentido y que se
(con)funde con la vida de los hombres en la sociedad.
Considerando esa última idea, el propósito de nuestro trabajo es mostrar cómo, desde una forma de
arte, la ficcionalidad literaria, se recompone una época, donde la condición humana en Chile
(Latinoamérica por extensión), fue tocada cruentamente por la historia, y el atributo superior del
hombre, es decir, lo humano, se despliega en su signo contrario: la violencia (in)humana.
Para ello, hemos escogido ese registro en la novela Una casa vacía (1997) del chileno Carlos Cerda,
cuyo transcurso narrativo, postulamos, se sostiene en el valor descriptivo de las acciones, de modo que
la intriga intraliteraria asume una función decodificante de los conflictos sociales y personales. En ese
contexto, vemos que si bien los personajes experimentan una crisis histórica, asumen también sus
propios conflictos desde el sentido existencial de esa experiencia, para llegar a descubrir finalmente
que su (re)instalación en un nuevo espacio, implica asumir las huellas sociales y sicológicas del dolor
ajeno, que se convierte así en algo propio al descubrir el pasado que enmarca esa casa vacía.
El objetivo que buscamos consiste en recuperar el diálogo que se establece entre ficción y realidad,
para hacer converger distintas narrativas, articuladas por un elemento común: la experiencia humana.
Los tópicos a desarrollar consideran componentes teóricos sobre narratividad, contexto de producción
y análisis del plano temático del relato, particularmente líneas (eslabones) de sentido, la intriga. En ese
marco, la estrategia de trabajo a seguir implica adoptar una perspectiva interdisciplinaria, en tanto se
recogen elementos de historiografía literaria, recepción crítica y análisis textual.

2. NOVELA, FICCIÓN, REALIDAD

Las representaciones artísticas construyen sentidos, de ahí que sus elaboraciones cobren el valor de
signos o metáforas de la condición humana en la historia, donde las estrategias de diseño potencian
sus posibilidades para comunicar la experiencia transformada en un objeto artístico. Es el continuo de
lo real traspasado o traducido a una nueva codificación que tensiona, pone en duda, parodia, ironiza,
increpa, cita, denuncia, sintetizándose permanentemente en nuevas interpretaciones (lecturas) del
espacio de ideas que (des)cubre ese objeto artístico. En analogía con los términos de Umberto Eco, el
arte (literatura en este caso), se constituye así en una “metáfora epistemológica” (Obra abierta); de
modo que más que el receptor común, el crítico especializado, instala un discurso de orden
gnoseológico al intentar deconstruir el sentido de la significación.
El vínculo de ficción y realidad es un problema artístico que posee discusiones de gran envergadura en
la historia crítica; de hecho, en la perspectiva del material básico de la literatura (la palabra), pone al

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lenguaje en una praxis que proviene de su propia naturaleza: instalarse en vez de un algo para
denominar la “realidad”: “El trasfondo de la ficción literaria se disuelve, por decirlo así, en el trasfondo
de nuestra imagen habitual de la totalidad del mundo. Al ser pensados, lo representado, y la
representación misma, se posan sobre el mundo. Lo representado en la ficción literaria es una ficción
porque se lo piensa como existente en nuestro mundo real y, a la vez, se lo sabe inexistente” (Martínez
Bonatti, 2001: 65). Es tan así, agregamos, que las posibilidades de entender el mundo ficticio, en
cualquiera de sus formas, demanda del lector la percepción del mundo empírico.
La pregunta de cómo se configura el mundo textual, lleva no sólo a la reflexión sobre el lenguaje, sino
que, además, a las narrativas cuya función es representar construcciones sobre la experiencia de
mundo, o las explicaciones que lo hacen más comprensible a la simple vista; es el verosímil de
Aristóteles, o la posibilidad cultural de lo imaginario (Todorov), que excede la premisa de la teoría del
reflejo; en otras palabras, la creencia de que lo narrado refleja la realidad, la idea de que la narrativa
constituye su forma metonímica, y que, consecuentemente, conforma casi una cita que reduce en
último extremo la totalidad.
Desde otro ángulo, la pregunta sobre la función del discurso literario conduce a reflexionar más bien
sobre la función del texto, donde opera el implícito del alcance (o calce) de la “narratividad”, con el
encuentro de alguna verdad que pueda en encontrarse en el texto, luego, el escritor estaría en
condiciones de proporcionar a los lectores componentes que exceden su enunciado, en la premisa de
que hay proximidad con el conocimiento. No obstante, el poderoso y razonable contraargumento de la
suficiencia estética del texto ha desplazado esa pretensión.
La idea de una literatura realista-ficticia nos pone ante la construcción de lo imaginario, lo cual se
sostiene en descripciones que se adscriben a un canon hegemonizador proveniente del siglo XIX, el
realismo, sustentado en el orden lógico (racionalidad) y el peso de la descripción objetiva; sin embargo,
es sabido que en la época contemporánea opera un desplazamiento en la racionalidad de ese
realismo, cuando se comienzan a generar historias donde la temporalización se altera, o en el interés y
desafío de recoger el continuum, los escritores perciben y advierten que la realidad se puede subjetivar
en visiones múltiples, paradojales, desdibujándose los límites entre lo real y lo imaginario. Podemos
agregar que la ruptura en la lógica del realismo, nos introduce en otras construcciones literarias que
asociamos al mundo fantástico y maravilloso (ver de Todorov su libro Introducción a la literatura
fantástica, 1980).
Dado que la narrativa es un modo expresivo, encontramos diseños y estrategias de construcción
literaria donde opera la “función mimética” del lenguaje (Martínez Bonatti, 2001), en que se proyectan
rasgos lógicos del mundo empírico hacia la narración, asumiéndose un pacto de lectura previo, esto es,
el mundo es real, y hay un habla del “fingimiento”, el “como si”, al cual atribuimos existencia en el texto,
en consecuencia, hace operar o activa en el lector el hecho (implícito) de la ficcionalidad.
Al respecto, y en coherencia con el concepto de Roland Barthes (1968; 2002), estimamos que la
narrativa genera más bien un “efecto de realidad” (“La literatura no está puesta en ningún lugar como
una esencia, es un efecto”, dice Piglia), de modo que hace necesaria la presencia de un lector que
juzga y procesa esa realidad de lenguaje, un transcurso que se “entrama”, y que define después de
todo el carácter temporalizador de toda narrativa, en otras palabras, la historicidad de los contextos que
se narran, el valor de la descripción, donde los lectores entienden y asumen ese proceso como un
modo de representación, es “la verdad de las mentiras” de Vargas Llosa (1990).
La accesibilidad a los mundos ficcionales -ya sea el realista, fantástico o maravilloso-, demanda
considerar sus “canales de sentido”, una operación de análisis que implica establecer los contenidos
que se articulan para observar sus asociaciones y rupturas, que en el mundo narrado (dis)ponen
secuencias lineales, paralelas, “ralentizaciones”, reinicios, condensación o dilatación de la
temporalidad. El desafío entonces es construir esos sentidos, el “mapa” que representa la
ficcionalización, accediendo así al libro desplegado en una ruta de lectura, entendiéndose que “La

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ficción trabaja con la creencia y en este sentido conduce a la ideología, a los modelos convencionales
de realidad y por supuesto también a las convenciones que hacen verdadero (o ficticio) a un texto. La
realidad está tejida de ficciones” (Piglia, 1986; 2001: 10-11).
La disposición de ese tejido (textura) constituye precisamente la intriga en el relato: los intersticios entre
las secuencias de acción, las rupturas e indeterminaciones respecto de un momento posterior y cómo
operan en los personajes, el efecto que genera en la tensión narrativa. En el diseño de la narrativa de
Carlos Cerda, por ejemplo, se advierten marcas realistas, que según la convención, se constituyen en
virtud del poder descriptivo. Sin embargo, agregamos, las secuencias del relato poseen rupturas en su
desarrollo o historias paralelas que la voz narrativa hace converger en el montaje final y su telón de
fondo: la época del quiebre histórico de 1973, las fracturas personales, la pérdida de las fronteras en el
recuerdo, la indeterminación que genera en el relato su final abierto.

3. DE LOS NOVÍSIMOS A LA DIÁSPORA
A partir de la década de los sesenta, Latinoamérica se ve enfrentada a una serie de transformaciones,
cuya complejidad se alimenta con fenómenos amplios y una sensibilidad global.
Es el horizonte que enmarca en definitiva el proceso formativo de los novísimos, según el concepto
usado por Ángel Rama (1981), o generación de 1972, si consideramos la propuesta del investigador y
crítico Cedomil Goic, que reúne a un grupo de escritores nacidos, aproximadamente, entre 1935 y
1949.
En el ámbito cultural, Latinoamérica vive lo que Ana Pizarro (2001) define como la “Modernidad tardía”,
que en el espacio artístico-literario trajo consigo “una serie de manifestaciones que tienen que ver
centralmente con un cambio epistemológico en el objeto de estudio y, por lo tanto, en las perspectivas
y métodos de asedio” (Pizarro, 2004: 27). En la práctica, ocurre que a la emergencia de nuevas formas
de escritura, le es análoga una nueva crítica que busca categorías que den cuenta de su objeto, cuyo
resultado pone en la primera línea a intelectuales que intentan la autonomía crítica con modelos
teóricos propios, vistos incluso como un desafío descolonizador (ver de Roberto Fernández Retamar
Para una teoría de la literatura hispanamericana, 1975).
La crítica se asume como parte de un proceso cultural y se desplaza desde el lenguaje a los contextos
de origen de la obra artística, relevando de ese modo su carácter “ancilar”, según la denominación que
creara Alfonso Reyes en su momento. El aporte de esa red de intelectuales se materializa en un
conjunto de obras que dan origen a “categorías fundantes” (Jitrik); es así que se hacen familiares la
idea de sistema, heterogeneidad, transculturación, zonas culturales, ruptura, neobarroco, luego
vendrán posoccidentalización, subalternidad.
Los cambios políticos de mayor efecto se relacionan con la revolución cubana (1959-1960) y el
gobierno de Salvador Allende (1970-1973). Desde otro ángulo, la "nueva izquierda" en los Estados
Unidos y Europa, el movimiento antibélico, el "mayo francés”, las manifestaciones de los estudiantes
mexicanos que terminan en la matanza de 1968 en Tlatelolco, señalan la aparición de nuevos actores
sociales en el escenario mundial; Octavio Paz dirá que aparece una nueva clase social, los jóvenes.
La revolución cubana tuvo un efecto político amplificador, que se expresó en el desarrollo del
pensamiento o de movimientos de izquierda, lo cual constituyó un factor nuevo en el panorama de la
“guerra fría”; en ese marco, y tensionados por la lucha ideológica, se generarán procesos de reacción
que condujeron a diversos golpes militares en Latinoamérica, funcionando con fuerza y violencia, lo
cual trajo como consecuencia grandes migraciones producidas por el exilio político hacia fines de siglo
XX.
Chile no es la excepción y el proyecto socialista de la Unidad Popular, con Salvador Allende como
presidente de la República, fue interrumpido, abruptamente, el 11 de septiembre de 1973, fecha en que
los militares provocan un golpe militar y Augusto Pinochet se toma el poder. A partir de esa fecha, el
872
país se ve enfrentado a una etapa caracterizada por el terror, en la que la tortura, el exilio, la
desaparición de personas ligadas o no a la izquierda, forman parte de acontecimientos que se viven
permanentemente.
Al respecto, el sociólogo Tomás Moulian en Chile, anatomía de un mito (1997), señala que “… la
dictadura militar chilena se concibió a sí misma como salvadora de la identidad amenazada de la nación
y como caso ejemplificador, como el primer país que lograba derrotar al mal. Este apareció encarnado
por la Unidad Popular, tomando la forma más peligrosa, bajo la vestimenta seductora de un “marxismo
de nuevo rostro “. Ese mal, cuya reaparición significaría el fin de la vida social ordenada por la ley
natural y la desaparición de la propia fe, debía ser extirpado” (p 17).
El golpe de 1973 no sólo dejó inconcluso un proyecto político, sino que también dio término con hechos
culturales que estaban en pleno desarrollo. Así, los llamados “poetas jóvenes de los años sesenta” (los
“poetas emergentes”), que se habían transformado en un fenómeno cultural, y a pesar del agitado
ambiente, realizan publicaciones y diversas actividades públicas, mostrando adhesión en su gran
mayoría con la izquierda política chilena; ese factor los convirtió, a partir de 1973 en la generación de la
diáspora, cuyo producción y debates se instala en el exilio. Idéntico proceso tuvieron los narradores
novísimos, quienes surgidos poco después del boom, manifiestan en sus narraciones un mundo literario
que muestra la experiencia del ostracismo, o bien el acoso, la fractura existencial, la violencia inhumana,
con un telón de fondo: la dictadura militar.
La literatura novísima no se desarrolló de modo uniforme en Latinoamérica; en la historiografía crítica,
se mencionan Argentina, Chile, México y Uruguay, con escritores destacados como Manuel Puig,
Osvaldo Soriano, Fernando del Paso, Jorge Aguilar Mora, Vicente Leñero, Cristina Peri Rossi, Eduardo
Galeano. También a Cuba con Reinaldo Arenas y Severo Sarduy; Perú, con los importantes nombres
de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. En Chile, destacan Antonio Skármeta, Poli Délano,
Ariel Dorfman, Patricio Manns, Adolfo Couve.
Desde una perspectiva literaria, los novísimos tendieron a una narrativa que sigue procedimientos
asociados al realismo, con estrategias técnicas que amplían las posibilidades de sentido del texto, en la
medida que ya se contaba con un sistema literario autónomo y en pleno desarrollo. Es la huella de sus
antecesores, esto es, el boom literario, o la maestría reconocida de un Borges, Carpentier, Rojas,
Asturias, Cortázar, Fuentes, Rulfo. La influencia de otras literaturas proviene de Hemingway, Salinger,
Capote y su “non fiction novel”. Ángel Rama señala la importancia que asumen estos últimos en la
realización de una narrativa de corte testimonial en Latinoamérica, a partir de los fenómenos de
represión político-social vividos en la región: “(…) la novela testimonial, la “non fiction novel” que
Capote, Mailer, Doctorow, entre otros, ponen en circulación, resulta un instrumento insustituible para
abordar literariamente la represión política y social que caracteriza a la década del reflujo, los setenta”
(p. 18).
Así, incorporan al mundo narrado la cultura popular urbana, la vida social, referencias a la producción
de los medios masivos (música, cine), espacios cotidianos (el barrio, los bares), el uso de modismos
(jergas) que se sobrepone al sistema ilustrado, lo cual amplía el registro de formas lingüísticas,
entregando así naturalidad o cercanía a la comunicación y un efecto de recepción. Un componente
central en este último aspecto es la voz narrativa básica que media y se fusiona con la de los
personajes, en consecuencia, la reconstrucción de grupos, con sus jergas y modismos, cobran fuerza
identitaria y cultural. Aquí se actualizan también procedimientos técnicos (modo, estilo narrativo,
focalización, por ejemplo) que potencia el diferenciar las zonas geográficas en que se produce esa
narrativa, considerando esa voz y los rasgos que asume la oralidad ficticia. Una de las características
importantes de esta generación, es la influencia del periodismo, lo cual les lleva a realizar diversas
mezclas de géneros, experimentando con el lenguaje y una aparente distancia narrativa.
El mismo Rama apunta con pleno acierto: “Las obras literarias se trasladan integralmente a los
dialectos o idiolectos urbanos, con lo cual podría reconocerse que el realismo vuelve a ganar la batalla,

                                                                                                      873
aunque sin quedar circunscrito como antes a los asuntos vistos a distancia, sino a la misma expresión
literaria en que el narrador se sumerge” (1981: 28).
Al respecto de esta generación, Fernando Jerez (en Kart Kohut, 2002) afirma que “…sus afanes de
experimentación no iban encaminados a realizar una literatura expuesta a permanecer asfixiada en un
narcisismo extremo. Por el contrario, sus textos logran muchas veces acusar, denunciar,
desenmascarar, mostrar los microscópicos fragmentos que dan sustancia a la realidad, como si fuera
otra y distinta” (Jerez, 2002: 102).
Más adelante continúa diciendo que “Al comienzo de los años 70 la capacidad creativa de estos
escritores adquiere nuevos rumbos, quizá caminos inesperados debido a la presión que ejercen sobre
su sensibilidad los ecos de las luchas sociales que conmueven al país y a gran parte del continente” (p.
102).
Muchos de escritores debieron enfrentar el exilio durante el gobierno de Pinochet. De esta forma,
comienzan a escribir desde distintas partes del mundo, formando una literatura denominada de exilio:
“Esta promoción -llamada “la generación del 60”- , además de la proximidad de edades, está unida por
su militancia política en el gobierno de la Unidad Popular. Tras el golpe de Estado que derrocó al
presidente constitucional Salvador Allende e instauró en el país la dictadura de Pinochet, una gran
mayoría tuvo que asumir la infinita tristeza del exilio… (Jozef, 2002: 120).
Carlos Cerda (1942-2001), generacionalmente un narrador de los novísimos, trata en su narrativa los
acontecimientos que fracturaron la sociedad chilena de 1973. En tal sentido, es destacable su
capacidad para transformar la experiencia histórica en ficción, acudiendo a la memoria y a situaciones
de orden existencial y sicológicas para lograrlo; con ello despliega una zona de entrecruce de lo
literario con la historia política del país de las últimas décadas del siglo XX, donde la violencia, la
tortura, el exilio, constituyen los traumas de una sociedad, impulsados por un orden político y cultural
represivo.




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4. EL LUGAR DEL INFIERNO: UNA CASA VACÍA
                                     “Las relaciones de la literatura con la historia y con la realidad son
                                     siempre elípticas y cifradas. La ficción construye enigmas con los
                                     materiales ideológicos y políticos, los disfraza, los transforma, los
                                     pone siempre en otro lugar”.
                                     (Ricardo Piglia: Crítica y ficción).


En la novela Una casa vacía (1996) de Carlos Cerda, asistimos a un mundo narrado que presenta el
desborde de los límites de lo humano, para entrar a la experiencia de lo inhumano, que se entiende (y
denuncia) contrastivamente en ese posible soñado o esperanzado, mientras apenas se imagina la
superación de una experiencia infernal y de terror.
El desarrollo de la historia se sitúa en Santiago (Chile) el año 1985. En ella, el narrador presenta
mediante diversos indicios, las descripciones del ambiente de la ciudad en lo años previos al golpe
militar, en contraste con los años ochenta. Es la dualidad temporal del antes y después que perfila el
desacomodo vital de los personajes.
En términos amplios, núcleos de acción y las líneas de sentido que ordenan el mundo narrado, se
corresponden con la estructura general de la novela, cuyo centro lo constituye un espacio aludido
desde el título: Una casa vacía.
Esa estructura anticipa y (pre)dispone una marca en la tensión del relato, en otro sentido, vemos en el
despliegue del plan narrativo cercanía con el diseño organizador de una obra dramática, donde la
puesta en escena se correspondería con las acciones que ocurren en la casa, con distintos núcleos
temáticos que se tensionan y articulan: La restauración, La grieta, El derrumbe.
Considerando ese orden narrativo, en las páginas que siguen se describen las secciones de la novela,
para luego analizar cómo se instala la intriga, según el despliegue de las líneas de cruce de las
acciones que impulsan los personajes, las cuales asumen finalmente una función decodificante,
haciendo dialogar la vida imaginaria y el correlato histórico.


4.1. LA PUESTA EN ESCENA
LA RESTAURACIÓN
La novela se constituye mediante la historia que vive el matrimonio de Cecilia y Manuel. Ellos
conforman un matrimonio en crisis, que como última alternativa para salvar la relación, aceptan como
regalo una casa de parte del padre de la mujer, quien posee una empresa inmobiliaria y la adquirió
debido a sus contactos personales. Sin embargo, la propiedad está en pésimas condiciones debido al
descuido de sus arrendatarios, por cuanto su dueño, un antiguo amigo, se encontraba exiliado en el
extranjero.
La trama comienza a mostrar, lentamente, los distintos espacios de conflicto, en la medida que se
incorporan los personajes que forman parte del círculo familiar o de amistades, de modo que desde el
plano exterior de las acciones se devela y sobrearticulan los componentes que subyacen y perfilan los
rasgos sicológicos y el tono emotivo que los acompaña.
De esta forma, los problemas que presentan los protagonistas, así como los que viven los personajes
secundarios, nos dan cuenta de las conexiones que tuvieron con el proyecto político de Salvador
Allende, el nivel de convencimiento y compromiso, la violencia que le dio término. Por otra parte, en un
ensamble de tiempos, se narra el nuevo momento social que se vive, los recuerdos que actualizan el
ambiente represivo y secretamente violento que se vivió durante la dictadura militar en Chile.

                                                                                                       875
Al restaurar la casa, Cecilia no sólo atiende a los detalles de decoración, también se preocupa por que
su apariencia personal sea consecuente con dicho proceso, todo lo cual debe conducir a que su
matrimonio se recomponga.
Es por ello que, en principio, esa restauración muestra una equivalencia simbólica que permite
visualizar, además, una instancia de poder inequívoco de su padre.
Paralelamente, en este capítulo de la novela aparecen Andrés y Julia, quienes fueron invitados a la
fiesta de inauguración: Ellos entonces son personajes que articulan la entrada a otro campo de sentido
asociado a la recuperación y reencuentro con el pasado. De hecho, y coincidentemente, la casa que
Don Jovino le regaló a su hija perteneció a la familia de Andrés, fue su espacio de infancia, de modo
que ser invitado a su inauguración le permite acceder a su recordar su niñez y el antiguo barrio.
El primero, es un académico e intelectual que debido a sus ideas políticas se ve obligado a exiliarse en
Alemania. Luego de doce años llega a Chile, para reencontrarse no sólo con su familia, sino que
también con sus amigos y su pasado. En su juventud trabajó como profesor de filosofía en el Instituto
Pedagógico; por ese entonces, vivió las agitaciones sociales que ocurrían previos al golpe de estado,
participando en una organización política de izquierda.
Por las restricciones políticas de la época, Andrés vuelve a Chile con un permiso de sólo quince días,
tras los cuales deberá volver a Alemania a seguir con su vida, en otras palabras, deberá romper
nuevamente todos los vínculos que logre rehacer en ese breve periodo.
Una acción que intensifica sus vivencias corresponde al contacto que tiene con su hijo, a quien dejó de
ver a los cuatro años, cuando decidió separarse. El resultado es que no logra un acercamiento
genuino, pues el hecho de estar distante por años, rompió los vínculos y complicidad entre ambos,
llegando al punto de carecer experiencias en común, de modo que no percibe la posibilidad de
concretar un encuentro en que se produzca un acercamiento real.
Julia era una abogada que trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad, recogiendo los testimonios de
mujeres víctimas de la tortura. Ella había estado muy cercana a Andrés desde su llegada, lo
acompañaba a las celebraciones en su honor y la noche de la inauguración también deciden ir juntos.
Julia era mujer sarcástica, de buen humor, un tanto loca, según sus amigos y ella misma:
   “… ella era una de las tantas mujeres viudas, sin pareja, que se pasaban los días en los
   tribunales, en las antesalas de las cárceles, en las parroquias, e incluso en casas (sus propias
   casas, o las de sus protegidas) donde la tristeza y el abandono, pegados a cada cosa, hacían
   patente la ausencia de alguien. Sí, Julia era una de esas viudas… (p.36).

Un personaje clave sobre el cual converge la línea estructuradora de la intriga es Sergio, hermano de
Andrés. En específico, fue la persona que se quedó a cargo de administrar la casa al dividirse la
familia, consecuentemente el dinero del arriendo lo recibía él; sin embargo, Sergio no se quedaba con
la mitad del dinero, como correspondía al ser ambos propietarios de la casa, sino que se lo enviaba de
manera íntegra a su hermano a Alemania.
De esta forma, en principio Sergio se siente conforme, ya que él no sabe, efectivamente, qué es lo que
realmente sucede en aquella casa, por lo tanto enviarle el dinero completo a su hermano es
sencillamente una forma de ayudarlo.
Este hecho marca un eslabón de la intriga, un misterio que se resolverá con un giro imprevisto en la
felicidad de la inauguración, el cual cambia la suerte de todos los personajes.
Es la anagnórisis en los términos usados para la tragedia griega.




876
LA GRIETA
Durante la inauguración, los amigos de la pareja, entre ellos el antiguo dueño, recorren la recién
restaurada casa.
Sus diversos detalles de construcción y diseño, especialmente el número de peldaños de una escala
que lleva a un sótano, conducen a que Julia asocie en su memoria el testimonio de mujeres víctimas
del régimen militar, y que escuchó mientras trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad.

El trabajo que realizaba Julia como abogada, además de tomar el testimonio pormenorizado de las
mujeres, tenía como fin descubrir las casas que fueron utilizadas como centros de tortura. Esa
experiencia da forma a su personalidad como viuda de un fusilado, sin embargo, el hecho clave es su
cercanía alcanzada con Chelita, una de las mujeres torturadas, violada y sometida a la parrilla y a lo
que se llamó la “venda sexy”:

   “Y entonces vamos bajando, entre el final de la escalera y la puerta de la cocina hay otra puerta,
   Cecilia la abre, los hace pasar y dice esto que lo muestre Manuel, es su gran orgullo, lo que
   siempre soñó: un cuarto oscuro para revelar sus fotografías, y Manuel toma entonces la palabra:
   era horroroso, inmundo, lo más deteriorado de la casa. (…) Manuel acerca la mano al interruptor
   y prende la luz antes de abrir la puerta que lleva al sótano: tengan cuidado, los peldaños son
   muy angostos y muy altos. Así, Julia, baja con cuidado, y Julia va poniendo cuidadosamente sus
   pies sobre cada una de las mínimas superficies de concreto, se apoya en el muro, es áspero, es
   concreto sin estucar… y va contando los peldaños, sin darse cuenta los va contando. Ya falta
   poco, dice Manuel, son ocho solamente, ya estamos abajo, miren la estantería: el maestro
   Barraza la terminó en menos de una semana y fíjese que cubre toda la pared, esto ya no es un
   simple sótano (…). Les muestra una especie de cubículo en el cual no entrará ni siquiera un
   punto de luz cuando se encierre a revelar sus fotografías” (p. 119)
   “Son ocho, él dijo que son ocho los peldaños, y Julia se ha vuelto” (p. 119).

El antiguo relato de Chelita le permite a Julia establecer el indicio de los escalones como una certeza
impactante: que la nueva casa de sus amigos Cecilia y Manuel fue utilizada como lugar de tortura por
los militares:
   “-Entonces los peldaños de la bajada al sótano…esos los conté varias veces, porque la primera
   noche me caí en esa escala. Por eso prefería saber cuántos me faltaban para llegar abajo.
   -¿Y cuántos peldaños había, Chelita?
   -Ocho. De eso sí que estoy segura” (p. 175).

El impacto emocional al descubrir la verdad le produce una sensación asqueante, la cual intenta
sobrepasar mediante el sueño ayudándose con dormutal, un remedio al que acudía cada vez que
esta estaba “colonirritabilísima”.
La secuencia asume entonces el carácter de un pasaje de revelación, con el cual Julia no sólo evoca,
sino que también somatiza el antiguo horror y el miedo. En este punto, Sergio debe asumir la evidencia
que ocultaba, manifiesta en su incomodidad, sensación de culpa e impotencia, pues ante las
sospechas que le generaban los arrendatarios, recibió la amenaza directa de los militares, quienes le
enrostran que su hermano es un exiliado, de modo que debió inhibirse de cualquier signo de protesta.
El componente de intriga se resuelve entonces en el descubrimiento sobre el uso de la casa. El núcleo
trágico es que el dinero que recibía por el arriendo le era abonado por el destacamento de torturadores,
quienes realizan su labor como funcionarios del estado, cumpliendo incluso horarios de oficina. En
otras palabras, Andrés se mantiene en Alemania, paradojalmente, con el dinero de quienes lo exiliaron

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y asesinan a sus opositores.
Esa secuencia articuladora abre una “grieta” distinta en el ámbito de las relaciones personales,
tensionadas por un conflicto ideológico y moral: don Jovino ve a Cecilia y a Manuel como dos jóvenes
profesores de filosofía comunistas, que sólo ven la vida ilusoriamente, sin embargo, es capaz de
adquirir casas “quemadas”, que para la época corresponden a propiedades que se usaron como
centros clandestinos de detención, y por ese motivo, son vendidas a precios de menor valor. La
inferencia no asumida es que el origen de su fortuna deriva de la especulación, la usura y su contacto
con los militares.
Así, en el momento en que Cecilia se entera de lo que ocurrió alguna vez en la casa, decide enfrentar
su mayor temor: cuestiona a su padre por haberle hecho aquel regalo con el conocimiento de lo que allí
se vivió.


EL DERRUMBE
Las diversas secuencias narrativas de la novela convergen entonces en el desenlace de un drama
sicológico, un conflicto que al distenderse por la verdad asumida y las decisiones de los personajes,
genera el desenmascaramiento y su liberación, cuyo signo excede el contexto político que las genera,
desplazándose así el sentido de ese contexto hacia la experiencia de los propios traumas.
Entonces, Cecilia, al ver que su padre no es capaz de reconocer lo que ya sabía, decide romper con la
vida que lleva. Por primera vez asume que hay errores que se cometen y es imposible dejarlos tal cual;
eso implica para ella la posibilidad de libertad, manifiesta en la ruptura de su matrimonio y la distancia
definitiva con su padre:
   “Cecilia decidió prescindir de la protección de don Jovino y también de su propia actitud
   protectora hacia Manuel. Sentía la urgencia de empezar por fin algo que debió hacer
   precisamente en los días en que los escarceos amorosos con Manuel fueron acercando-sin que
   nadie pudiera oponerse- el matrimonio que ahora terminaba de una manera tan triste y al cabo
   de una agonía tan larga: construir su independencia”(p. 309).
   “Creyó recuperar su independencia, y a veces sintió que eso era algo parecido a la soledad. Ser
   más libre abría posibilidades que ni siquiera estuvieron en el ámbito de sus deseos, pero
   implicaba limitaciones de cuya existencia nunca tuvo idea. Sin embargo, sabía que ser libre era
   como empezar a vivir” (p. 310).

Para el caso de Sergio, su reconocimiento acerca del uso efectivo de la casa, genera la confrontación
con su hermano Andrés, quien asume el impacto del espacio de horror en que se convirtió su antigua
morada mientras estaba en Alemania. En la práctica, su casa de niñez fue utilizada como lugar de
tortura, y él tuvo que irse del país para no vivir esa experiencia de dolor. A pesar de todo, su reacción
careció de violencia, en gran medida por los cambios personales que experimentó al vivir situaciones
límite igualmente dolorosas,
   “Ve entonces que la casa, eso que sigue siendo su casa, fue también una víctima de esa
   barbarie, una nave que se fue hundiendo con su involuntaria tripulación de suplicantes…” (p.
   224).
Finalmente Andrés deja Chile, conducido por su hermano al aeropuerto, con claras señales de una
relación quebrada y escasas posibilidades de volver a ser buenos hermanos. El rito del abrazo
desplaza la conversación, aunque no termina por desvanecer su rabia ante lo sucedido, alejándose
con la sensación de que el país que abandona nuevamente es “el único territorio definitivamente
extraño del planeta” (p. 41).


878
4.2. INTRIGA Y TELÓN DE FONDO
                                               “La salvó de la locura una fragancia de pan recién
                                               tostado que llegaba desde uno de los departamentos”.


El orden narrativo y la disposición dramática que alcanza la trama de Una casa vacía, muestra a
personajes que se encuentran en variadas situaciones de vulnerabilidad. El telón de fondo del mundo
que se construye es el golpe militar de 1973, una línea de sentido (sobre)entendida, cuyo efecto se
manifiesta no sólo en el quiebre de un proyecto político y social, sino que también lleva a la fractura en
las relaciones personales, donde deben asumirse la marcas del horror y el desencanto, que terminan
por cambiar a los personajes su mirada sobre el mundo, formas ficcionales cuya construcción,
analógica con el mundo empírico, nos entrega la “ilusión de realidad”.
Así pues, desde las tres secciones de la novela (La inauguración, El quiebre, El derrumbe), vemos que
se organizan las distintas instancias que modelan la intriga, implementada mediante mecanismos
narrativos que hacen posible la tensión, cuya base encontramos, precisamente, en los cruces entre los
personajes y aquello que esperamos ocurra. En tal sentido, el lector se ve sometido a una estrategia en
que se le involucra considerando su grado de identificación con ellos, o bien su cercanía o
conocimiento de los hechos históricos, que son incorporados con los diversos protagonistas de la
intrahistoria, sujetos humanizados en el padecimiento y el límite de su tolerancia para sobreponerse a
los traumas físicos y sicológicos.
En la perspectiva del discurso narrativo, la transición de las secuencias muestra no sólo la historia
ficcionada, sino los espacios que mueven a que se reconstruya el mundo empírico aludido. Al respecto,
en esa reconstrucción contribuye dos aspectos: primero, la acción núcleo que abre las diversas
secuencias de la trama, se origina por indicios, en segundo término, el control de las asociaciones que
el narrador pone en la conciencia de los personajes, hasta llegar a develar el componente temático que
los tensiona: la casa que se inaugura (fiesta), sirvió como un centro de torturas e interrogatorios
durante el régimen militar (tragedia). A partir de ese momento, los canales de sentido se multiplican o
abren, lo cual se expresa en los conflictos que comienzan a sucederse de forma inevitable, las
relaciones humanas se ven fracturadas con casi nulas posibilidades de ser restauradas, con señas de
dolor, culpa y desesperanza. De esta forma, los problemas que presentan los protagonistas, así como
los que viven los personajes secundarios, nos dan cuenta de las conexiones que tuvieron con un
proyecto político, su nivel de convencimiento y compromiso, la violencia que le dio término, con los
recuerdos que actualizan el ambiente represivo y secretamente violento que se vivió durante la
dictadura militar en Chile.
La casa es un espacio físico que transformamos en habitable; la novela muestra un proceso inverso, en
la medida que ese sentido básico es desplazado, en una decisión pragmática, hacia la materialización
de una alegoría física de la crueldad.
El arte, la literatura en este caso, adquiere así un fuerte rasgo testimonial, en la medida que desde las
estrategias empleadas por Carlos Cerda, hace converger, precisamente, imaginación y memoria,
búsquedas formales y temáticas que muestran conflictos humanos y las direcciones inciertas de esa
misma historia en la cual se inscribe. También la búsqueda de un mundo que rompa su opuesto, un
posible que establece nuevos límites y diferencias, lo que nos pone ante la necesaria resignificación de
lo humano.
Paradojalmente, mediante un ensamble de tiempos, se narra el nuevo momento social que se vive; es
el plano inverso que pone en duda el sentido del pasado ante la idea del “orden y progreso”, el lema de
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la dictadura, un nuevo orden impuesto y un esquema social basado en la promesa de una economía
milagrosa. Los alcances del bienestar contenido en una modernidad cuyas propuestas arrasan con la
memoria y el contenido emotivo de sus referencias.
Es evidente para el lector que el “derrumbe” refiere a la ruptura de expectativas y de las relaciones
entre los personajes, lo cual se desencadena en el entrecruce de acciones: la reacción sicológica y
emocional de Julia al recorrer la casa, el cambio de suerte que se genera en Cecilia, quien pasa de la
felicidad a la desgracia, la dolorosa resignación de Andrés cuyo hermano rentaba la casa al aparato
represivo de los militares, el desenmascaramiento de cómo don Jovino obtuvo su poder económico.
En definitiva, la secuencia que sintetiza el derrumbe final es que Andrés debe dejar Chile y continuar
su exilio, asumiendo una actitud resignada hacia su hermano, con quien habla casi por convención
social. Desde otra línea de sentido, la distancia insalvable entre Cecilia y su padre, un hombre preso
de sus convicciones conservadoras y cómplice del orden social y económico instaurado por los
militares.
Entonces la recepción de la novela alcanza eficacia y verosimilitud, de modo que su efecto de realidad
instala la compasión como un elemento que termina ensamblando la ficción novelesca con la realidad
empírica y el lector.
Hacia el término de la novela, la voz narrativa dice:
“Si no hay oídos para el dolor, no hay oído verdadero para nada.
Todos somos vulnerables a la desgracia. El único consuelo es saber que nuestro lamento será
escuchado por un corazón solidario
                ¿Habrá un corazón solidario abierto a las voces de la casa?
                ¿Quién es capaz de empujar esa pesada puerta?”


A nuestro juicio, las preguntas que hace el narrador, más allá de su carácter retórico o apelativo,
insinúan la provocación a que se abra una puerta cerrada, una “pesada puerta”, que obliga al esfuerzo
para entrar tal vez al “horroroso Chile” del que hablaba Enrique Lihn.
Traspasar el umbral implica ver, más que el derrumbe y el deterioro, la certeza de una huella que
registra el dolor y la esperanza de su alivio.
Es la catarsis de un país, la purificación de una sociedad que se encuentra en la verdad asumida, antes
que el olvido, donde en la simpleza de los gestos cotidianos se encuentre la huella humana que nos
conmueva y plenifique.


5. CONCLUSIONES
Según el análisis que realizamos, el mundo narrado y el plan de desarrollo de Una casa vacía muestra
una estrategia de escritura en que la intriga intraliteraria decodifica y articula los conflictos sociales y
personales. Al respecto, es posible observar con nitidez en ello dos dimensiones, cuyos canales de
sentido se intersectan: una visión de realidad compleja puesta en las secuencias de la historia, y un
proceso de cambios referido que termina por desestabilizar a los personajes. En virtud de este proceso,
es posible plantearse la transitividad de la novela, en la medida que aparecen indicios cuyo sentido
remite al espacio extratextual, ampliado a su vez por un final abierto que opera como una provocación
al lector.
Sin duda, las respuestas a la desestabilización y crisis tienen una solución literaria, esto es, el
desenlace con factura de drama sicológico. En su reverso, la respuesta empírica al dolor, la soledad, el

880
desajuste a los cambios, no pueden sino ser un desafío al espacio social, que por cierto entrega otro
tipo mecanismos y que genera desde sus propias orgánicas, en orden a recoger las demandas de
quienes fueron víctimas de la violencia ejercida calculadamente.
Es así que el valor de las acciones en la narración, si bien vehiculan el transcurso de la historia e
imposibilitan la distancia con los personajes, se consolidan en imágenes y representaciones de la
realidad -ficticia o empírica-, con las cuales el lector puede describir el mundo social, es decir, elaborar
canales de sentido desde la “semántica narrativa”.
Con ello, Carlos Cerda nos conduce a una redefinición de lo humano, a pensar en el fondo respecto de
los límites en la experiencia con los otros y las tensiones que llevan (pero no justifican) a su ruptura, en
otras palabras, hasta dónde es soportable traspasar el sentido de lo humano, más allá de los discursos
de los contextos reales, donde encuentra precisamente su sentido. En ese marco, el valor de nuevas
certezas resignifican el contenido de los valores culturales que orientan las decisiones de convivencia y
el modelo de sociedad que se quiere construir
Esto nos hace plantear, finalmente, que en la propuesta literaria de Carlos Cerda vemos converger
narrativas múltiples: la ficción literaria, que textualiza la experiencia, donde el escritor se mueve en sus
propios dominios para provocar al lector; la historia construida sobre la (im)posibilidad de los
metarrelatos que articulaban el diseño político y cultural, cuya discusión se materializa en el análisis del
fracaso; el imaginario social y cultural que se instala en la recuperación de la memoria y de la utopía.


. BIBLIOGRAFÍA
6.1. CORPUS
Cerda, Carlos (1996): Una casa vacía. Madrid: Alfaguara
6.2. FUENTES TEÓRICAS Y ESTUDIOS
-Aristóteles (1987): El arte poética. Madrid: Espasa Calpe
-Barthes, Roland (1968; 2002): “El efecto de realidad”, en El susurro del lenguaje. Buenos Aires:
Paidós.
-Doležel, Lubomir (1998): Heteroscópica. Ficción y mundos posibles. Barcelona: Arcos libros
-Eco, Umberto (1962; 1990): “La obra como metáfora epistemológica”, en Obra abierta, Barcelona:
Ariel.
-Fernández Retamar, Roberto (1975): Para un teoría de la literatura hispanoamericana, La Habana:
Cuadernos Casa Nº 16
-Ferrada, Ricardo (2009): “Autonomía teórica, sujeto crítico y cultura en los años 60-80”, en El discurso
crítico de Octavio Paz, Santiago: Eds. Ariadna.
-Goic, Cedomil (1972): Historia de la novela hispanoamericana. Valparaíso: Eds. Universitarias.
-Kohut, Karl; Morales Saravia, José (2002): Literatura chilena hoy. Frankfurt/Madrid: Vervuert. Actas del
“Simposio Literatura chilena hoy”, 1999, Universidad Católica de Eichsätt.
-Martínez Bonatti, Félix (2001): La ficción narrativa. Santiago: Lom.
-Moulian, Tomás (1997): Chile, anatomía de un mito. Santiago: Lom.
-Piglia, Ricardo (1986; 2001): El último lector. Barcelona: Anagrama.
-Pizarro, Ana (2004): El sur y los trópicos. Murcia: U. de Alicante.
-Rama, Ángel (1981): Novísimos narradores hispanoamericanos en Marcha. México: Marcha editores
-Rojas, Waldo (1995): “Los poetas del 60: aclaraciones a propósito de una leyenda en vías de
aparición”, en Poesía y cultura poética en Chile. Santiago: Ed. Usach
-Skármeta, Antonio (2001): “Prólogo” a Escrito en L, de Carlos Cerda. Santiago: Aguilar chilena
-Todorov, Zvetan (1991): Simbolismo e interpretación. Caracas: Monte Ávila


                                                                                                       881
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Aproximación crítica a la condición humana en el contexto latinoamericano de hoy - Arte

  • 4. INTERACCIONES ENTRE LOS NIVELES DE LO HUMANO. Dardo Bardier dbardier@adinet.com.uy Intentaremos hacer aquí una aproximación crítica a la condición humana, desde el punto de vista de sus niveles funcionales y de sus capacidades de información. Las unidades de la realidad, siempre están lanzando a su exterior partes de sí mismas. Emiten partículas, radiaciones, iones, átomos, moléculas, y aún pedazos enteros. Si algunas de ellas llegan a un ojo humano, podrán entrar a él sólo las radiaciones lumínicas. Y la retina sentirá sólo las que estén en cierto rango entre un umbral, el ultravioleta, y un dintel, el infrarrojo. Podemos representar las radiaciones electromagnéticas mediante una recta. Hacia un lado crecen las longitudes de onda, hacia el otro las frecuencias. A ambos lados de lo conocido, en lo micro y en lo macro, está lo desconocido. El Sol emite una gran variedad de radiaciones, pero la atmósfera terrestre las filtra. Unas radiaciones llegan al suelo mucho y otras poco. El propio planeta selecciona qué recibir. Y éstas son las radiaciones que nos afectan desde hace millones de años. La evolución humana se realizó en un mundo en que siempre predominaron estas longitudes de ondas. Y no otras. De todo el rango de radiaciones que nos llegan, los humanos sólo percibimos desde el violeta al granate. Somos ciegos para todas las otras radiaciones: ultravioletas, rayos X, rayos gamma, infrarrojos, ondas radiotransmisores, etc. Ellas también traen información, pero no somos orgánicamente capaces de descifrarla. Hay carteros cabalgando en lo que no vemos. La visión humana está hecha a imagen y semejanza de la luz terrestre. Y dentro de lo que vemos, podemos distinguir tonos de un modo cuantitativo, dentro de colores cualitativamente diferentes. Además, dentro del estrecho rango en que podemos ver luz, somos más sensibles para unas radiaciones que para otras. Vemos óptimamente el amarillo verdoso. Y hacia las ondas largas, vemos cada vez menos el amarillo, el naranja, el rojo, y apenas el granate. Hasta un umbral donde se da el corte brutal entre ver y no ver, y ya no vemos los infra-rojos, sólo queda la señal de negro, que nos dice: no-veo-nada. Del otro lado sucede parecido: hacia las ondas cortas vemos cada vez menos el verde, el azul, y apenas el violeta. Hasta un dintel donde también se da el corte cualitativo drástico entre ver y no ver, y desde allí ya no vemos los ultra-violetas. Sólo queda la señal de negro, una cualidad sin cuantías. Es decir, alrededor de lo que vemos óptimo, hay un campo de cada vez menor sensibilidad y discernimiento. Y fuera de él somos ciegos. Y si somos ciegos, no hay nada sentido, procesado, percibido, apreciado y concebido de ello. A menos que lo logremos detectar por otros medios, sociales, culturales, técnicos y científicos. La ciencia, en algunas variables detecta más que las personas. También hay animales que nos aventajan en algunos rubros: las abejas ven ultravioletas cercanos y hay serpientes que ven infrarrojos. Las palomas ven la polarización de la luz. Hay peces que ven más colores. Otros ven corrientes eléctricas. Entonces: ¡Para ellos hay cosas que para nosotros no son cosas! Y viceversa. Y más pueden captar las cámaras fotográficas actuales. La realidad tiene muchas cualidades cuyas cuantías varían. En tal caso se llaman variables. Podemos sentir sólo algunas de esas variables. Cada variable sensible tiene un valor clave, para el cual disponemos de nuestra máxima capacidad de distinguir. Y en un entorno de ese valor distinguimos cada vez menos, hasta llegar a los umbrales y dinteles de nuestras capacidades sensibles. Más allá de esos límites somos insensibles, ciegos y sordos. Hay cosas que percibimos muy bien, y cosas que apenas percibimos. Y otras que no percibimos. Nuestra ventanita perceptiva al mundo es maravillosa, pero es limitada. La ciencia tiene una gran cantidad de recursos para poder detectar radiaciones electromagnéticas que nosotros no podemos ver. En la variable longitud de onda, la ciencia detecta 858
  • 5. mucho más que lo que las personas perciben. Podemos ubicar el alcance de la ciencia más alejado del óptimo percibido, achicando lo desconocido. Aclaremos que las capacidades de la percepción humana cambian muy lentamente: nuestros bisabuelos veían los colores casi tal cual nosotros. Pero las capacidades de detección de la ciencia crecen a pasos agigantados. La ciencia de aquellos tiempos no detectaba ni parecido que ahora. La percepción orgánica cambia con los millones de años, la detección científica cambia con los meses. Tienen tiempos distintos. …………………………….. Los colores son una variable característica de nuestra percepción visual. Pero no es la única variable perceptible. Se considera que hay, quizá, un par de miles de características visuales. De ellas, un par de cientos son las que más afectan nuestra manera de conocer. De ellas, las más investigadas y conocidas son sólo algunas decenas. Como consecuencia de incoherencias propias de las concepciones filosóficas predominantes, hay algunas características visuales muy importantes que no aún han sido muy estudiadas. Veamos qué sucede si consideramos varias variables visualizables. Para cada característica visual podemos usar otra recta, cuyo óptimo siempre lo hacemos coincidir con el original. Podemos representar la intensidad lumínica en las verticales. En ella también hay umbrales y dinteles de lo perceptible por la vista, indicados aquí con marcas rojas, y otros detectables por la ciencia, indicados con marcas azules. Lo perceptible por nosotros ya no es una franja, sino un rectángulo. Como se imaginarán esto mismo es posible hacerlo con muchas otras variables. Y así, podemos ir agregando más límites de lo perceptible y de lo científico. Si todas las variables perceptibles las atamos haciéndolas pasar por un mismo punto, coincidente con su óptimo sensible, y si unimos sus límites, resulta una figura envolvente que empieza a definir un esferoide, representativo de las capacidades e incapacidades de los seres humanos. Esa es la esfera de capacidades sensibles humanas. Es mucho más que un conjunto de limitaciones orgánicas en la percepción de un conjunto de variables. Es la definición misma de qué somos como seres individuales y sociales capaces de percibir y de detectar. Retrata nuestras capacidades sensibles orgánicas. Así se define la capacidad de lograr información de la escala humana personal. Que obviamente son diferentes a las sociales. Las cuales definen qué somos y detectamos a escala social. La esfera de las capacidades perceptivas de otros animales en parte es igual y en parte es distinta. La esfera informativa de todos los seres vivos del planeta es aún mayor. Los humanos estamos bien preparados para atender los aspectos y escalas sólo de las realidades que, en la evolución de nuestra especie, han estado al alcance cotidiano. Percibimos bien lo que está a escala humana, como árboles y personas. También percibimos lo que es un poco menor, como semillas y cabellos. Y también lo que es un poco más grande, como bosques y grupos de personas. Pero somos ciegos para lo muy micro y para lo muy macro. No percibimos directamente ni los organelos de una célula humana, ni los macro conjuntos humanos. Sólo somos capaces de percibir en cierto rango de cuantías de cierto haz de cualidades. Los bebés tienen otras capacidades que los adultos. Los animales, otras. Las ciencias, otras. La esfera de detección social suele ser mayor y en más rápida expansión que la esfera de la percepción orgánica. Si la evolución fuese más rápida no habríamos necesitado inventar el microscopio y el telescopio, sólo habríamos esperado a que la evolución nos ayudase. Pero esperar los tiempos de los cambios evolutivos ya no nos sirve. Estamos en tiempos más urgidos. Y en nuestros lugares más atrasados, aún más urgidos. ……………………………………………………………… Estamos muy preparados por la cooperación evolutiva, por la cooperación social, y por la auto- cooperación aprendida, para atender óptimamente los cambios y las situaciones de lo cotidiano, de las dimensiones mundanas, de las realidades en ciertos rangos usuales, pero no de otros. Hay cosas que las personas no podemos ver por más que estén ante nuestros ojos abiertos. Hay realidades que son 859
  • 6. cosas para nosotros y hay otras realidades no lo son. Aunque sean reales, sin ayuda la sociedad no hacemos conciencia de ellas. Podemos percibir muy bien lo meso, pero no lo muy micro ni lo muy macro. Hay cosas que percibimos claro, tales como una mesa o una persona, un lápiz o un dedo, una habitación o un grupo pequeño de personas. Pero hay cosas lo suficientemente micro o macro para que no las percibamos si no es con la ayuda de la ciencia. Y en ciertos casos, ni aún así. Ello nos induce a una concepción incompleta de lo humano. Intuimos fácilmente las relaciones personales entre las personas a nuestro alcance y en nuestro ambiente cotidiano. Pero de lo social tenemos una visión orgánica muy pobre. Somos ciegos para percibir como unidades con vida propia los macro aglomerados humanos, y finalmente la humanidad como conjunto. No hay modo de ver, oír o tocar personalmente esas realidades. Aunque son tan reales como las cosas y personas que sí podemos percibir como tales. Ello impide tener clara conciencia de las realidades que nos tienen dentro de ellas y también de las que tenemos dentro. Somos ciegos para nuestros micro componentes (órganos, células, moléculas, etc.). Nos resulta imposible ver a simple vista, ni con instrumentos, las formas del vacío intergaláctico y de los grumos de nebulosas. Ni siquiera podemos intuir la forma de espiral de nuestra galaxia sólo por lo que de ella vemos. La ciencia nos lo tiene que explicar. También nos resulta imposible fotografiar, y menos ver, cada uno de los componentes del átomo. A lo sumo se logra fotografiar con claridad las partes del conjunto de moléculas o grupos de moléculas. No vemos a simple vista cada célula de un tejido vivo. En nuestra vida diaria percibimos y detectamos unidades y componentes, pero en lo muy micro, a lo sumo detectamos unidades sin detalle de componentes. Y en lo muy macro, a lo sumo detectamos componentes pero sin su conjunto. Miramos un grupo de personas, y lo vemos como un aglomerado de entidades ¡y no como la entidad real que es! Nuestra capacidad dialéctica de percibir a la vez el todo y sus partes es orgánicamente poderosa, pero limitada, aunque mayor que la de otros animales. Esperamos ver las cosas en las escalas extremas tan hiper-definidas como vemos las cosas comunes, pero esa fija nitidez esconde la porosidad y cambio propio de toda realidad. Comunicando nuestras experiencias y arbitrándolas socialmente, mediante la información pública y la ciencia, ampliamos enormemente nuestras capacidades de detección de la realidad, hacia los componentes menores y hacia los compuestos mayores. Infinitad de técnicas, con sus instrumentos y protocolos, nos abren los ojos a que hay realidades como los virus, bacterias, organelos, células, neuronas, órganos y organismos. Y también a que hay grupos, cuerpos sociales, instituciones, vecindades, localidades, zonas, departamentos, regiones, provincias, estados, países, federaciones de estados, transnacionales, uniones de estados, naciones unidas, humanidad organizada. La riqueza de las acciones y de los conocimientos sociales nos permite corregir nuestra ignorancia perceptiva y así complementar nuestra concepción del mundo, capturando imágenes de escalas lejanas y de cualidades imperceptibles. Aún en lo meso, en las escalas humanas y en las dimensiones cotidianas históricamente más frecuentes, donde se crió la especie humana, las nuevas capacidades sociales nos abren a nuevas definiciones de las unidades de la realidad, permitiéndonos concebirlas mediante cualidades más realistas, aunque sean invisibles, inaudibles e intocables. Nuestras capacidades de conocer personales se complementan con nuevas capacidades sociales de comunicarnos, permitiéndonos conocer realidades para las cuales, hasta hace apenas unos siglos, éramos como ciegos. La mayor enseñanza que nos dan los nuevos conocimientos, es que las cosas no son tan nítidos y estables entes cómo se creían que eran. No son tan monolíticamente unitarias y ni son tan independientemente aisladas como el pensamiento clásico las concebía. Que las concebía así porque así llegaba la información a la conciencia luego de los procesos orgánicos que hacen nuestros órganos de los sentidos. La evolución nos transmite muy especiales capacidades de percibir, nada ingenuas, y el resultado de sus trabajos son tomados ingenuamente, como que: así es el mundo. La interpretación 860
  • 7. orgánica nos resulta intuitiva, fácil de comprender. Pero, mejor estudiadas, con la ayuda de la sociedad y de la ciencia, las cosas reales resultan ser, más bien, entidades inclusivas, siempre compuestas de entidades menores y siempre componiendo entidades mayores. Cada una de ellas con un grado de unidad-interdependencia diferente. Desde un diamante hasta un remolino de polvo, todas son porosas y cambiantemente unitarias y llenas de puertas y puentes a su exterior. Desde luego, unas son más sólidas, cohesionadas, estructuradas, organizadas, cooperantes, duraderas, óptimamente funcionales y duraderas que otras. La noción de cambiante unidad inclusiva, en sí y en relación funcional con sus componentes y con su compuesto, es más realista que la noción tradicional de unidad. Los descubrimientos actuales de realidades más y más chicas dentro nuestro, y más y más grandes abarcándonos, nos hace comprender que hay entidades inclusivas, compuestas de entidades menores, y componiendo entidades mayores. Hoy está en proceso un cambio en la concepción del mundo, que reconoce el funcionamiento coordinado de lo micro con lo meso y con lo macro. Cada organización humana cambia: (1) Según lo que emerge de sus potencialidades internas. (2) De su nivel propio. (3) Y de su mundo. Y ninguna de esas fuentes de cambio es excluyente. Este encare inclusivo, escalar, de las cosas, es más realista, pero es menos intuitivo, porque chocamos con el hecho de que nuestros ojos, sin la ayuda de instrumentos y protocolos técnicos, pueden ver bien una persona o una casa, pero no pueden ver ni una molécula ni el conjunto de galaxias en la que estamos. Es decir, sin la cultura, la ciencia y las comunicaciones, a los humanos nos resultaría muy difícil comprender que toda realidad consta de diferentes niveles de funcionamiento, unos dentro de otros. Que se constituye en diferentes escalas. En diferentes grados de cuantías. En diferentes extensiones inclusivas. Todas reales y todas con los mismos derechos de cooperar. Sólo diferentemente apreciadas. Solo diferentemente percibidas. Sólo diferentemente concebidas. ………………………………………………………………….. En los siguientes minutos me dedicaré a las relaciones humanas, entre las mayores entidades humanas. Las interacciones entre organizaciones humanas macro. Aclaremos que al decir “lo humano”, del punto de vista realista, concreto, integral, funcional, organizacional, no hay que olvidar el lugar o territorio que ocupan y que puede ser compartido, así como todo el equipamiento animado e inanimado que involucren. Sólo completamos la correcta concepción de nuestra realidad concreta, integral, cuando no olvidamos todo lo que nos ayuda a vivir, así sea inanimado. El agua que nos compone, el aire que respiramos, el suelo que nos sostiene. Las organizaciones humanas se organizan a sí mismas, pero con la colaboración de sus componentes internos y de sus compuestos externos. Animados e inanimados. No somos una simple suma de ladrillos orgánicos o atómicos. Tampoco somos mera consecuencia de las realidades en las cuales estamos inmersos. No somos resultado exclusivo de lo macro. O resultado exclusivo de lo micro. O resultado exclusivo de nuestro propio nivel meso. Somos resultado de todos los niveles de nuestra realidad. No hay un último mayor nivel causante de todo e inmune a todo. Un supuesto todo final, del cual sólo seríamos un subproducto. Esa idea no es realista. Tampoco hay un último menor nivel que sólo él sea el componente de todo lo demás. Una supuesta multiplicidad de partículas finales, de la cual sólo seríamos su aglomerado. Eso tampoco es realista. Todos los niveles, si funcionan, tienen su cuota de realismo dentro de la entera realidad. Lo enteramente humano es, pues, la esfera viviente que integra y en la que colaboran las personas, sus sociedades y sus órganos. Y ninguno de estos grandes haces de niveles puede existir sin los otros. Las personas no pueden vivir sin su sociedad o sin sus órganos. La sociedad no puede vivir sin las personas. Lo macro, meso y micro no pueden existir por separado. No son realidades concretas, son niveles de una misma realidad concreta. La causalidad enhebra distintas escalas de funcionamiento y no se embreta en ninguna. Cada uno de esos niveles sociales y personales no tiene un derecho genérico, universal y absoluto, sobre los otros. Las relaciones entre los niveles de lo humano no tienen otro orden jerárquico que el relativo al caso, al lugar y al momento. 861
  • 8. Al conjunto de todo lo compuesto de personas y de sus patrimonios funcionales, a sus 6.800:000.000 de personas, que cada 15 días crece un Uruguay entero de personas, con todas sus propiedades, incluyendo el planeta, incluyendo sus expectativas de utilizar el fondo del mar, los desiertos, a todo lo que está al alcance de los seres humanos y sus dependencias, podemos llamarlo la Humanidad. Con mayúscula, pues no es la simple suma de personas, sino la organización concreta que las contiene, más o menos efectiva según el lugar, momento y composición. Es claro incluye personas socialmente más integradas que otras. Hay suelos más o menos integrados a la Humanidad. La Humanidad es nuestra máxima organización, lo cual no quiere decir que su mayor nivel sistémico siempre sea el más efectivo. Tampoco quiere decir que su grado de pluri-polaridad sea siempre igual. En cualquier caso, si consideramos la escala personal, la humanidad de compone de miles de millones. Si consideramos la escala de los países, la humanidad de compone de un par de cientos. Y si consideramos la escala de la Humanidad, la humanidad es una sola. Pero cada una de esas escalas no niega las otras, las complementa. Desde luego, hay intentos de organizar lo humano sistémicamente mejor, hay multitud de organismos mundiales, entre los que se destacan las Naciones Unidas, donde, por ahora, el proceso de unión es lento y lleno de tropezones, ambigüedades y contradicciones. No hay unidad monolítica entre los humanos, en ninguno de sus niveles y esferas. Pero en algunas escalas hay menos unidad que en otras. También hay emprendimientos unificadores un poco menores, más o menos efectivos: Comunidad Europea, Estados Unidos de Norteamérica, Estados Unidos Mexicanos, Estados Unidos do Brasil, Mercosur, Urupabol, Unasur, etc. Luego, en otro nivel, están los países, con sus alianzas y convenios. Sus provincias o sus departamentos. Sus alcaldías, ayuntamientos, juntas locales, etc. Finalmente el nivel de los vecindarios, los barrios, etc. Cada uno de esos niveles comunales interactúa con diversos niveles de organizaciones privadas, empresas, organizaciones civiles, etc. Lo humano existe en distintas escalas, desde las Naciones Unidas hasta nuestro ADN. Lo global alude a un tipo de interacciones sistémicas, más unipolares asimétricas que pluri-polares equilibradas. La gobernanza alude a la cooperante relación entre los diversos niveles de administración social. La democracia alude a la interacción de lo personal con el Estado y sus instituciones. La descentralización alude a la necesidad de mejorar la cooperación entre diversos niveles de administración comunal, poniendo el acento en lo local más que en lo sistémico. La participación alude a la interacción de las personas con cada uno de los niveles de la administración. Todas estas son nociones inclusivas, propias de las interacciones inter-escalares. Para que la democracia funcione mejor es esencial reconocer que las entidades de muy diferente nivel deben interactuar. Y ello implica ciertas condiciones de diálogo y de entendimiento. …………………………………………………. El problema principal es el siguiente: Tenemos dificultades para percibir orgánicamente cada una de las entidades humanas mayores, y más dificultades tenemos para percibir sus interacciones. Para concebir de modo más realista las interacciones inclusivas es imprescindible no ningunear ninguna de las escalas sociales y personales. No debemos despreciar lo personal, ni lo estatal, ni lo local, ni lo orgánico. Aunque, debido a nuestras incapacidades perceptivas, creyésemos que un nivel de lo humano no existe, ello no necesariamente es cierto. Nuestros sistemas intuitivos fallan estrepitosamente en lo que escapa a lo más cotidiano. Es imprescindible contar con métodos sociales para conocer mejor lo social y lo orgánico. La ciencia debe complementar nuestros sentidos. Reconociendo el realismo de las entidades inclusivas se puede detectar y mejorar las interacciones entre ellas. Y ahí está un problema: (1) Hay opiniones que conciben que solamente las personas son lo real, y todo lo demás son yuxtaposiciones de personas. (2) Hay quienes opinan exactamente lo contrario: que lo único que es real es el estado y las personas meramente son sus agentes. Ambos se desprecian mutuamente y de paso desconocen a todas las organizaciones 862
  • 9. intermedias. (3) Pero también hay corporativistas, que defienden su organización intermedia despreciando a las personas y al Estado. Por ninguno de esos caminos unilaterales se podrá llegar a entender cómo funciona la entera sociedad. Solamente respetando cada uno de los niveles de organización humana puede darse la mejor cooperación necesaria a largo y a corto plazo. Desde luego que en un momento corresponderá poner el acento en un nivel y en otro momento en otro nivel, pero nunca podrá desarrollarse desconociendo alguno. Sólo podrá desplegarse integrándolos, organizándolos, canalizando sus interacciones cooperantes. La solución para concebir y operar mejor conjuntamente entre todos los niveles es abandonar las visiones personales, las totales y las corporativas, como posibles por separado. Si atendemos sus interacciones inclusivas, lo cual implica reconocer que hay entidades inclusivas, nos concentraremos en los problemas principales. Lo global no es la Humanidad en sus enteras escalas. Es sólo una esfera de la Humanidad, la esfera de las escalas mayores y de las interacciones asimétricas, polarizadas y usurpadas por personas y grupos en ciertos lugares. Luego de que USA quedase solo, como polo asimétrico económico, científico y cultural, se pensó que el mundo se iba a seguir organizando como una esfera global con centro en otra imperial. Lo global hacía acordar a que el globo está atado por un hilito a una mano. Pero cuando algo cambia, luego vuelve a cambiar. El mundo, no de modo simple, es claro, no resultó ser tan unipolar. Era una imagen más idealista que realista. Con sólo interactuar, y con el alcance actual de las interacciones, la pluri-polaridad latente presionaba por desplegarse. Otros centros de relaciones están emergiendo. Diferentes en muchos aspectos a lo imaginado. Ahora en un estadio de producción y de masas de dinero inconcebibles anteriormente. Y de producción a gran escala multipolarmente desaforada. Ya no son unas fábricas inglesas produciendo para todo el mundo. Son muchos centros produciendo ecos. …………………….. Por su parte, la noción de democracia es más que conocida. Sin embargo, la noción de pueblo, si pretende ser realista, incluye distintos niveles de funcionamiento. El pueblo no es solamente uno por uno, sino que también es en parejas, en familias, en grupos, en empresas, en localidades, en departamentos, en ministerios y finalmente es uno solo. Son diferentes niveles cooperando. Pero a veces no cooperan sino que luchan. Es necesario entender las causas de las contradicciones en la cooperación social. Y una de ellas es que según el nivel funcional desde el que se concibe la democracia, se la concibe un poco distinta: (1) Hay personas y grupos que conciben a la democracia como su instrumento para explotar a las otras personas y a todos los otros niveles de la actividad en sociedad. Para los individualistas, la democracia es el dulce ambiente donde algunos pueden usurpar los derechos ajenos. La democracia tiene pocas defensas para estos abusos. (2) Por otra parte hay personas que conciben la democracia como un instrumento del Estado central para que el barco navegue mejor, utilizando a las personas por la causa. (3) Otras personas conciben la democracia como el ámbito adecuado para que sus empresas prosperen utilizando a las personas y al estado. La única solución enteramente cooperante es: Que cada nivel se ubique en su puesto de colaboración social, haciéndose respetar y respetando a los otros niveles, cada uno con sus derechos y deberes. Como decía Artigas, “Con libertad no ofendo ni temo”. La entidad social no ofende a ningún otro nivel, ni tiene nada que temer de ellos, si se le reconoce su cuota de autonomía-escalar, su libertad inclusiva. La libertad de actuar como entidad dentro de otras entidades y con entidades internas. Si respeto la existencia cooperante de los demás niveles, respétenme a mí. En el grado en que se logre la óptima cooperación intra-escalar e inter-escalar, el conjunto marchará mejor. Y no hay fórmula universal y eterna para esa optimización de las interacciones inclusivas. La única recomendación es adaptarlas al momento futuro. 863
  • 10. Y para optimizar el funcionamiento inclusivo hay que optimizar la información necesaria para ello. Información que debemos intercambiar con niveles muy distintos a los nuestros. La cooperación entre diferentes implica comunicación entre diferentes. Implica diálogo entre diferentes. Pero todo diálogo también implica un lenguaje en común y al final, unos objetivos en común. O sea que es dramáticamente necesario el diálogo en igualdad de condiciones, a pesar de ser justamente entre realidades de desiguales dimensiones. Debemos encontrar los puntos de encuentro. La descentralización pone el acento en la debida proporción entre las entidades cooperantes inclusivas. Sobretodo en las interacciones entre administraciones de diferente dimensión. No niega la conveniencia de un centro sistémico, pero busca poner en su justo valor lo local, lo de menor escala. Con ello, logra una gobernanza más eficiente. Una de esas cooperaciones inclusivas es la participación, que en general se refiere a que las personas actúen en los órganos de decisión, operación y control social, cualesquiera que sea su nivel funcional. Es claro que esa participación tiene diferentes modos de ser según el nivel con el cual la persona se relaciona. Los niveles más cercanos a la persona pueden ser participados por muchas personas. El ámbito de la participación más popular es lo vecinal. No tantas personas pueden participar el lo local. Aún menos tienen posibilidades de participación voluntaria sin preparación ni retribución a nivel departamental. Y aún menos en lo nacional. En estos últimos casos la participación está regulada mediante partidos, elecciones y reglamentaciones. Y finalmente por la Constitución. Nuestro país no goza de la larga experiencia de participación que tienen otros países. La cual le da sus mañas, pero también su saber hacer, sus usos, costumbres, ordenanzas, y sus modos de graduar las interacciones entre entidades de muy diferentes dimensiones. Debemos recuperar el tiempo perdido. Subsisten mitos y leyendas sobre la descentralización y la participación: 1- “Crear la participación”. Más bien hay que liberarla, pues ella es un nivel permanente de la sociedad, pero sí hay que colaborar con ella asesorándola técnicamente. 2- “Participar en la administración existente”. No existe un único modo de participación sino plurales modos humanos de cooperar unos con otros. Las personas que no quieren participar de una actividad, quieren participar de otra. 3- “Es gastar plata”: En realidad la recaudación también sale de ellas. Hay que devolverles sus recursos y liberar sus capacidades de lograrlos y distribuirlos. 4- “En todos los lugares del país” No hay que forzarla a asumir roles más allá de lo que los recursos humanos del caso permiten. En definitiva estamos hablando de organizar de un modo mejor, óptimo para vivir y prosperar, al país, al estado, a los departamentos, a las localidades, a los vecindarios, a las personas, a la vez y coordinadamente. Y ello es revolucionario, no de modo parcial, sino de modo integralmente humano. Lleva a una realidad social superior, pero no en el sentido de jerárquicamente superior, sino de mutuamente cooperante para vivir mejor. Es necesario criticar la concepción cosificadora que nos sugieren los trabajos de nuestros sentidos. Ellos son parte de la condición humana personal, y necesitan ser complementados con los aportes de la condición humana social, cultural y científica. No es fácil hacer imágenes de algo que no es visible. Se suele dibujar a una parte más grande que la otra, pero el agente de la organización mayor puede ser un alfeñique. Una entidad quizá pueda eliminar a otra, pero no hay gigantes de manos gigantes, ello es sólo una simbología de una relación desequilibrada. La diferencia del sitio físico que se le da a cada parte en la mesa de diálogo puede estar representando un abuso antes de siquiera empezar a hablar. Por eso se inventó la “mesa redonda”. ………………………………………. 864
  • 11. LAGARTIJA SIN COLA, DE JOSÉ DONOSO: (MÁS ECOS DE SEXO Y DEGRADACIÓN HUMANAS) Reynaldo Bello Guerrieri Lagartija sin cola, novela que permaneció oculta durante bastante tiempo, repercutió como noticia en Chile y en el orbe de las letras hispanoamericanas, latinoamericanas e incluso mundiales en 2007, año en el cual los herederos del autor dieron la noticia de la existencia de la singular obra y de una serie de papeles y cartas que daban cuenta de otras facetas en la vida de José Donoso Yánez. El crítico peruano Julio Ortega informó como “Noticia”, que Donoso empezó a escribir Lagartija sin cola en enero de 1973 en el pueblo español de Calaceite, donde había adquirido una casa antigua cuya reparación, según apuntan sus biógrafos, le sería más costosa. En principio, la obra iba a llamarse La cola de la lagartija. Hoy día el manuscrito se encuentra en el archivo de José Donoso de la Biblioteca de la Universidad de Princeton, Estados Unidos, lugar donde escribió en inglés sus dos primeros cuentos: “The blue woman” (1950) y “The poisoned pastries” (1951) que publica en M.S.S., revista literaria de la que fue fundador y coeditor. Julio Ortega, quien revisó el original de Lagartija sin cola y dejó establecido el texto final para su posterior publicación, concluye que el chileno decidió renunciar a la revisión de la novela; en lo que a mí respecta, la abandonó. Y hasta dónde se sabe, nunca dijo por qué ni ha aparecido alguna nota donde se dé cuenta del porqué de su decisión de poner de lado a una de sus criaturas. Se podría inferir que Donoso la dejó inconclusa. Ello, debido a la sensación de producto no acabado, a pesar de la alta profesionalidad de la escritura presente en la obra. Al respecto, Julio Ortega afirma: “Varias veces discurre aquí la distintiva prosa de Donoso, su liviana nitidez, que reverbera a la luz y la sombra de sus obsesiones”. En cambio para el crítico argentino Luis Harss, si rememoramos lo dicho en Los nuestros, libro publicado a finales de los 60, la prosa de Donoso resultaba enrevesada, decía que el chileno luchaba con el idioma y ganaba y perdía batallas. Lo cierto es que Donoso nunca se deshizo de su “lagartija”, o quizás de la cola del saurio. Y es precisamente esa conciencia de salvaguarda, tanto del creador como del crítico peruano Julio Ortega, la causante de que la obra haya podido ver la luz de la publicación treinta y cuatro años después. Por cierto que también se supo de los esbozos de tres novelas que Donoso no llegó a escribir: Paseo, Piragua y El tigre, que según informaciones aparecidas en Internet, pretendía ser una novela gay. Al respecto de tal condición, leamos lo que dice Marcos Ricardo Barnatan en una aguda reseña crítica aparecida en El Mundo de Chile y que lleva el sugerente título de “La doble vida de José Donoso”: Cuando el escritor chileno José Donoso (1924-1996) publicó en 1967 su tercera novela, El lugar sin límites, tocó muy de cerca el tema de la homosexualidad y el travestismo. El mundo es un gran escenario y en él todos interpretamos un papel, pero los actores a veces deciden cambiar de papel y deben recurrir entonces al disfraz, a la interpretación o al uso de la máscara si no quieren asumir públicamente al nuevo personaje. Una obsesiva presencia que, como los mundos cerrados de la vejez y de la infancia, podemos rastrear con facilidad en toda su obra literaria. (2003: 1). Lagartija sin cola muestra parte de las líneas temáticas desarrolladas por Donoso a lo largo de su extensa literatura; temática que sintetizamos con la palabra degradación, la cual, directamente, involucra lo sexual; degradación y sexo, en la mayoría de los casos, remitidos al grupo familiar. Armando Muñoz-Roa, personaje principal de Lagartija sin cola, es un pintor frustrado y autoexcluido del grupo de los informalistas. Pero más que un frustrado, se trata de un vanidoso neurótico que nunca 865
  • 12. creyó ser discípulo de nadie y que vivió persuadido de que era infinitamente original; un artista que basó su desprendimiento del grupo de los informalistas apoyado en un supuesto compromiso con el arte, un compromiso que al leer entre líneas, podríamos catalogar de hipócrita. Apropósito de pintores, la obra donosiana destaca unos cuantos. En La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria está el mediocre Archibaldo Arenas. En Átomo verde número cinco (la segunda de Las tres novelitas burguesas) hay un aspirante a pintor: Roberto Ferrer. También hay un oscuro pintor en Naturaleza muerta con cachimba, nombre de la última de las Nueve novelas breves y nombre del más famoso cuadro de Larco, el pintor en cuestión. En El jardín de al lado pintan, con posturas antagónicas, Pancho Salvatierra y Adriazola. El primero es un triunfador, sus cuadros alcanzan grandes cotizaciones y son expuestos en las principales galerías de Arte de París, Zurich, Nueva York, Londres… Como una circunstancia que repite el escritor chileno en otros contextos narrativos, el éxito de Salvatierra le provoca a Adriazola punzadas de envidia. Dejemos a estos pintores, y volvamos con el afligido Armando Muñoz-Roa. Se trata de un hombre que reconoce estar cansado con la vida moderna, que busca un refugio de paz en un sitio donde aún haya cosas que no sean vendibles y por supuesto, que no se hayan deteriorado, o destrozado con la paga sistemática de todo lo que para mal es transformable intentando con cualquier artilugio que adquiera valor. Por sobre todas las cosas, ese hombre busca un lugar donde haya tradición, belleza y una estructura firme a la cual incorporarse sin ser víctima de las hordas movidas por el turismo de corte arrasador. Por otro lado, ese atribulado ser posee tintes de homosexualidad reprimida. Es un artista egocéntrico, fracasado y envidioso que se cataloga a sí mismo de singular. En un momento dado, mediante una analogía, expone su frustración sodomita. Rememora al joven pueblerino Bartolo, quien armado de una sierra eléctrica, corta limpiamente maderos, los maderos que las manos de Armando, deseosas, se negaron a tocar por temor a quedar mutilado. ¿Mostrarme el fino ensamblaje de su cuerpo, más poderoso y distinto al de un hombre o de una mujer por ser tan joven y perfecto, no era una artimaña para indicarme que yo, maduro y sedentario, no tenía derecho a tocarlo? ¿Pero… si yo movía las manos bruscamente -cinco, tres centímetros- y él me las cercenaba? (2008: 214). Donoso, que en sus obras recurre a dar pinceladas autobiográficas, diría respecto al fracaso como artista, que no es su caso, pues él fue un escritor de notable éxito. En cuanto al sexo y la represión que experimentó el desolado pintor, es patética la imagen que resume una de las frases que suelta como colofón: “Entre mis piernas, mi bastón cae inerte sobre la alfombra”. (215). Y en otro apartado de la novela, prácticamente apartado de la vida, lo escuchamos reflexionar de manera filosófica acerca de lo que fue su paso por el mundo: ¿Lo hice bien? ¿He hecho algo bien en mi vida? Probablemente no. Probablemente lo único bueno que podría hacer sería, pensé entonces, quedarme para siempre mirando el río transcurrir en el anochecer, desde esta ventana, en este pueblo perdido en la sierra de Caballa, sin hacer nada para tratar de justificarme, al fin y al cabo la existencia es gratuita, es dada gratuitamente, y también, qué bien lo sabía yo, se puede quitar gratuitamente. Esto, vivir aquí, encerrarse aquí en forma total, prescindir de los placeres más codiciados de la civilización, del trato con amigos de la misma categoría, del cine, de las exposiciones, de las mujeres bellas y sofisticadas, era, de cierta manera, quitarse la vida gratuitamente, una forma de suicidio. ¿No sería llevar hasta sus últimas consecuencias el semisuicidio de haber apostado por la pintura? Si esa apostasía mía de la pintura tenía algún significado más allá del gesto, ¿no debía desaparecer, y no era, entonces, Dors el sitio ideal para desaparecer? (2008: 69). 866
  • 13. Sintetizando el argumento de la novela, el pintor Armando Muñoz-Roa, o Antonio Núñez-Roa, narra la fuga que emprendió de sí mismo (de su arte y del grupo de pintores informalistas del que formó parte) en compañía de Luisa, su prima, amante y benefactora. Al pueblo aragonés de Dors, a donde huyen, llega como invitada de Armando, la frescamente desenvuelta inglesa Diana, ex esposa del pintor, y los hijos que tuvo con ella. Diana, cuya abuela había luchado por los derechos femeninos, pertenecía a un mundo liberado y sofisticado y era nieta del escritor Charles Dickens. Lo que la caracterizaba, según el personaje- narrador, es su británico desparpajo y que nunca viajaba sin su chaise longue de seda rococó. Por tratarse de gente “civilizada”, la obra no muestra -al menos en el aspecto familiar- líos relativos a celos. Además, se trata de relaciones pasionalmente gastadas. Lo relevante es que Armando se enamora del empedrado pueblo de Dors e intenta, infructuosamente, rescatarlo del avance de la modernidad. Lo paradójico es que con el tiempo él se reconoce culpable de los cambios que para mal experimenta el noble poblado, pues fue él, Armando Muñoz-Roa, quien inició el proceso irrevocable de corrupción, ya que ida la tranquilidad que se gozaba en Dors, el pueblo pasó a ser un lugar modernamente modificado por la horda de turistas que al final lo plenaron. No sólo esos asuntos -huida, turismo mal entendido, soledad- son parte de la temática de Lagartija sin cola. También hallamos en sus páginas, como advertimos, un viejo tema caro a Donoso: la decadencia de la familia, tanto la que creó con su esposa inglesa Diana, como la que en una segunda oportunidad, aunque sin casarse, formó con su prima Luisa y la enajenada y ninfómana hija de ésta, Lidia, quien a la larga y de manera natural, como todo lo que ocurre en la novela, termina haciendo el amor con el pintor, por supuesto, después de haberlo hecho con una caterva de amantes que incluye a un bigotudo venezolano que tildan de siniestro. Una de las obsesiones de la novelística chilena del siglo XX, según el crítico peruano Antonio Cornejo Polar, es expresar el deterioro de las grandes familias: “la corrosión de linajes y personas pertenecientes a un determinado grupo social”. Y José Donoso, con el psicologismo que caracteriza su narrativa, expone, una vez más, el obsesionante asunto en Lagartija sin cola. También el escabroso tema de la homosexualidad reprimida, que ya remitimos y que hallamos a lo largo de la novelística del autor, se instala como una enredadera en el cuerpo del pintor Armando Muñoz-Roa, homosexualidad que a ratos da la impresión de querer desprender de sí como si se tratara de la cola de una lagartija, homosexualidad que latía oculta y al parecer carcomiendo la piel del escritor chileno. A este tenor, las figuras del italiano Bruno y del ya citado español Bartolo, sirven de surtidores que atizan el deseo y resultan inquietantes, seductoras para el desesperado pintor quien, en un momento de afianzamiento de su yo machista va a desear, y de hecho hará el amor, casi sin encontrar objeción - salvo la que él mismo apenas se impuso- con su hijastra Lidia, la hija de su prima y amante Luisa. Sabido es que el incesto, como un cuchillo rozando superficies, está expuesto a lo largo de la narrativa de José Donoso Yánez. El incesto, cuyo representante más conspicuo en la literatura occidental, descansa en la mítica figura del rey Edipo, la gran creación de Sófocles. Lagartija sin cola es, sin el menor asomo de duda, otra obra donde rebotan ecos de la consecuente problemática planteada por Donoso desde sus primeros cuentos y que sintetizamos, como ya dijimos, con cuatro palabras: sexo y degradación humanas. Podemos establecer una línea conectiva con los hechos que consideramos ecos en la obra donosiana y que, justo por ello, no dejan de estar presentes en la aparentemente abandonada y póstuma novela cuyo manuscrito el escritor chileno, como se sabe, legó -¿o vendió?- a la Universidad de Princeton. Lagartija sin cola es importante sólo por el hecho de pertenecer a un miembro destacado del llamado Boom latinoamericano, el movimiento literario más resaltante de Latinoamérica hasta el momento y que tuvo su mayor altura en los 60 del siglo XX, siglo que sirvió para que unos cuantos nombres de las letras de esta parte del mundo se elevaran hasta la cúspide del Olimpo de ese duro y complejo arte. Aunque el movimiento dirigió su alcance hacia la siguiente década, la de los setenta, y 867
  • 14. tuvo coletazos en la de los ochenta, es la del sesenta, como certifican los críticos, el período que resulta clave en la literatura hispanoamericana del siglo en cuestión. Es sin duda el más descollante y quizás el más rico que ha vivido hasta el presente, aparecen novelas tan importantes como La casa verde, La muerte de Artemio Cruz, La ciudad y los perros, El astillero, Paradiso, Rayuela, Sobre héroes y tumbas, Cien años de soledad, País portátil, por citar algunas. En efecto, en Lagartija sin cola Donoso continúa sus clásicas obsesiones temáticas, pero esta vez de manera abierta e incluso transparente; mas, sin llegar a ser pedestre en los asuntos tratados. Allí utiliza un personaje narrador en primera persona, a través del cual expone situaciones que tocan (aquí sí con un tenue velo) la referida y angustiante homosexualidad que en vida solapó. Si somos precisos, o justos, deberíamos decir bisexualidad, pues hasta el final de su vida vivió con su esposa e hija. Como sea, su naturaleza gay está expuesta en cartas que por otro lado legó a la Universidad de Iowa. Se sabe que el crítico y escritor peruano Julio Ortega fue el encargado de revisar la novela excluida, de recuperarla para los lectores. Ahora, aparte de la Introducción que presenta el libro y que Ortega llama “Noticia”, desde que la obra apareció, sólo he sabido de reseñas y de cortos ensayos aparecidos en Chile. En esos textos no sólo se habla de la novela en cuestión, también de las cartas legadas que muestran la reservada y agobiante orientación sexual de Donoso, asunto que vislumbramos lo desorientaba. Para un trabajo de mayor calado que lleva por título José Donoso: sexo y degradación humanas, incorporamos íntegro el desprendido corpus de Lagartija sin cola con el fin de que forme parte de una investigación que pretende ser totalizadora ya que abarca (en muchos momentos sólo para reseñar) toda la obra publicada del chileno. Debido a ello, el estudio de Lagartija sin cola es de sumo interés para este autor que como anunció, ha encontrado ecos que rebotan en la línea (o líneas) temáticas expuestas por Donoso. Así, con la consecuencia que lo caracteriza, el obcecado narrador expone de nuevo el caro asunto de la comunicación entre humanos, y el de sus otras obsesiones que involucran el desamor, el miedo a la vejez, el porqué de la existencia, la envidia entre colegas… y toda esa hybris ligada a la degradación que tiene como punto focal -además de la familia, como ya mencionamos- la mente y el cuerpo de los individuos tratados. En tal sentido, Donoso es terriblemente moderno pues, la modernidad asumió la plenitud del cuerpo como un lugar de corrupción y pecado. Por tanto, no se trata del cuerpo de la belleza -que Donoso además celebra-, sino el que registra con crudeza lo feo y es envoltorio de excrecencias que hay que expeler. En fin, el cuerpo que la modernidad asume con todos sus orificios y deformaciones es el que aloja y proyecta lo abyecto, que por supuesto, incluye las enfermedades -a las cuales Donoso fue proclive-; sobre todo las de índole psicológica, no escapan a esa categoría, y la sátira, el viejo género que alguna vez estuvo relacionado con la épica, se convierte en uno de los estilos dominantes de la literatura del siglo XX que subraya, con su ambiciosa presentación de simultaneidad, la alienación, el aislamiento y el dolor del cuerpo torturado. Esto, sin duda, convierte a la literatura moderna -y al arte general de esta época- en algo tan deprimente. Cuando apareció por fin la novela en 2007 -había quien estaba a la espera de una nueva obra de Donoso-, varios artículos electrónicos y blogs de críticos de literatura mostraron reseñas de la obra resaltando lo referente al libro en cuanto al argumento y preguntándose las razones (a la vez esgrimiendo respuestas) que tendría Donoso para no ofrecer el manuscrito en 1973 a su editorial de entonces, Seix Barral. Sí, la obra es reveladora del caos y la destrucción que expuso Donoso a través de su narrativa. De allí, insisto, que sea fácil relacionarla con la totalidad del corpus narrativo del chileno. No obstante, Lagartija sin cola, como cada obra de Donoso, posee singularidades y las páginas per se, arrojan significados propios, los cuales están expuestos a través de un argumento que podríamos catalogar de sencillo. Como la novela fue gestada en los tempranos 70 (se dice que es de 1973), el autor nombra en párrafos aislados, a personalidades emblemáticas y mediáticas de la época: los presidentes 868
  • 15. norteamericanos Nixon y Johnson; también remite acontecimientos como la Guerra de Vietnam, y nombra como referentes del encumbrado Pop-Rock a estrellas icónicas como Mick Jagger y su grupo (The Rolling Stones) y al famoso cuarteto de Liverpool, The Beatles. Mas, son sólo marcos de referencia de la obra que tiene como centro el pueblo de Dors (base de los recuerdos del obcecado pintor protagonista) y el apartamento de éste, su refugio de Barcelona, España, desde donde se proyectan los recuerdos que alimentan el relato. Lagartija sin cola, insisto, presenta una temática que el autor nunca traiciona. Luego de la exploración hecha a la novela puede uno compararla con el resto de la narrativa de José Donoso y el resultado es el esperado por el estudioso de lo donosiano: se topará con ecos de situaciones expuestas antes y después de la novela en cuestión. Como se dijo y es menester repetir, estas situaciones giran o dan cabida al sexo y a la destrucción que, sobre todo, envuelve al clan familiar, principalmente de la burguesía, pero sin que sea óbice para que las situaciones toquen, de paso, a miembros de familias de la llamada clase baja. A propósito, el crítico uruguayo Hugo Achugar observó que la comparación social es asunto recurrente en los narradores donosianos desde sus primeros cuentos y desde su primera novela, Coronación. Sí, la dialéctica entre amos-servidores que trocan roles, la hallamos a lo largo de la totalidad de esas páginas que tienen como corolario la novela El mocho, aun cuando la última que vio la luz de la publicación fue la de 1973, Lagartija sin cola, que re-apareció en 2007. Lo que a Donoso interesa fundamentalmente de la sociedad para retratar en sus obras son los estados marginales de las personas, no la normalidad de éstas en los asuntos cotidianos. Por eso trata la vejez, la infancia, la adolescencia, la locura, la neurosis. Y, debido a su afán por lo anárquico, de estas situaciones extremas se derivan otras líneas temáticas como los juegos prohibidos, el incesto, la alienación, la incomunicación, la traición amorosa, los intercambios sexuales, las apariencias, las máscaras, los disfraces, las desapariciones, el homosexualismo, los travestís… Una vez más se pone de manifiesto la duda que experimenta la mayoría de personajes del universo donosiano. En esta ocasión, la duda que brota de la intensa reflexión del pintor informalista Armando Muñoz-Roa: ¿ser la cola de la lagartija o ser la lagartija misma, aunque sin cola? En cuanto a la conclusión que presenta la novela en general, hay críticos que decantan dos tipos de finales: el del protagonista o héroe (siempre solitario) que se une al resto de hombres y mujeres de su entorno y halla una especie de fraternidad que alude a lo universal, y el que nos muestra un protagonista o héroe “gregario” que simplemente conquista la soledad o ésta lo conquista a él. Sin duda que el último es el caso del pintor Armando Muñoz-Roa. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Achugar, Hugo (1979). Ideologías y estructuras narrativas en José Donoso. Caracas: Celarg. Donoso, José. (2008). Lagartija sin cola. Bogotá: Alfaguara. Girard, René. (1963). Mentira romántica y verdad novelesca. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Barnatan, Marcos. (2003, Septiembre 15). “La doble vida de José Donoso”. El Mundo, Santiago de Chile, 1. 869
  • 16. LOS ESPACIOS DE FICCIÓN Y REALIDAD EN UNA CASA VACÍA, DE CARLOS CERDA Ricardo Ferrada Alarcón Doctor en Estudios americanos UCSH-Chile 1. PRESENTACIÓN El arte se constituye mediante recursos que singularizan sus múltiples expresiones; en ese sentido, ajenas a la idea de progreso, identificamos su presencia, en diversas formas artísticas, donde la intervención de sus materiales deviene en facturas y significaciones que codifican una experiencia. Por ello, la obra es un signo que (se) comunica a otros. Si hacemos abstracción de los modelos críticos que intentan entender sus códigos, o de de los juicios que inexorablemente acompañan su recepción, las formas artísticas remiten o tensionan sus contextos de origen y de época, sin excluir en ello el contacto con su propia tradición: una obra “dialoga” con otras de su género, las asimila, las discute, o las desplaza, inicia a veces una tradición nueva. Esto hace inevitable el nexo entre el arte y la historia, el espacio en la cual se despliega su sentido y que se (con)funde con la vida de los hombres en la sociedad. Considerando esa última idea, el propósito de nuestro trabajo es mostrar cómo, desde una forma de arte, la ficcionalidad literaria, se recompone una época, donde la condición humana en Chile (Latinoamérica por extensión), fue tocada cruentamente por la historia, y el atributo superior del hombre, es decir, lo humano, se despliega en su signo contrario: la violencia (in)humana. Para ello, hemos escogido ese registro en la novela Una casa vacía (1997) del chileno Carlos Cerda, cuyo transcurso narrativo, postulamos, se sostiene en el valor descriptivo de las acciones, de modo que la intriga intraliteraria asume una función decodificante de los conflictos sociales y personales. En ese contexto, vemos que si bien los personajes experimentan una crisis histórica, asumen también sus propios conflictos desde el sentido existencial de esa experiencia, para llegar a descubrir finalmente que su (re)instalación en un nuevo espacio, implica asumir las huellas sociales y sicológicas del dolor ajeno, que se convierte así en algo propio al descubrir el pasado que enmarca esa casa vacía. El objetivo que buscamos consiste en recuperar el diálogo que se establece entre ficción y realidad, para hacer converger distintas narrativas, articuladas por un elemento común: la experiencia humana. Los tópicos a desarrollar consideran componentes teóricos sobre narratividad, contexto de producción y análisis del plano temático del relato, particularmente líneas (eslabones) de sentido, la intriga. En ese marco, la estrategia de trabajo a seguir implica adoptar una perspectiva interdisciplinaria, en tanto se recogen elementos de historiografía literaria, recepción crítica y análisis textual. 2. NOVELA, FICCIÓN, REALIDAD Las representaciones artísticas construyen sentidos, de ahí que sus elaboraciones cobren el valor de signos o metáforas de la condición humana en la historia, donde las estrategias de diseño potencian sus posibilidades para comunicar la experiencia transformada en un objeto artístico. Es el continuo de lo real traspasado o traducido a una nueva codificación que tensiona, pone en duda, parodia, ironiza, increpa, cita, denuncia, sintetizándose permanentemente en nuevas interpretaciones (lecturas) del espacio de ideas que (des)cubre ese objeto artístico. En analogía con los términos de Umberto Eco, el arte (literatura en este caso), se constituye así en una “metáfora epistemológica” (Obra abierta); de modo que más que el receptor común, el crítico especializado, instala un discurso de orden gnoseológico al intentar deconstruir el sentido de la significación. El vínculo de ficción y realidad es un problema artístico que posee discusiones de gran envergadura en la historia crítica; de hecho, en la perspectiva del material básico de la literatura (la palabra), pone al 870
  • 17. lenguaje en una praxis que proviene de su propia naturaleza: instalarse en vez de un algo para denominar la “realidad”: “El trasfondo de la ficción literaria se disuelve, por decirlo así, en el trasfondo de nuestra imagen habitual de la totalidad del mundo. Al ser pensados, lo representado, y la representación misma, se posan sobre el mundo. Lo representado en la ficción literaria es una ficción porque se lo piensa como existente en nuestro mundo real y, a la vez, se lo sabe inexistente” (Martínez Bonatti, 2001: 65). Es tan así, agregamos, que las posibilidades de entender el mundo ficticio, en cualquiera de sus formas, demanda del lector la percepción del mundo empírico. La pregunta de cómo se configura el mundo textual, lleva no sólo a la reflexión sobre el lenguaje, sino que, además, a las narrativas cuya función es representar construcciones sobre la experiencia de mundo, o las explicaciones que lo hacen más comprensible a la simple vista; es el verosímil de Aristóteles, o la posibilidad cultural de lo imaginario (Todorov), que excede la premisa de la teoría del reflejo; en otras palabras, la creencia de que lo narrado refleja la realidad, la idea de que la narrativa constituye su forma metonímica, y que, consecuentemente, conforma casi una cita que reduce en último extremo la totalidad. Desde otro ángulo, la pregunta sobre la función del discurso literario conduce a reflexionar más bien sobre la función del texto, donde opera el implícito del alcance (o calce) de la “narratividad”, con el encuentro de alguna verdad que pueda en encontrarse en el texto, luego, el escritor estaría en condiciones de proporcionar a los lectores componentes que exceden su enunciado, en la premisa de que hay proximidad con el conocimiento. No obstante, el poderoso y razonable contraargumento de la suficiencia estética del texto ha desplazado esa pretensión. La idea de una literatura realista-ficticia nos pone ante la construcción de lo imaginario, lo cual se sostiene en descripciones que se adscriben a un canon hegemonizador proveniente del siglo XIX, el realismo, sustentado en el orden lógico (racionalidad) y el peso de la descripción objetiva; sin embargo, es sabido que en la época contemporánea opera un desplazamiento en la racionalidad de ese realismo, cuando se comienzan a generar historias donde la temporalización se altera, o en el interés y desafío de recoger el continuum, los escritores perciben y advierten que la realidad se puede subjetivar en visiones múltiples, paradojales, desdibujándose los límites entre lo real y lo imaginario. Podemos agregar que la ruptura en la lógica del realismo, nos introduce en otras construcciones literarias que asociamos al mundo fantástico y maravilloso (ver de Todorov su libro Introducción a la literatura fantástica, 1980). Dado que la narrativa es un modo expresivo, encontramos diseños y estrategias de construcción literaria donde opera la “función mimética” del lenguaje (Martínez Bonatti, 2001), en que se proyectan rasgos lógicos del mundo empírico hacia la narración, asumiéndose un pacto de lectura previo, esto es, el mundo es real, y hay un habla del “fingimiento”, el “como si”, al cual atribuimos existencia en el texto, en consecuencia, hace operar o activa en el lector el hecho (implícito) de la ficcionalidad. Al respecto, y en coherencia con el concepto de Roland Barthes (1968; 2002), estimamos que la narrativa genera más bien un “efecto de realidad” (“La literatura no está puesta en ningún lugar como una esencia, es un efecto”, dice Piglia), de modo que hace necesaria la presencia de un lector que juzga y procesa esa realidad de lenguaje, un transcurso que se “entrama”, y que define después de todo el carácter temporalizador de toda narrativa, en otras palabras, la historicidad de los contextos que se narran, el valor de la descripción, donde los lectores entienden y asumen ese proceso como un modo de representación, es “la verdad de las mentiras” de Vargas Llosa (1990). La accesibilidad a los mundos ficcionales -ya sea el realista, fantástico o maravilloso-, demanda considerar sus “canales de sentido”, una operación de análisis que implica establecer los contenidos que se articulan para observar sus asociaciones y rupturas, que en el mundo narrado (dis)ponen secuencias lineales, paralelas, “ralentizaciones”, reinicios, condensación o dilatación de la temporalidad. El desafío entonces es construir esos sentidos, el “mapa” que representa la ficcionalización, accediendo así al libro desplegado en una ruta de lectura, entendiéndose que “La 871
  • 18. ficción trabaja con la creencia y en este sentido conduce a la ideología, a los modelos convencionales de realidad y por supuesto también a las convenciones que hacen verdadero (o ficticio) a un texto. La realidad está tejida de ficciones” (Piglia, 1986; 2001: 10-11). La disposición de ese tejido (textura) constituye precisamente la intriga en el relato: los intersticios entre las secuencias de acción, las rupturas e indeterminaciones respecto de un momento posterior y cómo operan en los personajes, el efecto que genera en la tensión narrativa. En el diseño de la narrativa de Carlos Cerda, por ejemplo, se advierten marcas realistas, que según la convención, se constituyen en virtud del poder descriptivo. Sin embargo, agregamos, las secuencias del relato poseen rupturas en su desarrollo o historias paralelas que la voz narrativa hace converger en el montaje final y su telón de fondo: la época del quiebre histórico de 1973, las fracturas personales, la pérdida de las fronteras en el recuerdo, la indeterminación que genera en el relato su final abierto. 3. DE LOS NOVÍSIMOS A LA DIÁSPORA A partir de la década de los sesenta, Latinoamérica se ve enfrentada a una serie de transformaciones, cuya complejidad se alimenta con fenómenos amplios y una sensibilidad global. Es el horizonte que enmarca en definitiva el proceso formativo de los novísimos, según el concepto usado por Ángel Rama (1981), o generación de 1972, si consideramos la propuesta del investigador y crítico Cedomil Goic, que reúne a un grupo de escritores nacidos, aproximadamente, entre 1935 y 1949. En el ámbito cultural, Latinoamérica vive lo que Ana Pizarro (2001) define como la “Modernidad tardía”, que en el espacio artístico-literario trajo consigo “una serie de manifestaciones que tienen que ver centralmente con un cambio epistemológico en el objeto de estudio y, por lo tanto, en las perspectivas y métodos de asedio” (Pizarro, 2004: 27). En la práctica, ocurre que a la emergencia de nuevas formas de escritura, le es análoga una nueva crítica que busca categorías que den cuenta de su objeto, cuyo resultado pone en la primera línea a intelectuales que intentan la autonomía crítica con modelos teóricos propios, vistos incluso como un desafío descolonizador (ver de Roberto Fernández Retamar Para una teoría de la literatura hispanamericana, 1975). La crítica se asume como parte de un proceso cultural y se desplaza desde el lenguaje a los contextos de origen de la obra artística, relevando de ese modo su carácter “ancilar”, según la denominación que creara Alfonso Reyes en su momento. El aporte de esa red de intelectuales se materializa en un conjunto de obras que dan origen a “categorías fundantes” (Jitrik); es así que se hacen familiares la idea de sistema, heterogeneidad, transculturación, zonas culturales, ruptura, neobarroco, luego vendrán posoccidentalización, subalternidad. Los cambios políticos de mayor efecto se relacionan con la revolución cubana (1959-1960) y el gobierno de Salvador Allende (1970-1973). Desde otro ángulo, la "nueva izquierda" en los Estados Unidos y Europa, el movimiento antibélico, el "mayo francés”, las manifestaciones de los estudiantes mexicanos que terminan en la matanza de 1968 en Tlatelolco, señalan la aparición de nuevos actores sociales en el escenario mundial; Octavio Paz dirá que aparece una nueva clase social, los jóvenes. La revolución cubana tuvo un efecto político amplificador, que se expresó en el desarrollo del pensamiento o de movimientos de izquierda, lo cual constituyó un factor nuevo en el panorama de la “guerra fría”; en ese marco, y tensionados por la lucha ideológica, se generarán procesos de reacción que condujeron a diversos golpes militares en Latinoamérica, funcionando con fuerza y violencia, lo cual trajo como consecuencia grandes migraciones producidas por el exilio político hacia fines de siglo XX. Chile no es la excepción y el proyecto socialista de la Unidad Popular, con Salvador Allende como presidente de la República, fue interrumpido, abruptamente, el 11 de septiembre de 1973, fecha en que los militares provocan un golpe militar y Augusto Pinochet se toma el poder. A partir de esa fecha, el 872
  • 19. país se ve enfrentado a una etapa caracterizada por el terror, en la que la tortura, el exilio, la desaparición de personas ligadas o no a la izquierda, forman parte de acontecimientos que se viven permanentemente. Al respecto, el sociólogo Tomás Moulian en Chile, anatomía de un mito (1997), señala que “… la dictadura militar chilena se concibió a sí misma como salvadora de la identidad amenazada de la nación y como caso ejemplificador, como el primer país que lograba derrotar al mal. Este apareció encarnado por la Unidad Popular, tomando la forma más peligrosa, bajo la vestimenta seductora de un “marxismo de nuevo rostro “. Ese mal, cuya reaparición significaría el fin de la vida social ordenada por la ley natural y la desaparición de la propia fe, debía ser extirpado” (p 17). El golpe de 1973 no sólo dejó inconcluso un proyecto político, sino que también dio término con hechos culturales que estaban en pleno desarrollo. Así, los llamados “poetas jóvenes de los años sesenta” (los “poetas emergentes”), que se habían transformado en un fenómeno cultural, y a pesar del agitado ambiente, realizan publicaciones y diversas actividades públicas, mostrando adhesión en su gran mayoría con la izquierda política chilena; ese factor los convirtió, a partir de 1973 en la generación de la diáspora, cuyo producción y debates se instala en el exilio. Idéntico proceso tuvieron los narradores novísimos, quienes surgidos poco después del boom, manifiestan en sus narraciones un mundo literario que muestra la experiencia del ostracismo, o bien el acoso, la fractura existencial, la violencia inhumana, con un telón de fondo: la dictadura militar. La literatura novísima no se desarrolló de modo uniforme en Latinoamérica; en la historiografía crítica, se mencionan Argentina, Chile, México y Uruguay, con escritores destacados como Manuel Puig, Osvaldo Soriano, Fernando del Paso, Jorge Aguilar Mora, Vicente Leñero, Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano. También a Cuba con Reinaldo Arenas y Severo Sarduy; Perú, con los importantes nombres de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. En Chile, destacan Antonio Skármeta, Poli Délano, Ariel Dorfman, Patricio Manns, Adolfo Couve. Desde una perspectiva literaria, los novísimos tendieron a una narrativa que sigue procedimientos asociados al realismo, con estrategias técnicas que amplían las posibilidades de sentido del texto, en la medida que ya se contaba con un sistema literario autónomo y en pleno desarrollo. Es la huella de sus antecesores, esto es, el boom literario, o la maestría reconocida de un Borges, Carpentier, Rojas, Asturias, Cortázar, Fuentes, Rulfo. La influencia de otras literaturas proviene de Hemingway, Salinger, Capote y su “non fiction novel”. Ángel Rama señala la importancia que asumen estos últimos en la realización de una narrativa de corte testimonial en Latinoamérica, a partir de los fenómenos de represión político-social vividos en la región: “(…) la novela testimonial, la “non fiction novel” que Capote, Mailer, Doctorow, entre otros, ponen en circulación, resulta un instrumento insustituible para abordar literariamente la represión política y social que caracteriza a la década del reflujo, los setenta” (p. 18). Así, incorporan al mundo narrado la cultura popular urbana, la vida social, referencias a la producción de los medios masivos (música, cine), espacios cotidianos (el barrio, los bares), el uso de modismos (jergas) que se sobrepone al sistema ilustrado, lo cual amplía el registro de formas lingüísticas, entregando así naturalidad o cercanía a la comunicación y un efecto de recepción. Un componente central en este último aspecto es la voz narrativa básica que media y se fusiona con la de los personajes, en consecuencia, la reconstrucción de grupos, con sus jergas y modismos, cobran fuerza identitaria y cultural. Aquí se actualizan también procedimientos técnicos (modo, estilo narrativo, focalización, por ejemplo) que potencia el diferenciar las zonas geográficas en que se produce esa narrativa, considerando esa voz y los rasgos que asume la oralidad ficticia. Una de las características importantes de esta generación, es la influencia del periodismo, lo cual les lleva a realizar diversas mezclas de géneros, experimentando con el lenguaje y una aparente distancia narrativa. El mismo Rama apunta con pleno acierto: “Las obras literarias se trasladan integralmente a los dialectos o idiolectos urbanos, con lo cual podría reconocerse que el realismo vuelve a ganar la batalla, 873
  • 20. aunque sin quedar circunscrito como antes a los asuntos vistos a distancia, sino a la misma expresión literaria en que el narrador se sumerge” (1981: 28). Al respecto de esta generación, Fernando Jerez (en Kart Kohut, 2002) afirma que “…sus afanes de experimentación no iban encaminados a realizar una literatura expuesta a permanecer asfixiada en un narcisismo extremo. Por el contrario, sus textos logran muchas veces acusar, denunciar, desenmascarar, mostrar los microscópicos fragmentos que dan sustancia a la realidad, como si fuera otra y distinta” (Jerez, 2002: 102). Más adelante continúa diciendo que “Al comienzo de los años 70 la capacidad creativa de estos escritores adquiere nuevos rumbos, quizá caminos inesperados debido a la presión que ejercen sobre su sensibilidad los ecos de las luchas sociales que conmueven al país y a gran parte del continente” (p. 102). Muchos de escritores debieron enfrentar el exilio durante el gobierno de Pinochet. De esta forma, comienzan a escribir desde distintas partes del mundo, formando una literatura denominada de exilio: “Esta promoción -llamada “la generación del 60”- , además de la proximidad de edades, está unida por su militancia política en el gobierno de la Unidad Popular. Tras el golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Salvador Allende e instauró en el país la dictadura de Pinochet, una gran mayoría tuvo que asumir la infinita tristeza del exilio… (Jozef, 2002: 120). Carlos Cerda (1942-2001), generacionalmente un narrador de los novísimos, trata en su narrativa los acontecimientos que fracturaron la sociedad chilena de 1973. En tal sentido, es destacable su capacidad para transformar la experiencia histórica en ficción, acudiendo a la memoria y a situaciones de orden existencial y sicológicas para lograrlo; con ello despliega una zona de entrecruce de lo literario con la historia política del país de las últimas décadas del siglo XX, donde la violencia, la tortura, el exilio, constituyen los traumas de una sociedad, impulsados por un orden político y cultural represivo. 874
  • 21. 4. EL LUGAR DEL INFIERNO: UNA CASA VACÍA “Las relaciones de la literatura con la historia y con la realidad son siempre elípticas y cifradas. La ficción construye enigmas con los materiales ideológicos y políticos, los disfraza, los transforma, los pone siempre en otro lugar”. (Ricardo Piglia: Crítica y ficción). En la novela Una casa vacía (1996) de Carlos Cerda, asistimos a un mundo narrado que presenta el desborde de los límites de lo humano, para entrar a la experiencia de lo inhumano, que se entiende (y denuncia) contrastivamente en ese posible soñado o esperanzado, mientras apenas se imagina la superación de una experiencia infernal y de terror. El desarrollo de la historia se sitúa en Santiago (Chile) el año 1985. En ella, el narrador presenta mediante diversos indicios, las descripciones del ambiente de la ciudad en lo años previos al golpe militar, en contraste con los años ochenta. Es la dualidad temporal del antes y después que perfila el desacomodo vital de los personajes. En términos amplios, núcleos de acción y las líneas de sentido que ordenan el mundo narrado, se corresponden con la estructura general de la novela, cuyo centro lo constituye un espacio aludido desde el título: Una casa vacía. Esa estructura anticipa y (pre)dispone una marca en la tensión del relato, en otro sentido, vemos en el despliegue del plan narrativo cercanía con el diseño organizador de una obra dramática, donde la puesta en escena se correspondería con las acciones que ocurren en la casa, con distintos núcleos temáticos que se tensionan y articulan: La restauración, La grieta, El derrumbe. Considerando ese orden narrativo, en las páginas que siguen se describen las secciones de la novela, para luego analizar cómo se instala la intriga, según el despliegue de las líneas de cruce de las acciones que impulsan los personajes, las cuales asumen finalmente una función decodificante, haciendo dialogar la vida imaginaria y el correlato histórico. 4.1. LA PUESTA EN ESCENA LA RESTAURACIÓN La novela se constituye mediante la historia que vive el matrimonio de Cecilia y Manuel. Ellos conforman un matrimonio en crisis, que como última alternativa para salvar la relación, aceptan como regalo una casa de parte del padre de la mujer, quien posee una empresa inmobiliaria y la adquirió debido a sus contactos personales. Sin embargo, la propiedad está en pésimas condiciones debido al descuido de sus arrendatarios, por cuanto su dueño, un antiguo amigo, se encontraba exiliado en el extranjero. La trama comienza a mostrar, lentamente, los distintos espacios de conflicto, en la medida que se incorporan los personajes que forman parte del círculo familiar o de amistades, de modo que desde el plano exterior de las acciones se devela y sobrearticulan los componentes que subyacen y perfilan los rasgos sicológicos y el tono emotivo que los acompaña. De esta forma, los problemas que presentan los protagonistas, así como los que viven los personajes secundarios, nos dan cuenta de las conexiones que tuvieron con el proyecto político de Salvador Allende, el nivel de convencimiento y compromiso, la violencia que le dio término. Por otra parte, en un ensamble de tiempos, se narra el nuevo momento social que se vive, los recuerdos que actualizan el ambiente represivo y secretamente violento que se vivió durante la dictadura militar en Chile. 875
  • 22. Al restaurar la casa, Cecilia no sólo atiende a los detalles de decoración, también se preocupa por que su apariencia personal sea consecuente con dicho proceso, todo lo cual debe conducir a que su matrimonio se recomponga. Es por ello que, en principio, esa restauración muestra una equivalencia simbólica que permite visualizar, además, una instancia de poder inequívoco de su padre. Paralelamente, en este capítulo de la novela aparecen Andrés y Julia, quienes fueron invitados a la fiesta de inauguración: Ellos entonces son personajes que articulan la entrada a otro campo de sentido asociado a la recuperación y reencuentro con el pasado. De hecho, y coincidentemente, la casa que Don Jovino le regaló a su hija perteneció a la familia de Andrés, fue su espacio de infancia, de modo que ser invitado a su inauguración le permite acceder a su recordar su niñez y el antiguo barrio. El primero, es un académico e intelectual que debido a sus ideas políticas se ve obligado a exiliarse en Alemania. Luego de doce años llega a Chile, para reencontrarse no sólo con su familia, sino que también con sus amigos y su pasado. En su juventud trabajó como profesor de filosofía en el Instituto Pedagógico; por ese entonces, vivió las agitaciones sociales que ocurrían previos al golpe de estado, participando en una organización política de izquierda. Por las restricciones políticas de la época, Andrés vuelve a Chile con un permiso de sólo quince días, tras los cuales deberá volver a Alemania a seguir con su vida, en otras palabras, deberá romper nuevamente todos los vínculos que logre rehacer en ese breve periodo. Una acción que intensifica sus vivencias corresponde al contacto que tiene con su hijo, a quien dejó de ver a los cuatro años, cuando decidió separarse. El resultado es que no logra un acercamiento genuino, pues el hecho de estar distante por años, rompió los vínculos y complicidad entre ambos, llegando al punto de carecer experiencias en común, de modo que no percibe la posibilidad de concretar un encuentro en que se produzca un acercamiento real. Julia era una abogada que trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad, recogiendo los testimonios de mujeres víctimas de la tortura. Ella había estado muy cercana a Andrés desde su llegada, lo acompañaba a las celebraciones en su honor y la noche de la inauguración también deciden ir juntos. Julia era mujer sarcástica, de buen humor, un tanto loca, según sus amigos y ella misma: “… ella era una de las tantas mujeres viudas, sin pareja, que se pasaban los días en los tribunales, en las antesalas de las cárceles, en las parroquias, e incluso en casas (sus propias casas, o las de sus protegidas) donde la tristeza y el abandono, pegados a cada cosa, hacían patente la ausencia de alguien. Sí, Julia era una de esas viudas… (p.36). Un personaje clave sobre el cual converge la línea estructuradora de la intriga es Sergio, hermano de Andrés. En específico, fue la persona que se quedó a cargo de administrar la casa al dividirse la familia, consecuentemente el dinero del arriendo lo recibía él; sin embargo, Sergio no se quedaba con la mitad del dinero, como correspondía al ser ambos propietarios de la casa, sino que se lo enviaba de manera íntegra a su hermano a Alemania. De esta forma, en principio Sergio se siente conforme, ya que él no sabe, efectivamente, qué es lo que realmente sucede en aquella casa, por lo tanto enviarle el dinero completo a su hermano es sencillamente una forma de ayudarlo. Este hecho marca un eslabón de la intriga, un misterio que se resolverá con un giro imprevisto en la felicidad de la inauguración, el cual cambia la suerte de todos los personajes. Es la anagnórisis en los términos usados para la tragedia griega. 876
  • 23. LA GRIETA Durante la inauguración, los amigos de la pareja, entre ellos el antiguo dueño, recorren la recién restaurada casa. Sus diversos detalles de construcción y diseño, especialmente el número de peldaños de una escala que lleva a un sótano, conducen a que Julia asocie en su memoria el testimonio de mujeres víctimas del régimen militar, y que escuchó mientras trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad. El trabajo que realizaba Julia como abogada, además de tomar el testimonio pormenorizado de las mujeres, tenía como fin descubrir las casas que fueron utilizadas como centros de tortura. Esa experiencia da forma a su personalidad como viuda de un fusilado, sin embargo, el hecho clave es su cercanía alcanzada con Chelita, una de las mujeres torturadas, violada y sometida a la parrilla y a lo que se llamó la “venda sexy”: “Y entonces vamos bajando, entre el final de la escalera y la puerta de la cocina hay otra puerta, Cecilia la abre, los hace pasar y dice esto que lo muestre Manuel, es su gran orgullo, lo que siempre soñó: un cuarto oscuro para revelar sus fotografías, y Manuel toma entonces la palabra: era horroroso, inmundo, lo más deteriorado de la casa. (…) Manuel acerca la mano al interruptor y prende la luz antes de abrir la puerta que lleva al sótano: tengan cuidado, los peldaños son muy angostos y muy altos. Así, Julia, baja con cuidado, y Julia va poniendo cuidadosamente sus pies sobre cada una de las mínimas superficies de concreto, se apoya en el muro, es áspero, es concreto sin estucar… y va contando los peldaños, sin darse cuenta los va contando. Ya falta poco, dice Manuel, son ocho solamente, ya estamos abajo, miren la estantería: el maestro Barraza la terminó en menos de una semana y fíjese que cubre toda la pared, esto ya no es un simple sótano (…). Les muestra una especie de cubículo en el cual no entrará ni siquiera un punto de luz cuando se encierre a revelar sus fotografías” (p. 119) “Son ocho, él dijo que son ocho los peldaños, y Julia se ha vuelto” (p. 119). El antiguo relato de Chelita le permite a Julia establecer el indicio de los escalones como una certeza impactante: que la nueva casa de sus amigos Cecilia y Manuel fue utilizada como lugar de tortura por los militares: “-Entonces los peldaños de la bajada al sótano…esos los conté varias veces, porque la primera noche me caí en esa escala. Por eso prefería saber cuántos me faltaban para llegar abajo. -¿Y cuántos peldaños había, Chelita? -Ocho. De eso sí que estoy segura” (p. 175). El impacto emocional al descubrir la verdad le produce una sensación asqueante, la cual intenta sobrepasar mediante el sueño ayudándose con dormutal, un remedio al que acudía cada vez que esta estaba “colonirritabilísima”. La secuencia asume entonces el carácter de un pasaje de revelación, con el cual Julia no sólo evoca, sino que también somatiza el antiguo horror y el miedo. En este punto, Sergio debe asumir la evidencia que ocultaba, manifiesta en su incomodidad, sensación de culpa e impotencia, pues ante las sospechas que le generaban los arrendatarios, recibió la amenaza directa de los militares, quienes le enrostran que su hermano es un exiliado, de modo que debió inhibirse de cualquier signo de protesta. El componente de intriga se resuelve entonces en el descubrimiento sobre el uso de la casa. El núcleo trágico es que el dinero que recibía por el arriendo le era abonado por el destacamento de torturadores, quienes realizan su labor como funcionarios del estado, cumpliendo incluso horarios de oficina. En otras palabras, Andrés se mantiene en Alemania, paradojalmente, con el dinero de quienes lo exiliaron 877
  • 24. y asesinan a sus opositores. Esa secuencia articuladora abre una “grieta” distinta en el ámbito de las relaciones personales, tensionadas por un conflicto ideológico y moral: don Jovino ve a Cecilia y a Manuel como dos jóvenes profesores de filosofía comunistas, que sólo ven la vida ilusoriamente, sin embargo, es capaz de adquirir casas “quemadas”, que para la época corresponden a propiedades que se usaron como centros clandestinos de detención, y por ese motivo, son vendidas a precios de menor valor. La inferencia no asumida es que el origen de su fortuna deriva de la especulación, la usura y su contacto con los militares. Así, en el momento en que Cecilia se entera de lo que ocurrió alguna vez en la casa, decide enfrentar su mayor temor: cuestiona a su padre por haberle hecho aquel regalo con el conocimiento de lo que allí se vivió. EL DERRUMBE Las diversas secuencias narrativas de la novela convergen entonces en el desenlace de un drama sicológico, un conflicto que al distenderse por la verdad asumida y las decisiones de los personajes, genera el desenmascaramiento y su liberación, cuyo signo excede el contexto político que las genera, desplazándose así el sentido de ese contexto hacia la experiencia de los propios traumas. Entonces, Cecilia, al ver que su padre no es capaz de reconocer lo que ya sabía, decide romper con la vida que lleva. Por primera vez asume que hay errores que se cometen y es imposible dejarlos tal cual; eso implica para ella la posibilidad de libertad, manifiesta en la ruptura de su matrimonio y la distancia definitiva con su padre: “Cecilia decidió prescindir de la protección de don Jovino y también de su propia actitud protectora hacia Manuel. Sentía la urgencia de empezar por fin algo que debió hacer precisamente en los días en que los escarceos amorosos con Manuel fueron acercando-sin que nadie pudiera oponerse- el matrimonio que ahora terminaba de una manera tan triste y al cabo de una agonía tan larga: construir su independencia”(p. 309). “Creyó recuperar su independencia, y a veces sintió que eso era algo parecido a la soledad. Ser más libre abría posibilidades que ni siquiera estuvieron en el ámbito de sus deseos, pero implicaba limitaciones de cuya existencia nunca tuvo idea. Sin embargo, sabía que ser libre era como empezar a vivir” (p. 310). Para el caso de Sergio, su reconocimiento acerca del uso efectivo de la casa, genera la confrontación con su hermano Andrés, quien asume el impacto del espacio de horror en que se convirtió su antigua morada mientras estaba en Alemania. En la práctica, su casa de niñez fue utilizada como lugar de tortura, y él tuvo que irse del país para no vivir esa experiencia de dolor. A pesar de todo, su reacción careció de violencia, en gran medida por los cambios personales que experimentó al vivir situaciones límite igualmente dolorosas, “Ve entonces que la casa, eso que sigue siendo su casa, fue también una víctima de esa barbarie, una nave que se fue hundiendo con su involuntaria tripulación de suplicantes…” (p. 224). Finalmente Andrés deja Chile, conducido por su hermano al aeropuerto, con claras señales de una relación quebrada y escasas posibilidades de volver a ser buenos hermanos. El rito del abrazo desplaza la conversación, aunque no termina por desvanecer su rabia ante lo sucedido, alejándose con la sensación de que el país que abandona nuevamente es “el único territorio definitivamente extraño del planeta” (p. 41). 878
  • 25. 4.2. INTRIGA Y TELÓN DE FONDO “La salvó de la locura una fragancia de pan recién tostado que llegaba desde uno de los departamentos”. El orden narrativo y la disposición dramática que alcanza la trama de Una casa vacía, muestra a personajes que se encuentran en variadas situaciones de vulnerabilidad. El telón de fondo del mundo que se construye es el golpe militar de 1973, una línea de sentido (sobre)entendida, cuyo efecto se manifiesta no sólo en el quiebre de un proyecto político y social, sino que también lleva a la fractura en las relaciones personales, donde deben asumirse la marcas del horror y el desencanto, que terminan por cambiar a los personajes su mirada sobre el mundo, formas ficcionales cuya construcción, analógica con el mundo empírico, nos entrega la “ilusión de realidad”. Así pues, desde las tres secciones de la novela (La inauguración, El quiebre, El derrumbe), vemos que se organizan las distintas instancias que modelan la intriga, implementada mediante mecanismos narrativos que hacen posible la tensión, cuya base encontramos, precisamente, en los cruces entre los personajes y aquello que esperamos ocurra. En tal sentido, el lector se ve sometido a una estrategia en que se le involucra considerando su grado de identificación con ellos, o bien su cercanía o conocimiento de los hechos históricos, que son incorporados con los diversos protagonistas de la intrahistoria, sujetos humanizados en el padecimiento y el límite de su tolerancia para sobreponerse a los traumas físicos y sicológicos. En la perspectiva del discurso narrativo, la transición de las secuencias muestra no sólo la historia ficcionada, sino los espacios que mueven a que se reconstruya el mundo empírico aludido. Al respecto, en esa reconstrucción contribuye dos aspectos: primero, la acción núcleo que abre las diversas secuencias de la trama, se origina por indicios, en segundo término, el control de las asociaciones que el narrador pone en la conciencia de los personajes, hasta llegar a develar el componente temático que los tensiona: la casa que se inaugura (fiesta), sirvió como un centro de torturas e interrogatorios durante el régimen militar (tragedia). A partir de ese momento, los canales de sentido se multiplican o abren, lo cual se expresa en los conflictos que comienzan a sucederse de forma inevitable, las relaciones humanas se ven fracturadas con casi nulas posibilidades de ser restauradas, con señas de dolor, culpa y desesperanza. De esta forma, los problemas que presentan los protagonistas, así como los que viven los personajes secundarios, nos dan cuenta de las conexiones que tuvieron con un proyecto político, su nivel de convencimiento y compromiso, la violencia que le dio término, con los recuerdos que actualizan el ambiente represivo y secretamente violento que se vivió durante la dictadura militar en Chile. La casa es un espacio físico que transformamos en habitable; la novela muestra un proceso inverso, en la medida que ese sentido básico es desplazado, en una decisión pragmática, hacia la materialización de una alegoría física de la crueldad. El arte, la literatura en este caso, adquiere así un fuerte rasgo testimonial, en la medida que desde las estrategias empleadas por Carlos Cerda, hace converger, precisamente, imaginación y memoria, búsquedas formales y temáticas que muestran conflictos humanos y las direcciones inciertas de esa misma historia en la cual se inscribe. También la búsqueda de un mundo que rompa su opuesto, un posible que establece nuevos límites y diferencias, lo que nos pone ante la necesaria resignificación de lo humano. Paradojalmente, mediante un ensamble de tiempos, se narra el nuevo momento social que se vive; es el plano inverso que pone en duda el sentido del pasado ante la idea del “orden y progreso”, el lema de 879
  • 26. la dictadura, un nuevo orden impuesto y un esquema social basado en la promesa de una economía milagrosa. Los alcances del bienestar contenido en una modernidad cuyas propuestas arrasan con la memoria y el contenido emotivo de sus referencias. Es evidente para el lector que el “derrumbe” refiere a la ruptura de expectativas y de las relaciones entre los personajes, lo cual se desencadena en el entrecruce de acciones: la reacción sicológica y emocional de Julia al recorrer la casa, el cambio de suerte que se genera en Cecilia, quien pasa de la felicidad a la desgracia, la dolorosa resignación de Andrés cuyo hermano rentaba la casa al aparato represivo de los militares, el desenmascaramiento de cómo don Jovino obtuvo su poder económico. En definitiva, la secuencia que sintetiza el derrumbe final es que Andrés debe dejar Chile y continuar su exilio, asumiendo una actitud resignada hacia su hermano, con quien habla casi por convención social. Desde otra línea de sentido, la distancia insalvable entre Cecilia y su padre, un hombre preso de sus convicciones conservadoras y cómplice del orden social y económico instaurado por los militares. Entonces la recepción de la novela alcanza eficacia y verosimilitud, de modo que su efecto de realidad instala la compasión como un elemento que termina ensamblando la ficción novelesca con la realidad empírica y el lector. Hacia el término de la novela, la voz narrativa dice: “Si no hay oídos para el dolor, no hay oído verdadero para nada. Todos somos vulnerables a la desgracia. El único consuelo es saber que nuestro lamento será escuchado por un corazón solidario ¿Habrá un corazón solidario abierto a las voces de la casa? ¿Quién es capaz de empujar esa pesada puerta?” A nuestro juicio, las preguntas que hace el narrador, más allá de su carácter retórico o apelativo, insinúan la provocación a que se abra una puerta cerrada, una “pesada puerta”, que obliga al esfuerzo para entrar tal vez al “horroroso Chile” del que hablaba Enrique Lihn. Traspasar el umbral implica ver, más que el derrumbe y el deterioro, la certeza de una huella que registra el dolor y la esperanza de su alivio. Es la catarsis de un país, la purificación de una sociedad que se encuentra en la verdad asumida, antes que el olvido, donde en la simpleza de los gestos cotidianos se encuentre la huella humana que nos conmueva y plenifique. 5. CONCLUSIONES Según el análisis que realizamos, el mundo narrado y el plan de desarrollo de Una casa vacía muestra una estrategia de escritura en que la intriga intraliteraria decodifica y articula los conflictos sociales y personales. Al respecto, es posible observar con nitidez en ello dos dimensiones, cuyos canales de sentido se intersectan: una visión de realidad compleja puesta en las secuencias de la historia, y un proceso de cambios referido que termina por desestabilizar a los personajes. En virtud de este proceso, es posible plantearse la transitividad de la novela, en la medida que aparecen indicios cuyo sentido remite al espacio extratextual, ampliado a su vez por un final abierto que opera como una provocación al lector. Sin duda, las respuestas a la desestabilización y crisis tienen una solución literaria, esto es, el desenlace con factura de drama sicológico. En su reverso, la respuesta empírica al dolor, la soledad, el 880
  • 27. desajuste a los cambios, no pueden sino ser un desafío al espacio social, que por cierto entrega otro tipo mecanismos y que genera desde sus propias orgánicas, en orden a recoger las demandas de quienes fueron víctimas de la violencia ejercida calculadamente. Es así que el valor de las acciones en la narración, si bien vehiculan el transcurso de la historia e imposibilitan la distancia con los personajes, se consolidan en imágenes y representaciones de la realidad -ficticia o empírica-, con las cuales el lector puede describir el mundo social, es decir, elaborar canales de sentido desde la “semántica narrativa”. Con ello, Carlos Cerda nos conduce a una redefinición de lo humano, a pensar en el fondo respecto de los límites en la experiencia con los otros y las tensiones que llevan (pero no justifican) a su ruptura, en otras palabras, hasta dónde es soportable traspasar el sentido de lo humano, más allá de los discursos de los contextos reales, donde encuentra precisamente su sentido. En ese marco, el valor de nuevas certezas resignifican el contenido de los valores culturales que orientan las decisiones de convivencia y el modelo de sociedad que se quiere construir Esto nos hace plantear, finalmente, que en la propuesta literaria de Carlos Cerda vemos converger narrativas múltiples: la ficción literaria, que textualiza la experiencia, donde el escritor se mueve en sus propios dominios para provocar al lector; la historia construida sobre la (im)posibilidad de los metarrelatos que articulaban el diseño político y cultural, cuya discusión se materializa en el análisis del fracaso; el imaginario social y cultural que se instala en la recuperación de la memoria y de la utopía. . BIBLIOGRAFÍA 6.1. CORPUS Cerda, Carlos (1996): Una casa vacía. Madrid: Alfaguara 6.2. FUENTES TEÓRICAS Y ESTUDIOS -Aristóteles (1987): El arte poética. Madrid: Espasa Calpe -Barthes, Roland (1968; 2002): “El efecto de realidad”, en El susurro del lenguaje. Buenos Aires: Paidós. -Doležel, Lubomir (1998): Heteroscópica. Ficción y mundos posibles. Barcelona: Arcos libros -Eco, Umberto (1962; 1990): “La obra como metáfora epistemológica”, en Obra abierta, Barcelona: Ariel. -Fernández Retamar, Roberto (1975): Para un teoría de la literatura hispanoamericana, La Habana: Cuadernos Casa Nº 16 -Ferrada, Ricardo (2009): “Autonomía teórica, sujeto crítico y cultura en los años 60-80”, en El discurso crítico de Octavio Paz, Santiago: Eds. Ariadna. -Goic, Cedomil (1972): Historia de la novela hispanoamericana. Valparaíso: Eds. Universitarias. -Kohut, Karl; Morales Saravia, José (2002): Literatura chilena hoy. Frankfurt/Madrid: Vervuert. Actas del “Simposio Literatura chilena hoy”, 1999, Universidad Católica de Eichsätt. -Martínez Bonatti, Félix (2001): La ficción narrativa. Santiago: Lom. -Moulian, Tomás (1997): Chile, anatomía de un mito. Santiago: Lom. -Piglia, Ricardo (1986; 2001): El último lector. Barcelona: Anagrama. -Pizarro, Ana (2004): El sur y los trópicos. Murcia: U. de Alicante. -Rama, Ángel (1981): Novísimos narradores hispanoamericanos en Marcha. México: Marcha editores -Rojas, Waldo (1995): “Los poetas del 60: aclaraciones a propósito de una leyenda en vías de aparición”, en Poesía y cultura poética en Chile. Santiago: Ed. Usach -Skármeta, Antonio (2001): “Prólogo” a Escrito en L, de Carlos Cerda. Santiago: Aguilar chilena -Todorov, Zvetan (1991): Simbolismo e interpretación. Caracas: Monte Ávila 881