1. INSTITUTO TECNOLÓGICO
DE CELAYA
INGENIERÍA BIOQUÍMICA
FUNDAMENTOS DE INVESTIGACIÓN
ALMOST EASY
TEXTO NARRATIVO
PRESENTA:
CRUZ BADILLO DIOCELINA
CELAYA, GTO. NOVIEMBRE 2011
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ALMOST EASY
Un cachorro es dirigido hacia una pequeña niña. Linda, curiosa de tan solo unos 4
años de edad, aún muy pequeña para saber lo que le viene en el futuro, sin
preocupaciones, sin problemas más serios que tan solo no perder sus juguetes y
cuidar a su nuevo pequeño amigo. Abraza a su padre — ¡Gracias papá, te
quiero!— grita la pequeña niña de pelo castaño, su padre se limita a cargarla y
darle un beso en la mejilla. —Te llamare Sophie— susurró la pequeña a su
cachorro.
Muchas alegrías habrá pasado con su pequeña mascota, corriendo por doquier,
disfrutando a su mejor amiga en todos los momentos. Solía pasearla en el parque
en compañía de sus padres, estos precian muy conservadores y de buen parecer,
claro con una niña tan encantadora como lo era ella no se podría pensar algo
opuesto a ello. Sophie era una pequeña perra, no ocupaba mucho espacio en
casa, era perfecta para la hija y el cuidado del hogar. No era muy escandalosa ni
siquiera lo normal, más bien era pasiva y rara vez daba algún problema.
Los años transcurrían con velocidad, Sophie crecía y crecía aunque su tamaño no
lo demostrara. Ahora su dueña la que fuese una pequeña niña de 4 años ya tenía
edad suficiente para secundaria. Pareciese que la cuidad no hubiera cambiado
mucho, la mayoría de las locaciones seguían intactas en esencia. Solo las
personas cambiaban. Samanta, cierto olvide mencionar el nombre de la niña, pues
ese era el nombre de esa hermosa niña de ojos grandes y claros. Piel lisa y suave.
Ya a sus doce años quizá sabía mucho más que cualquier otro niño de su edad.
Era mucho más inteligente y audaz de lo que aparentaba. Aunque estuviese a
punto de ir a su primer día de secundaria pareciese no le importaba en lo absoluto,
la tranquilidad asomaba por donde fuera que se le viere. Quizá lo único que le
preocupaba era llegar a casa y ver a su pequeña amiguita, si, su Sophie. Nunca
se habría visto tanto amor por una mascota como el que Samanta sentía por su
Sophie.
El primer día de escuela llegó, como le inculcaban sus padres, Samanta se
levantó puntual en la mañana para desayunar y arreglar todo lo que debiera. Iba
con el cabello suelto, casi hasta los hombros, solo un pequeño listón rosa
adornaba su cabellera. No hacía falta más. Por si misma deslumbraba. Desayuno
como de costumbre junto a sus padres, su padre la llevaría al colegio antes de ir a
su trabajo, trabajo del cual él nunca hablaba. Su madre solo sabía lo que él hacía
pero nunca se tocaba ese tema, parecían bastantes felices de esa forma, los tres
o quizá debí decir los cuatro, Sophie era parte importante en el lecho familiar para
todos.
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Era momento de irse, su padre llamo a Samanta para subir al auto, un pequeño
camaro verde. Algo lujoso eso sí, aun así eran una familia bastante humilde y
modesta. Samanta se despidió de su madre y de Sophie, quizá su madre sentiría
algo de celos por la manera tan diferente en la cual lo hacía. Y fue el momento de
partir.
El auto se detuvo en un semáforo, el padre de Samanta le recordaba lo que tantas
veces había escuchado —Pórtate bien, la secundaria puede ser difícil al inicio
pero harás muchos amigos— Samanta a veces no entendía por que su padre le
repetía tanto eso, si bien Samanta no era muy social si tenía algunos amigos y
cuando se lo proponía no le costaba demasiado hacerlos. El semáforo marco en
verde y el auto siguió su curso. Al llegar, el lugar parecía poco amigable, mucho
más frio y silencioso de lo que debería ser una secundaria pensó Samanta. Pero
era el mejor colegio de la cuidad, su padre siempre quiso que tuviera la mejor
preparación para el mundo. Quizá esa no fuera la manera correcta en la cual ella
la tuviera.
Samanta entró con decisión a su salón de clases. Había muchos como ella ahí,
había de todo como en cualquier salón. No tuvo interés ese día de hablarle a
algún otro niño de su clase. Se limitó a seguir el día como cualquier otro, le
parecía bastante patético tener que acudir el primer día de clases cuando en
realidad no hay mucho que hacer. Al salir de la escuela su padre la esperaba listo
recargado de espaldas sobre su camaro. Ella parecía bastante aburrida y
cansada, ni siquiera abrazo a su padre o hizo algún otro gesto de cariño. En
cuanto subió al carro quedo dormida. Al llegar a casa como en automático
despertó y corrió al interior de su casa solo para ver a Sophie, su peluda amiga.
Sophie ya la esperaba con muchas ansias, movía la cola de un lado a otro sin
parar y ladraba de excitación, eran los únicos momentos en los que hacia
escándalo.
Samanta la tomó con sus brazos. — ¡Hola Sophie!— Dijo a la pequeña can. La
tomo y salió a dar un paseo con su amiga por la manzana. Así eran los días se
Samanta en esas épocas, muy aburrida para su escuela, hizo algunos amigos,
pero nadie era como Sophie; ella era especial, muy especial.
Una mañana nublada asomaba en la ventana de Samanta. Le gustaba la lluvia,
correr a través de ella, el aire fresco. Aunque aún no comenzaba a llover esperaba
que así fuese en cualquier instante. Pero el momento no llegaba, ni en la escuela
ni cuando volvía a su hogar. Como de costumbre tomo a Sophie, le coloco su
correa y salió a pasear a los alrededores. Mientras caminaba observaba el cielo,
seguía nublado pero ahora mucho más oscuro, pero no llovía.
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Comenzó a relampaguear, pero aún no llovía. Esto decepcionaba mucho a
Samanta, a Sophie la espantaba la cantidad de ruido producido por tal fenómeno.
Samanta la cargó en sus brazos en todo el camino de vuelta.
Samanta estaba a escazas dos cuadras de su hogar hasta que por fin comenzó a
llover. Se sintió mejor al ver la lluvia caer, las gotas tocar su rostro, su lindo rostro.
Llevaba aun el uniforme escolar y recordó que su madre se enojaría bastante si
llegase empapada con él, así que apresuró el paso. Caminaba y caminaba, y la
lluvia comenzaba a desatarse con más ira. Hay ocasiones que lo que uno quiere
empeora hasta convertirse en algo insoportable pensó Samanta.
Llegó corriendo a su casa abriendo la puerta lo más rápido que pudo. —Hemos
llegado Sophie, ¡Mama, papa ya legue!— gritó la pequeña pero nadie contestó.
Corrió a la segunda planta por las escaleras en busca de alguien o algo. Cuando
abrió el cuarto de sus padres los vio acostados, parecían dormidos. Algo no
estaba bien. Los llamó y no contestaron. Se acercó a ellos y levantó la cobija.
Yacían ahí con un hueco en la frente, la sangre aun brotaba por chorros. Samanta
quedó en shock, sus ojos se llenaban de terror y lágrimas. Comenzó a gritar
dejándose caer en sus rodillas. Sophie se acercó cautelosamente a su lado,
pareciese como si sintiera totalmente lo que ella. Samanta siguió llorando,
llamando a sus padres sin respuesta. Volteó a ver el rostro de su padre, le toco su
mejilla con su mano y mientras lo hacía sentía que algo presionaba su brazo,
cuando miró era el brazo de su padre, ensangrentado. Recorría su mirada a través
de la mano que la sujetaba, después el brazo hasta ver un rostro totalmente
desfigurado y sonriente. — ¡Ven con papa mi pequeña niña! — dijo el cuerpo
desfigurado que yacía en la cama. Samanta gritó de terror mientras por la boca de
su padre brotaban chorros de sangre. La apretaba más fuerte con su brazo, ella
intentaba librarse sin éxito. La acercaba hacia el cada vez más y más. Ella gritaba,
lloraba, no había manera alguna de expresar el terror que sentía al ver tal ser y
cuando estuvo frente a frente vio como de su boca salían pestes, el solo sonreía.
Esbozó un gemido, abrió su boca y se lanzó a morder a Samanta. Oscuridad es lo
que siguió.
Un rayo de luz asomaba en la habitación, todo parecía borroso pero comenzaba a
aclararse. Otra vez la misma pesadilla pensó Samanta con una gran agitación en
su pecho. —Es la quinta vez esta semana— Se dijo a si misma mientras se
levantaba y caminaba hacia su baño. Dieciséis años tendría ese rostro hermoso
que asomaba en el espejo. Seguía de cierta manera igual que hace 4 años, claro,
mucho más desarrollada por la adolescencia. Solo ahora que sus ojos no parecían
tener ningún ápice de alegría. Nunca pudo superar la trágica muerte de sus
padres, habían sido asesinados a sangre fría en su propia cama.
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Las pesadillas la abordaban frecuentemente. Recordaba con mucha tristeza a
Sophie, nunca la volvió a ver después de ese día. La encontraron en shock tirada
en la recamara de sus padres y la trasladaron a un hospital. Nadie reporto algún
perro en la casa, ni nunca más se volvió a ver a Sophie por los alrededores.
Los antidepresivos no eran suficientes para Samanta, estaba demasiada
acostumbrados a ellos, no parecían hacerle efecto ya. Los doctores insistían en
que su situación mejoraría pero ella no lo creía así. —Esta noche lo haré— Se
dijo.
Las personas no la comprendían en lo absoluto —Estarás bien, todo mejorara,
serás feliz— Basura creía ella. Nadie comprendía jamás la tristeza que abundaba
dentro de ella. Por años soporto tener que vivir en otra casa, con otras personas,
escuchando siempre lo mismo de sus doctores, de sus psiquiatras.
Cada noche que tenía esa pesadilla sentía como el corazón se le salía, las
lágrimas ya no brotaban. Todo era gris u obscuro. Lo tenía todo y lo perdió todo.
Maldecía a diario a los asesinos de sus padres, nunca los atraparon, nunca supo
siquiera el motivo de tal altercado. Solo le quedaba una opción. Era una muerta en
mundo de vivos. Quizá debería hacer lo que su padre le decía en cada pesadilla
que tenía. — Sería más fácil, más fácil— se repetía dentro de sí misma.
Sus tíos eran bastantes descuidados, nada que ver con sus padres. Tomó el
revolver oculto de su tío y se dirigió a su habitación. Se recostó en su cama, tomó
el revolver con su mano derecha y la coloco dentro de su garganta y cuando
estuvo a punto de disparar por instante y tan solo por un instante se conmovió al
ver la imagen de sus padres parados en su habitación, Sophie entro corriendo
como si aún fuera la misma de hace 4 años. Se les veía felices tan felices. Las
lágrimas brotaron de sus ojos. —Hubiera sido más fácil contigo Sophie, mucho
más fácil. — Vio como sus padres se acomodaban a su alrededor, Sophie de un
brinco subió a su pecho. La conmoción era enorme. — Te amamos hija— dijo su
padre a la vez que su madre asentía con la cabeza. Una última vez miro a su
pequeña mascota, su amiga. — ¿La vida es injusta, no? Hasta ahora. — Un
sonido ensordecedor se escuchó, mientras a su cuerpo se le iba la vida, una vi da
llena de dolor.
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