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16.08.2007 | Clarin.com | Sociedad



TENIA 62 AÑOS Y UNA VASTA OBRA ENSAYISTICA




Murió la psicoanalista Silvia Bleichmar



Sus pasiones fueron el psicoanálisis y el destino de la Argentina.




Héctor Pavón
¡Error! Marcador no definido.




“Fuerte pero apenada", así pasó sus últimos días la psicoanalista Silvia Bleichmar.
Falleció ayer por la tarde en su casa a los 62 años. Allí se despidió de su familia, y
allí sufrió los últimos embates de esa enfermedad que suele ser retratada como
penosa y larga. Dejó una familia frondosa y conmovida: marido, tres hijos y siete
nietos.

Su hija Marina dice que por momentos se entristecía porque sabía que iba a
perder aquello que disfrutaba. Sin embargo, estuvo trabajando hasta los últimos
días en ensayos sobre sus pasiones declaradas: el psicoanálisis y la Argentina.

Hacia 1960, Bleichmar partió de su Bahía Blanca natal hacia Buenos Aires para
estudiar sociología y psicología en la UBA. Los sesenta la encontraron militando
en movimientos estudiantiles y en los setenta la dictadura militar la llevó al exilio
mexicano. Poco después partió hacia París a estudiar con Jean Laplanche, el autor
del Diccionario de Psicoanálisis. Recientemente Laplanche la había elogiado y
recordaba con estima a quien había sido su discípula. Bleichmar volvió a la
Argentina en 1986.
Fue una psiconalista que sacó el consultorio de la abstracción psi y lo vinculó con
los problemas sociales de la época. Los nuevos y los que ya estaban
compenetrados en la sociedad. Trabajó para la UNICEF dirigiendo el programa de
asistencia psicológica a las víctimas infantiles del terremoto de 1985 de México;
formó parte del proyecto de ayuda psicológica a los afectados por la bomba que
destruyó la mutual judía AMIA en 1994. Pero donde confluyeron sus dotes de
psicoanalista preocupada por lo social y su estilo ensayístico fue en Dolor país
(Libros del Zorzal), un libro pequeño pero contundente donde analizó la crisis del
2001 y de los meses siguientes y donde subrayó la necesidad de anteponer las
subjetividades a los crudos números del riesgo país. El libro fue publicado en
Francia, donde también se han editado libros suyos de psicoanálisis.

Hasta estos días dio clases en la Facultad de Psicología de la UBA y en la de
Córdoba; también enseñó en otras universidades nacionales y extranjeras. En los
últimos meses recibió dos menciones que coronaron su carrera en lo profesional y
en lo personal; en 2006 recibió el Premio Konex en Psicología y el 10 de mayo de
este año fue distinguida como Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

Hasta hoy a las 14.30 es velada en O'Higgins 2842, Belgrano. A las 15.30 sus
restos serán inhumados en el Cementerio Jardín de Paz de Pilar.



Viernes, 17 de Agosto de 2007




LA MUERTE DE la Psicoanalista SILVIA BLEICHMAR




La mujer que escribía sin aliento


Hábil intérprete de la sociedad argentina en Dolor país, la autora de La
fundación del inconsciente murió a los 62 años. Como ensayista, analizó
“las reservas fenomenales de la gente”.




Por Silvina Friera
Es imposible olvidar su voz grave, su intensa pasión y su rigor intelectual. Se
atrevía, con una velocidad de reacción pocas veces vista, a practicar un
pensamiento casi instantáneo sobre la actualidad argentina, un riesgo que ella
asumía con la profunda convicción de que las huellas frescas de los padeceres del
presente, que cincelaban sus textos, no deberían obturar la posibilidad de
reflexionar. Cuando muchos intelectuales esquivan las demandas de la realidad
con esa inquietante respuesta que daba Bartleby (... preferiría no hacerlo), Silvia
Bleichmar las enfrentaba con un punto de vista anclado fuertemente en la
subjetividad, como cuando señalaba que el gesto de su vecina, que pedía limosna
no para comprar pan sino medialunas, era una afirmación de su voluntad de
rehusarse a una desidentificación de sí misma. La psicoanalista y autora de Dolor
país murió el miércoles por la tarde en su casa, a los 62 años. Resistió el cáncer
con fortaleza, trabajando hasta los últimos días en ensayos sobre psicoanálisis y
dando clases en la Facultad de Psicología de la UBA y en la de Córdoba.




Había nacido en Bahía Blanca en 1944. En esa ciudad transcurrió su infancia y
adolescencia, hasta que en 1960 llegó a Buenos Aires para estudiar sociología y
psicología en la UBA. Su acercamiento al psicoanálisis se produjo en un momento
de plena fractura de los paradigmas kleinianos. Con la llegada al país de la
revolución lacaniana, Bleichmar se aproximó a Lacan a partir de la vertiente
Althusser-Sciarreta, que constituyó un polo de discusión muy importante en el
establishment psicoanalítico de lo años ’60. A pesar del impacto que ejerció sobre
ella el discurso de Lacan, el dogmatismo lacaniano le producía una sensación de
incomodidad. Tenía la impresión de que se movía cómodamente en el interior de
enunciados cerrados. A la hora de enumerar los pilares de su formación, ella
mencionaba las influencias de la epistemología de la segunda mitad del siglo XX –
Bachelard, Canguilhem– y el marxismo de Habermas y Adorno, en el marco de lo
que se llamó pensamiento post-metafísico.
En 1976 se exilió en México, donde residió hasta 1986, cuando decidió regresar al
país. En Francia, donde viajaba cada tres meses, realizó el doctorado en
Psicoanálisis en la Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche,
autor del Diccionario de Psicoanálisis. “Yo vengo a verlo porque usted es el más
freudiano de los lacanianos”, recordaba la psicoanalista su primer encuentro con
Laplanche. En el cambio de figuritas, él le aclaró: “No, yo soy el más lacaniano de
los freudianos”. Autora, entre otros títulos, de La fundación del inconsciente y
Clínica psicoanalítica y neogénesis, Bleichmar fue profesora de diversas
universidades nacionales y del exterior (España, Francia, Brasil y México) y
trabajó en la dirección de los proyectos de Unicef de asistencia a las víctimas
infantiles del terremoto de México de 1985 y en el proyecto de ayuda psicológica
a los afectados por la bomba en la AMIA (1994). En 2006 recibió el Premio Konex
de Platino en Psicología, y en mayo de este año fue distinguida como Ciudadana
Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.




Cuando hace casi siete años todos hablaban obsesivamente del riesgo país,
Bleichmar observó que se estaba midiendo el riesgo país, pero sin reparar en la
cuota de sufrimiento que los argentinos estaban pagando. Los diez textos que
integran Dolor país (Libros del Zorzal) fueron calificados por la crítica como “un
profundo y comprometido ensayo sobre la realidad argentina y su impacto en la
subjetividad”. En No me hubiera gustado morir en los ’90, publicado el año
pasado por Taurus, exploraba las consecuencias que tuvo el retiro del Estado en
la subjetividad, pero sin perder de vista lo que ella denominaba las reservas
fenomenales de la gente. Era capaz de meter el dedo en la llaga profunda de los
conceptos fascistas que abundan en la clase media respecto de lo que deben
hacer los pobres con el dinero que reciben. “¿Por qué no pueden comprar
vino? ¿Por qué no pueden tener un televisor? Ahí está la concepción
biopolítica: lo mantengo con vida en el horizonte de los límites mismos
de la supervivencia, pero no tiene derecho a una copa de vino, a comer
algo muy rico. Condenar a los pobres a la supervivencia biológica es
deshumanizarlos”, decía Bleichmar a Página/12. También en esa entrevista
afirmaba que no se consideraba kirchnerista. “Puedo colaborar porque pienso
que hay buenas intenciones en educación, en cultura, pero no me
embanderaría en una propuesta política mientras la sociedad civil no
logre una politización más alta o saludable.” Bleichmar nunca cedió su
máquina de pensar. “Escribo sin aliento, y la gente lo lee del mismo modo.
La gente no me felicita, me agradece”, contaba Bleichmar.
Silvia Bleichmar fue declarada ciudadana ilustre
de Buenos Aires May 13, 2007
El pasado jueves la Legislatura de la ciudad otorgó la distinción de ciudadana
ilustre de la ciudad de Buenos Aires a la psicoanalista Silvia Bleichmar.




Nacida en la ciudad de Bahía Blanca en 1944, estudió Sociología y Psicología en la
Universidad de Buenos Aires donde participó del movimiento estudiantil de los
años ‘60. En 1976 se exiló en México, desde donde concuyó su Doctorado en
Psicoanálisis en la Universidad de París VII.




En México asistió a las victimas del terrorismo de estado argentino y también
dirigió para UNICEF un programa de asistencia psicoanalítica a los niños afectados
por el terremoto de México de 1985. También trabajó con las victimas del
atentado a la AMIA en 1994.




Con una veintena de libros publicados (10 en coautoría) Silvia Bleichmar es una
de las más reconocidas intelectuales argentinas, referente obligado en lo que a
ética en la sociedad contemporánea se refiere, su trabajo es uno de los más
reconocidos en América Latina.




La Fundación Kónex la destacó con el




La ceremonia de entrega de la distinción se llevará a cabo el miércoles 30 de
mayo a las 19 hs en el Salón Dorado de la Legislatura porteña.




Para quienes deseen internarse en su pensamiento, SIlvia tiene su propia página
web con reportajes y artículos publicados :
La ficha
Silvia Bleichmar nació en Bahía Blanca, se graduó de Psicóloga en la Universidad
de Buenos Aires y se doctoró en Psicoanálisis en la Universidad de París VII, bajo
la dirección de Jean Laplanche. Actualmente se desempeña como docente en
universidades de la Argentina, España, Francia, Brasil y México. Es autora de
numerosos artículos aparecidos en periódicos y revistas especializadas del país y
del exterior. Entre sus libros de psicoanálisis se destacan En los orígenes del
sujeto psíquico, La fundación del inconsciente y Clínica psicoanalítica y
neogénesis. En el año 2002 publicó Dolor País (Libros del Zorzal), un conjunto de
ensayos que reflejan su aguda visión sobre una de las crisis más profundas de la
sociedad argentina. Entre sus actividades extraacadémicas ha tenido a su cargo
la dirección de proyectos de Unicef de asistencia a las víctimas infantiles del
terremoto de México, en 1985, y del proyecto de ayuda psicológica a los
afectados por el atentado a la AMIA, en 1994.




El debate de la violación
En una entrevista reciente, Héctor Tizón declaró al diario Clarín que intervino en
la etapa final del juicio a Romina Tejerina, y aseguró que “no hubo violación ni
remotamente”. ¿Qué opina usted?
–Las afirmaciones de Tizón muestran la imposibilidad de erradicar la ideología de
la aplicación de la ley. La ley recubre parcialmente al derecho. No hay transmisión
de la ley sin implicación subjetiva; los sujetos operan con sus representaciones en
la aplicación y en la interpretación de la ley. El problema es si la ley va a
contemplar el derecho y hasta dónde. En el caso del aborto por violación es
indudable que la aplicación de la ley no recubre el derecho del sujeto. Lo que dijo
Tizón le corresponde como sujeto ideológico y no como juez: él considera
violación la intromisión en el cuerpo y no la subordinación del sujeto al deseo del
otro. Lo brutal de la violación no es solamente la intromisión en el cuerpo. La
penetración implica que el cuerpo de alguien sea empleado como medio de goce,
sin tener en cuenta que está habitado por un sujeto. Una mujer abusada, aunque
no sea genitalmente violada, es violada en su intimidad en el sentido más amplio
del término.




Caídos y orgullosos
¿Por qué afirma que nuestros héroes no son los que triunfan sino los que
remontan la caída?

–En un país donde tuvimos tantas derrotas, cualquier cosa que haga un
argentino, y sobre todo en el exterior, se lo vive como un triunfo sobre un destino
trágico. Nos ponemos muy orgullosos cuando podemos demostrar al mundo que
no somos una manga de harapientos e inmorales. Amamos profundamente a los
que se reponen sobre esa adversidad que nos marca. Me pareció un gesto de
madurez enorme que la Selección Argentina fuera bien recibida, pese a haber
sido derrotada, porque se le reconoció el esfuerzo que hizo por primera vez en el
país. Hubo grandeza en la recepción y en este aspecto dimos un ejemplo de
madurez muy importante.




Martes, 22 de Agosto de 2006
SILVIA BLEICHMAR Y LAS COORDENADAS SOCIALES DEL
NEOLIBERALISMO

“Para
    poder pertenecer hay que dejar de ser uno
mismo”
La psicoanalista no deja de observar el “factor esperanza” de los tiempos
que corren, pero su libro analiza descarnadamente los efectos de la
última gran crisis: “Cuando una parte de la Argentina se estabilizó un
poco, se quisieron borrar los restos del deterioro del país, el residuo de la
historia”.




Por Silvina Friera




“Los intelectuales deben ceder los pensamientos, pero no la máquina de pensar”,
señala Bleichmar.




Hábil lectora de los síntomas sociales y aguda analista de los sentimientos
colectivos, la psicoanalista Silvia Bleichmar dice que la esperanza está renovando
al país y al continente. Entre los estertores del siglo XX y los gemidos del siglo
XXI, parece esbozarse un nuevo horizonte de mayor dignidad, con más conciencia
de la solidaridad continental y menos relaciones carnales. Pero si hace cuatro
años, cuando publicó Dolor país, se atrevió a formular y explicar las causas de la
crisis con la rapidez que imponía la coyuntura, ahora en No me hubiera gustado
morir en los 90 (Taurus) profundiza en las consecuencias que tuvo el retiro del
Estado en la subjetividad –el saldo objetivo de millones de desocupados, un
altísimo nivel de pobreza, una educación degradada–, pero sin perder de vista lo
que ella llama “las reservas fenomenales” de la gente. La recuperación del “valor
esperanza”, que el cuerpo agobiado de la sociedad civil encuentre un alivio, una
brecha, no convierten sin embargo a la psicoanalista en una intelectual
complaciente y satisfecha. No deja de advertir que la política ha dejado de
entusiasmarnos, aunque algo perdura “como una chispa debajo del carbón que
ahoga”, que la apatía pareciera desplegarse más en aquellos que intentan
conservar lo poco que les queda y que las clases medias convalidan la exclusión
social y la deshumanización a través de la caridad.




Bleichmar sostiene que cuando se pone el acento en la corrupción “se espera un
sistema neoliberal que no sea corrupto, pero no que no sea inmoral, aunque es
imposible que no lo sea con el tipo de distribución que hace y con los niveles de
explotación salvaje a los que llega”. La autora añade que el problema de la
exclusión es la negación del derecho a la existencia simbólica y la reducción del
otro a su cuerpo biológico. “Hasta la inclusión pasa por modos de
desubjetivación; el costo de la inclusión también es muy alto”, explica a
Página/12. “Para poder pertenecer e insertarse hay que dejar de ser uno mismo y
aceptar formas de acoso laboral, no solamente sexual, que son profundamente
irrespetuosas y deshumanizantes, y no estoy hablando de los sectores
tradicionalmente obreros sino de todo lo que implica el trabajo intelectual. Hay un
proceso de desubjetivación que es el eje principal de la problemática de la ética.
El debate tiene que ser alrededor de qué tipo de país y de ciudadanos queremos
construir.”




–¿Cree que el Gobierno está habilitando este debate?

–No, más allá de que el Gobierno está poniendo bastante el acento en los
procesos de inclusión. Al menos aparece en el discurso; el problema está en si
puede ser resuelto en el marco de las reglas del sistema económico vigente. En
este momento los derechos civiles pasan a ser derechos humanos porque alguien
que está desocupado definitivamente entra en un nivel de marginación de la
producción, de los enlaces que produce el trabajo, de la representación de sí
mismo, que padece un proceso de aniquilamiento simbólico; no es sólo un
problema de supervivencia material.




–En el 2002 el lema solidario era “piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”.
Daría la impresión de que se pasó de la compasión a la caridad.

–Totalmente. Cuando una parte de la Argentina se estabilizó un poco, se quisieron
borrar los restos del deterioro del país. Hago una comparación terrible: cuando la
gente pide que saquen a los piqueteros de las calles, es como cuando los judíos
polacos salían del gueto y los polacos los miraban con asco y horror porque
estaban sucios y mal alimentados. Es como si se pretendiera barrer los residuos
de la historia, cuando en realidad no son residuos sino seres humanos. Una de las
cosas que impresiona en el país es la pérdida de un proyecto nacional
compartido. Hay una verdadera despolitización en el sentido de que todavía no
hay una idea de que se puede incidir en las grandes cuestiones nacionales. La
gente no discute el problema de la justicia, de los superpoderes. Esto lo plantean
los diarios, pero no está en la agenda cotidiana.




–¿Qué temas integran la agenda cotidiana de la gente?

–Se ha instalado la inseguridad, cuando hay que variar el orden y poner en el
centro la cuestión de la impunidad. El problema de la inseguridad es un residuo
muy claro de la impunidad, con lo cual mientras se siga discutiendo la inseguridad
no se va a poder llegar a ningún punto. Todavía no hay una perspectiva
compartida y nacional de qué es lo que la determina y cuál es la manera
realmente de resolverla. No considero que la pobreza genere delito, lo que genera
es la enorme frustración y la rabia acumulada por las promesas incumplidas en
un país que ha quedado partido en dos.




–¿A qué le temen, concretamente, las clases medias?

–Los sectores medios viven aterrados por el miedo de caer en el desempleo. En
una sociedad en la que desaparecieron los productores y lo que existe son los
consumidores, el terror a caer de la cadena productiva es muy alto, a tal punto
que poseer un celular o una tarjeta de crédito es un símbolo de pertenencia.




–¿La cultura dejó de brindar esa pertenencia?

–Sí, salvo para sectores minoritarios. Lo que quiere un chico para ser reconocido
es ser un gran deportista; las chicas aspiran a ser modelos, pero no aparece en
los jóvenes la idea de realización intelectual.




–¿Es el final de “m’hijo el dotor”?

–A esta altura no le importa a nadie, sobre todo cuando un médico residente gana
1100 pesos por mes. Nadie tiene la certeza de cuáles son las áreas de producción
que van a sobrevivir y de qué manera. Pero nuestro gran problema es haber
devenido “la Malasia intelectual del mundo”.




–¿Cómo es eso?

–En lugar de producir prendas, producimos proyectos intelectuales. Estudios de
arquitectura argentinos hacen los planos y los dibujos para arquitectos del primer
mundo, a precios bajísimos, de construcciones que nunca van a ver.
Suministramos cada vez más instrumentos de trabajo y no formas de
pensamiento, porque en realidad lo que se está formando son capataces del
tercer mundo a nivel intelectual. En el libro cuento algo que me conmovió mucho.
Cuando volví a la Argentina en 1986, en una frutería de San Juan y Boedo había
escrito en un pizarrón: “Señora, ¿quiere que su esposo cante como Plácido
Domingo? Llévele nuestro melón rocío de miel. ¿Quiere que su hijo gane el
Premio Nobel? Llévele nuestros duraznos priscos”.




–Parece una anécdota del ‘40 o del ’50, del siglo pasado y no de hace 20 años...

–Exactamente, y esto fue en los ‘80, donde todavía estaba esa fantasía de un hijo
que ganara el Nobel o de un marido que cantara como Plácido Domingo. Hoy los
padres les dicen a los hijos que se tienen que formar para “ganarse la vida” y no
el Premio Nobel, con lo cual el terror a caer de la cadena productiva marca una
economización precoz de la infancia y de la adolescencia.




–¿Este terror es consecuencia del pragmatismo de los ’90?

–Sí, y del modelo neoliberal, porque no hay existencia que no sea a través de
ciertos paradigmas de inserción vinculados con el consumo y con la capacidad
adquisitiva. Las madres no les dicen a los hijos: “Si robás, me muero de
vergüenza”, sino “Si robás te echan del colegio”. El imperativo categórico
desaparece y lo que queda es algo del orden de la pragmática: las acciones no se
realizan no porque sean inmorales en sí mismas, sino porque podrían traer
problemas.
–¿Por qué la sociedad argentina apela tanto al argumento del ingenuo, el “yo no
sabía nada” durante la dictadura?

–El argumento de la ingenuidad es una forma de reconocer el horror sin asumir la
responsabilidad que implica haberlo tolerado. Cerrar los ojos ante el asesinato del
otro es algo terrible. Yo espero que el día que alguien confiese lo haga con culpa.
Acepto que alguien diga que no sabía como disculpa, pero no como exculpación,
que es muy diferente.




–¿Siente que Kirchner es un par de los ’70, de su generación?

–No tengo la menor duda de que si hay algo que está claro en este gobierno es la
protección de los derechos humanos. Pero no hay coherencia entre la forma con
la que se encara la impunidad policial del gatillo fácil y la reivindicación de las
víctimas de los ’70. Hay una coherencia en las lealtades hacia mi generación,
pero falta la coherencia del proyecto generacional. Respeto mucho la política de
derechos humanos de este gobierno y entiendo la perspectiva gozosa con que la
asumen Madres y Abuelas, pero al mismo tiempo me preocupa que no se ponga
coto a ciertos aspectos de impunidad y a bolsones de fascismo que el país
arrastra.




–¿Por qué cuesta tanto extirpar esta impunidad?

–El poder es impiadoso con la moral, siempre obliga a transacciones, es
inevitable. Sé que hablo desde una posición de comodidad porque no he tenido
que involucrarme en actos de poder, pero tengo una mirada de mucha
benevolencia por quienes honestamente participan y al mismo tiempo se ven
obligados a pensar alianzas que los juntan con malvados y perversos. Este país
viene de períodos tan complejos que el proceso es muy difícil de sanear. Los
focos más brutales del poder patriarcal se han instalado siempre en el interior, y
la Argentina es un país que se ha demostrado ingobernable sin alianzas con ellos.
Pero siento que el Gobierno ha dado pasos que para mí son importantes.




–¿Se definiría, entonces, como una kirchnerista crítica?

–No, no me considero una kirchnerista. Tengo respeto por el Presidente, que no
es lo mismo que ser una kirchnerista. Y la diferencia está en que los intelectuales
tienen que ceder los pensamientos, pero no la máquina de pensar. Los
instrumentos de producción no se pueden ceder. Puedo colaborar con los
ministerios y en todo lo que se me solicite porque pienso que hay buenas
intenciones en educación, en cultura, pero de ninguna manera me embanderaría
en una propuesta política mientras la sociedad civil no logre una politización más
alta o saludable. Yo me embanderaría en un proyecto, que es muy diferente.




–¿Cree que hay una recuperación del papel del Estado?

–Sí, pero las críticas de la clase media al dinero que gasta el Estado en ayudar a
los desprotegidos dan cuenta de que la sociedad todavía no se hace cargo de que
su bienestar está montado sobre el malestar de una enorme masa de gente. En
algunos puntos el Gobierno ha estado más avanzado de lo que se le permitía.
Todos los créditos para la vivienda que el Gobierno dio tienen como eje el criterio
de la dignidad, que pone en cuestión lo que muchos plantean: que a los pobres
hay que darles viviendas de segunda categoría.




–Este es el pensamiento de los sectores medios. Si le dan dinero a alguien que
está pidiendo y se va a comprar vino, el comentario es: ¡Qué barbaridad, tendría
que haberse comprado pan!

–Totalmente, ¿por qué no puede comprar vino? ¿Por qué no pueden tener un
televisor? Ahí está la concepción biopolítica: lo mantengo con vida en el horizonte
de los límites mismos de la supervivencia, pero no tiene derecho a tomar una
copa de vino, a comer algo muy rico. Sólo tiene que nutrirse para seguir vivo. Es
brutal, es una concepción fascista. Condenar a los pobres a la mera supervivencia
biológica es deshumanizarlos.




El Inconsciente
ENVIDIA Y CARIDAD: DOS CARAS DE LA MONEDA


                                                      Por Silvia Bleichmar
Semejanzas y diferencias entre la envidia,
la caridad, la solidaridad y los celos.


¿Qué sentimiento enaltece más al sujeto, cuál al objeto? Envidia y
caridad, no es absurdo considerarlas dos caras de la misma moneda, o el
reverso la primera de la segunda. A diferencia de la solidaridad, cuyo
ejercicio está marcado por el reconocimiento del semejante, por la
injusticia de la cual es objeto y por una voluntad de reequilibramiento de
sus derechos desbalanceados, la caridad implica asimetría y usufructo de
la misma: se le da no sólo al que tiene menos, sino "al que es menos",
"a los pobres", a los desposeídos, a los que sólo cuentan con la ayuda
del otro porque sus recursos propios no pueden sostenerlo. ¿Por qué
habría, necesariamente, que implicar agradecimiento entonces, si en su
ejercicio se señala la condena a la desnivelación subjetiva en que queda
colocado el supuesto beneficiario? Se debería, en realidad, pedir perdón
por dar, por ese ejercicio terrible de soberbia que implica tener de sobra
cuando el otro nada tiene, y aún por el hecho de que eso que damos no
significa, en absoluto, que nos quedemos sin nada.




Porque en realidad lo que damos no nos despoja sino que nos enriquece,
en razón de que incrementa nuestro valor moral, nuestras acciones ante
la instancia que nos premia –sea ella del orden intrasubjetivo, moral, sea
del orden trascendente, divino-. La envidia, por el contrario,
paradójicamente, y aunque pase por la denigración que se ejerce, da
cuenta de la sobrevaloración del otro, y no de lo que posee. Es indudable
que nunca se envidia el objeto sino la significación que este tiene en el
orden inter-subjetivo.




A diferencia de los celos, que llevan la marca del amor, que dan cuenta
del deseo de posesión de un objeto humano, no puramente material, que
se considera propio –no se cela sino porque un tercero intenta
apropiarse de aquel que nos pertenece, o porque se ha apropiado de él–
la envidia recae sobre el otro en tanto poseedor de aquello que se
considera un don que le brinda el brillo del cual uno se supone carente.
La envidia es así, odio decantado, destilado pasional, arrasamiento del
yo; porque quien envidia, en realidad, ya siente que es nada salvo que
posea aquello que el otro tiene y a lo cual codicia. El objeto es un
"significante", como se acostumbró a decir a fines del siglo XX: la marca
que emplaza a alguien ante sí mismo por relación al otro: si lo tengo –
ese objeto– seré él, tendré su lugar, seré mirado como lo miro, como lo
miran. A partir de esto, la paradoja: la denigración que se ejerce cuando
se descalifica a quien se envidia es sólo un intento de restitución del
narcisismo propio: "En realidad, él o ella no valen nada, y todo lo que
tienen es basura, y lo que obtuvieron no sirve de nada…" modo
paradigmático de ejercicio de la envidia que da cuenta, por el contrario,
del sentimiento de aniquilamiento que vive quien la padece.




Porque la envidia tiene un prerrequisito: y es la posibilidad de
intercambiabilidad con el otro, la convicción de que aquello que tiene lo
podría haber tenido quien codicia el atributo envidiado. Los siervos de la
gleba no envidiaban al señor feudal, ni los campesinos a sus reyes,
porque tenían la convicción de que habían nacido en lugares diferentes,
que el orden establecido los había colocado en esa posición, y que no
había razones para soñar siquiera con la posibilidad de tener lo que el
otro tenía. La envidia no transgrede más que en el borde el principio de
realidad, no se establece sino sobre la base de una cierta convicción de
simetría que conlleva la injusticia. Razón por la cual es frecuente la
envidia entre hermanos, ya que habiendo partido del mismo lugar, el
hecho de que uno de ellos tenga algo que no se tiene, confirma el
supuesto que ello obedece a un reparto mal establecido.




La envidia tiene, entonces, como base, la convicción de la injusticia. Por
eso convoca a la violencia, porque esa desigualdad –real o imaginaria,
supuesta o verdadera– es de hecho un daño de partida. Si la igualdad de
oportunidades prometidas culmina en desigualdad y sufrimiento, ¿por
qué asombrarnos de la emergencia masiva de sentimientos
profundamente destructivos en aquellos que han sido despojados y que
se sienten víctimas de tal despojo? ¿De su amenazante deseo de
reconocimiento, de la destructividad con la cual atacan en muchos casos
los bienes y vidas de otros?

Sólo la convicción de una reparación de la injusticia, no de una
redistribución caritativa, es capaz de paliar la envidia como sentimiento
arrasador que conlleva la destrucción del otro y del objeto deseado. La
conservación de bienes y vidas pasa entonces no por el atenuamiento
caritativo de la desigualdad sino por la garantía de un proyecto de
inclusión no sólo biológico sino subjetivo; vale decir, por la restitución de
la condición de ciudadanos de derecho para quienes sienten que su amor
ha quedado desarticulado por la decepción que los conduce a una furia
arrasadora.




Silvia Bleichmar es doctora en Psicoanálisis de la Universidad de París
VII, Docente de postgrado de universidades del país y del exterior.
Autora de La fundación de lo inconsciente y Dolor país, entre otros libros.
Jueves 31 de Mayo de 2007 Jueves 31 de Mayo de 2007




 Fotos




 ¡Error! Marcador no
 definido.¡Error!
 Marcador no definido.
 Foto: Kovensky




La política es impiadosa con la moral
Por Silvia Bleichmar
Para LA NACION




Desde el escepticismo a la suspicacia, los argentinos vamos recorriendo la gama
de posibilidades de una filosofía cotidiana que, si tiene su espacio paradigmático
en los cafés y taxis, tiñe todos los intercambios en los cuales, muchas veces,
basta un gesto de hombros acompañado de un retraimiento de mentón para que
el interlocutor sepa que ya nada nos asombra. Y si a la fatiga de la compasión se
ha sumado, en estos años, el agotamiento de la capacidad de comprensión, es tal
vez la imposibilidad de confianza en que la verdadera indignación se exprese por
los carriles necesarios lo que provoca, constantemente, la sensación de desborde.
Una crecida que escapa de los límites de contención, pero que no tiene aún más
que forma inundante de pequeños territorios que, una vez anegados, dan cuenta
sólo de un fluir incontenible de malestar, que no encuentra su cauce político para
regar la sequía moral y psíquica que invade al territorio.

Se podrá decir, y la sospecha es válida, que es muy fácil enjuiciar a las clases
dirigentes cuando se es un intelectual, y se puede vivir al margen del enchastre
en el cual cotidianamente se ven inmersos los actos de gobierno, sea donde sea y
en el tiempo histórico que transcurra. Y algo de lícito habría en el rechazo de
muchas afirmaciones de crítica menor, y en cierto modo puristas, cuando la única
responsabilidad que se tiene es la de observar la historia y ejercer juicios de valor
sobre quienes la transitan. Pero a modo de descargo, también deberíamos
reconocer que la intelectualidad argentina, que refleja por otra parte el desgaste
del entusiasmo que toda la sociedad argentina siente ante años de ejercicio de
política desgastada y corrupta, no se ha recuperado aún del enorme sufrimiento
impuesto por la derrota del proyecto histórico del 70, pasando muchos de la
cautela a la cortedad, o, incluso, a la melancólica responsabilidad asumida como
sobrevivientes de aquello por lo cual tendrían que responsabilizarse los
verdaderos asesinos.

Lo sabemos, la política es impiadosa con la moral, pero ello es tal no porque todo
el mundo sea corrupto, sino porque más allá de la corrupción, que parece
inerradicable -y en la cual se ve involucrada gran parte de la corporación política
de diversos signos e ideología- las decisiones de poder, en su carácter
pragmático, obligan a la elección de acciones regidas por lo que se considera
necesario, contra aquello que se concibe como correcto.

A partir de la diferencia entre corrupción e inmoralidad, se perfila un aspecto de
la política y de la vida que debe ser tomado en cuenta. Hay actos que no son
necesariamente corruptos, pero sí inmorales, porque quienes los ejercen saben
que no están bajo la opción que consideran válida y que los dejaría en paz con
sus propias convicciones.
No hay duda de que los actos de corrupción siguen minando nuestra confianza en
las instituciones y en la resolución que el poder tomará respecto de ellos. Pero la
inmoralidad con la cual se establecen algunas alianzas políticas no
necesariamente da cuenta de la voracidad económica de quienes de ellas
participan sino de un afán de poder que, en su movimiento mismo, deja inermes
a quienes por él se ven capturados.

La ideología: esa palabra que, como se ha dicho hasta el cansancio en la segunda
mitad del siglo XX, es un imaginario que corroe el pensamiento científico y no
permite vislumbrar la verdad de las determinaciones que posibilitan la
aprehensión de un fenómeno. Sin embargo, como las representaciones sociales
en general, como toda creencia, forma parte de nuestro mundo imaginario y
permite acuerdos y desacuerdos basados en principios que determinan el piso
sobre el cual se puede negociar o sobre el cual no se está dispuesto a establecer
acuerdos. Sostener las convicciones ideológicas como acto de fe es tan absurdo
como abstenerse de toda convicción, cayendo en el agujero negro de un cinismo
en el cual la desconstrucción de la creencia es rayana en la desresponsabilidad
absoluta.

De allí el pudor que sentimos, ese sentimiento que se perfila detrás de la
exhibición de un acto inmoral, cuando vemos las idas y vueltas, los tejes y
manejes con los cuales algunos sectores ejercitan ese llamado "poroteo",
mediante el cual se negocian lugares y puestos ante la perspectiva electoral,
como si el acceso a la función pública fuera un premio de la lotería o de un
bingo . Y el hecho de que se nos degrade -en muchos programas propuestos- de
nuestra condición de ciudadanos a aquella de "vecinos"; no dando cuenta, al fin y
al cabo, de las verdaderas necesidades que nos atraviesan, cortando las
propuestas de los nexos que las determinan o escamoteando, al fin y al cabo, las
condiciones que llevan a una u otra elección en aquellos programas que, más que
programas de gobierno, parecen un rejunte acumulado al azar de las recorridas
sonrientes realizadas por los barrios.

En el film La ultima cena , de Tomás Gutiérrez Alea, luego de escuchar el discurso
del amo, Sebastián, un esclavo negro que ha intentado la huida varias veces, dice
lo siguiente: "Olofi jizo lo mundo, lo jizo completo: jizo día, jizo noche; jizo cosa
buena, jizo cosa mala; también jizo lo cosa linda y lo cosa fea también jizo. Olofi
jizo bien to lo cosa que jay en lo mundo; jizo Verdad y jizo también Mentira. La
verdad le salió bonita. Lo Mentira no le salió bueno: era fea y flaca-flaca, como si
tuviera enfermedá. A Olofi le da lástima y le da uno machete afilao pa
defenderse. Pasó lo tiempo y la gente quería andar siempre con la Verdad, pero
nadie, nadie, quería andar con lo Mentira... Un día Verdad y Mentira se encontrá
en lo camino y como son enemigo se peleá. Lo Verdad es más fuerte que la
Mentira; pero lo Mentira tenía lo machete afilao que Olofi le da. Cuando la verdad
se descuida, lo Mentira ¡saz! y corta lo cabeza de lo Verdad. Lo Verdad ya no
tiene ojo y se pone a buscar su cabeza tocando con la mano... [Sebastián tantea
la mesa con los ojos cerrados.] Buscando y buscando de pronto si tropieza con
cabeza de lo Mentira, se la pone donde iba la suya mismita. [Sebastián agarra la
cabeza del puerco que está sobre la mesa con un gesto violento, y se la pone
delante de su rostro.] Y desde entonces anda por lo mundo, engañando a todo lo
gente el cuerpo de lo Verdad con lo cabeza de lo Mentira".

La verdad se ha puesto la cabeza de la mentira, la verdad es sólo cuerpo, la
mentira es cabeza, pero cabeza de cerdo. ¿Es la verdad entonces "el sostén
corporal de la mentira"? ¿Es el descabezamiento de la verdad lo que da lugar a la
mentira?

Es aquí donde la devaluada palabra "ideología" debería recuperar su lugar, si
entendemos por ello una forma de concebir el mundo que define el
involucramiento de gran parte de nuestros actos subjetivos, nuestro accionar más
cotidiano y traza los límites de nuestras posibilidades de aquiescencia a la
inmoralidad de turno.

Ella se expresa, por otra parte, en la diferencia que aparece en los discursos
políticos cuando emergen bloques de sentido tales como "incremento de la
seguridad" versus "erradicación de la impunidad", así como en la diferencia
establecida entre la garantía de reconocimiento de derecho social versus el
asistencialismo entendido como salida a largo plazo de la exclusión. No se trata
de meras formas de expresión, sino del verdadero trasfondo sobre el cual se
perfilan los proyectos de gobierno.

Y es también aquí donde la política debería ser restituida en su función prínceps,
como ejercicio de la ciudadanía y no como puro mercadeo. De tal modo empieza
a manifestarse cuando los inundados de Santa Fe piden obras de infraestructura y
se resisten al asistencialismo como única respuesta gubernamental, o cuando en
Misiones se rehúsan las decisiones que convalidan la corrupción ancestral, o
cuando se insiste en la regulación de los transportes como única solución posible
al horror de una vida cotidiana marcada por el sacrificio a todo costo por un lado
y a toda ganancia por otro.

Porque el problema no está sólo en que la mentira esté a babuchas de la verdad,
sino en que la verdad devenga un ejercicio que imposibilite no sólo el engaño del
semejante sino el autoengaño que le da su sustento, brindándole su propio
cuerpo para que se monte.

La autora es psicoanalista; escribió Dolor país .




LA NACION | 31.05.2007 | Página 21 | Opinión
04.01.2007 | Clarin.com | Opinión



TRIBUNA
El derecho de volver a creer en las palabras



El discurso presidencial antes de la reaparición de Luis Gerez habilita recuperar la
confianza, sin caer en ingenuidades o paranoias igualmente peligrosas.


Silvia Bleichmar
¡Error! Marcador no definido.




Y aquí estuvimos. Un fin de año en este país nuestro que no termina de cicatrizar
y ya abre nuevas heridas, en el cual nos hemos habituado no a ser
optimistas pero sí a alegrarnos cuando lo peor no ocurre.

Los argentinos somos como un tentetieso: nos golpea la vida y cuando parece
que caemos, nos ponemos nuevamente en movimiento volviendo a la
posición anterior, antes de que se estabilice el cuerpo. Los padres salen a pedir
justicia anticipándose velar a sus muertos, porque saben que no hay descanso
posible ni para ellos ni para quienes seguirán amando el resto de sus vidas, sin
reposo.

Pero como una lluvia fresca de este verano terrible algo ocurrió cuando se venía
encima el horror nuevamente. Y encontramos a Gerez, y el país volvió a ser
nuestro por un tiempito. En esa disputa que tenemos entre la ajenidad y el
derecho a la identificación. Y lamentablemente no hubo quinientos mil argentinos
en la Plaza de Mayo pidiendo que cesara la impunidad. Entre quienes están
sometidos a la supervivencia cotidiana y aquellos que han llegado a la
desesperanza y a la fatiga de la indignación, nuevamente el año nos traía un
final trágico. Y en medio de ello llegó el discurso del Presidente. Y le creí,
tengo la obligación moral de decirlo y de explicar mis razones que no son
sólo de fe sino de cuidadoso andar por los límites de la creencia.

Porque el problema de la desconfianza no radica en lo que uno piensa del
otro, sino en la duda que uno tiene acerca de su propia capacidad de
análisis de la realidad. La creencia sólo se puede sostener sobre la base de la
confianza en el propio juicio y en su sometimiento crítico: sin fanatismos ni
desconfianza paranoica de ser engañado, no por el otro sino por uno mismo en su
visión del otro.

En un texto maravilloso de esos que nos ha dado Oliver Sacks, el neuropsicólogo
inglés autor del guión del film "Despertares" y que forma parte de su libro El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero, relata cómo se
desarma de risa un grupo de pacientes afásicos internados en una sala
hospitalaria. Los afásicos, de emisión o comprensión, no pueden entender el
sentido de las palabras que han perdido, pero incrementan su sensibilidad
hacia tonos y gestos bajo formas de observación que sólo los niños poseen. Si
se les habla con naturalidad, captan la mayor parte del significado, y logran
encontrar en gestos y actitudes, más allá de toda representación, la esencia del
mensaje. Por eso reían los pacientes de la sala, confrontados a un televisor
donde un viejo fantoche quería hacer creer un discurso en el cual ni él mismo
creía.

Por su parte, desde otra patología, y con una mirada muchos menos lúdica y más
crítica, pacientes que sufren de una "agnosia tonal" —absolutamente
incapacitados de percibir esa tonalidad emocional—, sólo pueden guiarse por la
coherencia de las construcciones gramaticales y su calidad lingüística.
Coherencia y claridad permiten la comprensión en estos casos, en los cuales
se ve afectado el lóbulo temporal derecho, a diferencia de las afasias, en las
cuales se afecta el lóbulo temporal izquierdo.

Los argentinos, a lo largo de los años, hemos devenido semiólogos. No
nos importa lo que se dice, sino para qué se dice: nos dirigimos a las
condiciones de la enunciación —qué determina que alguien diga lo que dice,
en qué circunstancias, a qué intereses responde— y no el enunciado mismo, el
cual en muchos casos viene a corroborar lo ya sabido.

Pero también nos hemos vuelto grandes discutidores de tonos y
coherencias. Sabemos que hemos sido engañados reiteradamente; no sin
nuestra propia responsabilidad la desilusión es el precio de nuestra propia
inflación, de nuestro deseo de creer a ultranza, no de nuestra ingenuidad sino, en
muchos casos, de la desesperación por encontrar alguna certeza que nos salve de
la desazón y el despeñadero moral al cual nos conduce. Su contrapartida es el
retorno de un modo de juicio devenido afirmación que nos defienda de la
humillación de haber sido engañados; y que radica no en someterse a la
racionalidad crítica sino en ejercer la desconfianza como defensa frente a la
derrota lesionante del autoengaño.

Y bien, yo le creí al Presidente: como afásica y deficiente prognósica, encontré
en su discurso coherencia y claridad, y emociones pertinentes con lo que
transmitía, porque el sentimiento e indignación eran genuinos. Como semióloga
amateur tuve también la convicción de que las condiciones de enunciación
garantizaban el discurso. Porque por otra parte, en el tema Derechos
Humanos, no tengo dudas de que con nuestras vacilaciones y dificultades hemos
sido, en este dañado continente, quienes juzgamos, reculamos, avanzamos y
salimos a debatir la falacia que implica perdonar sin que el agresor lo
solicite, sin que se arrepienta, sin que dé garantías de que no volverá a hacer
lo que hizo.

Y la paciencia de la sociedad argentina y gran parte de su voluntad de construir
un país que no se reproduzca en el horror me ha conmovido profundamente:
después de veinte años de democracia bastardeada, acosada, plena de baches,
no ha habido un sólo caso de ajusticiamiento por mano propia. Que la
responsabilidad de la sociedad haya llegado hasta el límite de seguir avanzando
hacia el punto de que la seguridad esté basada en la derrota de la impunidad.

Y cuando Gerez apareció, sentí que teníamos derecho —pese a que nos estallaba
en cada burbuja de lo que fuera que ingeríamos las caras de los chicos de
Cromañón, y del Ecos, y de Carmen de Patagones, y de Matías Castellucci por dar
algunos ejemplos paradigmáticos del dolor que nos acucia y que aún no logramos
unificar para lograr, de conjunto, un país más justo y saludable— a creer que
podemos llegar a un destino mejor.

Y no brindé por la paciencia de las víctimas sino por su grandeza moral, porque
representan la profundidad y el sentimiento de responsabilidad sostenida no sólo
con los suyos más próximos sino con todos los suyos, que somos nosotros todos.
Y porque una vez más le creí al Presidente, y no temo formar parte de la gilada
que se autoengaña, porque las razones eran la garantía de que hay que
seguir sosteniendo el "sueño de delfín", dejarse llevar por la mejor corriente
sin perder el lóbulo despierto que nos mantiene alertas. Y sin delegar, volver a
asumirnos con derecho a una vida menos atravesada por el horror y menos
sostenida en la inmediatez de la supervivencia.
¡Error! Marcador no definido.




Silvia Bleichmar Radiografía de la Argentina




¿Son mortales nuestras heridas? ¿Padecemos
desnutrición intelectual?


Diagnóstico de la psicoanalista que se conviritió en best-seller.




Cálida, cordial y profundamente comprometida con sus convicciones, Silvia
Bleichmar logra hacer de la reflexión aguda un ejercicio permanente. Interesada
por el país, por el otro, intenta ensamblar los fragmentos de la historia reciente
que no resultan fáciles de entender ni de digerir.
En su estudio, y custodiada por una biblioteca que conjuga horas de lectura con
objetos queridos, Bleichmar hilvana respuestas proteicas e inteligentes. Como en
su último libro, "No me hubiera gustado morir en los 90", las ideas y los
pensamientos se plasman en conceptos que transitan la esperanza, la utopía, la
nostalgia y la reconstrucción.



Noticias: ¿Cuál es el mejor analgésico para los dolores de nuestra
memoria social?
Silvia Bleichmar: Yo no soy partidaria de analgésicos si no se resuelve el mal que
produce el dolor, porque se pueden tapar los síntomas que dan cuenta de la
gravedad de una enfermedad. El analgésico tiene que ser usado con prudencia en
la sociedad y es muy útil cuando ya se conoce la causa. Si no, simplemente se
puede postergar el diagnóstico. La memoria tiene una cualidad: uno puede
recordar y olvidar, mientras que la rememoración es algo incontrolable que
avanza en la cabeza. En la Argentina se produce permanentemente la
rememoración, la sensación de que retorna algo anterior no resuelto, como si no
termináramos de reponernos. La única analgesia posible es crear condiciones de
mayor bienestar moral.



Noticias: ¿A qué se refiere con bienestar moral?
Bleichmar: Me refiero no solamente a la disminución del riesgo físico o psíquico.
Hoy, en general, la gente tiene más miedo de envejecer mal que de morir. Una
enorme cantidad de argentinos tiene una profunda sensación de orfandad. Hay
que cambiar la agenda argentina, hoy centrada en la seguridad y no en la
impunidad. Cambiaron las condiciones: el imperativo categórico de la moral se ha
transformado en hipotético. Para decirlo fácil: cuando yo era niña mi mamá me
decía: "si robás me muero de vergüenza". Actualmente se le dice a los chicos: "si
robás te echan del colegio". La moral pragmática ha reemplazado a la moral
trascendental.



Noticias: A veces, con la memoria, se prefiere hacer un lifting de los
malos recuerdos. Cambiarles la cara para verlos distintos...
Bleichmar: Eso es brutal. Además, yo no coincido con la idea de que hay una sola
memoria. La memoria tiene una manera de seleccionar los recuerdos y de
significarlos. De todas formas, creo que la Argentina se ha vuelto un país más
memorioso. Hay una recuperación importante de la memoria en relación con la
construcción de la identidad. La identidad es una suerte de residuo de la
memoria.



Noticias: Los argentinos ya estamos inmunizados contra varias cosas. Sin
embargo, ¿deberíamos vacunarnos contra algo más?
Bleichmar: Primero repasemos el concepto de vacunar: es recibir el mal en
pequeñas dosis, para poder inmunizarse frente a los grandes males. Nuestro
problema es que nunca recibimos nada en pequeñas dosis. Cuando tenemos
inflación, es hiperinflación. Cuando tenemos represión, es terrorismo de Estado
con desapariciones. Entonces, no existe la posibilidad de vacunarnos porque todo
nos llega en grandes dosis que nos enferman.



Noticias: ¿Cómo si fuera una epidemia?
Bleichmar: Es como una epidemia de supervivencia permanente. Lo grave es que
los traumatismos han producido cierta des-sensibilización y hay como una fatiga
de lo traumático. Pasan cosas y la gente no logra amalgamar una posición frente
a ellas. Se va produciendo por grupos: algunos recuerdan la tragedia de Carmen
de Patagones, otros recuerdan lo de Cabezas, otros a María Soledad. Es
impresionante ver cómo el país se dispersa hasta en sus duelos y arma cicatrices
queloides. Por eso no creo que haya una vacuna para la Argentina.
Permanentemente hay situaciones epidémicas que no son endémicas, porque
cuando uno piensa que ésa es la enfermedad natural, surge otra cosa inesperada.




Noticias: Todos conocemos los efectos tóxicos que tuvo la mentira en
nuestra historia ¿La verdad, también puede tener efectos adversos?
Bleichmar: Sí, por supuesto: cuando la verdad no es dicha para bien del otro sino
para evacuar la angustia interior de quien la expresa. También hay otra cuestión:
en nuestro país nos hemos convertido todos en semiólogos. Ya no interesa tanto
si algo es verdadero o falso, sino quién lo anuncia, por qué y en qué momento.
Volviendo a la pregunta, yo no hablo de reivindicar la mentira sino de ser
prudente con la verdad. También hay que diferenciar entre la vida pública, donde
el ocultamiento es corrupción, y la vida privada, donde el ocultamiento puede ser
una forma de preservar al otro.
Noticias: ¿Cómo se aprende a sobrevivir con una sobredosis de realidad
tan intensa?
Bleichmar: A veces endureciendo la membrana. Se produce como cierto autismo,
como una renuncia al reconocimiento de la realidad . Me impresiona ver cómo a
veces noticias impactantes pasan totalmente inadevertidas. Por ejemplo, el hecho
de que hayan absuelto a un violador porque decía que estaba enamorado de la
víctima. Es gravísimo usar la psicopatología como excusa sin que la sociedad se
asombre: que Barreda salga el libertad o que alguien como Etchecolatz, que
atentó contra los mandamientos, bese un crucifijo. La sociedad se ha
acostumbrado al horror y se protege viéndolo casi como idiosincrático.



Noticias: ¿Existe riesgo de desnutrición afectiva en la Argentina?
Bleichmar: No sé si afectiva. Es interesante ver cómo los argentinos nos
aferramos a los vínculos para sobrevivir. Yo me sigo emocionando cuando lo
comparo con otros países. No creo que haya desnutrición emocional. Lo que hay
es un minamiento de lo emocional a partir de una desnutrición intelectual y
moral. Y no me refiero a la moral histórica, sino a los grandes principios de la
ética. Hace tiempo que trabajo por diferenciar estas cuestiones: hay cosas que se
consideran morales por ser legalmente válidas, pero éticamente son injustas e
incorrectas. Por ejemplo, que el país esté lleno de alimentos y lleno de gente que
no come es legalmente correcto, pero éticamente espantoso.
Noticias: ¿Sería positivo y razonable practicar una autopsia moral en
algunos casos?
Bleichmar: El problema de una autopsia es que se hace sobre un cadáver y
nosotros, por suerte, somos un país que está vivo. Yo soy partidaria de hacer
biopsias y en mi práctica lo hago constantemente.



Noticias: ¿En qué consisten las biopsias?
Bleichmar: En que uno puede sacar pequeñas muestras que permitan la
comprensión del conjunto. Yo trabajo a través de la lectura de síntomas y eso lo
hago también con la sociedad civil. A partir del caso María Soledad hubo un
cambio en el modo en que fueron concebidas ciertas cuestiones. Durante años se
ha dividido en víctimas puras e impuras, en víctimas inocentes y culpables.
Víctima culpable es una contradicción “in terminis”. Las víctimas son víctimas. El
caso María Soledad fue el primero en el que no se pusieron en el centro las
características de la niña, sino el hecho de ser víctima de una patota de poder. En
este sentido, me gusta mucho el concepto de biopsia como preventivo y
organizador.



Noticias: ¿Cómo es la relación que tenemos los argentinos con algunas
palabras, derivadas etimológicamente de corazón?
Bleichmar: ¿Por ejemplo?



Noticias: Cordialidad...
Bleichmar: Somos ambivalentes con respecto a la cordialidad. No somos
políticamente correctos, pero, pese a todo, seguimos siendo sensibles con el
semejante.



Noticias: Cordura...
Bleichmar: No somos demasiado cuerdos, pero a veces la falta de cordura nos ha
salvado. Las madres de Plaza de Mayo no fueron cuerdas. La cordura puede
significar el acuerdo con las legalidades más perversas e inclusive llevar a la
pérdida de la imaginación. En ese sentido, lo que caracteriza al ser humano no es
su normalidad sino su especificidad. Uno no se enamora del otro porque es
cuerdo, se enamora porque lo fascina el aspecto de locura que tiene la pasión. El
tema de la cordura sólo me preocupa en el borde mismo de la acción, pero no
respecto a la probabilidad de imaginar mundos posibles.
Noticias: Coraje...
Bleichmar: Somos dispares. Hemos sido muy valientes para algunas cosas y muy
cobardes para otras. En ciertos momentos de nuestra historia y de nuestra vida
personal hemos tenido mucho coraje, y así enfrentamos diariamente la vida. Es
impresionante la capacidad de la sociedad civil argentina para reponerse de sus
golpes y para buscar formas simbólicas de reordenamiento. Creo que todavía no
hemos logrado que el coraje individual que permanece, se convierta en colectivo
para encontrar un destino compartido.



Noticias: Corrupto...
Bleichmar: Aquí hubo una aquiescencia muy grande. Esto no es nuevo. Yo me
acuerdo, cuando era niña, de la frase "roban pero hacen". Eso no empezó en los
90, sino que viene de mucho antes, inclusive de la época de los conservadores.
De manera que tenemos una cierta connivencia y un hábito de tolerancia con la
corrupción. Eso no quiere decir que seamos todos corruptos. Hay una enorme
cantidad de gente, inclusive funcionarios, que siguen planteando conservarse al
margen de la corrupción, lo que no es tan sencillo dentro de la corporación
política. l




Por: Jorge Barello | Fotos: Miguel Ángel De León




ATENTADO A LA AMIA

Otra cara de la catástrofe: la huella psicológica

Más allá de las heridas físicas, la explosión de la AMIA dejó secuelas
psíquicas tanto en los sobrevivientes y en los familiares de las víctimas
como en la ciudadanía en general. Desde un primer momento, la
encargada de tratar estas consecuencias intangibles del atentado fue la
doctora Silvia Bleichmar.
Convocada junto a Carlos Shenquerman por su experiencia en otras graves
tragedias, como el terremoto de México en 1985, Bleichmar fue quien diseñó y
dirigió el Programa de Asistencia Psicológica de la AMIA.

“Si bien hubo atención espontánea en el momento, a la semana ya se empezó a
organizar el trabajo”, recordó Bleichmar.

“La gente asistida no eran pacientes sino afectados por la bomba”, explicó
Bleichmar a télam.com.ar. “Esta diferencia era muy importante porque había que
brindar elementos de simbolización de la situación traumática sin patologizar a los
concurrentes a quienes teníamos que ayudarlos a procesar el exceso de realidad”.

Bleichmar recalca que “no estábamos frente a gente enferma, sino ante personas
afectadas por un traumatismo severo”, resaltó.

El trabajo continuó con una diferenciación de los afectados. Se los dividió por
edades y la relación que cada uno tuvo con el atentado.

“Se consideró afectado a todo aquel que estuvo conmocionado por alguna razón
vinculada al acontecimiento. No solamente a quienes estuvieron en el edificio o
en la zona, sino aquellos que sintieran que el atentado los reubicó respecto a su
propia historia”.

Todos aquellos que lo decidieron comenzaron a tratarse con los profesionales del
programa y, de a poco, comenzaron a surgir distintas historias: “Había una parte
de la comunidad judía que no podía dejar de ligar el ataque con el Holocausto y la
guerra en Medio Oriente”, comentó Bleichmar. Y otros, particularmente los
afectados no judíos, que “relacionaron el atentado con el terrorismo de Estado y,
en aquella época, con la muerte del soldado Carrasco”.

En todos los casos, los familiares de las víctimas recibieron atención especial
“para que cada uno pudiese expresar su propio duelo”. Se buscó cuidar la
diferencia de cada caso porque ,agregó, “no era lo mismo perder al padre que al
marido”, destacó la doctora.

Distintos casos, el mismo dolor

En su amplia experiencia, la doctora Bleichmar pasó por varias tragedias, y en
ellas descubrió distintos casos, todos constantes en la forma en que los seres
humanos expresan su dolor.

“Mientras que el terremoto es una catástrofe natural, el atentado a la AMIA está
entre las llamadas tragedias históricas. Esto genera, muy particularmente en los
niños, una caída de la confianza en los adultos y una sensación de vulnerabilidad
que la familia no puede evitar”, comentó.
Bleichmar, durante su exilio en México, ya había tratado con víctimas del
terrorismo de Estado de toda Latinoamérica. Argentinos, chilenos y uruguayos, en
todos los casos su trabajo presenta coincidencias: “Es muy terrible. El tema de
que hay otro humano operando para el desastre, para el dolor y para el
sufrimiento cambia cualitativamente las representaciones del ser humano”.

Otra similitud en las víctimas de desastres es “una pérdida en los primeros
tiempos de la capacidad operatoria de las personas”. Según explica Bleichmar,
generalmente “se confunde con una depresión, pero en realidad es un proceso de
fractura psíquica que se caracteriza por la apatía, no es un cuadro depresivo sino
un estallido de las defensas habituales”.

“Eso es bastante universal, y generalmente se lo confunde con una depresión
cuando no hay condiciones para elaborar el duelo. La gente ni sabe lo que ha
perdido en el momento en que se produce, es un desconcierto total”, enfatizó.

Sin embargo la evolución, en general, es buena. Y para ello hay también factores
claves: “El traumatismo menos severo se produce cuanto mayor protagonismo
toma la gente, cuando no queda sometido a una situación de ignominia total”,
explica Bleichmar.

“Una de las claves es esa, la evolución de ese protagonismo y la necesidad de
que se recuperen a sí mismos, antes de ver qué otras cosas perdieron”, agrega.

El problema de registrar lo vivido

Si bien durante la experiencia todo el equipo recopiló una gran cantidad de
material escrito, es llamativo lo poco que fue publicado. Procesar el material
“implica un costo psíquico enorme. Es muy difícil, en una situación como esta,
trasladar a la escritura”, asevera Bleichmar.

“El hecho está muy cercano y además no hubo Justicia, es gravísimo. La falta de
Justicia genera una imposibilidad, es como algo no resuelto”, resaltó.

Pero además, los profesionales se ven influenciados por sus propias experiencias:
“una mujer sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial me dijo, una vez, que
cuando se fotografía un cuerpo violado y asesinado y no se lo cubre, se lo está
violando y asesinando nuevamente. Me llevó muchos años poder escribir eso”.

Balances del trabajo y proyección a futuro

Aunque el programa duró aproximadamente un año, cuando comenzó el juicio
“nuevamente fuimos convocados porque algunos testigos aparecían como
atemorizados, pero se resolvió muy rápidamente”, recordó la psicoanalista.

Luego, los afectados siguieron su tratamiento a través del trabajo individual con
cada uno de los terapeutas, y su evolución continúa.

Los mismos profesionales vieron también proyectado su trabajo en el atentado.
La doctora Bleichmar, por ejemplo, fue convocada por los socorristas para asistir
a las víctimas en las inundaciones en Santa Fe en el año 2003.

Además, recientemente fue nombrada ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos
Aires y galardonada con el premio Konex de Platino, en su especialidad, en el
2006.




Miércoles, 20 de Diciembre de 2006


Más que un cambio, el rugido de un
país
El 20 de diciembre dejó su marca en la ilusión de un país unido en la
búsqueda de su destino, pero no pudo cuajar en un proyecto histórico de
referencia.

Por Silvia Bleichmar *




El 20 de diciembre del 2001 más que un cambio político se produjo un rugido del
país. El golpe de las cacerolas dio cuenta de la furia, una protesta que puso en
evidencia el dolor y enojo, sin palabras aún disponibles.

El balbuceo articuló algunas frases, sin embargo, más de deseo que de
propuesta: “Que se vayan todos”, acompañada de “No se va, el Pueblo no se va”,
intentó definir quién se adueñaba del país, pero sólo como revelación de profunda
indignación frente a la corrupción y la expoliación del sistema político-financiero.
Sin embargo, gran parte de los argentinos atribuyó el “fracaso” del modelo
fundamentalmente a la corrupción y no al modo mismo de subordinación a los
intereses más degradados del capitalismo salvaje, a la profunda inmoralidad que
guardaba y a las formas con las cuales el bienestar supuesto de los ’90 se
desbarató dejando los muñones de la nación al aire, y con ellos, en carne viva, a
un país que a diferencia de los ’70 no basó su aquiescencia por terror sino su
connivencia con las migajas de un festín al cual no estuvimos invitados sino
recibiendo desde el corredor las sobras aplacatorias que convocaban a la
complicidad y la pérdida de identidad.




Más allá de esto, el 20 de diciembre, por primera vez en años, se dio cabida a la
ilusión de un país unido a la búsqueda de su propio destino, ilusión que no podía
fecundar en la esperanza sin un Proyecto Histórico de referencia, proyecto
imposible de realizar sin una revisión profunda no sólo de los enunciados políticos
sino incluso teóricos que guiaron a las fuerzas más avanzadas del país a lo largo
del siglo XX.




La impotencia es pariente de la intolerancia. Los años posteriores dieron cuenta
de lo mejor y lo peor del país: desde el reconocimiento de la imposibilidad de la
salvación individual por parte de muchos, hasta el ocultamiento de la riqueza no
por pudorosa ética sino por temor al despojo de los excluidos. Desde las tareas
solidarias programadas para suplir las carencias de un Estado que no termina aún
de reponerse de su devastación, al retiro de su función y a la reducción de mero
administrador de las crisis que por sucesivas devienen una sola y gran catástrofe,
al odio a los excluidos, y a la resistencia profunda y sostenida por parte de estos
de evitar su deshumanización.




La impotencia se emparienta con la desesperanza: el cisma que nos partió en dos
regiones sociales, económicas y de perspectiva no ha sido indudablemente
saldado, ni parece por ahora tener visos de resolverse –al menos en las
condiciones habituales que implican la profunda indiferencia de quienes han
quedado de un lado de la muralla de acciones y palabras y que piden, tal vez por
“fatiga de la compasión” en algunos casos, por egoísmo en otros, que les quiten
de la vista la miseria, a los desharrapados que los someten constantemente a su
temor a un destino similar dado que sus condiciones de supervivencia material y
simbólica no se encuentran definitivamente establecidas.
El bolsón de fascismo se muestra acá permanentemente cuando el odio a los
excluidos se expresa bajo formas racionalizantes que hacen a muchos eludir la
responsabilidad social que implica el concepto de semejante en el marco no sólo
de un territorio sino de un proyecto irrealizable sin la participación conjunta. Se
muestra también el pliegue del fascismo en el pedido de seguridad y la tolerancia
a la impunidad, la naturalización de la muerte de los niños y adolescentes y la
convicción resignada respecto al carácter inevitable de la miseria.




Sin embargo, la contrapartida es clara: si bien el reclamo de una justicia
saludable no ha logrado aún unificarse, la lucha contra la impunidad es
posiblemente uno de los motores más fuertes de las movilizaciones de
poblaciones que salen a pedir reparación jurídica antes de terminar de velar a sus
muertos, porque saben que no hay descanso en paz si no se mueven en dirección
de lograr el reconocimiento del derecho de las víctimas.

Los modos de deshumanización que se ponen de relieve en el intento de someter
a una parte del país a su condición simplemente de “superviviente asistido”, con
vidas “innecesarias de ser vividas y vidas valiosas perdidas”, encuentran su límite
en el florecimiento de acciones creativas y búsquedas nuevas que dan cuenta del
deseo profundo de no verse reducido a la animalidad más degradada, sometida a
la caridad que sólo conserva la vida y despoja del mundo simbólico que lo
transforma en humanizado.




El país se ha tornado complejo: no se ven bordes nítidos salvo a nivel de las
estadísticas. El sistema de representaciones que lo sostiene no es homogéneo: no
hay dominancias, y la oscilación entre la responsabilidad ética compartida de
construir un proyecto común y el deseo de supervivencia individual a cualquier
costo es constante. Los argentinos tenemos una falla en la noción del largo plazo,
y la inmediatez, producto de una historia sometida a los vaivenes de los intereses
más degradados, obliga constantemente a sostener la cotidianidad bajo modos
que son en muchos casos degradantes.




Sin embargo, creo que el 2001 dejó su marca: nos hemos convencido de que
nuestros tratos societarios y la tolerancia a la impunidad nos arrastran a un
abismo, sin que aún hayamos tomado en nuestras manos de manera unificada el
carácter político que esto implica. La corporación política, si bien cerrada aún
sobre sus propios intereses, se muestra más sensible a la posibilidad de deponer
sus propias ambiciones cuando la marea humana se le lanza encima –como
ocurrió en Misiones, donde se produjo, por primera vez, un verdadero proceso de
reciudadanización en virtud del carácter político que tomó el reclamo de poner
coto a la inmoralidad política–. Y si bien una parte importante de la población ha
entrado en cierta rutinización, cierto naturalismo de la injusticia –siendo
indudable que éste es el problema mayor que enfrentamos para poder
reconstruirnos de manera profunda a partir de las experiencias históricas que
arrastramos– aún se alimenta aunque sea de manera fragmentaria y aislada el
anhelo de un país más justo y capaz de desplegar, no sólo de sostenerse, en su
potencialidad.




* Doctora en Psicoanálisis de la Universidad París VII. Escritora, autora
de No me hubiera gustado morir en los ’90, entre otros.




        LA PARABOLA DEL ARGENTINO MEDIO
                              Por Silvia Bleichmar




 Como el mito del eterno retorno, la ciclotimia argentina oscila entre el
                  entusiasmo y la resignación apática.
Mientras, las pasiones se reparten entre los éxitos de Ginóbili en la NBA,
                      el fútbol y la protesta social.
Por 9 de Julio vienen los micros que llevan a la hinchada de Platense al partido
contra Chacarita, partido que define quién se queda en la Primera B Nacional. Por
las puertas y ventanas aparecen los cuerpos descubiertos agitando camisetas,
exhortando a la comitiva de coches que acompaña y a quienes pasan a su lado,
incluso a los indiferentes que, como yo, no reconocen de inicio las banderas.
Custodiados por la policía de la Provincia avanzan entusiastas, desmelenados; la
escena es onírica y al mismo tiempo habitual, ¡tan argentina!. Al grito de “Dale
Campeón, dale campeón” alientan a un equipo que está intentando no ganar un
campeonato sino, simplemente, evitar caer al descenso, reducirse a la Primera C.




Dos cuadras más adelante pasamos ante un grupo de gente que espera
contingentes para reunirse con vistas a participar de otro acontecimiento. Se
trata de piqueteros y miembros de movimientos populares que se preparan
-después me entero- para asistir a la manifestación en contra de Bush y de sus
intenciones de emplear los atentados en Londres para recrudecer su dominio
mundial. Silenciosos, con sus niños en brazos o cochecitos, sentados en los
bordes de las veredas o en los canteros de las avenidas, enrollados aún algunos
carteles, se los ve dispuestos a la espera para participar de un acto de otro orden.
El taxista asegura: “Estos no son del fútbol, esto es política”, y no necesita apelar
a su experiencia en la calle para garantizar que la afirmación es correcta.




¿De dónde proviene el entusiasmo de unos y la resignada apatía de los otros? El
entusiasmo es esa cualidad de investir lo común con atributos extraordinarios. Lo
extraordinario, en realidad, no consiste en algo existente en sí mismo, sino en
aquello que rompe cierta monotonía establecida, cierta pregnancia de los
acontecimientos. El entusiasmo deviene de la expectativa que la acción depara, a
quien la realiza, de ser protagonista, de que su realización represente algo para
alguien, tenga efectos, dé garantías de resolución de una tensión inmediata a la
cual la mente debe dar curso. Así como en tiempos históricos las acciones
políticas y de riesgo cumplen la función de llenar el corazón de la gente porque
les garantizan que sus sacrificios y esperanzas tendrán un lugar futuro, ante la
apatía que prevalece, el logro deportivo, el triunfo del equipo, el salvarse del
descenso, son actos heroicos hoy para millones de argentinos que sienten que
han perdido todo protagonismo, que se sienten más identificados con Manu
Ginóbili en la NBC que por nuestros representantes en los organismos
internacionales, cuyas opiniones no nos interesan y cuyas acciones
desconocemos, porque en última instancia sabemos que su voz no tiene concierto
ni audiencia que pueda escucharla en el actual juego mundial de fuerzas.
La política ha dejado de entusiasmarnos. Ya ni los embates agresivos de los
políticos nos sorprenden, nos arrojan al apoyo o al denuesto: cuando Cavallo y su
Señora Esposa se presentan como candidatos no se nos mueve un pelo, cuando
Moria dice que apoyará a Menem porque su gobierno tuvo cosas valiosas no baja
su audiencia ni nos horrorizamos, sólo sentimos cierto pudor de que alguien, del
exterior, se dé cuenta de lo que está diciendo, al modo de esa gente que ha
perdido el auto-respeto y sólo teme ser vista por los vecinos. Cuando se
enfrentan dos facciones del justicialismo en una contienda en la cual se
despliegan rencillas y acusaciones y que se basa, en última instancia, en la mayor
o menor inmoralidad de la lista de los postulantes -ni siquiera en su moralidad,
sino en el nivel de inmoralidad medible en sangre-, y ya ni siquiera discutimos
con quienes transitan nuestros espacios las razones para inclinarse por una u otra
elección…



Como esos matrimonios aburridos que se sientan a la mesa de los restaurantes
sin hablarse, sin mirarse, compartiendo sólo la sonrisa o el diálogo con el mozo
que anima un poquito el encuentro, sostenidos en su rutina porque no quieren
romper las reglas que le tomó tanto tiempo construir, asistimos a las elecciones.
Ya no creemos que el almuerzo sea maravilloso, veinte años de Democracia sólo
nos libraron del horror -que ya es en gran medida ganancia- pero nos
desgastaron el entusiasmo. Sin embargo, no estamos dispuestos al divorcio,
porque seguimos esperando que algo ocurra, la chispa que anime nuestras vidas
cotidianas y encontremos algo que nos permita sentir que una vez más volvamos
a transitar el país como los micros de Platense: dispuestos si no al triunfo al
menos a evitar el descenso, a alentar a alguien en quien creer, a sentir el
protagonismos del que nos sentimos expulsados, más allá de derrotas parciales
siempre dispuestos a volver a apasionarnos para poder estar vivos.




Ilustración: Ignacio Rodríguez




AGOSTO DE 2005 CARAS Y CARETAS - 71
EL SEXO ES CULTURA
                              Por Silvia Bleichmar
                                  psicoanalista




  La educación sexual no es sólo un debate que está sucediendo a nivel
          legislativo. Es un derecho que niños y adolescentes
  deben poder ejercer para ubicarse frente a la realidad que los rodea.




En el trayecto que va de su casa a mi consultorio Pedro, de ocho años, ha visto
un cartel publicitario de una mujer mostrando ropa interior con las piernas y el
espíritu abierto a quien reciba su mensaje. Dos cuadras más adelante, un hombre
semidesnudo es abrazado por una joven que lo envuelve, con mirada desafiante,
ubicando sus pies, de mano precisa, sobre los genitales que se marcan en relieve
bajo el calzoncillo que los cubre.




Mientras el vehículo en el cual lo traen avanza por la ciudad, el poster de un
grupo médico propone resolver la impotencia masculina para brindar la felicidad
perdida; los personajes de la foto se parecen demasiado a sus abuelos, y se
sorprende de que ellos puedan estar preocupados por una cuestión de este orden.
La ciudad palpita sexualidad, y Pedro está anonadado ante tanta imagen que lo
desborda.




Atraviesa la puerta como una tromba y me dice: “El sábado, en el campo, vi a un
toro haciendo el amor con una vaca. Es raro: están parados, no se miran las
caras, no es como con las personas, me dio miedo, el toro era enorme sobre la
vaca, estaba como furioso…” Pedro no necesita, como los niños del siglo XIX, ir al
campo a conocer la sexualidad humana a través de los animales. Por el contrario,
lo sorprende la sexualidad en estado natural.




En las tiras de televisión que comparte con sus amiguitos las madres de los
adolescentes se transan a los amigos de sus hijos, las niñas reciben propuestas
amorosas de los profesores y se confiesan asustadas y atraídas, y las traiciones y
desplantes amorosos son el mayor motivo de sufrimiento de los personajes.




En el pasado, a la búsqueda de una frase, de un imagen, de una representación
de lo sexual, mujeres y niños de todos los tiempos merecieron que el espíritu
libertario del siglo XX propusiera la educación sexual, vale decir la información
acerca del carácter del sexo como práctica ciudadanizante, incluyente, al tomar
como consigna el derecho que todo ser humano tiene sobre su propiedad
inalienable que es el cuerpo, reconociendo límites y posibilidades del mismo en el
encuentro con el otro y en la regulación de las acciones que los involucran, de las
cuales la sexualidad es posiblemente la que más en juego pone el intercambio
que fija los límites del propio territorio.




Hoy el debate toma otros carriles: no se trata ya de suministrar información, sino
de ayudar a metabolizar aquello que desborda, que se precipita en imágenes
carentes de sentidos, traumáticas y que obligan a un enorme esfuerzo de captura
por parte de la mente, inhabilitada para hacerse cargo de otras tareas, cuando lo
acuciante no se encara del modo adecuado.




Cuánto mejor rendirían nuestros niños en las escuelas, si hubiera espacios para
que puedan explayar sus teorías, resolver sus cuestiones, abordar aquello que
realmente les preocupa: no sólo cómo preservarse del SIDA –que no es una
cuestión menor – sino por qué hay adultos que abusan de los niños, qué quiere
decir que un bebé pueda nacer de la panza de la abuela, por qué hay señoras que
no pueden tener bebés y otras que sí, y por qué las que pueden tenerlos no
pueden criarlos y se ven obligadas, muchas veces, a dárselas a las que los crían…




Por eso constituye un giro regresivo el retorno a los viejos debates acerca de la
educación sexual, ya que de lo que se trata hoy no es de ponerla en cuestión,
sino de redefinir los modos de abordaje, los caminos de una simbolización que
ayude a conformar una sociedad en la cual nos hagamos cargo de que los niños
tienen derecho a conocer aquello que deben conocer, pero los adultos tienen
también la obligación de reformularse las preguntas que permitan dar las
respuestas que ellos requieren.
Si es verdad lo que proponen ciertos sectores religiosos respecto a que en el ser
humano la sexualidad no es del orden “natural”, la oposición no pasa sin embargo
por el par natural-divino. Se trata, en los seres humanos, de reconocer el
carácter de cultura y las implicancias que tiene, y es precisamente su
“antinaturales” la que obliga a hacerse cargo de los efectos sobre la cría
prematurada de las acciones sexuales que la involucran antes de estar en
condiciones de ejercer su propia genitalidad.




                               La Iglesia tiene miedo al discurso de la
                               sexualidad, porque en su propia experiencia se
                               ha visto afectada por las formas espurias que
                               pudo alcanzar.




                               No es casual que se encontrara obligada, a
                               partir del Concilio de Trento, en el Siglo XVI, a
                               hacer pasar al Tribunal del Santo Oficio la
                               denuncia del “Pecado de solicitación”,
                               consistente en la solicitación en confesión o,
                               más propiamente, solicitatio ad turbia, que
                               incluían las palabras, actos o gestos que, por
                               parte del confesor, tenían como finalidad la
                               provocación, incitación o seducción del
                               penitente., insinuación sexual conducente a la
                               realización de actos realizada por el confesor
                               con la mujer que ante él exponía sus pecados.
                               Las causas de la consumación de este pecado
                               pueden ser discutibles, pero indudablemente
                               confluían en él la perturbada vida sexual de los
                               monjes condenados a la abstinencia, el abuso
                               de poder que ejercían sobre las mujeres que de
                               ellos dependían espiritualmente, y la ignorancia
                               de sus víctimas, infantilizadas y colocadas en
                               un lugar de privación de conocimientos y de
                               voluntad que las dejaba inermes ante sus
                               avances. Hay que imaginar la oscuridad del
                               confesionario, la palpitación de lo prohibido, la
                               entrega a la búsqueda de salvación, el
                               encuentro de todo ello con el estado de
deprivación de una sexualidad normal por parte
                                del confesor, para poder representarse la
                                circulación de lo que allí ocurría y el voltaje que
                                alcanzaba.




                                Si la palabra es excitante, esto no depende de
                                la palabra misma, sino de las condiciones en las
                                cuales es vertida, y de los protagonistas que a
                                ella se ven sometidos. Y cuanto mayor abuso
                                de poder se ejerza sobre los interrogantes de la
                                vida, de la muerte, de la sexualidad, mayor
                                será el poder de la palabra de quienes hacen
                                usufructo de ella, para ejercer su dominio sobre
                                los interrogantes que los seres humanos no
                                podemos dejar de construir de modo renovado.




DICIEMBRE DE 2005 CARAS Y CARETAS - 28




                LOS “EXCESOS” DEL TRABAJO
                               Por Silvia Bleichmar




Existen dos clases de trabajo -decía William Morris en su conferencia de 1884, un
año antes de fundar La liga socialista- uno de ellos es bueno, el otro malo; uno
que no está lejos de ser una bendición, una alegría de la vida, y otro que es sólo
una calamidad, un agobio. La diferencia entre ambos es que en uno existe la
esperanza, en el otro no. Esperanza de descanso, de fruto y de placer en el
trabajo en sí: y también esperanza de que todos estos aspectos se den en
abundancia y buena calidad de vida. Cuando un ser humano trabaja haciendo
algo que siente que existirá porque él se ocupará de ello y así lo dispone, ese ser
humano está poniendo en juego la energía de su mente tanto como la de su
cuerpo. Mientras trabaja, la memoria y la imaginación vienen en su ayuda. De
esta manera, el trabajo digno lleva consigo la esperanza de placer en el
descanso, la esperanza de placer en el uso de lo que produce, y la esperanza de
placer en nuestra diaria habilidad creativa. Cualquier otro trabajo es inútil, una
tarea de esclavos: trabajar para vivir y vivir para trabajar…




Si es sencillo reconocer en este texto la opresión a la cual ha sometido durante
siglos el trabajo a la mayoría de la humanidad, también, aún con un esfuerzo
psíquico importante por la nostalgia que impone, podemos recordar que hubo
otra época, tan cercana que su ausencia nos palpita aún entre las manos, en la
cual la dignificación del trabajo estuvo en el centro de todas las propuestas
transformadoras que la atravesaron. El siglo XX fue el siglo de la recuperación del
valor del trabajo como actividad fundante de la transformación en las condiciones
de vida, base de todo progreso anhelado y de todo reconocimiento del valor del
sujeto. Por eso el protagonista del siglo XX fue el sujeto trabajador, a quien, en
los bordes mismos de la utopía, se consideró el gran agente de la historia
contemporánea, de sus cambios posibles y de la reparación de todo sufrimiento
pasado.




¿Quién hubiera supuesto, hace treinta años, en este país nuestro, que un grupo
de población –no importa su origen, sus condiciones de existencia, su procedencia
o su etnia– se iba a pronunciar porque se les deje seguir ejerciendo el trabajo
esclavo, única fuente posible de subsistencia para sí y para sus propios hijos?
Quién hubiera podido imaginar un retroceso a mediados del siglo XVIII, cuando
los esclavos liberados por la guerra de secesión tenían temor de apartarse de sus
amos porque su destino incierto en los algodonales los condenaba al mismo
trabajo que realizaban pero no les garantizaba techo ni comida?




La libertad es un bien con el cual se sueña cuando la supervivencia vital no se
arrastra hacia el próximo bocado En los campos de concentración, dice Primo
Levi, sólo se podía pensar en la próxima cucharada de sopa. La libertad era un
sueño imposible, con una vida capturada en la inmediatez.




Si la revolución industrial expropió la fuerza de trabajo de los asalariados, la
revolución tecnológica a la que asistimos viene expropiando la fuerza simbólica de
producción de quienes a ella se ven subordinados. Sin niños atados a las patas de
las camas, sin encierro nocturno ni apresamiento en mazmorras erigidas en plena
ciudad, los jóvenes que ejercen su tarea de captura intelectual en empresas que
trafican ya no con materias tradicionales sino con bienes simbólicos, se ven
sometidos “voluntariamente” a jornadas que empiezan por la mañana y terminan
por la noche, realizando un trabajo que no les permite conocer los resultados
posibles ni las condiciones que lo generan. Asistiendo desde sus computadores y
oficinas que son sucuchos tabicados sin luz natural, comiendo un sándwich
mientras manipulan teléfonos y papeles, los nuevos trabajadores del capitalismo
salvaje no tienen, siquiera, la posibilidad del metalúrgico que inmortalizó ese film
maravilloso en el cual el personaje formula la frase que da cuenta de la
preservación del deseo en medio de la maquinización a la cual se ve condenado:
“Un tornillo, un culo. Un tornillo, un culo”, dando cuenta que su pensamiento
puede seguir volando pese a su atrapamiento en una cadena de montaje cuyo
producto desconoce y su destino le es ajeno.




La mano de obra esclava es, para usar una expresión lamentable del descargo
militar, “un exceso”, devela y oculta, al mismo tiempo, la esclavización voluntaria
a la cual se someten millones de seres humanos que tienen por destino la
inclusión cautiva o la exclusión irremediable. Un “exceso” es lo sobrante de algo
existente. Es algo generado por el producto mismo que le da su materialidad. Que
alguien se muera en la tortura es “un exceso” de alguien que se le fue la mano.
Lo que se oculta detrás de esto es el exceso mismo de sadismo y crueldad, de
poder omnímodo sobre el cuerpo y la mente del otro que intenta la tortura.




Por eso la contratación de mano de obra esclava debe ser severamente
condenada: tanto la de bolivianos en los talleres de costura como la de argentinos
en las fábricas de procesamiento de pescado de Mar del Plata. Pero que el horror
de la desocupación no nos lleve a descuidar la esclavitud voluntaria a la cual hoy
se someten millones de argentinos cuyo trabajo es inhumano más allá de que
“happy ower” les de un espacio en el cual creen recuperar algo de placer, sin
saber que han perdido ya toda posibilidad de subjetivación en el encuentro.
MADRES Y PADRES DE LA PATRIA
                              Por Silvia Bleichmar
                                PSICOANALISTA




 La independencia yel colonialismo, como vínculos de construcción de la
                           identidad colectiva,
          hicieron que la Argentina eligiera padres simbólicos.




Es posible que la mayoría de los argentinos nunca nos detengamos a pensar las
frases que marcan nuestra historia, las que oímos una y otra vez en los discursos
escolares, deletreamos en libros de lectura que si no formaron nuestro espíritu al
menos fueron inocuos para deformarlo, escribimos en redacciones por encargo y
recitamos en poemas que nos obligaban a un esfuerzo exagerado en los
“ademanes” para dar sentido a algo que nunca entendimos.


Tal vez las repetimos sin preguntarnos su sentido por el acartonamiento de la
declaración amorosa con la cual nos vimos en los años de infancia forzados a
demostrar nuestro amor territorial, o porque la disociación entre las palabras y
los hechos que habitó desde siempre el discurso del poder nos acostumbró
precozmente a darle a las palabras cierto valor de cambio y poco valor de uso.
Quizás porque no fue fácil apropiarnos de “este país” para que fuera “nuestro
país” ya que los dueños de la tierra se presentaron siempre como los amos de la
historia… O, porque el único “crisol de razas” se produjo en las camas de los
inmigrantes pero no terminó durante muchos años en verdadero reconocimiento
de proveniencias y aportes, o porque esta historia no llegó a ser nuestra hasta
que nos dimos cuenta de que la producíamos diariamente, y que la gesta de la
Semana Trágica no era menos heroica que las batallas de Vilcapugio y Ayohuma,
y que no todos los próceres de la independencia eran tan éticos como creíamos, y
que podíamos elegir en medio de tanto yeso ilustre y pintura enhiesta a quiénes
nos representaban, formando por primera vez hinchadas de Moreno, San Martín o
Belgrano y rehusándonos a que Don Cornelio fuera un verdadero Padre de la
Patria.


La cuestión se planteó con la madre. La “Madre Patria” que nos dio la lengua
-como si antes de eso el continente hubiera estado mudo-, que nos dio la religión
-como si eso abarcara el territorio que fuimos y la Nación que somos-, la que nos
dio la idiosincrasia -más heredera hoy de la extraña combinación entre el país
mestizo y desarrapado que dejó la conquista y su encuentro con la inmigración
trabajadora del siglo XX con sus ideales anarquistas y socialistas que generó un
hambre de justicia irrenunciable que de los usos y costumbres de los
conquistadores- en su mayoría vagos y aventureros, delincuentes absueltos o
fugados, verdadera escoria del Imperio -que nos legaron una de las oligarquías
más crueles y pragmáticas del continente.¿Qué significa tener una “Madre
Patria”?


Los pueblos carecen de madre, se fundan a sí mismos. Eligen sus padres
simbólicos no por derecho de pernada sino por reconocimiento identificatorio. A
los seres humanos escogidos por amor para ser hijos -biológicos o adoptivos- el
cuidado que reciben les da la fuerza para poder amar, luego, a los padres
simbólicos. Como en la política y en la vida intelectual, elegir nuestras figuras de
identificación es el único derecho que nos lleva más allá de nuestras propias
limitaciones de origen.


Las conquistas no son actos de amor engendrador sino violaciones obscenas. Que
de allí surjan nuevos seres históricos no quiere decir que haya habido una
propuesta inicial de producirlos. A diferencia de un hijo al cual se le da la lengua,
las representaciones de sí mismo, los modos de sentir, los países coloniales son
engendrados como clones de los cuales se toman los órganos vitales para
conservar con vida a los imperios que se extinguen si no reciben la carne y
sangre que los sostiene.


Por eso nos suena raro lo de tener la Madre Patria en nuestros orígenes
coloniales, porque las madres que nos dieron lo mejor de sí mismas son múltiples
y no sólo no se limitan a un engendramiento espurio sino que han intentado,
desde siempre, ofrecernos la materialidad para que construyamos una identidad
que nos permita salvarnos. Todos las reconocemos, todos nos vemos reflejados
en ellas, en su heroísmo y en su valor, desde las heroínas de la Independencia
hasta las sindicalistas de principios de siglo XX, desde las inmigrantes que
marcharon junto a sus hombres por las calles de una ciudad cuyos nombres no
podían pronunciar hasta las que cruzaron el riachuelo para participar de jornadas
heroicas, desde las que dieron los mártires de la patria a las que aún salen a la
calle para que ese martirio no quede en las sombras.


Por eso, más allá de mi amor a la España que nos dio a muchos de nuestros
hombres más queridos, de la España de Machado y León Felipe, del Duero y
Salamanca, de mi placer de haber recibido esa posibilidad de una lengua en la
que me formé, en la que tuve mis primeras representaciones, en la que escuché
la voz de mi madre y pude llenar de lecturas mis noches solitarias de provincia y
en la que, como enuncia el poema de Juana de Ibarbourou “dije `te quiero` una
noche americana millonaria de luceros”, me rehúso a ser hija de una Madre que
no me deseó sino como lugar de explotación y de un padre que, como don
Cornelio, nos puso a disposición para que nuevos abusadores nos golpearan y
humillaran.


Ilustración Latinstock

Caras y Caretas – Año 45 – Nº 2.200 Julio 2006 – Pág. 56




Jueves 22 de julio de 2004, Año 6, Nº 31




                     LA VIDA NO VALE NADA
                              Por Silvia Bleichmar

La sociedad argentina se ha ido llenando, a lo largo del tiempo, de síntomas que
dan cuenta no sólo del grado de deterioro económico al que ha quedado sometida
sino de lo difícil que será remontar las consecuencias de años de estafa, saqueo,
asesinatos y crímenes de todo tipo frente a cuya impunidad se ha ido produciendo
en el imaginario colectivo la convicción de que la justicia si no imposible es
prácticamente inaplicable y que nadie puede dar garantías de su ejercicio.




En dos días la muerte de un operario de Edesur que iba a cortar un servicio de luz
impago -quien cobraba 500 pesos por mes y un peso cincuenta por corte-, el
vaciamiento de la computadora del fiscal del caso Carrascosa, la afirmación y
luego el retroceso del Presidente de la Nación respecto a la recuperación de las
grabaciones que fungen de pruebas de implicación en el caso AMIA, manifiestan,
de distintas maneras, de modo no homologable pero llamativamente
concentrado, las formas con las cuales nuestra sociedad se desliza del horror a la
indiferencia.




Las explicaciones superficiales han demostrado su ineficacia. Ni la miseria en sí
misma engendra este nivel de violencia, ni justifica que 1.300 empleados de la
compañía de Luz hayan sido amenazados cuando salen al cobro de cuentas
impagas. Sólo en una sociedad atravesada por profundas promesas incumplidas,
resentida por las esperanzas traicionadas, atacada en sus fundamentos mismos
por la tibieza con la cual se pretende resolver la ausencia de un Estado no sólo
protector sino garante de la vida del conjunto de la Nación. Sólo una sociedad en
la cual las corporaciones delictivas se apropian en muchos momentos de aquellas
ramas de la función pública que deberían estar al servicio de la comunidad, y en
la cual la seguridad está en gran parte en manos de quienes regentan el delito y
la salud en manos de quienes lucran con el sufrimiento. Sólo una sociedad en la
cual las grandes corporaciones prestadoras de servicios han robado, lisa y
llanamente, a los usuarios, y en la cual la se ha llegado a la exasperación sin
encontrar por ello la vía de resolución de los conflictos, y donde cada uno ha
decidido convertir su pequeño territorio en bastión y hasta los monumentos
públicos han dejado de ser de todos porque las calles y parques ya no
representan al conjunto sino que son vividos como lugares de tránsito hacia la
miseria o la demanda, en la cual los edificios de gobierno son sentidos ajenos por
más del cincuenta por ciento de la población, se puede entender el hecho de que
la batalla sectorial haga enfrentado no sólo a pobres contra pobres, sino a cada
uno con el otro.




Porque si la demanda de justicia no puede quedar impune, es evidente que la
penalización de las acciones delictivas será absolutamente ineficaz si no se
restablece sobre el trasfondo de culpa y reconocimiento de la ley moral que
implica la responsabilidad hacia el otro. Y ello en razón de que no hay posibilidad
de instaurar legalidades sino sobre la base del compromiso subjetivo de quienes
se involucran en ellas.




Los argentinos venimos de años de impunidad y deterioro del imperativo que rige
toda sociedad: actuar de tal manera que la propia conducta pueda ser
considerada como ley universal, lo cual da el derecho a considerar que puedo
exigir de los demás que actúen del mismo modo a aquel con el cual me propongo
actuar hacia ellos. Pero la sectorización, la descomposición de la noción de
conjunto, la fractura de las obligaciones hacia el semejante y de los nexos de
solidaridad y compasión han producido un extrañamiento en el cual no sólo ha ido
perdiendo a lo largo de los años todo valor la vida humana, sino toda noción de
conjunto.




Si no robo, si no mato, si no sospecho de todos y cada uno ni hago usufructo,
tengo derecho a suponer y esperar que el otro se rija por la misma regla Pero
además, si se recupera el sentimiento de orgullo y no el pudor de que las
obligaciones hacia el semejante nos hagan odiar la injusticia, reclamar mayores
niveles de beneficio compartido, vergüenza ante el privilegio y no sólo temor por
la venganza de los despojados, la recomposición de un pacto interhumano en el
cual la vida del otro tenga valor en sí misma y no sólo como modo de control del
delito o de la violencia podrá restituir a nuestra sociedad y restituirnos a un
proyecto en el cual emociones tan básicas como la culpa y la vergüenza sean
patrimonio de todos y no sólo excrecencias del siglo XX de las cuales hay que
desprenderse para avanzar en el camino de conservación del propio bienestar a
cualquier costo.




Aires de pesadilla

Por Silvia Bleichmar
Para LA NACION




He tenido en las últimas semanas un sueño que se repite: salgo a la calle y me
sorprendo de la prolijidad y el orden. Un bombero lava la vereda de mi casa y el
encargado del edificio me hace un gesto entre cómplice y resignado.




Poca gente en la calle, tráfico correcto. Enfilo para Carlos Pellegrini y a medida
que avanzo tengo un sentimiento de malestar creciente. Primer peaje para
atravesar la 9 de Julio. Eso podría explicar que haya poca gente desplazándose:
la ciudad se ha tornado cara para muchos. Hay algo extraño, unheimlich , como
se dice en alemán para referirse a lo familiar cuando se torna siniestro.
Voy despacito por Arenales y veo venir la luna rodando por Callao. Se detiene un
momento en la casilla a pagar su derecho a circular, y tiene, bajo los ojitos, una
banda que publicita: "Comunicación interplanetaria. Yo uso Moviplus".




El malestar se torna cada vez mayor. Me introduzco en la reserva ecológica de la
ciudad y rumbeo hacia La Biela. Ninguna mesa libre, las compañías de turismo las
han reservado para sus clientes, que pagan veintidós pesos un café y treinta
dólares un sándwich de lomito. Hay algunos pocos connacionales, que llevan una
oblea de socio adherida a la ropa. Tratando de huir me dirijo al Colón para
comprar entradas. La Plaza Lavalle, limpia y sin marginales, me reconforta, pero
hay nuevamente algunos signos extraños: cada jacarandá tiene un banco abajo
con parquímetro, en el cual hay que introducir dos pesos para obtener el derecho
a sentarse quince minutos.




Nada de parejas que se besan; a lo sumo, uno que otro pajarito audaz que
levanta vuelo desde el borde de un asiento cuando siente el ruido de la caída de
una ficha.



Cuando me aproximo al Teatro siento un extraño olor a carne chamuscada. ¿A
tanto llega el realismo del ensayo de Tosca que me voy a tener que enfrentar con
una escena en la cual olores y sabores acompañen la tortura del conde? Falsa
alarma, por suerte: un cartel luminoso, superpuesto a la galería art nouveau en la
cual tantas veces uno ha esperado la apertura de las puertas anticipando el placer
que lo espera, anuncia la existencia de un shopping . El olor que percibo no tiene,
por suerte, que ver con la ópera: en la antigua confitería, convertida ahora en
parte del patio de comidas, choripanes y hamburguesas, papas fritas y muslos de
pollo se cocinan mientras de las máquinas expendedoras bajan ríos de gaseosas,
que tienen, por fin, mejor destino que los triples de miga y el champagne con el
cual alguna vez se solazaron los melómanos.




El enorme escenario está ahora ocupado por góndolas de ropa y accesorios de
primera marca: en lugar de Puccini y Verdi, ahora tenemos Prada y Fendi, lo cual
me hace pensar que se pretende conservar cierto nivel, más allá de la molestia
en que me precipito. En un puestito se pueden comprar, de recuerdo, pedacitos
del telón bordado y de los vitraux de Tiffany que alguna vez hicieron lucir al gran
teatro mejor que la Scala de Milán. Por suerte, el mural de Soldi permanece en lo
alto, pero la gran araña ha sido reemplazada por luz dicroica, porque no hay
temor a que su remoción altere la acústica.
Me voy hacia el Teatro San Martín buscando algún espectáculo de interés y veo
que ha sido alquilado a distintos sectores privados: un pastor evangélico se ha
hecho cargo de la sala A-B en el Centro Cultural, y la sala Casacuberta está
ocupada por un grupo de empresarios que dirimen sus negocios y hacen girar,
permanentemente, el escenario económico y político de la ciudad.
PSICOANALISTA SILVIA BLEICHMAR
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PSICOANALISTA SILVIA BLEICHMAR

  • 1. 16.08.2007 | Clarin.com | Sociedad TENIA 62 AÑOS Y UNA VASTA OBRA ENSAYISTICA Murió la psicoanalista Silvia Bleichmar Sus pasiones fueron el psicoanálisis y el destino de la Argentina. Héctor Pavón ¡Error! Marcador no definido. “Fuerte pero apenada", así pasó sus últimos días la psicoanalista Silvia Bleichmar. Falleció ayer por la tarde en su casa a los 62 años. Allí se despidió de su familia, y allí sufrió los últimos embates de esa enfermedad que suele ser retratada como penosa y larga. Dejó una familia frondosa y conmovida: marido, tres hijos y siete nietos. Su hija Marina dice que por momentos se entristecía porque sabía que iba a perder aquello que disfrutaba. Sin embargo, estuvo trabajando hasta los últimos días en ensayos sobre sus pasiones declaradas: el psicoanálisis y la Argentina. Hacia 1960, Bleichmar partió de su Bahía Blanca natal hacia Buenos Aires para estudiar sociología y psicología en la UBA. Los sesenta la encontraron militando en movimientos estudiantiles y en los setenta la dictadura militar la llevó al exilio mexicano. Poco después partió hacia París a estudiar con Jean Laplanche, el autor del Diccionario de Psicoanálisis. Recientemente Laplanche la había elogiado y recordaba con estima a quien había sido su discípula. Bleichmar volvió a la Argentina en 1986.
  • 2. Fue una psiconalista que sacó el consultorio de la abstracción psi y lo vinculó con los problemas sociales de la época. Los nuevos y los que ya estaban compenetrados en la sociedad. Trabajó para la UNICEF dirigiendo el programa de asistencia psicológica a las víctimas infantiles del terremoto de 1985 de México; formó parte del proyecto de ayuda psicológica a los afectados por la bomba que destruyó la mutual judía AMIA en 1994. Pero donde confluyeron sus dotes de psicoanalista preocupada por lo social y su estilo ensayístico fue en Dolor país (Libros del Zorzal), un libro pequeño pero contundente donde analizó la crisis del 2001 y de los meses siguientes y donde subrayó la necesidad de anteponer las subjetividades a los crudos números del riesgo país. El libro fue publicado en Francia, donde también se han editado libros suyos de psicoanálisis. Hasta estos días dio clases en la Facultad de Psicología de la UBA y en la de Córdoba; también enseñó en otras universidades nacionales y extranjeras. En los últimos meses recibió dos menciones que coronaron su carrera en lo profesional y en lo personal; en 2006 recibió el Premio Konex en Psicología y el 10 de mayo de este año fue distinguida como Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Hasta hoy a las 14.30 es velada en O'Higgins 2842, Belgrano. A las 15.30 sus restos serán inhumados en el Cementerio Jardín de Paz de Pilar. Viernes, 17 de Agosto de 2007 LA MUERTE DE la Psicoanalista SILVIA BLEICHMAR La mujer que escribía sin aliento Hábil intérprete de la sociedad argentina en Dolor país, la autora de La fundación del inconsciente murió a los 62 años. Como ensayista, analizó “las reservas fenomenales de la gente”. Por Silvina Friera
  • 3. Es imposible olvidar su voz grave, su intensa pasión y su rigor intelectual. Se atrevía, con una velocidad de reacción pocas veces vista, a practicar un pensamiento casi instantáneo sobre la actualidad argentina, un riesgo que ella asumía con la profunda convicción de que las huellas frescas de los padeceres del presente, que cincelaban sus textos, no deberían obturar la posibilidad de reflexionar. Cuando muchos intelectuales esquivan las demandas de la realidad con esa inquietante respuesta que daba Bartleby (... preferiría no hacerlo), Silvia Bleichmar las enfrentaba con un punto de vista anclado fuertemente en la subjetividad, como cuando señalaba que el gesto de su vecina, que pedía limosna no para comprar pan sino medialunas, era una afirmación de su voluntad de rehusarse a una desidentificación de sí misma. La psicoanalista y autora de Dolor país murió el miércoles por la tarde en su casa, a los 62 años. Resistió el cáncer con fortaleza, trabajando hasta los últimos días en ensayos sobre psicoanálisis y dando clases en la Facultad de Psicología de la UBA y en la de Córdoba. Había nacido en Bahía Blanca en 1944. En esa ciudad transcurrió su infancia y adolescencia, hasta que en 1960 llegó a Buenos Aires para estudiar sociología y psicología en la UBA. Su acercamiento al psicoanálisis se produjo en un momento de plena fractura de los paradigmas kleinianos. Con la llegada al país de la revolución lacaniana, Bleichmar se aproximó a Lacan a partir de la vertiente Althusser-Sciarreta, que constituyó un polo de discusión muy importante en el establishment psicoanalítico de lo años ’60. A pesar del impacto que ejerció sobre ella el discurso de Lacan, el dogmatismo lacaniano le producía una sensación de incomodidad. Tenía la impresión de que se movía cómodamente en el interior de enunciados cerrados. A la hora de enumerar los pilares de su formación, ella mencionaba las influencias de la epistemología de la segunda mitad del siglo XX – Bachelard, Canguilhem– y el marxismo de Habermas y Adorno, en el marco de lo que se llamó pensamiento post-metafísico.
  • 4. En 1976 se exilió en México, donde residió hasta 1986, cuando decidió regresar al país. En Francia, donde viajaba cada tres meses, realizó el doctorado en Psicoanálisis en la Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche, autor del Diccionario de Psicoanálisis. “Yo vengo a verlo porque usted es el más freudiano de los lacanianos”, recordaba la psicoanalista su primer encuentro con Laplanche. En el cambio de figuritas, él le aclaró: “No, yo soy el más lacaniano de los freudianos”. Autora, entre otros títulos, de La fundación del inconsciente y Clínica psicoanalítica y neogénesis, Bleichmar fue profesora de diversas universidades nacionales y del exterior (España, Francia, Brasil y México) y trabajó en la dirección de los proyectos de Unicef de asistencia a las víctimas infantiles del terremoto de México de 1985 y en el proyecto de ayuda psicológica a los afectados por la bomba en la AMIA (1994). En 2006 recibió el Premio Konex de Platino en Psicología, y en mayo de este año fue distinguida como Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Cuando hace casi siete años todos hablaban obsesivamente del riesgo país, Bleichmar observó que se estaba midiendo el riesgo país, pero sin reparar en la cuota de sufrimiento que los argentinos estaban pagando. Los diez textos que integran Dolor país (Libros del Zorzal) fueron calificados por la crítica como “un profundo y comprometido ensayo sobre la realidad argentina y su impacto en la subjetividad”. En No me hubiera gustado morir en los ’90, publicado el año pasado por Taurus, exploraba las consecuencias que tuvo el retiro del Estado en la subjetividad, pero sin perder de vista lo que ella denominaba las reservas fenomenales de la gente. Era capaz de meter el dedo en la llaga profunda de los conceptos fascistas que abundan en la clase media respecto de lo que deben hacer los pobres con el dinero que reciben. “¿Por qué no pueden comprar vino? ¿Por qué no pueden tener un televisor? Ahí está la concepción biopolítica: lo mantengo con vida en el horizonte de los límites mismos de la supervivencia, pero no tiene derecho a una copa de vino, a comer algo muy rico. Condenar a los pobres a la supervivencia biológica es deshumanizarlos”, decía Bleichmar a Página/12. También en esa entrevista afirmaba que no se consideraba kirchnerista. “Puedo colaborar porque pienso que hay buenas intenciones en educación, en cultura, pero no me embanderaría en una propuesta política mientras la sociedad civil no logre una politización más alta o saludable.” Bleichmar nunca cedió su máquina de pensar. “Escribo sin aliento, y la gente lo lee del mismo modo. La gente no me felicita, me agradece”, contaba Bleichmar.
  • 5. Silvia Bleichmar fue declarada ciudadana ilustre de Buenos Aires May 13, 2007 El pasado jueves la Legislatura de la ciudad otorgó la distinción de ciudadana ilustre de la ciudad de Buenos Aires a la psicoanalista Silvia Bleichmar. Nacida en la ciudad de Bahía Blanca en 1944, estudió Sociología y Psicología en la Universidad de Buenos Aires donde participó del movimiento estudiantil de los años ‘60. En 1976 se exiló en México, desde donde concuyó su Doctorado en Psicoanálisis en la Universidad de París VII. En México asistió a las victimas del terrorismo de estado argentino y también dirigió para UNICEF un programa de asistencia psicoanalítica a los niños afectados por el terremoto de México de 1985. También trabajó con las victimas del atentado a la AMIA en 1994. Con una veintena de libros publicados (10 en coautoría) Silvia Bleichmar es una de las más reconocidas intelectuales argentinas, referente obligado en lo que a ética en la sociedad contemporánea se refiere, su trabajo es uno de los más reconocidos en América Latina. La Fundación Kónex la destacó con el La ceremonia de entrega de la distinción se llevará a cabo el miércoles 30 de mayo a las 19 hs en el Salón Dorado de la Legislatura porteña. Para quienes deseen internarse en su pensamiento, SIlvia tiene su propia página web con reportajes y artículos publicados :
  • 6. La ficha Silvia Bleichmar nació en Bahía Blanca, se graduó de Psicóloga en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en Psicoanálisis en la Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche. Actualmente se desempeña como docente en universidades de la Argentina, España, Francia, Brasil y México. Es autora de numerosos artículos aparecidos en periódicos y revistas especializadas del país y del exterior. Entre sus libros de psicoanálisis se destacan En los orígenes del sujeto psíquico, La fundación del inconsciente y Clínica psicoanalítica y neogénesis. En el año 2002 publicó Dolor País (Libros del Zorzal), un conjunto de ensayos que reflejan su aguda visión sobre una de las crisis más profundas de la sociedad argentina. Entre sus actividades extraacadémicas ha tenido a su cargo la dirección de proyectos de Unicef de asistencia a las víctimas infantiles del terremoto de México, en 1985, y del proyecto de ayuda psicológica a los afectados por el atentado a la AMIA, en 1994. El debate de la violación En una entrevista reciente, Héctor Tizón declaró al diario Clarín que intervino en la etapa final del juicio a Romina Tejerina, y aseguró que “no hubo violación ni remotamente”. ¿Qué opina usted?
  • 7. –Las afirmaciones de Tizón muestran la imposibilidad de erradicar la ideología de la aplicación de la ley. La ley recubre parcialmente al derecho. No hay transmisión de la ley sin implicación subjetiva; los sujetos operan con sus representaciones en la aplicación y en la interpretación de la ley. El problema es si la ley va a contemplar el derecho y hasta dónde. En el caso del aborto por violación es indudable que la aplicación de la ley no recubre el derecho del sujeto. Lo que dijo Tizón le corresponde como sujeto ideológico y no como juez: él considera violación la intromisión en el cuerpo y no la subordinación del sujeto al deseo del otro. Lo brutal de la violación no es solamente la intromisión en el cuerpo. La penetración implica que el cuerpo de alguien sea empleado como medio de goce, sin tener en cuenta que está habitado por un sujeto. Una mujer abusada, aunque no sea genitalmente violada, es violada en su intimidad en el sentido más amplio del término. Caídos y orgullosos ¿Por qué afirma que nuestros héroes no son los que triunfan sino los que remontan la caída? –En un país donde tuvimos tantas derrotas, cualquier cosa que haga un argentino, y sobre todo en el exterior, se lo vive como un triunfo sobre un destino trágico. Nos ponemos muy orgullosos cuando podemos demostrar al mundo que no somos una manga de harapientos e inmorales. Amamos profundamente a los que se reponen sobre esa adversidad que nos marca. Me pareció un gesto de madurez enorme que la Selección Argentina fuera bien recibida, pese a haber sido derrotada, porque se le reconoció el esfuerzo que hizo por primera vez en el país. Hubo grandeza en la recepción y en este aspecto dimos un ejemplo de madurez muy importante. Martes, 22 de Agosto de 2006
  • 8. SILVIA BLEICHMAR Y LAS COORDENADAS SOCIALES DEL NEOLIBERALISMO “Para poder pertenecer hay que dejar de ser uno mismo” La psicoanalista no deja de observar el “factor esperanza” de los tiempos que corren, pero su libro analiza descarnadamente los efectos de la última gran crisis: “Cuando una parte de la Argentina se estabilizó un poco, se quisieron borrar los restos del deterioro del país, el residuo de la historia”. Por Silvina Friera “Los intelectuales deben ceder los pensamientos, pero no la máquina de pensar”, señala Bleichmar. Hábil lectora de los síntomas sociales y aguda analista de los sentimientos colectivos, la psicoanalista Silvia Bleichmar dice que la esperanza está renovando al país y al continente. Entre los estertores del siglo XX y los gemidos del siglo XXI, parece esbozarse un nuevo horizonte de mayor dignidad, con más conciencia de la solidaridad continental y menos relaciones carnales. Pero si hace cuatro años, cuando publicó Dolor país, se atrevió a formular y explicar las causas de la crisis con la rapidez que imponía la coyuntura, ahora en No me hubiera gustado morir en los 90 (Taurus) profundiza en las consecuencias que tuvo el retiro del Estado en la subjetividad –el saldo objetivo de millones de desocupados, un altísimo nivel de pobreza, una educación degradada–, pero sin perder de vista lo que ella llama “las reservas fenomenales” de la gente. La recuperación del “valor esperanza”, que el cuerpo agobiado de la sociedad civil encuentre un alivio, una brecha, no convierten sin embargo a la psicoanalista en una intelectual complaciente y satisfecha. No deja de advertir que la política ha dejado de entusiasmarnos, aunque algo perdura “como una chispa debajo del carbón que ahoga”, que la apatía pareciera desplegarse más en aquellos que intentan
  • 9. conservar lo poco que les queda y que las clases medias convalidan la exclusión social y la deshumanización a través de la caridad. Bleichmar sostiene que cuando se pone el acento en la corrupción “se espera un sistema neoliberal que no sea corrupto, pero no que no sea inmoral, aunque es imposible que no lo sea con el tipo de distribución que hace y con los niveles de explotación salvaje a los que llega”. La autora añade que el problema de la exclusión es la negación del derecho a la existencia simbólica y la reducción del otro a su cuerpo biológico. “Hasta la inclusión pasa por modos de desubjetivación; el costo de la inclusión también es muy alto”, explica a Página/12. “Para poder pertenecer e insertarse hay que dejar de ser uno mismo y aceptar formas de acoso laboral, no solamente sexual, que son profundamente irrespetuosas y deshumanizantes, y no estoy hablando de los sectores tradicionalmente obreros sino de todo lo que implica el trabajo intelectual. Hay un proceso de desubjetivación que es el eje principal de la problemática de la ética. El debate tiene que ser alrededor de qué tipo de país y de ciudadanos queremos construir.” –¿Cree que el Gobierno está habilitando este debate? –No, más allá de que el Gobierno está poniendo bastante el acento en los procesos de inclusión. Al menos aparece en el discurso; el problema está en si puede ser resuelto en el marco de las reglas del sistema económico vigente. En este momento los derechos civiles pasan a ser derechos humanos porque alguien que está desocupado definitivamente entra en un nivel de marginación de la producción, de los enlaces que produce el trabajo, de la representación de sí mismo, que padece un proceso de aniquilamiento simbólico; no es sólo un problema de supervivencia material. –En el 2002 el lema solidario era “piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”. Daría la impresión de que se pasó de la compasión a la caridad. –Totalmente. Cuando una parte de la Argentina se estabilizó un poco, se quisieron borrar los restos del deterioro del país. Hago una comparación terrible: cuando la gente pide que saquen a los piqueteros de las calles, es como cuando los judíos polacos salían del gueto y los polacos los miraban con asco y horror porque estaban sucios y mal alimentados. Es como si se pretendiera barrer los residuos de la historia, cuando en realidad no son residuos sino seres humanos. Una de las
  • 10. cosas que impresiona en el país es la pérdida de un proyecto nacional compartido. Hay una verdadera despolitización en el sentido de que todavía no hay una idea de que se puede incidir en las grandes cuestiones nacionales. La gente no discute el problema de la justicia, de los superpoderes. Esto lo plantean los diarios, pero no está en la agenda cotidiana. –¿Qué temas integran la agenda cotidiana de la gente? –Se ha instalado la inseguridad, cuando hay que variar el orden y poner en el centro la cuestión de la impunidad. El problema de la inseguridad es un residuo muy claro de la impunidad, con lo cual mientras se siga discutiendo la inseguridad no se va a poder llegar a ningún punto. Todavía no hay una perspectiva compartida y nacional de qué es lo que la determina y cuál es la manera realmente de resolverla. No considero que la pobreza genere delito, lo que genera es la enorme frustración y la rabia acumulada por las promesas incumplidas en un país que ha quedado partido en dos. –¿A qué le temen, concretamente, las clases medias? –Los sectores medios viven aterrados por el miedo de caer en el desempleo. En una sociedad en la que desaparecieron los productores y lo que existe son los consumidores, el terror a caer de la cadena productiva es muy alto, a tal punto que poseer un celular o una tarjeta de crédito es un símbolo de pertenencia. –¿La cultura dejó de brindar esa pertenencia? –Sí, salvo para sectores minoritarios. Lo que quiere un chico para ser reconocido es ser un gran deportista; las chicas aspiran a ser modelos, pero no aparece en los jóvenes la idea de realización intelectual. –¿Es el final de “m’hijo el dotor”? –A esta altura no le importa a nadie, sobre todo cuando un médico residente gana 1100 pesos por mes. Nadie tiene la certeza de cuáles son las áreas de producción
  • 11. que van a sobrevivir y de qué manera. Pero nuestro gran problema es haber devenido “la Malasia intelectual del mundo”. –¿Cómo es eso? –En lugar de producir prendas, producimos proyectos intelectuales. Estudios de arquitectura argentinos hacen los planos y los dibujos para arquitectos del primer mundo, a precios bajísimos, de construcciones que nunca van a ver. Suministramos cada vez más instrumentos de trabajo y no formas de pensamiento, porque en realidad lo que se está formando son capataces del tercer mundo a nivel intelectual. En el libro cuento algo que me conmovió mucho. Cuando volví a la Argentina en 1986, en una frutería de San Juan y Boedo había escrito en un pizarrón: “Señora, ¿quiere que su esposo cante como Plácido Domingo? Llévele nuestro melón rocío de miel. ¿Quiere que su hijo gane el Premio Nobel? Llévele nuestros duraznos priscos”. –Parece una anécdota del ‘40 o del ’50, del siglo pasado y no de hace 20 años... –Exactamente, y esto fue en los ‘80, donde todavía estaba esa fantasía de un hijo que ganara el Nobel o de un marido que cantara como Plácido Domingo. Hoy los padres les dicen a los hijos que se tienen que formar para “ganarse la vida” y no el Premio Nobel, con lo cual el terror a caer de la cadena productiva marca una economización precoz de la infancia y de la adolescencia. –¿Este terror es consecuencia del pragmatismo de los ’90? –Sí, y del modelo neoliberal, porque no hay existencia que no sea a través de ciertos paradigmas de inserción vinculados con el consumo y con la capacidad adquisitiva. Las madres no les dicen a los hijos: “Si robás, me muero de vergüenza”, sino “Si robás te echan del colegio”. El imperativo categórico desaparece y lo que queda es algo del orden de la pragmática: las acciones no se realizan no porque sean inmorales en sí mismas, sino porque podrían traer problemas.
  • 12. –¿Por qué la sociedad argentina apela tanto al argumento del ingenuo, el “yo no sabía nada” durante la dictadura? –El argumento de la ingenuidad es una forma de reconocer el horror sin asumir la responsabilidad que implica haberlo tolerado. Cerrar los ojos ante el asesinato del otro es algo terrible. Yo espero que el día que alguien confiese lo haga con culpa. Acepto que alguien diga que no sabía como disculpa, pero no como exculpación, que es muy diferente. –¿Siente que Kirchner es un par de los ’70, de su generación? –No tengo la menor duda de que si hay algo que está claro en este gobierno es la protección de los derechos humanos. Pero no hay coherencia entre la forma con la que se encara la impunidad policial del gatillo fácil y la reivindicación de las víctimas de los ’70. Hay una coherencia en las lealtades hacia mi generación, pero falta la coherencia del proyecto generacional. Respeto mucho la política de derechos humanos de este gobierno y entiendo la perspectiva gozosa con que la asumen Madres y Abuelas, pero al mismo tiempo me preocupa que no se ponga coto a ciertos aspectos de impunidad y a bolsones de fascismo que el país arrastra. –¿Por qué cuesta tanto extirpar esta impunidad? –El poder es impiadoso con la moral, siempre obliga a transacciones, es inevitable. Sé que hablo desde una posición de comodidad porque no he tenido que involucrarme en actos de poder, pero tengo una mirada de mucha benevolencia por quienes honestamente participan y al mismo tiempo se ven obligados a pensar alianzas que los juntan con malvados y perversos. Este país viene de períodos tan complejos que el proceso es muy difícil de sanear. Los focos más brutales del poder patriarcal se han instalado siempre en el interior, y la Argentina es un país que se ha demostrado ingobernable sin alianzas con ellos. Pero siento que el Gobierno ha dado pasos que para mí son importantes. –¿Se definiría, entonces, como una kirchnerista crítica? –No, no me considero una kirchnerista. Tengo respeto por el Presidente, que no es lo mismo que ser una kirchnerista. Y la diferencia está en que los intelectuales tienen que ceder los pensamientos, pero no la máquina de pensar. Los
  • 13. instrumentos de producción no se pueden ceder. Puedo colaborar con los ministerios y en todo lo que se me solicite porque pienso que hay buenas intenciones en educación, en cultura, pero de ninguna manera me embanderaría en una propuesta política mientras la sociedad civil no logre una politización más alta o saludable. Yo me embanderaría en un proyecto, que es muy diferente. –¿Cree que hay una recuperación del papel del Estado? –Sí, pero las críticas de la clase media al dinero que gasta el Estado en ayudar a los desprotegidos dan cuenta de que la sociedad todavía no se hace cargo de que su bienestar está montado sobre el malestar de una enorme masa de gente. En algunos puntos el Gobierno ha estado más avanzado de lo que se le permitía. Todos los créditos para la vivienda que el Gobierno dio tienen como eje el criterio de la dignidad, que pone en cuestión lo que muchos plantean: que a los pobres hay que darles viviendas de segunda categoría. –Este es el pensamiento de los sectores medios. Si le dan dinero a alguien que está pidiendo y se va a comprar vino, el comentario es: ¡Qué barbaridad, tendría que haberse comprado pan! –Totalmente, ¿por qué no puede comprar vino? ¿Por qué no pueden tener un televisor? Ahí está la concepción biopolítica: lo mantengo con vida en el horizonte de los límites mismos de la supervivencia, pero no tiene derecho a tomar una copa de vino, a comer algo muy rico. Sólo tiene que nutrirse para seguir vivo. Es brutal, es una concepción fascista. Condenar a los pobres a la mera supervivencia biológica es deshumanizarlos. El Inconsciente ENVIDIA Y CARIDAD: DOS CARAS DE LA MONEDA Por Silvia Bleichmar
  • 14. Semejanzas y diferencias entre la envidia, la caridad, la solidaridad y los celos. ¿Qué sentimiento enaltece más al sujeto, cuál al objeto? Envidia y caridad, no es absurdo considerarlas dos caras de la misma moneda, o el reverso la primera de la segunda. A diferencia de la solidaridad, cuyo ejercicio está marcado por el reconocimiento del semejante, por la injusticia de la cual es objeto y por una voluntad de reequilibramiento de sus derechos desbalanceados, la caridad implica asimetría y usufructo de la misma: se le da no sólo al que tiene menos, sino "al que es menos", "a los pobres", a los desposeídos, a los que sólo cuentan con la ayuda del otro porque sus recursos propios no pueden sostenerlo. ¿Por qué habría, necesariamente, que implicar agradecimiento entonces, si en su ejercicio se señala la condena a la desnivelación subjetiva en que queda colocado el supuesto beneficiario? Se debería, en realidad, pedir perdón por dar, por ese ejercicio terrible de soberbia que implica tener de sobra cuando el otro nada tiene, y aún por el hecho de que eso que damos no significa, en absoluto, que nos quedemos sin nada. Porque en realidad lo que damos no nos despoja sino que nos enriquece, en razón de que incrementa nuestro valor moral, nuestras acciones ante la instancia que nos premia –sea ella del orden intrasubjetivo, moral, sea del orden trascendente, divino-. La envidia, por el contrario, paradójicamente, y aunque pase por la denigración que se ejerce, da cuenta de la sobrevaloración del otro, y no de lo que posee. Es indudable que nunca se envidia el objeto sino la significación que este tiene en el orden inter-subjetivo. A diferencia de los celos, que llevan la marca del amor, que dan cuenta del deseo de posesión de un objeto humano, no puramente material, que se considera propio –no se cela sino porque un tercero intenta apropiarse de aquel que nos pertenece, o porque se ha apropiado de él– la envidia recae sobre el otro en tanto poseedor de aquello que se considera un don que le brinda el brillo del cual uno se supone carente.
  • 15. La envidia es así, odio decantado, destilado pasional, arrasamiento del yo; porque quien envidia, en realidad, ya siente que es nada salvo que posea aquello que el otro tiene y a lo cual codicia. El objeto es un "significante", como se acostumbró a decir a fines del siglo XX: la marca que emplaza a alguien ante sí mismo por relación al otro: si lo tengo – ese objeto– seré él, tendré su lugar, seré mirado como lo miro, como lo miran. A partir de esto, la paradoja: la denigración que se ejerce cuando se descalifica a quien se envidia es sólo un intento de restitución del narcisismo propio: "En realidad, él o ella no valen nada, y todo lo que tienen es basura, y lo que obtuvieron no sirve de nada…" modo paradigmático de ejercicio de la envidia que da cuenta, por el contrario, del sentimiento de aniquilamiento que vive quien la padece. Porque la envidia tiene un prerrequisito: y es la posibilidad de intercambiabilidad con el otro, la convicción de que aquello que tiene lo podría haber tenido quien codicia el atributo envidiado. Los siervos de la gleba no envidiaban al señor feudal, ni los campesinos a sus reyes, porque tenían la convicción de que habían nacido en lugares diferentes, que el orden establecido los había colocado en esa posición, y que no había razones para soñar siquiera con la posibilidad de tener lo que el otro tenía. La envidia no transgrede más que en el borde el principio de realidad, no se establece sino sobre la base de una cierta convicción de simetría que conlleva la injusticia. Razón por la cual es frecuente la envidia entre hermanos, ya que habiendo partido del mismo lugar, el hecho de que uno de ellos tenga algo que no se tiene, confirma el supuesto que ello obedece a un reparto mal establecido. La envidia tiene, entonces, como base, la convicción de la injusticia. Por eso convoca a la violencia, porque esa desigualdad –real o imaginaria, supuesta o verdadera– es de hecho un daño de partida. Si la igualdad de oportunidades prometidas culmina en desigualdad y sufrimiento, ¿por qué asombrarnos de la emergencia masiva de sentimientos profundamente destructivos en aquellos que han sido despojados y que se sienten víctimas de tal despojo? ¿De su amenazante deseo de reconocimiento, de la destructividad con la cual atacan en muchos casos los bienes y vidas de otros? Sólo la convicción de una reparación de la injusticia, no de una redistribución caritativa, es capaz de paliar la envidia como sentimiento arrasador que conlleva la destrucción del otro y del objeto deseado. La
  • 16. conservación de bienes y vidas pasa entonces no por el atenuamiento caritativo de la desigualdad sino por la garantía de un proyecto de inclusión no sólo biológico sino subjetivo; vale decir, por la restitución de la condición de ciudadanos de derecho para quienes sienten que su amor ha quedado desarticulado por la decepción que los conduce a una furia arrasadora. Silvia Bleichmar es doctora en Psicoanálisis de la Universidad de París VII, Docente de postgrado de universidades del país y del exterior. Autora de La fundación de lo inconsciente y Dolor país, entre otros libros. Jueves 31 de Mayo de 2007 Jueves 31 de Mayo de 2007 Fotos ¡Error! Marcador no definido.¡Error! Marcador no definido. Foto: Kovensky La política es impiadosa con la moral
  • 17. Por Silvia Bleichmar Para LA NACION Desde el escepticismo a la suspicacia, los argentinos vamos recorriendo la gama de posibilidades de una filosofía cotidiana que, si tiene su espacio paradigmático en los cafés y taxis, tiñe todos los intercambios en los cuales, muchas veces, basta un gesto de hombros acompañado de un retraimiento de mentón para que el interlocutor sepa que ya nada nos asombra. Y si a la fatiga de la compasión se ha sumado, en estos años, el agotamiento de la capacidad de comprensión, es tal vez la imposibilidad de confianza en que la verdadera indignación se exprese por los carriles necesarios lo que provoca, constantemente, la sensación de desborde. Una crecida que escapa de los límites de contención, pero que no tiene aún más que forma inundante de pequeños territorios que, una vez anegados, dan cuenta sólo de un fluir incontenible de malestar, que no encuentra su cauce político para regar la sequía moral y psíquica que invade al territorio. Se podrá decir, y la sospecha es válida, que es muy fácil enjuiciar a las clases dirigentes cuando se es un intelectual, y se puede vivir al margen del enchastre en el cual cotidianamente se ven inmersos los actos de gobierno, sea donde sea y en el tiempo histórico que transcurra. Y algo de lícito habría en el rechazo de muchas afirmaciones de crítica menor, y en cierto modo puristas, cuando la única responsabilidad que se tiene es la de observar la historia y ejercer juicios de valor sobre quienes la transitan. Pero a modo de descargo, también deberíamos reconocer que la intelectualidad argentina, que refleja por otra parte el desgaste del entusiasmo que toda la sociedad argentina siente ante años de ejercicio de política desgastada y corrupta, no se ha recuperado aún del enorme sufrimiento impuesto por la derrota del proyecto histórico del 70, pasando muchos de la cautela a la cortedad, o, incluso, a la melancólica responsabilidad asumida como sobrevivientes de aquello por lo cual tendrían que responsabilizarse los verdaderos asesinos. Lo sabemos, la política es impiadosa con la moral, pero ello es tal no porque todo el mundo sea corrupto, sino porque más allá de la corrupción, que parece inerradicable -y en la cual se ve involucrada gran parte de la corporación política de diversos signos e ideología- las decisiones de poder, en su carácter pragmático, obligan a la elección de acciones regidas por lo que se considera necesario, contra aquello que se concibe como correcto. A partir de la diferencia entre corrupción e inmoralidad, se perfila un aspecto de la política y de la vida que debe ser tomado en cuenta. Hay actos que no son necesariamente corruptos, pero sí inmorales, porque quienes los ejercen saben que no están bajo la opción que consideran válida y que los dejaría en paz con sus propias convicciones.
  • 18. No hay duda de que los actos de corrupción siguen minando nuestra confianza en las instituciones y en la resolución que el poder tomará respecto de ellos. Pero la inmoralidad con la cual se establecen algunas alianzas políticas no necesariamente da cuenta de la voracidad económica de quienes de ellas participan sino de un afán de poder que, en su movimiento mismo, deja inermes a quienes por él se ven capturados. La ideología: esa palabra que, como se ha dicho hasta el cansancio en la segunda mitad del siglo XX, es un imaginario que corroe el pensamiento científico y no permite vislumbrar la verdad de las determinaciones que posibilitan la aprehensión de un fenómeno. Sin embargo, como las representaciones sociales en general, como toda creencia, forma parte de nuestro mundo imaginario y permite acuerdos y desacuerdos basados en principios que determinan el piso sobre el cual se puede negociar o sobre el cual no se está dispuesto a establecer acuerdos. Sostener las convicciones ideológicas como acto de fe es tan absurdo como abstenerse de toda convicción, cayendo en el agujero negro de un cinismo en el cual la desconstrucción de la creencia es rayana en la desresponsabilidad absoluta. De allí el pudor que sentimos, ese sentimiento que se perfila detrás de la exhibición de un acto inmoral, cuando vemos las idas y vueltas, los tejes y manejes con los cuales algunos sectores ejercitan ese llamado "poroteo", mediante el cual se negocian lugares y puestos ante la perspectiva electoral, como si el acceso a la función pública fuera un premio de la lotería o de un bingo . Y el hecho de que se nos degrade -en muchos programas propuestos- de nuestra condición de ciudadanos a aquella de "vecinos"; no dando cuenta, al fin y al cabo, de las verdaderas necesidades que nos atraviesan, cortando las propuestas de los nexos que las determinan o escamoteando, al fin y al cabo, las condiciones que llevan a una u otra elección en aquellos programas que, más que programas de gobierno, parecen un rejunte acumulado al azar de las recorridas sonrientes realizadas por los barrios. En el film La ultima cena , de Tomás Gutiérrez Alea, luego de escuchar el discurso del amo, Sebastián, un esclavo negro que ha intentado la huida varias veces, dice lo siguiente: "Olofi jizo lo mundo, lo jizo completo: jizo día, jizo noche; jizo cosa buena, jizo cosa mala; también jizo lo cosa linda y lo cosa fea también jizo. Olofi jizo bien to lo cosa que jay en lo mundo; jizo Verdad y jizo también Mentira. La verdad le salió bonita. Lo Mentira no le salió bueno: era fea y flaca-flaca, como si tuviera enfermedá. A Olofi le da lástima y le da uno machete afilao pa defenderse. Pasó lo tiempo y la gente quería andar siempre con la Verdad, pero nadie, nadie, quería andar con lo Mentira... Un día Verdad y Mentira se encontrá en lo camino y como son enemigo se peleá. Lo Verdad es más fuerte que la Mentira; pero lo Mentira tenía lo machete afilao que Olofi le da. Cuando la verdad se descuida, lo Mentira ¡saz! y corta lo cabeza de lo Verdad. Lo Verdad ya no tiene ojo y se pone a buscar su cabeza tocando con la mano... [Sebastián tantea la mesa con los ojos cerrados.] Buscando y buscando de pronto si tropieza con
  • 19. cabeza de lo Mentira, se la pone donde iba la suya mismita. [Sebastián agarra la cabeza del puerco que está sobre la mesa con un gesto violento, y se la pone delante de su rostro.] Y desde entonces anda por lo mundo, engañando a todo lo gente el cuerpo de lo Verdad con lo cabeza de lo Mentira". La verdad se ha puesto la cabeza de la mentira, la verdad es sólo cuerpo, la mentira es cabeza, pero cabeza de cerdo. ¿Es la verdad entonces "el sostén corporal de la mentira"? ¿Es el descabezamiento de la verdad lo que da lugar a la mentira? Es aquí donde la devaluada palabra "ideología" debería recuperar su lugar, si entendemos por ello una forma de concebir el mundo que define el involucramiento de gran parte de nuestros actos subjetivos, nuestro accionar más cotidiano y traza los límites de nuestras posibilidades de aquiescencia a la inmoralidad de turno. Ella se expresa, por otra parte, en la diferencia que aparece en los discursos políticos cuando emergen bloques de sentido tales como "incremento de la seguridad" versus "erradicación de la impunidad", así como en la diferencia establecida entre la garantía de reconocimiento de derecho social versus el asistencialismo entendido como salida a largo plazo de la exclusión. No se trata de meras formas de expresión, sino del verdadero trasfondo sobre el cual se perfilan los proyectos de gobierno. Y es también aquí donde la política debería ser restituida en su función prínceps, como ejercicio de la ciudadanía y no como puro mercadeo. De tal modo empieza a manifestarse cuando los inundados de Santa Fe piden obras de infraestructura y se resisten al asistencialismo como única respuesta gubernamental, o cuando en Misiones se rehúsan las decisiones que convalidan la corrupción ancestral, o cuando se insiste en la regulación de los transportes como única solución posible al horror de una vida cotidiana marcada por el sacrificio a todo costo por un lado y a toda ganancia por otro. Porque el problema no está sólo en que la mentira esté a babuchas de la verdad, sino en que la verdad devenga un ejercicio que imposibilite no sólo el engaño del semejante sino el autoengaño que le da su sustento, brindándole su propio cuerpo para que se monte. La autora es psicoanalista; escribió Dolor país . LA NACION | 31.05.2007 | Página 21 | Opinión
  • 20. 04.01.2007 | Clarin.com | Opinión TRIBUNA El derecho de volver a creer en las palabras El discurso presidencial antes de la reaparición de Luis Gerez habilita recuperar la confianza, sin caer en ingenuidades o paranoias igualmente peligrosas. Silvia Bleichmar ¡Error! Marcador no definido. Y aquí estuvimos. Un fin de año en este país nuestro que no termina de cicatrizar y ya abre nuevas heridas, en el cual nos hemos habituado no a ser optimistas pero sí a alegrarnos cuando lo peor no ocurre. Los argentinos somos como un tentetieso: nos golpea la vida y cuando parece que caemos, nos ponemos nuevamente en movimiento volviendo a la posición anterior, antes de que se estabilice el cuerpo. Los padres salen a pedir justicia anticipándose velar a sus muertos, porque saben que no hay descanso posible ni para ellos ni para quienes seguirán amando el resto de sus vidas, sin reposo. Pero como una lluvia fresca de este verano terrible algo ocurrió cuando se venía encima el horror nuevamente. Y encontramos a Gerez, y el país volvió a ser nuestro por un tiempito. En esa disputa que tenemos entre la ajenidad y el derecho a la identificación. Y lamentablemente no hubo quinientos mil argentinos
  • 21. en la Plaza de Mayo pidiendo que cesara la impunidad. Entre quienes están sometidos a la supervivencia cotidiana y aquellos que han llegado a la desesperanza y a la fatiga de la indignación, nuevamente el año nos traía un final trágico. Y en medio de ello llegó el discurso del Presidente. Y le creí, tengo la obligación moral de decirlo y de explicar mis razones que no son sólo de fe sino de cuidadoso andar por los límites de la creencia. Porque el problema de la desconfianza no radica en lo que uno piensa del otro, sino en la duda que uno tiene acerca de su propia capacidad de análisis de la realidad. La creencia sólo se puede sostener sobre la base de la confianza en el propio juicio y en su sometimiento crítico: sin fanatismos ni desconfianza paranoica de ser engañado, no por el otro sino por uno mismo en su visión del otro. En un texto maravilloso de esos que nos ha dado Oliver Sacks, el neuropsicólogo inglés autor del guión del film "Despertares" y que forma parte de su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, relata cómo se desarma de risa un grupo de pacientes afásicos internados en una sala hospitalaria. Los afásicos, de emisión o comprensión, no pueden entender el sentido de las palabras que han perdido, pero incrementan su sensibilidad hacia tonos y gestos bajo formas de observación que sólo los niños poseen. Si se les habla con naturalidad, captan la mayor parte del significado, y logran encontrar en gestos y actitudes, más allá de toda representación, la esencia del mensaje. Por eso reían los pacientes de la sala, confrontados a un televisor donde un viejo fantoche quería hacer creer un discurso en el cual ni él mismo creía. Por su parte, desde otra patología, y con una mirada muchos menos lúdica y más crítica, pacientes que sufren de una "agnosia tonal" —absolutamente incapacitados de percibir esa tonalidad emocional—, sólo pueden guiarse por la coherencia de las construcciones gramaticales y su calidad lingüística. Coherencia y claridad permiten la comprensión en estos casos, en los cuales se ve afectado el lóbulo temporal derecho, a diferencia de las afasias, en las cuales se afecta el lóbulo temporal izquierdo. Los argentinos, a lo largo de los años, hemos devenido semiólogos. No nos importa lo que se dice, sino para qué se dice: nos dirigimos a las condiciones de la enunciación —qué determina que alguien diga lo que dice, en qué circunstancias, a qué intereses responde— y no el enunciado mismo, el cual en muchos casos viene a corroborar lo ya sabido. Pero también nos hemos vuelto grandes discutidores de tonos y coherencias. Sabemos que hemos sido engañados reiteradamente; no sin nuestra propia responsabilidad la desilusión es el precio de nuestra propia inflación, de nuestro deseo de creer a ultranza, no de nuestra ingenuidad sino, en muchos casos, de la desesperación por encontrar alguna certeza que nos salve de
  • 22. la desazón y el despeñadero moral al cual nos conduce. Su contrapartida es el retorno de un modo de juicio devenido afirmación que nos defienda de la humillación de haber sido engañados; y que radica no en someterse a la racionalidad crítica sino en ejercer la desconfianza como defensa frente a la derrota lesionante del autoengaño. Y bien, yo le creí al Presidente: como afásica y deficiente prognósica, encontré en su discurso coherencia y claridad, y emociones pertinentes con lo que transmitía, porque el sentimiento e indignación eran genuinos. Como semióloga amateur tuve también la convicción de que las condiciones de enunciación garantizaban el discurso. Porque por otra parte, en el tema Derechos Humanos, no tengo dudas de que con nuestras vacilaciones y dificultades hemos sido, en este dañado continente, quienes juzgamos, reculamos, avanzamos y salimos a debatir la falacia que implica perdonar sin que el agresor lo solicite, sin que se arrepienta, sin que dé garantías de que no volverá a hacer lo que hizo. Y la paciencia de la sociedad argentina y gran parte de su voluntad de construir un país que no se reproduzca en el horror me ha conmovido profundamente: después de veinte años de democracia bastardeada, acosada, plena de baches, no ha habido un sólo caso de ajusticiamiento por mano propia. Que la responsabilidad de la sociedad haya llegado hasta el límite de seguir avanzando hacia el punto de que la seguridad esté basada en la derrota de la impunidad. Y cuando Gerez apareció, sentí que teníamos derecho —pese a que nos estallaba en cada burbuja de lo que fuera que ingeríamos las caras de los chicos de Cromañón, y del Ecos, y de Carmen de Patagones, y de Matías Castellucci por dar algunos ejemplos paradigmáticos del dolor que nos acucia y que aún no logramos unificar para lograr, de conjunto, un país más justo y saludable— a creer que podemos llegar a un destino mejor. Y no brindé por la paciencia de las víctimas sino por su grandeza moral, porque representan la profundidad y el sentimiento de responsabilidad sostenida no sólo con los suyos más próximos sino con todos los suyos, que somos nosotros todos. Y porque una vez más le creí al Presidente, y no temo formar parte de la gilada que se autoengaña, porque las razones eran la garantía de que hay que seguir sosteniendo el "sueño de delfín", dejarse llevar por la mejor corriente sin perder el lóbulo despierto que nos mantiene alertas. Y sin delegar, volver a asumirnos con derecho a una vida menos atravesada por el horror y menos sostenida en la inmediatez de la supervivencia.
  • 23. ¡Error! Marcador no definido. Silvia Bleichmar Radiografía de la Argentina ¿Son mortales nuestras heridas? ¿Padecemos desnutrición intelectual? Diagnóstico de la psicoanalista que se conviritió en best-seller. Cálida, cordial y profundamente comprometida con sus convicciones, Silvia Bleichmar logra hacer de la reflexión aguda un ejercicio permanente. Interesada por el país, por el otro, intenta ensamblar los fragmentos de la historia reciente que no resultan fáciles de entender ni de digerir. En su estudio, y custodiada por una biblioteca que conjuga horas de lectura con objetos queridos, Bleichmar hilvana respuestas proteicas e inteligentes. Como en su último libro, "No me hubiera gustado morir en los 90", las ideas y los pensamientos se plasman en conceptos que transitan la esperanza, la utopía, la nostalgia y la reconstrucción. Noticias: ¿Cuál es el mejor analgésico para los dolores de nuestra memoria social? Silvia Bleichmar: Yo no soy partidaria de analgésicos si no se resuelve el mal que produce el dolor, porque se pueden tapar los síntomas que dan cuenta de la gravedad de una enfermedad. El analgésico tiene que ser usado con prudencia en la sociedad y es muy útil cuando ya se conoce la causa. Si no, simplemente se
  • 24. puede postergar el diagnóstico. La memoria tiene una cualidad: uno puede recordar y olvidar, mientras que la rememoración es algo incontrolable que avanza en la cabeza. En la Argentina se produce permanentemente la rememoración, la sensación de que retorna algo anterior no resuelto, como si no termináramos de reponernos. La única analgesia posible es crear condiciones de mayor bienestar moral. Noticias: ¿A qué se refiere con bienestar moral? Bleichmar: Me refiero no solamente a la disminución del riesgo físico o psíquico. Hoy, en general, la gente tiene más miedo de envejecer mal que de morir. Una enorme cantidad de argentinos tiene una profunda sensación de orfandad. Hay que cambiar la agenda argentina, hoy centrada en la seguridad y no en la impunidad. Cambiaron las condiciones: el imperativo categórico de la moral se ha transformado en hipotético. Para decirlo fácil: cuando yo era niña mi mamá me decía: "si robás me muero de vergüenza". Actualmente se le dice a los chicos: "si robás te echan del colegio". La moral pragmática ha reemplazado a la moral trascendental. Noticias: A veces, con la memoria, se prefiere hacer un lifting de los malos recuerdos. Cambiarles la cara para verlos distintos... Bleichmar: Eso es brutal. Además, yo no coincido con la idea de que hay una sola memoria. La memoria tiene una manera de seleccionar los recuerdos y de significarlos. De todas formas, creo que la Argentina se ha vuelto un país más memorioso. Hay una recuperación importante de la memoria en relación con la construcción de la identidad. La identidad es una suerte de residuo de la memoria. Noticias: Los argentinos ya estamos inmunizados contra varias cosas. Sin embargo, ¿deberíamos vacunarnos contra algo más? Bleichmar: Primero repasemos el concepto de vacunar: es recibir el mal en pequeñas dosis, para poder inmunizarse frente a los grandes males. Nuestro problema es que nunca recibimos nada en pequeñas dosis. Cuando tenemos inflación, es hiperinflación. Cuando tenemos represión, es terrorismo de Estado con desapariciones. Entonces, no existe la posibilidad de vacunarnos porque todo nos llega en grandes dosis que nos enferman. Noticias: ¿Cómo si fuera una epidemia? Bleichmar: Es como una epidemia de supervivencia permanente. Lo grave es que los traumatismos han producido cierta des-sensibilización y hay como una fatiga
  • 25. de lo traumático. Pasan cosas y la gente no logra amalgamar una posición frente a ellas. Se va produciendo por grupos: algunos recuerdan la tragedia de Carmen de Patagones, otros recuerdan lo de Cabezas, otros a María Soledad. Es impresionante ver cómo el país se dispersa hasta en sus duelos y arma cicatrices queloides. Por eso no creo que haya una vacuna para la Argentina. Permanentemente hay situaciones epidémicas que no son endémicas, porque cuando uno piensa que ésa es la enfermedad natural, surge otra cosa inesperada. Noticias: Todos conocemos los efectos tóxicos que tuvo la mentira en nuestra historia ¿La verdad, también puede tener efectos adversos? Bleichmar: Sí, por supuesto: cuando la verdad no es dicha para bien del otro sino para evacuar la angustia interior de quien la expresa. También hay otra cuestión: en nuestro país nos hemos convertido todos en semiólogos. Ya no interesa tanto si algo es verdadero o falso, sino quién lo anuncia, por qué y en qué momento. Volviendo a la pregunta, yo no hablo de reivindicar la mentira sino de ser prudente con la verdad. También hay que diferenciar entre la vida pública, donde el ocultamiento es corrupción, y la vida privada, donde el ocultamiento puede ser una forma de preservar al otro. Noticias: ¿Cómo se aprende a sobrevivir con una sobredosis de realidad tan intensa? Bleichmar: A veces endureciendo la membrana. Se produce como cierto autismo, como una renuncia al reconocimiento de la realidad . Me impresiona ver cómo a veces noticias impactantes pasan totalmente inadevertidas. Por ejemplo, el hecho de que hayan absuelto a un violador porque decía que estaba enamorado de la víctima. Es gravísimo usar la psicopatología como excusa sin que la sociedad se asombre: que Barreda salga el libertad o que alguien como Etchecolatz, que atentó contra los mandamientos, bese un crucifijo. La sociedad se ha acostumbrado al horror y se protege viéndolo casi como idiosincrático. Noticias: ¿Existe riesgo de desnutrición afectiva en la Argentina? Bleichmar: No sé si afectiva. Es interesante ver cómo los argentinos nos aferramos a los vínculos para sobrevivir. Yo me sigo emocionando cuando lo comparo con otros países. No creo que haya desnutrición emocional. Lo que hay es un minamiento de lo emocional a partir de una desnutrición intelectual y moral. Y no me refiero a la moral histórica, sino a los grandes principios de la ética. Hace tiempo que trabajo por diferenciar estas cuestiones: hay cosas que se consideran morales por ser legalmente válidas, pero éticamente son injustas e incorrectas. Por ejemplo, que el país esté lleno de alimentos y lleno de gente que no come es legalmente correcto, pero éticamente espantoso.
  • 26. Noticias: ¿Sería positivo y razonable practicar una autopsia moral en algunos casos? Bleichmar: El problema de una autopsia es que se hace sobre un cadáver y nosotros, por suerte, somos un país que está vivo. Yo soy partidaria de hacer biopsias y en mi práctica lo hago constantemente. Noticias: ¿En qué consisten las biopsias? Bleichmar: En que uno puede sacar pequeñas muestras que permitan la comprensión del conjunto. Yo trabajo a través de la lectura de síntomas y eso lo hago también con la sociedad civil. A partir del caso María Soledad hubo un cambio en el modo en que fueron concebidas ciertas cuestiones. Durante años se ha dividido en víctimas puras e impuras, en víctimas inocentes y culpables. Víctima culpable es una contradicción “in terminis”. Las víctimas son víctimas. El caso María Soledad fue el primero en el que no se pusieron en el centro las características de la niña, sino el hecho de ser víctima de una patota de poder. En este sentido, me gusta mucho el concepto de biopsia como preventivo y organizador. Noticias: ¿Cómo es la relación que tenemos los argentinos con algunas palabras, derivadas etimológicamente de corazón? Bleichmar: ¿Por ejemplo? Noticias: Cordialidad... Bleichmar: Somos ambivalentes con respecto a la cordialidad. No somos políticamente correctos, pero, pese a todo, seguimos siendo sensibles con el semejante. Noticias: Cordura... Bleichmar: No somos demasiado cuerdos, pero a veces la falta de cordura nos ha salvado. Las madres de Plaza de Mayo no fueron cuerdas. La cordura puede significar el acuerdo con las legalidades más perversas e inclusive llevar a la pérdida de la imaginación. En ese sentido, lo que caracteriza al ser humano no es su normalidad sino su especificidad. Uno no se enamora del otro porque es cuerdo, se enamora porque lo fascina el aspecto de locura que tiene la pasión. El tema de la cordura sólo me preocupa en el borde mismo de la acción, pero no respecto a la probabilidad de imaginar mundos posibles.
  • 27. Noticias: Coraje... Bleichmar: Somos dispares. Hemos sido muy valientes para algunas cosas y muy cobardes para otras. En ciertos momentos de nuestra historia y de nuestra vida personal hemos tenido mucho coraje, y así enfrentamos diariamente la vida. Es impresionante la capacidad de la sociedad civil argentina para reponerse de sus golpes y para buscar formas simbólicas de reordenamiento. Creo que todavía no hemos logrado que el coraje individual que permanece, se convierta en colectivo para encontrar un destino compartido. Noticias: Corrupto... Bleichmar: Aquí hubo una aquiescencia muy grande. Esto no es nuevo. Yo me acuerdo, cuando era niña, de la frase "roban pero hacen". Eso no empezó en los 90, sino que viene de mucho antes, inclusive de la época de los conservadores. De manera que tenemos una cierta connivencia y un hábito de tolerancia con la corrupción. Eso no quiere decir que seamos todos corruptos. Hay una enorme cantidad de gente, inclusive funcionarios, que siguen planteando conservarse al margen de la corrupción, lo que no es tan sencillo dentro de la corporación política. l Por: Jorge Barello | Fotos: Miguel Ángel De León ATENTADO A LA AMIA Otra cara de la catástrofe: la huella psicológica Más allá de las heridas físicas, la explosión de la AMIA dejó secuelas psíquicas tanto en los sobrevivientes y en los familiares de las víctimas como en la ciudadanía en general. Desde un primer momento, la encargada de tratar estas consecuencias intangibles del atentado fue la doctora Silvia Bleichmar.
  • 28. Convocada junto a Carlos Shenquerman por su experiencia en otras graves tragedias, como el terremoto de México en 1985, Bleichmar fue quien diseñó y dirigió el Programa de Asistencia Psicológica de la AMIA. “Si bien hubo atención espontánea en el momento, a la semana ya se empezó a organizar el trabajo”, recordó Bleichmar. “La gente asistida no eran pacientes sino afectados por la bomba”, explicó Bleichmar a télam.com.ar. “Esta diferencia era muy importante porque había que brindar elementos de simbolización de la situación traumática sin patologizar a los concurrentes a quienes teníamos que ayudarlos a procesar el exceso de realidad”. Bleichmar recalca que “no estábamos frente a gente enferma, sino ante personas afectadas por un traumatismo severo”, resaltó. El trabajo continuó con una diferenciación de los afectados. Se los dividió por edades y la relación que cada uno tuvo con el atentado. “Se consideró afectado a todo aquel que estuvo conmocionado por alguna razón vinculada al acontecimiento. No solamente a quienes estuvieron en el edificio o en la zona, sino aquellos que sintieran que el atentado los reubicó respecto a su propia historia”. Todos aquellos que lo decidieron comenzaron a tratarse con los profesionales del programa y, de a poco, comenzaron a surgir distintas historias: “Había una parte de la comunidad judía que no podía dejar de ligar el ataque con el Holocausto y la guerra en Medio Oriente”, comentó Bleichmar. Y otros, particularmente los afectados no judíos, que “relacionaron el atentado con el terrorismo de Estado y, en aquella época, con la muerte del soldado Carrasco”. En todos los casos, los familiares de las víctimas recibieron atención especial “para que cada uno pudiese expresar su propio duelo”. Se buscó cuidar la diferencia de cada caso porque ,agregó, “no era lo mismo perder al padre que al marido”, destacó la doctora. Distintos casos, el mismo dolor En su amplia experiencia, la doctora Bleichmar pasó por varias tragedias, y en ellas descubrió distintos casos, todos constantes en la forma en que los seres humanos expresan su dolor. “Mientras que el terremoto es una catástrofe natural, el atentado a la AMIA está entre las llamadas tragedias históricas. Esto genera, muy particularmente en los niños, una caída de la confianza en los adultos y una sensación de vulnerabilidad que la familia no puede evitar”, comentó.
  • 29. Bleichmar, durante su exilio en México, ya había tratado con víctimas del terrorismo de Estado de toda Latinoamérica. Argentinos, chilenos y uruguayos, en todos los casos su trabajo presenta coincidencias: “Es muy terrible. El tema de que hay otro humano operando para el desastre, para el dolor y para el sufrimiento cambia cualitativamente las representaciones del ser humano”. Otra similitud en las víctimas de desastres es “una pérdida en los primeros tiempos de la capacidad operatoria de las personas”. Según explica Bleichmar, generalmente “se confunde con una depresión, pero en realidad es un proceso de fractura psíquica que se caracteriza por la apatía, no es un cuadro depresivo sino un estallido de las defensas habituales”. “Eso es bastante universal, y generalmente se lo confunde con una depresión cuando no hay condiciones para elaborar el duelo. La gente ni sabe lo que ha perdido en el momento en que se produce, es un desconcierto total”, enfatizó. Sin embargo la evolución, en general, es buena. Y para ello hay también factores claves: “El traumatismo menos severo se produce cuanto mayor protagonismo toma la gente, cuando no queda sometido a una situación de ignominia total”, explica Bleichmar. “Una de las claves es esa, la evolución de ese protagonismo y la necesidad de que se recuperen a sí mismos, antes de ver qué otras cosas perdieron”, agrega. El problema de registrar lo vivido Si bien durante la experiencia todo el equipo recopiló una gran cantidad de material escrito, es llamativo lo poco que fue publicado. Procesar el material “implica un costo psíquico enorme. Es muy difícil, en una situación como esta, trasladar a la escritura”, asevera Bleichmar. “El hecho está muy cercano y además no hubo Justicia, es gravísimo. La falta de Justicia genera una imposibilidad, es como algo no resuelto”, resaltó. Pero además, los profesionales se ven influenciados por sus propias experiencias: “una mujer sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial me dijo, una vez, que cuando se fotografía un cuerpo violado y asesinado y no se lo cubre, se lo está violando y asesinando nuevamente. Me llevó muchos años poder escribir eso”. Balances del trabajo y proyección a futuro Aunque el programa duró aproximadamente un año, cuando comenzó el juicio “nuevamente fuimos convocados porque algunos testigos aparecían como atemorizados, pero se resolvió muy rápidamente”, recordó la psicoanalista. Luego, los afectados siguieron su tratamiento a través del trabajo individual con
  • 30. cada uno de los terapeutas, y su evolución continúa. Los mismos profesionales vieron también proyectado su trabajo en el atentado. La doctora Bleichmar, por ejemplo, fue convocada por los socorristas para asistir a las víctimas en las inundaciones en Santa Fe en el año 2003. Además, recientemente fue nombrada ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y galardonada con el premio Konex de Platino, en su especialidad, en el 2006. Miércoles, 20 de Diciembre de 2006 Más que un cambio, el rugido de un país El 20 de diciembre dejó su marca en la ilusión de un país unido en la búsqueda de su destino, pero no pudo cuajar en un proyecto histórico de referencia. Por Silvia Bleichmar * El 20 de diciembre del 2001 más que un cambio político se produjo un rugido del país. El golpe de las cacerolas dio cuenta de la furia, una protesta que puso en evidencia el dolor y enojo, sin palabras aún disponibles. El balbuceo articuló algunas frases, sin embargo, más de deseo que de propuesta: “Que se vayan todos”, acompañada de “No se va, el Pueblo no se va”,
  • 31. intentó definir quién se adueñaba del país, pero sólo como revelación de profunda indignación frente a la corrupción y la expoliación del sistema político-financiero. Sin embargo, gran parte de los argentinos atribuyó el “fracaso” del modelo fundamentalmente a la corrupción y no al modo mismo de subordinación a los intereses más degradados del capitalismo salvaje, a la profunda inmoralidad que guardaba y a las formas con las cuales el bienestar supuesto de los ’90 se desbarató dejando los muñones de la nación al aire, y con ellos, en carne viva, a un país que a diferencia de los ’70 no basó su aquiescencia por terror sino su connivencia con las migajas de un festín al cual no estuvimos invitados sino recibiendo desde el corredor las sobras aplacatorias que convocaban a la complicidad y la pérdida de identidad. Más allá de esto, el 20 de diciembre, por primera vez en años, se dio cabida a la ilusión de un país unido a la búsqueda de su propio destino, ilusión que no podía fecundar en la esperanza sin un Proyecto Histórico de referencia, proyecto imposible de realizar sin una revisión profunda no sólo de los enunciados políticos sino incluso teóricos que guiaron a las fuerzas más avanzadas del país a lo largo del siglo XX. La impotencia es pariente de la intolerancia. Los años posteriores dieron cuenta de lo mejor y lo peor del país: desde el reconocimiento de la imposibilidad de la salvación individual por parte de muchos, hasta el ocultamiento de la riqueza no por pudorosa ética sino por temor al despojo de los excluidos. Desde las tareas solidarias programadas para suplir las carencias de un Estado que no termina aún de reponerse de su devastación, al retiro de su función y a la reducción de mero administrador de las crisis que por sucesivas devienen una sola y gran catástrofe, al odio a los excluidos, y a la resistencia profunda y sostenida por parte de estos de evitar su deshumanización. La impotencia se emparienta con la desesperanza: el cisma que nos partió en dos regiones sociales, económicas y de perspectiva no ha sido indudablemente saldado, ni parece por ahora tener visos de resolverse –al menos en las condiciones habituales que implican la profunda indiferencia de quienes han quedado de un lado de la muralla de acciones y palabras y que piden, tal vez por “fatiga de la compasión” en algunos casos, por egoísmo en otros, que les quiten de la vista la miseria, a los desharrapados que los someten constantemente a su temor a un destino similar dado que sus condiciones de supervivencia material y simbólica no se encuentran definitivamente establecidas.
  • 32. El bolsón de fascismo se muestra acá permanentemente cuando el odio a los excluidos se expresa bajo formas racionalizantes que hacen a muchos eludir la responsabilidad social que implica el concepto de semejante en el marco no sólo de un territorio sino de un proyecto irrealizable sin la participación conjunta. Se muestra también el pliegue del fascismo en el pedido de seguridad y la tolerancia a la impunidad, la naturalización de la muerte de los niños y adolescentes y la convicción resignada respecto al carácter inevitable de la miseria. Sin embargo, la contrapartida es clara: si bien el reclamo de una justicia saludable no ha logrado aún unificarse, la lucha contra la impunidad es posiblemente uno de los motores más fuertes de las movilizaciones de poblaciones que salen a pedir reparación jurídica antes de terminar de velar a sus muertos, porque saben que no hay descanso en paz si no se mueven en dirección de lograr el reconocimiento del derecho de las víctimas. Los modos de deshumanización que se ponen de relieve en el intento de someter a una parte del país a su condición simplemente de “superviviente asistido”, con vidas “innecesarias de ser vividas y vidas valiosas perdidas”, encuentran su límite en el florecimiento de acciones creativas y búsquedas nuevas que dan cuenta del deseo profundo de no verse reducido a la animalidad más degradada, sometida a la caridad que sólo conserva la vida y despoja del mundo simbólico que lo transforma en humanizado. El país se ha tornado complejo: no se ven bordes nítidos salvo a nivel de las estadísticas. El sistema de representaciones que lo sostiene no es homogéneo: no hay dominancias, y la oscilación entre la responsabilidad ética compartida de construir un proyecto común y el deseo de supervivencia individual a cualquier costo es constante. Los argentinos tenemos una falla en la noción del largo plazo, y la inmediatez, producto de una historia sometida a los vaivenes de los intereses más degradados, obliga constantemente a sostener la cotidianidad bajo modos que son en muchos casos degradantes. Sin embargo, creo que el 2001 dejó su marca: nos hemos convencido de que nuestros tratos societarios y la tolerancia a la impunidad nos arrastran a un abismo, sin que aún hayamos tomado en nuestras manos de manera unificada el
  • 33. carácter político que esto implica. La corporación política, si bien cerrada aún sobre sus propios intereses, se muestra más sensible a la posibilidad de deponer sus propias ambiciones cuando la marea humana se le lanza encima –como ocurrió en Misiones, donde se produjo, por primera vez, un verdadero proceso de reciudadanización en virtud del carácter político que tomó el reclamo de poner coto a la inmoralidad política–. Y si bien una parte importante de la población ha entrado en cierta rutinización, cierto naturalismo de la injusticia –siendo indudable que éste es el problema mayor que enfrentamos para poder reconstruirnos de manera profunda a partir de las experiencias históricas que arrastramos– aún se alimenta aunque sea de manera fragmentaria y aislada el anhelo de un país más justo y capaz de desplegar, no sólo de sostenerse, en su potencialidad. * Doctora en Psicoanálisis de la Universidad París VII. Escritora, autora de No me hubiera gustado morir en los ’90, entre otros. LA PARABOLA DEL ARGENTINO MEDIO Por Silvia Bleichmar Como el mito del eterno retorno, la ciclotimia argentina oscila entre el entusiasmo y la resignación apática. Mientras, las pasiones se reparten entre los éxitos de Ginóbili en la NBA, el fútbol y la protesta social.
  • 34. Por 9 de Julio vienen los micros que llevan a la hinchada de Platense al partido contra Chacarita, partido que define quién se queda en la Primera B Nacional. Por las puertas y ventanas aparecen los cuerpos descubiertos agitando camisetas, exhortando a la comitiva de coches que acompaña y a quienes pasan a su lado, incluso a los indiferentes que, como yo, no reconocen de inicio las banderas. Custodiados por la policía de la Provincia avanzan entusiastas, desmelenados; la escena es onírica y al mismo tiempo habitual, ¡tan argentina!. Al grito de “Dale Campeón, dale campeón” alientan a un equipo que está intentando no ganar un campeonato sino, simplemente, evitar caer al descenso, reducirse a la Primera C. Dos cuadras más adelante pasamos ante un grupo de gente que espera contingentes para reunirse con vistas a participar de otro acontecimiento. Se trata de piqueteros y miembros de movimientos populares que se preparan -después me entero- para asistir a la manifestación en contra de Bush y de sus intenciones de emplear los atentados en Londres para recrudecer su dominio mundial. Silenciosos, con sus niños en brazos o cochecitos, sentados en los bordes de las veredas o en los canteros de las avenidas, enrollados aún algunos carteles, se los ve dispuestos a la espera para participar de un acto de otro orden. El taxista asegura: “Estos no son del fútbol, esto es política”, y no necesita apelar a su experiencia en la calle para garantizar que la afirmación es correcta. ¿De dónde proviene el entusiasmo de unos y la resignada apatía de los otros? El entusiasmo es esa cualidad de investir lo común con atributos extraordinarios. Lo extraordinario, en realidad, no consiste en algo existente en sí mismo, sino en aquello que rompe cierta monotonía establecida, cierta pregnancia de los acontecimientos. El entusiasmo deviene de la expectativa que la acción depara, a quien la realiza, de ser protagonista, de que su realización represente algo para alguien, tenga efectos, dé garantías de resolución de una tensión inmediata a la cual la mente debe dar curso. Así como en tiempos históricos las acciones políticas y de riesgo cumplen la función de llenar el corazón de la gente porque les garantizan que sus sacrificios y esperanzas tendrán un lugar futuro, ante la apatía que prevalece, el logro deportivo, el triunfo del equipo, el salvarse del descenso, son actos heroicos hoy para millones de argentinos que sienten que han perdido todo protagonismo, que se sienten más identificados con Manu Ginóbili en la NBC que por nuestros representantes en los organismos internacionales, cuyas opiniones no nos interesan y cuyas acciones desconocemos, porque en última instancia sabemos que su voz no tiene concierto ni audiencia que pueda escucharla en el actual juego mundial de fuerzas.
  • 35. La política ha dejado de entusiasmarnos. Ya ni los embates agresivos de los políticos nos sorprenden, nos arrojan al apoyo o al denuesto: cuando Cavallo y su Señora Esposa se presentan como candidatos no se nos mueve un pelo, cuando Moria dice que apoyará a Menem porque su gobierno tuvo cosas valiosas no baja su audiencia ni nos horrorizamos, sólo sentimos cierto pudor de que alguien, del exterior, se dé cuenta de lo que está diciendo, al modo de esa gente que ha perdido el auto-respeto y sólo teme ser vista por los vecinos. Cuando se enfrentan dos facciones del justicialismo en una contienda en la cual se despliegan rencillas y acusaciones y que se basa, en última instancia, en la mayor o menor inmoralidad de la lista de los postulantes -ni siquiera en su moralidad, sino en el nivel de inmoralidad medible en sangre-, y ya ni siquiera discutimos con quienes transitan nuestros espacios las razones para inclinarse por una u otra elección… Como esos matrimonios aburridos que se sientan a la mesa de los restaurantes sin hablarse, sin mirarse, compartiendo sólo la sonrisa o el diálogo con el mozo que anima un poquito el encuentro, sostenidos en su rutina porque no quieren romper las reglas que le tomó tanto tiempo construir, asistimos a las elecciones. Ya no creemos que el almuerzo sea maravilloso, veinte años de Democracia sólo nos libraron del horror -que ya es en gran medida ganancia- pero nos desgastaron el entusiasmo. Sin embargo, no estamos dispuestos al divorcio, porque seguimos esperando que algo ocurra, la chispa que anime nuestras vidas cotidianas y encontremos algo que nos permita sentir que una vez más volvamos a transitar el país como los micros de Platense: dispuestos si no al triunfo al menos a evitar el descenso, a alentar a alguien en quien creer, a sentir el protagonismos del que nos sentimos expulsados, más allá de derrotas parciales siempre dispuestos a volver a apasionarnos para poder estar vivos. Ilustración: Ignacio Rodríguez AGOSTO DE 2005 CARAS Y CARETAS - 71
  • 36. EL SEXO ES CULTURA Por Silvia Bleichmar psicoanalista La educación sexual no es sólo un debate que está sucediendo a nivel legislativo. Es un derecho que niños y adolescentes deben poder ejercer para ubicarse frente a la realidad que los rodea. En el trayecto que va de su casa a mi consultorio Pedro, de ocho años, ha visto un cartel publicitario de una mujer mostrando ropa interior con las piernas y el espíritu abierto a quien reciba su mensaje. Dos cuadras más adelante, un hombre semidesnudo es abrazado por una joven que lo envuelve, con mirada desafiante, ubicando sus pies, de mano precisa, sobre los genitales que se marcan en relieve bajo el calzoncillo que los cubre. Mientras el vehículo en el cual lo traen avanza por la ciudad, el poster de un grupo médico propone resolver la impotencia masculina para brindar la felicidad perdida; los personajes de la foto se parecen demasiado a sus abuelos, y se sorprende de que ellos puedan estar preocupados por una cuestión de este orden. La ciudad palpita sexualidad, y Pedro está anonadado ante tanta imagen que lo desborda. Atraviesa la puerta como una tromba y me dice: “El sábado, en el campo, vi a un toro haciendo el amor con una vaca. Es raro: están parados, no se miran las caras, no es como con las personas, me dio miedo, el toro era enorme sobre la vaca, estaba como furioso…” Pedro no necesita, como los niños del siglo XIX, ir al campo a conocer la sexualidad humana a través de los animales. Por el contrario, lo sorprende la sexualidad en estado natural. En las tiras de televisión que comparte con sus amiguitos las madres de los adolescentes se transan a los amigos de sus hijos, las niñas reciben propuestas
  • 37. amorosas de los profesores y se confiesan asustadas y atraídas, y las traiciones y desplantes amorosos son el mayor motivo de sufrimiento de los personajes. En el pasado, a la búsqueda de una frase, de un imagen, de una representación de lo sexual, mujeres y niños de todos los tiempos merecieron que el espíritu libertario del siglo XX propusiera la educación sexual, vale decir la información acerca del carácter del sexo como práctica ciudadanizante, incluyente, al tomar como consigna el derecho que todo ser humano tiene sobre su propiedad inalienable que es el cuerpo, reconociendo límites y posibilidades del mismo en el encuentro con el otro y en la regulación de las acciones que los involucran, de las cuales la sexualidad es posiblemente la que más en juego pone el intercambio que fija los límites del propio territorio. Hoy el debate toma otros carriles: no se trata ya de suministrar información, sino de ayudar a metabolizar aquello que desborda, que se precipita en imágenes carentes de sentidos, traumáticas y que obligan a un enorme esfuerzo de captura por parte de la mente, inhabilitada para hacerse cargo de otras tareas, cuando lo acuciante no se encara del modo adecuado. Cuánto mejor rendirían nuestros niños en las escuelas, si hubiera espacios para que puedan explayar sus teorías, resolver sus cuestiones, abordar aquello que realmente les preocupa: no sólo cómo preservarse del SIDA –que no es una cuestión menor – sino por qué hay adultos que abusan de los niños, qué quiere decir que un bebé pueda nacer de la panza de la abuela, por qué hay señoras que no pueden tener bebés y otras que sí, y por qué las que pueden tenerlos no pueden criarlos y se ven obligadas, muchas veces, a dárselas a las que los crían… Por eso constituye un giro regresivo el retorno a los viejos debates acerca de la educación sexual, ya que de lo que se trata hoy no es de ponerla en cuestión, sino de redefinir los modos de abordaje, los caminos de una simbolización que ayude a conformar una sociedad en la cual nos hagamos cargo de que los niños tienen derecho a conocer aquello que deben conocer, pero los adultos tienen también la obligación de reformularse las preguntas que permitan dar las respuestas que ellos requieren.
  • 38. Si es verdad lo que proponen ciertos sectores religiosos respecto a que en el ser humano la sexualidad no es del orden “natural”, la oposición no pasa sin embargo por el par natural-divino. Se trata, en los seres humanos, de reconocer el carácter de cultura y las implicancias que tiene, y es precisamente su “antinaturales” la que obliga a hacerse cargo de los efectos sobre la cría prematurada de las acciones sexuales que la involucran antes de estar en condiciones de ejercer su propia genitalidad. La Iglesia tiene miedo al discurso de la sexualidad, porque en su propia experiencia se ha visto afectada por las formas espurias que pudo alcanzar. No es casual que se encontrara obligada, a partir del Concilio de Trento, en el Siglo XVI, a hacer pasar al Tribunal del Santo Oficio la denuncia del “Pecado de solicitación”, consistente en la solicitación en confesión o, más propiamente, solicitatio ad turbia, que incluían las palabras, actos o gestos que, por parte del confesor, tenían como finalidad la provocación, incitación o seducción del penitente., insinuación sexual conducente a la realización de actos realizada por el confesor con la mujer que ante él exponía sus pecados. Las causas de la consumación de este pecado pueden ser discutibles, pero indudablemente confluían en él la perturbada vida sexual de los monjes condenados a la abstinencia, el abuso de poder que ejercían sobre las mujeres que de ellos dependían espiritualmente, y la ignorancia de sus víctimas, infantilizadas y colocadas en un lugar de privación de conocimientos y de voluntad que las dejaba inermes ante sus avances. Hay que imaginar la oscuridad del confesionario, la palpitación de lo prohibido, la entrega a la búsqueda de salvación, el encuentro de todo ello con el estado de
  • 39. deprivación de una sexualidad normal por parte del confesor, para poder representarse la circulación de lo que allí ocurría y el voltaje que alcanzaba. Si la palabra es excitante, esto no depende de la palabra misma, sino de las condiciones en las cuales es vertida, y de los protagonistas que a ella se ven sometidos. Y cuanto mayor abuso de poder se ejerza sobre los interrogantes de la vida, de la muerte, de la sexualidad, mayor será el poder de la palabra de quienes hacen usufructo de ella, para ejercer su dominio sobre los interrogantes que los seres humanos no podemos dejar de construir de modo renovado. DICIEMBRE DE 2005 CARAS Y CARETAS - 28 LOS “EXCESOS” DEL TRABAJO Por Silvia Bleichmar Existen dos clases de trabajo -decía William Morris en su conferencia de 1884, un año antes de fundar La liga socialista- uno de ellos es bueno, el otro malo; uno que no está lejos de ser una bendición, una alegría de la vida, y otro que es sólo una calamidad, un agobio. La diferencia entre ambos es que en uno existe la esperanza, en el otro no. Esperanza de descanso, de fruto y de placer en el trabajo en sí: y también esperanza de que todos estos aspectos se den en abundancia y buena calidad de vida. Cuando un ser humano trabaja haciendo algo que siente que existirá porque él se ocupará de ello y así lo dispone, ese ser humano está poniendo en juego la energía de su mente tanto como la de su
  • 40. cuerpo. Mientras trabaja, la memoria y la imaginación vienen en su ayuda. De esta manera, el trabajo digno lleva consigo la esperanza de placer en el descanso, la esperanza de placer en el uso de lo que produce, y la esperanza de placer en nuestra diaria habilidad creativa. Cualquier otro trabajo es inútil, una tarea de esclavos: trabajar para vivir y vivir para trabajar… Si es sencillo reconocer en este texto la opresión a la cual ha sometido durante siglos el trabajo a la mayoría de la humanidad, también, aún con un esfuerzo psíquico importante por la nostalgia que impone, podemos recordar que hubo otra época, tan cercana que su ausencia nos palpita aún entre las manos, en la cual la dignificación del trabajo estuvo en el centro de todas las propuestas transformadoras que la atravesaron. El siglo XX fue el siglo de la recuperación del valor del trabajo como actividad fundante de la transformación en las condiciones de vida, base de todo progreso anhelado y de todo reconocimiento del valor del sujeto. Por eso el protagonista del siglo XX fue el sujeto trabajador, a quien, en los bordes mismos de la utopía, se consideró el gran agente de la historia contemporánea, de sus cambios posibles y de la reparación de todo sufrimiento pasado. ¿Quién hubiera supuesto, hace treinta años, en este país nuestro, que un grupo de población –no importa su origen, sus condiciones de existencia, su procedencia o su etnia– se iba a pronunciar porque se les deje seguir ejerciendo el trabajo esclavo, única fuente posible de subsistencia para sí y para sus propios hijos? Quién hubiera podido imaginar un retroceso a mediados del siglo XVIII, cuando los esclavos liberados por la guerra de secesión tenían temor de apartarse de sus amos porque su destino incierto en los algodonales los condenaba al mismo trabajo que realizaban pero no les garantizaba techo ni comida? La libertad es un bien con el cual se sueña cuando la supervivencia vital no se arrastra hacia el próximo bocado En los campos de concentración, dice Primo Levi, sólo se podía pensar en la próxima cucharada de sopa. La libertad era un sueño imposible, con una vida capturada en la inmediatez. Si la revolución industrial expropió la fuerza de trabajo de los asalariados, la revolución tecnológica a la que asistimos viene expropiando la fuerza simbólica de
  • 41. producción de quienes a ella se ven subordinados. Sin niños atados a las patas de las camas, sin encierro nocturno ni apresamiento en mazmorras erigidas en plena ciudad, los jóvenes que ejercen su tarea de captura intelectual en empresas que trafican ya no con materias tradicionales sino con bienes simbólicos, se ven sometidos “voluntariamente” a jornadas que empiezan por la mañana y terminan por la noche, realizando un trabajo que no les permite conocer los resultados posibles ni las condiciones que lo generan. Asistiendo desde sus computadores y oficinas que son sucuchos tabicados sin luz natural, comiendo un sándwich mientras manipulan teléfonos y papeles, los nuevos trabajadores del capitalismo salvaje no tienen, siquiera, la posibilidad del metalúrgico que inmortalizó ese film maravilloso en el cual el personaje formula la frase que da cuenta de la preservación del deseo en medio de la maquinización a la cual se ve condenado: “Un tornillo, un culo. Un tornillo, un culo”, dando cuenta que su pensamiento puede seguir volando pese a su atrapamiento en una cadena de montaje cuyo producto desconoce y su destino le es ajeno. La mano de obra esclava es, para usar una expresión lamentable del descargo militar, “un exceso”, devela y oculta, al mismo tiempo, la esclavización voluntaria a la cual se someten millones de seres humanos que tienen por destino la inclusión cautiva o la exclusión irremediable. Un “exceso” es lo sobrante de algo existente. Es algo generado por el producto mismo que le da su materialidad. Que alguien se muera en la tortura es “un exceso” de alguien que se le fue la mano. Lo que se oculta detrás de esto es el exceso mismo de sadismo y crueldad, de poder omnímodo sobre el cuerpo y la mente del otro que intenta la tortura. Por eso la contratación de mano de obra esclava debe ser severamente condenada: tanto la de bolivianos en los talleres de costura como la de argentinos en las fábricas de procesamiento de pescado de Mar del Plata. Pero que el horror de la desocupación no nos lleve a descuidar la esclavitud voluntaria a la cual hoy se someten millones de argentinos cuyo trabajo es inhumano más allá de que “happy ower” les de un espacio en el cual creen recuperar algo de placer, sin saber que han perdido ya toda posibilidad de subjetivación en el encuentro.
  • 42. MADRES Y PADRES DE LA PATRIA Por Silvia Bleichmar PSICOANALISTA La independencia yel colonialismo, como vínculos de construcción de la identidad colectiva, hicieron que la Argentina eligiera padres simbólicos. Es posible que la mayoría de los argentinos nunca nos detengamos a pensar las frases que marcan nuestra historia, las que oímos una y otra vez en los discursos escolares, deletreamos en libros de lectura que si no formaron nuestro espíritu al menos fueron inocuos para deformarlo, escribimos en redacciones por encargo y recitamos en poemas que nos obligaban a un esfuerzo exagerado en los “ademanes” para dar sentido a algo que nunca entendimos. Tal vez las repetimos sin preguntarnos su sentido por el acartonamiento de la declaración amorosa con la cual nos vimos en los años de infancia forzados a demostrar nuestro amor territorial, o porque la disociación entre las palabras y los hechos que habitó desde siempre el discurso del poder nos acostumbró precozmente a darle a las palabras cierto valor de cambio y poco valor de uso. Quizás porque no fue fácil apropiarnos de “este país” para que fuera “nuestro país” ya que los dueños de la tierra se presentaron siempre como los amos de la historia… O, porque el único “crisol de razas” se produjo en las camas de los inmigrantes pero no terminó durante muchos años en verdadero reconocimiento de proveniencias y aportes, o porque esta historia no llegó a ser nuestra hasta que nos dimos cuenta de que la producíamos diariamente, y que la gesta de la Semana Trágica no era menos heroica que las batallas de Vilcapugio y Ayohuma, y que no todos los próceres de la independencia eran tan éticos como creíamos, y que podíamos elegir en medio de tanto yeso ilustre y pintura enhiesta a quiénes nos representaban, formando por primera vez hinchadas de Moreno, San Martín o Belgrano y rehusándonos a que Don Cornelio fuera un verdadero Padre de la Patria. La cuestión se planteó con la madre. La “Madre Patria” que nos dio la lengua -como si antes de eso el continente hubiera estado mudo-, que nos dio la religión -como si eso abarcara el territorio que fuimos y la Nación que somos-, la que nos dio la idiosincrasia -más heredera hoy de la extraña combinación entre el país mestizo y desarrapado que dejó la conquista y su encuentro con la inmigración
  • 43. trabajadora del siglo XX con sus ideales anarquistas y socialistas que generó un hambre de justicia irrenunciable que de los usos y costumbres de los conquistadores- en su mayoría vagos y aventureros, delincuentes absueltos o fugados, verdadera escoria del Imperio -que nos legaron una de las oligarquías más crueles y pragmáticas del continente.¿Qué significa tener una “Madre Patria”? Los pueblos carecen de madre, se fundan a sí mismos. Eligen sus padres simbólicos no por derecho de pernada sino por reconocimiento identificatorio. A los seres humanos escogidos por amor para ser hijos -biológicos o adoptivos- el cuidado que reciben les da la fuerza para poder amar, luego, a los padres simbólicos. Como en la política y en la vida intelectual, elegir nuestras figuras de identificación es el único derecho que nos lleva más allá de nuestras propias limitaciones de origen. Las conquistas no son actos de amor engendrador sino violaciones obscenas. Que de allí surjan nuevos seres históricos no quiere decir que haya habido una propuesta inicial de producirlos. A diferencia de un hijo al cual se le da la lengua, las representaciones de sí mismo, los modos de sentir, los países coloniales son engendrados como clones de los cuales se toman los órganos vitales para conservar con vida a los imperios que se extinguen si no reciben la carne y sangre que los sostiene. Por eso nos suena raro lo de tener la Madre Patria en nuestros orígenes coloniales, porque las madres que nos dieron lo mejor de sí mismas son múltiples y no sólo no se limitan a un engendramiento espurio sino que han intentado, desde siempre, ofrecernos la materialidad para que construyamos una identidad que nos permita salvarnos. Todos las reconocemos, todos nos vemos reflejados en ellas, en su heroísmo y en su valor, desde las heroínas de la Independencia hasta las sindicalistas de principios de siglo XX, desde las inmigrantes que marcharon junto a sus hombres por las calles de una ciudad cuyos nombres no podían pronunciar hasta las que cruzaron el riachuelo para participar de jornadas heroicas, desde las que dieron los mártires de la patria a las que aún salen a la calle para que ese martirio no quede en las sombras. Por eso, más allá de mi amor a la España que nos dio a muchos de nuestros hombres más queridos, de la España de Machado y León Felipe, del Duero y Salamanca, de mi placer de haber recibido esa posibilidad de una lengua en la que me formé, en la que tuve mis primeras representaciones, en la que escuché la voz de mi madre y pude llenar de lecturas mis noches solitarias de provincia y en la que, como enuncia el poema de Juana de Ibarbourou “dije `te quiero` una noche americana millonaria de luceros”, me rehúso a ser hija de una Madre que
  • 44. no me deseó sino como lugar de explotación y de un padre que, como don Cornelio, nos puso a disposición para que nuevos abusadores nos golpearan y humillaran. Ilustración Latinstock Caras y Caretas – Año 45 – Nº 2.200 Julio 2006 – Pág. 56 Jueves 22 de julio de 2004, Año 6, Nº 31 LA VIDA NO VALE NADA Por Silvia Bleichmar La sociedad argentina se ha ido llenando, a lo largo del tiempo, de síntomas que dan cuenta no sólo del grado de deterioro económico al que ha quedado sometida sino de lo difícil que será remontar las consecuencias de años de estafa, saqueo, asesinatos y crímenes de todo tipo frente a cuya impunidad se ha ido produciendo en el imaginario colectivo la convicción de que la justicia si no imposible es prácticamente inaplicable y que nadie puede dar garantías de su ejercicio. En dos días la muerte de un operario de Edesur que iba a cortar un servicio de luz impago -quien cobraba 500 pesos por mes y un peso cincuenta por corte-, el vaciamiento de la computadora del fiscal del caso Carrascosa, la afirmación y luego el retroceso del Presidente de la Nación respecto a la recuperación de las grabaciones que fungen de pruebas de implicación en el caso AMIA, manifiestan, de distintas maneras, de modo no homologable pero llamativamente concentrado, las formas con las cuales nuestra sociedad se desliza del horror a la indiferencia. Las explicaciones superficiales han demostrado su ineficacia. Ni la miseria en sí misma engendra este nivel de violencia, ni justifica que 1.300 empleados de la compañía de Luz hayan sido amenazados cuando salen al cobro de cuentas impagas. Sólo en una sociedad atravesada por profundas promesas incumplidas,
  • 45. resentida por las esperanzas traicionadas, atacada en sus fundamentos mismos por la tibieza con la cual se pretende resolver la ausencia de un Estado no sólo protector sino garante de la vida del conjunto de la Nación. Sólo una sociedad en la cual las corporaciones delictivas se apropian en muchos momentos de aquellas ramas de la función pública que deberían estar al servicio de la comunidad, y en la cual la seguridad está en gran parte en manos de quienes regentan el delito y la salud en manos de quienes lucran con el sufrimiento. Sólo una sociedad en la cual las grandes corporaciones prestadoras de servicios han robado, lisa y llanamente, a los usuarios, y en la cual la se ha llegado a la exasperación sin encontrar por ello la vía de resolución de los conflictos, y donde cada uno ha decidido convertir su pequeño territorio en bastión y hasta los monumentos públicos han dejado de ser de todos porque las calles y parques ya no representan al conjunto sino que son vividos como lugares de tránsito hacia la miseria o la demanda, en la cual los edificios de gobierno son sentidos ajenos por más del cincuenta por ciento de la población, se puede entender el hecho de que la batalla sectorial haga enfrentado no sólo a pobres contra pobres, sino a cada uno con el otro. Porque si la demanda de justicia no puede quedar impune, es evidente que la penalización de las acciones delictivas será absolutamente ineficaz si no se restablece sobre el trasfondo de culpa y reconocimiento de la ley moral que implica la responsabilidad hacia el otro. Y ello en razón de que no hay posibilidad de instaurar legalidades sino sobre la base del compromiso subjetivo de quienes se involucran en ellas. Los argentinos venimos de años de impunidad y deterioro del imperativo que rige toda sociedad: actuar de tal manera que la propia conducta pueda ser considerada como ley universal, lo cual da el derecho a considerar que puedo exigir de los demás que actúen del mismo modo a aquel con el cual me propongo actuar hacia ellos. Pero la sectorización, la descomposición de la noción de conjunto, la fractura de las obligaciones hacia el semejante y de los nexos de solidaridad y compasión han producido un extrañamiento en el cual no sólo ha ido perdiendo a lo largo de los años todo valor la vida humana, sino toda noción de conjunto. Si no robo, si no mato, si no sospecho de todos y cada uno ni hago usufructo, tengo derecho a suponer y esperar que el otro se rija por la misma regla Pero además, si se recupera el sentimiento de orgullo y no el pudor de que las
  • 46. obligaciones hacia el semejante nos hagan odiar la injusticia, reclamar mayores niveles de beneficio compartido, vergüenza ante el privilegio y no sólo temor por la venganza de los despojados, la recomposición de un pacto interhumano en el cual la vida del otro tenga valor en sí misma y no sólo como modo de control del delito o de la violencia podrá restituir a nuestra sociedad y restituirnos a un proyecto en el cual emociones tan básicas como la culpa y la vergüenza sean patrimonio de todos y no sólo excrecencias del siglo XX de las cuales hay que desprenderse para avanzar en el camino de conservación del propio bienestar a cualquier costo. Aires de pesadilla Por Silvia Bleichmar Para LA NACION He tenido en las últimas semanas un sueño que se repite: salgo a la calle y me sorprendo de la prolijidad y el orden. Un bombero lava la vereda de mi casa y el encargado del edificio me hace un gesto entre cómplice y resignado. Poca gente en la calle, tráfico correcto. Enfilo para Carlos Pellegrini y a medida que avanzo tengo un sentimiento de malestar creciente. Primer peaje para atravesar la 9 de Julio. Eso podría explicar que haya poca gente desplazándose: la ciudad se ha tornado cara para muchos. Hay algo extraño, unheimlich , como se dice en alemán para referirse a lo familiar cuando se torna siniestro. Voy despacito por Arenales y veo venir la luna rodando por Callao. Se detiene un momento en la casilla a pagar su derecho a circular, y tiene, bajo los ojitos, una banda que publicita: "Comunicación interplanetaria. Yo uso Moviplus". El malestar se torna cada vez mayor. Me introduzco en la reserva ecológica de la ciudad y rumbeo hacia La Biela. Ninguna mesa libre, las compañías de turismo las
  • 47. han reservado para sus clientes, que pagan veintidós pesos un café y treinta dólares un sándwich de lomito. Hay algunos pocos connacionales, que llevan una oblea de socio adherida a la ropa. Tratando de huir me dirijo al Colón para comprar entradas. La Plaza Lavalle, limpia y sin marginales, me reconforta, pero hay nuevamente algunos signos extraños: cada jacarandá tiene un banco abajo con parquímetro, en el cual hay que introducir dos pesos para obtener el derecho a sentarse quince minutos. Nada de parejas que se besan; a lo sumo, uno que otro pajarito audaz que levanta vuelo desde el borde de un asiento cuando siente el ruido de la caída de una ficha. Cuando me aproximo al Teatro siento un extraño olor a carne chamuscada. ¿A tanto llega el realismo del ensayo de Tosca que me voy a tener que enfrentar con una escena en la cual olores y sabores acompañen la tortura del conde? Falsa alarma, por suerte: un cartel luminoso, superpuesto a la galería art nouveau en la cual tantas veces uno ha esperado la apertura de las puertas anticipando el placer que lo espera, anuncia la existencia de un shopping . El olor que percibo no tiene, por suerte, que ver con la ópera: en la antigua confitería, convertida ahora en parte del patio de comidas, choripanes y hamburguesas, papas fritas y muslos de pollo se cocinan mientras de las máquinas expendedoras bajan ríos de gaseosas, que tienen, por fin, mejor destino que los triples de miga y el champagne con el cual alguna vez se solazaron los melómanos. El enorme escenario está ahora ocupado por góndolas de ropa y accesorios de primera marca: en lugar de Puccini y Verdi, ahora tenemos Prada y Fendi, lo cual me hace pensar que se pretende conservar cierto nivel, más allá de la molestia en que me precipito. En un puestito se pueden comprar, de recuerdo, pedacitos del telón bordado y de los vitraux de Tiffany que alguna vez hicieron lucir al gran teatro mejor que la Scala de Milán. Por suerte, el mural de Soldi permanece en lo alto, pero la gran araña ha sido reemplazada por luz dicroica, porque no hay temor a que su remoción altere la acústica. Me voy hacia el Teatro San Martín buscando algún espectáculo de interés y veo que ha sido alquilado a distintos sectores privados: un pastor evangélico se ha hecho cargo de la sala A-B en el Centro Cultural, y la sala Casacuberta está ocupada por un grupo de empresarios que dirimen sus negocios y hacen girar, permanentemente, el escenario económico y político de la ciudad.