Historia de una Gaviota y del gato que le enseño a volar
La Lubina al curricán Desde Embarcación
1. La lubina a cacea desde
embarcación o curricán. Primera
parte.
Por J.J. Ulrak. Fotografías y texto. ulrack@teleline.es
Esta modalidad es una las más conocidas y practicadas para pescar lubinas.
También es la más fructífera y cuenta con muchos y apasionados
incondicionales.
Para simplificar, diremos que esta técnica consiste en imprimir velocidad a un
señuelo artificial para que imite a un pececillo. El movimiento viene dado por la
acción del motor que impulsa nuestra embarcación, con la que recorreremos los
tramos costeros donde creamos que se encuentran nuestras presas.
Los aparejos pueden trabajar en superficie o a cierta profundidad, según lo que estimemos conveniente, y
las lubinas pueden picar, asimismo, en superficie o casi a ras de fondo.
Aunque ocasionalmente estos serránidos salgan a mar abierto, como sucede
cuando, persiguiendo a los bancos de anchoa o de sardina, se alejan a distancia
significativa de la costa y se encuentran con mucha profundidad bajo sus aletas,
esto no es lo habitual.
Las lubinas rondan las aguas que definen el relieve costero, la franja litoral que les es propia, y evitan
zonas que excedan los cien metros de profundidad. Esto quiere decir que, para cacear lubinas en
embarcación, no debemos nunca alejarnos de los aledaños costeros, a no ser que repasemos unos bajíos
poco profundos incluso a cierta distancia del litoral
Este aspecto es quizás el más importante. Saber dónde buscar a las lubinas, cuya pesca, por lo demás, no
resultará ni muy complicada ni muy técnica con esta modalidad.
2. El equipo
Comenzaremos por la embarcación. No existe un
tipo de embarcación a priori mejor o peor, pero lo
ideal es que, la que utilicemos, reúna una serie de
requisitos impuestos por el uso que vamos a darle y
por los lugares donde faenaremos.
Para empezar, ésta debería tener poco calado, ya que trabajaremos sobre zonas de
escollera, libraremos bajíos y barras, o nos enfrentaremos con rocas apenas
sumergidas, cuyas inmediaciones gusta rondar a las lubinas.
En este escenario, la embarcación debe ser muy maniobrable y capaz de sortear todas las dificultades que
hallaremos en forma de peñas o bancos de arena.
El hecho de que a nuestro pez le gusten las zonas de corrientes y turbulencias, nos obligará a que la
embarcación con la que la persigamos reúna condiciones muy marineras, por lo que una carena “cómoda”,
diseñada para enfrentarnos con el oleaje, resulta más que aconsejable. Asimismo, conviene que posea un
potente motor que nos saque de apuros –lo que podría ocurrir en nuestro afán por capturar a la intrépida
lubina-.
Pero, repito, todo depende de la zona que queramos batir, pues, por ejemplo, muchos aficionados realizan
grandes capturas con un bote a remo, valiéndose tanto de señuelos artificiales, como de peces vivos, que
pasean en zonas querenciosas para la lubina.
Si caceamos con lanchas neumáticas tipo “zodiac” fuera borda, podremos faenar en zonas vedadas a otros
tipos de embarcación. No obstante, las ventajas que presentan por su ligereza se tornan en dificultades a la
hora de trabajar un gran pez o cuando la mar nos obligue a regresar a puerto, por la imposibilidad de
navegar con ese mínimo de comodidad que exige la pesca.
En resumen: aunque hayamos esbozado las características ideales de la embarcación para cacear lubinas,
cualquiera es válida, con la única pero indispensable condición de que nos ajustemos a sus características y
a nuestra pericia en su pilotaje. Lo mismo que cualquier automóvil es apto para desplazarnos de un sitio a
otro, a nadie se le ocurriría conducir por mitad del campo con un coche común, o no trataría de tomar las
curvas en la autopista a 200 km./h con un vehículo “todo terreno”.
Por tanto, si disponemos de una embarcación de gran calado con prestaciones de tipo crucero familiar, o
incluso de un velero, cuya quilla y características imposibilitan navegar pegados a tierra, busquemos a las
lubinas que se encuentran a cierta distancia de la costa, que también –como las meigas- haberlas haylas. Y
si no las encontramos en la superficie, seguro que damos con ellas en las zonas de promontorios
sumergidos, con cierto conocimiento del relieve submarino y aparejos que trabajen cerca del fondo.
No obstante, no debemos ocultar el hecho de que, generalmente, cuanto más pegados a la costa y sus
rompientes, mayores serán las ocasiones de sorprender a la lubina. Pero en este caso, conviene extremar la
prudencia y nunca arriesgar lo más mínimo. En la navegación costera, el mayor peligro lo constituyen las
piedras, la tierra, todo lo que no sea agua y pueda mandarnos a pique. En la mar, sin barco no somos nada.
3. Por eso, para este tipo de pesca, debemos conocer el litoral palmo a palmo, estudiar las cartas hasta
memorizarlas y no dejarnos llevar por el afán de poner nuestro aparejo donde no podemos llegar, por muy
bueno que nos parezca “ese recorrido lleno de rocas y espuma” que ruge frente a nuestra proa.
Decíamos que también son muy provechosos los bajíos un poco alejados de la costa, donde el fondo es
repentinamente menor y pasa, por ejemplo, de muchos metros a una veintena o una treintena. Estos lugares
suelen ser muy concurridos por las lubinas, sobre todo si presentan repliegues rocosos y sinuosidades
donde puedan aguardar a los peces de paso. Con ayuda de los modernos aparatos de navegación –o si
conocemos a la perfección las marcas- podemos rastrearlos sirviéndonos de peces artificiales tipo sinking
(señuelos ahogados) que nos proporcionarán excelentes capturas.
Por mucho que la lubina coma muy a menudo en superficie, no es menos cierto que,
a considerable profundidad, se muestra quizás más confiada y pica con decisión,
máxime durante el invierno.
Y ya metidos en la técnica y el material, conviene recordar los cambios –a mejor-
que se han producido en los últimos años. Cuando yo era niño las embarcaciones
caceaban sin ayuda de aparatos, lo que exigía un profundo –y nunca mejor dicho-
conocimiento de los fondos, e impedía aventurarse en zonas no conocidas, lo que
restringía mucho el radio de acción de pesca.
Al no existir el GPS (Global Position Sistem) ni las sondas digitales, el aficionado –y el profesional-
descubría y registraba los accidentes del fondo y las mejores zonas para la pesca como mejor podía. Lo
más apreciado eran las cartas de pesca, una especie de mapas artesanales que los pescadores
confeccionaban con esmero, en los que se recogían las características de los fondos sobre los que se habría
de faenar.
Estas marcas, como se las denominaba, se señalaban mediante la intersección de puntos sobresalientes en
la costa. Así, por ejemplo, se tomaba como referencia la punta de un monte con otro, o con una ermita
costera, etcétera.
De esta forma, sin conocer como ahora la longitud y la latitud, se registraba o se hallaba el punto de pesca
buscado. “El monte del León, con el picacho roto, y el campanario de Villaparda”, ya teníamos la marca
para situar la embarcación sobre el bajío fructífero. Y mediante una sonda compuesta por una plomada y
un largo cabo, se podía saber la profundidad del fondo. Para conocer la composición de éste, en la
plomada se añadía un pegote de sebo u otra sustancia, a fin de que se adhiriese algo de arena, algas, grava
o aquello que supuestamente conformaba el lecho marino.
A bordo no se utilizaban cañas, sino que nos apañábamos con aparejos de mano o chambeles, empleando
4. grandes cucharillas metálicas ondulantes y plumas y, si pretendíamos pescar cerca del fondo, un lastre de
¼ kg. para mantener el señuelo a la profundidad adecuada.
Cuando el pez picaba, el patrón mantenía la embarcación con el motor a ralentí, (o la ponía al pairo cuando
se caceaba a vela). Entonces se cobraba el hilo (0.60/0.80) a mano hasta tener la lubina cerca y, una vez
con la cabeza del pez fuera del agua pegada al costado del bote, te inclinabas por la borda para prenderlo
metiendo los dedos bajo las agallas. Una vez así sujeto, sólo restaba echarlo dentro.
No, no estoy hablando de la prehistoria, sino de unos pocos años atrás. Sin embargo, en la actualidad, el
aficionado dispone de la ayuda inestimable de las modernas sondas digitales, que nos permiten saber cómo
es el fondo, a qué profundidad se encuentra, su relieve y composición y hasta si existen peces en las
inmediaciones. También podremos conocer la temperatura del agua, las corrientes, velocidad de la
embarcación y, en algunos modelos, se incluyen funciones de identificación de especies.
Los sistemas de navegación por satélite han marcado una revolución, comparable a lo que supuso la
brújula en la antigüedad. Con un simple GPS portátil –a precios muy módicos- podemos conocer la
posición de nuestra embarcación con una exactitud inverosímil hace unos pocos lustros.
Estos aparatos también ofrecen aplicaciones para la navegación automática -mediante el uso de plotters
gráficos o sus múltiples displays de datos de navegación- e, incluso, funciones excepcionales para
identificar y retener localizaciones concretas en situaciones apuradas, como las que se producen cuando un
tripulante cae al agua, terror ancestral de los hombres de la mar.
Los toscos aparejos de mano o chambeles, han dejado paso a unas cañas, cortas y robustas pero flexibles –
no confundir con las de altura o de curricán pesado-, diseñadas específicamente para este tipo de pesca
desde embarcación.
Los gruesos sedales de antaño han sido sustituidos con éxito por otros mucho más finos y que, en
combinación con la caña y el freno del carrete, minimizan el peligro de rotura pese a su mayor fragilidad
inicial.
Con todo esto la pesca gana en deportividad, aunque hay que reconocer que, eso de saber cómo es el fondo
y qué secretos esconde, que el océano deje de ser un medio insondable, le resta un poco de misterio, algo
de encanto.