Este documento describe la importancia de centrar nuestra fe en Jesucristo resucitado y seguir su ejemplo viviendo como sus discípulos. Explica que Jesús experimentó un encuentro decisivo con Dios Padre durante su bautismo que lo llenó del Espíritu Santo y lo motivó a anunciar el reino de Dios. Aunque Jesús murió en la cruz permaneciendo fiel a Dios, Dios lo resucitó confirmando su mensaje de salvación. Para los cristianos, Cristo resucitado es fuente de esperanza y nos ll
3. Lo primero y más decisivo es
poner a Jesucristo en el centro de
nuestra fe
Despertar nuestra pasión por la
fidelidad a Jesús,
renacer del Espíritu de Jesús
4. No basta con decir que aceptamos
todas las verdades acerca de
Jesucristo.
La fe viva y operante sólo nace en el
corazón de quien vive como
discípulo y seguidor de Jesucristo
resucitado
5. No es posible alimentar la fe sólo de
doctrina.
Necesitamos un contacto vivo con
su persona: conocer mejor su vida
concreta y sintonizar con él:
ENCONTRARNOS CON ÉL
6. Necesitamos captar el núcleo de su
mensaje,
entender mejor su proyecto del reino de
Dios,
dejarnos atraer por su estilo de vida,
contagiarnos de su pasión por Dios y
por el ser humano.
7. Los primeros cristianos y las primeras
comunidades se percibían como
seguidores de Jesús:
habían conocido el «Camino del Señor»
(Hechos 18,25)
y, atraídos por el Señor Jesús, eran
«seguidores del Camino» (Hechos 9,2).
8. Se trata de «un camino nuevo y vivo,
inaugurado por Jesús para
nosotros» (Heb 10,20).
Un camino que hemos de recorrer
viviendo una adhesión plena a su
persona,
«con los ojos fijos en Jesús, el que
inicia y consuma la fe» (Heb 12,2).
9. Lamentablemente, no siempre la fe
cristiana suscita «seguidores» de
Jesucristo resucitado, sino solo
miembros de una religión.
No genera «discípulos» que se
entregan a abrir caminos al reino de
Dios, sino miembros de una institución
que cumplen – más o menos - sus
obligaciones religiosas…
10. Tal vez nunca lo hemos ENCONTRADO y
nunca hemos tomado la decisión de
seguirlo
Bien lo dijo Benedicto XVI, «no se
comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por
el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona, que da un nuevo horizonte
a la vida y, con ello, una orientación
decisiva» (Dios es amor, 1)
12. Pagola propone una metáfora:
«volver a Galilea»,
retomar el camino con Jesús, volver al
Evangelio, porque los relatos
evangélicos han sido compuestos para
ofrecernos la posibilidad de conocer
ese camino abierto por Jesús, la Buena
Noticia de Dios encarnada en Jesús
13. Los evangelios son relatos de
'conversión’. No solo narran el camino
abierto por Jesús, sino que lo hacen para
engendrar FE en Jesucristo
Invitan a entrar en un proceso de
cambio, de mutación de identidad
14. La buena noticia
La llegada de Dios es algo bueno.
Jesús piensa de esta manera: Dios se
acerca porque es bueno,
y es bueno para nosotros que Dios se
acerque.
15. Jesús es portador de una buena noticia
y su mensaje genera una grande alegría
entre aquellas personas sencillas y pobres
en su mayoría
Los fariseos les imponían normas, los
sacerdotes del templo de Jerusalén les
imponías diezmos, los poderosos,
impuestos. Nadie les ofrece nadie. Jesús
ante todo les comunica dignidad y
esperanza
16. Jesús anuncia su REINADO
poniendo en marcha un proceso
de reconciliación
con Dios (el “Padre”)
y con el prójimo (es “hermano”);
sana las relaciones
17. 3. El bautismo de Jesús
en el Jordán: una
experiencia decisiva
18. El Nuevo Testamento nos muestra el
inicio de la actividad pública de Jesús
después de una intensa experiencia
de Dios
Con ocasión de su bautismo, Jesús ve
transformada radicalmente su vida
19. Deja al Bautista y no vuelve a Nazaret.
Movido por un impulso interior,
comienza a anunciar la irrupción del
reino de Dios
20. Jesús se pone ante Dios con una
actitud de disponibilidad total y Dios
se le comunica.
Jesús se descubre a sí mismo como
Hijo muy querido: ¡Dios es su Padre!
Al mismo tiempo se siente lleno del
Espíritu Santo
21. Dios no dice a Jesús: «Yo soy el que
soy», sino «tú eres mi hijo».
Se manifiesta como un Padre cercano
que dialoga con Jesús para
descubrirle su misterio de Hijo:
«Tú eres mío, eres mi hijo; tu ser
entero está brotando de mí. Yo soy
tu Padre».
Se trata de una revelación gozosa.
22. Jesús responde con una sola palabra:
Abbá
Esa palabra lo dice todo: su confianza
total en Dios y su disponibilidad
incondicional
23. La vida entera de Jesús manifiesta esta
confianza: vive y todo lo hace animado
por esa actitud de confianza en su Padre
Su fuerza y su seguridad no nacen
de su estatus, conocimientos o auto-estima:
nacen del Padre.
Su confianza hace de él un ser libre;
su fidelidad al Padre le hace actuar de
manera creativa y audaz.
Su fe es absoluta
24. Al mismo tiempo esta confianza
genera en Jesús una actitud de
docilidad sin condiciones ante su
Padre: sólo busca cumplir su
voluntad
Nada ni nadie le apartará de su
camino: como hijo bueno y fiel vive
identificándose con el Padre e
imitando su modo de actuar. Esta
es su motivación íntima
25. A pesar de su actividad intensa
cuidó siempre su comunicación
con Dios en el silencio:
Jesús solía retirarse a orar, buscaba
el ENCUENTRO íntimo y
silencioso con su Padre.
Es el encuentro que anhela su
corazón de Hijo
26. Jesús llamaba a Dios «Padre», porque
quería subrayar su bondad y compasión.
No se acostumbraba…, pero Jesús lo
sentía cercano, bueno y entrañable:
Abbá, Padre mío querido.
Años más tarde, en las comunidades de
habla griega, dejaban sin traducir el
término arameo Abbá como eco de la
experiencia personal vivida por Jesús
27. La experiencia de Dios-Padre fue
decisiva en la vida de Jesús.
El no fue un hombre dividido, atraído por
diferentes intereses, sino una persona
profundamente integrada en torno a la
experiencia de Dios, el Padre de todos
Dios está en el centro de la vida de
Jesús: Él inspira su mensaje, integra su
actividad y le da energía
28. Este Padre es bueno, cercano y
compasivo
Dios es accesible a todos. No son
necesarios ritos particulares para
encontrarse con él: «Cuando oren,
digan: “Padre…”»
29. Jesús no separa nunca a Dios de su
reino: es el REINADO «DE DIOS»
El Padre quiere «reinar» entre los
hombres:
como presencia que acoge a los excluidos,
como curación para los enfermos,
como perdón para los culpables,
como esperanza para los fracasados
30. Al mismo tiempo en el río Jordán, Jesús
se siente lleno del Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios (según la Escritura
crea y sostiene la vida y da aliento a
todo viviente) lo llenó de su fuerza
vivificadora
Jesús lo experimentó como Espíritu de
gracia y de vida
31. Lleno del Espíritu del Padre
no advierte ningún miedo:
se enfrenta a los espíritus malignos
para comunicar la misericordia de Dios a
las personas más infelices.
En esas curaciones y exorcismos está
actuando el «Espíritu de Dios» porque
Jesús está «ungido por el Espíritu»
32. Jesús se siente enviado a
promover el REINADO DE
DIOS - la justicia, la vida y la
misericordia - con la fuerza
del Espírito Santo
33. También a Jesús le preocupaba el
pecado, sin embargo - para Él - el
pecado más grave y que mayor
resistencia ofrece al reino de Dios
es causar sufrimiento o tolerarlo
con indiferencia
34. El mensaje de Jesús es claro: la acción
salvadora de Dios está ya en marcha
El reino es la respuesta de Dios al
sufrimiento humano
La gente más desamparada puede
experimentar en su propia vida (en su
carne para los enfermos) los signos de un
mundo nuevo en el que Dios vence al mal
35. Jesús persigue la voluntad de Dios:
lo que hace bien a las personas
Por eso critica y corrige algunas
interpretaciones de la Ley cuando
están en contradicción con la voluntad
de Dios, que quiere, primero,
compasión y justicia para los
necesitados
36. Los hijos de Dios Lo aman con todo
su ser.
Este amor se manifiesta en la
docilidad, disponibilidad y
entrega a un Padre que ama sin
límites y condiciones a todos.
No es posible, por lo tanto, amar a
Dios sin desear lo que Él quiere y
sin amar a quienes Él ama
38. Lo que el Padre quiere no es la muerte
de su Hijo,
sino que su Hijo continúe fielmente en
su proyecto de vida y salvación hasta
el fin:
que siga realizando el reino de Dios y su
justicia para todas las personas, que
continúe manifestando su amor «hasta el
extremo».
39. Y Jesús (él es y sabe de ser el Hijo
amado) entrega su vida porque
permanece fiel a ese proyecto
salvador del Padre, encarnando su
amor infinito por todos sus hijos
40. En el momento de la cruz, Padre e Hijo
están unidos por un mismo Amor,
no buscando satisfacción o expiación,
sino manifestando hasta qué extremo llega
su amor por las criaturas
41. Jesús y su Padre-Dios no responden al
mal con el mal, eligen ser víctimas de sus
criaturas (Dios nunca es su verdugo).
Éste es el Dios en el que creemos los
discípulos-seguidores de Jesús:
un Dios que ejerce el poder del amor
42. Cuando Jesús nos pide que lo sigamos
cargando con la cruz, no nos está
hablando específicamente de los
sufrimientos propios de la condición
humana (enfermedad, envejecimiento,
relaciones difíciles, fracasos, etc).
Jesús nos llama a seguirlo,
poniéndonos al servicio del reino de
Dios
43. La cruz es el sufrimiento que
encontraremos como
consecuencia de ese
seguimiento:
el destino doloroso que habremos
de compartir con Él si seguimos
sus pasos («si quieres…»)
44. Para que «venga el reino» es necesario
el «hacer» pero también el «padecer»
Estamos llamados a «hacer» un mundo
más justo y humano, una comunidad
eclesial cada vez más fiel a Jesús y su
Evangelio. Tal vez nos tocará «padecer»
por alcanzar este objetivo
45. El sufrimiento es y sigue siendo malo,
sin embargo por eso se convierte en la
experiencia humana más significativa
para vivir las dos actitudes
fundamentales de la vida de Jesús y
de su pasión-muerte:
su comunión plena con el Padre y su
amor solidario con los hombres: «La
verdad del amor a través de la verdad
del sufrimiento» (SD)
47. Resucitando a Jesús, el Padre ha
confirmado su vida y su mensaje, su
proyecto del reino de Dios y su
actuación. La vida de Jesús fue
«voluntad del padre».
Lo que Jesús ha anunciado sobre la
misericordia del Padre es verdad: Dios
es como lo sugiere Jesús.
48. Pero Dios no solo le ha dado la razón,
sino que le ha hecho justicia
No se ha quedado pasivo y en silencio
ante lo que han hecho con su Hijo. Lo
ha resucitado: le ha devuelto la vida
que le han quitado injustamente.
Lo ha constituido como Señor y
Salvador de vivos y muertos.
49. Cristo es nuestra esperanza. En él
descubrimos la intención profunda del
Padre: una vida plena para todos, liberada
del mal, el reino de Dios hecho realidad
Es cierto que todo sigue mezclado: justicia e
injusticia, muerte y vida, luz y tinieblas; todo
está inacabado, a medias y en proceso.
Pero la energía del Resucitado está
atrayendo todo hacia la Vida definitiva.
50. El Resucitado está en nuestros conflictos y
contradicciones, sosteniendo todo lo
bueno, lo bello, lo justo que brota en
nosotros y que muere sin haber llegado a su
plenitud.
Está en nuestras lágrimas y sufrimientos
como consuelo permanente
Está en nuestros fracasos e impo-tencia
como fuerza que nos sostiene
51. Está en nuestras depresiones
acompañándonos en nuestra soledad
Está en nuestros pecados como
misericordia que nos perdona y acoge
Está incluso en nuestra muerte como
aliento de vida eterna que triunfa cuando
parece que todo se pierde
Ningún ser humano está solo; nadie vive
olvidado; el Resucitado nos acompaña
52. Dios ha resucitado a Jesús. El rechazado
por todos ha sido acogido por Dios
El despreciado ha sido glorificado.
El ejecutado está más vivo que nunca.
Ahora sabemos cómo actúa Dios …
Él «enjugará todas nuestras lágrimas y no
habrá ya muerte, no habrá lamentos ni
fatigas. Todo eso habrá pasado»
53. CONSECUENCIAS PARA
NOSOTROS
1. Lo primero es, sin duda, morir al
pecado, que nos deshumaniza, y
resucitar a una vida nueva más
arraigada en Cristo
54. 2. Acoger al Espíritu del
Resucitado para resucitar todo lo
bueno que, tal vez, está muerto en
nosotros.
Reavivar nuestra fe apagada,
nuestra esperanza lánguida
y, sobre todo, nuestro amor
mediocre
55. 3. La dinámica de resurrección es
lucha por la vida
Dios pone vida donde nosotros
ponemos muerte.
El Padre, «apasionado por la vida»,
nos llama a defender la vida y luchar
contra aquello que la destruye o
deshumaniza
56. 4. Las experiencias alegres y las
amargas, las «huellas» que hemos
dejado, lo que hemos construido,
todo quedará transfigurado
57. 5. Dios será todo en todos: «Yo
soy el origen y el final de todo. Al
que tenga sed yo le daré gratis del
manantial del agua de la vida» (Ap
21,6).
Dios saciará Dios la sed que hay
dentro de nosotros
59. Algunos rasgos
de los seguidores de Jesús
No todos seguimos a Jesús de la
misma manera. Hay, sin embargo,
algunos rasgos que no pueden faltar
en un seguidor fiel que camina tras sus
pasos.
60. Lo decisivo para seguir a Jesús es
escuchar su llamado
Nadie se pone en marcha tras los pasos
de Jesús siguiendo su propia intuición o
sus deseos de vivir un ideal.
Es Jesús quien toma siempre la
iniciativa.
61. Seguir a Jesús es creer en lo que él
creyó,
dar importancia a lo que se la daba
él,
interesarnos por lo que él se
interesó,
defender la causa que él defendió,
mirar a las personas como las
miraba él,
62. acercarnos a los que sufren
como él se acercaba,
sufrir por lo que él sufrió,
confiar en el Padre como
confiaba él,
enfrentarnos a la vida y a la
muerte con la esperanza con la
que él se enfrentó.
64. Jesús es para sus seguidores el camino
concreto que nos lleva al Padre.
Jesús es el «rostro humano de Dios».
Dios no es una idea, una definición;
viendo a Jesús estamos viendo al Padre.
Conociendo a Jesús vamos conociendo
cómo el Padre se preocupa de nosotros,
cómo nos busca, cómo nos acoge, cómo
nos perdona y levanta, cómo nos alienta
y sostiene
65. Jesús enseña a quienes lo siguen a
ser hijos de Dios
Jesús establece una estrecha
conexión entre el amor a Dios y el
amor al prójimo. Son inseparables. No
es posible amar al Padre y
desentenderse del hermano. Lo que va
contra el ser humano va contra Dios.
66. Los seguidores de Jesús se
esfuerzan por amar a su estilo:
ofreciendo el perdón a quienes
nos han ofendido, practicando la
solidaridad con los más
necesitados, dando prioridad a
los que sufren más
67. Seguir a Jesús es vivir al
servicio del proyecto del reino
de Dios inaugurado por él
70. Educar a la relación personal con
Jesucristo y su Dios y Padre
El Dios que el cristiano ora no es un
dios “genérico” (el Ser supremo, el
Hacedor, el Patrón), es el Padre de
nuestro Señor Jesucristo (Ef 1,3).
71. El cristianismo tiene a Jesucristo
como eje: todo lo que sabemos de
Dios el Padre nos lo revela Jesús. El
encuentro con Dios pasa a través de
Jesucristo (Jn 1,18). Es la persona de
Jesús, su vida de Hijo que educa al
encuentro con el Padre. Gracias a Él
tenemos acceso al Padre porque
aprendemos a vivir como hijos.
72. Esto significa entrar en el modo de
sentir, hablar, encontrar, amar, vivir
de Jesús.
Llegar a ser más parecidos a Él, o
menos disímiles de Él…
hasta ser “hijos en el Hijo”.
73. En el Espíritu Santo:
El Espíritu Santo ha sido la fuerza
que ha acompañado a Jesús en
sui vida y es la fuerza que nos
guía a seguir a Jesús:
“Los que son guiados por el
Espíritu de Dios, estos son hijos
de Dios” (Rom 8, 14).
74. Es el Espíritu quien guía y educa
al creyente a la relación personal
con el Señor.
La única realidad esencial es tender
a la adquisición del don del Espíritu
Santo
75. Con la educación cristiana (práctica
sacramental, liturgia, servicio de la
Palabra, vida de caridad, ascesis,
espiritualidad…) el creyente es guiado a
la interiorización del Espíritu que
conduce a vivir como hijo de Dios y ser
cada vez más parecido a Jesucristo.
Fruto maduro de este camino es la
“santidad”.
76. Cuidar la relación con Dios
El médico necesita la colaboración del
paciente para actuar bien (comunicar los
síntomas, aceptar el diagnóstico y la
enfermedad, cumplir con las
prescripciones, cambiar algunos estilos de
vida).
También con Dios: «dejarse cuidar» y
«cuidarse»: asimetría (Dios da el primer
paso y muchos otros) y reciprocidad
77. «Dejarse cuidar»:
reconocernos frágiles y heridos,
vacilantes y sufridos en nuestra
presunción de autonomía:
necesitados de una «salvación» que
nos llega «de lo alto».
Reconocer la primacía del «recibir»
con honestidad (en el silencio y la
escucha de la voz de Dios).
78. «Cuidar» la relación con Dios
En la continuidad, la fidelidad, los
compromisos cotidianos de oración
(diálogo), con la práctica de las virtudes
= hábitos buenos y estables, con una
vida sacramental constante (Eucaristía y
Penitencia).
En la fidelidad… cotidiana, semanal,
mensual, anual, etc.
79. La ORACIÓN
El signo de la cruz, posando las manos
en la frente, el pecho y los hombros;
cuerpo pacificado, estados de ánimo y
afectos pacificados, una mente atenta y
devota.
Invocamos los Nombres divinos para
sentir su acción interior y con el Amén
respondemos con la única actitud de la
criatura (“Así sea”, dicho a Dios).
80. ¿Fe del Domingo o fe cotidiana?
Hay una fe del domingo, eventual, ligada
a las fiestas o a eventos extraordinarios;
hecha de culto, de celebraciones sin un
antes y un después.
La fragilidad de la pertenencia eclesial, el
subjetivismo, una interpretación
«privada» de la fe empujan hacia esta
dirección.
81. Reciprocidad fecunda entre fe y vida
La fe debe ser cotidiana (no puede no ser
cotidiana), de todos los días: gozosos y
dramáticos, ligeros y pesados, serenos y
cargados de tensión, los días normales y
los de las decisiones difíciles.
La fe se va tejiendo con las actividades y
los gestos cotidianos: trabajo, familia,
afectos, cuidados, responsabilidades y
compromisos…
82. La fe contribuye a «dar» sentido a
lo cotidiano.
De lo cotidiano la fe recibe
espesor de humanidad y
concreción.
83. La fe, a través de nuestras
historias pequeñas, se carga del
polvo de la historia y se hace
«cristiana», se «encarna» y la
vida recibe sentido, grandeza y
belleza
84. Quien descubre cada día más
profundamente la suerte de ser
cristiano, el privilegio de ser
alcanzado por la misericordia, el
perdón y el amor gratuito de Dios, es
cambiado por esta conciencia y
cambia su manera de ver el mundo,
las cosas y a las personas…
85. Una vida impregnada por el amor: de
Dios y de los hermanos, hacia el Señor y
los hermanos, con sencillez y humildad.
Creando un clima de serenidad y
confianza en la vida.
Al término del día: cansados porque nos
ha costado no «pensar a nosotros
mismos» en lo cotidiano.
86. Adquiriendo: libertad de uno mismo,
compasión hacia los desdichados,
fraternidad y solidaridad.
Un estilo de vida «nuevo»… sin
preocuparse del … testimonio.
88. Cada día conlleva la posibilidad de estar
serenos (no siempre felices). Podemos
ver y disfrutar de las pequeñas cosas. Si
se continúa a mirar adelante, demasiado
lejos y demasiado en lo alto, se «pisotean
las pequeñas flores de la felicidad
cotidiana». Siendo demasiado pequeñas
respecto a las expectativas, no las
tomamos siquiera en consideración.
Porque lo queremos todo, no se acoge lo
modesto…
89. Conjugar grandes metas y aspiraciones
con pequeños gozos. De otra manera el
presente es sólo tiempo de carencias…
Tristeza, rabia o desesperación serían los
corolarios a esta actitud.
Al mismo tiempo tener grandes metas, de
otra manera nos achataríamos en sólo
disfrutar el presente, en una lógica de
continuo consumo de los placeres al
alcance.
90. Educar a valorar cada día, cada
experiencia; contagiar el gusto de la
gratitud y de la alegría. Descubrir
los gozos cotidianos.
91. No tomar una actitud de
recriminación, crítica, juicio
negativo, amargura o enfado
frente a los desafíos de la vida.
92. Capacidad de «re-flexión» sobre
lo que hemos experimentado, sin
«tragar» los acontecimientos
aprisa … Permitir que las
sensaciones positivas se vuelvan
conscientes y radiquen en la
memoria.
93. Conversar sobre lo bueno y
hermoso como adestramiento
para disfrutar de la vida,
rehuyendo los lugares comunes y
los estereotipos.
94. Los fragmentos hermosos y buenos
de una jornada pueden adquirir valor
también de cara al futuro: la mente
graba, evalúa y compone con las
micro-experiencias diarias una
fisonomía duradera.
95. 9. Educarnos a enfrentar
el sufrimiento y la
muerte en relaciones
maduras
96. Es lo negativo que hiere «el narcisismo
humano»: una herida que hace vacilar al
individuo que pensaba ser invulnerable e
inmortal.
Es lo real que irrumpe en lo imaginario.
Es la muerte …
97. Tomar conciencia de nuestra
vulnerabilidad y fragilidad y
aceptarlas
Son aspectos constitutivos de nuestra
personalidad. La existencia humana es
preciosa porque frágil;
Sal 39, 7; Sal 90, 6: «por la mañana
florece y reverdece; al atardecer se
marchita y se seca».
98. Ayudar a encontrar, mejor «dar»,
significado al sufrimiento.
En este campo la perspectiva de fe ayuda:
la experiencia sanadora de Dios y su
gracia; la dinámica debilidad-fortaleza;
nuestro sufrimiento en la perspectiva del
«sufrimiento mismo de Dios»: Jesús sana
nuestros dolores, quitándolos de nuestro
ámbito egocéntrico, individualista y privado
para conectarlos con el sufrimiento de toda
la humanidad que Él asumió.
99. Hacerse sensibles frente al
sufrimiento ajeno
2 Cor 1, 3-4: «Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación, el
cual nos consuela en toda tribulación nuestra,
para que nosotros podamos consolar a los
que están en cualquier aflicción con el
consuelo con que nosotros mismos somos
consolados por Dios».
100. Valorar las relaciones y superar el
egocentrismo y el narcisismo (educar
as una vida adulta y madura).
Si la búsqueda de una felicidad
individual se convierte en lo absoluto, se
pierde el sentido de los lazos que nos
unen
102. Educar a la madurez: quitar el sentido de
omnipotencia («Yo puedo»). Vivir, aceptar
e integrar la pequeñas muertes …
Relaciones estables, asumir deberes y
obligaciones, tomar decisiones definitivas.
Decidir es «dejar», «morir». Conducir a las
personas en el éxodo de la omnipotencia
infantil o el narcisismo adolescencial a la
madurez que integra a la muerte.
103. Educarnos al seguimiento de
Jesucristo: vivir la existencia como
camino detrás de Cristo, camino
que no interrumpe ni siquiera la
muerte (la muerte como última
«ofrenda» de nuestra vida)
105. Y gracias a los autores que
reflexionaros sobre la fe con mucha
profundidad: tengo una deuda de
gratitud con
- José Antonio Pagola
Jesús. Aproximación histórica
Fijos los ojos en Jesús
Es bueno creer en Jesús
- Autores de una monografía en
italiano, Educare a la vita cristiana
(Manicardi, Gentili, Brusco, Boldini, Campisi)