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La Unidad

Selección extraída del libro "Hacia una Vida Plena de Sentido". Adaptado por Simon Jacobson de las Enseñanzas del Rebe de Lubavitch, © Kehot
Lubavitch Argentina.

La Unidad
La Armonía entre Hombre y Di-s
Di-s es uno.
-Deuteronomio 4:6
Todo lo que hacemos debe estar dirigido hacia el descubrimiento de la unidad interior subyacente.
-El Rebe

¿Por qué necesitamos Unidad en nuestras Vidas?

La naturaleza humana nos impulsa hacia la unidad. Miremos a un niño al que le dan un juego de bloques de distintos
colores o formas: naturalmente tratará de agrupar cada bloque junto con los otros que se le parecen. Todos estamos
constantemente buscando la relación entre los distintos objetos y fuerzas que nos rodean, tratando de darle sentido a
sus relaciones. Cuando no podemos hacerlo, cuando no podemos lograr la simetría o el orden, nos sentimos confusos e
intranquilos.

¿Qué queremos significar al decir que estamos buscando el "sentido" en nuestras vidas? Lo que realmente anhelamos
es crear el orden a partir del desorden, obtener conocimiento de las fuerzas ignotas que determinan todo movimiento y
conducta. ¿Pero por qué nos atrae tanto la unidad y nos perturba tanto el caos?

Porque todas las diferentes criaturas y fuerzas del universo fueron creadas por un Di-s. En consecuencia el elemento
subyacente de nuestro mundo es una unidad comprensiva singular, una ecuanimidad abrasadora y sin huecos. De modo
que aun cuando vemos desunión en la superficie, podemos sentir una unidad interior, y nuestras almas tienden a ella.
Una hoja, un tallo, y un trozo de corteza pueden parecer muy diferentes, pero no hay dudas de que todos forman parte
del mismo árbol. De hecho, su existencia misma es posible sólo en tanto están unificados con el árbol.

La vida misma es en realidad una busca de unidad. Un científico trata de descubrir las leyes unificadas que gobiernan
las fuerzas aparentemente diversas de la naturaleza. Un psicólogo trata de rastrear la miríada de elementos de la
conducta humana externa hasta unas pocas necesidades subyacentes internas a la psiquis humana. Un ingeniero
combina miles de piezas individuales para formar una máquina única. Pero todas estas formas de busca de la unidad
son en realidad medios para un fin más alto: la busqueda de Di-s y la máxima unidad.

Nuestra propia busqueda personal de unidad está dirigida hacia este mismo fin más alto. Hemos sido cargados con la
responsabilidad de tomar todos los elementos de nuestro mundo material (nuestras familias, nuestro trabajo, nuestras
preocupaciones cotidianas) y dirigirlos hacia Di-s, el único verdadero elemento unificador tanto dentro como fuera de
nosotros mismos. Para descubrir la unidad y el sentido en nuestras propias vidas, debemos primero entender la unidad
de Di-s; y buscando a Di-s, y al alma dentro de nuestros cuerpos físicos, empezamos a darle sentido a los millones de
hebras que conforman el hermoso tapiz de la vida. Este reconocimiento realza inconmensurablemente nuestras vidas,
pues le da un sentido profundo a cada acción y pensamiento.

Es por eso que anhelamos la unidad, y por qué debemos buscarla. Estamos destinados a unificar nuestro cuerpo y alma,
nuestros pensamientos y nuestras acciones, nuestra fe y nuestra razón. Llevar una vida unificada significa llevar una vida
de armonía, una vida en la que hemos introducido a Di-s en todos y cada uno de sus momentos.

¿Qué es la Unidad?

Suele confundirse la unidad con la igualdad. Podemos suponer que si todos pensaran y actuaran igual, tendríamos una
armonía perfecta. Pero la unidad es un proceso, mientras que la igualdad es sólo un estado de ser. Las mismas notas
musicales tocadas unas y otra vez serían monótonas o irritantes, pero muchas notas diferentes, cada una tocada de
modo diferente, crean una hermosa composición.

Podría decirse que la unidad es literalmente tan simple como contar "uno, dos, tres". "Uno" es la presencia de una
unidad individual, independiente pero solitaria. "Dos" es una dualidad " dos entidades distintas. Y "tres" introduce una
tercera dimensión que puede combinar o contener las dos entidades, produciendo una unidad mayor. De modo que la
unidad puede tomar dos elementos aparentemente dispares y, a la vez que reconoce las cualidades únicas de cada uno,
crea un todo que es mucho más grande que la suma de sus partes. La unidad es la armonía dentro de la diversidad.
Hay incontables ejemplos de unidad alrededor de nosotros. Nuestro cuerpo, por ejemplo, es un todo unificado hecho de
millones de elementos diversos: genes, células, miembros, órganos y sistemas, todos los cuales son alimentados por
diferentes alimentos, líquidos, vitaminas, minerales y fuerzas invisible que apenas si hemos empezado a aprender.
El desafío de la unidad es reconocer la potencia de estos diferentes elementos y reunirlas sin anular la individualidad de
ningún elemento. Consideremos el amor entre dos personas: cada una debe estar dispuesta a fundirse a la vez que
respeta las necesidades y cualidades individuales del otro.

Lo mismo puede decirse de nuestra relación con Di-s.

Nosotros los humanos debemos alcanzar una unidad con lo divino sin que nosotros, o Di-s, renunciemos a nada de lo
que nos es esencial. ¿Pero cómo podemos integrar nuestra realidad independiente y terrena con la realidad absoluta y
abarcadora de Di-s, sin obliterar una o la otra? ¿No es la unidad divina antitético con la extraordinaria diversidad de
nuestro universo físico?

Esta aparente paradoja es exactamente lo que pretendía Di-s. Fue Él quien le dio a nuestra realidad terrena una
existencia aparentemente independiente, que parece ocultar la realidad absoluta de Di-s, con el claro objetivo de que en
última instancia usáramos nuestro libre albedrío para realizar nuestro deseo innato de unirnos con lo Divino. A medida
que nuestros ojos y oídos y mentes llegan a saber más sobre nuestra realidad física, empezamos a ver, como científicos
o ingenieros, que hay en realidad una indestructible y divina unidad que subyace y le da sentido a todo lo que hacemos.
La idea de la unidad divina va mucho más allá del concepto de que hay sólo un Di-s; también excluye
cualquier existencia fuera de Él (" No hay nada más ": Deuteronomio 4:39). Todo lo que podemos saber o ver o sentir
emana de esta unidad única.

¿Cómo revela Di-s Su Unidad?

En razón de que Di-s quiere que nos unamos a Él, y no nos limitemos a subyugamos a Él, nos dio la capacidad de
alcanzar la auténtica unidad con nuestra fuente divina. Y nos permitió contemplar esta asombrosa dinámica. Sí.
habitamos una realidad finita que, por definición y naturaleza, excluye el contacto con cualquier cosa realmente infinita o
trascendente. Pero al crearnos, Di-s también nos imbuyó con canales de conciencia que nos permiten atravesar las
capas exteriores fragmentadas de nuestro mundo físico, la "caja", y atisbar la pura esencia de la "luz" unificante de Di-s
que hay adentro. ¿Cómo eligió revelar Di-s esta luz?

Pensemos en un maestro y su alumno. El maestro sabe que el alumno tiene un intelecto menos desarrollado, y que si le
presenta un concepto en el nivel de su propia comprensión, sólo logrará confundirlo. Para introducir una idea nueva al
alumno, la condensa y usa metáforas o parábolas de modo de ponerla al alcance del alumno.

A veces, cuando el maestro está en un nivel mucho más alto que el alumno, puede ser necesario dejar completamente a
un lado el concepto original. Puede no ser suficiente para el maestro condensar el concepto; en lugar de ello, debe
encontrar un nuevo marco de referencia, y buscar ejemplos y metáforas que el alumno puede comprender -, aun cuando
estén muy alejados del concepto original. El maestro debe dar un salto radical desde un mundo de comprensión a otro, y
después permitir que corra un rayo de luz, conteniendo la información condensada y estableciendo un contacto.

Usar metáforas no significa separar al maestro del alumno, sino acercarlos en una unidad que no compromete ni a uno ni
a otro. Para el maestro, la complejidad del concepto mismo sigue intacta en su mente aun cuando la haya expresado en
una metáfora más simple; la percibe "de adentro hacia afuera". El alumno, por su parte, accede a un concepto nuevo en
un lenguaje que es capaz de comprender; empieza a relacionarse con el concepto "de afuera hacia adentro". El viaje
"hacia adentro", de la metáfora al concepto, ha comenzado. El concepto crece y se integra en la mente del alumno hasta
que en última instancia comprende el concepto original tal como existe en la mente del maestro.

Podemos usar esta relación entre alumno y maestro como una metáfora para comprender nuestra propia relación con Di-
s. Di-s podría haber preferido ocultarlo todo, y no extender nunca hasta nosotros una corriente de metáforas a través de
las cuales pudiéramos aprender Sus caminos. Podría habernos permitido coexistir como seres independientes,
separados de Su omnipresencia. ¿Pero dónde nos habría dejado eso? Sí, existiríamos, pero no tendríamos posibilidad
de atisbar en la significación de nuestra existencia. Aun peor, no tendríamos deseo de buscar el sentido de nuestra
existencia; quedaríamos encerrados en nuestra propia perspectiva limitada, sin necesidad de unirnos con algo más alto
que nosotros.

En lugar de eso, al crear nuestro mundo de tal modo que las capas externas se entreabren para revelar capas
sucesivamente más abstractas y espirituales, Di-s nos dio una oportunidad de comprender a nuestro Creador. Igual que
el alumno, obtenemos conocimiento de nuestro universo paso a paso, metáfora a metáfora. Nuestra percepción de la
"luz" sigue acentuándose a medida que nuestras "cajas" siguen ampliándose, a medida que nos acercamos cada vez
más a la perspectiva del Creador, nuestro guía y maestro divino: Di-s.
Así como la relación entre un maestro y un alumno exige un delicado equilibrio de intimidad y respeto, de amor y temor,
debemos luchar por lograr un equilibrio similar en nuestra relación con Di-s. Esto crea una tensión saludable,
obligándonos a separar lo finito de lo infinito, a diferenciar entre nuestra limitada realidad mundana y la realidad absoluta
de Di-s. El acto mismo de reconocer esta separación nos permite empezar a integrar las dos realidades. No sólo
sentimos que Di-s está con nosotros en todo momento, sino que también reconocemos que Di-s creó y trasciende cada
momento. Por último, llegamos a la comprensión última de que "no hay nada más" aparte de Di-s.



                                                continuación de La Unidad

Selección extraída del libro "Hacia una Vida Plena de Sentido". Adaptado por Simon Jacobson de las Enseñanzas del Rebe de Lubavitch, © Kehot
Lubavitch Argentina.

¿Cómo logramos la Unidad?

Para permitirnos unirnos a Él, Di-s ha provisto un elaborado rastro de metáforas, como piedras emergentes que nos
permiten cruzar un ancho río. Estos pasos funcionan como mediadores o traductores. Un traductor no añade ninguna
idea nueva en el diálogo (no es su papel) sino que une a las dos partes en comunicación. Un intermediario no resuelve
una disputa, sino que crea un puente, una línea de comunicación, que permite que las dos partes alcancen una
comprensión mutua. En una relación maestro-alumno, el maestro es a la vez fuente y mediador. La metáfora del maestro
es el intermediario, que permite que un concepto abstracto sea traducido a otro que pueda captarse. El objetivo del
maestro es crear una serie de piedras emergentes que se acomoden al alcance de los pasos intelectuales del alumno, y
lo lleven más y más profundo dentro del concepto. La metáfora, entonces, es en partes iguales «luz», el concepto del
maestro, y "caja", lenguaje que hace las ideas accesibles al alumno.

Al describir la sabiduría del Rey Salomón, dice el versículo, "Y se hizo más sabio que todos los otros hombres..., y
pronunció tres mil metáforas" (Reyes 2:11-12). A primera vista, podríamos pensar que esta descripción de las
capacidades de Salomón reflejan su fértil imaginación más que una gran sabiduría. Pero la metáfora es mucho más que
un modo divertido de comunicar una idea; es la traducción de un concepto a un nivel más bajo de discurso intelectual. La
grandeza de la sabiduría de Salomón está en el hecho de que podía tomar los pensamientos más profundos y sublimes
y darles vida para mentes mucho menos desarrolladas (tres mil pasos menos desarrolladas) que la suya. Lo cual, a su
vez, permite a los receptores retrazar los pasos, uno por uno, hasta que pueden llegar al nivel alto original del discurso.
La sabiduría de Salomón es en sí misma una metáfora de la clase de sabiduría que hubo en la creación de Di-s de
nuestro mundo físico. Después del "salto" radical desde una realidad no existencial hasta una existencial, Di-s empezó a
crear todas las existencias en sus formas más espirituales y sublimes. Después las hizo desarrollar, en muchas etapas,
para producir en última instancia nuestro mundo físico, la corporación más tangible de las realidades creadas de Di-s.
Cada elemento o fuerza material es en realidad una manifestación física de otra más alta y más espiritual; el agua, por
ejemplo, es la encarnación física del amor y la bondad, mientras que el fuego representa la dimensión física del poder.
Pero a medida que las propiedades del mundo se vuelven más tangibles, también se apartan más de su fuente divina.
Con cada paso progresivo hacia abajo, más se oculta la "luz" divina de cada objeto, mientras se revela más de su "caja",
así como la esencia de una idea compleja puede diluirse cuando es trasladada a los mundos concretos y específicos del
habla o la escritura.

En nuestro universo, este proceso ha alcanzado el punto donde cualquiera puede experimentar los "continentes" pero
muy pocos pueden tener siquiera un atisbo de la "luz" de adentro. Podemos ver o leer las palabras en el papel, pero no
siempre sentimos la idea que representan.

Y aun así, esto es precisamente lo que Di-s quiere: que nuestro mundo "oscuro" e "inferior" oculte su conexión con lo
divino, de modo que el hombre, por su propio libre albedrío, elija arrancar las sucesivas capas del continente para revelar
la luz. Y para facilitar ese proceso, Di-s creó diferentes pasos a lo largo del camino, una escalera por la que el hombre
puede trepar siempre más alto y unirse con su creador.

Con todo, hay un peligro en esta estructura metafórico cósmica. Así como un alumno puede ver la metáfora como un fin
en sí misma, sin darse cuenta de que es sólo la representación de una idea mucho más profunda, nosotros también
podemos creer que los elementos triviales de nuestro mundo material son fines en sí mismos. El buen maestro,
entonces, dejará que una palabra, un gesto o una inflexión, se cuelen entre las capas de metáfora, dándole al alumno
alerta un atisbo ocasional del concepto más sublime que yace adentro.

De modo similar, Di-s no creó nuestra existencia como una realidad "blindada". Hasta una persona totalmente
concentrada en el mundo material captará un atisbo de una realidad más grande, pues Di-s siempre permite que al
menos un rayo de luz escape a su continente. Inesperadamente, podemos tener una cierta experiencia que haga sonar
una campana de verdad más alta en nuestros oídos. Corresponde a cada uno de nosotros reconocer y actuar según esa
campana, para encontrar el medio de unirse con lo divino.

A este fin, tenemos la Biblia, la máxima metáfora (I Samuel 24:14. Rashi en Talmud, Makot 10b.Véase Or Hatorá
Shemot, pág. 152), pues es la pura sabiduría de Di-s manifestada en un lenguaje que podemos comprender. Estudiando
la Biblia, nos unimos con la sabiduría de Di-s, y cumpliendo los mandamientos como se nos instruye en ella,
actualizamos la voluntad de Di-s. Este es el medio por el que damos los primeros pasos sólidos hacia la unidad con lo
Divino, por los cuales podemos cruzar el abismo entre nuestra realidad limitada y la realidad infinita de Di-s. El primer
paso es reconocer la necesidad de esa unidad, lo que significa comprender cómo fueron creadas las dos realidades.
La luz, con todas sus cualidades paradójicas, es nuestra mejor metáfora para comprender el proceso de la creación.
Hablamos de "iluminación", que dispersa las sombras de la ignorancia, de un "rayo de esperanza" que penetra en lo
negro de la angustia, de una "luz divina" que baña el alma virtuosa.

Contemplando la paradoja de la luz (el hecho de que es evidentemente real y sin embargo parece no tener sustancia o
forma) podemos acercarnos a una paradoja aun mayor: la unidad de nuestro universo físico con el "universo" de lo
Divino. Las cualidades misteriosas de la luz ilustran la verdad central de nuestro universo físico: que una existencia debe
definirse no sólo en términos de su propio ser, sino como medio de iluminar una verdad más alta. La luz se vuelve una
pura expresión de Di-s y una metáfora que, a través de nuestra razón y otras facultades, nos permite experimentar los
caminos de Di-s.

Esta luz divina empieza como una pura luz que refleja la esencia de Di-s, y después se manifiesta como dos formas de
energía: una luz infinita y una luz finita, una luz que puede ser confinada en una existencia finita. Aun cuando esta
segunda luz está comprimida en los continentes que definen nuestra existencia, retiene su cualidad trascendente
sobrenatural, siempre reflejando la esencia de su fuente.

Desde la perspectiva de Di-s, el continente y la luz son dos formas de la misma energía divina. Desde nuestra
perspectiva, aparecen como fuerzas distintas, y aun opuestas. Dentro de nosotros, vemos esta diferencia como la
hendidura entre cuerpo y alma. Esta tensión sólo puede aliviarse reuniendo la luz con su continente, reuniendo nuestros
cuerpos y almas, y eso requiere introducir una tercera dimensión: Di-s.

Cuando el alma se une con el cuerpo, recibe al fin la capacidad de llevar a cabo su misión en el mundo físico. Dado que
cada elemento en nuestro universo refleja otro matiz de lo divino, cuando unimos nuestros propios cuerpos y almas,
creamos una unidad que empieza a difundirse a través del mundo entero. Éste es el desafío que enfrenta cada uno de
nosotros: reunirse con Di-s, primero reconociendo el alma trascendente dentro de nuestros cuerpos, después
reconociendo que Di-s está por encima y más allá de nosotros, y por último integrando a Di-s en nuestras vidas.

Cuando elevamos nuestra sensibilidad a las fuerzas espirituales que hay dentro de nosotros, aprendemos a amar y a
fundirnos con otros de un modo que no exige renuncias de nadie. Además de apreciar las diferencias entre las personas,
aprendemos a ver los hilos comunes que nos enlazan. En lugar de ver el mundo de modo egoísta, aprendemos a ver
más profundamente dentro de nosotros y a descubrir la luz interior, que a su vez nos permite sacar a luz la armonía en la
diversidad de lo humano.

Esta unidad se apodera de todo lo que hacemos. La comida que comemos se vuelve combustible para ayudar a que el
alma siga adelante con su misión divina. La gente que encontramos se vuelve una oportunidad de realizar buenas
acciones. Mirando a cada acción y objeto material como un peldaño hacia un sitio más espiritual, nos acercamos más a
la fuente subyacente de nuestro mundo, a revelar la luz dentro de los continentes.

Así nos unimos con lo Divino tanto en nuestros términos como en los de Di-s. Uno practica la virtud y la bondad de un
modo que emula la virtud y la bondad de Di-s. Uno usa su mente para expresar la sabiduría de Di-s. Todo lo que uno
hace se vuelve metáfora para revelar la luz de Di-s. Y eso es la verdadera unidad.


¿Cómo podemos unirnos con Di-s en nuestra Generación?

La Historia misma es testimonio de la busca de unidad del hombre. Con la explosión de conocimiento en los últimos
siglos y la proliferación de tecnología que ha seguido, nos hemos familiarizado más y más con el funcionamiento interior
de nuestro mundo material. En realidad, el mundo se ha hecho tan pequeño que ahora lo llamamos la "aldea global". La
ciencia nos ha permitido empezar a comprender la unidad interna de las leyes de la naturaleza, y la tecnología nos ha
permitido crear una unidad entre hombre y hombre a lo largo de todo el planeta.

Y aun así, nos afecta la desunión interior. Los matrimonios fracasan. Seguimos tratándonos con crueldad. No siempre
nos preocupamos por los necesitados. Esto es por la dicotomía que sigue existiendo entre nosotros y Di-s, porque no
hemos llegado a sentirnos en paz con nuestro Creador y con los ideales y valores más altos que esa relación demanda.
Porque no nos hemos concertado totalmente con la máxima unidad subyacente a todo: Di-s.

Hace no mucho tiempo, era aceptado como un hecho científico que el mundo era controlado por centenares de fuerzas y
elementos independientes. Pero con el avance de la ciencia, se determinó que el átomo era el principal bloque de
construcción de toda la materia, y que la materia y la energía eran en realidad la misma sustancia, sólo que en diferentes
formas.

Del mismo modo, quitando las sucesivas capas del continente de nuestro mundo físico, podemos empezar a atisbar una
unidad interior. La "luz" y el "continente" se revelan lentamente como uno y lo mismo.

¿No ha llegado la hora, entonces, de separar unas pocas capas más? Hoy, tenemos la oportunidad de integrar nuestra
realidad y la de Di-s, de ver cómo en realidad son una. Estamos todos en posición de alcanzar la realidad última: la paz
entre el cuerpo y el alma. Entre nuestros impulsos materiales y nuestros anhelos trascendentes. Entre nosotros y Di-s.
Nunca antes habíamos tenido una mejor oportunidad de comunicarnos tan fácilmente y formar una unidad entre hombre
y hombre, comunidad y comunidad, nación y nación. Por último, en nuestra generación, podemos concluir el proceso que
fue empezado al comienzo de la historia: aportar paz y unidad a toda la humanidad.

¿Se han preguntado ustedes dónde se juntan el cielo y la tierra? Todo el proceso de la creación tuvo por objeto
desafiarnos a realizar la tarea de echar un puente sobre lo que divide nuestra realidad y la realidad de Di-s. Al crear la
unidad en nuestras vidas, generamos un efecto de dominó que atraviesa todo el orden cósmico, uniendo fuerzas que
han estado combatiendo entre sí durante miles de años. Y ésa es la experiencia más gratificante de todas. Nuestras
vidas se vuelven realmente significativas cuando sabemos que es nuestro deber unir cielo y tierra, fundir lo humano con
lo divino. ¿Dónde se juntan el cielo y la tierra, entonces? En el umbral de nuestra casa.

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La unidad

  • 1. La Unidad Selección extraída del libro "Hacia una Vida Plena de Sentido". Adaptado por Simon Jacobson de las Enseñanzas del Rebe de Lubavitch, © Kehot Lubavitch Argentina. La Unidad La Armonía entre Hombre y Di-s Di-s es uno. -Deuteronomio 4:6 Todo lo que hacemos debe estar dirigido hacia el descubrimiento de la unidad interior subyacente. -El Rebe ¿Por qué necesitamos Unidad en nuestras Vidas? La naturaleza humana nos impulsa hacia la unidad. Miremos a un niño al que le dan un juego de bloques de distintos colores o formas: naturalmente tratará de agrupar cada bloque junto con los otros que se le parecen. Todos estamos constantemente buscando la relación entre los distintos objetos y fuerzas que nos rodean, tratando de darle sentido a sus relaciones. Cuando no podemos hacerlo, cuando no podemos lograr la simetría o el orden, nos sentimos confusos e intranquilos. ¿Qué queremos significar al decir que estamos buscando el "sentido" en nuestras vidas? Lo que realmente anhelamos es crear el orden a partir del desorden, obtener conocimiento de las fuerzas ignotas que determinan todo movimiento y conducta. ¿Pero por qué nos atrae tanto la unidad y nos perturba tanto el caos? Porque todas las diferentes criaturas y fuerzas del universo fueron creadas por un Di-s. En consecuencia el elemento subyacente de nuestro mundo es una unidad comprensiva singular, una ecuanimidad abrasadora y sin huecos. De modo que aun cuando vemos desunión en la superficie, podemos sentir una unidad interior, y nuestras almas tienden a ella. Una hoja, un tallo, y un trozo de corteza pueden parecer muy diferentes, pero no hay dudas de que todos forman parte del mismo árbol. De hecho, su existencia misma es posible sólo en tanto están unificados con el árbol. La vida misma es en realidad una busca de unidad. Un científico trata de descubrir las leyes unificadas que gobiernan las fuerzas aparentemente diversas de la naturaleza. Un psicólogo trata de rastrear la miríada de elementos de la conducta humana externa hasta unas pocas necesidades subyacentes internas a la psiquis humana. Un ingeniero combina miles de piezas individuales para formar una máquina única. Pero todas estas formas de busca de la unidad son en realidad medios para un fin más alto: la busqueda de Di-s y la máxima unidad. Nuestra propia busqueda personal de unidad está dirigida hacia este mismo fin más alto. Hemos sido cargados con la responsabilidad de tomar todos los elementos de nuestro mundo material (nuestras familias, nuestro trabajo, nuestras preocupaciones cotidianas) y dirigirlos hacia Di-s, el único verdadero elemento unificador tanto dentro como fuera de nosotros mismos. Para descubrir la unidad y el sentido en nuestras propias vidas, debemos primero entender la unidad de Di-s; y buscando a Di-s, y al alma dentro de nuestros cuerpos físicos, empezamos a darle sentido a los millones de hebras que conforman el hermoso tapiz de la vida. Este reconocimiento realza inconmensurablemente nuestras vidas, pues le da un sentido profundo a cada acción y pensamiento. Es por eso que anhelamos la unidad, y por qué debemos buscarla. Estamos destinados a unificar nuestro cuerpo y alma, nuestros pensamientos y nuestras acciones, nuestra fe y nuestra razón. Llevar una vida unificada significa llevar una vida de armonía, una vida en la que hemos introducido a Di-s en todos y cada uno de sus momentos. ¿Qué es la Unidad? Suele confundirse la unidad con la igualdad. Podemos suponer que si todos pensaran y actuaran igual, tendríamos una armonía perfecta. Pero la unidad es un proceso, mientras que la igualdad es sólo un estado de ser. Las mismas notas musicales tocadas unas y otra vez serían monótonas o irritantes, pero muchas notas diferentes, cada una tocada de modo diferente, crean una hermosa composición. Podría decirse que la unidad es literalmente tan simple como contar "uno, dos, tres". "Uno" es la presencia de una unidad individual, independiente pero solitaria. "Dos" es una dualidad " dos entidades distintas. Y "tres" introduce una tercera dimensión que puede combinar o contener las dos entidades, produciendo una unidad mayor. De modo que la unidad puede tomar dos elementos aparentemente dispares y, a la vez que reconoce las cualidades únicas de cada uno, crea un todo que es mucho más grande que la suma de sus partes. La unidad es la armonía dentro de la diversidad. Hay incontables ejemplos de unidad alrededor de nosotros. Nuestro cuerpo, por ejemplo, es un todo unificado hecho de
  • 2. millones de elementos diversos: genes, células, miembros, órganos y sistemas, todos los cuales son alimentados por diferentes alimentos, líquidos, vitaminas, minerales y fuerzas invisible que apenas si hemos empezado a aprender. El desafío de la unidad es reconocer la potencia de estos diferentes elementos y reunirlas sin anular la individualidad de ningún elemento. Consideremos el amor entre dos personas: cada una debe estar dispuesta a fundirse a la vez que respeta las necesidades y cualidades individuales del otro. Lo mismo puede decirse de nuestra relación con Di-s. Nosotros los humanos debemos alcanzar una unidad con lo divino sin que nosotros, o Di-s, renunciemos a nada de lo que nos es esencial. ¿Pero cómo podemos integrar nuestra realidad independiente y terrena con la realidad absoluta y abarcadora de Di-s, sin obliterar una o la otra? ¿No es la unidad divina antitético con la extraordinaria diversidad de nuestro universo físico? Esta aparente paradoja es exactamente lo que pretendía Di-s. Fue Él quien le dio a nuestra realidad terrena una existencia aparentemente independiente, que parece ocultar la realidad absoluta de Di-s, con el claro objetivo de que en última instancia usáramos nuestro libre albedrío para realizar nuestro deseo innato de unirnos con lo Divino. A medida que nuestros ojos y oídos y mentes llegan a saber más sobre nuestra realidad física, empezamos a ver, como científicos o ingenieros, que hay en realidad una indestructible y divina unidad que subyace y le da sentido a todo lo que hacemos. La idea de la unidad divina va mucho más allá del concepto de que hay sólo un Di-s; también excluye cualquier existencia fuera de Él (" No hay nada más ": Deuteronomio 4:39). Todo lo que podemos saber o ver o sentir emana de esta unidad única. ¿Cómo revela Di-s Su Unidad? En razón de que Di-s quiere que nos unamos a Él, y no nos limitemos a subyugamos a Él, nos dio la capacidad de alcanzar la auténtica unidad con nuestra fuente divina. Y nos permitió contemplar esta asombrosa dinámica. Sí. habitamos una realidad finita que, por definición y naturaleza, excluye el contacto con cualquier cosa realmente infinita o trascendente. Pero al crearnos, Di-s también nos imbuyó con canales de conciencia que nos permiten atravesar las capas exteriores fragmentadas de nuestro mundo físico, la "caja", y atisbar la pura esencia de la "luz" unificante de Di-s que hay adentro. ¿Cómo eligió revelar Di-s esta luz? Pensemos en un maestro y su alumno. El maestro sabe que el alumno tiene un intelecto menos desarrollado, y que si le presenta un concepto en el nivel de su propia comprensión, sólo logrará confundirlo. Para introducir una idea nueva al alumno, la condensa y usa metáforas o parábolas de modo de ponerla al alcance del alumno. A veces, cuando el maestro está en un nivel mucho más alto que el alumno, puede ser necesario dejar completamente a un lado el concepto original. Puede no ser suficiente para el maestro condensar el concepto; en lugar de ello, debe encontrar un nuevo marco de referencia, y buscar ejemplos y metáforas que el alumno puede comprender -, aun cuando estén muy alejados del concepto original. El maestro debe dar un salto radical desde un mundo de comprensión a otro, y después permitir que corra un rayo de luz, conteniendo la información condensada y estableciendo un contacto. Usar metáforas no significa separar al maestro del alumno, sino acercarlos en una unidad que no compromete ni a uno ni a otro. Para el maestro, la complejidad del concepto mismo sigue intacta en su mente aun cuando la haya expresado en una metáfora más simple; la percibe "de adentro hacia afuera". El alumno, por su parte, accede a un concepto nuevo en un lenguaje que es capaz de comprender; empieza a relacionarse con el concepto "de afuera hacia adentro". El viaje "hacia adentro", de la metáfora al concepto, ha comenzado. El concepto crece y se integra en la mente del alumno hasta que en última instancia comprende el concepto original tal como existe en la mente del maestro. Podemos usar esta relación entre alumno y maestro como una metáfora para comprender nuestra propia relación con Di- s. Di-s podría haber preferido ocultarlo todo, y no extender nunca hasta nosotros una corriente de metáforas a través de las cuales pudiéramos aprender Sus caminos. Podría habernos permitido coexistir como seres independientes, separados de Su omnipresencia. ¿Pero dónde nos habría dejado eso? Sí, existiríamos, pero no tendríamos posibilidad de atisbar en la significación de nuestra existencia. Aun peor, no tendríamos deseo de buscar el sentido de nuestra existencia; quedaríamos encerrados en nuestra propia perspectiva limitada, sin necesidad de unirnos con algo más alto que nosotros. En lugar de eso, al crear nuestro mundo de tal modo que las capas externas se entreabren para revelar capas sucesivamente más abstractas y espirituales, Di-s nos dio una oportunidad de comprender a nuestro Creador. Igual que el alumno, obtenemos conocimiento de nuestro universo paso a paso, metáfora a metáfora. Nuestra percepción de la "luz" sigue acentuándose a medida que nuestras "cajas" siguen ampliándose, a medida que nos acercamos cada vez más a la perspectiva del Creador, nuestro guía y maestro divino: Di-s.
  • 3. Así como la relación entre un maestro y un alumno exige un delicado equilibrio de intimidad y respeto, de amor y temor, debemos luchar por lograr un equilibrio similar en nuestra relación con Di-s. Esto crea una tensión saludable, obligándonos a separar lo finito de lo infinito, a diferenciar entre nuestra limitada realidad mundana y la realidad absoluta de Di-s. El acto mismo de reconocer esta separación nos permite empezar a integrar las dos realidades. No sólo sentimos que Di-s está con nosotros en todo momento, sino que también reconocemos que Di-s creó y trasciende cada momento. Por último, llegamos a la comprensión última de que "no hay nada más" aparte de Di-s. continuación de La Unidad Selección extraída del libro "Hacia una Vida Plena de Sentido". Adaptado por Simon Jacobson de las Enseñanzas del Rebe de Lubavitch, © Kehot Lubavitch Argentina. ¿Cómo logramos la Unidad? Para permitirnos unirnos a Él, Di-s ha provisto un elaborado rastro de metáforas, como piedras emergentes que nos permiten cruzar un ancho río. Estos pasos funcionan como mediadores o traductores. Un traductor no añade ninguna idea nueva en el diálogo (no es su papel) sino que une a las dos partes en comunicación. Un intermediario no resuelve una disputa, sino que crea un puente, una línea de comunicación, que permite que las dos partes alcancen una comprensión mutua. En una relación maestro-alumno, el maestro es a la vez fuente y mediador. La metáfora del maestro es el intermediario, que permite que un concepto abstracto sea traducido a otro que pueda captarse. El objetivo del maestro es crear una serie de piedras emergentes que se acomoden al alcance de los pasos intelectuales del alumno, y lo lleven más y más profundo dentro del concepto. La metáfora, entonces, es en partes iguales «luz», el concepto del maestro, y "caja", lenguaje que hace las ideas accesibles al alumno. Al describir la sabiduría del Rey Salomón, dice el versículo, "Y se hizo más sabio que todos los otros hombres..., y pronunció tres mil metáforas" (Reyes 2:11-12). A primera vista, podríamos pensar que esta descripción de las capacidades de Salomón reflejan su fértil imaginación más que una gran sabiduría. Pero la metáfora es mucho más que un modo divertido de comunicar una idea; es la traducción de un concepto a un nivel más bajo de discurso intelectual. La grandeza de la sabiduría de Salomón está en el hecho de que podía tomar los pensamientos más profundos y sublimes y darles vida para mentes mucho menos desarrolladas (tres mil pasos menos desarrolladas) que la suya. Lo cual, a su vez, permite a los receptores retrazar los pasos, uno por uno, hasta que pueden llegar al nivel alto original del discurso. La sabiduría de Salomón es en sí misma una metáfora de la clase de sabiduría que hubo en la creación de Di-s de nuestro mundo físico. Después del "salto" radical desde una realidad no existencial hasta una existencial, Di-s empezó a crear todas las existencias en sus formas más espirituales y sublimes. Después las hizo desarrollar, en muchas etapas, para producir en última instancia nuestro mundo físico, la corporación más tangible de las realidades creadas de Di-s. Cada elemento o fuerza material es en realidad una manifestación física de otra más alta y más espiritual; el agua, por ejemplo, es la encarnación física del amor y la bondad, mientras que el fuego representa la dimensión física del poder. Pero a medida que las propiedades del mundo se vuelven más tangibles, también se apartan más de su fuente divina. Con cada paso progresivo hacia abajo, más se oculta la "luz" divina de cada objeto, mientras se revela más de su "caja", así como la esencia de una idea compleja puede diluirse cuando es trasladada a los mundos concretos y específicos del habla o la escritura. En nuestro universo, este proceso ha alcanzado el punto donde cualquiera puede experimentar los "continentes" pero muy pocos pueden tener siquiera un atisbo de la "luz" de adentro. Podemos ver o leer las palabras en el papel, pero no siempre sentimos la idea que representan. Y aun así, esto es precisamente lo que Di-s quiere: que nuestro mundo "oscuro" e "inferior" oculte su conexión con lo divino, de modo que el hombre, por su propio libre albedrío, elija arrancar las sucesivas capas del continente para revelar la luz. Y para facilitar ese proceso, Di-s creó diferentes pasos a lo largo del camino, una escalera por la que el hombre puede trepar siempre más alto y unirse con su creador. Con todo, hay un peligro en esta estructura metafórico cósmica. Así como un alumno puede ver la metáfora como un fin en sí misma, sin darse cuenta de que es sólo la representación de una idea mucho más profunda, nosotros también podemos creer que los elementos triviales de nuestro mundo material son fines en sí mismos. El buen maestro, entonces, dejará que una palabra, un gesto o una inflexión, se cuelen entre las capas de metáfora, dándole al alumno alerta un atisbo ocasional del concepto más sublime que yace adentro. De modo similar, Di-s no creó nuestra existencia como una realidad "blindada". Hasta una persona totalmente concentrada en el mundo material captará un atisbo de una realidad más grande, pues Di-s siempre permite que al menos un rayo de luz escape a su continente. Inesperadamente, podemos tener una cierta experiencia que haga sonar
  • 4. una campana de verdad más alta en nuestros oídos. Corresponde a cada uno de nosotros reconocer y actuar según esa campana, para encontrar el medio de unirse con lo divino. A este fin, tenemos la Biblia, la máxima metáfora (I Samuel 24:14. Rashi en Talmud, Makot 10b.Véase Or Hatorá Shemot, pág. 152), pues es la pura sabiduría de Di-s manifestada en un lenguaje que podemos comprender. Estudiando la Biblia, nos unimos con la sabiduría de Di-s, y cumpliendo los mandamientos como se nos instruye en ella, actualizamos la voluntad de Di-s. Este es el medio por el que damos los primeros pasos sólidos hacia la unidad con lo Divino, por los cuales podemos cruzar el abismo entre nuestra realidad limitada y la realidad infinita de Di-s. El primer paso es reconocer la necesidad de esa unidad, lo que significa comprender cómo fueron creadas las dos realidades. La luz, con todas sus cualidades paradójicas, es nuestra mejor metáfora para comprender el proceso de la creación. Hablamos de "iluminación", que dispersa las sombras de la ignorancia, de un "rayo de esperanza" que penetra en lo negro de la angustia, de una "luz divina" que baña el alma virtuosa. Contemplando la paradoja de la luz (el hecho de que es evidentemente real y sin embargo parece no tener sustancia o forma) podemos acercarnos a una paradoja aun mayor: la unidad de nuestro universo físico con el "universo" de lo Divino. Las cualidades misteriosas de la luz ilustran la verdad central de nuestro universo físico: que una existencia debe definirse no sólo en términos de su propio ser, sino como medio de iluminar una verdad más alta. La luz se vuelve una pura expresión de Di-s y una metáfora que, a través de nuestra razón y otras facultades, nos permite experimentar los caminos de Di-s. Esta luz divina empieza como una pura luz que refleja la esencia de Di-s, y después se manifiesta como dos formas de energía: una luz infinita y una luz finita, una luz que puede ser confinada en una existencia finita. Aun cuando esta segunda luz está comprimida en los continentes que definen nuestra existencia, retiene su cualidad trascendente sobrenatural, siempre reflejando la esencia de su fuente. Desde la perspectiva de Di-s, el continente y la luz son dos formas de la misma energía divina. Desde nuestra perspectiva, aparecen como fuerzas distintas, y aun opuestas. Dentro de nosotros, vemos esta diferencia como la hendidura entre cuerpo y alma. Esta tensión sólo puede aliviarse reuniendo la luz con su continente, reuniendo nuestros cuerpos y almas, y eso requiere introducir una tercera dimensión: Di-s. Cuando el alma se une con el cuerpo, recibe al fin la capacidad de llevar a cabo su misión en el mundo físico. Dado que cada elemento en nuestro universo refleja otro matiz de lo divino, cuando unimos nuestros propios cuerpos y almas, creamos una unidad que empieza a difundirse a través del mundo entero. Éste es el desafío que enfrenta cada uno de nosotros: reunirse con Di-s, primero reconociendo el alma trascendente dentro de nuestros cuerpos, después reconociendo que Di-s está por encima y más allá de nosotros, y por último integrando a Di-s en nuestras vidas. Cuando elevamos nuestra sensibilidad a las fuerzas espirituales que hay dentro de nosotros, aprendemos a amar y a fundirnos con otros de un modo que no exige renuncias de nadie. Además de apreciar las diferencias entre las personas, aprendemos a ver los hilos comunes que nos enlazan. En lugar de ver el mundo de modo egoísta, aprendemos a ver más profundamente dentro de nosotros y a descubrir la luz interior, que a su vez nos permite sacar a luz la armonía en la diversidad de lo humano. Esta unidad se apodera de todo lo que hacemos. La comida que comemos se vuelve combustible para ayudar a que el alma siga adelante con su misión divina. La gente que encontramos se vuelve una oportunidad de realizar buenas acciones. Mirando a cada acción y objeto material como un peldaño hacia un sitio más espiritual, nos acercamos más a la fuente subyacente de nuestro mundo, a revelar la luz dentro de los continentes. Así nos unimos con lo Divino tanto en nuestros términos como en los de Di-s. Uno practica la virtud y la bondad de un modo que emula la virtud y la bondad de Di-s. Uno usa su mente para expresar la sabiduría de Di-s. Todo lo que uno hace se vuelve metáfora para revelar la luz de Di-s. Y eso es la verdadera unidad. ¿Cómo podemos unirnos con Di-s en nuestra Generación? La Historia misma es testimonio de la busca de unidad del hombre. Con la explosión de conocimiento en los últimos siglos y la proliferación de tecnología que ha seguido, nos hemos familiarizado más y más con el funcionamiento interior de nuestro mundo material. En realidad, el mundo se ha hecho tan pequeño que ahora lo llamamos la "aldea global". La ciencia nos ha permitido empezar a comprender la unidad interna de las leyes de la naturaleza, y la tecnología nos ha permitido crear una unidad entre hombre y hombre a lo largo de todo el planeta. Y aun así, nos afecta la desunión interior. Los matrimonios fracasan. Seguimos tratándonos con crueldad. No siempre nos preocupamos por los necesitados. Esto es por la dicotomía que sigue existiendo entre nosotros y Di-s, porque no
  • 5. hemos llegado a sentirnos en paz con nuestro Creador y con los ideales y valores más altos que esa relación demanda. Porque no nos hemos concertado totalmente con la máxima unidad subyacente a todo: Di-s. Hace no mucho tiempo, era aceptado como un hecho científico que el mundo era controlado por centenares de fuerzas y elementos independientes. Pero con el avance de la ciencia, se determinó que el átomo era el principal bloque de construcción de toda la materia, y que la materia y la energía eran en realidad la misma sustancia, sólo que en diferentes formas. Del mismo modo, quitando las sucesivas capas del continente de nuestro mundo físico, podemos empezar a atisbar una unidad interior. La "luz" y el "continente" se revelan lentamente como uno y lo mismo. ¿No ha llegado la hora, entonces, de separar unas pocas capas más? Hoy, tenemos la oportunidad de integrar nuestra realidad y la de Di-s, de ver cómo en realidad son una. Estamos todos en posición de alcanzar la realidad última: la paz entre el cuerpo y el alma. Entre nuestros impulsos materiales y nuestros anhelos trascendentes. Entre nosotros y Di-s. Nunca antes habíamos tenido una mejor oportunidad de comunicarnos tan fácilmente y formar una unidad entre hombre y hombre, comunidad y comunidad, nación y nación. Por último, en nuestra generación, podemos concluir el proceso que fue empezado al comienzo de la historia: aportar paz y unidad a toda la humanidad. ¿Se han preguntado ustedes dónde se juntan el cielo y la tierra? Todo el proceso de la creación tuvo por objeto desafiarnos a realizar la tarea de echar un puente sobre lo que divide nuestra realidad y la realidad de Di-s. Al crear la unidad en nuestras vidas, generamos un efecto de dominó que atraviesa todo el orden cósmico, uniendo fuerzas que han estado combatiendo entre sí durante miles de años. Y ésa es la experiencia más gratificante de todas. Nuestras vidas se vuelven realmente significativas cuando sabemos que es nuestro deber unir cielo y tierra, fundir lo humano con lo divino. ¿Dónde se juntan el cielo y la tierra, entonces? En el umbral de nuestra casa.