2. millones de elementos diversos: genes, células, miembros, órganos y sistemas, todos los cuales son alimentados por
diferentes alimentos, líquidos, vitaminas, minerales y fuerzas invisible que apenas si hemos empezado a aprender.
El desafío de la unidad es reconocer la potencia de estos diferentes elementos y reunirlas sin anular la individualidad de
ningún elemento. Consideremos el amor entre dos personas: cada una debe estar dispuesta a fundirse a la vez que
respeta las necesidades y cualidades individuales del otro.
Lo mismo puede decirse de nuestra relación con Di-s.
Nosotros los humanos debemos alcanzar una unidad con lo divino sin que nosotros, o Di-s, renunciemos a nada de lo
que nos es esencial. ¿Pero cómo podemos integrar nuestra realidad independiente y terrena con la realidad absoluta y
abarcadora de Di-s, sin obliterar una o la otra? ¿No es la unidad divina antitético con la extraordinaria diversidad de
nuestro universo físico?
Esta aparente paradoja es exactamente lo que pretendía Di-s. Fue Él quien le dio a nuestra realidad terrena una
existencia aparentemente independiente, que parece ocultar la realidad absoluta de Di-s, con el claro objetivo de que en
última instancia usáramos nuestro libre albedrío para realizar nuestro deseo innato de unirnos con lo Divino. A medida
que nuestros ojos y oídos y mentes llegan a saber más sobre nuestra realidad física, empezamos a ver, como científicos
o ingenieros, que hay en realidad una indestructible y divina unidad que subyace y le da sentido a todo lo que hacemos.
La idea de la unidad divina va mucho más allá del concepto de que hay sólo un Di-s; también excluye
cualquier existencia fuera de Él (" No hay nada más ": Deuteronomio 4:39). Todo lo que podemos saber o ver o sentir
emana de esta unidad única.
¿Cómo revela Di-s Su Unidad?
En razón de que Di-s quiere que nos unamos a Él, y no nos limitemos a subyugamos a Él, nos dio la capacidad de
alcanzar la auténtica unidad con nuestra fuente divina. Y nos permitió contemplar esta asombrosa dinámica. Sí.
habitamos una realidad finita que, por definición y naturaleza, excluye el contacto con cualquier cosa realmente infinita o
trascendente. Pero al crearnos, Di-s también nos imbuyó con canales de conciencia que nos permiten atravesar las
capas exteriores fragmentadas de nuestro mundo físico, la "caja", y atisbar la pura esencia de la "luz" unificante de Di-s
que hay adentro. ¿Cómo eligió revelar Di-s esta luz?
Pensemos en un maestro y su alumno. El maestro sabe que el alumno tiene un intelecto menos desarrollado, y que si le
presenta un concepto en el nivel de su propia comprensión, sólo logrará confundirlo. Para introducir una idea nueva al
alumno, la condensa y usa metáforas o parábolas de modo de ponerla al alcance del alumno.
A veces, cuando el maestro está en un nivel mucho más alto que el alumno, puede ser necesario dejar completamente a
un lado el concepto original. Puede no ser suficiente para el maestro condensar el concepto; en lugar de ello, debe
encontrar un nuevo marco de referencia, y buscar ejemplos y metáforas que el alumno puede comprender -, aun cuando
estén muy alejados del concepto original. El maestro debe dar un salto radical desde un mundo de comprensión a otro, y
después permitir que corra un rayo de luz, conteniendo la información condensada y estableciendo un contacto.
Usar metáforas no significa separar al maestro del alumno, sino acercarlos en una unidad que no compromete ni a uno ni
a otro. Para el maestro, la complejidad del concepto mismo sigue intacta en su mente aun cuando la haya expresado en
una metáfora más simple; la percibe "de adentro hacia afuera". El alumno, por su parte, accede a un concepto nuevo en
un lenguaje que es capaz de comprender; empieza a relacionarse con el concepto "de afuera hacia adentro". El viaje
"hacia adentro", de la metáfora al concepto, ha comenzado. El concepto crece y se integra en la mente del alumno hasta
que en última instancia comprende el concepto original tal como existe en la mente del maestro.
Podemos usar esta relación entre alumno y maestro como una metáfora para comprender nuestra propia relación con Di-
s. Di-s podría haber preferido ocultarlo todo, y no extender nunca hasta nosotros una corriente de metáforas a través de
las cuales pudiéramos aprender Sus caminos. Podría habernos permitido coexistir como seres independientes,
separados de Su omnipresencia. ¿Pero dónde nos habría dejado eso? Sí, existiríamos, pero no tendríamos posibilidad
de atisbar en la significación de nuestra existencia. Aun peor, no tendríamos deseo de buscar el sentido de nuestra
existencia; quedaríamos encerrados en nuestra propia perspectiva limitada, sin necesidad de unirnos con algo más alto
que nosotros.
En lugar de eso, al crear nuestro mundo de tal modo que las capas externas se entreabren para revelar capas
sucesivamente más abstractas y espirituales, Di-s nos dio una oportunidad de comprender a nuestro Creador. Igual que
el alumno, obtenemos conocimiento de nuestro universo paso a paso, metáfora a metáfora. Nuestra percepción de la
"luz" sigue acentuándose a medida que nuestras "cajas" siguen ampliándose, a medida que nos acercamos cada vez
más a la perspectiva del Creador, nuestro guía y maestro divino: Di-s.
4. una campana de verdad más alta en nuestros oídos. Corresponde a cada uno de nosotros reconocer y actuar según esa
campana, para encontrar el medio de unirse con lo divino.
A este fin, tenemos la Biblia, la máxima metáfora (I Samuel 24:14. Rashi en Talmud, Makot 10b.Véase Or Hatorá
Shemot, pág. 152), pues es la pura sabiduría de Di-s manifestada en un lenguaje que podemos comprender. Estudiando
la Biblia, nos unimos con la sabiduría de Di-s, y cumpliendo los mandamientos como se nos instruye en ella,
actualizamos la voluntad de Di-s. Este es el medio por el que damos los primeros pasos sólidos hacia la unidad con lo
Divino, por los cuales podemos cruzar el abismo entre nuestra realidad limitada y la realidad infinita de Di-s. El primer
paso es reconocer la necesidad de esa unidad, lo que significa comprender cómo fueron creadas las dos realidades.
La luz, con todas sus cualidades paradójicas, es nuestra mejor metáfora para comprender el proceso de la creación.
Hablamos de "iluminación", que dispersa las sombras de la ignorancia, de un "rayo de esperanza" que penetra en lo
negro de la angustia, de una "luz divina" que baña el alma virtuosa.
Contemplando la paradoja de la luz (el hecho de que es evidentemente real y sin embargo parece no tener sustancia o
forma) podemos acercarnos a una paradoja aun mayor: la unidad de nuestro universo físico con el "universo" de lo
Divino. Las cualidades misteriosas de la luz ilustran la verdad central de nuestro universo físico: que una existencia debe
definirse no sólo en términos de su propio ser, sino como medio de iluminar una verdad más alta. La luz se vuelve una
pura expresión de Di-s y una metáfora que, a través de nuestra razón y otras facultades, nos permite experimentar los
caminos de Di-s.
Esta luz divina empieza como una pura luz que refleja la esencia de Di-s, y después se manifiesta como dos formas de
energía: una luz infinita y una luz finita, una luz que puede ser confinada en una existencia finita. Aun cuando esta
segunda luz está comprimida en los continentes que definen nuestra existencia, retiene su cualidad trascendente
sobrenatural, siempre reflejando la esencia de su fuente.
Desde la perspectiva de Di-s, el continente y la luz son dos formas de la misma energía divina. Desde nuestra
perspectiva, aparecen como fuerzas distintas, y aun opuestas. Dentro de nosotros, vemos esta diferencia como la
hendidura entre cuerpo y alma. Esta tensión sólo puede aliviarse reuniendo la luz con su continente, reuniendo nuestros
cuerpos y almas, y eso requiere introducir una tercera dimensión: Di-s.
Cuando el alma se une con el cuerpo, recibe al fin la capacidad de llevar a cabo su misión en el mundo físico. Dado que
cada elemento en nuestro universo refleja otro matiz de lo divino, cuando unimos nuestros propios cuerpos y almas,
creamos una unidad que empieza a difundirse a través del mundo entero. Éste es el desafío que enfrenta cada uno de
nosotros: reunirse con Di-s, primero reconociendo el alma trascendente dentro de nuestros cuerpos, después
reconociendo que Di-s está por encima y más allá de nosotros, y por último integrando a Di-s en nuestras vidas.
Cuando elevamos nuestra sensibilidad a las fuerzas espirituales que hay dentro de nosotros, aprendemos a amar y a
fundirnos con otros de un modo que no exige renuncias de nadie. Además de apreciar las diferencias entre las personas,
aprendemos a ver los hilos comunes que nos enlazan. En lugar de ver el mundo de modo egoísta, aprendemos a ver
más profundamente dentro de nosotros y a descubrir la luz interior, que a su vez nos permite sacar a luz la armonía en la
diversidad de lo humano.
Esta unidad se apodera de todo lo que hacemos. La comida que comemos se vuelve combustible para ayudar a que el
alma siga adelante con su misión divina. La gente que encontramos se vuelve una oportunidad de realizar buenas
acciones. Mirando a cada acción y objeto material como un peldaño hacia un sitio más espiritual, nos acercamos más a
la fuente subyacente de nuestro mundo, a revelar la luz dentro de los continentes.
Así nos unimos con lo Divino tanto en nuestros términos como en los de Di-s. Uno practica la virtud y la bondad de un
modo que emula la virtud y la bondad de Di-s. Uno usa su mente para expresar la sabiduría de Di-s. Todo lo que uno
hace se vuelve metáfora para revelar la luz de Di-s. Y eso es la verdadera unidad.
¿Cómo podemos unirnos con Di-s en nuestra Generación?
La Historia misma es testimonio de la busca de unidad del hombre. Con la explosión de conocimiento en los últimos
siglos y la proliferación de tecnología que ha seguido, nos hemos familiarizado más y más con el funcionamiento interior
de nuestro mundo material. En realidad, el mundo se ha hecho tan pequeño que ahora lo llamamos la "aldea global". La
ciencia nos ha permitido empezar a comprender la unidad interna de las leyes de la naturaleza, y la tecnología nos ha
permitido crear una unidad entre hombre y hombre a lo largo de todo el planeta.
Y aun así, nos afecta la desunión interior. Los matrimonios fracasan. Seguimos tratándonos con crueldad. No siempre
nos preocupamos por los necesitados. Esto es por la dicotomía que sigue existiendo entre nosotros y Di-s, porque no
5. hemos llegado a sentirnos en paz con nuestro Creador y con los ideales y valores más altos que esa relación demanda.
Porque no nos hemos concertado totalmente con la máxima unidad subyacente a todo: Di-s.
Hace no mucho tiempo, era aceptado como un hecho científico que el mundo era controlado por centenares de fuerzas y
elementos independientes. Pero con el avance de la ciencia, se determinó que el átomo era el principal bloque de
construcción de toda la materia, y que la materia y la energía eran en realidad la misma sustancia, sólo que en diferentes
formas.
Del mismo modo, quitando las sucesivas capas del continente de nuestro mundo físico, podemos empezar a atisbar una
unidad interior. La "luz" y el "continente" se revelan lentamente como uno y lo mismo.
¿No ha llegado la hora, entonces, de separar unas pocas capas más? Hoy, tenemos la oportunidad de integrar nuestra
realidad y la de Di-s, de ver cómo en realidad son una. Estamos todos en posición de alcanzar la realidad última: la paz
entre el cuerpo y el alma. Entre nuestros impulsos materiales y nuestros anhelos trascendentes. Entre nosotros y Di-s.
Nunca antes habíamos tenido una mejor oportunidad de comunicarnos tan fácilmente y formar una unidad entre hombre
y hombre, comunidad y comunidad, nación y nación. Por último, en nuestra generación, podemos concluir el proceso que
fue empezado al comienzo de la historia: aportar paz y unidad a toda la humanidad.
¿Se han preguntado ustedes dónde se juntan el cielo y la tierra? Todo el proceso de la creación tuvo por objeto
desafiarnos a realizar la tarea de echar un puente sobre lo que divide nuestra realidad y la realidad de Di-s. Al crear la
unidad en nuestras vidas, generamos un efecto de dominó que atraviesa todo el orden cósmico, uniendo fuerzas que
han estado combatiendo entre sí durante miles de años. Y ésa es la experiencia más gratificante de todas. Nuestras
vidas se vuelven realmente significativas cuando sabemos que es nuestro deber unir cielo y tierra, fundir lo humano con
lo divino. ¿Dónde se juntan el cielo y la tierra, entonces? En el umbral de nuestra casa.