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La supremacía norteamericana en perspectiva.
(Tercera Parte)
Stephen G. Brooks y William C. Wohlforth , 26/07/2002
Artículo publicado originalmente en "Foreign Affairs".
Dos profesores del Departamento de Gobierno del Dartmouth College establecen
las características del actual sistema mundial de poder y sus consecuencias en el
escenario de la política global.
Política unipolar en su forma habitual
La conclusión de que el equilibrio no está entre las cartas puede golpear a algunos como
cuestionable, a la luz del desfile de ostensibles combinaciones diplomáticas anti
Estados Unidos en los años recientes: la "troika europea" de Francia, Alemania y Rusia;
la "relación especial" entre Alemania y Rusia; el "triángulo estratégico" de Rusia, China
e India; la "asociación estratégica" entre China y Rusia, etc. Pero una mirada cercana a
cualquiera de estos arreglos revela su retórica en oposición a un carácter sustancial. El
equilibrio real involucra costos económicos y políticos reales, de los cuales ni Rusia, ni
China ni cualquier otra potencia mayor han mostrado ninguna voluntad de soportar.
La forma más confiable para el equilibrio de poder es el incremento en el despliegue de
defensa. Sin embargo, desde 1995 el gasto militar de la mayoría de las grandes
potencias ha estado declinando en relación al PIB y, en la mayoría de los casos, también
en términos absolutos. Como máximo, estas coaliciones opositoras pueden
ocasionalmente tener éxito en la frustración de iniciativas políticas de Estados Unidos
cuando los costos esperados por hacerlo se mantengan convenientemente bajos. Al
mismo tiempo, Beijing, Moscú y los otros han demostrado una voluntad para cooperar
con Estados Unidos periódicamente sobre cuestiones estratégicas y, especialmente, en
el terreno económico. Esta tendencia hacia un comportamiento de "furgón de cola" fue
la norma antes del 11 de Septiembre y sólo se ha transformado en más pronunciada
desde entonces.
Considere la "asociación estratégica" chino-rusa, la más prominente instancia de
aparente equilibrio a la fecha. La fácil réplica a la retórica sobrealimentada acerca de un
"eje" Moscú-Beijing debería incluir el señalamiento de cómo fracasó para demorar,
mucho menos parar, la disparada geopolítica del presidente Vladimir Putin hacia
Washington con posterioridad a los ataques del 11 de Septiembre. En ningún momento
la asociación encaró algún compromiso costoso o coordinación política contra
Washington que hubiera arriesgado una genuina confrontación. La piedra fundamental
de la asociación - la venta de armas de Rusia a China - refleja una simetría de
debilidades más que un potencial de fortalezas combinadas. Las ventas reemplazan
parcialmente el atraso de China en tecnología militar, mientras ayudan a demorar la
declinación de las industrias de defensa de Rusia. La mayoría de las armas en cuestión
son legados de los esfuerzos en I & D del complejo militar-industrial soviético y, dado
el insignificante presupuesto de I & D de Moscú hoy, pocos de esos sistemas
permanecerán competitivos con los análogos de Estados Unidos o la OTAN.
Aun cuando los dos vecinos firmaron acuerdos cooperativos, profundas sospechas
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continuaron plagando su relación, los lazos económicos entre ellos permanecen
anémicos e improbables de crecer dramáticamente, y ambos estaban altamente
dependientes de flujos de capital y tecnología que solamente pueden venir de
Occidente. Los líderes rusos y chinos destacan su deseo de un mundo con una
influencia reducida de Estados Unidos no porque éste sea un objetivo hacia el cual
hayan comenzado a moverse actualmente, sino porque es un principio general en el que
pueden acordar.
La retórica del equilibrio es obviamente el reflejo parcial de sentimiento genuino. El
mundo encuentra injusto, no democrático, irritante, y algunas veces directamente
atemorizante, que haya tanto poder concentrado en un solo estado, especialmente
cuando Estados Unidos va por su propio camino agresivamente. Pero dado el peso y la
prominencia del poder de Estados Unidos en el escenario mundial, algúna incomodidad
entre otros países es inevitable, no importa que haga Washington. Los gobiernos
extranjeros frecuentemente marchan contra lo que ellos consideran como una
intromisión excesiva de Estados Unidos en sus asuntos. Pero expectativas desmesuradas
acerca de lo que Estados Unidos puede hacer para resolver problemas globales (tales
como el conflicto israelí-palestino) pueden también llevar a la frustración por los
supuestos bajos compromisos de Estados Unidos. Menos la abdicación de su poder,
nada que los Estados Unidos hiciera resolvería completamente el problema.
La política local y regional también contribuye a la retórica del equilibrio, aunque no a
su sustancia. Hasta líderes no demagógicos enfrentan incentivos para actuar sobre el
resentimiento antinorteamericano para sus audiencias internas. Y la matemática simple
dicta hoy la necesidad de más cooperación regional que anteriormente, mucha de la cual
puede tomar un tinte antinorteamericano. El sistema internacional decimonónico
presentaba seis a ocho polos entre aproximadamente 30 estados. En los comienzos de la
Guerra Fría había dos polos, pero el número de estados se había duplicado a más de 70.
Hoy hay un polo en un sistema en el cual la población se ha triplicado a cerca de 200.
Como resultado, inevitablemente mucha actividad tendrá lugar a nivel regional, y puede
a menudo estar en los intereses de las partes involucradas emplear la retórica del
equilibrio como un punto de encuentro para estimular la cooperación, aun si no es el
principal conductor de sus acciones.
Sin embargo, manipulaciones de este tipo poseen el potencial de volverse en contra,
reforzando la percepción de que los países en cuestión son demasiado débiles para
actuar individualmente, algo que puede tener consecuencias dañinas, localmente y en el
exterior. De esta forma, otros poderes tienen que encontrar una manera de recordarle a
Washington que tienen algún otro lugar al que dirigirse, pero sin hablar por lo bajo de
sus capacidades propias y sin excluir acuerdos bilaterales prometedores con los Estados
Unidos. El resultado - una búsqueda de equilibrio grande en retórica pero débil en
sustancia - es la política en su forma habitual en un mundo unipolar.
¿Entonces qué?
La primera y más importante consecuencia práctica de la unipolaridad de Estados
Unidos es notable por su ausencia: la falta de una rivalidad hegemónica. Durante la
Guerra Fría los Estados Unidos enfrentaron a una superpotencia militar con el potencial
de conquistar todos los centros de poder industrial de Europa y Asia. Para prevenir ese
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resultado catastrófico, los Estados Unidos comprometieron durante décadas entre el 5 y
el 14 por ciento de su PIB en gastos de defensa y mantuvieron un extenso disuasor
nuclear que puso un premio sobre la credibilidad de sus compromisos. Principalmente
para mantener una reputación de resolución, 85.000 norteamericanos perdieron sus
vidas en dos guerras en Asia, mientras que los presidentes de Estados Unidos se
involucraron repetidas veces en políticas con cursos de acción cercanos a la catástrofe,
que corrieron el riesgo de una escalada de destrucción termonuclear global.
Hoy los costos y los peligros de la Guerra Fría se han desvanecido en la historia, pero
es necesario mantenerlos en el recuerdo en el momento de juzgar ajustadamente la
unipolaridad. Durante las décadas por venir, parece que ningún estado combinará los
recursos, la geografía y las tasas de crecimiento necesarios para montar un desafío
hegemónico en esa escala, un desarrollo sorprendente. Los monarcas pueden
generalmente ser enterrados sin comodidad, pero Norteamérica no.
Alguno puede cuestionar el valor de estar en la cima de un sistema unipolar si esto
significa servir como columna de alumbrado a los descontentos del mundo. Después de
todo, cuando había una Unión Soviética la perforaba el impacto del enojo de Osama bin
Laden, y sólo después de su colapso él giró su foco hacia Estados Unidos (un indicador
del final de la bipolaridad que fue ignorado en su momento, pero que aparece mayor en
la visión en retrospectiva). Pero el terrorismo ha sido un problema perenne en la historia
y la multipolaridad no salvó a los líderes de varias grandes potencias del asesinato a
manos de anarquistas al inicio del siglo XX. De hecho, un retroceso hacia la
multipolaridad sería actualmente el peor de todos los mundos para los Estados Unidos.
En tal escenario, continuaría liderando el grupo y serviría como punto focal para el
resentimiento y el disgusto de los actores estatales y no estatales, pero tendría menos
zanahorias y garrotes para usar en el tratamiento de las situaciones. Las amenazas
perdurarían, pero la posibilidad de acción coordinada y efectiva contra ellas se
reduciría.
La segunda consecuencia práctica de importancia de la unipolaridad es la libertad única
que ofrece a los hacedores de políticas norteamericanos. Muchos tomadores de
decisiones trabajan bajo sentimientos de restricción y todos los participantes en los
debates de políticas defienden sus cursos de acción preferidos apuntando a las terribles
consecuencias que resultarían si su consejo no es aceptado. Pero las fuentes de la
fortaleza norteamericana son tan variadas y tan duraderas que la política exterior de
Estados Unidos hoy opera en el reino de la elección más que en el de la necesidad, en
un grado mayor que ninguna otra potencia en la historia moderna. Sea que los
participantes la logren o no, esta nueva libertad de elección ha transformado el debate
acerca de cuál debería ser el rol de Estados Unidos en el mundo.
Históricamente, las principales fuerzas que presionaban a los estados poderosos hacia la
restricción y la magnanimidad han sido los límites de su fortaleza y el temor a la
sobreexpansión y el equilibrio. Las grandes potencias típicamente chequeaban sus
ambiciones y las referían a otros no porque quisieran, sino porque tenían que ganar la
cooperación que necesitaban para sobrevivir y prosperar. No es entonces una sorpresa
que hoy los campeones de la moderación norteamericana y la benevolencia
internacional enfatizan las restricciones sobre el poder norteamericano en vez de la falta
de ellas. El científico político Joseph Nye, por ejemplo, insiste que "[el término]
unipolaridad conduce a error porque exagera el grado en el que Estados Unidos es
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capaz de conseguir los resultados que quiere en algunas dimensiones de la política
mundial. El poder norteamericano es menos efectivo de lo que podría parecer primero".
Y él previene que si los Estados Unidos "maneja sus poderes duros en una manera
arrogante y unilateral", entonces otros podrían ser provocados para formar una
coalición equilibradora.
Estos argumentos no son persuasivos, sin embargo, porque fracasan en reconocer la
verdadera naturaleza del actual sistema internacional. Los Estados Unidos no pueden
ser atemorizados hacia la sumisión por advertencias de ineficacia o un potencial
equilibrio. Los aislacionistas y los unilateralistas activos ven esta situación claramente y
sus opositores internos también lo necesitan. Ahora, y por el futuro previsible, los
Estados Unidos tendrán inmensos recursos de poder con los que pueden liderar,
conducir por la fuerza o atraer a otros a hacer sus apuestas sobre una base caso por caso.
Pero sólo porque los Estados Unidos son lo bastante poderosos para actuar sin poner
mucho cuidado no significa que debería hacerlo. ¿Por qué no? Porque puede tener los
medios para cosechar las ganancias más grandes que eventualmente vendrán de la
magnanimidad. Aparte de unos pocos casos en unas pocas áreas de ocurrencia, ignorar
las preocupaciones de los otros evita complicaciones hoy al costo de problemas más
serios mañana. El unilateralismo puede producir resultados en el corto plazo, pero es
apto para reducir la reserva de ayuda voluntaria de otros países que Estados Unidos
puede conducir en el camino y, de esta forma, al final la vida se hace más difícil en vez
de más fácil. La unipolaridad hace posible ser el matón global, pero también ofrece a
Estados Unidos el lujo de ser capaz de mirar más allá de sus necesidades inmediatas
hacia sus propios intereses de largo plazo y los del mundo.
La supremacía norteamericana en perspectiva.
(Cuarta Parte)
Dos profesores del Departamento de Gobierno del Dartmouth College establecen
las características del actual sistema mundial de poder y sus consecuencias en el
escenario de la política global.
Resistiendo la tentación
Considere la cuestión que preocupaba a muchos observadores antes del 11 de
Septiembre: o vincular o contener a potenciales desafiantes de gran poder, como China.
Los adherentes de la vinculación argumentaban que la mejor manera de moderar el
comportamiento chino (tanto interno como externo) era unir al país al sistema político y
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económico internacional de forma tan completa como fuera posible. Los adherentes de
la contención, en el mismo tiempo, argumentaban que ese curso era demasiado
riesgoso, porque podría acelerar la emergencia de un poder vigoroso pero todavía
tiránico. En la extensión en que el análisis previo de la unilateralidad es correcto, los
riesgos que acompañan la vinculación son menores, porque el margen de la
superioridad de Estados Unidos es tan grande que es improbable que China plantee un
desafío significativo a la dominancia de Estados Unidos durante décadas, no importa
qué política sea seguida. En consecuencia, aunque la vinculación pueda no tener éxito,
la oportunidad de que pueda tenerlo merece un intento y existirá suficiente tiempo para
revertir el curso si fracasa.
Lo mismo se aplica aún con más fuerza a Rusia. Los hechos que siguieron a los ataques
del 11 de Septiembre demostraron los beneficios de tener un amigo estable en el
corazón de Asia, y los tres siglos precedentes demostraron los altos costos que podrían
provenir de una Rusia autocrática que está extrayendo capacidades militares de su vasto
territorio. Integrar completamente a Rusia al orden internacional reinante representaría
un paso importante hacia la eliminación del perenne "problema ruso". Las instituciones
políticas y económicas de Rusia tienen un largo camino por recorrer antes que tal
integración sea factible, por supuesto, pero gracias a la unipolaridad hay suficiente
tiempo para esperar y hay suficientes recursos para desplegar en ayuda.
Washington también necesita estar preocupado acerca del nivel de resentimiento que un
curso unilateral activo engendraría entre sus principales aliados. Después de todo, es su
influencia, no el poder, lo que es finalmente más valioso. Más lejos uno mira detrás del
corto plazo inmediato, más claras devienen las cuestiones principales - el ambiente, la
enfermedad, la migración y la estabilidad de la economía global, para nombrar unas
pocas - que los Estados Unidos no puede resolver por sí mismo. Estos imponen
repetidas negociaciones con varios asociados durante varios años. Debilitar las
relaciones ahora llevará solo a un ambiente político más desafiante después.
Para el mundo en desarrollo, si Estados Unidos pudiera ayudar a mejorar las
condiciones políticas, sociales y económicas, prácticamente todos se beneficiarían, los
locales en forma directa y el resto del mundo en forma indirecta. Ninguna vara mágica
puede transformar la situación de repente, pero los Estados Unidos no obstante pueden
tomar una variedad de medidas que ayudarían en los márgenes. La más importante sería
bajar las elevadas barreras proteccionistas del comercio que Washington mantiene para
los productos agrícolas, el vestido y los textiles, todos cruciales para los proyectos
económicos de gran parte del mundo en desarrollo. La apertura de los mercados de
Estados Unidos a las exportaciones de los países en desarrollo en esas áreas no
garantizaría un rápido desarrollo económico en el exterior y, aun si lo hace, el rápido
desarrollo no es la panacea para todos los males. Pero hay pocas dudas de que ayudaría
a las economías y a las sociedades de los países exportadores y también a la imagen de
Norteamérica.
El presidente George W. Bush dijo recientemente: "Para ser serios en combatir la
pobreza, debemos ser serios acerca de expandir el comercio...El mayor acceso a los
mercados de los países ricos tiene un impacto directo e inmediato en las economías de
las naciones en desarrollo". Pero las acciones son más importantes que las palabras. La
reducción de las barreras comerciales domésticas sería precisamente la clase de política
de Estados Unidos que reduciría las fricciones inevitables y los resentimientos que
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genera la unipolaridad. Significaría ir más allá de reaccionar a los desafíos a la
seguridad cuando éstos se transforman en críticos y tratar, en primer lugar, de prevenir
su emergencia. Implementado en forma completa y expandido a otros casos, este
enfoque debería servir como el guante de terciopelo que cubriera el puño de hierro del
poder norteamericano, demostrando que los Estados Unidos estaban interesados no sólo
en sus intereses especiales propios sino también en los intereses de los otros.
La magnanimidad y la restricción frente a la tentación son principios de la capacidad de
los estadistas que han probado su valor desde la Grecia clásica en adelante. Instalándose
más elevados que los estados líderes del pasado, Estados Unidos tiene una libertad sin
precedentes para hacer lo que le plazca. Puede jugar el juego para sí solo o para el
sistema en su conjunto, puede focalizarse en pequeñas ganancias hoy o en otras más
grandes mañana. Si la administración verdaderamente quiere ser amada tanto como
temida, las respuestas políticas no son difíciles de encontrar.