2. Esta tradición se dio hace años en la ciudad de Huamanga. En Hahuancalle (calle
de arriba), donde vivía un zapatero de unos cuarenta años de edad, muy dedicado
al trabajo y que se había casado con una bellísima mujer muy joven, llamada
Rosa Tinoco. El zapatero Santos, que así se llamaba, le aderezaba como a una
diosa a su esposa y le hacía vestir con las mejores ropas, las mejores joyas de oro
y plata. Como su profesión no le alcanzaba para darle el trato merecido a su
simpática mujer, hacía viajes continuos a Ica y otros pueblos de los andes del
Perú, en el que obtenía pingües ganancias. Pero, mientras hacía estas correrías,
un joven de buena presencia, se enamoró perdidamente de Rosa. Él era
Hermenegildo Santa Cruz, conocido por antonomasia como "Helme".
3. Uno de los amigos de Santos, llamado: "El Fresco", le avisó la vil traición que le
hacía su esposa Rosa, en una de las tantas borracheras en que participaba
Santos, entre burlas y carcajadas de sus amigos.
Santos para cerciorarse de su adúltera esposa, optó por una estratagema. Se
alistó para otro viaje a Ica llevando mercaderías con sus mulas, como de
costumbre. La despedida fue solemne y sentida, amigos y familiares, con su arpa
y violín, baile y libaciones en la plazoleta de Carmen Alto. Rosa quedó llorando,
lamentando su partida. Santos se alejó por la ruta de siempre y llegó hasta un
pueblo cercano a unos cinco kilómetros más allá de la ciudad, donde se acampó y
optó por animarse con unos cuantos tragos amargos, meditando que si fuera
posible tal traición y se alista de un filudo puñal y decidió retornar de incógnito a la
casa, antes de la media noche.
4. Mientras Helme, al enterarse que su marido de Rosa había salido de viaje, se
alegró y al anochecer entra a la casa de su amante provisto de licores a disfrutar de
la felicidad y a entregarse a los placeres más desenfrenados. Los amantes, cual
tortolitos libres, bebieron y comieron el plato preferido que le había preparado
Rosa con mucho esmero, porque ambos están en las hogueras de una pasión
desenfrenada. El jolgorio duró hasta casi las diez de la noche, felices se entregaron
al amor, al son de la música romántica como si nunca antes hubieran
experimentado las consecuencias de la pasión. Helme, así como ha llegado al
mundo, se quedó profundamente dormido en los brazos de Rosa, después de una
borrachera de la Madona.
5. Mientras tanto, Santos ya estaba en la puerta de su casa, muy sigiloso, escuchó el ronquido
raro. ¡Tan, tan, tan…! tocó la puerta, una y otra vez: "¡Rosa… ábreme...! Rosa se despierta y
reconoce la voz de su esposo. Le sacude a su amante para que se escape o que se esconda
en algún rincón de la casa. ¡Nada!, él seguía en su profundo sueño romántico. Entonces
Rosa, empieza a entonar una canción en quechua, para ver si así despierta el amante:
“¡Despierta Helme!, ¡despierta! ¿Acaso te ha cogido el sueño de la muerte?...” A lo lejos se
escuchaba el aullido lúgubre de los perros: ¡Ahu, ahuuuuuuuuu! ¡Ahu, ahuuuuuuuuu,! La
parca traicionera ya se aproximaría a la casa con su guadaña… Rosa, lloraba..., se
arrepentía, rugía de rabia... y ¡Nada! Trató de disimular, pidió al marido que espere un
momentito…, suplicó que espere hasta que se amarre sus fustanes… Mientras el amante
seguía durmiendo de espaldas, roncando con la boca abierta, feliz en su profundo sueño.
6. El marido furioso, cansado de esperar, dio un puntapié, retrocediendo unos pasos
y rompió la puerta, encontrando infraganti a su esposa con la cabellera
desordenada y temblorosa de miedo y a su amante completamente desnudo y
dormido entre las sábanas de la cama. Santos saca el puñal, y le hunde con
tamaña rabia en el pecho de Helme. En seguida desolló con suma crueldad,
generando un cuadro espeluznante, macabro, horrible, espantoso, ante la mirada
atónita de la mujer adúltera. Pero la crueldad de Santos fue más allá, delante de
Rosa, que veía estupefacta, pálida, petrificada aquel cuadro dantesco, abrió con
el puñal la caja torácica de Helme, y extrajo el corazón aún palpitante, luego puso
sobre la mesita de noche e hizo un picadillo de corazón, todavía humeante, y le
obligó a Rosa, que comiera conforme a su vil infidelidad.
7. Después de hacerla comer el picadillo de corazón de su amante, procedió a
degollar en seguida a Rosa, sin tomar en cuenta las súplicas, ni las lágrimas de
ruego que hacía hincada de rodillas. Para asegurarse que la mujer adúltera
está muerta, decapitó macabramente. Luego, dejó en un charco de sangre a
los amantes muertos y se fugó de la escena dantesca, sin que nadie percibiera.
Días después han visto a Santos que se había vuelto loco y andaba lavándose
las manos manchadas de sangre, por largas horas en las piletas del pueblo,
manantiales, acequias y riachuelos por donde llegaba a su paso.