1. CONQUISTAR LA VIDA ETERNA
26º DOMINGO ORDINARIO – CICLO C
Este domingo las lecturas siguen tratando el tema de la riqueza y la pobreza.
El profeta Amós predice que quienes ahora se regodean en su opulencia, un
día serán llevados a rastras y se acabará su orgía. Y así fue, cuando Israel
cayó bajo el dominio asirio y babilonio. Pero ¿sucede siempre así, con los
ricos? Hoy, más bien vemos que los ricos son cada vez más ricos y no hay
crisis ni desgracia que los afecte, al menos a muchos…
La parábola de Jesús, sobre el rico Epulón y el pobre Lázaro, premia al pobre
con el cielo eterno, mientras que Epulón, «que ya recibió sus bienes en vida»,
es castigado con el infierno. Aquí también puede parecer que la moraleja es
muy simple. ¿Van a condenarse todos los ricos? ¿Está prohibido tener bienes
y disfrutarlos en esta tierra? ¿Es que Dios es tan aguafiestas que solo ama
a los pobres y a los que sufren? ¿Por qué no los ayuda en la vida terrena,
en vez de hacerlos esperar a la vida celestial?
Es fácil caer en lecturas simplistas y desacertadas. Necesitamos ahondar más.
Dios no es un masoquista, ni un aguafiestas, ni un vendedor de promesas
en el futuro más allá. Dios quiere que todos seamos felices, aquí, ahora, en
esta tierra y por supuesto en el cielo. Si su voluntad no se cumple es porque
la libertad del hombre tuerce las cosas. ¡Y Dios respeta tanto nuestra libertad!
El tema más hondo de estas lecturas es justamente la vida eterna. La vida
eterna no es solamente la de después de la muerte. Empieza aquí en la tierra
y podría traducirse por una vida plena, profunda, llena de sentido. Para ello
no podemos caer en la adoración del dinero y las riquezas, en la
autocomplacencia y la satisfacción egoísta de nuestros deseos. Los otros
grandes temas de hoy son el materialismo y el egoísmo.
El ser humano está hambriento de infinito. Solo Dios puede llenarlo, porque
es el único ser «que habita en la luz inaccesible», como dice San Pablo, y
nos llama a compartir su vida eterna. Pero hay muchas cosas que nos
despistan y engañan, y fácilmente buscamos llenar ese vacío de dos cosas:
o de uno mismo o de cosas. Y como uno mismo y las cosas nunca nos
sacian… ¡siempre queremos más! Qué insensatez, nos dicen Jesús y el profeta
Amós. Si vivimos persiguiendo riquezas y sucedáneos de plenitud acabaremos
bien vacíos, en ese infierno que no es más que la terrible soledad del egoísta,
que se quema en su propia sed.
¿Necesitamos ser pobres y desgraciados como Lázaro para alcanzar la vida
eterna? Dios, sin duda, tiene debilidad por los pobres y se apiada de ellos,
como una madre que tiene especial mimo por el hijo más débil y necesitado
de amor. Pero hay otro camino. Seamos ricos o pobres, materialmente
hablando, todos podemos ser pobres de espíritu: humildes y conscientes de
que todo cuanto tenemos es un regalo gratuito y hemos de compartirlo.
Seamos agradecidos y generosos. Como dice san Pablo, llevemos una vida
de «justicia, piedad, fe, amor, paciencia, delicadeza» para conquistar la vida
eterna a la que todos somos llamados.