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Facultad de Bellas Artes
Epistemología de las Artes


                                Introduction à l'épistémologie génétique1

                                                                                           Jean Piaget



Introducción a la Epistemología Genética
Tomo 1 - El pensamiento matemático
Introducción, Objetos y métodos de la epistemología genética, pp. 13-47


* Traducción del francés: Victoria Luján Sánchez


Introducción
Objetos y métodos de la epistemología genética

        Hace mucho tiempo ya que la psicología experimental, la sociología y la logística, o lógica
algebraica, por sólo hablar de las disciplinas que conformaron la mayor parte de los trabajos colectivos,
fueron constituidas a título de ciencias distintas, independientes del conjunto de discusiones de la
filosofía. Quisiéramos examinar en qué condiciones podría suceder lo mismo con la epistemología
genética, o teoría del conocimiento científico, fundada sobre el análisis del desarrollo mismo de este
conocimiento. Se trata de buscar si es posible aislar el objeto de una disciplina como tal y constituir
métodos específicos, para la búsqueda de la solución de sus problemas particulares.



    1. La epistemología genética considerada como una ciencia

        La filosofía tiene por objeto la totalidad de lo real, tanto de la realidad exterior como del espíritu y las
relaciones entre ellos. Abarcándolo todo, no dispone más que del análisis reflexivo a título de método propio. Por
otro lado, no debiendo desatender nada de la realidad, los sistemas que construye engloban necesariamente
tanto la evaluación como la constatación, y revela de este modo, tarde o temprano, irreductibles oposiciones,
ocupándose de la diversidad de valores que propone la conciencia humana, de lo que resulta la heterogeneidad
de los grandes puntos de vista tradicionales que reaparecen periódicamente en el curso de la historia de la
metafísica.
        Una ciencia posee, por el contrario, un objeto limitado, y no se inaugura, como disciplina científica, sino
hasta que consigue tal delimitación. Persiguiendo la resolución de preguntas particulares, se construye uno o
muchos métodos específicos, permitiendo reunir nuevos hechos y coordinar las interpretaciones dentro del sector
de búsqueda que ha previamente circunscrito. Mientras que las filosofías se enfrentan ante divergencias
inevitables de evaluación que hacen que se separen unas de otras por las concepciones sobre la vida interior y
sobre el universo, una ciencia atiende un acuerdo relativo de espíritus: pero es dentro de la mesura que
encuentra ese acuerdo, concentrándose en la solución de problemas restringidos y en el empleo de métodos
igualmente bien definidos.
        Si bien no existen fronteras absolutas entre la filosofía y las ciencias, sus espíritus son, sin embargo, muy
diferentes. No hay fronteras absolutas entre ellas, debido a que una fija la mirada sobre el todo y la otra sobre
1
 PIAGET, Jean: (1950) Introduction à l'épistémologie génétique, T1: La pensée mathématique, París, Presses Universitaires
de France -PUF-. Disponible en línea en: <http://www.fondationjeanpiaget.ch/fjp/site/crypt/verifier.php?DOCID=1370>,
[marzo de 2011].
                                                                                                                       1
aspectos particulares de lo real. No podemos entonces decidir jamás a priori si un problema es de naturaleza
científica o filosófica. Es en la práctica, y a posteriori, cuando constatamos que sobre ciertos puntos de acuerdo
de los espíritus esto es posible (por ejemplo el cálculo de la probabilidad de un fenómeno, la ley de la herencia o
la estructura de una percepción), mientras que sobre otros, se hace difícil (por ejemplo la libertad humana, etc.).
Diremos entonces que los primeros son de carácter científico y los segundos de orden filosófico, pero esto
significa simplemente que hemos podido aislar los primeros problemas de manera que su solución no ponga todo
en duda, mientras que los segundos permanecen solidarios a una seguidilla indefinida de preguntas anteriores
necesitando una toma de posición en cuanto a la totalidad de lo real. He aquí un simple hecho que determina
frecuentemente que un problema considerado tradicionalmente como filosófico puede convertirse en científico
gracias a una nueva delimitación. Esto ocurre precisamente con la mayor parte de los problemas psicológicos:
podemos estudiar hoy las leyes de la percepción y el desarrollo de la inteligencia, sin que estemos obligados a
tomar partido por la naturaleza del alma.
         Pero, no hay fronteras fijas entre las preguntas filosóficas y científicas; el espíritu con el cual las tratamos
es esencialmente distinto. De hecho, en el segundo caso, nos esforzamos por abstraernos de otros problemas,
mientras que en el primer caso, se trata por el contrario de relacionar todo con todo, sin tener el deseo, ni
tampoco el derecho, de hacer tales recortes. Casi podemos decir, sin intencionalidad perniciosa, que en la
filosofía el teórico se encuentra obligado a ocuparse y a hablar de todo a la vez, mientras que el científico se ve
obligado a seriar las preguntas y dedicarles el tiempo necesario para encontrar un método particular para cada
una.
         He aquí el nudo del problema. Cuando una disciplina, tal como la psicología experimental, se separa de la
filosofía para erigirse como ciencia autónoma, la separación en sí no le atribuye la garantía de seriedad o de
valor superior. Consiste simplemente en renunciar a ciertas discusiones que separan a los espíritus y se
encargan, por convención o “acuerdos caballerescos”, de hablar solo de cuestiones abordables por el empleo
exclusivo de ciertos métodos comunes o comunicables. Hay, entonces, en la constitución de una ciencia, una
renuncia necesaria, una determinación por no mezclar, en la exposición tanto objetiva como posible, resultados
que esperamos o explicaciones que perseguimos, inclinaciones subjetivas que estamos obligados a dejar fuera
debido a las fronteras trazadas. Es por lo cual el acuerdo de los espíritus es factible, aún en psicología
experimental, por ejemplo, donde un problema de percepción conllevará a soluciones semejantes en Moscú,
Lovaina o Chicago, independientemente de las filosofías totalmente diferentes de los investigadores que aplican
métodos análogos de laboratorio.
         Es solamente gracias a tales renuncias, como a esa especificidad y a esas delimitaciones en el proceso
de constitución de una ciencia, que progresó el saber humano. Toda la historia del pensamiento científico, de las
matemáticas, de la astronomía y de la física experimental hasta de la psicología moderna, se trata de una
escisión progresiva de las ciencias particulares y de la filosofía. Pero, en cambio, es en la reflexión sobre los
progresos efectuados por las ciencias que devinieron independientes, que la filosofía encontró su renovación
más fecunda: Platón, Descartes, Leibniz y Kant son sus ilustres testigos.
         Ahora bien, la cuestión de la delimitación se sitúa hoy en la epistemología propiamente dicha, tomando
consideración de las síntesis filosóficas totales, por un lado, en función del progreso de algunos de sus métodos
particulares y, por otro, en función de la crisis actual de la relación entre las ciencias y la filosofía.
         Si la diferenciación creciente de las disciplinas particulares tuvo para la ciencia resultados felices como los
que conocemos, esta conllevó momentáneamente, en efecto, a esta consecuencia catastrófica para la filosofía
de permitir creerle a un gran número de espíritus eminentes, dejando de llegar a entender el detalle de sus
trabajos especializados, que la reflexión filosófica constituía una especialidad como cualquier otra. Aunque en las
grandes épocas, eran los mismos hombres los que trabajaban en la investigación cotidiana de sus ciencias y
que, por intervalos, entregaban las síntesis que marcaron las etapas esenciales de la historia de la filosofía, hoy
creemos poder, en las facultades universitarias desprovistas de laboratorios de enseñanza matemática,
prepararnos para convertirnos en filósofos, es decir, hacer la síntesis sin trabajo especializado previo, o más
precisamente hacer la síntesis como si se tratara de una especialización legítima. Descartes, cuyo nombre evoca
sin embargo tanto la filosofía como la geometría analítica, aconsejaba dedicarse a la reflexión filosófica un solo
día al mes, y los otros días dedicarlos a la experiencia o al cálculo. Ahora bien, si hoy se tolera escribir libros de
filosofía sin haber contribuido a los avances mismos de la ciencia, no es más que por los modestos
descubrimientos exigidos por una tesis de doctorado, en cualquier disciplina científica.
         El resultado frecuente de una repartición de trabajo tal, entre aquellos que desarrollan su profesión y se
ocupan de las cuestiones particulares y aquellos que creen poder consagrarse de golpe a la meditación sobre el
conjunto de lo real, se encuentra entonces conforme a la lógica de las cosas. Por un lado, vemos a los filósofos
hablar de omni re scibili como si fuese posible alcanzar toda verdad por simple “reflexión”: por ejemplo juzgar la
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percepción sin haber jamás medido un umbral diferencial en el laboratorio o discutir los resultados de las ciencias
exactas sin conocer por experiencia personal ninguna técnica de precisión. Sin embargo la historia refleja
considerablemente que la discusión sobre el trabajo de los otros enriquece solo la condición de haber
proporcionado uno mismo, sobre un punto restringido, un esfuerzo efectivo análogo. Y, al ver el talento gastado
en vano demasiado rápido por tantos espíritus profundos e ingeniosos, nos lamentamos aún más al ver que las
energías no fueron mejor distribuidas entre la investigación de los hechos y el análisis propiamente reflexivo, por
la organización universitaria proveniente del divorcio de las ciencias y la filosofía. En particular, si los filósofos
contribuyeran previamente al desarrollo de la psicología experimental, bajo sus aspectos más extensos y
diversos, el conocimiento del espíritu humano hubiese sido duplicado: ahora bien, la pérdida de contacto con los
laboratorios científicos condujo a los analistas más dotados a la idea de que los hechos mentales podían ser
estudiados sin abandonar su biblioteca o su mesa de trabajo.
         Pero, por otro lado, y de acuerdo con la tradición secular de la filosofía proveniente de la reflexión sobre
las ciencias, un número cada vez más grande de sabios especializados proporcionaron ellos mismos el material
de la epistemología contemporánea. Además de una elite de filósofos que reaccionaron con el vigor que
conocemos contra la simple especulación, iniciándose ellos mismos en las ciencias, son, en efecto, los
matemáticos, los físicos, los biólogos, los que alimentan a menudo actualmente las discusiones más fecundas
sobre la naturaleza del pensamiento científico y del pensamiento a secas. Aún más, inseguros de la ayuda que
podrían obtener de la filosofía de escuela, buscan delimitar, en el interior de un campo hasta aquí común con la
epistemología filosófica y con partes generales de las ciencias, terrenos especiales de discusión y de
investigación: semejante al problema de la fundación de las matemáticas.
         De aquí la pregunta: ¿la epistemología necesariamente está asociada a una filosofía general, o podemos
llegar, por más que las ventajas se hagan sentir, a aislar los problemas epistemológicos de manera tal que cada
uno contribuya a una solución independiente de las posiciones metafísicas clásicas?
         Toda filosofía supone una epistemología, de esto se entiende: para abarcar simultáneamente el espíritu y
el universo, se necesita previamente determinar cómo uno de los dos términos está ligado al otro, y este
problema es el que va a constituir el objeto tradicional de la teoría del conocimiento. Pero la reciprocidad es sólo
verdad en el caso en que decidimos instalar de entrada en el conocimiento en general o el conocimiento en sí, la
posición del problema que, convenimos sin pena, implica a la vez una filosofía del espíritu conocido y una
filosofía de la realidad a conocer.
         Precisamente, lo propio de las ciencias particulares solo consiste en no abordar jamás en forma directa
las preguntas más ricas en implicaciones, y disociar las dificultades de manera de seriarlas. Una epistemología
preocupada por ser ella misma científica, se cuidará entonces de preguntarse de entrada qué es el conocimiento,
así como la geometría evita decidir con anterioridad lo que es el espacio, y así como la física se niega a
investigar desde el principio lo que es la materia, o mismo, así como la psicología renuncia a tomar partido, en un
principio, sobre la naturaleza del espíritu.
         No hay, en efecto, para las ciencias, un conocimiento en general ni tampoco un conocimiento científico a
secas. Existen múltiples formas de conocimiento, de las cuales cada una genera un número indefinido de
preguntas particulares. E, incluso en lo que concierne a los grandes tipos de conocimiento científico
especializados, es todavía más quimérico hoy pretender reunir una opinión común sobre lo que es el
conocimiento matemático, por ejemplo, o la física, o la biología, tomadas cada una por separado.
         Por el contrario, al analizar un descubrimiento circunscripto a partir del cual podemos volver a trazar la
historia, o una noción distinta, a través de la cual es posible reconstituir el desarrollo, no descartamos que esto
nos lleve a una convergencia suficiente de los espíritus en la cual la discusión de los problemas instalados se
centre en la siguiente pregunta: cómo el pensamiento científico en juego en los casos considerados (y
considerados con una delimitación determinada) procedió de un estado de menor conocimiento a un estado de
conocimiento juzgado como superior.
         Dicho de otra manera, si la naturaleza del conocimiento científico en general es un problema todavía
filosófico, porque necesariamente está ligado a todas las preguntas generales, es sin duda posible, situándose in
medios res, delimitar una serie de preguntas concretas y particulares, enunciándose en plural: ¿cómo se
incrementan los conocimientos? En este caso la teoría de los mecanismos comunes en sus diversos
acrecentamientos, estudiados inductivamente a título de hechos que se añaden a otros hechos, constituirían una
disciplina esforzándose, por diferenciaciones sucesivas, en devenir científica.
         Ahora bien, si tal es el objeto de la epistemología genética, es difícil constatar, a la vez, cuánto avanzó
una búsqueda semejante, gracias a un número considerable de trabajos especializados, pero también cuán
frecuente es, en la discusión de preguntas ya planteadas, volverse, por una suerte de deslizamiento involuntario,
a las tesis más generales de la epistemología clásica. O bien una serie de monografías históricas y psicológicas,
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sin relación suficiente entre ellas, o bien un retorno a la filosofía misma del conocimiento: estos son los dos
peligros a evitar, y sólo un método estricto puede sin duda evitarlos.


   2. El método genético en epistemología

        Determinar el incremento de los conocimientos implica, por método, considerar todo conocimiento bajo un
ángulo de su desarrollo en el tiempo, es decir como un proceso continuo del cual no podremos alcanzar jamás ni
su inicio ni su fin. Todo conocimiento, dicho de otra manera, es considerado siempre, metodológicamente, como
relativo a un cierto estado anterior de menor conocimiento, y susceptible de constituir él mismo un estado tal
anterior en relación a un conocimiento más desarrollado. Así mismo, una verdad considerada eterna, tal como 2
+ 2 = 4, puede ser interpretada como una etapa genética tal que, por un lado, se trata de un conocimiento que no
todo sujeto pensante posee, y de la cual conviene por consecuencia estudiar su formación a partir de
conocimientos menores; por otro lado, así como esta verdad es definitiva (e independiente de su naturaleza de
conocimiento “real” o de “sintaxis lógica”, de convención, etc.), un conocimiento como tal es susceptible de
incrementos ulteriores, insertándose en sistemas operatorios siempre más ricos y mejor formalizados: un
desarrollo extremadamente complejo se intercala así entre la constatación empírica, hecha sobre un ábaco, de
que 2 + 2 = 4, o aún entre la concepción pitagórica de la misma verdad, que devino por ejemplo en los Principia
mathematica de Russell y Whitehead.
        En otros términos, el método genético vuelve a estudiar los conocimientos en función de su construcción
real, o psicológica, y a considerar todo conocimiento como relativo a un cierto nivel de mecanismo en su
construcción. Ahora bien, contrariamente a una opinión difundida, buscamos mostrar que un método como tal no
prejuzga en nada los resultados en los cuales su empleo llega a un resultado y que es el único en presentar esta
garantía, pero bajo la condición de establecer el punto de vista genético incluso llegando a consecuencias
extremas. La opinión contraria que prevalece es generalmente verdadera, es decir que las condiciones
psicogenéticas son generalmente sospechadas por los epistemólogos de conducir necesariamente a una suerte
de empirismo, mientras que podrían también desembocar en conclusiones aprioristas o mismo platónicas, si los
hechos se decidieran así. Pero la razón de este prejuzgamiento contra el método genético se mantiene
simplemente en esta circunstancia en la que ciertas teorías célebres en la historia de las ideas, del evolucionismo
de Spencer o teorías más recientes de F. Enriques, por ejemplo, se quedaron en realidad a medio camino de la
aplicación del método genético.
        Antes de examinar las condiciones de objetividad del método, intentemos describirlo. Si los conocimientos
múltiples que corresponden a las diversas ramas de la actividad científica son relativos a construcciones vivas, a
estudiar separadamente en su diversidad misma, y luego a comparar entre ellos después del análisis, es
necesario conducir esta doble búsqueda habituándose a pensar, no solo psicológicamente, sino también de
alguna manera biológicamente.
        Desde este punto de vista, todo conocimiento implica una estructura y un funcionamiento. El estudio de
una estructura mental constituye un tipo de anatomía y la comparación de estructuras diversas es asimilable a
una suerte de anatomía comparada. El análisis del funcionamiento corresponde, por otro lado, a un tipo de
psicología y, en caso de funcionamientos comunes, de psicología general. Pero, antes de llegar a la psicología
general del espíritu, la anatomía comparada de las estructuras mentales es la tarea inmediata.

        Ahora bien, ¿cómo procede la anatomía comparada en sus determinaciones de planes comunes de
organización, de “homologías” o parientes genéticos de estructura, etc.? Dos métodos distintos, pero
combinables entre ellos, la orientan constantemente. El primero consiste en seguir la filiación de las estructuras,
cuando su continuidad destaca de manera visible tipos adultos: es así que los miembros anteriores de
vertebrados de una clase pueden ser comparados con los de otra, aletas anteriores de peces con las alas de
pájaros y patas delanteras de mamíferos. En caso de discontinuidad relativa, el “principio de conexión” de
Geoffroy Saint-Hilaire permite determinar los organismos homólogos por su relación con los organismos vecinos.
Pero de tales métodos, fundados sobre el examen de tipos de estructuras acabadas, están lejos de ser
suficientes ante la necesidad de comparación sistemática, en consecuencia, se trata de filiaciones que escapan
completamente al análisis por un defecto demasiado grande de continuidad visible. En tal caso, un segundo
método se impone por necesidad: es el método “embriológico” que consiste en extender la comparación a los
estados más elementales de desarrollo ontogenético. Es así como ciertos crustáceos cirrópodos fijos, tales como
los percebes y los bálanos, fueron tomados durante mucho tiempo por moluscos, lo que volvió errónea toda
determinación por homologías: fue suficiente descubrir que pasaban al estado larvario bajo la forma “nauplius”,
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similar a un pequeño crustáceo libre, para relacionarlos con su verdadero clasificación y restablecer las filiaciones
y homologías naturales. Solo el examen del desarrollo embrionario permite, por otro lado, determinar el origen
mesodérmico o endodérmico, etc., de un organismo. En cuanto a ciertos parentescos poco visibles como aquel
que relacionan muchos osículos (huesecillos) de la oreja de los mamíferos con el arc hyoïdien de los peces, es el
examen del desarrollo el que ha permitido poco a poco la determinación.

        Ahora bien, por comparar entre ellos estructuras mentales diversas, como aquellas múltiples nociones
utilizadas por el pensamiento científico, forzadas a ser pensadas por métodos análogos, por muy eminente que
sea la fidelidad de las estructuras intelectuales por oposición a las formas anatómicas de los crustáceos y de los
moluscos, se trata en efecto, en uno y otro caso, de organismos vivientes en evolución.
        Por un lado, siguiendo el desarrollo de nociones que ha usado la ciencia en el curso de su historia, es fácil
establecer ciertas filiaciones por continuidad directa o por la determinación del sistema de “conexiones” en juego.
Es así como podemos reconstituir fácilmente la historia de la noción de número, a partir de las totalidades
positivas, además de números fraccionarios, números negativos, y hasta generalizaciones siempre más
desarrolladas que derivan de las operaciones iniciales. Será relativamente fácil, por otro lado, comparar entre las
diversas formas de medida –del espacio, del tiempo, de múltiples cantidades físicas, etc.- y encontrar en sus
respectivos desarrollos históricos ciertas conexiones relativamente estables, tales como la relación entre objetos
o movimientos postulados invariables y de esquemas numéricos o aparentes en número. Estas múltiples
comparaciones, ampliadas en diversas escalas, caracterizan a un primer método propio de la epistemología
genética, la cual es bien conocida bajo una forma además un poco extensa y que requerirá quizá también alguna
sistematización: es el método “histórico-crítico”, empleado con el resplandor que conocemos por toda una
pléyade de historiadores del pensamiento científico y epistemólogos famosos.
        Pero el método histórico-crítico no es suficiente. Limitado en el campo de la historia misma de las
ciencias, se apoya sobre las nociones construidas y empleadas por un pensamiento ya constituido: aquel de los
sabios, ellos mismos considerados bajo el ángulo de su filiación social. Las formas del pensamiento accesibles al
método histórico-crítico se encuentran ya extremamente elaboradas y más o menos profundamente insertas en el
juego de las interacciones propias a la cooperación científica. El inmenso servicio que rinde un método como tal
es el de relacionar el presente con un pasado lleno de riquezas muchas veces olvidadas, que iluminan y explican
en parte el examen de los estados sucesivos del desarrollo de un pensamiento colectivo. Pero se trata siempre
de la acción de los pensamientos desarrollados sobre otros en evolución y no sobre por la génesis del
conocimiento.
        Es por ello que, este primer método, le corresponde a aquellas afiliaciones directas y conexiones, propias
de la anatomía comparada, y es necesario agregarle un segundo método, cuya función será la de constituir una
embriología mental. Retomemos, en este aspecto, la historia de la noción de número. Esta historia es la única
repleta de enseñanzas singularmente reveladoras: cómo el número irracional fue introducido para imitar el
continuo espacial, cómo los imaginarios nacieron de la extensión generalizadora de las operaciones, cómo el
trascendente revela ciertos tipos de correspondencia “reflexiva” parecidas a las correspondencias lógicas, etc.
Pero, de esta única historia, trazaremos una respuesta unívoca a la pregunta epistemológica central de saber si
existe una institución primitiva de números enteros, irreductible a la lógica, o si el número deriva de operaciones
más simples. Y la razón de este fracaso en la investigación histórico-crítica es seguramente que la estructura
mental de los teóricos del número es una estructura adulta, que remontamos de Cantor o Kronecker a Pitágoras
mismo, aunque la noción del número aparece en estos espíritus anteriores a toda reflexión científica de su parte:
es entonces ese estado larval del número el que queremos conocer, es decir el estado “nauplius” que explica el
percebe adulto, y donde hemos visto que no es tan irreverente reclamar aquí la intervención de una embriología
intelectual por analogía con los métodos de la anatomía comparada.
        Ahora bien, esta embriología mental existe, y son precisamente los matemáticos quienes tuvieron el mejor
acierto y casi anticipan su posible empleo, cuando lanzaron las bases de la epistemología genética en geometría,
por ejemplo. Cada uno de nosotros recuerda cómo Poincaré buscaba la génesis del espacio en la coordinación
de los movimientos de los cuerpos, en la distinción de los cambios de posición y de los cambios de estado, etc.,
es decir, en tanto hipótesis que no pueden ser verificadas más que por el análisis del desarrollo mental del niño, y
aún a la edad más tierna. Ahora bien, el método puede ser generalizado, y es la construcción de todas las
nociones esenciales o categorías del pensamiento en las cuales podemos buscar reconstruir la génesis en el
curso de la evolución intelectual del individuo entre el nacimiento y la llegada a la edad adulta; esta embriología
de la razón puede entonces jugar, respecto a la epistemología genética, el mismo rol que la embriología del
organismo, respecto a la anatomía comparada o a las teorías de la evolución.

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Es verdad que el desarrollo del niño se encuentra siempre influenciado por el medio social, el cual juega
no solo un rol de acelerador, sino también transmite una cantidad enorme de nociones que tienen en sí mismas
una historia colectiva. En la medida en que el individuo en formación recibe así la herencia social de un
pensamiento formado por las generaciones adultas anteriores, va a ser que sea entonces el método histórico-
crítico, prolongado en método sociológico-crítico, el que retome entonces el control del método psicogenético.
Pero no es menos claro que, así como recibe nociones predeterminadas por el medio social, el niño las
transforma y las asimila en sus estructuras mentales sucesivas, de la misma manera que asimila el medio
formado por las cosas que lo rodean: esas formas de asimilación y su sucesión constituyen entonces una
situación que la sociología y la historia no podrían explicar por sí solas, y es en su estudio que el método
psicogenético controla a al método histórico-crítico.
         En conclusión, el método completo de la epistemología genética está constituido por una colaboración
íntima de los métodos histórico-crítico y psicogenético, y esto es en virtud del siguiente principio, sin duda, común
al estudio de todos los desarrollos orgánicos: que la naturaleza de una realidad viviente no es revelada solo por
sus estados iniciales, ni por sus estados terminales, sino por el proceso mismo de sus transformaciones. Los
estados iniciales, en efecto, adquieren significado sólo en función del estado de equilibrio hacia el cual tienden,
pero, en cambio, el equilibrio afectado no puede ser comprendido más que en función de las construcciones
sucesivas que han tenido como resultado. En el caso de una noción o de un conjunto de operaciones
intelectuales, no es solamente el punto de partida el que importa, ni el equilibrio final, el cual nunca sabemos si
es efectivamente el final: es la ley de construcción, es decir el sistema operatorio en su construcción progresiva.
Ahora bien, de esta construcción progresiva, el método psicogenético proporciona solo el conocimiento de los
escalones elementales, aún si nunca se ve afectado por el primero, mientras que el método histórico-crítico
proporciona solo el conocimiento de los escalones a veces intermedios pero en todo caso superiores, aún si no
estamos en posesión del último: es pues únicamente por una suerte de juego de ir y venir entre la génesis y el
equilibrio final (los términos de génesis y de fin son simplemente relativos, no presentando ni uno ni otro un
sentido absoluto) que podemos esperar alcanzar el secreto de la construcción de conocimientos, es decir de la
elaboración del pensamiento científico.
         ¿Pero un método como tal no prejuzga los resultados epistemológicos a los cuales conduce? Esto es lo
que conviene examinar ahora, para la discusión de una epistemología recientemente fundada sobre la psicología
y luego abordando de frente el problema en su generalidad.


   3. La epistemología psicológica de F. Enriques.

         Tentativas análogas a aquella que acabamos de formular sobre el programa no faltan, por supuesto, y
permiten en consecuencia formar cualquier idea de éxito y también de las dificultades de una tentativa como tal.
Tanto una como otra son reales, pero, en medio de esas dificultades, hay una que podríamos de golpe discutir:
aquella que, tratada de una cierta forma, el método psicogenético parece solucionar fatalmente, sino a las
consecuencias empiristas, al menos a un cierto realismo de la experiencia o a un positivismo cerrado sobre sí
mismo. Ahora bien, el ejemplo de una teoría elaborada por un matemático de gran renombre, F. Enriques,
muestra que esas limitaciones se deben exclusivamente a una psicología demasiado estrecha y sin duda en
parte influenciada, ella misma, por una epistemología previamente concebida.
         Como escribía Enriques en 1914: “Vemos desarrollarse una teoría del conocimiento científico que tiende a
constituirse sobre una base sólida, como una parte de la ciencia misma” (Conceptos, pág. 3), y es efectivamente
el objetivo esencial que este autor se propone atender, el construir una epistemología desde el interior de las
ciencias como tales y no tomar ninguna posición ni ningún medio de investigación que se encuentre fuera de las
ciencias particulares. Un método como tal lo condujo, en consecuencia, a parte de la psicología genética: “lo
arbitrario dentro de la construcción científica parece eliminarse cada vez más con la génesis de los conceptos
científicos, considerados no dentro de sus posibilidades lógicas, sino dentro de su desarrollo real” (Ídem, pág. 4).
Ahora bien, el estudio de este desarrollo real permite descartar “una concepción hoy en día «demodée», después
de la cual el científico se limitaría a registrar pasivamente lo que le muestra la experiencia” (pág.4). Por el
contrario, “yo me até esencialmente a reconocer la función propia del espíritu que crea la ciencia” (pág.3). Hay
que considerar pues la experiencia, por una parte, así como también la actividad del sujeto: “El crecimiento de la
experiencia combinado con la naturaleza del espíritu humano parecen deber explicar, en líneas generales, el
devenir de la ciencia” (pág.4); “el análisis que emprendí me persuade de que hay en todas partes un desarrollo
psicológico cuyas razones intimas se relacionan con la estructura misma del espíritu humano” (pág.4).

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Vemos que el programa de F. Enriques es intentico al que nos inspiramos aquí. Y sin embargo este
programa, que el célebre matemático creyó remplazar a principios de este siglo por las concienzudas
aplicaciones que él formó en todos los campos esenciales, de la lógica y el análisis a la geometría, la mecánica,
la termodinámica, la óptica, el electromagnetismo y hasta la biología, es prácticamente por completo retomado
hoy en día. ¿Es entonces el fracaso de la epistemología genética? Es, por el contrario, el signo de un esfuerzo
propiamente científico, puesto que las conclusiones obtenidas están revisándose todo el tiempo, todo en
beneficio de las búsquedas precedentes, y que los análisis nuevos pueden incorporar un cierto conocimiento por
reinterpretación de los resultados anteriores.
        Ahora bien, la necesidad de esta revisión tiende, no solamente a los desarrollos imprevistos de la ciencia
misma (con la microfísica, por ejemplo), sino también, y esencialmente, a los progresos de la psicología
experimental. Fundada casi por completo sobre las nociones de sensación, de asociación de ideas y de
abstracción a partir de las cualidades sensibles, el sistema de Enriques desemboca fatalmente en una visión de
las cosas de alguna manera estática y cerrada sobre sí misma, de donde se tiene la impresión de un método que
prejuzga en parte sus propios resultados. Pero que nosotros remplacemos esas mismas nociones de sensación y
de asociación dentro del cuadro de la psicología contemporánea, que niega la existencia mental de las
sensaciones por no conocer más que percepciones organizadas, que ponen en duda aquellas asociaciones
simples y sobre todo que reducen los estados de conciencia a su situación relativa en relación a las acciones y
las conductas de conjunto: al retomar sobre estas nuevas bases el problema de la abstracción, la psicogenética
de las nociones científicas aparecerá bajo una perspectiva distinta.

        Demos un primer ejemplo, sobre el cual volveremos más tarde a propósito de las nociones mecánicas
(cap. IV). Sabemos que la fuerza es a menudo definida como “la causa de la aceleración”, de donde se
desprende una tendencia de ciertos físicos a concebir la aceleración como componente de esta solo en el hecho
positivo, y la noción de fuerza como superfetatoria y confusa. A lo que Enriques responde (Conceptos, pág.114)
que esta noción reposa sobre las “sensaciones musculares de esfuerzo y de presión”, representa por el contrario
un hecho “físico” auténtico: “la fuerza no tiene nada de misteriosa o de metafísica, tampoco el movimiento o
cualquier otro fenómeno cualquiera sea, cuya definición real se reduce siempre, en el último análisis, a un grupo
de sensaciones que se producen dentro de ciertas condiciones voluntarias provocadas”. ¡Desgraciadamente la
“sensación de esfuerzo” es hoy en día considerada para bien de los psicólogos (P. Janet seguido de Baldwin,
etc.) como el simple índice de una acción, la cual constituye precisamente una conducta (o regulación) de
aceleración de los movimientos propios! La causa física de la aceleración es así concebida por medio de una
noción, cuya principal justificación le corresponderá a una “sensación”, la cual no constituye ella misma más que
la señal de una aceleración intencional…
        Vemos aquí el riesgo de conducir un sistema de interpretación que toma como punto de partida la
“sensación”, concebida como el fundamento del conocimiento. En su bello libro La sensación, guía de la vida
(1945), que resume toda su obra abundante y precisa, H. Piéron concluye que la sensación no es en todos los
campos más que un índice o una señal: “Las sensaciones constituyen símbolos biológicos de fuerzas exteriores
activas sobre el organismo, pero que no pueda tener con sus fuerzas más que el parecido que hay entre las
sensaciones mismas y las palabras que las designan en el sistema simbólico del lenguaje” (pág.412-413). “Las
ecuaciones relativas que, en el espacio de n dimensiones donde el tiempo se encuentra integrado simbolizan
cadenas de hechos, son más verdaderas que nuestras percepciones directas…” (pág. 413).

        El punto de partida de una epistemología genética adaptado a los conocimientos psicológicos actuales no
será más entonces la sensación ni la abstracción esquematizante a partir de las cualidades sensibles, sino que
consistirá en proceder a la acción por completo, cuyos índices sensoriales no son más que un aspecto: el de la
acción que procede al pensamiento en su mecanismo esencial, que es el sistema de las operaciones lógicas y
matemáticas, y este es entonces el análisis de las acciones elementales y de su interiorización o mentalización
progresivas que nos revelan el secreto de la génesis de esas nociones.

        Otro ejemplo: en el campo del espacio, Enriques adhiere, a propósito de la coordinación entre las
sensaciones y los movimientos condicionados por las condiciones anátomo-psicológicas, a “la pretensión de
ciertos filósofos neokantianos de ver el reflejo de estas condiciones estructurales… en ciertos aspectos a priori de
la intuición espacial, de manera de conferir a la geometría sus postulados a partir de que los conceptos
fundamentales fueron formados por las sensaciones” (pág.44). Pero, por más simplistas que parece con el
retroceso de las explicaciones aludidas de W. Wundt y de E. G. Heymans, no queda más que la idea de Enriques
de considerar las sensaciones generales de carácter táctilo-musculares como la fuente de las nociones
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topológicas, las sensaciones visuales como las de las nociones proyectivas y las sensaciones táctiles como las
de las nociones euclidianas, apela también a un complemento en el sentido de las condiciones mismas de
coordinación: como la noción fundamental de orden, por ejemplo, surgirá de la sola sensación, sin la posibilidad
de coordinar nuestros movimientos, ¿no hace que percibamos en ella sucesivamente los elementos de una
suerte lineal según un mismo sentido de recorrido? Por otra parte, una sucesión de percepciones no equivale en
absoluto a la percepción de una sucesión, ya que esta supone un acto propiamente dicho. He aquí la sensación,
y entonces el índice de una asimilación mental del objeto a un esquema de acción, y es en consecuencia de esta
asimilación y de este esquematismo de la acción que conviene remontar si queremos comprenderlo, el
mecanismo psicogenético sin deformarlo por un realismo impuesto, por así decirlo, previamente.

        Vemos en qué una psicología, más funcional que esta de Enriques, puede conducir a una epistemología
cuyos resultados no están implicados en el método genético mismo. Es en particular sobre el terreno de la
abstracción y de la lógica en general que se marca esta diferencia entre la posición psicológica de los problemas
epistemológicos al principios de este siglo y hoy en día. En la primer parte de su gran obra, publicada en francés
con el título Los problemas de la ciencia y la lógica, Enriques muestra en qué sentido “la lógica puede ser vista
como formando parte de la psicología” (pág.159): “Las definiciones y deducciones que forman el desarrollo de
toda teoría deben ser vistas, según nuestro punto de vista, como operaciones psicológicas; nosotros
designaremos estas últimas en conjunto con el nombre de procesos lógicos. Ahora se plantea el problema de
explicar psicológicamente el proceso lógico” (pág.177). No seremos mejores enunciando la pregunta que se
aloja, nos parece, en el centro de la epistemología genética actual. ¿Pero porqué Enriques no la resolvió? Es que
su solución, siempre en conjunto con las nociones encontradas desde entonces, en realidad permanece todavía
alejada de una génesis real.

         ¿En qué consiste, en efecto, para él, las operaciones psicológicas formadoras de la lógica? “Las
asociaciones y disociaciones psicológicas que se vuelcan en el campo de la consciencia clara y de la voluntad,
forman las operaciones lógicas fundamentales y permiten crear nuevos objetos del pensamiento distintos de
aquellos que son dados” (p.178). Sin duda, pero antes de conseguir asociar y disociar claramente y
voluntariamente, se trata precisamente de construir ese poder: ahora bien Enriques parece creer que, los objetos
una vez revelados gracias a la sensación, las “asociaciones” y las “disociaciones” psicológicas resultan sin más,
permitir ordenarlas en series, reunirlas en clases, construir correspondencias, invertir el orden, etc. (pág.178).
Bajo una condición sin embargo: que estos objetos satisfacen “a ciertas condiciones de invariabilidad que
expresaremos en los principios lógicos” (pág.179). En efecto: “En su conjunto los principios confieren a los
objetos del pensamiento una realidad psicológica independiente del tiempo, y forman así las premisas de una
Lógica simbólica que tendrá por objetivo representar como un conjunto de relaciones actuales el proceso
genético de las operaciones lógicas” (pág.188). Pero para que la representación haya sido adecuada, será
necesario que los axiomas expresando las leyes de asociaciones lógicas encuentren su equivalente en la
realidad” (pág.211). Ahora bien, “bajo la condición de invariabilidad expresada por los principios lógicos, los
conjuntos de objetos satisficieron las propiedades enunciadas por los axiomas” (pág. 212), la lógica constituye
así, además del sistema de asociaciones y disociaciones psicológicas, lo que Gonseth llamará más tarde una
“física del objeto cualquiera sea”.
         Del mismo modo, “la suposición fundamental de la Aritmética, antes de recurrir a una realidad física,
puede apoyarse sobre una realidad psicológica, es decir sobre el hecho de que ciertos actos del pensamiento
pueden respetarse indefinidamente subordinándose a determinaciones generales, de manera de construir series
que satisfagan a las condiciones [expresadas por los axiomas de Peano sobre la numeración, y comprendido]…
por el principio de inducción matemático entendido como una propiedad fundamental de las series
psicológicamente construidas” (pág. 196).
         Notemos para terminar que Enriques también vio bien el problema biológico que provoca la existencia de
la lógica y las matemáticas, el empirismo correspondiente a las teorías epigenéticas” (lamarkismo, etc.) y el
priorismo en el preformismo. Enriques se orienta él mismo hacia el epigenetismo y explica las asociaciones y
disociaciones psicológicas fundamentales, fuentes de la lógica y de la aritmética, por los procesos de facilitación
[fr.frayage; ingl.facilitation, al. Bahnung] nerviosa y por la constancia de las vías de asociación (pág.248).

       Sin entrar en los detalle de estas tesis, importa sin embargo destacar que las mismas no se relacionan
para nada con el futuro de la epistemología genética, ni llegan a unir de una vez por todas la explicación
psicológica o biológica con las interpretaciones empiristas del conocimiento. El gran problema de toda
epistemología, pero principalmente de toda epistemología genética, es en efecto comprender como el espíritu
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llega a construir las relaciones necesarias, apareciendo como “independientes del tiempo” si los instrumentos del
pensamiento no son más que operaciones psicológicas sujetas a evolución y se constituyen en el tiempo. Ahora
bien, una simple psicología de las sensaciones y de las asociaciones es tan incapaz de rendir cuenta de un paso
como tal, que Enriques se ve obligado, para establecer las “asociaciones” y “disociaciones” destinadas sin
embargo a explicarlo todo, a recurrir a los principios de la lógica en un llamado de ayuda, siendo solo ellos
capaces de devolver los objetos del pensamiento “invariables”. Pero, en una interpretación psicológica, los
principios lógicos deberían ellos mismos ser objetos de explicación, en lugar de surgir bruscamente «ex
machina», y su acción estabilizadora constituiría como tal un problema esencial de funcionamiento mental, que
no sabremos resolverlo por la simple constatación del hecho. Es precisamente en ese punto en el que una
psicología de la acción marca ventaja frente a aquella de la sensación: la ley fundamental que parece regir la
mentalización progresiva de la acción es, en efecto, aquella que se distingue en el pasaje de la irreversibilidad a
la reversibilidad, dicho de otra manera, la transformación hacia un equilibro progresivo definido por esta última.
Mientras que los hábitos y las percepciones elementales tienen esencialmente un único sentido, la inteligencia
sonso-motriz (o préverbal) revela ya en las conductas de “ida y vuelta” 2, la asociatividad y la reversibilidad de las
operaciones. Sobre el plan de acciones interiorizadas en representaciones intuitivas, el niño comienza por no
saber invertir las composiciones imaginadas por medio de las cuales piensa, las articulaciones progresivas de la
intuición engendran por el contrario, más adelante, una reversibilidad creciente que, cerca de los 7-8 años,
desemboca en las primeras operaciones lógicas concretas: estas consisten, en efecto, en acciones de reunir, de
seriar, etc., deviniendo así reversibles en el curso de una larga evolución. Pero esto acabará exclusivamente
cerca de los 11-12 años, momento en el que las acciones vueltas reversibles podrán ellas mismas ser traducidas
bajo forma de proposición, es decir de operaciones puramente simbólicas. Es entonces, y solo entonces, que
gracias a la reversibilidad operatoria finalmente generalizada, el pensamiento se libera de la irreversibilidad de
acontecimientos temporales. Pero esto no es explicable a menos que se dé la condición de remplazar el lenguaje
de asociaciones entre sensaciones, por acciones y operaciones reversibles.
         Dicho esto, la pregunta epistemológica central que provoca el llamado a la psicología es seguramente la
de la génesis de las operaciones ellas mismas, así comprendida su estabilización lógica, fuente y no efecto, de
los principios formales. Pero esta génesis, que es a la vez función de la actividad del sujeto y de la experiencia,
nos lleva a problemas complejos distintos a si se tratasen de simples asociaciones de ideas, precisamente
porque la reversibilidad operatoria no sabría ser abstracta sin más datos sensibles o experimentales, raramente
“abatibles”3 y siempre irreversibles estrictamente hablando (según el vocabulario utilizado por P. Duhem). El
resultado de las investigaciones psicológicas permanece en este aspecto enteramente “abierto” y puede
conllevar, según si predominaran los hechos de maduración endógena, de adquisición en función del medio o de
construcción reglada por las leyes del equilibrio, en soluciones tanto aprioristas como empiristas, o en un
relativismo volviendo indisociable la parte del sujeto y aquella del objeto en la elaboración de conocimientos.
         Aún más, el problema psicológico así pronunciado por el desarrollo operatorio del pensamiento vuelve a
plantear, en definitiva, sobre un conjunto de preguntas biológicas sin duda más complejas que aquellas a las que
F. Enriques tuvo el mérito de entrever el alcance. Es claro, en efecto, que si no es exclusivamente por la
abstracción a partir de datos exteriores que se incrementa el conocimiento, en particular en el campo de las
operaciones lógicas y matemáticas, es necesario prever la existencia de una abstracción a partir de
coordinaciones internas, lo que no significa necesariamente que las operaciones sean pre-formadas bajo una
forma innata, aunque sí puede ser interpretada en el sentido de una abstracción progresiva de elementos
pedidos prestados en parte a un funcionamiento hereditario y reagrupados gracias a composiciones constructivas
nuevas. Cualquiera que sea la razón de la diversidad posible de sus soluciones, el problema psicogenético del
conocimiento se sumerge entonces hasta en los mecanismos de la adaptación biológica; ahora bien, sabemos
cuánto esta pregunta permanece igualmente “abierta”, todas las interpretaciones estando hoy en día
representadas entre el preformismo, el mutacionismo, «l’émergence», el neo-lamarckismo, etc. En resumen,
aunque planteemos el problema del conocimiento en términos biológicos de relaciones entre el organismo y el
medio, o en términos psicológicos de relaciones entre la actividad operatoria del sujeto y la experiencia, las
soluciones parecen estar menos cerca en 1949 que en 1906 y esto muestra suficientemente cuán poco los
métodos genéticos prejuzgan sus propios resultados.




2
    Traducción de la frase “conduites de détour et de retour”
3
    Traducción de “renversables”.
                                                                                                                    9
4. Las diversas interpretaciones epistemológicas y el análisis genético.

        Parece ser sin embargo que el método genético prejuzga al menos sobre un punto las soluciones
epistemológicas consideraron poder descubrir, esto es presuponiendo que existe una génesis. Ahora bien, para
el platonismo, el idealismo apriorista y la fenomenología, no existe génesis real, en ese sentido la naturaleza de
los instrumentos de conocimiento permanecen ajenos a su desarrollo psicológico. Pero nosotros buscaremos, por
el contrario, mostrar que, aún con respecto a las soluciones más radicalmente anti-genéticas, el método genético
en tanto que método, no presupone para nada su buen o mal fundamento, y podrá, por el contrario, servir para
verificarlas, admitiendo que éstas sean conforme a los hechos.
        Busquemos, en función de esto, clasificar las soluciones epistemológicas posibles, de manera de hacer
percibir que cada una de ellas, no solamente no es contradictoria con el empleo de un método genético de
investigación, sino que también podría ser demostrada por este mismo método, en la medida en que ella se
proponga exclusivamente establecer la manera a través de la cual aumentan los conocimientos.
        Es necesario, en primer lugar, distinguir las hipótesis que consideren los conocimientos como esperando
las verdades permanentes, independientes de toda construcción, y aquellas que hacen del conocimiento una
construcción progresiva de la verdad. Entre las primeras, el acento puede estar puesto sobre el objeto, que el
sujeto comprenderá como del exterior, sin actividad propia de su parte: las ideas existen de este modo, bajo
forma de “universos”4 subsistiendo de manera trascendente o inmanente a las cosas (platonismo o realismo
aristotélico). El acento puede, por el contrario, estar puesto sobre el sujeto, que proyecta entonces sus marcos a
priori sobre la realidad: ésta no será entonces jamás enteramente exterior a la actividad subjetiva, de donde las
formas diversas del idealismo en función de las múltiples dosificaciones posibles de esta interioridad y de esta
exterioridad. En tercer lugar, sujeto y objeto pueden ser concebidos como indisociables, la verdad estando
aprehendida directamente por una intuición (racional o no, en diversos grados) portando sobre sus estructuras
inmediatas e indiferenciadas: tal es el principio de la fenomenología. En cuanto a las concepciones según las
cuales el conocimiento se construye efectivamente, encontramos igualmente la primacía del objeto
imprimiéndose sobre un sujeto pasivo (empirismo), la primacía del sujeto modelando lo real en función de su
actividad (pragmatismo o convencionalismo según si esta actividad engloba necesidades varias o se limita a la
pura construcción intelectual) y la relación indisociable entre los dos (relativismo):



                                            Soluciones no genéticas                  Soluciones genéticas

    Primacía del objeto                     Empirismo                                Realismo
    Primacía del sujeto                     Apriorismo                               Pragmatismo y convencionalismo
    Disociación entre sujeto y objeto       Fenomenología                            Relativismo


        Notemos ahora que cada una de estas seis soluciones, puestas en bloque, aquí comprendidas aquellas
que nosotros llamamos genéticas, no puede pretender constituir otra cosa que una solución límite, legítima en el
término (quizá inaccesible) de investigaciones, pero necesitando un cierto temperamento para lo que son
preguntas particulares. Es cuando uno se pregunta, con la epistemología metafísica, qué es el conocimiento en
sí, o la relación entre un sujeto dado de una vez por todas y un objeto (real o representado) definitivamente al
igual que lo planteado por el apriorismo, el empirismo, etc., tomando una significación irrevocable y masiva. Si el
problema es saber cómo se acrecientan los conocimientos, es necesario por el contrario, distinguir las
interpretaciones relativas a las adquisiciones noéticas particulares de las mismas interpretaciones generalizadas
del acrecentamiento de todos los conocimientos. El primero de estos dos puntos de vista, que el que corresponde
a la epistemología genética en sus investigaciones sucesivas y en su método mismo, las soluciones llamadas
genéticas no se imponen antes que las otras: en tanto que ellas implican un pasaje al límite, son en efecto tan
prematuras como las soluciones no genéticas; por otro lado, en lo que concierne a la adquisición o
acrecentamiento de los conocimientos particulares, cada una de las seis soluciones podrá ser verdadera en tal o
4
  Traducción del término «universaux» utilizado como sustantivo, en filosofía, una noción metafísica y más precisamente de
la escolástica medieval. Los “universos” son tipos, propiedades o relaciones y caracterizan lo que es invariable en el tiempo
y el espacio. Los “universos” se oponen entonces a los particulares y son asimilables, en un primer acercamiento, a los
conceptos <http://fr.wikipedia.org/wiki/Universaux>.
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cual sector delimitado (por ejemplo, el platonismo para el conocimiento matemático, el empirismo para el
conocimiento biológico, etc.). En el segundo punto de vista, que es el que corresponde a las conclusiones
generales de la epistemología genética (suponiendo que proviene de un acuerdo suficiente sobre el conjunto de
los conocimientos estudiados), las hipótesis no genéticas permanecen, como las otras, «a fortioti» legítimas, y no
son en absoluto para eliminar de antemano mientras sean contradictorias con el método genético de
investigación.

         Presumimos así que el método genético de investigación propio a una epistemología que pretenda ser
científica, puede conducir a cualquiera de estas seis soluciones sin prejuzgar ninguna a costa de las otras. El
desarrollo mental del individuo y el desarrollo histórico de las ciencias constituyen, en efecto, datos reales a los
que cada una de las grandes soluciones de la epistemología filosófica está realmente obligada a acomodarse y
no sabría por consiguiente considerar de antemano como contradictorias con ella. Ahora bien, el método genético
se limita a estudiar estos datos de hecho, en tanto que procesos, de acrecentamiento de un conocimiento. Las
dos únicas preguntas en tela de juicio son el saber en qué consiste este acrecentamiento de un conocimiento, y
lo que podemos extraer de ello en cuanto a la naturaleza misma de este conocimiento. Sobre el primer punto, no
sabremos entonces poner en duda la existencia de un desarrollo de los conocimientos, el cual es reconocido por
todos, pero el problema sigue sin poder resolver en qué consiste el mecanismo íntimo de este desarrollo o de
este acrecentamiento. En cuanto al segundo punto, es sobre él que convergen todas las objeciones posibles:
¿este mecanismo de acrecentamiento es revelador de la naturaleza de los conocimientos en sí mismos? El doble
postulado del método genético es, en este aspecto, por un lado, que el mecanismo de desarrollo nos informa, en
cuanto al pasaje de un menor a un mayor conocimiento, sobre la estructura de los conocimientos sucesivos, y,
por otro lado, que esta explicación, sin prejuzgar la naturaleza última del Conocimiento en general, prepara sin
embargo la solución a este interrogante límite (aún si esta solución consistiera en reconocer el curso de ruta a un
límite tal que no pudo ser alcanzado). Ahora bien, la única forma de justificar estos dos postulados es
precisamente mostrar cómo cada una de estas 6 soluciones precedentes podría encontrarse confirmada o
invalidada por los hechos de desarrollo.
         Nada excluye a priori, en principio, una solución tal como el platonismo o el realismo de los universos:
podemos así mismo decir, sin paradoja, que es únicamente en función del desarrollo que una idea puede
revelarse subsistente en sí misma, independientemente de su desarrollo. Cuando un matemático afirma con el
método de Hermite la existencia, exterior a él, de seres abstractos tales como las funciones o los números, es
fácil responder que esta creencia de autonomía de tales seres no le agrega ningún carácter nuevo, sino a título
subjetivo subjetivo, y que estos conservarían todas sus propiedades matemáticas si su existencia estuviera
interpretada de otra forma. Pero que, estudiando el problema del descubrimiento o de la invención, conseguimos
mostrar que luego de una serie de aproximaciones testimonio de la actividad inventiva del sujeto, éste se
encuentra conducido a descubrir, por una intuición directa e independiente de las construcciones anteriores, una
realidad sin historia, es claro que la creencia en las ideas “subsistentes” encontraremos una confirmación
singular. Solamente, vemos de repente que una tal verificación debería ser a la vez psicológica e histórica:
psicológica, demostrando la existencia de una intuición racional que consigue contemplar sin construir, e histórica
verificando el éxito creciente de esta contemplación, y no su debilitamiento a partir de un estado determinado de
creencia común. Ahora bien, encontraremos precisamente estos dos problemas, uno a propósito de la relación
entre la “intuición racional” y la inteligencia operatoria, y el otro a propósito de los trabajos de P. Boutroux sobre la
historia de las actitudes intelectuales sucesivas de los matemáticos (actitudes en las que veremos la relación
entre la conciencia de las operaciones).
         En cuanto al apriorismo, es evidente que si fuese verdad, el estudio genético descubriría su pertinencia
sin salirse del desarrollo como tal. Un acontecimiento a priori se reconocería, en efecto, sin dificultad por el hecho
de que no se constituiría en relación con la experiencia, sino que se impondría en función de una maduración
interna progresiva. Es más, a esta maduración psicológica revelada por el análisis del comportamiento
correspondería, desde el punto de vista mental, una toma de conciencia brusca o gradual, procedente de la
reflexión del pensamiento sobre su propio mecanismo.
         Por el contrario, la fenomenología parece deber oponer a la epistemología genética una serie de
objeciones más radicales, ya que si el apriorismo kantiano ignora la construcción psicológica, admite una
construcción previa a toda experiencia (y venimos de ver que una tal construcción manifestaría claramente su
existencia en el curso de desarrollo). Ahora bien, es esta misma construcción a priori que la fenomenología pone
en duda remplazándola por una intuición racional de esencias, sin dualismo entre el sujeto que contempla y el
objeto exterior, pero con indiferenciación radical entre los dos términos fundados en la misma toma de posesión
inmediata. Importa entonces mostrar más en detalle, en lo que concierne a este tercer grupo de soluciones, que
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el empleo del método genético no implica para nada su refutación previa y las confirmaría por el contrario si se
comprobarían necesarias.
        La primera tesis esencial de la fenomenología es aquella de Husserl desarrollada en sus Logische
Untersuchungen: la verdad es de orden normativo y no releva la simple constatación del hecho. El error del
“psicologismo” consiste por el contrario en proceder indebidamente del hecho a la norma, mientras que la norma,
en tanto que obligación independiente de sus realizaciones, no podrá relevarse más que a ella misma. Una
afirmación tal no es por otra parte especial a la fenomenología, también se encuentra en todos los casos donde
un “normativismo” se opone a una ciencia “natural”, y los conflictos de la lógica y de la psicología son, en este
aspecto, paralelos a los del “derecho puro” y de la sociología, etc. Pero, lejos de constituir un obstáculo en el
empleo de los métodos de la epistemología genética, la existencia de normas genera, por el contrario, problemas
de mayor importancia desde el punto de vista del desarrollo. Es necesario aquí distinguir dos cuestiones: aquella
que tiene que ver con las relaciones entre la norma y el hecho, y aquella que tiene que ver con la génesis de las
normas. El primer punto es fácil de entender. Una norma es una obligación, y no obtenemos una obligación de
una constatación, esto está claro. Solamente, mientras que la conciencia encarnando la norma (la conciencia del
lógico, la conciencia del sabio, etc.) legisla o aplica la norma, y no habla entonces el lenguaje de hechos sino de
la verdad normativa, el genetista, que ocupándose en los hechos de la experiencia controlables para cada uno,
constata, sin tomar parte por o en contra de esta norma, su influencia sobre la conciencia que lo encarna. Desde
este punto de vista, la norma también es un hecho, es decir que su carácter normativo se traduce por la
existencia, experimentalmente constatable, de ciertos sentimientos de obligación o de otros estados de
conciencia sui generis: implicaciones sentidas como necesarias, etc. Un gran jurista, Pétrajitsky, propuso el
excelente término de “hechos normativos” para designar precisamente estos hechos de experiencia permitiendo
constatar que el sujeto se considera como obligado por una norma (aquella que tenga la validez desde el punto
de vista del observador). Podemos entonces describir en términos de hechos normativos todo el sistema de
normas, y si la tesis de las Logische Untersuchungen es verdadera, garantiza ser verificada por una investigación
genética honesta: esto no significa que el genetista va a legislar en lugar del lógico o de las conciencias
encarnando las normas, pero sí describirá en el lenguaje de hechos eso que constata del comportamiento
(interno o externo) inspirado por la creencia en sus normas. Viene ahora el segundo punto: la génesis de las
normas. Pero si aquí aún la tesis fenomenológica es verdadera, no podrá ser contradecida por el estudio del
desarrollo. Ahora bien, esto, sin jamás mostrar, en efecto, que una obligación deriva de una constatación, nos
pone sin embargo en presencia de una evolución de las normas: aquellas de la infancia no son identificables sin
examen de las del adulto, así como tampoco las del “primitivo” no se reducirían a priori a aquellas del lógico
fenomenólogo. El devenir de las normas genera entonces un problema que penetra sus raíces hasta en las
fuentes de la acción y en las relaciones elementales entre la conciencia y el organismo. No es entonces descartar
por adelantado la solución fenomenológica sino colocar el estudio de los hechos normativos sobre el terreno del
desarrollo de las operaciones, y el análisis de las relaciones entre la conciencia y el organismo nos conducirá
precisamente a reconocer que, disociado de sus concomitantes psicológicos, la conciencia constituirá tarde o
temprano los sistemas de implicaciones cuya necesidad se distingue esencialmente de las relaciones de
causalidad propias a la explicación de los hechos materiales.
        Pero en la fenomenología y en los “existencialismos” engendrados por ella hay más que esta simple
afirmación normativista. Esta la noción de un conocimiento a la vez apriorista e intuitivo (por oposición a la
construcción kantiana) de estructuras puras destinadas a caracterizar los diversos tipos de seres posibles. El
objeto propio de la epistemología fenomenológica es, según Husserl, el comprender “a dónde el pensamiento
quiere ir a parar”, es decir cuáles son sus “intenciones” independientes de la realización. Es sobre este segundo
punto que los fundamentos genéticos parecerían de lo más irreductibles a la realidad existencial, cuya
“reducción” fenomenológica se vanagloria de comprender los caracteres por intermedio de la sola intuición
reflexiva. Solamente, aquí también, es importante introducir los distintos puntos de vista. En tanto que la filosofía
sistemática y cerrada, pretendiendo alcanzar el conocimiento en sí, la fenomenología permanece, bien entendida,
fuera de los marcos de una epistemología genética consistente sobre todo en un método de búsqueda. Pero el
estudio psicogenético e histórico de la manera en la que los conocimientos se incrementan no excluye en nada el
resultado eventual de una solución fenomenológica. Es así como lo esencial de muchos de los procesos
genéticos consiste en una orientación dirigida hacia ciertos estados de equilibrio: no se descarta previamente
entonces que la “intención” de Husserl pueda encontrar alguna confirmación en los estudios de esas direcciones
genéticas, aún cuando esas dos clases de nociones no presenten en su punto de partida algún tipo de relación.
Este punto de conjunción podría, en este aspecto, ser el siguiente. Husserl concibió las “estructuras” como
sistemas de posibilidades puras, anteriores a toda realización y descubiertas por la conciencia gracias a las
clases de “actos” o intuiciones vividas en el curso de la reflexión. Pero por más metafísica que sea una
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concepción como tal, esta no está desprovista de toda relación con los problemas que el análisis genético
encuentra en el tema del desarrollo ni, sobre todo, con aquellos que el análisis histórico encuentra en el tema de
las relaciones entre las matemáticas y la física. Husserl soñó, en efecto, después de Descartes, con una
mathesis universalis, que alcanzaría todas las “estructuras” posibles y no solamente las matemáticas. Ahora bien,
el problema de las relaciones entre lo posible y lo real no se reducen solamente, desde el punto de vista
genético, a la pregunta acerca de las relaciones entre la deducción y la experiencia, pregunta que dirige ya ella
sola una gran parte de la historia del pensamiento científico. Se encuentra en todas partes donde se posa el
problema del equilibrio, el equilibrio que implica la consideración del conjunto de transformaciones posibles (tales
como los “trabajos virtuales” del famoso principio mecánico) y no solamente las de las condiciones realizadas. Es
así que el desarrollo embriológico aparece hoy como una elección entre un conjunto de formas potenciales
infinitamente más ricas que las formas efectivamente producidas. Del mismo modo todo equilibrio mental
(perceptivo, operatorio, etc) reposa sobre un juego de posibilidades que sobrepasan cada vez más ampliamente,
en el curso del desarrollo intelectual, las acciones o movimientos reales. No se descarta entonces que un día los
problemas genéticos de equilibrio reúnan las intuiciones de Husserl, lo que no significa naturalmente que sea con
total seguridad el caso.
        Por lo demás, la fenomenología engendró, en psicología experimental, una interpretación bien conocida
de desarrollo: aquella de la “teoría de la Gestalt”, que remplaza la noción de la construcción de las estructuras
por el concepto de una abstracción progresiva de “formas” concebidas como datos a la vez e el espíritu y en la
realidad. Una tal concepción es susceptible de una ampliación a la epistemología entera y prueba por sí misma
que la fenomenología, si es verdadera, debe poder ser reconocida como tal por el examen de la génesis misma.
        En cuanto a las interpretaciones del conocimiento que consisten en hacer del mismo una construcción
progresiva de verdad, evidentemente el estudio genético puede servirle de “piedra de toque”: efectivamente el
empirismo, el pragmatismo o el relativismo (el relativismo brunschvicgiano -Léon Brunschvicg, filósofo francés de
la primera mitad del siglo XX-, por ejemplo) se apoyaron siempre en el estudio psicogenético o histórico-crítico
para justificar sus tesis. Eso no impide que, aún en estos casos, se trate de doctrinas limitadas a temas de los
cuales la epistemología genética no sabrá pronunciarse de antemano, sean cuales sean las convergencias
obtenidas sobre ciertos puntos. Esto es lo que hemos visto en detalle en el punto 3 a propósito del empirismo
mitigado de F. Enriques.
        En efecto, al igual que las soluciones no genéticas, las interpretaciones del conocimiento fundadas sobre
su devenir provocan, pero de manera mucho más filosófica, el problema de las relaciones entre las normas y el
desarrollo. Las soluciones no genéticas parten de la hipótesis de que la verdad se apoya sobre las normas
permanentes, situadas en la realidad, en las estructuras a priori del sujeto o en sus intuiciones inmediatas y
vividas. El desarrollo mental o histórico, tal como el que describirá la epistemología genética, será entonces
concebido, por las teorías no genéticas, como la actualización de un virtual determinado con anticipación por
estas mismas normas; si la hipótesis es exacta, está bien eso que el análisis de las transformaciones mentales o
históricas del saber terminará por establecer, así como lo acabamos de constatar.
        Pero, en el caso donde el estudio del incremento de conocimientos confirmase una de las tres soluciones
genéticas, es decir que atribuyese ese conocimiento a la presión de las cosas, en las convenciones felices de
sujeto o en las interacciones del sujeto y del objeto, ¿cómo conseguirá el análisis del desarrollo proceder del
hecho a la norma y más precisamente del devenir característico la construcción de las nociones a la
inmutabilidad de sus conexiones lógicas? El problema no será más entonces encontrar la norma fija en el seno
de la evolución, sino engendrar la norma misma en el medio de las ideas móviles del desarrollo. Ahora bien, una
tal posición del problema, por más quimérica que pueda parecer, no se corresponde menos con aspecto
cotidiano de la ciencia contemporánea: jamás el contenido de las nociones ha estado más móvil que hoy en día y
sin embargo jamás hemos renunciado menos a un fundamento lógico y deductivo de esas mismas nociones. El
problema de la conjunción entre el devenir mental y la norma permanente, o entre la exigencia de revisión
continua y la necesidad –artificial o realmente fundada- de apoyarse sobre cualquier estabilidad normativa, está
entonces bien en el centro del método propio a la epistemología genética.


   5. Devenir mental y permanencia normativa.

      Las relaciones entre el hecho psicológico del desarrollo y la norma lógica intemporal están dominados por
dos preguntas que las teorías no genéticas y genéticas anteriormente enumeradas resuelven en sentidos
opuestos: aquella de la acción y del pensamiento y aquella de lo real y de lo posible.

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Todas las teorías no genéticas (y por lo demás cosa curiosa, algunas teorías genéticas también, tales
como las formas clásicas del empirismo, etc.), conciben el pensamiento como anterior a la acción y ésta como
una aplicación de aquel. De esto resulta, en la mayor parte de las teorías metafísicas del conocimiento, una
concepción puramente contemplativa de las normas, apoyadas sobre una verdad divina, trascendental o
inmediatamente intuitiva. Esta interpretación contemplativa de la norma se encuentra por otro lado en muchas de
las corrientes epistemológicas que, substituyendo el nominalismo sintáctico en las diversas formas de realismo,
sin darse cuenta de la naturaleza activa del lenguaje, la cual consiste en poner en correspondencia las
operaciones de los diversos sujetos antes de estar en condiciones de enunciar las verdades incondicionalmente
válidas. Desde el punto de vista del análisis genético, por el contrario, la acción precede al pensamiento y este
consiste en una composición siempre más rica y coherente de operaciones que prolongan las acciones
interiorizándolas. Desde este punto de vista, las normas de verdad expresan entonces, en primer lugar, la
eficacia de las acciones, individuales y socializadas, para traducir después aquella de las operaciones y
finalmente solo la coherencia del pensamiento formal. Sin prejuzgar la naturaleza, contemplativa u operatoria, de
las normas alcanzadas en sus formas superiores de equilibrio, el método genético se olvida así, desde el
principio, en el reproche de ignorar el normativo, puesto que, de la acción afectiva en las operaciones más
formalizadas, este sigue paso a paso la constitución de normas renovadas sin cesar.
         Pero la relación entre la acción y el pensamiento no es más que uno de los aspectos de un conflicto
mucho más profundo que opone el genético al no genético y que concierne más directamente todavía a las
relaciones del desarrollo temporal con la lógica intemporal. El carácter esencial de las teorías no genéticas es sin
duda, en efecto, el de explicar lo real – el conocimiento o las operaciones reales- por una posibilidad que le sea
anterior. Es así que el realismo de los universos es solidario, según Aristóteles, con la concepción fundamental
del pasaje de la potencia al acto. El apriorismo supone, por su lado, la proformación del conocimiento real en un
sistema predeterminado de esquemas virtuales. La fenomenología de Husserl subordina este mismo
conocimiento actual a la intuición de las “intenciones” posibles. En resumen, la actitud antigenética vuelve
siempre a situar una virtualidad preformada en el punto de partida del conocimiento actual. Ahora bien, el propio
método genético consiste por el contrario en no considerar lo virtual o lo posible más que como una creación
proseguida sin cesar por la acción actual y real: cada acción nueva, mientras realiza una de las posibilidades
engendradas por las acciones precedentes, abre ella misma un conjunto de posibilidades, hasta ese entonces
inconcebibles. Es entonces en la relación entre de la realidad causal y las posibilidades abiertas por esta, pero
ligadas entre sí por un vínculo de virtualidad siempre más próximo de la implicación lógica, que se busca la
solución del problema central de la norma intemporal y del devenir genético.
         En efecto, toda acción formadora de una operación engendra, por su ejecución misma, dos clases de
virtualidades, es decir que, “comprometiendo” la actividad del sujeto, esta abre dos categorías de posibilidades
nuevas: por un lado una posibilidad de repetición efectiva, o de reproducción en el pensamiento, acompañándose
entonces de una determinación de los caracteres hasta aquí implícitos de la acción; por otro lado, una posibilidad
de composiciones nuevas, virtualmente acarreadas por la ejecución de la acción inicial. Supongamos por ejemplo
una acción consistente en un desplazamiento de A a B simplemente concebido, bajo su forma primitiva, como un
movimiento orientado hacia B. Esta acción acarrea, en primer lugar, la posibilidad de una reproducción material o
mental; se agregará aquí, tarde o temprano en ese caso, el descubrimiento del hecho de que dirigiéndose a B el
móvil se aleja de A; etc. De donde se desprende un segundo conjunto de virtualidades: el desplazamiento AB
puede ser invertido a un desplazamiento BA, que se acerca a A y se aleja de B; así mismo los desplazamientos
AB y BA están virtualmente compuestos por un desplazamiento nulo consistente en quedarse en A, etc. En
resumen, la acción inicial engendra, por el solo hecho de su realización, dos clases de posibilidades, es decir de
operaciones virtuales: unas consisten en poder repetir la acción ejecutada, desprendiendo eso que ella acarrea
desde el principio; otras consisten en prolongar la acción en acciones nuevas nacidas de su inversión o de su
composición con otras.
         Cada acción real, mientras constituye la actualización de posibilidades abiertas por acciones anteriores,
abre entonces ella misma posibilidades más amplias. Se deduce que, por método, el análisis genético debe
subordinar lo posible a lo real y no a la inversa. Este no tiene el derecho de reivindicar lo virtual para explicar lo
real antes de estar obligado por el descubrimiento en el pensamiento del sujeto mismo, de algún paso reflexivo,
situando efectivamente lo real actual en un sistema de posibilidades reconstituidas. Tiene por el contrario, la
obligación de explicar lo virtual por lo real todas las veces en que una acción abre, por su ejecución, nuevas
posibilidades de la misma forma que engendra así un sistema de operaciones virtuales.
         Ahora bien, si la acción efectiva es una realidad en desarrollo y constituye entonces un proceso genético
o causal, el mundo de posibilidades abiertas sin cesar por la acción ofrece por el contrario, ese rasgo remarcable
de ser intemporal y de relevar esencialmente la implicación lógica. Dicho de forma más general, la diferencia
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entre lo posible y lo real reúne aquello que separan las relaciones lógico-matemáticas del devenir psicológico y
físico: el problema de las relaciones entre la génesis histórica o mental y la verdad lógica, en su permanencia
normativa, contiene entonces esencialmente las conexiones que uno establecerá entre lo virtual y lo actual. El
universo lógico constituyendo el dominio de lo posible, mientras que la génesis exprime el devenir real, toda la
cuestión de saber si el proceso genético refleja las normas previas, o si es capaz de explicar la constitución de
las normas, se reduce por consiguiente al problema de la actualización de la virtualidad o de la creación de
posibilidades abiertas por la acción real.
        Es así reaparecen necesariamente las nociones de equilibrio, lugar de conjunción específica entre lo
posible y lo real, y de la reversibilidad, o pasaje sui generis del devenir físico o mental a lo intemporal lógico.

         Un sistema mecánico, se dice en equilibrio cuando el conjunto de trabajos virtuales compatibles con las
conexiones en juego (así como los desplazamientos de fuerzas están determinados por la estructura del sistema
considerado) constituye un producto de composición de valor nulo, es decir con compensación exacta de + y de
-. Decir que un sistema real está en equilibrio lleva así a evocar una composición entre movimientos o trabajos
virtuales: hablar de equilibrio es entonces insertar lo real en un conjunto de trasformaciones, simplemente
posibles. Pero, recíprocamente, esas posibilidades están en sí mismas determinadas por los “vínculos” del
sistema, es decir por lo real. Ahora bien, la situación es similar en todo proceso genético concerniente a la
constitución de un sistema de operaciones intelectuales. Toda acción abre, venimos de verlo, una serie de
posibilidades nuevas. La acción desembocará entonces en constituir un estado de equilibrio, es decir que
engendrará un sistema de relaciones estables, cuando el conjunto de operaciones virtuales se compensen
exactamente: el equilibrio se definirá así por la reversibilidad, cuya significación psicológica es la posibilidad de
invertir las acciones ejecutadas. Aquí de nuevo lo real y lo posible son entonces interdependientes en cada
estado de equilibrio.
         Todo el estudio del desarrollo mental muestra la importancia de un mecanismo como tal de equilibrio,
caracterizado por la reversibilidad creciente de las acciones. Mientras que si una acción es cumplimentada
aisladamente y sin reversibilidad alguna, las relaciones que ella constituye no serán equilibradas, lo que se
reconoce en la ausencia de conservación racional. Por ejemplo, reuniendo un conjunto de objetos A con otro
conjunto de objetos A’ para constituir el todo B, un niño pequeño comenzará por no comprender ni la
conservación de las partes A y A’ ni la del todo B (se imaginará así que hay más, o menos, en el todo que en la
suma de las partes separadas, etc.). Mientras que por el contrario, la acción ejecutada (A + A’= B) se
acompañará de la conciencia de todas las operaciones virtuales (por ejemplo, reuniendo A y A’, descartamos A
de otro todo: Z – A, etc.), y esencialmente las operaciones inversas posibles (B – A= A’; B – A’= A; -A –A’= -B), el
sistema de composiciones virtuales conllevará a un estado de equilibrio, reconocible en el hecho de la
conservación necesaria de las partes y de las totalidades jerárquicas (necesidad lógica). El pasaje de la acción
real a la conciencia de las acciones posibles constituye entonces la condición necesaria de la construcción de un
sistema operatorio y este es así rematado tanto como afectado por la composición reversible. Todo proceso
genético tiende así a un estado de equilibrio móvil en el cual interfieren los vínculos reales y las operaciones
posibles en un todo indisociable.

        Ahora bien, esta interdependencia entre lo real y lo posible caracterizando cada estado de equilibrio basta
con dar cuenta de la conjunción del devenir mental con la permanencia lógica y normativa. Está claro, en efecto,
que si las acciones reales están unidas entre sí por un determinismo causal y temporal, las transformaciones
simplemente posibles o las operatorias virtuales son intemporales y no relevantes más que en la implicación
lógica. Reunir A con A’ bajo la forma de A + A’ = B o disociar A de B bajo la forma B – A = A’ son dos acciones
ejecutables realmente con la condición de ser sucesivas, pero componer +A – B = 0, es reunir en un solo todo
virtual esas operaciones sucesivas y por consecuencia entrar en lo intemporal. La reversibilidad que transforma
las acciones en operaciones, presenta así ese característica propia de la inteligencia e ignorada por la acción
real, de remontarse en el curso del tiempo y de liberarse de éste para alcanzar la implicación lógica pura. De esto
resulta que, cuanto más la acción real prolonga el círculo de operaciones posibles, y cuanto más densa es la red
de relaciones virtuales, es decir lógicas, más teje para insertarse cada vez más profundamente.
        Tanto en el estudio de las relaciones entre la acción y el pensamiento como aquel de las conexiones entre
lo real y lo posible conducirían entonces a esta conclusión de que es en vano oponer a priori la genética y la
lógica (en tanto que normativa). Todo proceso genético llega a un resultado de equilibrio que confirma la
normativa, por el hecho de que la reversibilidad creciente de las acciones temporales corresponde a las
operaciones directas e inversas caracterizando las conexiones lógicas fundamentales (afirmación y negación,
etc.). Que, a fin de cuentas, la lógica funda la genética porque lo posible precedería lo real o que la genética se
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desarrolla en la lógica porque el equilibrio de las acciones reales constituirían una organización de las
operaciones virtuales, es en los dos casos el análisis genético el que encuentra tarde o temprano lo intemporal
lógico y normativo, sin prejuzgar su posición efectiva en la constitución y el conocimiento. En una palabra, hay
siempre, genéticamente, una tendencia al equilibrio, el cual introduce lo posible en el seno de lo real: las normas
están entonces ligadas a la eficacia de los sistemas de conjunto abarcando lo posible, aunque tales sistemas
hayan nacido de la acción concreta sobre lo real (o porque ellos sean tales).


   6. Equilibrio y “límite”. El círculo de las ciencias y las dos direcciones del pensamiento científico.

         Suponiendo, como venimos de admitir, que toda serie genética tiende hacia ciertos estados de equilibrio
que opera en la conjunción entre lo real temporal y la lógica intemporal, un nuevo problema se presenta en el
método genético: ¿podemos considerar todo incremento de conocimiento, en la historia de las ciencias o en el
desarrollo psicológico, como tendente a un “límite”? Y, admitiendo que ese es el caso en lo que concierne a
ciertas series particulares y bien circunscritas, ¿es posible concebir, partiendo de la confrontación de un número
suficiente de tales series, la verificación de una hipótesis epistemológica general relativo al conocimiento en su
conjunto (o, bien entendido, varias hipótesis complementarias en caso de pluralismo de estructuras)?
         El problema es entonces el siguiente: ¿cómo integrar en una o varias grandes series el estudio de los
incrementos particulares de conocimientos, analizados en principio aisladamente, y cómo, sobretodo, concebir un
estudio de la convergencia de esas series hasta poder hablar de un pasaje al límite? En tanto que se trata de un
sector parcial de conocimientos, como una noción o un sistema circunscrito de operaciones, admitiremos sin
pena que sea posible determinar eso que vuelve a la deducción lógica, a las diversas formas de representación
intuitiva, a la experiencia bajo sus diferentes aspectos, a la acción y a la percepción, etc. Pero, aún acumulando
un gran número de tales análisis, ¿cómo obtener aquí una enseñanza general sin recaer en una simple
especulación filosófica, tanto más tentadora que pretenda instalarse directamente en el conocimiento en sí y
ahorrarse un estudio previo e inductivo de incrementos particulares de todos los distintos conocimientos?
         El análisis del desarrollo de una noción permite en general la determinación de niveles sucesivos de
construcción y la sucesión misma de esos estadios constituye un primer tipo de series, a través de las cuales
podemos determinar la ley de formación. Es así que por un gran número de nociones matemáticas y físicas
entrevemos un proceso psicogenético de desarrollo, encontrándose en las grandes líneas sobre el plan histórico,
que se escalonan por etapas entre la acción elemental, después la intuición perceptiva o visual, en el punto de
partido, y un sistema definido de operaciones concretas susceptibles en último término de axiomatizaciones
diversas: la ley de sucesión está caracterizada entonces, venimos de verlo, por una marcha hacia un estado de
equilibrio reversible a partir de un estado inicial de irreversibilidad y de no-composición. Podemos, en ese caso,
hablar sin metáfora de una serie genética y de su convergencia hacia un cierto límite, definido por una forma de
equilibrio, es decir por un cierto modo de composición de conjunto.
         En ese caso, se trata siempre, de un límite solamente parcial, y por consecuencia provisorio, o relativo al
recorte momentáneo de un sector especial de conocimiento. Sin duda la evolución así afectada por el análisis
genético, en el interior de ese sector, revela una transformación de instrumentos intelectuales del sujeto y, en
correlación con esta construcción de instrumentos nuevos, una transformación de la experiencia misma, es decir
de tal realidad que aparece en el sujeto. Pero claro está que sus transformaciones solidarias con el pensamiento
y con lo real aparente (es decir en relación a un nivel determinado de este pensamiento), algunas interesantes
que se revelan en cuanto a un mecanismo de incremento de conocimientos, no sabrían dar lugar a una fórmula
generalizada sin más, por esta razón es que la fórmula encargada de expresarlos será ella misma relativa a los
sistemas de referencia adoptados por el observador, es decir por el psicólogo o historiador que estudia sus
transformaciones desde afuera apoyándose en sus propios conocimientos.
         Es aquí donde se encuentra el nudo de toda la cuestión del pasaje entre los límites particulares propios
de los procesos evolutivos particulares de conocimientos respectivos, y el límite general que constituiría la
determinación del conocimiento en su totalidad con elección de una o varias de las hipótesis de conjunto
clasificadas en el punto 4. En efecto, el genetista o el historiador estudian una serie de estadios A, B, C,…, X, de
los cuales él establecerá la ley de evolución y el límite eventual. Pero, para ello, está obligado a elegir un sistema
de referencia, que será constituido por lo real, tal como el que dio a conocer en el estado de conocimientos
científicos considerados al momento de su análisis, y por los instrumentos racionales tales como los que dio a
conocer en el estado de elaboración de la lógica y de las matemáticas en ese mismo momento de la historia.
Ahora bien, ese sistema de referencias es así mismo móvil…

                                                                                                                   16
Es así que el psicólogo bien puede estudiar la formación de ciertas nociones y arrojar a partir de este
estudio leyes de construcción informándonos sobre el mecanismo del incremento de ese género de
conocimientos. Pero la psicología en sí misma, es un conocimiento en evolución y, para establecer las leyes de
formación de conocimientos particulares, se apoya en un sistema de referencias constituido por el conjunto de
otras ciencias, desde las matemáticas hasta la biología. Es por ello que, si ella consiguiese seguir ciertos
procesos epistemológicos restringidos a sus límites respectivos, no sabría alcanzar sin más este límite general
que sería el conocimiento en su conjunto, puesto que la psicología es una parte integrante del conocimiento y no
constituye un puesto de observación exterior. Y la psicología sabría aquí tanto menos pretender que admite por
método la evolución posible de todos los conocimientos, y en consecuencia la movilidad indefinida del sistema de
referencia sobre el que se apoya.
        ¿Cómo sobrepasar las fronteras así impuestas al análisis genético por los sistemas de referencia de los
que tiene inevitablemente necesidad y cómo llegar a las leyes de construcción, no especiales a ciertos sectores
delimitados, sino que sean poco a poco generalizables a todos los conocimientos, y que tengan así por límite el
Conocimiento científico mismo? Si el análisis genético se apoya necesariamente sobre un sistema de referencia
formado por las ciencias constituidas en el momento considerado, es naturalmente ese sistema de referencia el
que procedería a explicar a su vez para generalizar la explicación genética al conocimiento entero. Pero nos
encontramos entonces en presencia de la siguiente alternativa: o bien el análisis genético no conseguirá rendir
cuenta de su propio sistema de referencia, y fracasará entonces en constituir una epistemología general, o bien
lo conseguirá, pero al precio de un círculo evidente, ¡el análisis genético reposando, en este segundo caso, sobre
un sistema de referencia que dependerá de éste!
        Ahora bien, fieles a las enseñanzas que conllevan al desarrollo del pensamiento científico, es esta
segunda solución la que debemos adoptar, por el solo hecho de que el conjunto de investigaciones
contemporáneas están precisamente en vías de entrar en un círculo como tal. Solamente ese círculo, tan efectivo
como lo es, no es vicioso, o, al menos, está impuesto por la naturaleza de las cosas. No constituye, en efecto,
más que un caso particular de círculo del sujeto y del objeto, círculo inevitable no solamente por todo
conocimiento, sino también por toda teoría del conocimiento. El conocimiento se apoya sobre un objeto fuera del
cual el sujeto no sería afectado (dentro o fuera), y no se conocería entonces él mismo, por falta de actividad de
su parte; pero ese objeto es a su vez conocido sólo a través del sujeto, sin el cual éste quedaría inexistente para
él. Hoeffding insistió con aclarar ese círculo inicial, de tal manera que el sujeto no se conoce por intermedio del
objeto y sólo conoce relativamente a este último en su actividad de sujeto. Del mismo modo, toda teoría del
conocimiento, para explicar cómo el sujeto es afectado por el objeto (siendo conocido a título de realidad exterior,
o de pura representación o “presentación” a secas), debe de su lado poner ese sujeto y ese objeto reunidos a
título de objeto de su propia búsqueda, siendo ahora el nuevo sujeto el teórico del conocimiento: pero ese último
sólo llega naturalmente a conocer su objeto (y luego la relación constituida por el conocimiento) a través de su
propio pensamiento (es decir de su propio conocimiento), el cual sólo le es conocible a cambio de la reflexión
sobre ese objeto. Como, para escapar a esta dificultad, él se ubica in medias res y refiere así a ciertas
informaciones previas sobre los sujetos y objetos reunidos que estudia a título de objeto, deberá tarde o
temprano reintegrar esas presuposiciones en su propia explicación, y el círculo reaparecerá.
        Solamente si él es ineluctable, un círculo como tal es susceptible de ampliaciones sucesivas, comparable
en esto a ciertos círculos bien conocidos en ciencia, tales como aquel de la medida del tiempo. Para medir el
tiempo es necesario, en efecto, disponer de relojes utilizando movimientos isocrónicos que servirán de patrón,
pero la medida de este isocronismo supone en sí misma la de otros movimientos del universo que servirán para
cronometrar, etc. Podemos entonces extender sin fin la cadena sin salirnos del círculo, pero cuanto más éste se
extienda, más las convergencias observadas permitirán encontrar en esta coherencia creciente la seguridad de
que el círculo no es vicioso. Si toda epistemología supone a su vez un círculo, se puede entonces presumir que
extendiéndose hasta iluminar el conjunto de disciplinas que sirven de referencia al análisis genético, y este
mismo análisis, la extensión de ese círculo será garantía de una coherencia interna más grande que no puede
ser el caso para los sistemas filosóficos particulares.
        Está claro, en efecto, que al plantear el problema de la epistemología sobre el terreno del desarrollo del
pensamiento y de las ciencias particulares, el círculo de conocimiento o del sujeto y del objeto es ahora
concebido como la estructura fundamental del sistema de las ciencias mismas. Tenemos costumbre, es verdad,
de concebir las relaciones de las ciencias entre ellas como caracterizadas por una serie rectilínea: las
matemáticas, la física (en su sentido amplio), la biología y las ciencias psico-sociológicas se sucederían así
conforme a un principio de jerarquía tal como la famosa serie de complejidad creciente y de generalidad
decreciente concebida por Aug. Comte. Solamente se plantean entonces dos preguntas. En primer lugar, ¿sobre
qué se fundan las matemáticas? Sobre nada más que ellas mismas, se entiende, o sobre la lógica, que se apoya
                                                                                                                 17
también solo sobre ella misma. Pero si esto puede parecer aquí claro desde un punto de vista, sea metafísico,
sea estrechamente axiomático, deja de ser satisfactorio puesto que lo que buscamos son las condiciones que
reflejen un conjunto de axiomas de una teoría posible. Tenemos que recurrir entonces necesariamente a las
leyes del espíritu humano, lo que significa un llamado explícito (H. Poincaré, L. Brunschvicg, etc.) o implícito a la
psicología. En segundo lugar, y al otro extremo de la serie, ¿en qué desembocan las búsquedas de la psicología
genética? Precisamente en explicarnos cómo se construyen las intuiciones y las nociones del espacio, del
número, del orden, etc., es decir las operaciones lógicas y matemáticas. Desde que dejamos de ubicarnos en un
punto de vista normativo o axiomático puro, a serie lineal de conocimientos deviene entonces realidad circular,
porque la línea constante, inicialmente derecha, se cierra sobre sí misma lentamente.




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  • 1. Universidad Nacional de La Plata Facultad de Bellas Artes Epistemología de las Artes Introduction à l'épistémologie génétique1 Jean Piaget Introducción a la Epistemología Genética Tomo 1 - El pensamiento matemático Introducción, Objetos y métodos de la epistemología genética, pp. 13-47 * Traducción del francés: Victoria Luján Sánchez Introducción Objetos y métodos de la epistemología genética Hace mucho tiempo ya que la psicología experimental, la sociología y la logística, o lógica algebraica, por sólo hablar de las disciplinas que conformaron la mayor parte de los trabajos colectivos, fueron constituidas a título de ciencias distintas, independientes del conjunto de discusiones de la filosofía. Quisiéramos examinar en qué condiciones podría suceder lo mismo con la epistemología genética, o teoría del conocimiento científico, fundada sobre el análisis del desarrollo mismo de este conocimiento. Se trata de buscar si es posible aislar el objeto de una disciplina como tal y constituir métodos específicos, para la búsqueda de la solución de sus problemas particulares. 1. La epistemología genética considerada como una ciencia La filosofía tiene por objeto la totalidad de lo real, tanto de la realidad exterior como del espíritu y las relaciones entre ellos. Abarcándolo todo, no dispone más que del análisis reflexivo a título de método propio. Por otro lado, no debiendo desatender nada de la realidad, los sistemas que construye engloban necesariamente tanto la evaluación como la constatación, y revela de este modo, tarde o temprano, irreductibles oposiciones, ocupándose de la diversidad de valores que propone la conciencia humana, de lo que resulta la heterogeneidad de los grandes puntos de vista tradicionales que reaparecen periódicamente en el curso de la historia de la metafísica. Una ciencia posee, por el contrario, un objeto limitado, y no se inaugura, como disciplina científica, sino hasta que consigue tal delimitación. Persiguiendo la resolución de preguntas particulares, se construye uno o muchos métodos específicos, permitiendo reunir nuevos hechos y coordinar las interpretaciones dentro del sector de búsqueda que ha previamente circunscrito. Mientras que las filosofías se enfrentan ante divergencias inevitables de evaluación que hacen que se separen unas de otras por las concepciones sobre la vida interior y sobre el universo, una ciencia atiende un acuerdo relativo de espíritus: pero es dentro de la mesura que encuentra ese acuerdo, concentrándose en la solución de problemas restringidos y en el empleo de métodos igualmente bien definidos. Si bien no existen fronteras absolutas entre la filosofía y las ciencias, sus espíritus son, sin embargo, muy diferentes. No hay fronteras absolutas entre ellas, debido a que una fija la mirada sobre el todo y la otra sobre 1 PIAGET, Jean: (1950) Introduction à l'épistémologie génétique, T1: La pensée mathématique, París, Presses Universitaires de France -PUF-. Disponible en línea en: <http://www.fondationjeanpiaget.ch/fjp/site/crypt/verifier.php?DOCID=1370>, [marzo de 2011]. 1
  • 2. aspectos particulares de lo real. No podemos entonces decidir jamás a priori si un problema es de naturaleza científica o filosófica. Es en la práctica, y a posteriori, cuando constatamos que sobre ciertos puntos de acuerdo de los espíritus esto es posible (por ejemplo el cálculo de la probabilidad de un fenómeno, la ley de la herencia o la estructura de una percepción), mientras que sobre otros, se hace difícil (por ejemplo la libertad humana, etc.). Diremos entonces que los primeros son de carácter científico y los segundos de orden filosófico, pero esto significa simplemente que hemos podido aislar los primeros problemas de manera que su solución no ponga todo en duda, mientras que los segundos permanecen solidarios a una seguidilla indefinida de preguntas anteriores necesitando una toma de posición en cuanto a la totalidad de lo real. He aquí un simple hecho que determina frecuentemente que un problema considerado tradicionalmente como filosófico puede convertirse en científico gracias a una nueva delimitación. Esto ocurre precisamente con la mayor parte de los problemas psicológicos: podemos estudiar hoy las leyes de la percepción y el desarrollo de la inteligencia, sin que estemos obligados a tomar partido por la naturaleza del alma. Pero, no hay fronteras fijas entre las preguntas filosóficas y científicas; el espíritu con el cual las tratamos es esencialmente distinto. De hecho, en el segundo caso, nos esforzamos por abstraernos de otros problemas, mientras que en el primer caso, se trata por el contrario de relacionar todo con todo, sin tener el deseo, ni tampoco el derecho, de hacer tales recortes. Casi podemos decir, sin intencionalidad perniciosa, que en la filosofía el teórico se encuentra obligado a ocuparse y a hablar de todo a la vez, mientras que el científico se ve obligado a seriar las preguntas y dedicarles el tiempo necesario para encontrar un método particular para cada una. He aquí el nudo del problema. Cuando una disciplina, tal como la psicología experimental, se separa de la filosofía para erigirse como ciencia autónoma, la separación en sí no le atribuye la garantía de seriedad o de valor superior. Consiste simplemente en renunciar a ciertas discusiones que separan a los espíritus y se encargan, por convención o “acuerdos caballerescos”, de hablar solo de cuestiones abordables por el empleo exclusivo de ciertos métodos comunes o comunicables. Hay, entonces, en la constitución de una ciencia, una renuncia necesaria, una determinación por no mezclar, en la exposición tanto objetiva como posible, resultados que esperamos o explicaciones que perseguimos, inclinaciones subjetivas que estamos obligados a dejar fuera debido a las fronteras trazadas. Es por lo cual el acuerdo de los espíritus es factible, aún en psicología experimental, por ejemplo, donde un problema de percepción conllevará a soluciones semejantes en Moscú, Lovaina o Chicago, independientemente de las filosofías totalmente diferentes de los investigadores que aplican métodos análogos de laboratorio. Es solamente gracias a tales renuncias, como a esa especificidad y a esas delimitaciones en el proceso de constitución de una ciencia, que progresó el saber humano. Toda la historia del pensamiento científico, de las matemáticas, de la astronomía y de la física experimental hasta de la psicología moderna, se trata de una escisión progresiva de las ciencias particulares y de la filosofía. Pero, en cambio, es en la reflexión sobre los progresos efectuados por las ciencias que devinieron independientes, que la filosofía encontró su renovación más fecunda: Platón, Descartes, Leibniz y Kant son sus ilustres testigos. Ahora bien, la cuestión de la delimitación se sitúa hoy en la epistemología propiamente dicha, tomando consideración de las síntesis filosóficas totales, por un lado, en función del progreso de algunos de sus métodos particulares y, por otro, en función de la crisis actual de la relación entre las ciencias y la filosofía. Si la diferenciación creciente de las disciplinas particulares tuvo para la ciencia resultados felices como los que conocemos, esta conllevó momentáneamente, en efecto, a esta consecuencia catastrófica para la filosofía de permitir creerle a un gran número de espíritus eminentes, dejando de llegar a entender el detalle de sus trabajos especializados, que la reflexión filosófica constituía una especialidad como cualquier otra. Aunque en las grandes épocas, eran los mismos hombres los que trabajaban en la investigación cotidiana de sus ciencias y que, por intervalos, entregaban las síntesis que marcaron las etapas esenciales de la historia de la filosofía, hoy creemos poder, en las facultades universitarias desprovistas de laboratorios de enseñanza matemática, prepararnos para convertirnos en filósofos, es decir, hacer la síntesis sin trabajo especializado previo, o más precisamente hacer la síntesis como si se tratara de una especialización legítima. Descartes, cuyo nombre evoca sin embargo tanto la filosofía como la geometría analítica, aconsejaba dedicarse a la reflexión filosófica un solo día al mes, y los otros días dedicarlos a la experiencia o al cálculo. Ahora bien, si hoy se tolera escribir libros de filosofía sin haber contribuido a los avances mismos de la ciencia, no es más que por los modestos descubrimientos exigidos por una tesis de doctorado, en cualquier disciplina científica. El resultado frecuente de una repartición de trabajo tal, entre aquellos que desarrollan su profesión y se ocupan de las cuestiones particulares y aquellos que creen poder consagrarse de golpe a la meditación sobre el conjunto de lo real, se encuentra entonces conforme a la lógica de las cosas. Por un lado, vemos a los filósofos hablar de omni re scibili como si fuese posible alcanzar toda verdad por simple “reflexión”: por ejemplo juzgar la 2
  • 3. percepción sin haber jamás medido un umbral diferencial en el laboratorio o discutir los resultados de las ciencias exactas sin conocer por experiencia personal ninguna técnica de precisión. Sin embargo la historia refleja considerablemente que la discusión sobre el trabajo de los otros enriquece solo la condición de haber proporcionado uno mismo, sobre un punto restringido, un esfuerzo efectivo análogo. Y, al ver el talento gastado en vano demasiado rápido por tantos espíritus profundos e ingeniosos, nos lamentamos aún más al ver que las energías no fueron mejor distribuidas entre la investigación de los hechos y el análisis propiamente reflexivo, por la organización universitaria proveniente del divorcio de las ciencias y la filosofía. En particular, si los filósofos contribuyeran previamente al desarrollo de la psicología experimental, bajo sus aspectos más extensos y diversos, el conocimiento del espíritu humano hubiese sido duplicado: ahora bien, la pérdida de contacto con los laboratorios científicos condujo a los analistas más dotados a la idea de que los hechos mentales podían ser estudiados sin abandonar su biblioteca o su mesa de trabajo. Pero, por otro lado, y de acuerdo con la tradición secular de la filosofía proveniente de la reflexión sobre las ciencias, un número cada vez más grande de sabios especializados proporcionaron ellos mismos el material de la epistemología contemporánea. Además de una elite de filósofos que reaccionaron con el vigor que conocemos contra la simple especulación, iniciándose ellos mismos en las ciencias, son, en efecto, los matemáticos, los físicos, los biólogos, los que alimentan a menudo actualmente las discusiones más fecundas sobre la naturaleza del pensamiento científico y del pensamiento a secas. Aún más, inseguros de la ayuda que podrían obtener de la filosofía de escuela, buscan delimitar, en el interior de un campo hasta aquí común con la epistemología filosófica y con partes generales de las ciencias, terrenos especiales de discusión y de investigación: semejante al problema de la fundación de las matemáticas. De aquí la pregunta: ¿la epistemología necesariamente está asociada a una filosofía general, o podemos llegar, por más que las ventajas se hagan sentir, a aislar los problemas epistemológicos de manera tal que cada uno contribuya a una solución independiente de las posiciones metafísicas clásicas? Toda filosofía supone una epistemología, de esto se entiende: para abarcar simultáneamente el espíritu y el universo, se necesita previamente determinar cómo uno de los dos términos está ligado al otro, y este problema es el que va a constituir el objeto tradicional de la teoría del conocimiento. Pero la reciprocidad es sólo verdad en el caso en que decidimos instalar de entrada en el conocimiento en general o el conocimiento en sí, la posición del problema que, convenimos sin pena, implica a la vez una filosofía del espíritu conocido y una filosofía de la realidad a conocer. Precisamente, lo propio de las ciencias particulares solo consiste en no abordar jamás en forma directa las preguntas más ricas en implicaciones, y disociar las dificultades de manera de seriarlas. Una epistemología preocupada por ser ella misma científica, se cuidará entonces de preguntarse de entrada qué es el conocimiento, así como la geometría evita decidir con anterioridad lo que es el espacio, y así como la física se niega a investigar desde el principio lo que es la materia, o mismo, así como la psicología renuncia a tomar partido, en un principio, sobre la naturaleza del espíritu. No hay, en efecto, para las ciencias, un conocimiento en general ni tampoco un conocimiento científico a secas. Existen múltiples formas de conocimiento, de las cuales cada una genera un número indefinido de preguntas particulares. E, incluso en lo que concierne a los grandes tipos de conocimiento científico especializados, es todavía más quimérico hoy pretender reunir una opinión común sobre lo que es el conocimiento matemático, por ejemplo, o la física, o la biología, tomadas cada una por separado. Por el contrario, al analizar un descubrimiento circunscripto a partir del cual podemos volver a trazar la historia, o una noción distinta, a través de la cual es posible reconstituir el desarrollo, no descartamos que esto nos lleve a una convergencia suficiente de los espíritus en la cual la discusión de los problemas instalados se centre en la siguiente pregunta: cómo el pensamiento científico en juego en los casos considerados (y considerados con una delimitación determinada) procedió de un estado de menor conocimiento a un estado de conocimiento juzgado como superior. Dicho de otra manera, si la naturaleza del conocimiento científico en general es un problema todavía filosófico, porque necesariamente está ligado a todas las preguntas generales, es sin duda posible, situándose in medios res, delimitar una serie de preguntas concretas y particulares, enunciándose en plural: ¿cómo se incrementan los conocimientos? En este caso la teoría de los mecanismos comunes en sus diversos acrecentamientos, estudiados inductivamente a título de hechos que se añaden a otros hechos, constituirían una disciplina esforzándose, por diferenciaciones sucesivas, en devenir científica. Ahora bien, si tal es el objeto de la epistemología genética, es difícil constatar, a la vez, cuánto avanzó una búsqueda semejante, gracias a un número considerable de trabajos especializados, pero también cuán frecuente es, en la discusión de preguntas ya planteadas, volverse, por una suerte de deslizamiento involuntario, a las tesis más generales de la epistemología clásica. O bien una serie de monografías históricas y psicológicas, 3
  • 4. sin relación suficiente entre ellas, o bien un retorno a la filosofía misma del conocimiento: estos son los dos peligros a evitar, y sólo un método estricto puede sin duda evitarlos. 2. El método genético en epistemología Determinar el incremento de los conocimientos implica, por método, considerar todo conocimiento bajo un ángulo de su desarrollo en el tiempo, es decir como un proceso continuo del cual no podremos alcanzar jamás ni su inicio ni su fin. Todo conocimiento, dicho de otra manera, es considerado siempre, metodológicamente, como relativo a un cierto estado anterior de menor conocimiento, y susceptible de constituir él mismo un estado tal anterior en relación a un conocimiento más desarrollado. Así mismo, una verdad considerada eterna, tal como 2 + 2 = 4, puede ser interpretada como una etapa genética tal que, por un lado, se trata de un conocimiento que no todo sujeto pensante posee, y de la cual conviene por consecuencia estudiar su formación a partir de conocimientos menores; por otro lado, así como esta verdad es definitiva (e independiente de su naturaleza de conocimiento “real” o de “sintaxis lógica”, de convención, etc.), un conocimiento como tal es susceptible de incrementos ulteriores, insertándose en sistemas operatorios siempre más ricos y mejor formalizados: un desarrollo extremadamente complejo se intercala así entre la constatación empírica, hecha sobre un ábaco, de que 2 + 2 = 4, o aún entre la concepción pitagórica de la misma verdad, que devino por ejemplo en los Principia mathematica de Russell y Whitehead. En otros términos, el método genético vuelve a estudiar los conocimientos en función de su construcción real, o psicológica, y a considerar todo conocimiento como relativo a un cierto nivel de mecanismo en su construcción. Ahora bien, contrariamente a una opinión difundida, buscamos mostrar que un método como tal no prejuzga en nada los resultados en los cuales su empleo llega a un resultado y que es el único en presentar esta garantía, pero bajo la condición de establecer el punto de vista genético incluso llegando a consecuencias extremas. La opinión contraria que prevalece es generalmente verdadera, es decir que las condiciones psicogenéticas son generalmente sospechadas por los epistemólogos de conducir necesariamente a una suerte de empirismo, mientras que podrían también desembocar en conclusiones aprioristas o mismo platónicas, si los hechos se decidieran así. Pero la razón de este prejuzgamiento contra el método genético se mantiene simplemente en esta circunstancia en la que ciertas teorías célebres en la historia de las ideas, del evolucionismo de Spencer o teorías más recientes de F. Enriques, por ejemplo, se quedaron en realidad a medio camino de la aplicación del método genético. Antes de examinar las condiciones de objetividad del método, intentemos describirlo. Si los conocimientos múltiples que corresponden a las diversas ramas de la actividad científica son relativos a construcciones vivas, a estudiar separadamente en su diversidad misma, y luego a comparar entre ellos después del análisis, es necesario conducir esta doble búsqueda habituándose a pensar, no solo psicológicamente, sino también de alguna manera biológicamente. Desde este punto de vista, todo conocimiento implica una estructura y un funcionamiento. El estudio de una estructura mental constituye un tipo de anatomía y la comparación de estructuras diversas es asimilable a una suerte de anatomía comparada. El análisis del funcionamiento corresponde, por otro lado, a un tipo de psicología y, en caso de funcionamientos comunes, de psicología general. Pero, antes de llegar a la psicología general del espíritu, la anatomía comparada de las estructuras mentales es la tarea inmediata. Ahora bien, ¿cómo procede la anatomía comparada en sus determinaciones de planes comunes de organización, de “homologías” o parientes genéticos de estructura, etc.? Dos métodos distintos, pero combinables entre ellos, la orientan constantemente. El primero consiste en seguir la filiación de las estructuras, cuando su continuidad destaca de manera visible tipos adultos: es así que los miembros anteriores de vertebrados de una clase pueden ser comparados con los de otra, aletas anteriores de peces con las alas de pájaros y patas delanteras de mamíferos. En caso de discontinuidad relativa, el “principio de conexión” de Geoffroy Saint-Hilaire permite determinar los organismos homólogos por su relación con los organismos vecinos. Pero de tales métodos, fundados sobre el examen de tipos de estructuras acabadas, están lejos de ser suficientes ante la necesidad de comparación sistemática, en consecuencia, se trata de filiaciones que escapan completamente al análisis por un defecto demasiado grande de continuidad visible. En tal caso, un segundo método se impone por necesidad: es el método “embriológico” que consiste en extender la comparación a los estados más elementales de desarrollo ontogenético. Es así como ciertos crustáceos cirrópodos fijos, tales como los percebes y los bálanos, fueron tomados durante mucho tiempo por moluscos, lo que volvió errónea toda determinación por homologías: fue suficiente descubrir que pasaban al estado larvario bajo la forma “nauplius”, 4
  • 5. similar a un pequeño crustáceo libre, para relacionarlos con su verdadero clasificación y restablecer las filiaciones y homologías naturales. Solo el examen del desarrollo embrionario permite, por otro lado, determinar el origen mesodérmico o endodérmico, etc., de un organismo. En cuanto a ciertos parentescos poco visibles como aquel que relacionan muchos osículos (huesecillos) de la oreja de los mamíferos con el arc hyoïdien de los peces, es el examen del desarrollo el que ha permitido poco a poco la determinación. Ahora bien, por comparar entre ellos estructuras mentales diversas, como aquellas múltiples nociones utilizadas por el pensamiento científico, forzadas a ser pensadas por métodos análogos, por muy eminente que sea la fidelidad de las estructuras intelectuales por oposición a las formas anatómicas de los crustáceos y de los moluscos, se trata en efecto, en uno y otro caso, de organismos vivientes en evolución. Por un lado, siguiendo el desarrollo de nociones que ha usado la ciencia en el curso de su historia, es fácil establecer ciertas filiaciones por continuidad directa o por la determinación del sistema de “conexiones” en juego. Es así como podemos reconstituir fácilmente la historia de la noción de número, a partir de las totalidades positivas, además de números fraccionarios, números negativos, y hasta generalizaciones siempre más desarrolladas que derivan de las operaciones iniciales. Será relativamente fácil, por otro lado, comparar entre las diversas formas de medida –del espacio, del tiempo, de múltiples cantidades físicas, etc.- y encontrar en sus respectivos desarrollos históricos ciertas conexiones relativamente estables, tales como la relación entre objetos o movimientos postulados invariables y de esquemas numéricos o aparentes en número. Estas múltiples comparaciones, ampliadas en diversas escalas, caracterizan a un primer método propio de la epistemología genética, la cual es bien conocida bajo una forma además un poco extensa y que requerirá quizá también alguna sistematización: es el método “histórico-crítico”, empleado con el resplandor que conocemos por toda una pléyade de historiadores del pensamiento científico y epistemólogos famosos. Pero el método histórico-crítico no es suficiente. Limitado en el campo de la historia misma de las ciencias, se apoya sobre las nociones construidas y empleadas por un pensamiento ya constituido: aquel de los sabios, ellos mismos considerados bajo el ángulo de su filiación social. Las formas del pensamiento accesibles al método histórico-crítico se encuentran ya extremamente elaboradas y más o menos profundamente insertas en el juego de las interacciones propias a la cooperación científica. El inmenso servicio que rinde un método como tal es el de relacionar el presente con un pasado lleno de riquezas muchas veces olvidadas, que iluminan y explican en parte el examen de los estados sucesivos del desarrollo de un pensamiento colectivo. Pero se trata siempre de la acción de los pensamientos desarrollados sobre otros en evolución y no sobre por la génesis del conocimiento. Es por ello que, este primer método, le corresponde a aquellas afiliaciones directas y conexiones, propias de la anatomía comparada, y es necesario agregarle un segundo método, cuya función será la de constituir una embriología mental. Retomemos, en este aspecto, la historia de la noción de número. Esta historia es la única repleta de enseñanzas singularmente reveladoras: cómo el número irracional fue introducido para imitar el continuo espacial, cómo los imaginarios nacieron de la extensión generalizadora de las operaciones, cómo el trascendente revela ciertos tipos de correspondencia “reflexiva” parecidas a las correspondencias lógicas, etc. Pero, de esta única historia, trazaremos una respuesta unívoca a la pregunta epistemológica central de saber si existe una institución primitiva de números enteros, irreductible a la lógica, o si el número deriva de operaciones más simples. Y la razón de este fracaso en la investigación histórico-crítica es seguramente que la estructura mental de los teóricos del número es una estructura adulta, que remontamos de Cantor o Kronecker a Pitágoras mismo, aunque la noción del número aparece en estos espíritus anteriores a toda reflexión científica de su parte: es entonces ese estado larval del número el que queremos conocer, es decir el estado “nauplius” que explica el percebe adulto, y donde hemos visto que no es tan irreverente reclamar aquí la intervención de una embriología intelectual por analogía con los métodos de la anatomía comparada. Ahora bien, esta embriología mental existe, y son precisamente los matemáticos quienes tuvieron el mejor acierto y casi anticipan su posible empleo, cuando lanzaron las bases de la epistemología genética en geometría, por ejemplo. Cada uno de nosotros recuerda cómo Poincaré buscaba la génesis del espacio en la coordinación de los movimientos de los cuerpos, en la distinción de los cambios de posición y de los cambios de estado, etc., es decir, en tanto hipótesis que no pueden ser verificadas más que por el análisis del desarrollo mental del niño, y aún a la edad más tierna. Ahora bien, el método puede ser generalizado, y es la construcción de todas las nociones esenciales o categorías del pensamiento en las cuales podemos buscar reconstruir la génesis en el curso de la evolución intelectual del individuo entre el nacimiento y la llegada a la edad adulta; esta embriología de la razón puede entonces jugar, respecto a la epistemología genética, el mismo rol que la embriología del organismo, respecto a la anatomía comparada o a las teorías de la evolución. 5
  • 6. Es verdad que el desarrollo del niño se encuentra siempre influenciado por el medio social, el cual juega no solo un rol de acelerador, sino también transmite una cantidad enorme de nociones que tienen en sí mismas una historia colectiva. En la medida en que el individuo en formación recibe así la herencia social de un pensamiento formado por las generaciones adultas anteriores, va a ser que sea entonces el método histórico- crítico, prolongado en método sociológico-crítico, el que retome entonces el control del método psicogenético. Pero no es menos claro que, así como recibe nociones predeterminadas por el medio social, el niño las transforma y las asimila en sus estructuras mentales sucesivas, de la misma manera que asimila el medio formado por las cosas que lo rodean: esas formas de asimilación y su sucesión constituyen entonces una situación que la sociología y la historia no podrían explicar por sí solas, y es en su estudio que el método psicogenético controla a al método histórico-crítico. En conclusión, el método completo de la epistemología genética está constituido por una colaboración íntima de los métodos histórico-crítico y psicogenético, y esto es en virtud del siguiente principio, sin duda, común al estudio de todos los desarrollos orgánicos: que la naturaleza de una realidad viviente no es revelada solo por sus estados iniciales, ni por sus estados terminales, sino por el proceso mismo de sus transformaciones. Los estados iniciales, en efecto, adquieren significado sólo en función del estado de equilibrio hacia el cual tienden, pero, en cambio, el equilibrio afectado no puede ser comprendido más que en función de las construcciones sucesivas que han tenido como resultado. En el caso de una noción o de un conjunto de operaciones intelectuales, no es solamente el punto de partida el que importa, ni el equilibrio final, el cual nunca sabemos si es efectivamente el final: es la ley de construcción, es decir el sistema operatorio en su construcción progresiva. Ahora bien, de esta construcción progresiva, el método psicogenético proporciona solo el conocimiento de los escalones elementales, aún si nunca se ve afectado por el primero, mientras que el método histórico-crítico proporciona solo el conocimiento de los escalones a veces intermedios pero en todo caso superiores, aún si no estamos en posesión del último: es pues únicamente por una suerte de juego de ir y venir entre la génesis y el equilibrio final (los términos de génesis y de fin son simplemente relativos, no presentando ni uno ni otro un sentido absoluto) que podemos esperar alcanzar el secreto de la construcción de conocimientos, es decir de la elaboración del pensamiento científico. ¿Pero un método como tal no prejuzga los resultados epistemológicos a los cuales conduce? Esto es lo que conviene examinar ahora, para la discusión de una epistemología recientemente fundada sobre la psicología y luego abordando de frente el problema en su generalidad. 3. La epistemología psicológica de F. Enriques. Tentativas análogas a aquella que acabamos de formular sobre el programa no faltan, por supuesto, y permiten en consecuencia formar cualquier idea de éxito y también de las dificultades de una tentativa como tal. Tanto una como otra son reales, pero, en medio de esas dificultades, hay una que podríamos de golpe discutir: aquella que, tratada de una cierta forma, el método psicogenético parece solucionar fatalmente, sino a las consecuencias empiristas, al menos a un cierto realismo de la experiencia o a un positivismo cerrado sobre sí mismo. Ahora bien, el ejemplo de una teoría elaborada por un matemático de gran renombre, F. Enriques, muestra que esas limitaciones se deben exclusivamente a una psicología demasiado estrecha y sin duda en parte influenciada, ella misma, por una epistemología previamente concebida. Como escribía Enriques en 1914: “Vemos desarrollarse una teoría del conocimiento científico que tiende a constituirse sobre una base sólida, como una parte de la ciencia misma” (Conceptos, pág. 3), y es efectivamente el objetivo esencial que este autor se propone atender, el construir una epistemología desde el interior de las ciencias como tales y no tomar ninguna posición ni ningún medio de investigación que se encuentre fuera de las ciencias particulares. Un método como tal lo condujo, en consecuencia, a parte de la psicología genética: “lo arbitrario dentro de la construcción científica parece eliminarse cada vez más con la génesis de los conceptos científicos, considerados no dentro de sus posibilidades lógicas, sino dentro de su desarrollo real” (Ídem, pág. 4). Ahora bien, el estudio de este desarrollo real permite descartar “una concepción hoy en día «demodée», después de la cual el científico se limitaría a registrar pasivamente lo que le muestra la experiencia” (pág.4). Por el contrario, “yo me até esencialmente a reconocer la función propia del espíritu que crea la ciencia” (pág.3). Hay que considerar pues la experiencia, por una parte, así como también la actividad del sujeto: “El crecimiento de la experiencia combinado con la naturaleza del espíritu humano parecen deber explicar, en líneas generales, el devenir de la ciencia” (pág.4); “el análisis que emprendí me persuade de que hay en todas partes un desarrollo psicológico cuyas razones intimas se relacionan con la estructura misma del espíritu humano” (pág.4). 6
  • 7. Vemos que el programa de F. Enriques es intentico al que nos inspiramos aquí. Y sin embargo este programa, que el célebre matemático creyó remplazar a principios de este siglo por las concienzudas aplicaciones que él formó en todos los campos esenciales, de la lógica y el análisis a la geometría, la mecánica, la termodinámica, la óptica, el electromagnetismo y hasta la biología, es prácticamente por completo retomado hoy en día. ¿Es entonces el fracaso de la epistemología genética? Es, por el contrario, el signo de un esfuerzo propiamente científico, puesto que las conclusiones obtenidas están revisándose todo el tiempo, todo en beneficio de las búsquedas precedentes, y que los análisis nuevos pueden incorporar un cierto conocimiento por reinterpretación de los resultados anteriores. Ahora bien, la necesidad de esta revisión tiende, no solamente a los desarrollos imprevistos de la ciencia misma (con la microfísica, por ejemplo), sino también, y esencialmente, a los progresos de la psicología experimental. Fundada casi por completo sobre las nociones de sensación, de asociación de ideas y de abstracción a partir de las cualidades sensibles, el sistema de Enriques desemboca fatalmente en una visión de las cosas de alguna manera estática y cerrada sobre sí misma, de donde se tiene la impresión de un método que prejuzga en parte sus propios resultados. Pero que nosotros remplacemos esas mismas nociones de sensación y de asociación dentro del cuadro de la psicología contemporánea, que niega la existencia mental de las sensaciones por no conocer más que percepciones organizadas, que ponen en duda aquellas asociaciones simples y sobre todo que reducen los estados de conciencia a su situación relativa en relación a las acciones y las conductas de conjunto: al retomar sobre estas nuevas bases el problema de la abstracción, la psicogenética de las nociones científicas aparecerá bajo una perspectiva distinta. Demos un primer ejemplo, sobre el cual volveremos más tarde a propósito de las nociones mecánicas (cap. IV). Sabemos que la fuerza es a menudo definida como “la causa de la aceleración”, de donde se desprende una tendencia de ciertos físicos a concebir la aceleración como componente de esta solo en el hecho positivo, y la noción de fuerza como superfetatoria y confusa. A lo que Enriques responde (Conceptos, pág.114) que esta noción reposa sobre las “sensaciones musculares de esfuerzo y de presión”, representa por el contrario un hecho “físico” auténtico: “la fuerza no tiene nada de misteriosa o de metafísica, tampoco el movimiento o cualquier otro fenómeno cualquiera sea, cuya definición real se reduce siempre, en el último análisis, a un grupo de sensaciones que se producen dentro de ciertas condiciones voluntarias provocadas”. ¡Desgraciadamente la “sensación de esfuerzo” es hoy en día considerada para bien de los psicólogos (P. Janet seguido de Baldwin, etc.) como el simple índice de una acción, la cual constituye precisamente una conducta (o regulación) de aceleración de los movimientos propios! La causa física de la aceleración es así concebida por medio de una noción, cuya principal justificación le corresponderá a una “sensación”, la cual no constituye ella misma más que la señal de una aceleración intencional… Vemos aquí el riesgo de conducir un sistema de interpretación que toma como punto de partida la “sensación”, concebida como el fundamento del conocimiento. En su bello libro La sensación, guía de la vida (1945), que resume toda su obra abundante y precisa, H. Piéron concluye que la sensación no es en todos los campos más que un índice o una señal: “Las sensaciones constituyen símbolos biológicos de fuerzas exteriores activas sobre el organismo, pero que no pueda tener con sus fuerzas más que el parecido que hay entre las sensaciones mismas y las palabras que las designan en el sistema simbólico del lenguaje” (pág.412-413). “Las ecuaciones relativas que, en el espacio de n dimensiones donde el tiempo se encuentra integrado simbolizan cadenas de hechos, son más verdaderas que nuestras percepciones directas…” (pág. 413). El punto de partida de una epistemología genética adaptado a los conocimientos psicológicos actuales no será más entonces la sensación ni la abstracción esquematizante a partir de las cualidades sensibles, sino que consistirá en proceder a la acción por completo, cuyos índices sensoriales no son más que un aspecto: el de la acción que procede al pensamiento en su mecanismo esencial, que es el sistema de las operaciones lógicas y matemáticas, y este es entonces el análisis de las acciones elementales y de su interiorización o mentalización progresivas que nos revelan el secreto de la génesis de esas nociones. Otro ejemplo: en el campo del espacio, Enriques adhiere, a propósito de la coordinación entre las sensaciones y los movimientos condicionados por las condiciones anátomo-psicológicas, a “la pretensión de ciertos filósofos neokantianos de ver el reflejo de estas condiciones estructurales… en ciertos aspectos a priori de la intuición espacial, de manera de conferir a la geometría sus postulados a partir de que los conceptos fundamentales fueron formados por las sensaciones” (pág.44). Pero, por más simplistas que parece con el retroceso de las explicaciones aludidas de W. Wundt y de E. G. Heymans, no queda más que la idea de Enriques de considerar las sensaciones generales de carácter táctilo-musculares como la fuente de las nociones 7
  • 8. topológicas, las sensaciones visuales como las de las nociones proyectivas y las sensaciones táctiles como las de las nociones euclidianas, apela también a un complemento en el sentido de las condiciones mismas de coordinación: como la noción fundamental de orden, por ejemplo, surgirá de la sola sensación, sin la posibilidad de coordinar nuestros movimientos, ¿no hace que percibamos en ella sucesivamente los elementos de una suerte lineal según un mismo sentido de recorrido? Por otra parte, una sucesión de percepciones no equivale en absoluto a la percepción de una sucesión, ya que esta supone un acto propiamente dicho. He aquí la sensación, y entonces el índice de una asimilación mental del objeto a un esquema de acción, y es en consecuencia de esta asimilación y de este esquematismo de la acción que conviene remontar si queremos comprenderlo, el mecanismo psicogenético sin deformarlo por un realismo impuesto, por así decirlo, previamente. Vemos en qué una psicología, más funcional que esta de Enriques, puede conducir a una epistemología cuyos resultados no están implicados en el método genético mismo. Es en particular sobre el terreno de la abstracción y de la lógica en general que se marca esta diferencia entre la posición psicológica de los problemas epistemológicos al principios de este siglo y hoy en día. En la primer parte de su gran obra, publicada en francés con el título Los problemas de la ciencia y la lógica, Enriques muestra en qué sentido “la lógica puede ser vista como formando parte de la psicología” (pág.159): “Las definiciones y deducciones que forman el desarrollo de toda teoría deben ser vistas, según nuestro punto de vista, como operaciones psicológicas; nosotros designaremos estas últimas en conjunto con el nombre de procesos lógicos. Ahora se plantea el problema de explicar psicológicamente el proceso lógico” (pág.177). No seremos mejores enunciando la pregunta que se aloja, nos parece, en el centro de la epistemología genética actual. ¿Pero porqué Enriques no la resolvió? Es que su solución, siempre en conjunto con las nociones encontradas desde entonces, en realidad permanece todavía alejada de una génesis real. ¿En qué consiste, en efecto, para él, las operaciones psicológicas formadoras de la lógica? “Las asociaciones y disociaciones psicológicas que se vuelcan en el campo de la consciencia clara y de la voluntad, forman las operaciones lógicas fundamentales y permiten crear nuevos objetos del pensamiento distintos de aquellos que son dados” (p.178). Sin duda, pero antes de conseguir asociar y disociar claramente y voluntariamente, se trata precisamente de construir ese poder: ahora bien Enriques parece creer que, los objetos una vez revelados gracias a la sensación, las “asociaciones” y las “disociaciones” psicológicas resultan sin más, permitir ordenarlas en series, reunirlas en clases, construir correspondencias, invertir el orden, etc. (pág.178). Bajo una condición sin embargo: que estos objetos satisfacen “a ciertas condiciones de invariabilidad que expresaremos en los principios lógicos” (pág.179). En efecto: “En su conjunto los principios confieren a los objetos del pensamiento una realidad psicológica independiente del tiempo, y forman así las premisas de una Lógica simbólica que tendrá por objetivo representar como un conjunto de relaciones actuales el proceso genético de las operaciones lógicas” (pág.188). Pero para que la representación haya sido adecuada, será necesario que los axiomas expresando las leyes de asociaciones lógicas encuentren su equivalente en la realidad” (pág.211). Ahora bien, “bajo la condición de invariabilidad expresada por los principios lógicos, los conjuntos de objetos satisficieron las propiedades enunciadas por los axiomas” (pág. 212), la lógica constituye así, además del sistema de asociaciones y disociaciones psicológicas, lo que Gonseth llamará más tarde una “física del objeto cualquiera sea”. Del mismo modo, “la suposición fundamental de la Aritmética, antes de recurrir a una realidad física, puede apoyarse sobre una realidad psicológica, es decir sobre el hecho de que ciertos actos del pensamiento pueden respetarse indefinidamente subordinándose a determinaciones generales, de manera de construir series que satisfagan a las condiciones [expresadas por los axiomas de Peano sobre la numeración, y comprendido]… por el principio de inducción matemático entendido como una propiedad fundamental de las series psicológicamente construidas” (pág. 196). Notemos para terminar que Enriques también vio bien el problema biológico que provoca la existencia de la lógica y las matemáticas, el empirismo correspondiente a las teorías epigenéticas” (lamarkismo, etc.) y el priorismo en el preformismo. Enriques se orienta él mismo hacia el epigenetismo y explica las asociaciones y disociaciones psicológicas fundamentales, fuentes de la lógica y de la aritmética, por los procesos de facilitación [fr.frayage; ingl.facilitation, al. Bahnung] nerviosa y por la constancia de las vías de asociación (pág.248). Sin entrar en los detalle de estas tesis, importa sin embargo destacar que las mismas no se relacionan para nada con el futuro de la epistemología genética, ni llegan a unir de una vez por todas la explicación psicológica o biológica con las interpretaciones empiristas del conocimiento. El gran problema de toda epistemología, pero principalmente de toda epistemología genética, es en efecto comprender como el espíritu 8
  • 9. llega a construir las relaciones necesarias, apareciendo como “independientes del tiempo” si los instrumentos del pensamiento no son más que operaciones psicológicas sujetas a evolución y se constituyen en el tiempo. Ahora bien, una simple psicología de las sensaciones y de las asociaciones es tan incapaz de rendir cuenta de un paso como tal, que Enriques se ve obligado, para establecer las “asociaciones” y “disociaciones” destinadas sin embargo a explicarlo todo, a recurrir a los principios de la lógica en un llamado de ayuda, siendo solo ellos capaces de devolver los objetos del pensamiento “invariables”. Pero, en una interpretación psicológica, los principios lógicos deberían ellos mismos ser objetos de explicación, en lugar de surgir bruscamente «ex machina», y su acción estabilizadora constituiría como tal un problema esencial de funcionamiento mental, que no sabremos resolverlo por la simple constatación del hecho. Es precisamente en ese punto en el que una psicología de la acción marca ventaja frente a aquella de la sensación: la ley fundamental que parece regir la mentalización progresiva de la acción es, en efecto, aquella que se distingue en el pasaje de la irreversibilidad a la reversibilidad, dicho de otra manera, la transformación hacia un equilibro progresivo definido por esta última. Mientras que los hábitos y las percepciones elementales tienen esencialmente un único sentido, la inteligencia sonso-motriz (o préverbal) revela ya en las conductas de “ida y vuelta” 2, la asociatividad y la reversibilidad de las operaciones. Sobre el plan de acciones interiorizadas en representaciones intuitivas, el niño comienza por no saber invertir las composiciones imaginadas por medio de las cuales piensa, las articulaciones progresivas de la intuición engendran por el contrario, más adelante, una reversibilidad creciente que, cerca de los 7-8 años, desemboca en las primeras operaciones lógicas concretas: estas consisten, en efecto, en acciones de reunir, de seriar, etc., deviniendo así reversibles en el curso de una larga evolución. Pero esto acabará exclusivamente cerca de los 11-12 años, momento en el que las acciones vueltas reversibles podrán ellas mismas ser traducidas bajo forma de proposición, es decir de operaciones puramente simbólicas. Es entonces, y solo entonces, que gracias a la reversibilidad operatoria finalmente generalizada, el pensamiento se libera de la irreversibilidad de acontecimientos temporales. Pero esto no es explicable a menos que se dé la condición de remplazar el lenguaje de asociaciones entre sensaciones, por acciones y operaciones reversibles. Dicho esto, la pregunta epistemológica central que provoca el llamado a la psicología es seguramente la de la génesis de las operaciones ellas mismas, así comprendida su estabilización lógica, fuente y no efecto, de los principios formales. Pero esta génesis, que es a la vez función de la actividad del sujeto y de la experiencia, nos lleva a problemas complejos distintos a si se tratasen de simples asociaciones de ideas, precisamente porque la reversibilidad operatoria no sabría ser abstracta sin más datos sensibles o experimentales, raramente “abatibles”3 y siempre irreversibles estrictamente hablando (según el vocabulario utilizado por P. Duhem). El resultado de las investigaciones psicológicas permanece en este aspecto enteramente “abierto” y puede conllevar, según si predominaran los hechos de maduración endógena, de adquisición en función del medio o de construcción reglada por las leyes del equilibrio, en soluciones tanto aprioristas como empiristas, o en un relativismo volviendo indisociable la parte del sujeto y aquella del objeto en la elaboración de conocimientos. Aún más, el problema psicológico así pronunciado por el desarrollo operatorio del pensamiento vuelve a plantear, en definitiva, sobre un conjunto de preguntas biológicas sin duda más complejas que aquellas a las que F. Enriques tuvo el mérito de entrever el alcance. Es claro, en efecto, que si no es exclusivamente por la abstracción a partir de datos exteriores que se incrementa el conocimiento, en particular en el campo de las operaciones lógicas y matemáticas, es necesario prever la existencia de una abstracción a partir de coordinaciones internas, lo que no significa necesariamente que las operaciones sean pre-formadas bajo una forma innata, aunque sí puede ser interpretada en el sentido de una abstracción progresiva de elementos pedidos prestados en parte a un funcionamiento hereditario y reagrupados gracias a composiciones constructivas nuevas. Cualquiera que sea la razón de la diversidad posible de sus soluciones, el problema psicogenético del conocimiento se sumerge entonces hasta en los mecanismos de la adaptación biológica; ahora bien, sabemos cuánto esta pregunta permanece igualmente “abierta”, todas las interpretaciones estando hoy en día representadas entre el preformismo, el mutacionismo, «l’émergence», el neo-lamarckismo, etc. En resumen, aunque planteemos el problema del conocimiento en términos biológicos de relaciones entre el organismo y el medio, o en términos psicológicos de relaciones entre la actividad operatoria del sujeto y la experiencia, las soluciones parecen estar menos cerca en 1949 que en 1906 y esto muestra suficientemente cuán poco los métodos genéticos prejuzgan sus propios resultados. 2 Traducción de la frase “conduites de détour et de retour” 3 Traducción de “renversables”. 9
  • 10. 4. Las diversas interpretaciones epistemológicas y el análisis genético. Parece ser sin embargo que el método genético prejuzga al menos sobre un punto las soluciones epistemológicas consideraron poder descubrir, esto es presuponiendo que existe una génesis. Ahora bien, para el platonismo, el idealismo apriorista y la fenomenología, no existe génesis real, en ese sentido la naturaleza de los instrumentos de conocimiento permanecen ajenos a su desarrollo psicológico. Pero nosotros buscaremos, por el contrario, mostrar que, aún con respecto a las soluciones más radicalmente anti-genéticas, el método genético en tanto que método, no presupone para nada su buen o mal fundamento, y podrá, por el contrario, servir para verificarlas, admitiendo que éstas sean conforme a los hechos. Busquemos, en función de esto, clasificar las soluciones epistemológicas posibles, de manera de hacer percibir que cada una de ellas, no solamente no es contradictoria con el empleo de un método genético de investigación, sino que también podría ser demostrada por este mismo método, en la medida en que ella se proponga exclusivamente establecer la manera a través de la cual aumentan los conocimientos. Es necesario, en primer lugar, distinguir las hipótesis que consideren los conocimientos como esperando las verdades permanentes, independientes de toda construcción, y aquellas que hacen del conocimiento una construcción progresiva de la verdad. Entre las primeras, el acento puede estar puesto sobre el objeto, que el sujeto comprenderá como del exterior, sin actividad propia de su parte: las ideas existen de este modo, bajo forma de “universos”4 subsistiendo de manera trascendente o inmanente a las cosas (platonismo o realismo aristotélico). El acento puede, por el contrario, estar puesto sobre el sujeto, que proyecta entonces sus marcos a priori sobre la realidad: ésta no será entonces jamás enteramente exterior a la actividad subjetiva, de donde las formas diversas del idealismo en función de las múltiples dosificaciones posibles de esta interioridad y de esta exterioridad. En tercer lugar, sujeto y objeto pueden ser concebidos como indisociables, la verdad estando aprehendida directamente por una intuición (racional o no, en diversos grados) portando sobre sus estructuras inmediatas e indiferenciadas: tal es el principio de la fenomenología. En cuanto a las concepciones según las cuales el conocimiento se construye efectivamente, encontramos igualmente la primacía del objeto imprimiéndose sobre un sujeto pasivo (empirismo), la primacía del sujeto modelando lo real en función de su actividad (pragmatismo o convencionalismo según si esta actividad engloba necesidades varias o se limita a la pura construcción intelectual) y la relación indisociable entre los dos (relativismo): Soluciones no genéticas Soluciones genéticas Primacía del objeto Empirismo Realismo Primacía del sujeto Apriorismo Pragmatismo y convencionalismo Disociación entre sujeto y objeto Fenomenología Relativismo Notemos ahora que cada una de estas seis soluciones, puestas en bloque, aquí comprendidas aquellas que nosotros llamamos genéticas, no puede pretender constituir otra cosa que una solución límite, legítima en el término (quizá inaccesible) de investigaciones, pero necesitando un cierto temperamento para lo que son preguntas particulares. Es cuando uno se pregunta, con la epistemología metafísica, qué es el conocimiento en sí, o la relación entre un sujeto dado de una vez por todas y un objeto (real o representado) definitivamente al igual que lo planteado por el apriorismo, el empirismo, etc., tomando una significación irrevocable y masiva. Si el problema es saber cómo se acrecientan los conocimientos, es necesario por el contrario, distinguir las interpretaciones relativas a las adquisiciones noéticas particulares de las mismas interpretaciones generalizadas del acrecentamiento de todos los conocimientos. El primero de estos dos puntos de vista, que el que corresponde a la epistemología genética en sus investigaciones sucesivas y en su método mismo, las soluciones llamadas genéticas no se imponen antes que las otras: en tanto que ellas implican un pasaje al límite, son en efecto tan prematuras como las soluciones no genéticas; por otro lado, en lo que concierne a la adquisición o acrecentamiento de los conocimientos particulares, cada una de las seis soluciones podrá ser verdadera en tal o 4 Traducción del término «universaux» utilizado como sustantivo, en filosofía, una noción metafísica y más precisamente de la escolástica medieval. Los “universos” son tipos, propiedades o relaciones y caracterizan lo que es invariable en el tiempo y el espacio. Los “universos” se oponen entonces a los particulares y son asimilables, en un primer acercamiento, a los conceptos <http://fr.wikipedia.org/wiki/Universaux>. 10
  • 11. cual sector delimitado (por ejemplo, el platonismo para el conocimiento matemático, el empirismo para el conocimiento biológico, etc.). En el segundo punto de vista, que es el que corresponde a las conclusiones generales de la epistemología genética (suponiendo que proviene de un acuerdo suficiente sobre el conjunto de los conocimientos estudiados), las hipótesis no genéticas permanecen, como las otras, «a fortioti» legítimas, y no son en absoluto para eliminar de antemano mientras sean contradictorias con el método genético de investigación. Presumimos así que el método genético de investigación propio a una epistemología que pretenda ser científica, puede conducir a cualquiera de estas seis soluciones sin prejuzgar ninguna a costa de las otras. El desarrollo mental del individuo y el desarrollo histórico de las ciencias constituyen, en efecto, datos reales a los que cada una de las grandes soluciones de la epistemología filosófica está realmente obligada a acomodarse y no sabría por consiguiente considerar de antemano como contradictorias con ella. Ahora bien, el método genético se limita a estudiar estos datos de hecho, en tanto que procesos, de acrecentamiento de un conocimiento. Las dos únicas preguntas en tela de juicio son el saber en qué consiste este acrecentamiento de un conocimiento, y lo que podemos extraer de ello en cuanto a la naturaleza misma de este conocimiento. Sobre el primer punto, no sabremos entonces poner en duda la existencia de un desarrollo de los conocimientos, el cual es reconocido por todos, pero el problema sigue sin poder resolver en qué consiste el mecanismo íntimo de este desarrollo o de este acrecentamiento. En cuanto al segundo punto, es sobre él que convergen todas las objeciones posibles: ¿este mecanismo de acrecentamiento es revelador de la naturaleza de los conocimientos en sí mismos? El doble postulado del método genético es, en este aspecto, por un lado, que el mecanismo de desarrollo nos informa, en cuanto al pasaje de un menor a un mayor conocimiento, sobre la estructura de los conocimientos sucesivos, y, por otro lado, que esta explicación, sin prejuzgar la naturaleza última del Conocimiento en general, prepara sin embargo la solución a este interrogante límite (aún si esta solución consistiera en reconocer el curso de ruta a un límite tal que no pudo ser alcanzado). Ahora bien, la única forma de justificar estos dos postulados es precisamente mostrar cómo cada una de estas 6 soluciones precedentes podría encontrarse confirmada o invalidada por los hechos de desarrollo. Nada excluye a priori, en principio, una solución tal como el platonismo o el realismo de los universos: podemos así mismo decir, sin paradoja, que es únicamente en función del desarrollo que una idea puede revelarse subsistente en sí misma, independientemente de su desarrollo. Cuando un matemático afirma con el método de Hermite la existencia, exterior a él, de seres abstractos tales como las funciones o los números, es fácil responder que esta creencia de autonomía de tales seres no le agrega ningún carácter nuevo, sino a título subjetivo subjetivo, y que estos conservarían todas sus propiedades matemáticas si su existencia estuviera interpretada de otra forma. Pero que, estudiando el problema del descubrimiento o de la invención, conseguimos mostrar que luego de una serie de aproximaciones testimonio de la actividad inventiva del sujeto, éste se encuentra conducido a descubrir, por una intuición directa e independiente de las construcciones anteriores, una realidad sin historia, es claro que la creencia en las ideas “subsistentes” encontraremos una confirmación singular. Solamente, vemos de repente que una tal verificación debería ser a la vez psicológica e histórica: psicológica, demostrando la existencia de una intuición racional que consigue contemplar sin construir, e histórica verificando el éxito creciente de esta contemplación, y no su debilitamiento a partir de un estado determinado de creencia común. Ahora bien, encontraremos precisamente estos dos problemas, uno a propósito de la relación entre la “intuición racional” y la inteligencia operatoria, y el otro a propósito de los trabajos de P. Boutroux sobre la historia de las actitudes intelectuales sucesivas de los matemáticos (actitudes en las que veremos la relación entre la conciencia de las operaciones). En cuanto al apriorismo, es evidente que si fuese verdad, el estudio genético descubriría su pertinencia sin salirse del desarrollo como tal. Un acontecimiento a priori se reconocería, en efecto, sin dificultad por el hecho de que no se constituiría en relación con la experiencia, sino que se impondría en función de una maduración interna progresiva. Es más, a esta maduración psicológica revelada por el análisis del comportamiento correspondería, desde el punto de vista mental, una toma de conciencia brusca o gradual, procedente de la reflexión del pensamiento sobre su propio mecanismo. Por el contrario, la fenomenología parece deber oponer a la epistemología genética una serie de objeciones más radicales, ya que si el apriorismo kantiano ignora la construcción psicológica, admite una construcción previa a toda experiencia (y venimos de ver que una tal construcción manifestaría claramente su existencia en el curso de desarrollo). Ahora bien, es esta misma construcción a priori que la fenomenología pone en duda remplazándola por una intuición racional de esencias, sin dualismo entre el sujeto que contempla y el objeto exterior, pero con indiferenciación radical entre los dos términos fundados en la misma toma de posesión inmediata. Importa entonces mostrar más en detalle, en lo que concierne a este tercer grupo de soluciones, que 11
  • 12. el empleo del método genético no implica para nada su refutación previa y las confirmaría por el contrario si se comprobarían necesarias. La primera tesis esencial de la fenomenología es aquella de Husserl desarrollada en sus Logische Untersuchungen: la verdad es de orden normativo y no releva la simple constatación del hecho. El error del “psicologismo” consiste por el contrario en proceder indebidamente del hecho a la norma, mientras que la norma, en tanto que obligación independiente de sus realizaciones, no podrá relevarse más que a ella misma. Una afirmación tal no es por otra parte especial a la fenomenología, también se encuentra en todos los casos donde un “normativismo” se opone a una ciencia “natural”, y los conflictos de la lógica y de la psicología son, en este aspecto, paralelos a los del “derecho puro” y de la sociología, etc. Pero, lejos de constituir un obstáculo en el empleo de los métodos de la epistemología genética, la existencia de normas genera, por el contrario, problemas de mayor importancia desde el punto de vista del desarrollo. Es necesario aquí distinguir dos cuestiones: aquella que tiene que ver con las relaciones entre la norma y el hecho, y aquella que tiene que ver con la génesis de las normas. El primer punto es fácil de entender. Una norma es una obligación, y no obtenemos una obligación de una constatación, esto está claro. Solamente, mientras que la conciencia encarnando la norma (la conciencia del lógico, la conciencia del sabio, etc.) legisla o aplica la norma, y no habla entonces el lenguaje de hechos sino de la verdad normativa, el genetista, que ocupándose en los hechos de la experiencia controlables para cada uno, constata, sin tomar parte por o en contra de esta norma, su influencia sobre la conciencia que lo encarna. Desde este punto de vista, la norma también es un hecho, es decir que su carácter normativo se traduce por la existencia, experimentalmente constatable, de ciertos sentimientos de obligación o de otros estados de conciencia sui generis: implicaciones sentidas como necesarias, etc. Un gran jurista, Pétrajitsky, propuso el excelente término de “hechos normativos” para designar precisamente estos hechos de experiencia permitiendo constatar que el sujeto se considera como obligado por una norma (aquella que tenga la validez desde el punto de vista del observador). Podemos entonces describir en términos de hechos normativos todo el sistema de normas, y si la tesis de las Logische Untersuchungen es verdadera, garantiza ser verificada por una investigación genética honesta: esto no significa que el genetista va a legislar en lugar del lógico o de las conciencias encarnando las normas, pero sí describirá en el lenguaje de hechos eso que constata del comportamiento (interno o externo) inspirado por la creencia en sus normas. Viene ahora el segundo punto: la génesis de las normas. Pero si aquí aún la tesis fenomenológica es verdadera, no podrá ser contradecida por el estudio del desarrollo. Ahora bien, esto, sin jamás mostrar, en efecto, que una obligación deriva de una constatación, nos pone sin embargo en presencia de una evolución de las normas: aquellas de la infancia no son identificables sin examen de las del adulto, así como tampoco las del “primitivo” no se reducirían a priori a aquellas del lógico fenomenólogo. El devenir de las normas genera entonces un problema que penetra sus raíces hasta en las fuentes de la acción y en las relaciones elementales entre la conciencia y el organismo. No es entonces descartar por adelantado la solución fenomenológica sino colocar el estudio de los hechos normativos sobre el terreno del desarrollo de las operaciones, y el análisis de las relaciones entre la conciencia y el organismo nos conducirá precisamente a reconocer que, disociado de sus concomitantes psicológicos, la conciencia constituirá tarde o temprano los sistemas de implicaciones cuya necesidad se distingue esencialmente de las relaciones de causalidad propias a la explicación de los hechos materiales. Pero en la fenomenología y en los “existencialismos” engendrados por ella hay más que esta simple afirmación normativista. Esta la noción de un conocimiento a la vez apriorista e intuitivo (por oposición a la construcción kantiana) de estructuras puras destinadas a caracterizar los diversos tipos de seres posibles. El objeto propio de la epistemología fenomenológica es, según Husserl, el comprender “a dónde el pensamiento quiere ir a parar”, es decir cuáles son sus “intenciones” independientes de la realización. Es sobre este segundo punto que los fundamentos genéticos parecerían de lo más irreductibles a la realidad existencial, cuya “reducción” fenomenológica se vanagloria de comprender los caracteres por intermedio de la sola intuición reflexiva. Solamente, aquí también, es importante introducir los distintos puntos de vista. En tanto que la filosofía sistemática y cerrada, pretendiendo alcanzar el conocimiento en sí, la fenomenología permanece, bien entendida, fuera de los marcos de una epistemología genética consistente sobre todo en un método de búsqueda. Pero el estudio psicogenético e histórico de la manera en la que los conocimientos se incrementan no excluye en nada el resultado eventual de una solución fenomenológica. Es así como lo esencial de muchos de los procesos genéticos consiste en una orientación dirigida hacia ciertos estados de equilibrio: no se descarta previamente entonces que la “intención” de Husserl pueda encontrar alguna confirmación en los estudios de esas direcciones genéticas, aún cuando esas dos clases de nociones no presenten en su punto de partida algún tipo de relación. Este punto de conjunción podría, en este aspecto, ser el siguiente. Husserl concibió las “estructuras” como sistemas de posibilidades puras, anteriores a toda realización y descubiertas por la conciencia gracias a las clases de “actos” o intuiciones vividas en el curso de la reflexión. Pero por más metafísica que sea una 12
  • 13. concepción como tal, esta no está desprovista de toda relación con los problemas que el análisis genético encuentra en el tema del desarrollo ni, sobre todo, con aquellos que el análisis histórico encuentra en el tema de las relaciones entre las matemáticas y la física. Husserl soñó, en efecto, después de Descartes, con una mathesis universalis, que alcanzaría todas las “estructuras” posibles y no solamente las matemáticas. Ahora bien, el problema de las relaciones entre lo posible y lo real no se reducen solamente, desde el punto de vista genético, a la pregunta acerca de las relaciones entre la deducción y la experiencia, pregunta que dirige ya ella sola una gran parte de la historia del pensamiento científico. Se encuentra en todas partes donde se posa el problema del equilibrio, el equilibrio que implica la consideración del conjunto de transformaciones posibles (tales como los “trabajos virtuales” del famoso principio mecánico) y no solamente las de las condiciones realizadas. Es así que el desarrollo embriológico aparece hoy como una elección entre un conjunto de formas potenciales infinitamente más ricas que las formas efectivamente producidas. Del mismo modo todo equilibrio mental (perceptivo, operatorio, etc) reposa sobre un juego de posibilidades que sobrepasan cada vez más ampliamente, en el curso del desarrollo intelectual, las acciones o movimientos reales. No se descarta entonces que un día los problemas genéticos de equilibrio reúnan las intuiciones de Husserl, lo que no significa naturalmente que sea con total seguridad el caso. Por lo demás, la fenomenología engendró, en psicología experimental, una interpretación bien conocida de desarrollo: aquella de la “teoría de la Gestalt”, que remplaza la noción de la construcción de las estructuras por el concepto de una abstracción progresiva de “formas” concebidas como datos a la vez e el espíritu y en la realidad. Una tal concepción es susceptible de una ampliación a la epistemología entera y prueba por sí misma que la fenomenología, si es verdadera, debe poder ser reconocida como tal por el examen de la génesis misma. En cuanto a las interpretaciones del conocimiento que consisten en hacer del mismo una construcción progresiva de verdad, evidentemente el estudio genético puede servirle de “piedra de toque”: efectivamente el empirismo, el pragmatismo o el relativismo (el relativismo brunschvicgiano -Léon Brunschvicg, filósofo francés de la primera mitad del siglo XX-, por ejemplo) se apoyaron siempre en el estudio psicogenético o histórico-crítico para justificar sus tesis. Eso no impide que, aún en estos casos, se trate de doctrinas limitadas a temas de los cuales la epistemología genética no sabrá pronunciarse de antemano, sean cuales sean las convergencias obtenidas sobre ciertos puntos. Esto es lo que hemos visto en detalle en el punto 3 a propósito del empirismo mitigado de F. Enriques. En efecto, al igual que las soluciones no genéticas, las interpretaciones del conocimiento fundadas sobre su devenir provocan, pero de manera mucho más filosófica, el problema de las relaciones entre las normas y el desarrollo. Las soluciones no genéticas parten de la hipótesis de que la verdad se apoya sobre las normas permanentes, situadas en la realidad, en las estructuras a priori del sujeto o en sus intuiciones inmediatas y vividas. El desarrollo mental o histórico, tal como el que describirá la epistemología genética, será entonces concebido, por las teorías no genéticas, como la actualización de un virtual determinado con anticipación por estas mismas normas; si la hipótesis es exacta, está bien eso que el análisis de las transformaciones mentales o históricas del saber terminará por establecer, así como lo acabamos de constatar. Pero, en el caso donde el estudio del incremento de conocimientos confirmase una de las tres soluciones genéticas, es decir que atribuyese ese conocimiento a la presión de las cosas, en las convenciones felices de sujeto o en las interacciones del sujeto y del objeto, ¿cómo conseguirá el análisis del desarrollo proceder del hecho a la norma y más precisamente del devenir característico la construcción de las nociones a la inmutabilidad de sus conexiones lógicas? El problema no será más entonces encontrar la norma fija en el seno de la evolución, sino engendrar la norma misma en el medio de las ideas móviles del desarrollo. Ahora bien, una tal posición del problema, por más quimérica que pueda parecer, no se corresponde menos con aspecto cotidiano de la ciencia contemporánea: jamás el contenido de las nociones ha estado más móvil que hoy en día y sin embargo jamás hemos renunciado menos a un fundamento lógico y deductivo de esas mismas nociones. El problema de la conjunción entre el devenir mental y la norma permanente, o entre la exigencia de revisión continua y la necesidad –artificial o realmente fundada- de apoyarse sobre cualquier estabilidad normativa, está entonces bien en el centro del método propio a la epistemología genética. 5. Devenir mental y permanencia normativa. Las relaciones entre el hecho psicológico del desarrollo y la norma lógica intemporal están dominados por dos preguntas que las teorías no genéticas y genéticas anteriormente enumeradas resuelven en sentidos opuestos: aquella de la acción y del pensamiento y aquella de lo real y de lo posible. 13
  • 14. Todas las teorías no genéticas (y por lo demás cosa curiosa, algunas teorías genéticas también, tales como las formas clásicas del empirismo, etc.), conciben el pensamiento como anterior a la acción y ésta como una aplicación de aquel. De esto resulta, en la mayor parte de las teorías metafísicas del conocimiento, una concepción puramente contemplativa de las normas, apoyadas sobre una verdad divina, trascendental o inmediatamente intuitiva. Esta interpretación contemplativa de la norma se encuentra por otro lado en muchas de las corrientes epistemológicas que, substituyendo el nominalismo sintáctico en las diversas formas de realismo, sin darse cuenta de la naturaleza activa del lenguaje, la cual consiste en poner en correspondencia las operaciones de los diversos sujetos antes de estar en condiciones de enunciar las verdades incondicionalmente válidas. Desde el punto de vista del análisis genético, por el contrario, la acción precede al pensamiento y este consiste en una composición siempre más rica y coherente de operaciones que prolongan las acciones interiorizándolas. Desde este punto de vista, las normas de verdad expresan entonces, en primer lugar, la eficacia de las acciones, individuales y socializadas, para traducir después aquella de las operaciones y finalmente solo la coherencia del pensamiento formal. Sin prejuzgar la naturaleza, contemplativa u operatoria, de las normas alcanzadas en sus formas superiores de equilibrio, el método genético se olvida así, desde el principio, en el reproche de ignorar el normativo, puesto que, de la acción afectiva en las operaciones más formalizadas, este sigue paso a paso la constitución de normas renovadas sin cesar. Pero la relación entre la acción y el pensamiento no es más que uno de los aspectos de un conflicto mucho más profundo que opone el genético al no genético y que concierne más directamente todavía a las relaciones del desarrollo temporal con la lógica intemporal. El carácter esencial de las teorías no genéticas es sin duda, en efecto, el de explicar lo real – el conocimiento o las operaciones reales- por una posibilidad que le sea anterior. Es así que el realismo de los universos es solidario, según Aristóteles, con la concepción fundamental del pasaje de la potencia al acto. El apriorismo supone, por su lado, la proformación del conocimiento real en un sistema predeterminado de esquemas virtuales. La fenomenología de Husserl subordina este mismo conocimiento actual a la intuición de las “intenciones” posibles. En resumen, la actitud antigenética vuelve siempre a situar una virtualidad preformada en el punto de partida del conocimiento actual. Ahora bien, el propio método genético consiste por el contrario en no considerar lo virtual o lo posible más que como una creación proseguida sin cesar por la acción actual y real: cada acción nueva, mientras realiza una de las posibilidades engendradas por las acciones precedentes, abre ella misma un conjunto de posibilidades, hasta ese entonces inconcebibles. Es entonces en la relación entre de la realidad causal y las posibilidades abiertas por esta, pero ligadas entre sí por un vínculo de virtualidad siempre más próximo de la implicación lógica, que se busca la solución del problema central de la norma intemporal y del devenir genético. En efecto, toda acción formadora de una operación engendra, por su ejecución misma, dos clases de virtualidades, es decir que, “comprometiendo” la actividad del sujeto, esta abre dos categorías de posibilidades nuevas: por un lado una posibilidad de repetición efectiva, o de reproducción en el pensamiento, acompañándose entonces de una determinación de los caracteres hasta aquí implícitos de la acción; por otro lado, una posibilidad de composiciones nuevas, virtualmente acarreadas por la ejecución de la acción inicial. Supongamos por ejemplo una acción consistente en un desplazamiento de A a B simplemente concebido, bajo su forma primitiva, como un movimiento orientado hacia B. Esta acción acarrea, en primer lugar, la posibilidad de una reproducción material o mental; se agregará aquí, tarde o temprano en ese caso, el descubrimiento del hecho de que dirigiéndose a B el móvil se aleja de A; etc. De donde se desprende un segundo conjunto de virtualidades: el desplazamiento AB puede ser invertido a un desplazamiento BA, que se acerca a A y se aleja de B; así mismo los desplazamientos AB y BA están virtualmente compuestos por un desplazamiento nulo consistente en quedarse en A, etc. En resumen, la acción inicial engendra, por el solo hecho de su realización, dos clases de posibilidades, es decir de operaciones virtuales: unas consisten en poder repetir la acción ejecutada, desprendiendo eso que ella acarrea desde el principio; otras consisten en prolongar la acción en acciones nuevas nacidas de su inversión o de su composición con otras. Cada acción real, mientras constituye la actualización de posibilidades abiertas por acciones anteriores, abre entonces ella misma posibilidades más amplias. Se deduce que, por método, el análisis genético debe subordinar lo posible a lo real y no a la inversa. Este no tiene el derecho de reivindicar lo virtual para explicar lo real antes de estar obligado por el descubrimiento en el pensamiento del sujeto mismo, de algún paso reflexivo, situando efectivamente lo real actual en un sistema de posibilidades reconstituidas. Tiene por el contrario, la obligación de explicar lo virtual por lo real todas las veces en que una acción abre, por su ejecución, nuevas posibilidades de la misma forma que engendra así un sistema de operaciones virtuales. Ahora bien, si la acción efectiva es una realidad en desarrollo y constituye entonces un proceso genético o causal, el mundo de posibilidades abiertas sin cesar por la acción ofrece por el contrario, ese rasgo remarcable de ser intemporal y de relevar esencialmente la implicación lógica. Dicho de forma más general, la diferencia 14
  • 15. entre lo posible y lo real reúne aquello que separan las relaciones lógico-matemáticas del devenir psicológico y físico: el problema de las relaciones entre la génesis histórica o mental y la verdad lógica, en su permanencia normativa, contiene entonces esencialmente las conexiones que uno establecerá entre lo virtual y lo actual. El universo lógico constituyendo el dominio de lo posible, mientras que la génesis exprime el devenir real, toda la cuestión de saber si el proceso genético refleja las normas previas, o si es capaz de explicar la constitución de las normas, se reduce por consiguiente al problema de la actualización de la virtualidad o de la creación de posibilidades abiertas por la acción real. Es así reaparecen necesariamente las nociones de equilibrio, lugar de conjunción específica entre lo posible y lo real, y de la reversibilidad, o pasaje sui generis del devenir físico o mental a lo intemporal lógico. Un sistema mecánico, se dice en equilibrio cuando el conjunto de trabajos virtuales compatibles con las conexiones en juego (así como los desplazamientos de fuerzas están determinados por la estructura del sistema considerado) constituye un producto de composición de valor nulo, es decir con compensación exacta de + y de -. Decir que un sistema real está en equilibrio lleva así a evocar una composición entre movimientos o trabajos virtuales: hablar de equilibrio es entonces insertar lo real en un conjunto de trasformaciones, simplemente posibles. Pero, recíprocamente, esas posibilidades están en sí mismas determinadas por los “vínculos” del sistema, es decir por lo real. Ahora bien, la situación es similar en todo proceso genético concerniente a la constitución de un sistema de operaciones intelectuales. Toda acción abre, venimos de verlo, una serie de posibilidades nuevas. La acción desembocará entonces en constituir un estado de equilibrio, es decir que engendrará un sistema de relaciones estables, cuando el conjunto de operaciones virtuales se compensen exactamente: el equilibrio se definirá así por la reversibilidad, cuya significación psicológica es la posibilidad de invertir las acciones ejecutadas. Aquí de nuevo lo real y lo posible son entonces interdependientes en cada estado de equilibrio. Todo el estudio del desarrollo mental muestra la importancia de un mecanismo como tal de equilibrio, caracterizado por la reversibilidad creciente de las acciones. Mientras que si una acción es cumplimentada aisladamente y sin reversibilidad alguna, las relaciones que ella constituye no serán equilibradas, lo que se reconoce en la ausencia de conservación racional. Por ejemplo, reuniendo un conjunto de objetos A con otro conjunto de objetos A’ para constituir el todo B, un niño pequeño comenzará por no comprender ni la conservación de las partes A y A’ ni la del todo B (se imaginará así que hay más, o menos, en el todo que en la suma de las partes separadas, etc.). Mientras que por el contrario, la acción ejecutada (A + A’= B) se acompañará de la conciencia de todas las operaciones virtuales (por ejemplo, reuniendo A y A’, descartamos A de otro todo: Z – A, etc.), y esencialmente las operaciones inversas posibles (B – A= A’; B – A’= A; -A –A’= -B), el sistema de composiciones virtuales conllevará a un estado de equilibrio, reconocible en el hecho de la conservación necesaria de las partes y de las totalidades jerárquicas (necesidad lógica). El pasaje de la acción real a la conciencia de las acciones posibles constituye entonces la condición necesaria de la construcción de un sistema operatorio y este es así rematado tanto como afectado por la composición reversible. Todo proceso genético tiende así a un estado de equilibrio móvil en el cual interfieren los vínculos reales y las operaciones posibles en un todo indisociable. Ahora bien, esta interdependencia entre lo real y lo posible caracterizando cada estado de equilibrio basta con dar cuenta de la conjunción del devenir mental con la permanencia lógica y normativa. Está claro, en efecto, que si las acciones reales están unidas entre sí por un determinismo causal y temporal, las transformaciones simplemente posibles o las operatorias virtuales son intemporales y no relevantes más que en la implicación lógica. Reunir A con A’ bajo la forma de A + A’ = B o disociar A de B bajo la forma B – A = A’ son dos acciones ejecutables realmente con la condición de ser sucesivas, pero componer +A – B = 0, es reunir en un solo todo virtual esas operaciones sucesivas y por consecuencia entrar en lo intemporal. La reversibilidad que transforma las acciones en operaciones, presenta así ese característica propia de la inteligencia e ignorada por la acción real, de remontarse en el curso del tiempo y de liberarse de éste para alcanzar la implicación lógica pura. De esto resulta que, cuanto más la acción real prolonga el círculo de operaciones posibles, y cuanto más densa es la red de relaciones virtuales, es decir lógicas, más teje para insertarse cada vez más profundamente. Tanto en el estudio de las relaciones entre la acción y el pensamiento como aquel de las conexiones entre lo real y lo posible conducirían entonces a esta conclusión de que es en vano oponer a priori la genética y la lógica (en tanto que normativa). Todo proceso genético llega a un resultado de equilibrio que confirma la normativa, por el hecho de que la reversibilidad creciente de las acciones temporales corresponde a las operaciones directas e inversas caracterizando las conexiones lógicas fundamentales (afirmación y negación, etc.). Que, a fin de cuentas, la lógica funda la genética porque lo posible precedería lo real o que la genética se 15
  • 16. desarrolla en la lógica porque el equilibrio de las acciones reales constituirían una organización de las operaciones virtuales, es en los dos casos el análisis genético el que encuentra tarde o temprano lo intemporal lógico y normativo, sin prejuzgar su posición efectiva en la constitución y el conocimiento. En una palabra, hay siempre, genéticamente, una tendencia al equilibrio, el cual introduce lo posible en el seno de lo real: las normas están entonces ligadas a la eficacia de los sistemas de conjunto abarcando lo posible, aunque tales sistemas hayan nacido de la acción concreta sobre lo real (o porque ellos sean tales). 6. Equilibrio y “límite”. El círculo de las ciencias y las dos direcciones del pensamiento científico. Suponiendo, como venimos de admitir, que toda serie genética tiende hacia ciertos estados de equilibrio que opera en la conjunción entre lo real temporal y la lógica intemporal, un nuevo problema se presenta en el método genético: ¿podemos considerar todo incremento de conocimiento, en la historia de las ciencias o en el desarrollo psicológico, como tendente a un “límite”? Y, admitiendo que ese es el caso en lo que concierne a ciertas series particulares y bien circunscritas, ¿es posible concebir, partiendo de la confrontación de un número suficiente de tales series, la verificación de una hipótesis epistemológica general relativo al conocimiento en su conjunto (o, bien entendido, varias hipótesis complementarias en caso de pluralismo de estructuras)? El problema es entonces el siguiente: ¿cómo integrar en una o varias grandes series el estudio de los incrementos particulares de conocimientos, analizados en principio aisladamente, y cómo, sobretodo, concebir un estudio de la convergencia de esas series hasta poder hablar de un pasaje al límite? En tanto que se trata de un sector parcial de conocimientos, como una noción o un sistema circunscrito de operaciones, admitiremos sin pena que sea posible determinar eso que vuelve a la deducción lógica, a las diversas formas de representación intuitiva, a la experiencia bajo sus diferentes aspectos, a la acción y a la percepción, etc. Pero, aún acumulando un gran número de tales análisis, ¿cómo obtener aquí una enseñanza general sin recaer en una simple especulación filosófica, tanto más tentadora que pretenda instalarse directamente en el conocimiento en sí y ahorrarse un estudio previo e inductivo de incrementos particulares de todos los distintos conocimientos? El análisis del desarrollo de una noción permite en general la determinación de niveles sucesivos de construcción y la sucesión misma de esos estadios constituye un primer tipo de series, a través de las cuales podemos determinar la ley de formación. Es así que por un gran número de nociones matemáticas y físicas entrevemos un proceso psicogenético de desarrollo, encontrándose en las grandes líneas sobre el plan histórico, que se escalonan por etapas entre la acción elemental, después la intuición perceptiva o visual, en el punto de partido, y un sistema definido de operaciones concretas susceptibles en último término de axiomatizaciones diversas: la ley de sucesión está caracterizada entonces, venimos de verlo, por una marcha hacia un estado de equilibrio reversible a partir de un estado inicial de irreversibilidad y de no-composición. Podemos, en ese caso, hablar sin metáfora de una serie genética y de su convergencia hacia un cierto límite, definido por una forma de equilibrio, es decir por un cierto modo de composición de conjunto. En ese caso, se trata siempre, de un límite solamente parcial, y por consecuencia provisorio, o relativo al recorte momentáneo de un sector especial de conocimiento. Sin duda la evolución así afectada por el análisis genético, en el interior de ese sector, revela una transformación de instrumentos intelectuales del sujeto y, en correlación con esta construcción de instrumentos nuevos, una transformación de la experiencia misma, es decir de tal realidad que aparece en el sujeto. Pero claro está que sus transformaciones solidarias con el pensamiento y con lo real aparente (es decir en relación a un nivel determinado de este pensamiento), algunas interesantes que se revelan en cuanto a un mecanismo de incremento de conocimientos, no sabrían dar lugar a una fórmula generalizada sin más, por esta razón es que la fórmula encargada de expresarlos será ella misma relativa a los sistemas de referencia adoptados por el observador, es decir por el psicólogo o historiador que estudia sus transformaciones desde afuera apoyándose en sus propios conocimientos. Es aquí donde se encuentra el nudo de toda la cuestión del pasaje entre los límites particulares propios de los procesos evolutivos particulares de conocimientos respectivos, y el límite general que constituiría la determinación del conocimiento en su totalidad con elección de una o varias de las hipótesis de conjunto clasificadas en el punto 4. En efecto, el genetista o el historiador estudian una serie de estadios A, B, C,…, X, de los cuales él establecerá la ley de evolución y el límite eventual. Pero, para ello, está obligado a elegir un sistema de referencia, que será constituido por lo real, tal como el que dio a conocer en el estado de conocimientos científicos considerados al momento de su análisis, y por los instrumentos racionales tales como los que dio a conocer en el estado de elaboración de la lógica y de las matemáticas en ese mismo momento de la historia. Ahora bien, ese sistema de referencias es así mismo móvil… 16
  • 17. Es así que el psicólogo bien puede estudiar la formación de ciertas nociones y arrojar a partir de este estudio leyes de construcción informándonos sobre el mecanismo del incremento de ese género de conocimientos. Pero la psicología en sí misma, es un conocimiento en evolución y, para establecer las leyes de formación de conocimientos particulares, se apoya en un sistema de referencias constituido por el conjunto de otras ciencias, desde las matemáticas hasta la biología. Es por ello que, si ella consiguiese seguir ciertos procesos epistemológicos restringidos a sus límites respectivos, no sabría alcanzar sin más este límite general que sería el conocimiento en su conjunto, puesto que la psicología es una parte integrante del conocimiento y no constituye un puesto de observación exterior. Y la psicología sabría aquí tanto menos pretender que admite por método la evolución posible de todos los conocimientos, y en consecuencia la movilidad indefinida del sistema de referencia sobre el que se apoya. ¿Cómo sobrepasar las fronteras así impuestas al análisis genético por los sistemas de referencia de los que tiene inevitablemente necesidad y cómo llegar a las leyes de construcción, no especiales a ciertos sectores delimitados, sino que sean poco a poco generalizables a todos los conocimientos, y que tengan así por límite el Conocimiento científico mismo? Si el análisis genético se apoya necesariamente sobre un sistema de referencia formado por las ciencias constituidas en el momento considerado, es naturalmente ese sistema de referencia el que procedería a explicar a su vez para generalizar la explicación genética al conocimiento entero. Pero nos encontramos entonces en presencia de la siguiente alternativa: o bien el análisis genético no conseguirá rendir cuenta de su propio sistema de referencia, y fracasará entonces en constituir una epistemología general, o bien lo conseguirá, pero al precio de un círculo evidente, ¡el análisis genético reposando, en este segundo caso, sobre un sistema de referencia que dependerá de éste! Ahora bien, fieles a las enseñanzas que conllevan al desarrollo del pensamiento científico, es esta segunda solución la que debemos adoptar, por el solo hecho de que el conjunto de investigaciones contemporáneas están precisamente en vías de entrar en un círculo como tal. Solamente ese círculo, tan efectivo como lo es, no es vicioso, o, al menos, está impuesto por la naturaleza de las cosas. No constituye, en efecto, más que un caso particular de círculo del sujeto y del objeto, círculo inevitable no solamente por todo conocimiento, sino también por toda teoría del conocimiento. El conocimiento se apoya sobre un objeto fuera del cual el sujeto no sería afectado (dentro o fuera), y no se conocería entonces él mismo, por falta de actividad de su parte; pero ese objeto es a su vez conocido sólo a través del sujeto, sin el cual éste quedaría inexistente para él. Hoeffding insistió con aclarar ese círculo inicial, de tal manera que el sujeto no se conoce por intermedio del objeto y sólo conoce relativamente a este último en su actividad de sujeto. Del mismo modo, toda teoría del conocimiento, para explicar cómo el sujeto es afectado por el objeto (siendo conocido a título de realidad exterior, o de pura representación o “presentación” a secas), debe de su lado poner ese sujeto y ese objeto reunidos a título de objeto de su propia búsqueda, siendo ahora el nuevo sujeto el teórico del conocimiento: pero ese último sólo llega naturalmente a conocer su objeto (y luego la relación constituida por el conocimiento) a través de su propio pensamiento (es decir de su propio conocimiento), el cual sólo le es conocible a cambio de la reflexión sobre ese objeto. Como, para escapar a esta dificultad, él se ubica in medias res y refiere así a ciertas informaciones previas sobre los sujetos y objetos reunidos que estudia a título de objeto, deberá tarde o temprano reintegrar esas presuposiciones en su propia explicación, y el círculo reaparecerá. Solamente si él es ineluctable, un círculo como tal es susceptible de ampliaciones sucesivas, comparable en esto a ciertos círculos bien conocidos en ciencia, tales como aquel de la medida del tiempo. Para medir el tiempo es necesario, en efecto, disponer de relojes utilizando movimientos isocrónicos que servirán de patrón, pero la medida de este isocronismo supone en sí misma la de otros movimientos del universo que servirán para cronometrar, etc. Podemos entonces extender sin fin la cadena sin salirnos del círculo, pero cuanto más éste se extienda, más las convergencias observadas permitirán encontrar en esta coherencia creciente la seguridad de que el círculo no es vicioso. Si toda epistemología supone a su vez un círculo, se puede entonces presumir que extendiéndose hasta iluminar el conjunto de disciplinas que sirven de referencia al análisis genético, y este mismo análisis, la extensión de ese círculo será garantía de una coherencia interna más grande que no puede ser el caso para los sistemas filosóficos particulares. Está claro, en efecto, que al plantear el problema de la epistemología sobre el terreno del desarrollo del pensamiento y de las ciencias particulares, el círculo de conocimiento o del sujeto y del objeto es ahora concebido como la estructura fundamental del sistema de las ciencias mismas. Tenemos costumbre, es verdad, de concebir las relaciones de las ciencias entre ellas como caracterizadas por una serie rectilínea: las matemáticas, la física (en su sentido amplio), la biología y las ciencias psico-sociológicas se sucederían así conforme a un principio de jerarquía tal como la famosa serie de complejidad creciente y de generalidad decreciente concebida por Aug. Comte. Solamente se plantean entonces dos preguntas. En primer lugar, ¿sobre qué se fundan las matemáticas? Sobre nada más que ellas mismas, se entiende, o sobre la lógica, que se apoya 17
  • 18. también solo sobre ella misma. Pero si esto puede parecer aquí claro desde un punto de vista, sea metafísico, sea estrechamente axiomático, deja de ser satisfactorio puesto que lo que buscamos son las condiciones que reflejen un conjunto de axiomas de una teoría posible. Tenemos que recurrir entonces necesariamente a las leyes del espíritu humano, lo que significa un llamado explícito (H. Poincaré, L. Brunschvicg, etc.) o implícito a la psicología. En segundo lugar, y al otro extremo de la serie, ¿en qué desembocan las búsquedas de la psicología genética? Precisamente en explicarnos cómo se construyen las intuiciones y las nociones del espacio, del número, del orden, etc., es decir las operaciones lógicas y matemáticas. Desde que dejamos de ubicarnos en un punto de vista normativo o axiomático puro, a serie lineal de conocimientos deviene entonces realidad circular, porque la línea constante, inicialmente derecha, se cierra sobre sí misma lentamente. 18