Empresas que se hunden, militares derrotados, papas que renuncian y gobiernos impotentes: cómo el poder ya no es lo que era. Así reza la portada la portada de este libro “El final del poder”.
2. ¿De quién será el mundo? Vetos, resistencias y filtraciones, o
por qué la geopolítica está sufriendo un vuelco
Moises Naím
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3. ¿De quién será el mundo? Vetos, resistencias y filtraciones, o por qué
la geopolítica está sufriendo un vuelco
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El 28 de marzo de 2012 ocurrió un hecho muy importancia pero que pasó inadvertido. Según los cálculos
del Tesoro australiano, ese día el tamaño combinado de las economías menos desarrolladas superó al de
las economías de los países ricos. Ese día terminó lo que el columnista Peter Hartcher calificó como una
aberración que duró siglo y medio ... [porque] China era la mayor economía del Mundo hasta 1840•.
Después citaba a Ken Courtis, un conocido observador de las economías asiáticas:
«Los chinos ven esto y dicen: "No hemos pasado más que un par de siglos malos. En solo una generación,
el poder mundial se ha trasladado. Con el paso del tiempo, este no será un giro meramente económico
y financiero, sino político, cultural e ideológico"» .
¿En serio? Los comentarios de los lectores a la columna de Hartcher ofrecían una reveladora síntesis de
un debate que está consumiendo a estudiosos y políticos en todas parles: ¿qué países llevarán la voz
cantante en los próximos años? Derek, desde Canberra, escribía: «No creo que tengamos que
preocupamos mucho durante varias décadas más. Sobre el papel, Clrina e India son centros de poder,
pero la mayoría de sus ciudadanos ni siquiera disponen de alcantarillado o electricidad». Barfiller
añadía: «No olvidemos otros aspectos de las "economías emergentes": conflictos fronterizos;
conflictos sobre acceso al agua y otros recursos; patentes y derechos de propiedad intelectual; diferencias
étnicas, religiosas e ideológicas; diversidad cultural; disputas históricas y guerras, etcétera. No será todo
maravilloso para las naciones recién desarrolladas». David, desde Vermont, advertía de que era necesario
tener en cuenta «la distribución de la riqueza dentro de las poblaciones de esos países. La diferencia entre
la "riqueza" del chino medio y sus privilegiados camaradas del partido es, en mi opinión, una brecha
insalvable (como se ve en India)». Caledonia, que escribía desde Sidney, estaba más preocupada: «Bueno,
si la economía de China se hunde, nos encontraremos en la cola del paro y seremos afortunados si
encontramos trabajo limpiando baños. Si China estornuda, Australia se resfriará. Si China se resfría,
Australia acabará con una pulmonía»
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la geopolítica está sufriendo un vuelco
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En estos comentarios están implícitas varias hipótesis fundamentales sobre lo que hace que un país sea
poderoso, lo bastante poderoso como para ser hegemónico, un país con la capacidad de imponer su
voluntad a los demás. Y como demostrará. este capítulo, no solo han cambiado los factores que definen
esa hegemonía, sino que la adquisición y el uso del poder en el sistema internacional también están
sufriendo una profunda transformación.
Durante siglos, la tarea de atender la rivalidad entre naciones y luchar por las tierras, los recursos y la
influencia ha sido el noble oficio de generales y embajadores. En los siglos XIX y XX, los representantes de
las llamadas «grandes potencias» ejercían el poderlo militar y económico de sus respectivos países para
ganar guerras, controlar alianzas, asegurarse rutas comerciales y territorios, y dictar las normas para el
resto del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial empezaron a situarse en la cima de este grupo
unas creaciones aún más impresionantes, las superpotencias. Y a principios del siglo XXI, con la
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Unión Soviética relegada a los libros de historia, no quedaba más que un actor por encima de los demás: la
única superpotencia , el país hegemónico, Estados Unidos. Por primera vez en la historia, dijeron muchos,
la lucha por el poder entre países había producido un solo vencedor claro y quizá definitivo.
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Fijémonos en el testimonio aportado por WikiLeaks, que sacó a la luz más de doscientos cincuenta mil
cables diplomáticos estadounidenses que, como dijo el líder de la organización, Julian Assange, «muestran
el alcance del espionaje ejercido por Estados Unidos sobre sus aliados y Naciones Unidas, su indiferencia
ante la corrupción y las violaciones de los derechos humanos en los "estados satélite", los acuerdos
secretos con países supuestamente neutrales, la labor de presión en favor de empresas norteamericanas,
y las medidas que toman los diplomáticos estadounidenses para favorecer a quienes tienen
acceso a ellos».
La reacción de analistas experimentados como Jessica Matthews, presidenta del Camegie Endowment de
Washington, es que nada de esto es sorprendente: «Eso es precisamente lo que ha sido siempre la
hegemonía. Así, es como se comportan las naciones dominantes», comentó irónicamente.
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la geopolítica está sufriendo un vuelco
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En efecto, lo que muestran muchos de estos
cables no es a una superpotencia clásica
imponiendo su voluntad a países menos
poderosos, sino que en muchos casos revelan las
frustraciones de sus funcionarios ante la
imposibilidad de hacer que estos otros países
«menos poderoso&» se plieguen a los designios
de Washington. Los cables muestran a un país
hegemónico que tiene dificultades para
c011SCguir cosas, frustrado por las burocracias,
los
políticos
,las
organizaciones
no
gubernamentales y hasta los ciudadanos de
otros países. Si ahondamos en los cables de
cualquier, veremos:
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la geopolítica está sufriendo un vuelco
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A Estados Unidos debatiendo las pocas opciones que le
quedan en vista del rechazo del Parlamento Europeo a
sendas medidas para seguir la pista de la financiación del
terrorismo y proporcionar los nombres de los pasajeros
de las líneas aéreas.
A la Duma, el Parlamento ruso, impidiendo el
procesamiento de los pagos de las empresas de tarjetas
de crédito estadounidenses a no ser que se incorporen a
un sistema nacional de tarjetas de pago que reduce
considerablemente sus ingresos.
Una prolongada batalla para lograr que el gobierno de
Turkmenistán restablezca los derechos de aterrizaje de
los aviones militares de Estados Unidos.
La frustración por la negativa del gobierno de Kazajistán
a conceder exenciones fiscales locales sobre el material y
el personal necesarios para proteger el combustible
nuclear gastado, una tarea estratégica fundamental.
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la geopolítica está sufriendo un vuelco
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Incluso los países teóricamente en deuda con Estados Unidos suelen ser poco obedientes. Egipto,
receptor de miles de millones de dólares en ayuda militar y económica, encarcela a miembros conocidos
de organizaciones no gubernamentales estadounidenses. Pakistán ofrece refugio a terroristas talibanes y
de Al-Qaeda, incluido Osama bin Laden. Israel rechaza las peticiones estadounidenses de que no
construya asentamientos en los territorios disputados. Afganistán, una enorme porción de cuyo
presupuesto depende de la ayuda de Estados Unidos y sus aliados, rompe con los norteamericanos por
la conducción de la guerra en su suelo. Y a Washington le preocupa la posibilidad de que, pese a sus
enérgicas advertencias, Israel bombardee de forma unilateral las instalaciones nucleares de Irán. Y esta
es solo una muestra parcial.
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Como me elijo el ex-consejero de Seguridad Nacional norteamericano Zbigniew Brzezinski, el
mundo ha entrado en una «era post-hegemónica» en la que «ninguna nación tiene la capacidad de
imponer su voluntad a las demás de forma permanente ni sustancial».
Lo que le ha pasado a la hegemonía de Estados Unidos es objeto de debates interminables. La
opinión tradicional ha variado enormemente como consecuencia de un acontecimiento inesperado
detrás de otro. Al principio, el repentino final de la Guerra Fría y la victoria ideológica que
representó, junto con el crecimiento económico de Estados Unidos y el auge de las comunicaciones
y la tecnología en los años noventa, parecían anunciar un mundo unipolar, en el que Estados
Unidos, la superpotencia victoriosa, podría frustrar las ambiciones hegemónicas de todos los demás
posibles rivales. Pero los atentados del 11-S, el unilateralismo del gobierno de Bush, la crisis
económica de 2008, la paralizante polarización política y el crecimiento constante de China
alteraron el panorama.
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qué la geopolítica está sufriendo un vuelco
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Como consecuencia, la visión sobre el declive del poder
norteamericano cobró fuerza. Los recordatorios de que, a lo largo
de la historia, los imperios siempre han llegado a su fin, se
recogieron en títulos de libros como el de Cullen Murphy Are We
Rome?, publicado en 2007 .
La impensable elección de Barack Obama hizo replantearse
también este argumento. De repente, Estados Unidos vio
renovado su prestigio moral en el mundo y, con él, el «poder
blando» de atracción que unos años antes parecía estar
desvaneciéndose. Pero ahora los beneficios
residuales del atractivo mundial de Obama parecen haberse
esfumado por la crisis financiera del país, los graves y duraderos
desequilibrios fiscales y los desgastantes compromisos en Irak y
Afganistán. En su discurso sobre el estado de la Unión en 2012,
Obama dijo, en tono defensivo, que «cualquiera que diga que
Estados Unidos está en decadencia ... no sabe de qué está
hablando»-. El debate sobre el estatus mundial del país continua,
impulsado tanto por los últimos titulares o datos económicos
como por las eruditas teorías sobre las relaciones internacionales
o las comparaciones históricas con el orden mundial de siglos
pasados.
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No obstante, si el poder norteamericano parece tambalearse, lo mismo les
está pasando a sus rivales. Al otro lado del Atlántico, la Unión Europea -un
ambicioso proyecto que muchos creían que sería la potencia capaz de
plantar cara a Estados Unidos- está atascada en una crisis económica
devastadora, entorpecida por un gobierno colectivo ineficaz y agobiada por
una población envejecida y la masiva llegada de inmigrantes que el
continente no sabe cómo absorber. Rusia, el viejo rival y heredero de los
recursos y medios militares de la Unión Soviética, es otra sociedad vieja, un
petroestado autoritario que intenta contener el descontento popular en
ebullición. Dos décadas de capitalismo clientelar poscomunista, torpe
intervención del Estado y delincuencia transnacional han transformado ese
enorme país en un animal renqueante y complicado que todavía posee un
arsenal nuclear, pero que no es más que una sombra de la superpotencia
que lo precedió.
Como ya hemos visto, quienes buscan indicios de una nueva gran potencia
en ascenso lo tienen fácil: existe una gran vitalidad en Oriente.
Según el Global Language Monitor, que sigue la pista de los principales
medios de comunicación del mundo, «el ascenso de China» es el tema
noticioso más leído del siglo XXI .
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por qué la geopolítica está sufriendo un vuelco
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La economía china floreció durante la recesión mundial. Sus
capacidades militares y su peso diplomático se expanden sin
cesar. Desde mediados de los años noventa, las economías
asiáticas han crecido al doble de velocidad que las de Estados
Unidos y Europa. Pensando en el futuro, lo único en lo que no
están de acuerdo los expertos es en cuánto tardaran las
economías occidentales en quedarse atrás. Una previsión
calcula que ya en 2020 la economía de Asia será mayor que las
de Estados Unidos y Europa juntas. Otra predicción considera
que China, por sí sola, superará con mucho a Estados Unidos
de aquí a 2050; con los ajustes necesarios de poder
adquisitivo, la economía de China, a mediados de siglo, será
casi el doble que la de Estados Unidos, la de India la seguirá
de cerca y la Unión Europea
ocupará el tercer puesto.8 En Washington, estas previsiones
suelen ir acompañadas de inquietud y alarma; en Pekín, están
repletas de triunfalismo. Y, como hemos visto, los australianos
están interesados en este debate como el que más, y con las
opiniones igualmente divididas. Hay muchos expertos
convencidos de que China sufrirá un accidente económico que
retardará su ascenso al pináculo de las naciones.
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Detrás de China van otros contendientes con posibilidades. En India, el rápido crecimiento, su aceptación
más o menos indiscutible en el club del armamento nuclear y su boom tecnológico y de la externalización,
han alimentado las aspiraciones a ser una gran potencia. Brasil, un país de gran tamaño con una política
exterior activista y que es ya, después de haber desplazado al Reino Unido, la sexta economía del mundo,
ha elevado también su perfil internacional, y cierra el grupo de potencias emergentes de los llamados
BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Cada uno de estos países reivindica un papel influyente
regional, como ancla, moderador, movilizador y a veces acosador de otros países más pequeños a su
alrededor. Además, todos ellos se han enfrentado a las prerrogativas de la potencia hegemónica e incluso
las han invadido, ya sea en sus tratos bilaterales con Estados Unidos o en Naciones Unidas y muchos otros
foros multilaterales. ¿Representa el ascenso de estos estados una amenaza para la estabilidad del orden
mundial y es necesario que Estados Unidos la detenga y la impida?
¿Acaso lo único que pretenden los BRICS es sacar el máximo provecho de las ventajas derivadas de la
Pax Americana, sin que les interese derribarla ¿O es una dinámica imparable el que cuando una
nación crece económicamente también crecen sus ambiciones hegemónicas y su necesidad de reducir la
influencia de los otros países poderosos?
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¿Y qué ocurre si todos o algunos BRICS están
disfrutando de un éxito económico y prestigio
internacional que resultan ser transitorios y
deberán afrontar los debilitantes problemas que
supone ser países pobres, llenos de
desequilibrios políticos, económicos, sociales o
ecológicos?
De hecho, tras
su
veloz
crecimiento, las economías de los BRICS y
otras superestrellas
de
los
mercados
emergentes
están
empezando
a
desacelerarse, una realidad capaz de fomentar
el descontento político que siempre bulle en las
sociedades en plena transformación. Cada una de
estas opiniones tiene sus partidarios, que ofrecen
recetas sobre lo que deben hacer sus respectivos
países para promover sus intereses y tal vez
contribuir a proteger la paz mundial
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por qué la geopolítica está sufriendo un vuelco
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Más adelante examinaremos por qué la cuestión de la hegemonía absorbe tanto a los pensadores
militares y de política exterior, y por qué los flujos de poder entre las grandes naciones del mundo
tienen connotaciones para todos, mucho más allá del interés superficial en quién posee el mayor PIB, el
ejército más grande o el mayor número de medallas de oro en los Juegos Olímpicos. Este capítulo trata
de una historia fundamental que, con demasiada frecuencia, pasan por alto quienes debaten o
influencian el rumbo de los destinos nacionales. Ningún país, ni de los que están en la cima ni de los que
intentan llegar a ella, ni tampoco de los que parecen atrapados en el fondo, es inmune a los efectos de
las revoluciones del más, de la movilidad y de la mentalidad ni a la degradación del poder que las
acompaña. El asombroso crecimiento de la producción y la población, así como la movilidad sin
precedentes de bienes, ideas y personas, con la consiguiente explosión de las aspiraciones populares,
están erosionando las barreras a la proyección de poder, y esto ocurre con todos los países,
independientemente de su tamaño, su nivel de desarrollo económico, su sistema político o su poder
militar.
A medida que dichas barreras caen, borran la distinción entre las naciones más fuertes, capaces de
proyectar su poder más allá de sus fronteras, y las antiguas colonias, los estados clientelares y otros
países marginales que las grandes potencias antes podían gobernar o, simplemente, ignorar.
Mientras que en el pasado los caros y sofisticados sistemas de inteligencia dotaban a unos cuantos
países de ventajas únicas en el ámbito de la información y la inteligencia, ahora la revolución de la
información, internet, el ciberespionaje, Big Data y tecnologías de escucha e interceptación ya sean
sofisticadas o muy asequible, permiten a muchos países tener sus propias ventajas para
competir internacionalmente.
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Si antes los presupuestos multimillonarios de ayuda a otros gobiernos eran factores de buena voluntad y
creaban regímenes leales en la esfera de influencia de una gran potencia, hoy las fuentes de ayuda
exterior se han multiplicado, desde pequeños países que tienen una contribución superior a la que les
correspondería, hasta fundaciones cuyos fondos empequeñecen los PIB de otros países. En otros
tiempos, Hollywood y el Comintern ejercían un fuerte magnetismo cultural, pero ahora también los
filmes de Bollywood y las telenovelas colombianas seducen y atraen.
La capacidad cada vez mayor de los pequeños países -o de países grandes pero todavía muy
pobres, como India, México o Indonesia- para resistir los designios de las grandes potencias forma parte
de una profunda transformación en un sistema de naciones que ahora incluye más protagonistas con la
capacidad de moldear una situación -ejercer el poder- que antes. Y los nuevos actores capaces de
moldear una situación internacional ya no son solo las naciones
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Organizaciones como Al-Qaeda, la Fundación
Gates o Médicos sin Fronteras también moldean
situaciones
internacionales
sin
estar
necesariamente al servicio de los intereses de
gobierno alguno.
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Los
terroristas,
insurgentes,
organizaciones
no
gubernamentales, asociaciones de inmigrantes, filántropos,
empresas privadas, inversores y financieros, empresas de
medios de comunicación y las nuevas iglesias globales no han
dejado obsoletos a los ejércitos y embajadores, pero sí limitan
lo que ejércitos y embajadores pueden hacer e influyen en la
agenda internacional a través de nuevos cauces y vehículos.
Un ejemplo es Kony 2012, un vídeo creado por un director de
cine y activista religioso llamado Jason Russell que insta a la
captura del criminal de guerra e imputado Joseph Kony. Pocas
semanas después de su aparición en YouTube (no se emitió
en ninguna cadena de televisión establecida), tenía ya
decenas de millones de espectadores, además de donaciones,
el respaldo de famosos y llamadas a la acción, por no hablar
de los gritos indignados de algunos ugandeses por la imagen
de su país que ofrece la película.
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Por supuesto, las ventas de armas, los programas nacionales de ayuda y la amenaza de invasión o sanciones
comerciales siguen pesando más en las relaciones internacionales. Y claro que no todos los pequeños países
han logrado aprovechar los nuevos métodos de proyectar el poder, pero es abrumadora la evidencia de que
dichas naciones que antes no tenían mayor peso geopolítico tienen ahora más influencia en los foros
mundiales. Las grandes potencias ya no pueden decidir solo entre sí y de manera unilateral los grandes temas
que afectan a toda una región o al planeta. La conversación es ahora, por necesidad, entre muchos más
actores.
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¿PARA QUÉ SIRVE UNA POTENCIA HEGEMÓNICA?
Cada vez que la política mundial atraviesa un período de grandes cambios, asoman su desagradable
cabeza los espectros del conflicto armado y la anarquía. De hecho, cuando se altera el orden de
importancia, la jerarquía, entre las grandes potencias, lo que está en juego no solo es el prestigio de esos
países y su influencia relativa, sino la estabilidad misma de todo el sistema internacional.
Cuando los estados tratan de promover sus intereses nacionales, es inevitable que esos intereses choquen
con los de otros países. La colisión puede producirse por el territorio, los recursos naturales, el acceso al
agua, las rutas de navegación, las normas que rigen los movimientos de las personas, la acogida de grupos
hostiles o muchos otros temas controvertidos. Y ese choque de intereses suele desembocar en guerras
fronterizas, guerras indirectas, disputas territoriales, rebeliones, siniestras actividades de espionaje,
intervenciones humanitarias, infracciones cometidas por estados renegados y asaltos al poder de todo
tipo. La historia ofrece tristes y variados ejemplos de lo que sucede cuando los poderes regionales no son
capaces de prevenir o contener tales conflictos. Durante siglos, desde la guerra de los Treinta Años,
pasando por las guerras napoleónicas, hasta las dos guerras mundiales, el alcance y la dimensión de los
conflictos bélicos han experimentado una progresión sangrienta y desalentadora.
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Desde 1945 ha habido numerosos conflictos
regionales
que
han causado enorme
destrucción pero que no han degenerado en una
guerra mundial. ¿Cuál es la razón de esta paz tan
general, prolongada y sin precedentes? Un
factor importante es la hegemonía. Durante
sesenta años, los países no tuvieron dudas sobre
sus respectivas posiciones en la jerarquía de
naciones ni, por tanto, sobre los límites que no
podían cruzar. En el sistema bipolar de la Guerra
Fría, la mayor parte del mundo estaba con mayor
o menor firmeza en la esfera de influencia de
Estados Unidos o de la Unión Soviética, y los
demás países eran conscientes de que no les
convenía, ni podían, cuestionar este marco
general. Y cuando terminó la Guerra Fría, un
país, Estados Unidos, estaba muy por encima de
los demás en poderío militar y económico, así
como en influencia cultural.
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La teoría de la estabilidad hegemónica, desarrollada en los años setenta por el catedrático del MIT Cha.les
Kindleberger, constituye la base más o menos explicita de gran parte del debate actual. Su tesis central
es que una potencia dominante que tenga la capacidad y el interés de garantizar el orden mundial es el
mejor antídoto contra un caro y peligroso caos internacional. Si no hay una potencia hegemónica, dice
esta teoría, la única forma de asegurar la paz y la estabilidad es la adopción de un sistema de reglas:
normas, leyes e instituciones que todos los países se comprometan a obedecer a cambio de los beneficios
de esa paz y esa estabilidad. Ni que decir tiene que esta es una alternativa complicada, por !Dlly digna que
sea, y que la hegemonía suele obtener resultados de manera menos amable, pero también más eficaz.
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Al descnllir el mundo en el período de entreguerras, Kindleberger alegaba que las turbulencias
económicas y políticas de la época -la caída del patrón oro, la Gran Depresión, la inestabilidad en Europa y
el ascenso de la amenaza fascista- eran un síntoma de severas fallas en el ejercicio de la hegemonía. La
voluntad y capacidad del Reino Unido de desplegar las fuerzas y el dinero necesarios para mantener la
supremacía estaban disminuyendo. El único candidato creíble para asumir ese papel, Estados Unidos,
estaba encerrado en una postura aislacionista. La ausencia de un país hegemónico y estabilizador -con
la capacidad y la voluntad política de emplear su poder para preservar el orden- contribuyó a
propagar la depresión y, al final, condujo a la Segunda Guerra Mundial.
Los historiadores han utilizado una gran variedad de indicadores para medir el poder de un país: la
población, la producción económica, el gasto militar, la capacidad industrial, etcétera. Estos datos les
permiten identificar momentos en los que la hegemonía de un país -en definitiva, la brecha entre ese país
y todos los demás- ha estado más clara. Gran Bretaña en la decada de 1860 y Estados Unidos
inmediatamente desde la Segunda Guerra Mundial, de 1945 a 1955, son dos casos que «reflejan las
mayores concentracioncs de poder en el Hacer del sistema de naciones», según el investigador William
Wohlforth, quien ha analizado estos datos en profundidad. Pero esos dos ejemplos no son nada
comparados con el caso de Estados Unidos al acabar la Guerra Fría.
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«Estados Unidos es el primer Estado en la historia
internacional contemporánea que tiene una
preponderancia decisiva en todos los aspectos
básicos del poder: económico, militar, técnico y
geopolítico», escribió Wohlforth en 1999. Su tesis
era -una opinión compartida por muchos aires
analistas- que la reafirmación de Estados Unidos
como potencia abrumadoramente dominante y
sin ningún competidor con posibilidades en los
distintos ámbitos de la rivalidad internacional
había creado un mundo unipolar. Era una
configuración totalmente nueva en la historia
mundial, con los ingredientes para proporcionar
paz y estabilidad al mundo y, además, para
perdurar.
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Este texto es la transcripción del capitulo, del libro “El final del Poder”: ¿De quién será el mundo?
Vetos, resistencias y filtraciones, o por qué la geopolítica está sufriendo un vuelco, de Moisés Anain, impreso
en Editorial Debate
Pontevedra, 24 de noviembre de 2013
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