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HERBERT MARCUSE


LA DEMOCRACIA BURGUESA
EN EL CAPITALISMO TARDÍO
Y LA ESTRATEGIA POLÍTICA
     DE LA IZQUIERDA
          (1972)




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             1
Herbert Marcuse
LA DEMOCRACIA BURGUESA EN EL CAPITALISMO
   TARDÍO Y LA ESTRATEGIA POLÍTICA DE LA
                          *
                IZQUIERDA




Las elecciones en Estados Unidos de 1972 han demostrado,
una vez más y con más claridad que antes, el rostro histórico
de la democracia burguesa: su transformación de sociedad
dinámica en estática, de liberal-progresista en conservadora.
La democracia se ha convertido en el más poderoso obstáculo
para el cambio —excepto para el cambio a lo peor—. En el
camino desde el laissez faire al monopolio y el capitalismo de
Estado, la democracia burguesa en su forma presente señala el
punto en el que sólo parecen posibles dos alternativas: neofas-
cismo a escala global o transición al socialismo. La primera es
la más plausible; no aboliría, sino que sólo intensificaría el
sistema establecido y le daría otro aliento lo suficientemente
amplio como para ocasionar casi una destrucción irremedia-
ble.
El desarrollo regresivo de la democracia burguesa, su auto-
transformación en Estado policial y de bienestar debe ser dis-
cutida dentro de la estructura de la política global de Estados
Unidos. En suma, la política gobernada por el mito de la
conspiración comunista internacional (la Guerra Fría) llegó a
su fin en 1972; la visita de Nixon a Pekín y Moscú marcó el
giro (¿coincidiendo con el nuevo giro en la política de las su-

*
    Fuente: Metapolitica VOL. 4- Num. 16.


                                    2
perpotencias comunistas? Esto fue sugerido por Nixon en U.S.
News and Reports, junio de 1972). Estas visitas fueron segui-
das por una vasta reorganización que abrió la URSS (y con un
alcance mucho menos visible, China) a las finanzas y corpo-
raciones de Estados Unidos. La reorganización política concu-
rrente fue indicada por la sorprendentemente débil protesta
comunista contra la saturación genocida de bombardeos en
Vietnam.
Al mismo tiempo, avanza el agresivo incremento militar y
político de la máquina militar de Estados Unidos y la or-
ganización fascista del “Mundo Libre” (Filipinas, Puerto Ri-
co).
Pero, ¿contra quién es esta fantástica movilización de poder
mundial? Una guerra global entre las superpotencias capi-
talista y comunista (que destruiría a ambas) queda excluida
por el mero interés en la propia supervivencia de los re-
gímenes establecidos en ambos lados y por su potencial “su-
permortal”. Los beneficios derivados del continuo incremento
inflacionario de la industria de defensa en los países capitalis-
tas y la respuesta competitiva en los países comunistas no
parece justificación suficiente a la vista de los costes del Esta-
do bélico para el resto de la economía nacional.
La respuesta sugerida por la actual utilización de esta máquina
de guerra es: la “seguridad nacional” de Estados Unidos; ésta
se halla amenazada por los movimientos de liberación nacio-
nal en todo el mundo. La respuesta exige cualificaciones fuer-
tes:
1. La independencia nacional de los antiguos países coloniales
no es per se una barrera al imperialismo, y el neocolonialismo
es todavía colonialismo. Tampoco es la independencia nacio-
nal incompatible con la dependencia del capital extranjero (el

                                3
caso de la mayoría de los países latinoamericanos, países ára-
bes, Burma, Tailandia, etcétera) —podría incluso ser más lu-
crativo que un “colonialismo directo”—.
2. Los movimientos de liberación nacional no pueden sostener
el uso completo del poder militar estadounidense (incluyendo
armas atómicas “locales”) en cualquier espacio de tiempo.
¡Vietnam no es una excepción! Nixon estaba probablemente
en lo cierto cuando declaraba que “podríamos salir de Viet-
nam del Norte en una tarde”. Y la tendencia de la política co-
munista sugiere que semejante destino de Vietnam no provo-
caría un conflicto militar con el único poder comunista que
podría contrarrestar a Estados Unidos.
Sin embargo, los movimientos de liberación nacional consti-
tuyen una amenaza al sistema capitalista en su conjunto por
dos razones (interrelacionadas):
a) En la medida en que la “teoría del dominó” es cierta. Victo-
riosa en un país extranjero, la revolución podría tener un efec-
to de bola de nieve en la subversión de los regímenes satélites
en otros países —¡una difusión que debe ser completamente
tomada en serio!—. Esta es la amenaza al “espacio vital” del
capitalismo avanzado; no controlar simplemente las materias
primas vitales, trabajo barato, etcétera, sino también el espa-
cio, la gente y el tiempo. En sentido estricto, la economía del
Estado capitalista monopolístico es una economía política.
Las agudas necesidades económicas están “sobrecargadas”
por la necesidad de largo alcance de prevenir el crecimiento
del potencial comunista —no sólo el poder soviético o chino,
sino también la revolución popular indígena en la Europa del
Este y en el Tercer Mundo, una revolución que podría hacer
real la autodeterminación y rechazar cualquier condición de
satélite—.


                               4
b) Esta prospectiva histórico-mundial es el espectro que arroja
la metrópoli capitalista donde la insalubridad del sistema es-
tablecido empieza a afectar la conducta “normal” requerida
para el funcionamiento continuado y ampliado del capitalismo
—la conducta en el trabajo tanto como en el ocio—.
El sistema reacciona efectivamente. La democracia burguesa
se está dotando a sí misma de una base popular ampliada que
soporta la liquidación de los restos del período liberal, el apar-
tamiento del gobierno del control popular y permite perseguir
la política imperialista. El shiboleth de la democracia: gobier-
no del pueblo para el pueblo (autogobierno) asume ahora la
forma de una identificación a larga escala del pueblo con sus
gobernantes, caricatura de la soberanía popular. Rousseau
cabeza abajo; la voluntad general está incorporada al gobier-
no, mejor, a la rama ejecutiva del gobierno. El disentimiento y
la oposición son libres en la medida en que son manipulables.
Esta identificación, ella misma una consecución del capita-
lismo monopolístico de Estado en su estado más avanzado
(Estados Unidos), opera en una dimensión profunda que sos-
tiene el poder del sistema en los individuos: la democracia
burguesa ha encontrado una fundación instintiva del mismo
tipo para su desarrollo regresivo y destructivo. Las secciones
que siguen discutirán brevemente esta dinámica.
El capitalismo avanzado está caracterizado por una extensión
cuantitativa y cualitativa de su clase trabajadora. El denomi-
nador común sigue siendo la dependencia del capital, la apro-
piación capitalista del tiempo impagado de trabajo, la separa-
ción del control sobre los medios de producción. Con la con-
centración monopolística del poder económico y la extracción
extendida del valor añadido al trabajo intelectual e “impro-
ductivo” (en el sentido del término de Adam Smith) extensos


                                5
estratos de las clases medias se convierten en clase trabajado-
ra —sin ser radicalizados ni “proletarizados”—. Sólo en esta
nueva forma histórica es la clase trabajadora la mayoría de la
población, sólo en esta forma culmina la polarización capita-
lista de la sociedad en capital y trabajo, gobernantes y gober-
nados. Y, al mismo tiempo, la enorme población dependiente,
la clase dominada, provee la base popular de la democracia
burguesa —reproduciendo esta democracia en su estructura
representativa—.


¿Bonapartismo?
Tal vez, pero sin Bonaparte, sin el real o pretendido dictador
carismático. En cualquier caso, el análisis está contrastado
con cambios estructurales que militan contra la congelación
de sus conceptos en estadios previos del desarrollo. La demo-
cracia burguesa retiene la estructura de clase capitalista; al
mismo tiempo, la clase dominada, la población subyacente en
el sentido amplio, se convierte en sujeto-objeto de la política,
de la democracia: el pueblo, “libre” en el sentido y dentro de
los límites del capitalismo y en esta libertad reproduciendo su
servidumbre.
Esta dialéctica está claramente reflejada en la terminología
política de la izquierda. Con la excepción de ciertos grupos
sectarios: el énfasis, en teoría y práctica, cambia de la (tradi-
cional) clase obrera al “pueblo”: “el poder para el pueblo”.
Pero, ¿quién es el pueblo? En el argot oficial, especialmente
el legal, el pueblo es la suma total de los ciudadanos america-
nos (incluidos los gobernantes), considerado como represen-
tado en y por instituciones específicas y organizaciones (en
este sentido, “el pueblo contra X”). Este no es ciertamente el


                                6
sentido del “poder para el pueblo”. Tampoco es, como el es-
logan, el pueblo coextensivo con la “clase obrera” en el senti-
do restringido; incluye amas de casa, minorías raciales y na-
cionales, empleados, desempleados, en suma, prácticamente
toda la población sometida.
El concepto contiene así todos estos elementos: el pueblo po-
bre (le peuple), los súbditos del príncipe (gobierno mo-
nárquico o republicano), ciudadanos investidos de derechos
constitucionales y libertades que participan en o son el go-
bierno. De hecho, el concepto parece no tener contrario, por-
que incluso los miembros de la clase gobernante pagan im-
puestos, votan —sometidos al gobierno de la ley—.
Y precisamente este concepto amorfo refleja la realidad: las
masas amorfas que hoy forman la base de la democracia ame-
ricana —anuncio de sus tendencias conservador - reacciona-
rias, incluso neofascistas—. Primero los hechos que indican la
base popular de la democracia en Estados Unidos, las raíces
de su fuerza como aparecieron en las elecciones de 1972 —
sólo el clímax de una tendencia de largo alcance—.
En las elecciones libres con sufragio universal, el pueblo ha
elegido (¡no por primera vez!) un gobierno belicista, im-
plicado por largos años en una guerra que no es sino una serie
de crímenes sin precedente en la Humanidad —un gobierno
de representantes de grandes corporaciones (¡y gran trabajo!),
un gobierno incapaz (y sin voluntad) de detener la inflación y
eliminar el desempleo, un gobierno que recorta el bienestar y
la educación, un gobierno empapado de corrupción, propulsa-
do por un Congreso que se ha reducido a sí mismo a una
máquina de decir sí (después de algunas críticas no muy se-
rias)—. Y este gobierno fue elegido por un considerable voto
obrero del pueblo, rechazando a un candidato que era sin gran


                               7
esfuerzo de la imaginación un radical, un anticapitalista; que
era miembro del establishment, pero que ofreció una oportu-
nidad razonable para acabar con los crímenes de guerra y mi-
tigar algunas desigualdades e injusticias que clamaban al cie-
lo. En otras palabras, el pueblo estaba dispuesto (nadie lo for-
zó) a “adquirir” inflación y desempleo, crímenes de guerra y
corrupción, un ampliamente inadecuado servicio de salud, la
continua carrera diaria por la existencia —¿por qué?—.
La respuesta se ofrece por sí sola fácilmente: el GNP está su-
biendo, los beneficios progresan todavía; uno se gana la vida
mucho mejor que antes, puede viajar, divertirse. Y después de
todo, si la alternativa es el socialismo, y si el socialismo es lo
que existe en la URSS y sus satélites (¿y qué otra cosa hay allí
sino las nociones irreales de unos intelectuales?), el capitalis-
mo es con mucho preferible. Es más, el pueblo está manipula-
do, con el cerebro lavado; los media, prácticamente su única
fuente de información, reflejan y expresan los intereses del
gobierno y sus políticas —o más bien los del establishment
capitalista, lo que no excluye cierta crítica dentro de unos
límites—. Y la educación, si es que alcanza, es cada vez más
funcional: orientada a los trabajos que deben tenerse y deben
hacerse: servicio recompensado por el establishment.
La respuesta tiene bastante sentido, pero no nos dice toda la
historia. El nivel más alto de vida se compra al precio de mu-
cha miseria, frustración y resentimiento; la locura del gasto,
de la actividad inhumana en la cadena de montaje y la pérdida
de la vida y los miembros en un constante sacrificio es dema-
siado obvia para ser reprimida con eficacia. Y la sumisión a la
siniestra concentración de poder en el gobierno exige explica-
ciones precisamente a la vista del hecho de que ocurrió de una
manera democrática, con derechos civiles y libertades institu-


                                8
cionalizadas por la mayoría de la población.
Así, es erróneo decir que el pueblo no tiene la culpa, que no
tiene poder para cambiar las cosas con sólo quererlo. Con toda
seguridad, el pueblo ha querido desde hace mucho que la in-
troyección continúe determinando eficazmente su mente y
conducta a la vista de su crueldad evidente y su obsolescencia.


¡El pueblo puede hacer algo!
Por ejemplo, puede votar contra la administración belicista,
puede salir en masa a protestar y manifestar su voluntad como
soberano. Es libre para conseguir información no conformista,
no manipulada ni censurada (la así llamada prensa under-
ground que no es del todo underground; incluso algunos in-
formes en los mejores periódicos y en televisión, medios sos-
tenidos por sus fuentes, etcétera), pero parece que no quiere,
que no tiene el deseo real, la necesidad real de leer o ver u oír
algo que contradiga la verdad o falsedad aceptada.
Así la gente vota libremente a sus gobernantes, incluso si no
fuera la cuestión de conservar o conseguir trabajo —se identi-
fica con sus gobernantes—. Y así forma una mayoría comple-
tamente conservadora que se perpetúa a sí misma en, y a
través de, los procesos electorales, que perpetúa la clase go-
bernante y su administración y que frustra la oposición.
Aquí está el círculo vicioso de la democracia burguesa hoy:
desde que no domina la situación revolucionaria que podría
generar una praxis revolucionaria, la izquierda radical debe
combinar y re-forzar su estrategia extraparlamentaria con una
oposición parlamentaria. Pero un gobierno diferente puede ser
elegido so-lamente por una mayoría popular, y ésta es una
mayoría conservadora. En otras palabras, en el mejor de los


                               9
casos sólo un representante del establishment (aunque tal vez
con una mayor inclinación liberal) podría tener la posibilidad
de ser elegido —un mal menor (que podría incluso estabilizar
más al establishment)—.
El espectáculo en la reelección de Nixon se presenta como el
epitome de pesadilla del período en el que ha tenido lugar la
transformación de la democracia burguesa en neofascismo —
el estado más elevado (¡hasta ahora!) del capitalismo mono-
polístico de Estado—.
La identificación del pueblo con el sistema encuentra su ex-
presión más llamativa entre la clase trabajadora (más baja).
Los trabajadores votaron ampliamente a Nixon, la discrimina-
ción racial, la carga continua de material de guerra durante
una huelga, el odio contra los “radicales” que resulta en pali-
zas brutales de manifestantes, el boicot a los barcos de países
donde trabajadores organizados rechazaron realizar el embar-
co de bombas americanas contra Vietnam —sería desastroso
para la izquierda minimizar estas acciones como aberraciones
no representativas, en lugar de atribuirlas al poder de la buro-
cracia de la unión—. Son más bien el tributo del trabajador a
las fuerzas sociales que unen al pueblo más allá de los conflic-
tos sociales persistentes de maneras nuevas al sistema estable-
cido.
De maneras nuevas, porque el juego entre producción y des-
trucción, libertad y represión, poder y sumisión (es decir, la
unión de los opuestos que permea la sociedad capitalista ente-
ra hoy día) ha creado, con la ayuda de los medios tecnológi-
cos que no tenía previamente a su disposición, entre la pobla-
ción sometida una estructura mental que responde y refleja las
exigencias del sistema. En esta estructura mental están las
raíces individuales profundas e instintivas de la identificación


                              10
de la mayoría conformista con la brutalidad y la agresión ins-
titucionalizada. Una afinidad instintiva, sí, libidinosa une, más
allá de toda justificación racional, los súbditos a los gobernan-
tes.
La estructura mental incluye aquí el carácter sadomasoquista.
Erich Fromm, siguiendo a Freud, ha desarrollado este concep-
to en términos psicosociales (Estudios sobre la autoridad y la
familia, ed. Max Horkheimer, París, Alean, 1936, pp. 77-136.
Véase también, E. Fromm, Escape from Freedom, Nueva
York, Rinehart and Co., 1941).
Dentro de la concepción del materialismo dialéctico tratamos
aquí con una de las “mediaciones” entre infra y superestructu-
ra, uno de los modos por los que la estructura social se repro-
duce en los individuos. Una afinidad prevalece entre fascismo
y el carácter sadomasoquista (véase T.W. Adorno, Else-
Frenkel-Brunswik y otros, La personalidad autoritaria, Nue-
va York, Harper and Brothers, 1950, y los escritos de Wil-
helm Reich sobre la psicología de masas del fascismo).
Ciertamente, la identificación instintiva es siempre primaria-
mente con personas, no con instituciones, políticas o un sis-
tema social. En este énfasis sobre la “imagen” sensual, sobre
el sex appeal del líder político, el sistema americano ha domi-
nado de una manera terriblemente eficiente la dimensión pro-
funda más allá de la dimensión política. Los asuntos reales
retroceden ante la afirmación instintiva de la imagen; el pue-
blo se encuentra a sí mismo en sus líderes. No es de admirar
entonces que no importe lo que hacen los líderes en Vietnam,
qué atrocidades sin precedentes se cometen bajo su régimen;
no importa mucho si mienten o dicen la verdad, lo que prome-
ten y si mantienen sus promesas; corrupción y engaño en el
nivel más augusto no causan muchos problemas. Todo esto es


                               11
sólo la ampliación de lo que ocurre diariamente, lo que es
connatural a esta sociedad; si los políticos escapan impune-
mente de ello sólo prueban su superioridad competitiva. Los
crímenes de la administración son de hecho crímenes sólo
para un punto de vista moral “externo” —visto de otro modo
son exigencias de la seguridad nacional, empresas libres, au-
topreservación, etcétera—.
Puede ser digno de nota el que los rasgos de la “imagen” pa-
recen cambiar en línea con el progresivo desagrado que causa
el sistema, con la brutalidad de sus resultados, con la sustitu-
ción de la hipocresía por mentiras abiertas y engaños.
El presidente, de acuerdo con esto, como el jefe de esta corpo-
ración gigante en la que la nación está organizada, puede aho-
ra ser extremadamente feo, sin encanto ni sex appeal, pero
pleno de superioridad y moralidad en los negocios.
Ciertamente, el capitalismo siempre ha sido brutal y feo, cri-
minal, pero la presencia de una oposición fuerte y activa re-
forzó una cierta restricción (ideológica) en el advenimiento de
los auténticos métodos y metas capitalistas. Es esta restricción
ideológica (en sí todavía una forma de moralidad) la que ha
sido abandonada ahora.
En el abandono de las restricciones civilizadas sobre el poder
destructivo, en el liberar al gobierno del bien y el mal, en la
sumisión y “comprensión” de un pueblo libre, funcionan im-
pulsos instintivos que amenazan con asumir una fuerza explo-
siva. Constituyen un gigantesco síndrome de sadomasoquis-
mo. Casi un sadismo en estado puro reina en las masacres
americanas en Vietnam, en la dictadura de Saigón, pero tam-
bién en los crímenes que permean la metrópoli, en la policía,
en las prisiones e instituciones mentales; en la construcción
insana de edificios cada vez más lujosos; en los deportes,

                              12
etcétera. Con un componente masoquista más amplio, el sa-
domasoquismo sube en los conciertos de rock donde las ma-
sas de audiencia alegre acceden a la violencia gratuita del rui-
do (“¡escape de libertad, de la política!”). Y es sadomasoquis-
ta la tolerancia de la gente —la “gente libre”—; tolerantes de
los perversos y maníacos que los gobiernan.
Este síndrome sadomasoquista puede ser perfectamente racio-
nalizado en términos de su productividad y poder. Pero preci-
samente como en el caso de los mecanismos de identificación
(véase más arriba), también aquí la racionalidad abierta es
generada y fortificada por la dinámica instintiva. Esta con-
fluencia convierte la categoría psicológica en política.
Sadomasoquista es siempre un individuo y no la sociedad,
pero donde el síndrome sadomasoquista es ejercido por la
conducta de una más amplia parte de la sociedad, se convierte
en un síndrome social. Esta sociedad está entregada al instinto
de muerte en una de sus más brutales formas. Frases como
“muerte de las ciudades”, “ríos y lagos agonizantes”, “bos-
ques que desaparecen” deben ser tomadas muy literalmente.
Pues de acuerdo con Freud, el instinto de muerte opera por un
largo rodeo: destruyendo a otros antes y mientras se destruye
a uno mismo. El rodeo se acorta en la cultura de las drogas: lo
que una vez fue un elemento en la rebelión política se ha con-
vertido ahora, divorciado de la praxis política, en un suicidio
gradual. La cultura americana es todavía a veces descrita co-
mo una “cultura que niega la muerte”. O, mejor, la negación
neurótica de la muerte esconde una profunda “comprensión”
de la muerte: su verdadera celebración en los reportajes dia-
rios de los media sobre violencia, de la tasa de muerte en
Vietnam, en la abogacía, como última ratio, de la “solución
final” (¡acabemos con ellos!).


                              13
La terrible opción por la muerte no se detiene ante los más
próximos en el parentesco, los esposos y los hijos. La madre
de tres estudiantes en el estado de Kent que declaró (y dejó
para su publicación) que sus hijos debían ser “segados” si no
obedecían a los guardias (cf. Contrarrevolución y revuelta, p.
26) es probablemente un caso extremo de locura sadomaso-
quista. La señora que fue la antigua presidenta de la Liga Na-
cional de Familias de Prisioneros de Guerra es probablemente
también un caso extremo; aprobó el reiniciar los bombardeos
de saturación sobre Vietnam, aunque esto obviamente retra-
saría el retorno de los prisioneros, e incrementaría su número.
Pero la señora prefirió esto antes que ceder a lo que llamó la
presión para firmar un acuerdo de paz que habría permitido
volver a los prisioneros (Los Angeles Times, 20 de diciembre
de 1972). No creía que su afirmación representara los senti-
mientos de la mayoría de las familias afectadas. Pero el caso
extremo dilucida la norma: son publicados y cubiertos por los
medios —y no hay ofensa, tormenta de indignación y odio—;
no hay violencia en sofocar esta violencia: pues esta opción
por la muerte es una opción por la perpetuación de la masacre
—una opción contra la paz y contra la esperanza—. Es una
opción política.
En el camino al fascismo, el capitalismo avanzado aprovecha
largamente la agresividad primaria. En consecuencia, la inver-
sión de esta tendencia podría implicar una reorientación radi-
cal de la agresividad. La lucha contra el fundamento sadoma-
soquista de la sociedad también se ha emprendido en un nivel
instintivo, aquí implica no la supresión sino la contractivación
de la agresión. Su supresión por la predicación del amor y la
no violencia juega en favor de los practicantes del odio y la
violencia. Son diferencias instintivas y “políticas” entre las
manifestaciones de agresividad: el odio del mal, de la opre-


                              14
sión y destrucción fortalece el instinto de vida, debilita el ins-
tinto de muerte, la estructura sadomasoquista. Hay verdad en
la afirmación de que casi siempre la persona equivoca-da, es
decir, la que está en favor de la liberación muere prematura-
mente: el sistema de opresión tiene sus raíces fisiológicas. El
marqués de Sade lo supo: bajo este sistema, la crueldad, la
injusticia, el vicio son siempre recompensados, mientras que
la virtud, la moralidad, la justicia son invariablemente casti-
gados. Esto y no su organización administrativa de la sexuali-
dad es su mensaje. Podría muy bien haber condiciones en las
que el odio sería la única forma auténtica de amor. Adorno
escribe:
Nuestra sociedad podría muy bien haberse desarrollado hasta
el punto de que la realidad del amor se expresaría de hecho
sólo por el odio a lo existente, mientras que toda evidencia
directa del amor sirve sólo para confirmar las mismas condi-
ciones que alimentan el odio (“Social Science and Sociologi-
cal Tendencies in Psichoanalysis”, 1946, citado por M. Jay,
The Dialecti cal Imagination, Boston, Little Brown, 1973, p.
161).
Este odio liberador es la muestra de la conciencia liberada, su
impresión en la estructura instintiva. Una vez que los hechos
han sido aprendidos, una vez que ha resultado evidente por
qué y cómo se han convertido en hechos y lo que han hecho a
la gente, el camino está abierto para la “instintualizacion” de
la razón, para la juntura de racionalidad y el inconsciente. La
necesidad instintiva, el deseo de libertad se hace concreto co-
mo una negativa: deseo de liberarse de..., de cambiar el mun-
do. El mundo no puede ser cambiado por el amor (la humani-
dad no lo ha aprendido todavía en 2000 años) pero puede ser
cambiada por el amor que se ha convertido en odio y volverá


                               15
al amor cuando la lucha se haya ganado. No ha sido ganada
aún nunca: no sólo la fuerza bruta sino también el poder de la
ideología son responsables de la derrota. Desde el dios cruci-
ficado (Nietzsche ha reconocido el horror de este símbolo) el
culto a la muerte, el entendimiento con la muerte (Ein-
verständniss mit dem Tode, en al. en el or.) ha estado sus-
pendido sobre la civilización: muerte como recompensa, co-
mo entrada a la vida, prerrequisito de la felicidad y la sal-
vación. El Amor fuerte como la muerte: la frase epitomiza la
gran mentira que ha ayudado a disciplinar a la gente en la pa-
ciencia, la obediencia, el soportar. Esta ideología ha sido ins-
titucionalizada en iglesias y escuelas, ha sido transmitida en
educación de generación en generación; atraviesa la democra-
cia burguesa, ayuda una vez y otra a evitar y contener la re-
volución.
La subversión de esta ideología no puede ser alcanzada por la
educación en el materialismo, ateísmo, etcétera; requiere fuer-
zas más sólidas. Lo que está en cuestión es la conquista del
miedo que siempre es miedo al dolor, al sufrimiento, a la
pérdida. Aquí la ciencia está en su dominio al dar a la huma-
nidad madura control sobre la muerte: haciéndola fácil, indo-
lora. El resto podría ser cuidado por un comprensivo y ade-
cuado seguro de salud.
Estos son algunos de los temas extremos que enfrenta la iz-
quierda radical en este período; operan en zonas todavía no
elucidadas e incorporadas a la teoría y la praxis. Volvemos al
asunto más agudo que nos ocupa: la estrategia de la izquierda.
El análisis de la integración capitalista desplaza el énfasis
desde las clases al “pueblo”, la población dependiente en su
conjunto. En realidad, este cambio no es más ni otra cosa que
una redefinición del concepto de clases de acuerdo con el de-


                              16
sarrollo del capitalismo, así la redefinición hace que las su-
perpotencias sean probablemente de larga duración. De este
modo, la proposición de que el colapso será interno, desde el
interior del sistema sigue siendo cierta (del “interior” inclu-
yendo el Tercer Mundo). Y el proceso de transición envol-
vería una radical transformación de una democracia burguesa
anterior a la construcción revolucionaria del socialismo y
dentro de la estructura del capitalismo monopolista de Estado.
Esta transformación reduciría la mayoría consevadora con-
formista pero en absoluto alcanzaría una transición “par-
lamentaria” al socialismo. Esta posibilidad (si es que alguna
vez lo fue en los países capitalistas avanzados) está casi ex-
cluida por el poder total armado y técnico de la clase gober-
nante. La transformación democrática sólo puede llevar al
punto donde el apoyo popular del sistema es reducido a un
grado tal que la oposición radical pueda movilizar su propia
base popular —el sendero a la guerra civil—.
La siguiente sección discutirá la cuestión de si el capitalismo
americano genera las condiciones para semejante desarrollo.




Hay que empezar desde la base.

La estructura del poder ha conseguido reducir el movimiento
al más pequeño y menos acreditado modo de protesta: ¡ma-
nifestaciones, piquetes, cartas al editor, a los congresistas,
telegramas al presidente! Humillante, ridículo, deprimente —
pero cuenta: cuanto mayor el número, la cantidad, más difícil
es despreciar este tipo de protesta—. Es más, los temas deben


                              17
agudizarse y no canalizarse en controversias procedimentales
o legales. Por ejemplo, si los manifestantes contra los reclu-
tamientos de marines en el campus están siendo castigados, la
protesta no debería ser contra el uso o violación de la norma-
tiva (libertad académica, comportamiento académico), sino
contra la más castigable ofensa por parte de la administración
al permitir los reclutamientos de marines en el campus en
primer lugar.
Generalmente la guerra debe ser el primer blanco: es la causa
de la inflación, del deterioro de la educación y el bienestar, de
la cultura del crimen. Un corte a través de la red demoníaca y
engañosa de los procedimientos y técnicas, la protesta debería
dejar claro que la presencia de las fuerzas de los Estados Uni-
dos en Indochina ha sido un acto de agresión desde el princi-
pio, y que la nación ha estado implicada desde entonces en
una serie ininterrumpida de crímenes de guerra. Fue una equi-
vocación por parte del movimiento antibélico jugar al juego
del gobierno al trabajar por la liberación de los prisioneros de
guerra. El argumento: que el enemigo estaba dispuesto a hacer
concesiones en el reconocimiento del sentimiento antiguerra
en los Estados Unidos, que a su vez induciría al gobierno de
los Estados Unidos a concesiones; este argumento equivoca
por completo la fuerza de este Estado belicista y la brutalidad
de la administración.
La izquierda debe darse cuenta de que nunca antes fue el po-
der y la base popular de la clase gobernante tan grande como
es hoy en Estados Unidos, y nunca tan dispuesta a usar este
poder con todos los medios a su alcance. Se sostiene por el
conformismo sadomasoquista de la gente. La liberación de-
pende de la lucha revolucionaria en la que la estructura ins-
tintiva que prevalece experimentaría una transformación deci-


                               18
siva. La agresividad dominante no debe ser suprimida sino
reorientada contra el enemigo real, las tangibles y visibles del
sistema capitalista —sus deficiencias así como sus virtudes:
en el gobierno, la industria, el ejército, las universidades, las
iglesias, etcétera—. La acción debe ser sin la crueldad y ci-
nismo que son las prerrogativas del establishment. Tal acción
llegará a los límites mismos de la legalidad siempre que tras-
cender esos límites pudiera ser contraproducente, y deberá ser
preparada por una ilustración política completa de la comuni-
dad respectiva para neutralizar su hostilidad e indiferencia.
Los rasgos históricamente nuevos de la democracia burguesa
en su forma más avanzada (en Estados Unidos) son: a) la
fuerza de su base popular, y b) su carácter militantemente
reaccionario. La base popular está fortificada por una estruc-
tura instintiva que reproduce el sistema capitalista en los indi-
viduos. Ahora, no se trata por supuesto de un desarrollo nuevo
en absoluto que la clase trabajadora se “aburguesa” (verbür-
gerlicht). Es nuevo lo remoto de las condiciones bajo las cua-
les este proceso podría invertirse, la ausencia de un partido
obrero y prensa obrera, el rechazo del socialismo incluso co-
mo un fin.
Con respecto al carácter político de la democracia burguesa
hoy: esta democracia no se enfrenta ya a un poder feudal o
postfeudal; ha conquistado en su totalidad el ejército, el servi-
cio civil, las instituciones educativas. Como resultado, el par-
lamento ha sido reducido a una función menor. La monopoli-
zación de la economía se impone en la concentración del po-
der, en la rama ejecutiva del gobierno. El autogobierno de la
burguesía es completo; en el alineamiento de la población tras
este gobierno, la clase trabajadora ocupa todavía una posición
de clase por sí, contra la burguesía como clase en esta socie-


                               19
dad —sin trascenderla, no su “negación definitiva”—. Y la
lucha de clases no interfiere con la brutal política imperialista:
la solidaridad de la clase trabajadora internacional está en un
bache histórico (más bien a cero), y el movimiento militante
contra la guerra está concentrado aún en los grupos mino-
ritarios “marginales”.
En este estadio, el capitalismo despliega abiertamente su
esencia propia: el crimen contra la humanidad que ha sido
desde el comienzo. La explotación del hombre por el hombre,
y la perversión del humano en relaciones cómodas, el carácter
y la organización degradante del trabajo, la destrucción de la
naturaleza —todas estas cualidades no pueden permanecer
más ocultas o atenuadas por su progresiva función en el desa-
rrollo de las fuerzas productivas—. El desarrollo capitalista y
el uso de estas fuerzas, salpicadas siempre de explotación y
deshumanización, han culminado en la productividad del ase-
sinato, el asesinato del débil y el pobre en Indochina: asesi-
nato tecnológico, científico, automático que libera a los asesi-
nos de cualquier sentido de culpa personal.
Es como si el capitalismo se sintiera ahora seguro para soltar
los frenos de su destrucción productiva —frenos legales, mo-
rales, políticos (o como si el capitalismo no pudiera permitirse
ya mantener esos frenos)—. El sistema rompe su propio velo,
su propia verificación. En su propia conducta demuestra di-
ariamente la verdad de la teoría marxista. La tercera parte del
AntiDühring de Engels, el análisis de Lenin del imperialismo
son mansos y comedidos en comparación con la realidad. La
unión del gran capital y el Estado es la más inmediata y abier-
ta: la noción de conflicto entre intereses privados y gobierno
público ya no se toma más en serio y, si es necesario, es abo-
lida por un fiat administrativo.


                               20
Con la desaparición de la distinción entre negocio, mafia y
política, la corrupción se ha convertido en un término sin sen-
tido. Cuanto más alta está más protegida está —“legitimada”
por el mero hecho de que está tan elevada—.
En la democracia americana de hoy el gobierno es por defini-
ción (porque fue elegido por el pueblo y porque es el gobier-
no) inmune a la subversión, y está (por la misma definición)
seguro de cualquier otra crítica verbal y oposición del Con-
greso que puede ser manipulada con facilidad. La separación
entre persona y cargo y el reconocimiento de un derecho de la
gente a la resistencia (idea tan central a la tradición protestan-
te y puritana) se han olvidado. El cargo sanciona al que deten-
ta el cargo, y esta sanción no es afectada por sus hechos. El
presidente es el presidente y retiene el tabú que le es debido
—sea él o no el que ordenó la caída de la bomba atómica o la
masacre del pueblo vietnamita—. La mentalidad sadomaso-
quista de sus sometidos fortifica el tabú.
Y el derecho a la resistencia: como lo ejerce el pueblo sobera-
no, la resistencia ha sido siempre un evento revolucionario, un
hecho más que un derecho. El derecho de resistencia nunca ha
sido concedido al pueblo en su conjunto, actuando en masa;
ha sido siempre investido en una parte específica del pueblo,
un grupo, consejo o “estado” considerado como representa-
ción del pueblo mismo: “magistrados”, parlamento. Pero en la
democracia americana, hoy incluso, esta resistencia popular
restringida ha cesado de operar: con la actividad “equilibra-
dora” del Congreso concentrado en el presupuesto y la protes-
ta verbal, con el control ubicuo del poder del Ejecutivo, la
democracia burguesa no presenta ya un barrera efectiva al
fascismo.
He destacado la función ambivalente de los derechos civiles


                               21
en esta democracia. Tienen que ser defendidos por todos los
medios, aunque también sirven al gobierno protofascista que
los controla cada vez más abiertamente. Me refiero a Toleran-
cia represiva: la situación ha empeorado desde entonces. La
noción de objetividad, tan central al funcionamiento de una
sociedad civilizada ha sido invalidada (más bien vuelta al
revés) —no por los radicales, los marxistas, etcétera, sino por
el gobierno mismo que los prohibe—. Traza duras medidas
para forzar a los media a tener programas “equilibrados”. Con
el disfraz de objetividad una rígida censura (que opera como
cualquier otra cosa con el dinero: retirada y no renovación de
las licencias). Pero si se necesitaría un nuevo equilibrio para
alcanzar la objetividad, sería en la dirección opuesta, es decir,
igual tiempo y espacio para la opinión e información crítica
del gobierno, y refutando las que emanan de él.
El gobierno puede permitirse consentir que se aireen y publi-
quen la objetividad crítica siempre que ésta permanezca es-
trictamente cuantitativa: diez cartas afirmativas al editor y
diez negativas en la misma página, etcétera. La igualdad es
engañosa, pues la opinión afirmativa y conformista es multi-
plicada y fortificada por el conjunto del contexto, la imagen
del periódico, el espacio privilegiado que se le asigna a las
declaraciones y portavoces del gobierno, la presión vin-
dicativa, el sentimiento de comunidad.
Es más, en este contexto, la objetividad en la permisividad de
opiniones promueve la agresividad, la opresión y el crimen en
la medida en que se publican las más indignas exhortaciones a
la violencia —la violencia sadomasoquista enquistada en el
establishment—. No es un izquierdista salvaje ni un ser
humano sino un tal Mr. Flynn de Anheim quien escribe a Los
Angeles Times que “su única queja es que Estados Unidos no


                               22
haya considerado apropiado usar las armas nucleares contra
Vietnam del Norte”, y el periódico imprime esta obscenidad
(29 de diciembre de 1971, cuatro días después de Navidad)
porque también imprime, en la misma página, la contestación.
Un presidente que se sienta seguro en la Casa Blanca más
protegida del mundo es llamado “valiente” por ordenar bom-
bardear, bombardear y bombardear un pueblo hasta matarlo y
expulsarlo de su tierra y este sinsentido es impreso, pero en la
misma página el mismo presidente es acusado por la misma
razón.
Comparado con el neofascismo, definido en términos de “sus-
pensión de los derechos y libertades civiles”, supresión de
toda oposición, militarización y manipulación totalitaria de
todo el pueblo, la democracia burguesa incluso en su forma
monopolista ofrece aún una oportunidad (la última) de una
transición al socialismo, para la educación (en teoría y prácti-
ca) y la organización que prepare para la transición. La nueva
izquierda se enfrenta por tanto a la tarea de defender esta de-
mocracia —defenderla es el mal menor: menor que el suicidio
y la supresión—. Y se enfrenta con la tarea de defender esta
democracia mientras ataca sus fundamentos capitalistas, es
decir, separar las formas políticas del capitalismo de su es-
tructura económica. Tal separación se hace posible por la re-
lación dialéctica entre forma y contenido: la forma burgués-
democrática va detrás de la estructura del capitalismo mono-
polista y de capitalismo estatal y preserva así las instituciones
liberales vinculadas a un estadio histórico previo que está
siendo rápidamente superado. El capitalismo avanzado está
adecuadamente equipado para eliminar estas instituciones si y
cuando el conflicto se vuelva intolerable, mientras que la iz-
quierda es todavía muy débil para transformarla en una demo-
cracia socialista. Superar esta debilidad requiere el uso de las


                               23
instituciones democráticas mientras se combaten las fuerzas
que, dentro de esa democracia, hacen al pueblo mismo el
heraldo de las tendencias conservadoras, reaccionarias e in-
cluso neofascistas.
Usar la democracia burguesa para reducir su base popular —
no se trata ciertamente de una estrategia nueva—. Pero hoy la
tarea es infinitamente más difícil porque a) el impacto de las
necesidades materiales como fuerza revolucionaria ha dismi-
nuido considerablemente, y b) la manipulación del ser huma-
no ha alcanzado una profundidad sin precedentes. Consecuen-
temente, el surgir de la conciencia debe proceder sobre una
base más amplia, más allá de la clase trabajadora en el sentido
estrecho y debe ser un trabajo de educación para una verdade-
ra transformación de valores y metas que alcanzara a negar el
sistema establecido. ¡Bajo el capitalismo monopolístico la
educación política debería ser de hecho el trabajo de pequeños
grupos no integrados y de los individuos!
¿Élites? ¿Por qué esta noción que pertenece al equipo propa-
gandístico del establishment —denuncia de los odiados radi-
cales en términos de apelar al antiintelectualismo del pue-
blo—? ¿Por qué no mejor el buen término revolucionario de
“vanguardia”? Siempre ha sido un grupo pequeño y siempre
ha incluido a los “intelectuales”. Y su tarea ha sido siempre la
educación.
Seguramente la oportunidad de una revolución socialista
emerge de la experiencia de la lucha revolucionaria misma,
pero la cuestión es que hoy, en Estados Unidos por lo menos,
en Alemania, en Inglaterra (esto es, en los países capitalistas
más avanzados), la lucha revolucionaria debe ser generada
primero, hecha nacer, organizada. Esto exige la translación de
las condiciones objetivas a la conciencia política, conciencia


                              24
socialista. No puede ser la tarea de una “elite” (¿por qué re-
emplazar el buen concepto leninista de “vanguardia” por el de
“elite”, y sucumbir así a la propaganda del establishment?), de
líderes con estilo propio, sino más bien de individuos y grupos
de todas las clases (horribile dictu) quienes, en su confronta-
ción con la sociedad han tenido la experiencia liberadora: en
el campus, en las calles, en las tiendas, en los ghettos y quien
se ha hecho militante socialista en esta confrontación. Saben
que las masas no son socialistas y trabajan por elevar la con-
ciencia de sus compañeros y compañeras dondequiera que
estén y no sólo entre los trabajadores: la educación política en
teoría y práctica.
Esto responde la pregunta de ¿quién educa a los educadores?
La respuesta es simple (una vez que nos hemos liberado de la
viciosa propaganda antiintelectual en la formulación de la
cuestión). La respuesta es: los educadores se educan a sí
mismos. La teoría está ahí, la tradición intelectual y la expe-
riencia están ahí, las lecciones de la lucha revolucionaria están
ahí, pueden ser aprendidas y comunicadas...
Hoy el capitalismo impone a la educación política radical un
nuevo foco y un nuevo “lenguaje”. Justo como en los países
capitalistas avanzados el impulso radical puede probablemen-
te originarse en la dimensión existencial más allá de las nece-
sidades vitales materiales (privación), así la educación política
tendrá que acentuar y articular esta dimensión. Esto quiere
decir que la necesidad de una reorganización fundamental del
trabajo manual e intelectual se acentúa por un cambio “ide-
ológico”: la educación debe centrarse en temas “culturales”,
morales como armas políticas.
La minimización de los temas morales (como “simplemente”
ideológicos) se ha convertido en un enorme obstáculo para el


                               25
desarrollo de la conciencia política y en un enorme impulso
para la moralidad capitalista dominante. Si los contenidos más
concretamente políticos no se hacen conscientes (después de
más de un siglo de represión en la que no pocos marxistas se
unieron a la burguesía), la imagen del socialismo como socie-
dad cualitativamente mejor será una pálida y abstracta idea
que no merecerá que se luche mucho por ella. Esto quiere
decir no que regresemos del socialismo científico a uno “utó-
pico” y “verdadero”, del materialismo dialéctico al idealismo,
sino, por el contrario, recapturar toda la fuerza del materialis-
mo dialéctico por el reconocimiento del contenido material de
los temas morales, su sustancia política y material.


¿Cuál es el contenido político de las categorías morales?
   Si los trabajadores de América van en masa a la huelga
contra la guerra en Vietnam podrían hacerlo porque no sopor-
tan más el sacrificio de una pobre gente luchando por su libe-
ración, y no pueden soportar la completa destrucción de su
país. La solidaridad sería una categoría moral trasladada a la
acción política. Al mismo tiempo, semejante acción, aparte de
su efecto en la economía capitalista, rompería la identificación
del trabajador con la clase dominante y sus intereses —
ruptura que no se alcanza en la estrategia reformista de los
sindicatos—. En suma: erupción de una moralidad socialista
como fuerza política. Otro ejemplo, si se establecen las condi-
ciones para que eventos tales como la Rose Bowl Parade (pre-
senciada por más de un millón de personas) no pudiera tener
lugar mientras continuara la guerra contra los movimientos de
liberación y se mantuvieran los ghettos. Esta conquista sería
moralidad que se convierte en fuerza política, y la kathexis
política de un objetivo que simboliza la epifanía comercial de


                               26
la esfera erótica. Al mismo tiempo, la supresión de la demos-
tración pública de la belleza en la sociedad fea sería la ofensa
moral radical contra la celebración de la alegría acomodada en
la atmósfera del matadero.
Inversamente, la moralidad capitalista del trabajo como fuerza
reaccionaria: en 1972 sectores importantes de trabajadores en
los estados densamente industriales de Estados Unidos vota-
ron a favor de la reelección de Nixon por su posición respecto
al transporte escolar. “Parece que el trabajador ínfimo de Mi-
chigan ha llegado al punto en el que ‘la escuela a la que va su
hijo significa más que la cuantía de su cheque de paga’” (New
York Times, 10 de octubre de 1972). ¿Un tema “cultural” que
sobrepasa los temas económicos materiales? ¿Es la calidad de
la educación lo que preocupa a estos trabajadores o es más
bien la moralidad racista la que motiva el acto político? El
resultado es una contribución más a la estabilización del capi-
talismo en su forma más agresiva. La fuerza política de la
moralidad asume una forma histórica nueva bajo las nuevas
condiciones del capitalismo monopolista: está más profun-
damente enraizada y tiene un potencial radical más amplio
que en los estadios previos del desarrollo social.
Cuando el capitalismo se ha liberado a sí mismo de sus frenos
ideológicos el bien y el mal deben volverse categorías políti-
cas. Si a la gente “no le preocupa” es porque hace tiempo que
ha aprendido que las empresas del Mundo Libre están por
encima del bien y del mal, la verdad y la mentira —mientras
el sistema funcione—.
Evidentemente, la liberación del bien y del mal aumenta
horriblemente el poder de la sociedad que dispone de los me-
dios y recursos para imponer sus propios intereses. Ahora
cubren el mundo entero en el espacio interior y exterior. Aquí


                              27
está la juntura entre la economía política y la amoralidad exis-
tencial del sistema.
En este estadio, del apoyo popular continuado o la capacidad
de soportar del capitalismo, dependen del “entendimiento” de
sus crímenes monstruosos: el bienestar material en las metró-
polis descansa sobre el silencio inhumano de la mayoría con-
formista. El nivel de vida más alto es sin duda una meta para
luchar. En los países avanzados debe ser esencialmente rede-
finido en términos de liberación humana, en términos muy
materiales. ¿Puede la vida buena alcanzarse sin la explotación
y brutalidad? Por razones prácticas tanto como teóricas la
respuesta debe ser afirmativa. Pero tal desarrollo presupone la
revolución que está siendo suprimida —no sólo por el gobier-
no y la clase gobernante sino además por el pueblo que se
somete a ellos—.
Conforme a la “extensión” del objetivo de la educación políti-
ca desde los trabajadores a “la gente”, la nueva izquierda en
Estados Unidos ha enfatizado la comunidad como el terreno
de la educación política. El concepto de “comunidad” es ide-
ológico: sugiere una identidad básica de intereses que atravie-
sa las divisiones de clase. Sin embargo, hay buenas razones
para esta “desviación” ideológica. Las comunidades como la
“vecindad” ofrecen la oportunidad para alcanzar al pueblo en
su ambiente, en la concreción de su vida —tras el trabajo pero
también en el trabajo (¡las mujeres!)—. Es más, la concentra-
ción en la comunidad contraataca la organización burocráti-
camente centralizada de la política del establishment, y de la
centralización burocrática del partido de la oposición. El con-
trol de la comunidad podría ser una forma (tentativa) de auto-
determinación y control “desde abajo”; como tal, podría pre-
ceder y acompañar el control de los trabajadores en las fá-


                              28
bricas y las tiendas, en los ghettos, sería un medio de fortale-
cimiento inmediato del potencial político y de desarrollar los
núcleos de la organización local. La organización vecinal en
las comunidades de clase media más baja establecería también
un vínculo personal entre la residencia y la ocupación (comer-
cio, oficina, fábrica).
¿Para qué el control de la comunidad? En las comunidades
todavía esencialmente conservadoras y conformistas el au-
tocontrol no significaría otro progreso que, tal vez, el de la
eficiencia. Igual que el control de los trabajadores en las fá-
bricas no significaría un avance hacia un cambio radical social
y político si no son trabajadores radicales los que lo realizan,
hombres y mujeres, así en las demás comunidades. Aquí tam-
bién, la educación política debe ser el primer paso en el largo
camino hacia el control socialista anticapitalista. El propósito
de controlar es de hecho “racionalización”, es decir, una orga-
nización del trabajo y el ocio menos costoso y destructivo de
los recursos humanos y naturales, pero precisamente este
propósito debe ser preservado sólo por una sensibilidad revo-
lucionaria, la imaginación y la razón —de otro modo, deberá
continuar siendo una racionalización de la no libertad, un es-
tadio más alto en el desarrollo del capitalismo—. Racionaliza-
ción y progreso en el control autónomo no asume “automáti-
camente” los rasgos del socialismo del control para la liber-
tad. Para conducirlo más allá del punto donde trasciende la
estructura capitalista y hacia una reorganización radical de la
vida, en otras palabras, donde asume una cualidad diferente
del trabajo y el ocio debe proceder sobre una base humana
cualitativamente diferente —expresión de un nuevo potencial
humano—.
La misma relación estructural entre los elementos cualitativos


                              29
y cuantitativos del proceso de transición prevalece en la co-
munidad que juega un rol decisivo en la radicalización de la
sociedad integrada: la comunidad de estudiantes. La contra-
cultura, la nueva moralidad originada ampliamente en estos
grupos —contienen la diferencia cualitativa—. Lo que faltaba
desde el comienzo era su organización política adecuada. Esto
fue impedido por el culto a la espontaneidad y el antiautorita-
rismo. Se hicieron esfuerzos admirables en la organización en
amplia escala. Su punto álgido (en la Convención de Chicago
en 1968) fue también el comienzo de la decadencia.
En este contexto, la lucha por la liberación de la mujer es de
la máxima importancia —hasta el punto de convertirse en
movimiento político—. La negación de los valores y metas de
la sociedad patriarcal de dominio masculino es también la
negación de los valores y metas del capitalismo —y esto en el
nivel fisiológico, instintivo del individuo—.
He sido acusado de sucumbir a la imagen “masculino chovi-
nista” de la mujer al atribuirle cualidades específicas que
están de hecho socialmente determinadas (ternura, suavidad,
etcétera).Ahora me parece sin sentido separar de esta manera
cualidades socialmente determinadas y fisiológicas (“natura-
les”): en el desarrollo histórico, lo primero está inmerso en la
fisiología y se convierte en una “segunda naturaleza”. En
cualquier caso, estas cualidades femeninas se han convertido
en un hecho, y como factual, pueden ser usadas política y so-
cialmente. Suprimirlas porque son históricamente determina-
das podría ser sacrificarlas al establishment masculino. Cier-
tamente, existe la hembra agresiva, la “madre devoradora”
(como hay también el macho suave, el hombre no violento).
La meta es liberar esas cualidades (masculino y femenino) lo
cual toca a una sociedad mejor, una sociedad sin explotación


                              30
sexual, o de otro tipo —independientemente de si esas cuali-
dades están fisiológica o socialmente determinadas—.
En cada revolución ha habido demandas “sub-revoluciona-
rias” y fuerzas que han trascendido las metas económicas y
políticas de la praxis revolucionaria real. En la ausencia de un
movimiento revolucionario de masas aparecen como históri-
camente prematuras. Hoy es el caso en un sentido especial-
mente enfático. Las condiciones y los modos de vida que han
sido tradicionalmente entendidos como el resultado y efecto
de la revolución, preceden ahora a la revolución, incluso apa-
recen como parte de sus causas en los países capitalistas
avanzados. Me refiero a que la transformación de valores pre-
tende la subversión no sólo de la economía capitalista y la
política sino también de la conciencia establecida, la morali-
dad y la estética —no sólo del capitalismo sino incluso del
socialismo de modelo soviético—.
Totalización de la libertad: cuanto más “rebosa” la producción
capitalista en el mercado de bienes improductivos y ser-
vicios, menos racional se hace la sujeción de la libertad a la
necesidad. El ámbito de la necesidad tiende a restringirse y a
hacerse coextensivo con las exigencias del sistema establecido
y con las leyes que gobiernan la naturaleza (materia).
El objetivo sigue siendo lo que ha sido siempre en el esfuerzo
socialista: las instituciones básicas del sistema, sus relaciones
de producción. Es el trabajo individual en estas instituciones
tomado en aquellos cuya conciencia y cuyos impulsos deben
ser hechos susceptibles de cambiar. Las primeras y muy pre-
carias manifestaciones ya están ahí: lo que normalmente es
publicado y deplorado como el colapso de la ética puritana del
trabajo, el aburrimiento, la alienación, el trabajo, etcétera, es
de hecho una primera protesta individual contra la organiza-


                               31
ción capitalista de la vida misma —un rechazo que implica la
misma existencia del individuo y no sólo su trabajo—. El con-
flicto entre la libertad y la necesidad no es ya reducido tanto
como parece a un conflicto inducido y reproducido por las
exigencias del capitalismo, y de este modo no puede ser re-
suelto para cualquier plazo correcciones en el ajuste y veloci-
dad de la cadena de montaje, la “humanización” de la supervi-
sión en la factoría, la concesión de más responsabilidad indi-
vidual en la producción de mercancía mala y superflua. Inclu-
so si las reformas son realmente integrales y radicales en esa
dirección no serían incompatibles con la creación del suficien-
te valor añadido, y el conflicto sería insoluble dentro de la
estructura capitalista. Pues no se trata ya de sostener y seguir
desarrollando las fuerzas productivas sino de superar su uso al
servicio de la dominación y la explotación.
No es pues un accidente que en este estadio de la historia los
elementos trascendentes de la teoría marxiana estén siendo
retomados. Las categorías económicas contienen en sí mismas
el imperativo de la liberación: es la precondición más que el
resultado del análisis. Esta coincidencia interna de la verdad
imperativa y la científica está en sí misma fundada en la cons-
telación objetiva, propiamente una situación histórica donde
el trabajo humano (intelectual y manual) ha creado las condi-
ciones para la abolición de la servidumbre y la opresión —
metas que no sólo están bloqueadas por la organización capi-
talista de la sociedad—. El contenido trascendente de las ca-
tegorías económicas define el concepto de explotación: el
hecho de que la explotación persista incluso si las necesidades
económicas y culturales de los trabajadores están más o me-
nos satisfechas, incluso si no se trata ya del proletario empo-
brecido del siglo XIX. Pues la sustancia de la explotación es
la negación de la libertad, es trabajar (y vivir) para mantener y


                               32
aumentar el sistema social que crece y cuya riqueza depende
de la degradación del ser humano. El valor añadido del que el
capitalista se apropia es el tiempo que quita a los trabajadores,
tiempo quitado a su vida, y esta alienación del tiempo de la
vida reproduce a su vez la existencia humana a servidumbre.
La primera fase en la subversión de esta condición podría ser
la apropiación del surplus de tiempo para la abolición de la
servidumbre: la autodeterminación y la autoorganización del
trabajo socialmente necesario. La noción de que esto sólo
podría ser imaginable en su nivel más alto de progreso técnico
(¡automatización!) no parece sostenible. El desarrollo de la
economía política en China muestra una modernización am-
pliamente descentralizada y autónoma dentro de la estructura
de un plan general. A este respecto, el problema no es la cons-
trucción del socialismo “desde abajo” sino, más bien, la cons-
telación política global, concretamente la capacidad de la su-
per-potencia americana y su disposición a suprimir tal revolu-
ción.
Una vez más, la estructura compleja del concepto marxiano
del desarrollo capitalista debe ser enfatizada. Las con-
tradicciones internas se manifiestan ellas mismas primaria-
mente en el agravamiento de las dificultades económicas, pero
por ellas mismas no llevarán al colapso del sistema. La solu-
ción fascista ofrece una alternativa a la revolución. En verdad
ninguna sociedad puede mantenerse en el terror, pero una so-
ciedad (y precisamente una sociedad técnicamente muy avan-
zada) puede ser llevada por un terror plus, satisfacción de las
necesidades más allá y por encima de las necesidades de sub-
sistencia. El imperialismo americano tiene todavía un merca-
do inmenso que conquistar: los movimientos de liberación
latinoamericanos son suprimidos por la fuerza bruta, los


                               33
acuerdos de negocios con la URSS y China prometen no sólo
seguir ayudando a las finanzas y la industria americanas sino
incluso proteger los flancos europeos y asiáticos del imperia-
lismo. No hay nada en la teoría marxiana que excluya la posi-
bilidad de tal desarrollo, y la única fuerza capaz de evitarlo es
la acción política.
En el estadio del capitalismo monopolístico de Estado, la polí-
tica gana importancia sobre la economía —incluso en la estra-
tegia de la izquierda marxista—. He intentado mostrar que en
USA esto significa centrar la teoría y la práctica en objetivos
tales como la guerra, el estamento militar, el poder de ataque
de la estructura sobre la educación y el bienestar, el gobierno
por conspiración de los agentes ocultos, la sujeción del Legis-
lativo y el Judicial al poder Ejecutivo, la censura y la intimi-
dación, el gobierno de la gran mentira. Y también la moviliza-
ción en el nivel ideológico: enfrentarse a la mentalidad sado-
masoquista que soporta la economía política del capitalismo.
El cambio de énfasis en la estrategia está motivado por la no-
ción de un capitalismo diferente del concepto tradicional
marxista. Lo he sugerido en términos de una desintegración
estructural, mientras que la economía, en sus instituciones,
opera todavía: una desintegración moral, en la práctica diaria,
en el trabajo y fuera del trabajo. No revolución sino revuelta:
por individuos y grupos pequeños en toda la sociedad; muy
espontánea, muy aislada e, incluso, muy criminal para ser una
vanguardia; no socialistas y no dispuestos para la organiza-
ción política. Contra las distorsiones viciosas debe ser reitera-
do que no es un lumpenproletariat, no es la basura, los des-
empleados, etcétera: este estrato incluye trabajadores emplea-
dos, de cuello azul y blanco, intelligentsia, mujeres, etcétera.
En virtud de su posición y mentalidad, pueden hacerse políti-


                               34
cos y convertirse en núcleos de organización gracias a una
paciente y dolorosa educación.
Si esta tendencia alcanza a constituirse y se hace con una bue-
na parte de la clase trabajadora ampliada, las condiciones han
madurado de suerte que pueda tener lugar la toma de factorías
individuales y tiendas y la autoorganización del trabajo. En
este punto, además, la lucha abierta con las (por ese tiempo ya
fascistas) fuerzas está llamada a estallar. Es inútil especular
sobre el resultado pero son convenientes una serie de observa-
ciones.
1.      Las oportunidades de la izquierda dependen de la ex-
tensión de su base popular. Esto es un truismo, pero por sí
misma la base popular no es una barrera efectiva contra el
fascismo. En Alemania, una mayoría de la gente no apoyaba
al nazismo antes de 1933. Es precisamente un rasgo esencial
del fascismo el ser capaz de integrar la mayoría fascista: por
el terror efectivo y “preventivo”, pero también por el sistema
de manipulación y satisfacción que retiene la parafernalia
constitucional. El equilibrio del poder depende de la reso-
lución y la capacidad de las organizaciones políticas de la
izquierda de luchar con todos los medios a su alcance —or-
ganizaciones enraizadas en las bases locales y regionales, pero
coordinadas en un nivel más amplio—.
2.      La idea de que el fascismo puede ser una precondición
histórica del socialismo es una ilusión fatal. Si algo ha contri-
buido, es a debilitar y dividir a la izquierda en un tiempo en el
que un frente fuerte-mente unido era esencial.
3.     Ningún poder extranjero podría luchar eficazmente
contra el surgimiento del fascismo —ni podría ningún poder
extranjero apoyar eficazmente un movimiento revoluciona-
rio—. Razones: miedo de que esa intervención podría condu-

                               35
cir a una guerra total y a ceder la estructura del poder a los
países que intervienen.
4.      El fascismo puede ser definido como la organización
totalitaria de la sociedad para la preservación y la expansión
del capitalismo en una situación en la que esta meta no es ya
alcanzable por el desarrollo normal del mercado. La principal
amenaza al capitalismo es doble: la existencia de una oposi-
ción fuerte socialista-comunista, y la constricción de la acu-
mulación de capital causada por la guerra perdida, una seria
depresión, etcétera. En esta situación, la “solución” capitalista
es buscada en la reducción del nivel de salarios, frenando el
poder de los sindicatos y embarcándose en una política impe-
rialista agresiva. Esta solución requiere la movilización de
toda la población tras los intereses nacionales definidos por la
clase gobernante, la abolición del gobierno de la ley, la emas-
culación del parlamento como el rostrum de la oposición, la
militarización total y el cierre de facto de la ideología de-
mocrática.
Ahora, en el desarrollo del capitalismo monopolista de Esta-
do, estas condiciones emergen en curso de crecimiento, con
las siguientes modificaciones:
a) El incremento de las dificultades de la acumulación de capi-
tal y el estrecha-miento del mercado no aparecen como el re-
sultado de una guerra perdida u otras condiciones anormales,
sino más bien como el resultado de un incremento extraordi-
nario de la productividad del trabajo y la constante superpro-
ducción incluso bajo una capacidad productiva disminuida.
b)La oposición contra la política económica represiva toma
forma de resistencia sindical contra la reducción del salario y
la resistencia de los trabajadores contra la explotación intensi-
ficada —no una amenaza socialista-comunista—; por ejem-

                               36
plo, Estados Unidos.
El fascismo alemán e italiano fueron derrotados en una guerra
global no desde dentro. Es muy improbable que una cons-
telación semejante vuelva a surgir si el fascismo se establece
en la mayoría de los países capitalistas avanzados de la era
presente. El peligro de autodestrucción es demasiado inmi-
nente.
¿Las alternativas? En el mejor de los casos, la izquierda estará
suficientemente unida y suficientemente fuerte y militante
como para controlar la marea fascista, lo cual quiere decir:
unir y organizar ahora, mientras un potencial antifascista to-
davía existe y tiene cierta libertad de movimiento. O (y esto
sería concomitante): la órbita comunista se reunifica y se pre-
para lo suficiente como para frenar y hacer retroceder la agre-
sión imperialista sin una guerra global (nuclear). Ambas posi-
bilidades son aún bastante realistas.
Para la izquierda en Estados Unidos enfatizo de nuevo las
tareas inmediatas: a) inundar a los políticos, los representan-
tes, los medios y sus sostenedores con cartas y telegramas de
protesta en cada ocasión de represión y persecución y con
cada prorroga de la guerra; b) comenzar una vez más a ero-
sionar por medio de manifestaciones, boicots y piquetes; c)
ofrecer equipos de abogados capaces de defender a los incul-
pados en los tribunales (¡renuncian-do a un juicio “político”
donde no prevalece la atmósfera para ello!); d) reunir fondos
para contra-instituciones; y e) trabajo educacional y organiza-
tivo sobre base local, en la comunidad, etcétera. ■


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Herbert Marcuse - C-apitalismo tardío y la estrategia de la izquierda.

  • 1. HERBERT MARCUSE LA DEMOCRACIA BURGUESA EN EL CAPITALISMO TARDÍO Y LA ESTRATEGIA POLÍTICA DE LA IZQUIERDA (1972) Biblioteca OMEGALFA 1
  • 2. Herbert Marcuse LA DEMOCRACIA BURGUESA EN EL CAPITALISMO TARDÍO Y LA ESTRATEGIA POLÍTICA DE LA * IZQUIERDA Las elecciones en Estados Unidos de 1972 han demostrado, una vez más y con más claridad que antes, el rostro histórico de la democracia burguesa: su transformación de sociedad dinámica en estática, de liberal-progresista en conservadora. La democracia se ha convertido en el más poderoso obstáculo para el cambio —excepto para el cambio a lo peor—. En el camino desde el laissez faire al monopolio y el capitalismo de Estado, la democracia burguesa en su forma presente señala el punto en el que sólo parecen posibles dos alternativas: neofas- cismo a escala global o transición al socialismo. La primera es la más plausible; no aboliría, sino que sólo intensificaría el sistema establecido y le daría otro aliento lo suficientemente amplio como para ocasionar casi una destrucción irremedia- ble. El desarrollo regresivo de la democracia burguesa, su auto- transformación en Estado policial y de bienestar debe ser dis- cutida dentro de la estructura de la política global de Estados Unidos. En suma, la política gobernada por el mito de la conspiración comunista internacional (la Guerra Fría) llegó a su fin en 1972; la visita de Nixon a Pekín y Moscú marcó el giro (¿coincidiendo con el nuevo giro en la política de las su- * Fuente: Metapolitica VOL. 4- Num. 16. 2
  • 3. perpotencias comunistas? Esto fue sugerido por Nixon en U.S. News and Reports, junio de 1972). Estas visitas fueron segui- das por una vasta reorganización que abrió la URSS (y con un alcance mucho menos visible, China) a las finanzas y corpo- raciones de Estados Unidos. La reorganización política concu- rrente fue indicada por la sorprendentemente débil protesta comunista contra la saturación genocida de bombardeos en Vietnam. Al mismo tiempo, avanza el agresivo incremento militar y político de la máquina militar de Estados Unidos y la or- ganización fascista del “Mundo Libre” (Filipinas, Puerto Ri- co). Pero, ¿contra quién es esta fantástica movilización de poder mundial? Una guerra global entre las superpotencias capi- talista y comunista (que destruiría a ambas) queda excluida por el mero interés en la propia supervivencia de los re- gímenes establecidos en ambos lados y por su potencial “su- permortal”. Los beneficios derivados del continuo incremento inflacionario de la industria de defensa en los países capitalis- tas y la respuesta competitiva en los países comunistas no parece justificación suficiente a la vista de los costes del Esta- do bélico para el resto de la economía nacional. La respuesta sugerida por la actual utilización de esta máquina de guerra es: la “seguridad nacional” de Estados Unidos; ésta se halla amenazada por los movimientos de liberación nacio- nal en todo el mundo. La respuesta exige cualificaciones fuer- tes: 1. La independencia nacional de los antiguos países coloniales no es per se una barrera al imperialismo, y el neocolonialismo es todavía colonialismo. Tampoco es la independencia nacio- nal incompatible con la dependencia del capital extranjero (el 3
  • 4. caso de la mayoría de los países latinoamericanos, países ára- bes, Burma, Tailandia, etcétera) —podría incluso ser más lu- crativo que un “colonialismo directo”—. 2. Los movimientos de liberación nacional no pueden sostener el uso completo del poder militar estadounidense (incluyendo armas atómicas “locales”) en cualquier espacio de tiempo. ¡Vietnam no es una excepción! Nixon estaba probablemente en lo cierto cuando declaraba que “podríamos salir de Viet- nam del Norte en una tarde”. Y la tendencia de la política co- munista sugiere que semejante destino de Vietnam no provo- caría un conflicto militar con el único poder comunista que podría contrarrestar a Estados Unidos. Sin embargo, los movimientos de liberación nacional consti- tuyen una amenaza al sistema capitalista en su conjunto por dos razones (interrelacionadas): a) En la medida en que la “teoría del dominó” es cierta. Victo- riosa en un país extranjero, la revolución podría tener un efec- to de bola de nieve en la subversión de los regímenes satélites en otros países —¡una difusión que debe ser completamente tomada en serio!—. Esta es la amenaza al “espacio vital” del capitalismo avanzado; no controlar simplemente las materias primas vitales, trabajo barato, etcétera, sino también el espa- cio, la gente y el tiempo. En sentido estricto, la economía del Estado capitalista monopolístico es una economía política. Las agudas necesidades económicas están “sobrecargadas” por la necesidad de largo alcance de prevenir el crecimiento del potencial comunista —no sólo el poder soviético o chino, sino también la revolución popular indígena en la Europa del Este y en el Tercer Mundo, una revolución que podría hacer real la autodeterminación y rechazar cualquier condición de satélite—. 4
  • 5. b) Esta prospectiva histórico-mundial es el espectro que arroja la metrópoli capitalista donde la insalubridad del sistema es- tablecido empieza a afectar la conducta “normal” requerida para el funcionamiento continuado y ampliado del capitalismo —la conducta en el trabajo tanto como en el ocio—. El sistema reacciona efectivamente. La democracia burguesa se está dotando a sí misma de una base popular ampliada que soporta la liquidación de los restos del período liberal, el apar- tamiento del gobierno del control popular y permite perseguir la política imperialista. El shiboleth de la democracia: gobier- no del pueblo para el pueblo (autogobierno) asume ahora la forma de una identificación a larga escala del pueblo con sus gobernantes, caricatura de la soberanía popular. Rousseau cabeza abajo; la voluntad general está incorporada al gobier- no, mejor, a la rama ejecutiva del gobierno. El disentimiento y la oposición son libres en la medida en que son manipulables. Esta identificación, ella misma una consecución del capita- lismo monopolístico de Estado en su estado más avanzado (Estados Unidos), opera en una dimensión profunda que sos- tiene el poder del sistema en los individuos: la democracia burguesa ha encontrado una fundación instintiva del mismo tipo para su desarrollo regresivo y destructivo. Las secciones que siguen discutirán brevemente esta dinámica. El capitalismo avanzado está caracterizado por una extensión cuantitativa y cualitativa de su clase trabajadora. El denomi- nador común sigue siendo la dependencia del capital, la apro- piación capitalista del tiempo impagado de trabajo, la separa- ción del control sobre los medios de producción. Con la con- centración monopolística del poder económico y la extracción extendida del valor añadido al trabajo intelectual e “impro- ductivo” (en el sentido del término de Adam Smith) extensos 5
  • 6. estratos de las clases medias se convierten en clase trabajado- ra —sin ser radicalizados ni “proletarizados”—. Sólo en esta nueva forma histórica es la clase trabajadora la mayoría de la población, sólo en esta forma culmina la polarización capita- lista de la sociedad en capital y trabajo, gobernantes y gober- nados. Y, al mismo tiempo, la enorme población dependiente, la clase dominada, provee la base popular de la democracia burguesa —reproduciendo esta democracia en su estructura representativa—. ¿Bonapartismo? Tal vez, pero sin Bonaparte, sin el real o pretendido dictador carismático. En cualquier caso, el análisis está contrastado con cambios estructurales que militan contra la congelación de sus conceptos en estadios previos del desarrollo. La demo- cracia burguesa retiene la estructura de clase capitalista; al mismo tiempo, la clase dominada, la población subyacente en el sentido amplio, se convierte en sujeto-objeto de la política, de la democracia: el pueblo, “libre” en el sentido y dentro de los límites del capitalismo y en esta libertad reproduciendo su servidumbre. Esta dialéctica está claramente reflejada en la terminología política de la izquierda. Con la excepción de ciertos grupos sectarios: el énfasis, en teoría y práctica, cambia de la (tradi- cional) clase obrera al “pueblo”: “el poder para el pueblo”. Pero, ¿quién es el pueblo? En el argot oficial, especialmente el legal, el pueblo es la suma total de los ciudadanos america- nos (incluidos los gobernantes), considerado como represen- tado en y por instituciones específicas y organizaciones (en este sentido, “el pueblo contra X”). Este no es ciertamente el 6
  • 7. sentido del “poder para el pueblo”. Tampoco es, como el es- logan, el pueblo coextensivo con la “clase obrera” en el senti- do restringido; incluye amas de casa, minorías raciales y na- cionales, empleados, desempleados, en suma, prácticamente toda la población sometida. El concepto contiene así todos estos elementos: el pueblo po- bre (le peuple), los súbditos del príncipe (gobierno mo- nárquico o republicano), ciudadanos investidos de derechos constitucionales y libertades que participan en o son el go- bierno. De hecho, el concepto parece no tener contrario, por- que incluso los miembros de la clase gobernante pagan im- puestos, votan —sometidos al gobierno de la ley—. Y precisamente este concepto amorfo refleja la realidad: las masas amorfas que hoy forman la base de la democracia ame- ricana —anuncio de sus tendencias conservador - reacciona- rias, incluso neofascistas—. Primero los hechos que indican la base popular de la democracia en Estados Unidos, las raíces de su fuerza como aparecieron en las elecciones de 1972 — sólo el clímax de una tendencia de largo alcance—. En las elecciones libres con sufragio universal, el pueblo ha elegido (¡no por primera vez!) un gobierno belicista, im- plicado por largos años en una guerra que no es sino una serie de crímenes sin precedente en la Humanidad —un gobierno de representantes de grandes corporaciones (¡y gran trabajo!), un gobierno incapaz (y sin voluntad) de detener la inflación y eliminar el desempleo, un gobierno que recorta el bienestar y la educación, un gobierno empapado de corrupción, propulsa- do por un Congreso que se ha reducido a sí mismo a una máquina de decir sí (después de algunas críticas no muy se- rias)—. Y este gobierno fue elegido por un considerable voto obrero del pueblo, rechazando a un candidato que era sin gran 7
  • 8. esfuerzo de la imaginación un radical, un anticapitalista; que era miembro del establishment, pero que ofreció una oportu- nidad razonable para acabar con los crímenes de guerra y mi- tigar algunas desigualdades e injusticias que clamaban al cie- lo. En otras palabras, el pueblo estaba dispuesto (nadie lo for- zó) a “adquirir” inflación y desempleo, crímenes de guerra y corrupción, un ampliamente inadecuado servicio de salud, la continua carrera diaria por la existencia —¿por qué?—. La respuesta se ofrece por sí sola fácilmente: el GNP está su- biendo, los beneficios progresan todavía; uno se gana la vida mucho mejor que antes, puede viajar, divertirse. Y después de todo, si la alternativa es el socialismo, y si el socialismo es lo que existe en la URSS y sus satélites (¿y qué otra cosa hay allí sino las nociones irreales de unos intelectuales?), el capitalis- mo es con mucho preferible. Es más, el pueblo está manipula- do, con el cerebro lavado; los media, prácticamente su única fuente de información, reflejan y expresan los intereses del gobierno y sus políticas —o más bien los del establishment capitalista, lo que no excluye cierta crítica dentro de unos límites—. Y la educación, si es que alcanza, es cada vez más funcional: orientada a los trabajos que deben tenerse y deben hacerse: servicio recompensado por el establishment. La respuesta tiene bastante sentido, pero no nos dice toda la historia. El nivel más alto de vida se compra al precio de mu- cha miseria, frustración y resentimiento; la locura del gasto, de la actividad inhumana en la cadena de montaje y la pérdida de la vida y los miembros en un constante sacrificio es dema- siado obvia para ser reprimida con eficacia. Y la sumisión a la siniestra concentración de poder en el gobierno exige explica- ciones precisamente a la vista del hecho de que ocurrió de una manera democrática, con derechos civiles y libertades institu- 8
  • 9. cionalizadas por la mayoría de la población. Así, es erróneo decir que el pueblo no tiene la culpa, que no tiene poder para cambiar las cosas con sólo quererlo. Con toda seguridad, el pueblo ha querido desde hace mucho que la in- troyección continúe determinando eficazmente su mente y conducta a la vista de su crueldad evidente y su obsolescencia. ¡El pueblo puede hacer algo! Por ejemplo, puede votar contra la administración belicista, puede salir en masa a protestar y manifestar su voluntad como soberano. Es libre para conseguir información no conformista, no manipulada ni censurada (la así llamada prensa under- ground que no es del todo underground; incluso algunos in- formes en los mejores periódicos y en televisión, medios sos- tenidos por sus fuentes, etcétera), pero parece que no quiere, que no tiene el deseo real, la necesidad real de leer o ver u oír algo que contradiga la verdad o falsedad aceptada. Así la gente vota libremente a sus gobernantes, incluso si no fuera la cuestión de conservar o conseguir trabajo —se identi- fica con sus gobernantes—. Y así forma una mayoría comple- tamente conservadora que se perpetúa a sí misma en, y a través de, los procesos electorales, que perpetúa la clase go- bernante y su administración y que frustra la oposición. Aquí está el círculo vicioso de la democracia burguesa hoy: desde que no domina la situación revolucionaria que podría generar una praxis revolucionaria, la izquierda radical debe combinar y re-forzar su estrategia extraparlamentaria con una oposición parlamentaria. Pero un gobierno diferente puede ser elegido so-lamente por una mayoría popular, y ésta es una mayoría conservadora. En otras palabras, en el mejor de los 9
  • 10. casos sólo un representante del establishment (aunque tal vez con una mayor inclinación liberal) podría tener la posibilidad de ser elegido —un mal menor (que podría incluso estabilizar más al establishment)—. El espectáculo en la reelección de Nixon se presenta como el epitome de pesadilla del período en el que ha tenido lugar la transformación de la democracia burguesa en neofascismo — el estado más elevado (¡hasta ahora!) del capitalismo mono- polístico de Estado—. La identificación del pueblo con el sistema encuentra su ex- presión más llamativa entre la clase trabajadora (más baja). Los trabajadores votaron ampliamente a Nixon, la discrimina- ción racial, la carga continua de material de guerra durante una huelga, el odio contra los “radicales” que resulta en pali- zas brutales de manifestantes, el boicot a los barcos de países donde trabajadores organizados rechazaron realizar el embar- co de bombas americanas contra Vietnam —sería desastroso para la izquierda minimizar estas acciones como aberraciones no representativas, en lugar de atribuirlas al poder de la buro- cracia de la unión—. Son más bien el tributo del trabajador a las fuerzas sociales que unen al pueblo más allá de los conflic- tos sociales persistentes de maneras nuevas al sistema estable- cido. De maneras nuevas, porque el juego entre producción y des- trucción, libertad y represión, poder y sumisión (es decir, la unión de los opuestos que permea la sociedad capitalista ente- ra hoy día) ha creado, con la ayuda de los medios tecnológi- cos que no tenía previamente a su disposición, entre la pobla- ción sometida una estructura mental que responde y refleja las exigencias del sistema. En esta estructura mental están las raíces individuales profundas e instintivas de la identificación 10
  • 11. de la mayoría conformista con la brutalidad y la agresión ins- titucionalizada. Una afinidad instintiva, sí, libidinosa une, más allá de toda justificación racional, los súbditos a los gobernan- tes. La estructura mental incluye aquí el carácter sadomasoquista. Erich Fromm, siguiendo a Freud, ha desarrollado este concep- to en términos psicosociales (Estudios sobre la autoridad y la familia, ed. Max Horkheimer, París, Alean, 1936, pp. 77-136. Véase también, E. Fromm, Escape from Freedom, Nueva York, Rinehart and Co., 1941). Dentro de la concepción del materialismo dialéctico tratamos aquí con una de las “mediaciones” entre infra y superestructu- ra, uno de los modos por los que la estructura social se repro- duce en los individuos. Una afinidad prevalece entre fascismo y el carácter sadomasoquista (véase T.W. Adorno, Else- Frenkel-Brunswik y otros, La personalidad autoritaria, Nue- va York, Harper and Brothers, 1950, y los escritos de Wil- helm Reich sobre la psicología de masas del fascismo). Ciertamente, la identificación instintiva es siempre primaria- mente con personas, no con instituciones, políticas o un sis- tema social. En este énfasis sobre la “imagen” sensual, sobre el sex appeal del líder político, el sistema americano ha domi- nado de una manera terriblemente eficiente la dimensión pro- funda más allá de la dimensión política. Los asuntos reales retroceden ante la afirmación instintiva de la imagen; el pue- blo se encuentra a sí mismo en sus líderes. No es de admirar entonces que no importe lo que hacen los líderes en Vietnam, qué atrocidades sin precedentes se cometen bajo su régimen; no importa mucho si mienten o dicen la verdad, lo que prome- ten y si mantienen sus promesas; corrupción y engaño en el nivel más augusto no causan muchos problemas. Todo esto es 11
  • 12. sólo la ampliación de lo que ocurre diariamente, lo que es connatural a esta sociedad; si los políticos escapan impune- mente de ello sólo prueban su superioridad competitiva. Los crímenes de la administración son de hecho crímenes sólo para un punto de vista moral “externo” —visto de otro modo son exigencias de la seguridad nacional, empresas libres, au- topreservación, etcétera—. Puede ser digno de nota el que los rasgos de la “imagen” pa- recen cambiar en línea con el progresivo desagrado que causa el sistema, con la brutalidad de sus resultados, con la sustitu- ción de la hipocresía por mentiras abiertas y engaños. El presidente, de acuerdo con esto, como el jefe de esta corpo- ración gigante en la que la nación está organizada, puede aho- ra ser extremadamente feo, sin encanto ni sex appeal, pero pleno de superioridad y moralidad en los negocios. Ciertamente, el capitalismo siempre ha sido brutal y feo, cri- minal, pero la presencia de una oposición fuerte y activa re- forzó una cierta restricción (ideológica) en el advenimiento de los auténticos métodos y metas capitalistas. Es esta restricción ideológica (en sí todavía una forma de moralidad) la que ha sido abandonada ahora. En el abandono de las restricciones civilizadas sobre el poder destructivo, en el liberar al gobierno del bien y el mal, en la sumisión y “comprensión” de un pueblo libre, funcionan im- pulsos instintivos que amenazan con asumir una fuerza explo- siva. Constituyen un gigantesco síndrome de sadomasoquis- mo. Casi un sadismo en estado puro reina en las masacres americanas en Vietnam, en la dictadura de Saigón, pero tam- bién en los crímenes que permean la metrópoli, en la policía, en las prisiones e instituciones mentales; en la construcción insana de edificios cada vez más lujosos; en los deportes, 12
  • 13. etcétera. Con un componente masoquista más amplio, el sa- domasoquismo sube en los conciertos de rock donde las ma- sas de audiencia alegre acceden a la violencia gratuita del rui- do (“¡escape de libertad, de la política!”). Y es sadomasoquis- ta la tolerancia de la gente —la “gente libre”—; tolerantes de los perversos y maníacos que los gobiernan. Este síndrome sadomasoquista puede ser perfectamente racio- nalizado en términos de su productividad y poder. Pero preci- samente como en el caso de los mecanismos de identificación (véase más arriba), también aquí la racionalidad abierta es generada y fortificada por la dinámica instintiva. Esta con- fluencia convierte la categoría psicológica en política. Sadomasoquista es siempre un individuo y no la sociedad, pero donde el síndrome sadomasoquista es ejercido por la conducta de una más amplia parte de la sociedad, se convierte en un síndrome social. Esta sociedad está entregada al instinto de muerte en una de sus más brutales formas. Frases como “muerte de las ciudades”, “ríos y lagos agonizantes”, “bos- ques que desaparecen” deben ser tomadas muy literalmente. Pues de acuerdo con Freud, el instinto de muerte opera por un largo rodeo: destruyendo a otros antes y mientras se destruye a uno mismo. El rodeo se acorta en la cultura de las drogas: lo que una vez fue un elemento en la rebelión política se ha con- vertido ahora, divorciado de la praxis política, en un suicidio gradual. La cultura americana es todavía a veces descrita co- mo una “cultura que niega la muerte”. O, mejor, la negación neurótica de la muerte esconde una profunda “comprensión” de la muerte: su verdadera celebración en los reportajes dia- rios de los media sobre violencia, de la tasa de muerte en Vietnam, en la abogacía, como última ratio, de la “solución final” (¡acabemos con ellos!). 13
  • 14. La terrible opción por la muerte no se detiene ante los más próximos en el parentesco, los esposos y los hijos. La madre de tres estudiantes en el estado de Kent que declaró (y dejó para su publicación) que sus hijos debían ser “segados” si no obedecían a los guardias (cf. Contrarrevolución y revuelta, p. 26) es probablemente un caso extremo de locura sadomaso- quista. La señora que fue la antigua presidenta de la Liga Na- cional de Familias de Prisioneros de Guerra es probablemente también un caso extremo; aprobó el reiniciar los bombardeos de saturación sobre Vietnam, aunque esto obviamente retra- saría el retorno de los prisioneros, e incrementaría su número. Pero la señora prefirió esto antes que ceder a lo que llamó la presión para firmar un acuerdo de paz que habría permitido volver a los prisioneros (Los Angeles Times, 20 de diciembre de 1972). No creía que su afirmación representara los senti- mientos de la mayoría de las familias afectadas. Pero el caso extremo dilucida la norma: son publicados y cubiertos por los medios —y no hay ofensa, tormenta de indignación y odio—; no hay violencia en sofocar esta violencia: pues esta opción por la muerte es una opción por la perpetuación de la masacre —una opción contra la paz y contra la esperanza—. Es una opción política. En el camino al fascismo, el capitalismo avanzado aprovecha largamente la agresividad primaria. En consecuencia, la inver- sión de esta tendencia podría implicar una reorientación radi- cal de la agresividad. La lucha contra el fundamento sadoma- soquista de la sociedad también se ha emprendido en un nivel instintivo, aquí implica no la supresión sino la contractivación de la agresión. Su supresión por la predicación del amor y la no violencia juega en favor de los practicantes del odio y la violencia. Son diferencias instintivas y “políticas” entre las manifestaciones de agresividad: el odio del mal, de la opre- 14
  • 15. sión y destrucción fortalece el instinto de vida, debilita el ins- tinto de muerte, la estructura sadomasoquista. Hay verdad en la afirmación de que casi siempre la persona equivoca-da, es decir, la que está en favor de la liberación muere prematura- mente: el sistema de opresión tiene sus raíces fisiológicas. El marqués de Sade lo supo: bajo este sistema, la crueldad, la injusticia, el vicio son siempre recompensados, mientras que la virtud, la moralidad, la justicia son invariablemente casti- gados. Esto y no su organización administrativa de la sexuali- dad es su mensaje. Podría muy bien haber condiciones en las que el odio sería la única forma auténtica de amor. Adorno escribe: Nuestra sociedad podría muy bien haberse desarrollado hasta el punto de que la realidad del amor se expresaría de hecho sólo por el odio a lo existente, mientras que toda evidencia directa del amor sirve sólo para confirmar las mismas condi- ciones que alimentan el odio (“Social Science and Sociologi- cal Tendencies in Psichoanalysis”, 1946, citado por M. Jay, The Dialecti cal Imagination, Boston, Little Brown, 1973, p. 161). Este odio liberador es la muestra de la conciencia liberada, su impresión en la estructura instintiva. Una vez que los hechos han sido aprendidos, una vez que ha resultado evidente por qué y cómo se han convertido en hechos y lo que han hecho a la gente, el camino está abierto para la “instintualizacion” de la razón, para la juntura de racionalidad y el inconsciente. La necesidad instintiva, el deseo de libertad se hace concreto co- mo una negativa: deseo de liberarse de..., de cambiar el mun- do. El mundo no puede ser cambiado por el amor (la humani- dad no lo ha aprendido todavía en 2000 años) pero puede ser cambiada por el amor que se ha convertido en odio y volverá 15
  • 16. al amor cuando la lucha se haya ganado. No ha sido ganada aún nunca: no sólo la fuerza bruta sino también el poder de la ideología son responsables de la derrota. Desde el dios cruci- ficado (Nietzsche ha reconocido el horror de este símbolo) el culto a la muerte, el entendimiento con la muerte (Ein- verständniss mit dem Tode, en al. en el or.) ha estado sus- pendido sobre la civilización: muerte como recompensa, co- mo entrada a la vida, prerrequisito de la felicidad y la sal- vación. El Amor fuerte como la muerte: la frase epitomiza la gran mentira que ha ayudado a disciplinar a la gente en la pa- ciencia, la obediencia, el soportar. Esta ideología ha sido ins- titucionalizada en iglesias y escuelas, ha sido transmitida en educación de generación en generación; atraviesa la democra- cia burguesa, ayuda una vez y otra a evitar y contener la re- volución. La subversión de esta ideología no puede ser alcanzada por la educación en el materialismo, ateísmo, etcétera; requiere fuer- zas más sólidas. Lo que está en cuestión es la conquista del miedo que siempre es miedo al dolor, al sufrimiento, a la pérdida. Aquí la ciencia está en su dominio al dar a la huma- nidad madura control sobre la muerte: haciéndola fácil, indo- lora. El resto podría ser cuidado por un comprensivo y ade- cuado seguro de salud. Estos son algunos de los temas extremos que enfrenta la iz- quierda radical en este período; operan en zonas todavía no elucidadas e incorporadas a la teoría y la praxis. Volvemos al asunto más agudo que nos ocupa: la estrategia de la izquierda. El análisis de la integración capitalista desplaza el énfasis desde las clases al “pueblo”, la población dependiente en su conjunto. En realidad, este cambio no es más ni otra cosa que una redefinición del concepto de clases de acuerdo con el de- 16
  • 17. sarrollo del capitalismo, así la redefinición hace que las su- perpotencias sean probablemente de larga duración. De este modo, la proposición de que el colapso será interno, desde el interior del sistema sigue siendo cierta (del “interior” inclu- yendo el Tercer Mundo). Y el proceso de transición envol- vería una radical transformación de una democracia burguesa anterior a la construcción revolucionaria del socialismo y dentro de la estructura del capitalismo monopolista de Estado. Esta transformación reduciría la mayoría consevadora con- formista pero en absoluto alcanzaría una transición “par- lamentaria” al socialismo. Esta posibilidad (si es que alguna vez lo fue en los países capitalistas avanzados) está casi ex- cluida por el poder total armado y técnico de la clase gober- nante. La transformación democrática sólo puede llevar al punto donde el apoyo popular del sistema es reducido a un grado tal que la oposición radical pueda movilizar su propia base popular —el sendero a la guerra civil—. La siguiente sección discutirá la cuestión de si el capitalismo americano genera las condiciones para semejante desarrollo. Hay que empezar desde la base. La estructura del poder ha conseguido reducir el movimiento al más pequeño y menos acreditado modo de protesta: ¡ma- nifestaciones, piquetes, cartas al editor, a los congresistas, telegramas al presidente! Humillante, ridículo, deprimente — pero cuenta: cuanto mayor el número, la cantidad, más difícil es despreciar este tipo de protesta—. Es más, los temas deben 17
  • 18. agudizarse y no canalizarse en controversias procedimentales o legales. Por ejemplo, si los manifestantes contra los reclu- tamientos de marines en el campus están siendo castigados, la protesta no debería ser contra el uso o violación de la norma- tiva (libertad académica, comportamiento académico), sino contra la más castigable ofensa por parte de la administración al permitir los reclutamientos de marines en el campus en primer lugar. Generalmente la guerra debe ser el primer blanco: es la causa de la inflación, del deterioro de la educación y el bienestar, de la cultura del crimen. Un corte a través de la red demoníaca y engañosa de los procedimientos y técnicas, la protesta debería dejar claro que la presencia de las fuerzas de los Estados Uni- dos en Indochina ha sido un acto de agresión desde el princi- pio, y que la nación ha estado implicada desde entonces en una serie ininterrumpida de crímenes de guerra. Fue una equi- vocación por parte del movimiento antibélico jugar al juego del gobierno al trabajar por la liberación de los prisioneros de guerra. El argumento: que el enemigo estaba dispuesto a hacer concesiones en el reconocimiento del sentimiento antiguerra en los Estados Unidos, que a su vez induciría al gobierno de los Estados Unidos a concesiones; este argumento equivoca por completo la fuerza de este Estado belicista y la brutalidad de la administración. La izquierda debe darse cuenta de que nunca antes fue el po- der y la base popular de la clase gobernante tan grande como es hoy en Estados Unidos, y nunca tan dispuesta a usar este poder con todos los medios a su alcance. Se sostiene por el conformismo sadomasoquista de la gente. La liberación de- pende de la lucha revolucionaria en la que la estructura ins- tintiva que prevalece experimentaría una transformación deci- 18
  • 19. siva. La agresividad dominante no debe ser suprimida sino reorientada contra el enemigo real, las tangibles y visibles del sistema capitalista —sus deficiencias así como sus virtudes: en el gobierno, la industria, el ejército, las universidades, las iglesias, etcétera—. La acción debe ser sin la crueldad y ci- nismo que son las prerrogativas del establishment. Tal acción llegará a los límites mismos de la legalidad siempre que tras- cender esos límites pudiera ser contraproducente, y deberá ser preparada por una ilustración política completa de la comuni- dad respectiva para neutralizar su hostilidad e indiferencia. Los rasgos históricamente nuevos de la democracia burguesa en su forma más avanzada (en Estados Unidos) son: a) la fuerza de su base popular, y b) su carácter militantemente reaccionario. La base popular está fortificada por una estruc- tura instintiva que reproduce el sistema capitalista en los indi- viduos. Ahora, no se trata por supuesto de un desarrollo nuevo en absoluto que la clase trabajadora se “aburguesa” (verbür- gerlicht). Es nuevo lo remoto de las condiciones bajo las cua- les este proceso podría invertirse, la ausencia de un partido obrero y prensa obrera, el rechazo del socialismo incluso co- mo un fin. Con respecto al carácter político de la democracia burguesa hoy: esta democracia no se enfrenta ya a un poder feudal o postfeudal; ha conquistado en su totalidad el ejército, el servi- cio civil, las instituciones educativas. Como resultado, el par- lamento ha sido reducido a una función menor. La monopoli- zación de la economía se impone en la concentración del po- der, en la rama ejecutiva del gobierno. El autogobierno de la burguesía es completo; en el alineamiento de la población tras este gobierno, la clase trabajadora ocupa todavía una posición de clase por sí, contra la burguesía como clase en esta socie- 19
  • 20. dad —sin trascenderla, no su “negación definitiva”—. Y la lucha de clases no interfiere con la brutal política imperialista: la solidaridad de la clase trabajadora internacional está en un bache histórico (más bien a cero), y el movimiento militante contra la guerra está concentrado aún en los grupos mino- ritarios “marginales”. En este estadio, el capitalismo despliega abiertamente su esencia propia: el crimen contra la humanidad que ha sido desde el comienzo. La explotación del hombre por el hombre, y la perversión del humano en relaciones cómodas, el carácter y la organización degradante del trabajo, la destrucción de la naturaleza —todas estas cualidades no pueden permanecer más ocultas o atenuadas por su progresiva función en el desa- rrollo de las fuerzas productivas—. El desarrollo capitalista y el uso de estas fuerzas, salpicadas siempre de explotación y deshumanización, han culminado en la productividad del ase- sinato, el asesinato del débil y el pobre en Indochina: asesi- nato tecnológico, científico, automático que libera a los asesi- nos de cualquier sentido de culpa personal. Es como si el capitalismo se sintiera ahora seguro para soltar los frenos de su destrucción productiva —frenos legales, mo- rales, políticos (o como si el capitalismo no pudiera permitirse ya mantener esos frenos)—. El sistema rompe su propio velo, su propia verificación. En su propia conducta demuestra di- ariamente la verdad de la teoría marxista. La tercera parte del AntiDühring de Engels, el análisis de Lenin del imperialismo son mansos y comedidos en comparación con la realidad. La unión del gran capital y el Estado es la más inmediata y abier- ta: la noción de conflicto entre intereses privados y gobierno público ya no se toma más en serio y, si es necesario, es abo- lida por un fiat administrativo. 20
  • 21. Con la desaparición de la distinción entre negocio, mafia y política, la corrupción se ha convertido en un término sin sen- tido. Cuanto más alta está más protegida está —“legitimada” por el mero hecho de que está tan elevada—. En la democracia americana de hoy el gobierno es por defini- ción (porque fue elegido por el pueblo y porque es el gobier- no) inmune a la subversión, y está (por la misma definición) seguro de cualquier otra crítica verbal y oposición del Con- greso que puede ser manipulada con facilidad. La separación entre persona y cargo y el reconocimiento de un derecho de la gente a la resistencia (idea tan central a la tradición protestan- te y puritana) se han olvidado. El cargo sanciona al que deten- ta el cargo, y esta sanción no es afectada por sus hechos. El presidente es el presidente y retiene el tabú que le es debido —sea él o no el que ordenó la caída de la bomba atómica o la masacre del pueblo vietnamita—. La mentalidad sadomaso- quista de sus sometidos fortifica el tabú. Y el derecho a la resistencia: como lo ejerce el pueblo sobera- no, la resistencia ha sido siempre un evento revolucionario, un hecho más que un derecho. El derecho de resistencia nunca ha sido concedido al pueblo en su conjunto, actuando en masa; ha sido siempre investido en una parte específica del pueblo, un grupo, consejo o “estado” considerado como representa- ción del pueblo mismo: “magistrados”, parlamento. Pero en la democracia americana, hoy incluso, esta resistencia popular restringida ha cesado de operar: con la actividad “equilibra- dora” del Congreso concentrado en el presupuesto y la protes- ta verbal, con el control ubicuo del poder del Ejecutivo, la democracia burguesa no presenta ya un barrera efectiva al fascismo. He destacado la función ambivalente de los derechos civiles 21
  • 22. en esta democracia. Tienen que ser defendidos por todos los medios, aunque también sirven al gobierno protofascista que los controla cada vez más abiertamente. Me refiero a Toleran- cia represiva: la situación ha empeorado desde entonces. La noción de objetividad, tan central al funcionamiento de una sociedad civilizada ha sido invalidada (más bien vuelta al revés) —no por los radicales, los marxistas, etcétera, sino por el gobierno mismo que los prohibe—. Traza duras medidas para forzar a los media a tener programas “equilibrados”. Con el disfraz de objetividad una rígida censura (que opera como cualquier otra cosa con el dinero: retirada y no renovación de las licencias). Pero si se necesitaría un nuevo equilibrio para alcanzar la objetividad, sería en la dirección opuesta, es decir, igual tiempo y espacio para la opinión e información crítica del gobierno, y refutando las que emanan de él. El gobierno puede permitirse consentir que se aireen y publi- quen la objetividad crítica siempre que ésta permanezca es- trictamente cuantitativa: diez cartas afirmativas al editor y diez negativas en la misma página, etcétera. La igualdad es engañosa, pues la opinión afirmativa y conformista es multi- plicada y fortificada por el conjunto del contexto, la imagen del periódico, el espacio privilegiado que se le asigna a las declaraciones y portavoces del gobierno, la presión vin- dicativa, el sentimiento de comunidad. Es más, en este contexto, la objetividad en la permisividad de opiniones promueve la agresividad, la opresión y el crimen en la medida en que se publican las más indignas exhortaciones a la violencia —la violencia sadomasoquista enquistada en el establishment—. No es un izquierdista salvaje ni un ser humano sino un tal Mr. Flynn de Anheim quien escribe a Los Angeles Times que “su única queja es que Estados Unidos no 22
  • 23. haya considerado apropiado usar las armas nucleares contra Vietnam del Norte”, y el periódico imprime esta obscenidad (29 de diciembre de 1971, cuatro días después de Navidad) porque también imprime, en la misma página, la contestación. Un presidente que se sienta seguro en la Casa Blanca más protegida del mundo es llamado “valiente” por ordenar bom- bardear, bombardear y bombardear un pueblo hasta matarlo y expulsarlo de su tierra y este sinsentido es impreso, pero en la misma página el mismo presidente es acusado por la misma razón. Comparado con el neofascismo, definido en términos de “sus- pensión de los derechos y libertades civiles”, supresión de toda oposición, militarización y manipulación totalitaria de todo el pueblo, la democracia burguesa incluso en su forma monopolista ofrece aún una oportunidad (la última) de una transición al socialismo, para la educación (en teoría y prácti- ca) y la organización que prepare para la transición. La nueva izquierda se enfrenta por tanto a la tarea de defender esta de- mocracia —defenderla es el mal menor: menor que el suicidio y la supresión—. Y se enfrenta con la tarea de defender esta democracia mientras ataca sus fundamentos capitalistas, es decir, separar las formas políticas del capitalismo de su es- tructura económica. Tal separación se hace posible por la re- lación dialéctica entre forma y contenido: la forma burgués- democrática va detrás de la estructura del capitalismo mono- polista y de capitalismo estatal y preserva así las instituciones liberales vinculadas a un estadio histórico previo que está siendo rápidamente superado. El capitalismo avanzado está adecuadamente equipado para eliminar estas instituciones si y cuando el conflicto se vuelva intolerable, mientras que la iz- quierda es todavía muy débil para transformarla en una demo- cracia socialista. Superar esta debilidad requiere el uso de las 23
  • 24. instituciones democráticas mientras se combaten las fuerzas que, dentro de esa democracia, hacen al pueblo mismo el heraldo de las tendencias conservadoras, reaccionarias e in- cluso neofascistas. Usar la democracia burguesa para reducir su base popular — no se trata ciertamente de una estrategia nueva—. Pero hoy la tarea es infinitamente más difícil porque a) el impacto de las necesidades materiales como fuerza revolucionaria ha dismi- nuido considerablemente, y b) la manipulación del ser huma- no ha alcanzado una profundidad sin precedentes. Consecuen- temente, el surgir de la conciencia debe proceder sobre una base más amplia, más allá de la clase trabajadora en el sentido estrecho y debe ser un trabajo de educación para una verdade- ra transformación de valores y metas que alcanzara a negar el sistema establecido. ¡Bajo el capitalismo monopolístico la educación política debería ser de hecho el trabajo de pequeños grupos no integrados y de los individuos! ¿Élites? ¿Por qué esta noción que pertenece al equipo propa- gandístico del establishment —denuncia de los odiados radi- cales en términos de apelar al antiintelectualismo del pue- blo—? ¿Por qué no mejor el buen término revolucionario de “vanguardia”? Siempre ha sido un grupo pequeño y siempre ha incluido a los “intelectuales”. Y su tarea ha sido siempre la educación. Seguramente la oportunidad de una revolución socialista emerge de la experiencia de la lucha revolucionaria misma, pero la cuestión es que hoy, en Estados Unidos por lo menos, en Alemania, en Inglaterra (esto es, en los países capitalistas más avanzados), la lucha revolucionaria debe ser generada primero, hecha nacer, organizada. Esto exige la translación de las condiciones objetivas a la conciencia política, conciencia 24
  • 25. socialista. No puede ser la tarea de una “elite” (¿por qué re- emplazar el buen concepto leninista de “vanguardia” por el de “elite”, y sucumbir así a la propaganda del establishment?), de líderes con estilo propio, sino más bien de individuos y grupos de todas las clases (horribile dictu) quienes, en su confronta- ción con la sociedad han tenido la experiencia liberadora: en el campus, en las calles, en las tiendas, en los ghettos y quien se ha hecho militante socialista en esta confrontación. Saben que las masas no son socialistas y trabajan por elevar la con- ciencia de sus compañeros y compañeras dondequiera que estén y no sólo entre los trabajadores: la educación política en teoría y práctica. Esto responde la pregunta de ¿quién educa a los educadores? La respuesta es simple (una vez que nos hemos liberado de la viciosa propaganda antiintelectual en la formulación de la cuestión). La respuesta es: los educadores se educan a sí mismos. La teoría está ahí, la tradición intelectual y la expe- riencia están ahí, las lecciones de la lucha revolucionaria están ahí, pueden ser aprendidas y comunicadas... Hoy el capitalismo impone a la educación política radical un nuevo foco y un nuevo “lenguaje”. Justo como en los países capitalistas avanzados el impulso radical puede probablemen- te originarse en la dimensión existencial más allá de las nece- sidades vitales materiales (privación), así la educación política tendrá que acentuar y articular esta dimensión. Esto quiere decir que la necesidad de una reorganización fundamental del trabajo manual e intelectual se acentúa por un cambio “ide- ológico”: la educación debe centrarse en temas “culturales”, morales como armas políticas. La minimización de los temas morales (como “simplemente” ideológicos) se ha convertido en un enorme obstáculo para el 25
  • 26. desarrollo de la conciencia política y en un enorme impulso para la moralidad capitalista dominante. Si los contenidos más concretamente políticos no se hacen conscientes (después de más de un siglo de represión en la que no pocos marxistas se unieron a la burguesía), la imagen del socialismo como socie- dad cualitativamente mejor será una pálida y abstracta idea que no merecerá que se luche mucho por ella. Esto quiere decir no que regresemos del socialismo científico a uno “utó- pico” y “verdadero”, del materialismo dialéctico al idealismo, sino, por el contrario, recapturar toda la fuerza del materialis- mo dialéctico por el reconocimiento del contenido material de los temas morales, su sustancia política y material. ¿Cuál es el contenido político de las categorías morales? Si los trabajadores de América van en masa a la huelga contra la guerra en Vietnam podrían hacerlo porque no sopor- tan más el sacrificio de una pobre gente luchando por su libe- ración, y no pueden soportar la completa destrucción de su país. La solidaridad sería una categoría moral trasladada a la acción política. Al mismo tiempo, semejante acción, aparte de su efecto en la economía capitalista, rompería la identificación del trabajador con la clase dominante y sus intereses — ruptura que no se alcanza en la estrategia reformista de los sindicatos—. En suma: erupción de una moralidad socialista como fuerza política. Otro ejemplo, si se establecen las condi- ciones para que eventos tales como la Rose Bowl Parade (pre- senciada por más de un millón de personas) no pudiera tener lugar mientras continuara la guerra contra los movimientos de liberación y se mantuvieran los ghettos. Esta conquista sería moralidad que se convierte en fuerza política, y la kathexis política de un objetivo que simboliza la epifanía comercial de 26
  • 27. la esfera erótica. Al mismo tiempo, la supresión de la demos- tración pública de la belleza en la sociedad fea sería la ofensa moral radical contra la celebración de la alegría acomodada en la atmósfera del matadero. Inversamente, la moralidad capitalista del trabajo como fuerza reaccionaria: en 1972 sectores importantes de trabajadores en los estados densamente industriales de Estados Unidos vota- ron a favor de la reelección de Nixon por su posición respecto al transporte escolar. “Parece que el trabajador ínfimo de Mi- chigan ha llegado al punto en el que ‘la escuela a la que va su hijo significa más que la cuantía de su cheque de paga’” (New York Times, 10 de octubre de 1972). ¿Un tema “cultural” que sobrepasa los temas económicos materiales? ¿Es la calidad de la educación lo que preocupa a estos trabajadores o es más bien la moralidad racista la que motiva el acto político? El resultado es una contribución más a la estabilización del capi- talismo en su forma más agresiva. La fuerza política de la moralidad asume una forma histórica nueva bajo las nuevas condiciones del capitalismo monopolista: está más profun- damente enraizada y tiene un potencial radical más amplio que en los estadios previos del desarrollo social. Cuando el capitalismo se ha liberado a sí mismo de sus frenos ideológicos el bien y el mal deben volverse categorías políti- cas. Si a la gente “no le preocupa” es porque hace tiempo que ha aprendido que las empresas del Mundo Libre están por encima del bien y del mal, la verdad y la mentira —mientras el sistema funcione—. Evidentemente, la liberación del bien y del mal aumenta horriblemente el poder de la sociedad que dispone de los me- dios y recursos para imponer sus propios intereses. Ahora cubren el mundo entero en el espacio interior y exterior. Aquí 27
  • 28. está la juntura entre la economía política y la amoralidad exis- tencial del sistema. En este estadio, del apoyo popular continuado o la capacidad de soportar del capitalismo, dependen del “entendimiento” de sus crímenes monstruosos: el bienestar material en las metró- polis descansa sobre el silencio inhumano de la mayoría con- formista. El nivel de vida más alto es sin duda una meta para luchar. En los países avanzados debe ser esencialmente rede- finido en términos de liberación humana, en términos muy materiales. ¿Puede la vida buena alcanzarse sin la explotación y brutalidad? Por razones prácticas tanto como teóricas la respuesta debe ser afirmativa. Pero tal desarrollo presupone la revolución que está siendo suprimida —no sólo por el gobier- no y la clase gobernante sino además por el pueblo que se somete a ellos—. Conforme a la “extensión” del objetivo de la educación políti- ca desde los trabajadores a “la gente”, la nueva izquierda en Estados Unidos ha enfatizado la comunidad como el terreno de la educación política. El concepto de “comunidad” es ide- ológico: sugiere una identidad básica de intereses que atravie- sa las divisiones de clase. Sin embargo, hay buenas razones para esta “desviación” ideológica. Las comunidades como la “vecindad” ofrecen la oportunidad para alcanzar al pueblo en su ambiente, en la concreción de su vida —tras el trabajo pero también en el trabajo (¡las mujeres!)—. Es más, la concentra- ción en la comunidad contraataca la organización burocráti- camente centralizada de la política del establishment, y de la centralización burocrática del partido de la oposición. El con- trol de la comunidad podría ser una forma (tentativa) de auto- determinación y control “desde abajo”; como tal, podría pre- ceder y acompañar el control de los trabajadores en las fá- 28
  • 29. bricas y las tiendas, en los ghettos, sería un medio de fortale- cimiento inmediato del potencial político y de desarrollar los núcleos de la organización local. La organización vecinal en las comunidades de clase media más baja establecería también un vínculo personal entre la residencia y la ocupación (comer- cio, oficina, fábrica). ¿Para qué el control de la comunidad? En las comunidades todavía esencialmente conservadoras y conformistas el au- tocontrol no significaría otro progreso que, tal vez, el de la eficiencia. Igual que el control de los trabajadores en las fá- bricas no significaría un avance hacia un cambio radical social y político si no son trabajadores radicales los que lo realizan, hombres y mujeres, así en las demás comunidades. Aquí tam- bién, la educación política debe ser el primer paso en el largo camino hacia el control socialista anticapitalista. El propósito de controlar es de hecho “racionalización”, es decir, una orga- nización del trabajo y el ocio menos costoso y destructivo de los recursos humanos y naturales, pero precisamente este propósito debe ser preservado sólo por una sensibilidad revo- lucionaria, la imaginación y la razón —de otro modo, deberá continuar siendo una racionalización de la no libertad, un es- tadio más alto en el desarrollo del capitalismo—. Racionaliza- ción y progreso en el control autónomo no asume “automáti- camente” los rasgos del socialismo del control para la liber- tad. Para conducirlo más allá del punto donde trasciende la estructura capitalista y hacia una reorganización radical de la vida, en otras palabras, donde asume una cualidad diferente del trabajo y el ocio debe proceder sobre una base humana cualitativamente diferente —expresión de un nuevo potencial humano—. La misma relación estructural entre los elementos cualitativos 29
  • 30. y cuantitativos del proceso de transición prevalece en la co- munidad que juega un rol decisivo en la radicalización de la sociedad integrada: la comunidad de estudiantes. La contra- cultura, la nueva moralidad originada ampliamente en estos grupos —contienen la diferencia cualitativa—. Lo que faltaba desde el comienzo era su organización política adecuada. Esto fue impedido por el culto a la espontaneidad y el antiautorita- rismo. Se hicieron esfuerzos admirables en la organización en amplia escala. Su punto álgido (en la Convención de Chicago en 1968) fue también el comienzo de la decadencia. En este contexto, la lucha por la liberación de la mujer es de la máxima importancia —hasta el punto de convertirse en movimiento político—. La negación de los valores y metas de la sociedad patriarcal de dominio masculino es también la negación de los valores y metas del capitalismo —y esto en el nivel fisiológico, instintivo del individuo—. He sido acusado de sucumbir a la imagen “masculino chovi- nista” de la mujer al atribuirle cualidades específicas que están de hecho socialmente determinadas (ternura, suavidad, etcétera).Ahora me parece sin sentido separar de esta manera cualidades socialmente determinadas y fisiológicas (“natura- les”): en el desarrollo histórico, lo primero está inmerso en la fisiología y se convierte en una “segunda naturaleza”. En cualquier caso, estas cualidades femeninas se han convertido en un hecho, y como factual, pueden ser usadas política y so- cialmente. Suprimirlas porque son históricamente determina- das podría ser sacrificarlas al establishment masculino. Cier- tamente, existe la hembra agresiva, la “madre devoradora” (como hay también el macho suave, el hombre no violento). La meta es liberar esas cualidades (masculino y femenino) lo cual toca a una sociedad mejor, una sociedad sin explotación 30
  • 31. sexual, o de otro tipo —independientemente de si esas cuali- dades están fisiológica o socialmente determinadas—. En cada revolución ha habido demandas “sub-revoluciona- rias” y fuerzas que han trascendido las metas económicas y políticas de la praxis revolucionaria real. En la ausencia de un movimiento revolucionario de masas aparecen como históri- camente prematuras. Hoy es el caso en un sentido especial- mente enfático. Las condiciones y los modos de vida que han sido tradicionalmente entendidos como el resultado y efecto de la revolución, preceden ahora a la revolución, incluso apa- recen como parte de sus causas en los países capitalistas avanzados. Me refiero a que la transformación de valores pre- tende la subversión no sólo de la economía capitalista y la política sino también de la conciencia establecida, la morali- dad y la estética —no sólo del capitalismo sino incluso del socialismo de modelo soviético—. Totalización de la libertad: cuanto más “rebosa” la producción capitalista en el mercado de bienes improductivos y ser- vicios, menos racional se hace la sujeción de la libertad a la necesidad. El ámbito de la necesidad tiende a restringirse y a hacerse coextensivo con las exigencias del sistema establecido y con las leyes que gobiernan la naturaleza (materia). El objetivo sigue siendo lo que ha sido siempre en el esfuerzo socialista: las instituciones básicas del sistema, sus relaciones de producción. Es el trabajo individual en estas instituciones tomado en aquellos cuya conciencia y cuyos impulsos deben ser hechos susceptibles de cambiar. Las primeras y muy pre- carias manifestaciones ya están ahí: lo que normalmente es publicado y deplorado como el colapso de la ética puritana del trabajo, el aburrimiento, la alienación, el trabajo, etcétera, es de hecho una primera protesta individual contra la organiza- 31
  • 32. ción capitalista de la vida misma —un rechazo que implica la misma existencia del individuo y no sólo su trabajo—. El con- flicto entre la libertad y la necesidad no es ya reducido tanto como parece a un conflicto inducido y reproducido por las exigencias del capitalismo, y de este modo no puede ser re- suelto para cualquier plazo correcciones en el ajuste y veloci- dad de la cadena de montaje, la “humanización” de la supervi- sión en la factoría, la concesión de más responsabilidad indi- vidual en la producción de mercancía mala y superflua. Inclu- so si las reformas son realmente integrales y radicales en esa dirección no serían incompatibles con la creación del suficien- te valor añadido, y el conflicto sería insoluble dentro de la estructura capitalista. Pues no se trata ya de sostener y seguir desarrollando las fuerzas productivas sino de superar su uso al servicio de la dominación y la explotación. No es pues un accidente que en este estadio de la historia los elementos trascendentes de la teoría marxiana estén siendo retomados. Las categorías económicas contienen en sí mismas el imperativo de la liberación: es la precondición más que el resultado del análisis. Esta coincidencia interna de la verdad imperativa y la científica está en sí misma fundada en la cons- telación objetiva, propiamente una situación histórica donde el trabajo humano (intelectual y manual) ha creado las condi- ciones para la abolición de la servidumbre y la opresión — metas que no sólo están bloqueadas por la organización capi- talista de la sociedad—. El contenido trascendente de las ca- tegorías económicas define el concepto de explotación: el hecho de que la explotación persista incluso si las necesidades económicas y culturales de los trabajadores están más o me- nos satisfechas, incluso si no se trata ya del proletario empo- brecido del siglo XIX. Pues la sustancia de la explotación es la negación de la libertad, es trabajar (y vivir) para mantener y 32
  • 33. aumentar el sistema social que crece y cuya riqueza depende de la degradación del ser humano. El valor añadido del que el capitalista se apropia es el tiempo que quita a los trabajadores, tiempo quitado a su vida, y esta alienación del tiempo de la vida reproduce a su vez la existencia humana a servidumbre. La primera fase en la subversión de esta condición podría ser la apropiación del surplus de tiempo para la abolición de la servidumbre: la autodeterminación y la autoorganización del trabajo socialmente necesario. La noción de que esto sólo podría ser imaginable en su nivel más alto de progreso técnico (¡automatización!) no parece sostenible. El desarrollo de la economía política en China muestra una modernización am- pliamente descentralizada y autónoma dentro de la estructura de un plan general. A este respecto, el problema no es la cons- trucción del socialismo “desde abajo” sino, más bien, la cons- telación política global, concretamente la capacidad de la su- per-potencia americana y su disposición a suprimir tal revolu- ción. Una vez más, la estructura compleja del concepto marxiano del desarrollo capitalista debe ser enfatizada. Las con- tradicciones internas se manifiestan ellas mismas primaria- mente en el agravamiento de las dificultades económicas, pero por ellas mismas no llevarán al colapso del sistema. La solu- ción fascista ofrece una alternativa a la revolución. En verdad ninguna sociedad puede mantenerse en el terror, pero una so- ciedad (y precisamente una sociedad técnicamente muy avan- zada) puede ser llevada por un terror plus, satisfacción de las necesidades más allá y por encima de las necesidades de sub- sistencia. El imperialismo americano tiene todavía un merca- do inmenso que conquistar: los movimientos de liberación latinoamericanos son suprimidos por la fuerza bruta, los 33
  • 34. acuerdos de negocios con la URSS y China prometen no sólo seguir ayudando a las finanzas y la industria americanas sino incluso proteger los flancos europeos y asiáticos del imperia- lismo. No hay nada en la teoría marxiana que excluya la posi- bilidad de tal desarrollo, y la única fuerza capaz de evitarlo es la acción política. En el estadio del capitalismo monopolístico de Estado, la polí- tica gana importancia sobre la economía —incluso en la estra- tegia de la izquierda marxista—. He intentado mostrar que en USA esto significa centrar la teoría y la práctica en objetivos tales como la guerra, el estamento militar, el poder de ataque de la estructura sobre la educación y el bienestar, el gobierno por conspiración de los agentes ocultos, la sujeción del Legis- lativo y el Judicial al poder Ejecutivo, la censura y la intimi- dación, el gobierno de la gran mentira. Y también la moviliza- ción en el nivel ideológico: enfrentarse a la mentalidad sado- masoquista que soporta la economía política del capitalismo. El cambio de énfasis en la estrategia está motivado por la no- ción de un capitalismo diferente del concepto tradicional marxista. Lo he sugerido en términos de una desintegración estructural, mientras que la economía, en sus instituciones, opera todavía: una desintegración moral, en la práctica diaria, en el trabajo y fuera del trabajo. No revolución sino revuelta: por individuos y grupos pequeños en toda la sociedad; muy espontánea, muy aislada e, incluso, muy criminal para ser una vanguardia; no socialistas y no dispuestos para la organiza- ción política. Contra las distorsiones viciosas debe ser reitera- do que no es un lumpenproletariat, no es la basura, los des- empleados, etcétera: este estrato incluye trabajadores emplea- dos, de cuello azul y blanco, intelligentsia, mujeres, etcétera. En virtud de su posición y mentalidad, pueden hacerse políti- 34
  • 35. cos y convertirse en núcleos de organización gracias a una paciente y dolorosa educación. Si esta tendencia alcanza a constituirse y se hace con una bue- na parte de la clase trabajadora ampliada, las condiciones han madurado de suerte que pueda tener lugar la toma de factorías individuales y tiendas y la autoorganización del trabajo. En este punto, además, la lucha abierta con las (por ese tiempo ya fascistas) fuerzas está llamada a estallar. Es inútil especular sobre el resultado pero son convenientes una serie de observa- ciones. 1. Las oportunidades de la izquierda dependen de la ex- tensión de su base popular. Esto es un truismo, pero por sí misma la base popular no es una barrera efectiva contra el fascismo. En Alemania, una mayoría de la gente no apoyaba al nazismo antes de 1933. Es precisamente un rasgo esencial del fascismo el ser capaz de integrar la mayoría fascista: por el terror efectivo y “preventivo”, pero también por el sistema de manipulación y satisfacción que retiene la parafernalia constitucional. El equilibrio del poder depende de la reso- lución y la capacidad de las organizaciones políticas de la izquierda de luchar con todos los medios a su alcance —or- ganizaciones enraizadas en las bases locales y regionales, pero coordinadas en un nivel más amplio—. 2. La idea de que el fascismo puede ser una precondición histórica del socialismo es una ilusión fatal. Si algo ha contri- buido, es a debilitar y dividir a la izquierda en un tiempo en el que un frente fuerte-mente unido era esencial. 3. Ningún poder extranjero podría luchar eficazmente contra el surgimiento del fascismo —ni podría ningún poder extranjero apoyar eficazmente un movimiento revoluciona- rio—. Razones: miedo de que esa intervención podría condu- 35
  • 36. cir a una guerra total y a ceder la estructura del poder a los países que intervienen. 4. El fascismo puede ser definido como la organización totalitaria de la sociedad para la preservación y la expansión del capitalismo en una situación en la que esta meta no es ya alcanzable por el desarrollo normal del mercado. La principal amenaza al capitalismo es doble: la existencia de una oposi- ción fuerte socialista-comunista, y la constricción de la acu- mulación de capital causada por la guerra perdida, una seria depresión, etcétera. En esta situación, la “solución” capitalista es buscada en la reducción del nivel de salarios, frenando el poder de los sindicatos y embarcándose en una política impe- rialista agresiva. Esta solución requiere la movilización de toda la población tras los intereses nacionales definidos por la clase gobernante, la abolición del gobierno de la ley, la emas- culación del parlamento como el rostrum de la oposición, la militarización total y el cierre de facto de la ideología de- mocrática. Ahora, en el desarrollo del capitalismo monopolista de Esta- do, estas condiciones emergen en curso de crecimiento, con las siguientes modificaciones: a) El incremento de las dificultades de la acumulación de capi- tal y el estrecha-miento del mercado no aparecen como el re- sultado de una guerra perdida u otras condiciones anormales, sino más bien como el resultado de un incremento extraordi- nario de la productividad del trabajo y la constante superpro- ducción incluso bajo una capacidad productiva disminuida. b)La oposición contra la política económica represiva toma forma de resistencia sindical contra la reducción del salario y la resistencia de los trabajadores contra la explotación intensi- ficada —no una amenaza socialista-comunista—; por ejem- 36
  • 37. plo, Estados Unidos. El fascismo alemán e italiano fueron derrotados en una guerra global no desde dentro. Es muy improbable que una cons- telación semejante vuelva a surgir si el fascismo se establece en la mayoría de los países capitalistas avanzados de la era presente. El peligro de autodestrucción es demasiado inmi- nente. ¿Las alternativas? En el mejor de los casos, la izquierda estará suficientemente unida y suficientemente fuerte y militante como para controlar la marea fascista, lo cual quiere decir: unir y organizar ahora, mientras un potencial antifascista to- davía existe y tiene cierta libertad de movimiento. O (y esto sería concomitante): la órbita comunista se reunifica y se pre- para lo suficiente como para frenar y hacer retroceder la agre- sión imperialista sin una guerra global (nuclear). Ambas posi- bilidades son aún bastante realistas. Para la izquierda en Estados Unidos enfatizo de nuevo las tareas inmediatas: a) inundar a los políticos, los representan- tes, los medios y sus sostenedores con cartas y telegramas de protesta en cada ocasión de represión y persecución y con cada prorroga de la guerra; b) comenzar una vez más a ero- sionar por medio de manifestaciones, boicots y piquetes; c) ofrecer equipos de abogados capaces de defender a los incul- pados en los tribunales (¡renuncian-do a un juicio “político” donde no prevalece la atmósfera para ello!); d) reunir fondos para contra-instituciones; y e) trabajo educacional y organiza- tivo sobre base local, en la comunidad, etcétera. ■ Biblioteca OMEGALFA 37