1. EPDCUE: Experiencia de comunicación dialógica.
Se abre el telón:
Escena 1: Los estudiantes se dedican a la amena conversación, el profesor termina la última línea
en el pizarrón.
Escena 2: El profesor habla entre el siéntate y cállate, los estudiantes simulan con gran esfuerzo y
efímeramente, prestar atención.
Escena 3: Un ronquido y el pic-pic de las teclas del celular, mientras el profesor desarrolla su
monólogo de sordo.
¿Cómo se llama la obra?
La aburrida realidad de una escuela que no educa. También podría llamarse: ceremonia de una
decadencia en sus últimos estertores o simplemente: Aquí no hay comunicación.
Ciertamente la realidad supera “la escuela”, la delata y niega; Simón Rodríguez escribía: “Lo que no
se hace sentir no se entiende y lo que no se entiende no interesa” “La enseñanza se reduce a
fastidiarlos diciéndole, a cada instante y por años enteros, Así – así – así y siempre así, sin hacerles
entender por qué ni con qué fin”. El que no haya experimentado esto o no lo entienda que lance el
primer pupitre.
Pero quedarnos en la crítica sin ir a la propuesta experiencial es casi una irresponsabilidad.
Reflexión-acción. Reflexionemos: ¿Cómo podemos hacer sentir si no comunicamos? y entonces
¿cómo hacemos entender? ¿Cómo hacemos para romper con esa educación basada en respuestas
que nadie pidió, como lo dice Paulo Freire, que aburren y no motivan; y cómo capturar la magia
del interés que genera preguntas?
Lo primero es tomar conciencia que en un monólogo no hay comunicación, que la comunicación
es dialógica, luego, entender que sin la necesidad motivadora del estudiante no se producirá
interés de su parte.
Hay una experiencia que viene al caso, tiene que ver con la práctica que se desarrollan en Los
Espacios Permanentes para el Desarrollo Cultural Endógeno” EPDCUE: Desarrollábamos un espacio
de fotografía en un liceo de la zona, llevé a una fotógrafa para que hiciera el taller de fotografía
con los jóvenes; en el turno de la mañana armamos en un salón el video beam y todo lo necesario,
y comenzó como la lógica clásica lo indica “primero la teoría” y como quien “sabe” es el profesor,
perdón el fotógrafo, comenzó un interesante y aburrido monólogo que fue desinteresando al
estudiantado y los efectos se dejaron sentir, cuando fuimos a la práctica la desmotivación y el
fastidio era tal, que el desempeño fue un desastre, fotografiar por fotografiar, para llenar un
requisito. Gracias a dios que existen los almuerzos, en ese ínterin pudimos reflexionar sobre lo
acontecido y nos propusimos hacerlo al revés en el turno de la tarde. Unas someras explicaciones
sobre el uso de la cámara y a tomar fotos se ha dicho. Eso era una locura motivante, todos querían
2. hacer una foto, en la práctica se hablaba del encuadre, la composición y el color, se recorrió el
liceo y sus alrededores, todo se fotografió, charcos de agua, rostros, hojas en el piso, etc.
Regresamos al salón a vaciar las fotos en la computadora para verlas y estudiarlas… ¡La magia! A
nadie le interesaba otra cosa que no fuera opinar y preguntar sobre la fotografía, no habían
estudiantes distraídos ni hablando por el celular; lo mágicamente diferente era que no se estaba
hablando de algo extraño al estudiante, eran sus fotos, no las de un eminente fotógrafo de
Ragualpindi, Londres o qué se yo. Se había creado un diálogo desde una experiencia propia que
generó una necesidad y esa necesidad inventó preguntas y se armó una verdadera comunicación
educativa. Ahí está la magia. Tremenda experiencia donde todos aprendimos, la fotógrafo decidió
cambiar el método… ¿Cuándo los profesores?
Emilio Farrera
Red Socio Cultural de la ZEA