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Cartelera Social
      Historias ensayísticas, escritos temáticos con lecturas a varios niveles o
           Muñeca Viviente: Una experiencia de vida a tener en cuenta
Planteamientos preliminares
Sin duda la literatura debe abordar todo tipo de temáticas… Sin duda la literatura
debe experimentar con todo tipo de contenidos temáticos así como con todo tipo de
estilos y de formatos…
De una manera o de otra, los escritos de ficción deben dar entretenimiento, pero
también deben dar material para la propia reflexión creativa y para el propio
enriquecimiento cultural y lingüístico… Las experiencias de vida de los personajes
en la ficción, en ciertas circunstancias se transforman en modelos que nos ayudan a
tomar decisiones, y/o se constituyen en advertencias dramatizadas de lo que
eventualmente puede llegar a ocurrir en la realidad…
Obviamente hay temas escabrosos, hay temáticas tortuosas y escandalosas, hay
desenlaces asquerosos y repudiables… Mal harían los escritores en siempre orientar
sus historias con un tinte idílico y feliz…
Por cierto las narraciones en las que hay peripecias y emoción, pero que tienen
finales felices y perfectos, también son importantes, también son necesarias, pues
alegran el alma, pues nos llenan de gozo, pues marcan caminos de armonía, de
justicia, y de equilibrio… Y afortunadamente la vida real tiene variados ejemplos de
este tipo de experiencias y de desenlaces… Pero en la vida real también hay
experiencias muy amargas, desenlaces muy injustos, situaciones inesperadamente
escabrosas, maliciosas, difíciles… Es preferible prepararse para lo malo o para lo
repudiable o para lo insólito o para lo inesperado a través de historias de ficción, que
en carne propia y en la realidad tener que sufrir las consecuencias de lo malo o de lo
repudiable o de lo insólito o de lo inesperado, y aprender así duramente con este tipo
de situaciones…
En literatura lo importante es atrapar al lector con una narración que le motive a
seguir leyendo, así dándole elementos para la propia reflexión, y presentándole
situaciones y escenas que le ayuden a asimilar y a recordar lo leído, que le ayuden a
elaborar y a trabajar una enseñanza o una conclusión… En literatura siempre hay
que tener presente que se puede educar con el ejemplo, o con el contraejemplo, o con
la ficción dramatizada, o con la reflexión inconclusa, o con una simple y borrosa
sugerencia…
Rogamos al lector que tenga en cuenta lo que viene de ser expresado, al leer y
analizar el escrito que se presenta seguidamente…

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Un escrito de Marbella Lizette Martínez Fernández: Muñeca Viviente
¡Lector, Escritor, Crítico literario, Pensador, Analista del alma!
¿Cuándo fue la última vez que leíste algo que atrapa y que no pudiste parar de leer?
Creo que lo que sigue te va a encantar y a entusiasmar… Creo que lo que sigue te va
a enseñar…
Quisiera que conocieras una historia de la vida real. Solamente voy a pedir que la
leas cuando tengas suficiente tiempo, para que puedas disfrutarla sin interrupciones
de especie alguna. No te adelantes a ver el final o las partes medias, porque echarás a
perder la diversión del suspenso, y la sorpresa que ofrece cada cambio de párrafo.
Esta historia sin duda estaba destinada a perderse, de no ser porque su confesión
llegó a conocimiento de quien tenía los recursos del lenguaje para entregarla al
público, para entregarla al mundo entero. Por razones de elemental ética profesional,
los nombres y los lugares han sido ocultados para proteger la privacidad de los
protagonistas, y adjunto solamente se podrá observar la imagen de la real estrella de
la historia, porque ella así lo autorizó. Por lo demás, el escrito que sigue se ajusta
razonablemente bien a lo que realmente sucedió, a lo que realmente se transmitió,
con apenas algunos cambios menores impuestos por una mejor redacción y
presentación, o introducidos por la simple mezcla de recuerdos y de notas.
Y aquí comienza la narración principalmente en estilo de primera persona, con
párrafos aclaratorios en tercera persona…
Actualmente tengo 17 años, pero recuerdo cuando tenía 13 o 14 y vivía con mis
familiares en una hermosa hacienda a las orillas de la ciudad, un bonito lugar donde
teníamos toda la comodidad posible. En ese ambiente campestre pasaba largos ratos
paseando por el hermoso paisaje natural, y allí contaba con el cuidado y la atención
de los sirvientes de la casa, entre los que había un jardinero que decoraba nuestros
patios. Era un hombre de baja estatura, maduro como de cincuenta y tantos años, de
fiera y dominante mirada, robusto casi obeso, calvo y prieto como llanta de carro, y
de nombre Don Bernardo… aunque todos ahí le decían BernAsno… Ciertamente en
un principio pensé que esa extraña denominación se debía a las toscas y feas
facciones de aquel hombre, propias del clásico lugareño de esa región.
Sabía por los chismes de las cocineras, que en alguna etapa de su vida ese jardinero
había trabajado como guardia interno de un reclusorio para mujeres, que en realidad
era una correccional para las menores de edad, y que fue donde conoció a la que fue
su esposa por un tiempo. Pero que habiendo enviudado muy joven no se volvió a
casar, y decepcionado y amargado, vivía en soledad junto a uno de los graneros
donde que había acondicionado un sector como habitación.
Con el tiempo noté que él me miraba mucho cuando estaba de espaldas. Bueno, eso
es algo a lo que estaba ya acostumbrada con los hombres, pues desde esa edad tenía
bien desarrollados los atributos femeninos que ellos tanto admiran. Muchos decían

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que era por la natación y por mi afición a pasear en bicicleta. Tal vez por eso fui la
líder de porristas animadoras del equipo deportivo de mi escuela.
En fin, sea como sea, acostumbraba platicar con él cuando se encontraba haciendo el
trabajo de arreglos florales, y siempre que platicábamos me llamaba cariñosamente:
“guerita”. Su voz tenía un tono grave y varonil, creo que eso era lo que me agradaba
al platicar con él. Un día espontáneamente cortó una flor y me la dio. La tomé de
inmediato y casi sin pensar, le correspondí con una amplia sonrisa y me aproxime
para darle un beso en la mejilla, el cual falló en intensión cuando él giro su cara, y
nuestras bocas se encontraron entonces en forma por demás accidental… Juro que
fue accidental… Luego los dos nos apenamos y aparentamos que nada había
sucedido.
Presentía que habíamos metido la pata, pues por unos momentos tal vez nos
habíamos olvidado de las edades pareciendo dos acaramelados adolescentes en tren
de coquetear. Después de ese inesperado acontecimiento me alejé de él, y por un
tiempo no volví a aproximármele. Tal vez tuve miedo de lo que sentía al acercarme a
ese hombre, pues a partir de ese suceso empecé a notar algo que no podía definir muy
bien. Obviamente me sentía nerviosa en su presencia, y si me miraba de frente
evitaba cuanto podía esa mirada que me perturbaba por completo, y que me hacía
cometer errores con las cosas más obvias e inocentes. Cuando estaba tras de mí
sentía cómo esa fiera y dominante mirada, me acariciaba con fuego desde la nuca
hasta los tobillos.
Por esas fechas cumplí los 14, y como era de esperarse, cada amigo incluidos los
sirvientes me abrazaban y me daban un beso en la mejilla. Todos lo hicieron, pero
esa mañana no vi a Don Bernardo. No le di mayor importancia a eso, y estando en el
comedor con mi madre preparándonos para el desayuno, ella me pidió que trajera un
condimento que estaba en un sótano que servia como bodega de vinos. Como había
estado nadando, aún tenía puesto un mini atuendo de dos piezas para playa, y
solamente me cubría con un delgado y escotado suéter azul que se anudaba bajo las
costillas. Ciertamente no acostumbraba vestirme completa estando dentro de casa.
Bajé al fondo de la bodega y entré al cuarto de vinos en donde siempre había una
mortecina iluminación de color azul, y como de costumbre sentí la puerta accionada
por un pistón neumático cerrándose suavemente tras de mí. Y al igual que cuando
tarde se entra a una sala de cine, me tomó unos segundos acostumbrar la vista.
Entonces abrí el refrigerador donde se encontraba lo que buscaba, y al abrir su
puerta con la iluminación de éste observé con sorpresa que ahí se encontraba Don
Bernardo haciendo un trabajo de pintura. Ciertamente entonces la sangre se heló en
mis venas y enmudecí, pues no esperaba encontrar a nadie en ese aislado subsuelo.
En esas circunstancias sólo atiné a saludarle con una rápida sonrisa y un
movimiento de mi mano, pero él rápidamente dejó lo que estaba haciendo, y
limpiando sus manos con una toalla, se acercó a mí para felicitarme por mi
cumpleaños. Tomó el condimento de mis manos y lo colocó en una mesa mientras la
puerta del refrigerador se cerraba lentamente, y entonces quedamos iluminados sólo

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por la tenue luz azul. Bien sabía que me iba a abrazar y a besar como todos lo habían
hecho ese día, pero los dos estábamos solos y encerrados en un cuarto casi oscuro.
Obviamente me sentía atrapada y quería escapar pronto de esa situación, pero no
tenía ningún pretexto.




Mi mente estaba paralizada, y mis pies parecían estar pegados con goma al suelo.
Sentí su severo rostro de fiera y amenazante mirada a escasos centímetros del mío, y
como hipnotizada por su cercanía experimenté una extraña sensación de atracción
que me hacía sentir la instintiva necesidad de unir mi cara a la suya. Con toda
seguridad él sabía o presentía lo que estaba sintiendo, y como si quisiera probarme
prolongó ese momento el mayor tiempo posible, pero resistí cuanto pude, inmóvil
como estatua, hasta que me estrechó en un abrazo y con cierta brusquedad me acercó
a su cuerpo. Debido a su baja estatura no me dio el beso en la mejilla sino en el
cuello. Noté que abrió un poco su boca y succionó con exquisita y sutil suavidad.
Obviamente era la primera vez que un hombre me besaba ahí, y sentí tantas y tan
ricas cosquillas en ese momento, que seguramente él lo notó debido a que
instintivamente cerré los ojos y estire el cuello, como mirando hacia arriba mientras

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le dejaba hacer. Y como disculpándose por su torpeza, repitió el beso estirándome
ahora por la nuca con una de sus manos, para que me inclinara un poco y poder
besarme la mejilla, y diciéndome muy cerca de la oreja sin soltarme de la nuca.
“ES USTED MÁS ALTA QUE YO SEÑORITA, PERO DEFINITIVAMENTE ES
USTED LA MUJER MÁS HERMOSA DE TODO EL MUNDO, FELICIDADES.-”
La mano que me colocó en la nuca era grande, caliente, y áspera por el trabajo, y me
había provocado unas cosquillas muy semejantes a las que me había hecho en el
cuello con su boca.
Con una sonrisa nerviosa y casi tratando de zafarme, le agradecí su cumplido. Y no
sé porqué rayos, pero justo cuando menos debía suceder, el nerviosismo me hizo
limpiarme los labios con la lengua mientras sonreía, un tic nervioso que mi madre
siempre me había advertido que jamás lo hiciera frente a un hombre, y lo cual con
certeza fue lo que provocó que el abrazo continuara en la forma en que
tradicionalmente lo hacían los nativos de ese lugar cuando felicitan a un amigo:
¡Levantándome completamente del suelo! Por cierto había recibido ese tipo de
abrazos muchas veces de parte de parientes y amigos, pero esta vez corrió por mi
cuerpo una sensación increíble, algo que no puedo explicar pero que sin duda mucho
me agradó. En cuanto sentí que me levantaba, la sangre galopando afluyó a mi
rostro como un intenso rubor, y no pude evitar divertidas exclamaciones que
parecían sofocados grititos de placer… El femenino escándalo que hice mientras me
cargaba no logró hacer ningún efecto en su acción. Con su amplia y sincera sonrisa
de alegría, él miraba hacia arriba cuando clavó su mal rasurada barbilla en el centro
de mi plexo, justo donde se abría el escote de mi suéter, y pude sentir sobre mi piel
descubierta cómo este contacto me picaba y me pinchaba. Su caliente respiración
rozaba mi cuello… Cierto, por mi mente pasó que debía protestar, pero había metido
la pata bien al fondo al mostrarle mi lengua con esa coqueta sonrisa, así que entendí
no tenía derecho de expresar queja alguna. Además, la sensación que sentía era tan
deliciosa, que durante todo el abrazo decidí permanecer con los ojos cerrados, muy
quieta, con la espalda arqueada hacia atrás, los brazos colgando sin fuerza, y la
cabeza también caída hacia atrás como mirando al cielo para evitar que él percibiera
el placer que me causaba la rudeza de su abrazo. Sin atreverme a mirarlo, trataba de
ahogar en mi garganta cualquier sonido que delatara mi perturbado estado
emocional. En verdad no sé cuanto tiempo pasé así, creo que fue bastante, pero traté
de no preocuparme por esto, pues convenientemente el sentido común de mi
educación me decía que el prolongado y tradicional abrazo que él me estaba dando
con tanto cariño por esa ocasión tan especial, debía continuar hasta que él lo
determinara, y tal parecía que él no tenía intenciones de terminar mientras yo
permaneciera inmóvil y sin protestar. A decir verdad tampoco yo tenía muchos deseos
de que esa situación finalizara. Me sentía bien atrapada, y completamente rendida y
sin voluntad a causa de la excitación. Sentí que no tenía forma de defenderme, y que
si él quisiera plantarme una docena de besos en el cuello y la boca, me sería
realmente imposible negárselo. Y ante la imposibilidad de escapar, pensé que mi hora
había llegado, y que por azares del destino sería este pequeño asno el que se
encargaría de mostrarme el paraíso de la carne.

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Cuando finalmente me liberó, me sentí como aturdida o mareada, no sé si por la
emoción o porque la sangre fluyó de nuevo después de tan apretado abrazo.
Rápidamente cubrí mis ojos y mi boca con una mano debido a que no podía borrar de
mi rostro esa sonrisita de placer que me delataba. El apretado y sensual abrazo que
acababa de darme, seguro le había hecho saber que yo era capaz de excitarme a tan
corta edad, y con su accionar había probado mi aguante. No logré disimular mis
emociones. Ahora él sabía que podía excitarme, ahora él sabía que me tenía en sus
manos.
Avergonzada por no haber ocultado a tiempo esa coqueta sonrisa, di la vuelta para
irme, pero no había avanzado ni dos pasos cuando sentí su robusta mano cerrándose
suavemente en uno de mis brazos, y de nuevo sentí esa inefable sensación que
irradiaba desde la mano que atrapaba mi brazo, y que se disparó por todo mi cuerpo
como electricidad, haciéndome cerrar los ojos y capturar la mayor cantidad posible
de aire en mis pulmones, y reteniéndolo luego mientras quedaba inmóvil. Lentamente
me hizo girar hasta quedar con mi espalda recargada en una pared, mientras con los
ojos cerrados sentía como se colocaba frente a mí y tomaba mi mano para poner en
ella el condimento que había dejado sobre la mesa. Abrí los ojos, y al mirar hacia
abajo escapó el aire contenido en mis pulmones, con la clásica risita nerviosa de
rubia tonta que quiere ser perdonada. Y una lágrima de vergüenza rodó por una de
mis mejillas. Sin soltarme del brazo, tomó mi mentón con sus dedos, miró de frente
mi enrojecido rostro, y con voz firme y gruesa me dijo.
“ES USTED TODA UNA BELLEZA GUERITA, HERMOSA, PRECIOSA, BIEN
DESARROLLADA Y PROPORCIONADA, TODA UNA VICTORIA DE LA MADRE
NATURALEZA, LA FELICITO UNA VEZ MÁS.-”
Le volví a dar las gracias y me fui tan rápido como pude, pero por los nervios me
equivoqué de puerta y abrí una que dejó caer un montón de latas. Dejé en el piso el
frasco del condimento y las comencé a juntar, y por cierto él me ayudo. Tan pronto
acabamos corrí escaleras arriba pero olvidando el frasco con el condimento, y
cuando llegué al comedor mi madre me preguntó por ese elemento, y me quedé
inmóvil sin saber que decir, pero súbitamente escuché una voz salvadora a mi espalda
que dijo.
“AQUÍ ESTA EL FRASCO QUE ME PIDIÓ QUE BUSCARA SEÑORITA.-”
El alivio me volvió y le di las gracias a Don Bernardo. Esta vez sí tenía ganas de darle
un beso, pero me contuve por la presencia de mi madre, y únicamente le obsequie
una sonrisa dándole las gracias por su amabilidad. Y mi sincero agradecimiento no
fue solamente por librarme de una reprimenda de mi madre, sino por algo más que
únicamente él y yo sabíamos.
Durante todo el desayuno noté que mi frente estaba perlada de sudor, y mi corazón se
mantenía acelerado como si hubiera corrido. Esa vez devoré todo el desayuno como
nunca lo había hecho antes, lo cual sorprendió gratamente a mi madre, pues ella
siempre tenía una ligera inquietud de que no me alimentara bien. Solía decirme:

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“Estás muy delgadita y me parece que no comes lo suficiente; cuídate de no agarrarte
una anemia”.
De noche tuve dificultades para dormir. Sin duda, la sensación del apretado abrazo y
de los besos en el cuello y en la mejilla, que tan inesperadamente Don Bernardo me
había plantado, y también la remota percepción de su picante barbilla en la piel de mi
plexo, no dejaban de continuar electrizándome con cosquillas.
Y ya entre dormida, varias veces sentí cómo él me tomaba de la nuca con ambas
manos, para inclinarme y aplicarme un prolongado beso en la boca, y para luego
darme uno de esos efusivos y muy cariñosos abrazos típicos de los lugareños. Y luego
de esa especie de pesadilla o de alucinación, súbitamente despertaba con el corazón
batiente, con la sensación del beso aún en mi boca, y con la certeza de que alguien
me había apretado con fuerza.
Me sentía confundida luego de esas fantasías, luego de esas alucinaciones que se
reiteraban y que ya molestaban. En mi fuero íntimo me resistía creer que me gustara
alguien tan feo y tan mayor. Para distraerme, para alejar esos pensamientos, me
levanté para asomarme a la ventana de mi cuarto al ver las luces de un carro que
llegaba. Por ese tiempo mi hermana mayor tenía un novio, y a veces llegaban por la
noche en el carro de él. Y desde la ventana de mi habitación veía como él simulaba
despedirse e irse, escondiendo su carro en una esquina y regresando a hurtadillas y
en silencio. Y entonces mi cabrona hermana lo metía a su cuarto para juntos pasar la
noche, mientras que desgraciadamente yo estaba completamente sola, mientras que
desgraciadamente yo no tenía ni siquiera un perro para que me acompañara… y
para que cariñosamente me lamiera… las manos claro está.
En fin, un sábado al atardecer cuando todos los sirvientes se fueron a una fiesta del
pueblo que ellos celebraban una vez al mes, por casualidad o tal vez por curiosidad se
me ocurrió ir a las habitaciones de Don Bernardo. La reja que protegía su casa tenía
por dentro un candado que sabía bien que no servía, pues varias veces le vi
abriéndolo sin llaves cuando paseaba con mi bicicleta. Entré decidida y observé que
había una buena colección de vinos y latas de cerveza, pues este hombre tenía fama
de embriagarse los fines de semana. Luego entré a su cuarto de dormir y encendí la
luz, momento en el que recibí un gran susto que casi me hace gritar. En la cama
había una persona durmiendo. Al tratar de huir desgraciadamente tumbé cacerolas
que hicieron mucho ruido, e imaginé que ahora tendría que disculparme con la otra
persona que estaba en ese cuarto. Pensaba alegar que buscaba a Don Bernardo para
algún trabajo de jardinería o qué sé yo… Estaba realmente nerviosa, muy nerviosa, y
velozmente trataba de encontrar las palabras más adecuadas.
Sigilosamente me acerqué a la cama pero la persona seguía inmóvil, la persona
parecía seguir durmiendo… Ciertamente era una chica muy pero muy joven y
acostada boca abajo, y mucho me llamó la atención que tenía la espalda desnuda y
una falda muy corta a cuadros rojos… Asombrada comprendí que era una falda de
mi propiedad que desde hacía tiempo no veía… No dejaba de sorprenderme que esa
persona no se hubiera despertado con el ruido que había hecho, y entonces decidí

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acercarme a ella para asegurarme de que realmente estuviera dormida… Y así podría
irme tranquilamente sin más ni más…
Obviamente también tenía gran curiosidad por saber quién era ella. La situación no
me causaba miedo, pues se trataba de una chica muy semejante a mí en aspecto y
edad; así que lenta y silenciosamente me fui aproximando, y cuando estuve lo
suficientemente cerca pude por fin saber a quién me enfrentaba…
La supuesta jovencita era una muñeca de silicona, tan perfectamente bien hecha que
parecía una persona de carne y hueso reposando tranquilamente sobre esa cama.
Y aquí va lo más sorprendente: La muñeca era una copia casi perfecta de mi
persona…
Y todo eso se explica, pues Don Bernardo era también un hábil artesano que hacía
figuras plásticas para las tiendas de ropa, perfectas figuras para lucir la vestimenta
de moda, aunque esta vez había creado una figura con ese hule tan especial que imita
la consistencia de la carne, para incluir allí hasta el más mínimo detalle de mi cuerpo
y de mis facciones. Corrí las cortinas de la ventana para observar la obra de arte a la
luz del sol, y por largo rato admiré la obra de aquel hombre rudo y de escasa
instrucción. La piel de la muñeca era de un color blanco dorado casi exactamente
igual a mi propio color de piel, y hasta incluía un pequeño lunar que tengo en uno de
los muslos. La forma de los senos, la amplitud de las caderas, e incluso hasta el tipo y
color de cabello, ciertamente también lucían muy parecidos a los míos…
Fruncí el entrecejo extrañada, pues no encontraba explicación razonable a cómo
Don Bernardo estaba enterado de todos esos detalles… Si hasta incluía unos
finísimos zapatos de tacón alto y de mi medida, que hacían juego con la falda a
cuadros. Eran de esos que van atados a los tobillos con unas coquetas cintillas de
amarre… Además, la desnuda y arqueada espalda tenía todo el detalle de la anatomía
muscular, y se veía tan real que no resistí tocarla aplicándole presión a modo de
masaje, quedando entonces sorprendida por la consistencia de ese dorso, pues daba
toda la impresión de también tener una estructura ósea por dentro. Enseguida le
flexione brazos y piernas, y comprobé que la elasticidad, consistencia, y peso de cada
pieza de aquel cuerpo, engañarían a cualquiera en un ambiente de poca luz…
Aquello era increíble, era como verme a mí misma desde afuera… Ahora empezaba a
comprender porqué llamaba tanto la atención de los hombres…
Seguí analizando a la muñeca, y observé que en uno de los brazos tenía dibujado a
modo de tatuaje un corazón con mis iniciales, aunque el dardo que lo atravesaba era
largo y tenía una forma muy peculiar, pues ciertamente no era una flecha, y más
bien parecía un cigarro que tenía a todo lo largo grabadas las palabras: “Yo la haré
sufrir, yo la haré chillar, yo la haré pedir clemencia”. Y en uno de los extremos de ese
extraño dardo colgaban dos bolas alargadas con aspecto de espinosos cactus, y en el
otro extremo parecía salir una gota que colgaba formando un alargado y fino
hilito… Por unos instantes pensé que Don Bernardo posiblemente había tratado de
representar un dardo o estaca envenenada, cuyo grosor tal vez simulaba estar
expandiendo ese corazón…

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Sin darle mayor importancia al tatuaje por el momento, pasé a revisar algo que pensé
sería imposible que Don Bernardo hubiera modelado bien. Levanté la falda y
asombrada observé que la escultura tenía perfectos orificios anal y vaginal… el
vaginal estaba intacto, pero “el otro”… ¡Dios mío!… Esta vez no me aguante, y solté
una sonora carcajada. Así que Don Ber… Sencillamente no lo podía creer, ese
picarón mañoso y degenerado señor, soñaba con hacerme eso a mí. ¡Pues sí que
tenía un sueño imposible! Con la velocidad del rayo comprendí ahora porqué la
muñeca tenía ese tatuaje en el brazo. Sin dejar de reír, la tomé por el cuello que era
exquisitamente largo y delgado, contemplé ese rostro que era toda una filigrana de
bien copiados detalles, y que con sus ojos cerrados daba la genuina impresión de
sufrir en silencio. Y sonriendo le dije: “¿Porque sufres muñeca?… ¿Será porque
tienes una herida que nunca te cierra?… ¡Ja Ja Ja!… No me digas que se te hinchó
por picadura de asno… ¡Ja Ja Ja!”.
Hacía tiempo que no me reía tanto… Pero en fin, cuando dejé de reírme revisé la
boca de la muñeca, y constaté tenía una dentadura perfecta, labios abultados y
sensuales, una lengua de silicona tan suave y roja como una original, y una abertura
oral que llegaba mas allá de la garganta… Curiosa introduje un dedo en la boca, y al
extraerlo los masturbantes labios de la muñeca se estiraban haciendo una succión
por el vacío interior, y de nuevo no soporté decirle: “Eres una p… muy bien hecha
muñeca… ¡Ja Ja Ja!… Empiezo a sospechar que eres una calentona… ¡Ja Ja Ja!”.
En líneas generales puedo decir que la muñeca era una copia casi exacta de mi
persona, y un estuche de monerías para hombres. Ese tipo de trabajo sólo se hace en
ciertas regiones de Europa y Estados Unidos. A Don Bernardo debió llevarle meses
hacerla, pero por fin, gracias a su destreza artesanal, se había hecho de una chica de
súper lujo para hacerle todo lo que él quisiera, y sin que ella se negara a nada,
absolutamente a nada. En ese momento realmente admiré a aquel hombre por su
habilidad, y por haber invertido su tiempo, talento, y esfuerzo, en hacer esa bien
formada muñeca. Ese trabajo fue para mí el mayor halago que jamás recibiré de un
admirador, y para el hombre sin duda algo muy importante en su vida. Con justicia
debía dejarlo que siguiera divirtiéndose con mi “hermana gemela”, pues su secreto e
inofensivo juego a nadie afectaba, y a nadie debía importarle.
Revisando el resto de su habitación entré a su baño. Éste era bastante rustico pero
tenía lo necesario, y se veía limpio excepto por una pared chorreada de manchas
amarillentas que también tenía una pequeña ventana, bajo la cual estaba un
banquito acojinado donde bien podría caber una persona acostada. Me subí al banco
acojinado y me asome a la ventana, y constaté que quedaba bien oculta por las ramas
de un árbol. Desde ese lugar se veía la alberca del patio interior de la casa donde yo
tomaba sol en traje de baño, quitándome a veces el sostén, y pasando largo rato
escuchando música. A veces y para divertirme, hacía allí un poco de ejercicio y
algunas monerías, por ejemplo caminaba como una modelo sobre una pasarela, o
practicaba ese tonto y provocativo baile con el que se hacen sugestivos movimientos
contorsionando el cuerpo. Entonces bajé la mirada para ver de nuevo la parte baja de
la pared de la ventana, y finalmente me di cuenta de lo que eran esas chorreantes y

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amarillentas manchas que iban desde el medio cuerpo hasta el piso. De pronto vino a
mi mente el nombre de esa acción. Me ruborizaba tan sólo pensar en esa palabra;
siempre quise saber como se hacía eso, y tal parecía ser la causa de las furiosas
marcas que Don Bernardo dejaba en la pared mientras me espiaba en la alberca,
cuando modelaba esas provocativas tangas y bikinis que nunca me dejaba usar mi
madre en la playa. Lo que por cierto no logré comprender del todo, era por qué Don
Bernardo hacía eso allí parado y en el baño, teniendo una muñeca con una boca que
me imaginaba perfecta para ese trabajo.
Para ser honesta, de nuevo sentí que la atención que él daba a mi persona era un
halago que nutría mi vanidad. Regresé luego al dormitorio, y al observar con
atención la cabecera de la cama, reparé con sorpresa que ahí había una imagen con
una deidad venerada por los habitantes de esa localidad, y junto a ella una oración de
poder que decía.
“A LA GLORIA DE LA LUZ ETERNA QUE ES EL NOMBRE BENDITO DEL
TODOPODEROSO, Y POR LOS PODERES DE QUE ESTOY INVESTIDO POR
LA GRACIA DIVINA DEL AMOR SENSUAL QUE ES SU FRUTO, TE PIDO QUE
LA FUERZA DE ESTA PASIÓN NO TERMINE CON EL ACTO
COMPLACIENTE Y CONFORMISTA DE LOS FORNICARIOS.- QUE TU LUZ
LIBERE LA PASIÓN DE ESTE MOMENTO, PARA QUE SU CUERPO SE
ENTERE DE LA FUERZA CON LA QUE ES DESEADA.- Y QUE CADA ACCION
O PENSAMIENTO SOBRE SU IMAGEN O SOBRE SU RECUERDO, TENGA EN
ELLA EFECTOS IGUALES Y PERMANENTES Y ACUMULATIVOS, QUE
SEPAN ENCENDER EN SU FRÍO E INDIFERENTE CORAZÓN LA LLAMA
PERFECTA DEL AMOR SENSUAL.- QUE ASÍ SEA.-”
¡Comprendí entonces que él estaba obsesionado conmigo, al grado de recurrir a una
superstición como esa! Es increíble en lo que pueden creer los nativos de este lugar.
Los muy tontos no saben que lo único real y verdadero es “La Pata de Conejo”, pero
en fin, si él se había tomado la libertad de copiar mi cuerpo, en desquite yo me
tomaría la libertad de espiarlo cuando llegara, y así estaríamos a mano. Y para eso
cumplir me subí por fuera a lo alto del granero, justo sobre su dormitorio, y
cuidadosamente hice una pequeña abertura entre la pared y el techo, para desde allí
observar directamente la cama y su muñequita. Así podría ver de primera mano lo
que haría el muy tonto con ese cuerpo inerte. Esa sería mi espléndida y secreta
revancha.
Por la nochecita y cuando todos volvieron, obviamente estaba bien instalada en mi
escondite, esperando impaciente a que llegara Don Bernardo a su cuarto, lo cual hizo
solamente con la luz del exterior, que era suficiente para ver todos los detalles pues el
cielo estaba despejado y había luna llena. Lentamente y con parcimonia se quitó sus
botas, dejó a un lado su camisa, y de un cajón de su ropero sacó unos objetos como
anchas pulseras de cuero negro con imitaciones de púas metálicas, las que se puso en
ambas muñecas de sus gruesas y toscas manos, y de modo que ellas casi le cubrían
los antebrazos. Luego también se puso una banda también de cuero negro y con las
mismas imitaciones de púas, la que se abrochó al cuello como collar. Y por último se

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puso un muy ancho cinturón de cuero que recordaba a los que usaban algunos
luchadores, el cual una vez ajustado y apretado haciendo juego con el resto de su
atuendo, sin duda lo hacía lucir terriblemente imponente y peligroso, dando el
aspecto de ser una mezcla de fiero guerrero con perro de caza.
De inmediato desabrochó su pantalón para descollar un largo miembro que ya
empezaba la erección con la contemplación de su muñeca, y cuando la rigidez se
completo quedé muy sorprendida. ¡A ojos vista el miembro era al menos de nueve
pulgadas! Recién entonces entendí porqué todos llamaban BernAsno a Bernardo.
Dejando luego su pantalón en el suelo, el imponente y oscuro cuerpo de ese hombre
se colocó suavemente sobre el frágil y blanco cuerpo de su muñequita, acostándose
sobre ella y abrazándola con un cariño que se irradiaba en el ambiente y que se hacía
sentir a flor de piel. Seguidamente la besó calidamente en el cuello y en la espalda, y
acto seguido se llevó a cabo la penetración. Miró luego la cabecera de su cama, y en
voz baja murmuró su oración.
Lo que siguió a continuación fue toda una clase práctica de educación sexual de
nivel universitario. A pesar de que la noche era fresca, casi fría, yo sudaba a mares
sin poder siquiera parpadear. De vez en cuando tragaba saliva y carraspeaba
ligeramente, mientras veía cómo ese hombre se contorneaba sobre su muñeca, a la
que tenía bien apresada por un fuerte abrazo, mientras ejecutaba sobre ella vigorosos
movimientos dorsales con los que se clavaba fuertemente contra ese firme y bien
asegurado nalgatorio, produciendo un rítmico golpeteo que me hacía morderme los
labios por la emoción. Desde mi puesto de vigía constataba que el hombre no tenía
ninguna consideración por la fragilidad aparente de la exquisita y femenina
escultura de compañía. Don Bernardo daba rienda suelta a una incontenible y
violenta lujuria, sin el más mínimo recato, sin la más mínima moderación.
Desde donde me encontraba, la muñeca daba la impresión de ser una chica de
verdad, con la frente clavada en la cama y sufriendo horrores, mientras era sacudida
de pies a cabeza por el enardecido asno. Con certeza la escena era realista por demás,
y me conmovía por entero… Ahora me daba cuenta que la expresión de sufrimiento
que Don Bernardo le había dado a la cara de su muñeca estaba muy bien justificada
dada la situación… Durante las dos o tres pausas en las que se aquietó por breves
segundos, podía escuchar con claridad cómo su agitada respiración emitía sofocados
gruñidos al tiempo que sus dientes rechinaban por la excitación, mientras con fuerza
se aferraba a su muñeca en un firme abrazo y como si luchara consigo mismo; por
momentos apaciguándose y controlando su propia lujuria, y por momentos
simulando los movimientos de un burro encabronado, el hombre daba rienda suelta a
sus instintos. Finalmente Don Bernardo lanzó un fuerte y prolongado gruñido, para
luego echarse por completo sobre la espalda de su muñeca, quedando desfallecido
sobre ella con la respiración agitada y el rostro desencajado por el esfuerzo, mientras
continuaba rugiendo y gruñendo como bestia satisfecha y cansada. Los sonidos que
emitía el hombre en parte intimidaban, y en parte anunciaban que el peligro ya había
pasado, al menos por el momento.



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Así permanecieron los dos cuerpos largo rato en la casi completa inmovilidad y en
inquietante silencio, contrastando con el anterior alboroto. El robusto y casi obeso
cuerpo de ese calvo e imponente hombre, se apoyaba por completo sobre la perfecta y
bien torneada espalda de su muñeca, mientras los dorados cabellos de la hembra
eran ligeramente movidos por la agitada respiración del asno ya satisfecho.
Luego de un rato de estar reposando sobre ella, el robusto hombre volvió a la carga
una y otra vez, siempre utilizando la misma vía de penetración, siempre practicando
la penetración anal. A cada instante el hombre me sorprendía. No tenía idea de lo
bravucón que podía llegar a ser con su muñeca ese abusivo y aprovechado salvaje…
y menos mal que la que sufría ese trato era la pobre muñeca y no mi pobre y delicado
cuerpo de fémina…
Luego de divertirse con su muñeca hasta la saciedad, Don Bernardo se levantó de la
cama y fue a ducharse. Y tardó un buen rato en ese menester. Cuando volvió a
aparecer perfectamente limpio y seco, inmediatamente se acostó junto a su muñeca,
colocando la cabeza de ella bajo su abdomen, para así dormir tranquila y
plácidamente. Mucho me hubiera gustado quedarme para ver lo que haría Don
Bernardo con su muñeca al despertar, pero la noche era fría y ya tenía mucho sueño,
así que sin más ni más me fui a dormir. Tendría que conformarme con imaginar lo
que casi seguramente pasaría en la madrugada.
A la mañana siguiente con los primeros cantos de los gallos, sonreía y me regocijaba
entre las cobijas de mi cama, pensando en la forma como Don Bernardo, con el vigor
matutino encendido, le estaría poniendo el ombligo en la frente a su muñequita, para
así recibir un servicio oral con esa boca puñetera a la que solamente le faltaba
hablar. Sin duda la pobre muñeca tendría que devorar algo semejante a lo que vi en
las paredes de su baño… “Mmh… ¿Qué tal sabe el licor muñeca?… Ja, ja, ja”.
Durante ese día vi a Don Bernardo muy tranquilo haciendo sus arreglos florales en
uno de los jardines, y pasé por ahí varias veces para que él me viera. Quería hacerlo
sufrir un poco por haberse tomado el atrevimiento de copiar mi imagen, y para
cumplir mi objetivo llevaba puestos unos sexy short pants, de los que usaba para mis
recorridos en bicicleta, y a los cuales les había hecho algunos recortes y arreglos
para que ajustaran apretando bien mis formas, para así darle un aspecto aún más
provocativo. Mi atuendo se completaba con una escotada blusa anudada bajo las
costillas, un femenino sombrero de ala ancha, y los infaltables lentes negros para
protegerme del sol y de las miradas indiscretas. Y todo esto lo había escogido
cuidadosamente, para hacerme lucir tal y como a ellos sin duda más les gusta. Escogí
un lugar cercano a donde Don Bernardo estaba trabajando, para descuidada e
inocentemente ejercitarme arqueando mi espalda y contorneándome. Y mientras me
lucía como pavo real, bien imaginaba que él tenía su mirada clavada en mi cuerpo,
con ese morboso y especial interés en mi personita que parecía obsesionarlo tanto.
Fue divertido constatar que durante todo el tiempo que pasé así en esas evoluciones,
el hombre no se movió del lugar desde donde me podía ver con toda claridad, y en
una postura que no parecía muy forzada. Finalmente, pretendiendo estar cansada o
aburrida, me senté en el borde de un estanque cercano, en el cual mojé mis manos

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para masajear y refrescar mis piernas, mostrando llamativamente unos zapatos con
cintillas de amarre parecidos a los de su muñeca. Luego me acosté bocabajo, dejando
expuesta por completo la forma de mi trasero que tan especial interés parecía tener
para él. Y cuando me cansé de jugar a eso, salí de ese jardín para continuar con mis
“ejercicios” en otra parte, cuidando de pasar junto a él para así tener el pretexto de
obsequiarle una sonrisa con la que pretendí hacerle saber que no era tan tonta como
para no haberme dado cuenta que todo el tiempo me había estado devorando con la
mirada.
Continuando con lo que dejé pendiente, a la noche siguiente lo volví a espiar desde
mi seguro escondite, pero esta vez Don Bernardo durmió tranquilamente y en paz, la
muñeca seguramente guardada pues no se la veía por ninguna parte. Y así sucedió
noche tras noche en las cuales lo espié, hasta que me di cuenta de que casi
seguramente esa actividad sólo la llevaba a cabo una vez al mes, cuando regresaba
del festejo popular, como si ese fuera un ritual bien establecido. Entonces comprendí
que este hombre soportaba un mes de abstinencia, para así unirse a su adorada
muñeca con una pasión y ansiedad intensa y violenta, como la de un sediento cuando
finalmente encuentra y bebe el preciado líquido.
Así que durante la noche del siguiente festejo, espié y constaté que él había dejado a
su muñeca preparada para su regreso, y entonces con atención tomé nota de todos los
detalles. La escena estaba preparada como la vez anterior, y en esta oportunidad
cuando él vino, podía adivinar qué es lo que seguía en su rutina. Al verlo enfundado
en su imponente atuendo de cuero tomando por asalto a su muñeca para penetrarla,
tuve una extraña sensación de cosquilleo en el vientre así como en la región o
conducto por el que Don Bernardo estaba penetrando a su adorada compañera, y
como llevaba puesta una delgada playera sin sostén palpé mis pechos, y con horror
constaté que las puntas de mis senos estaban endurecidas y bien resaltadas por una
presión interna bien establecida. Casi sin pensar salí huyendo de ese lugar, y al llegar
a mi cuarto de nuevo palpé mis senos, y me imaginé que mis pezones habían
adquirido una forma que recordaba los chuponcitos que usan los bebes, y que mucho
se asemejaban a los pechitos de la muñeca de Don Bernardo. En ese momento
supuse que era una exageración lo que estaba imaginando, y pretendiendo librarme
de esos pensamientos recé durante horas, prometiendo al cielo jamás volver a espiar
a nadie. Pero la implacable y rebelde sensación en todo mi cuerpo no desaparecía, y
con fuerza la sentí hasta bien entrada la noche. Tras haberme duchado con agua tan
fría como podía soportarla, finalmente pude librarme de ese alboroto que había
alterado todo mi cuerpo, y casi enseguida me quedé dormida en reparador descanso.
Pero sin duda a partir de aquella noche algo pasó con mi cuerpo, sin duda algo
cambió. Sabía ya de antes lo que era la excitación, pues la había experimentado con
suaves masajes mientras imaginaba encuentros cargados de erotismo. Pero con toda
certeza, la intensidad con la que esa noche había sentido esa sensación, produjo un
cambio singular que imaginaba había llegado para quedarse. Como consecuencia ya
no pude seguir usando esas simpáticas playeras sin sostén, pues bastaba con que
algún hombre me tocara afectuosamente o me rozara sin querer, para que casi de
inmediato esos botones se hicieran notar sobre la ropa. No soy supersticiosa ni creo

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en maleficios, pero poco a poco se fue incrementando en mí el deseo casi morboso de
ocupar el lugar de esa muñeca. Estaba segura que Don Bernardo aceptaría
fácilmente, y lo único que me frenaba era recordar el tamaño de esa cosa que tenía
Don Bernardo. Pero… ¿si la muñeca podía soportarlo, por qué yo no? Después de
todo éramos casi idénticas, y sólo necesitaría un poco de práctica para acompañar la
rutina de aquel hombre y gozar con él.
Como salida transitoria, y para no hacer algo de lo que luego podría arrepentirme,
me vi prácticamente en la obligación de conseguir uno de esos juguetes de hule,
como los que como broma le llevaba a mi hermana su novio. Tomé coraje y compré
uno en una tienda especializada de la ciudad, y de entre una amplia colección escogí
el cigarro que más se parecía a lo que yo andaba buscando. Según me dijo la
vendedora de esa tienda, lo que había escogido era la réplica exacta creada en molde
del jerarca de cierta tribu de cazadores salvajes de África del Sur. Sin duda era casi
tan grande como la de Don BernAsno, y en detalles coincidía con las características
de la hinchada forma de su aparato en estado de erección, incluido ese color
negruzco que lo hacía lucir como la cosilla de los burros. Ese juguete era tan
parecido en tamaño y forma y color al aparato de Don BernAsno, que sin duda me
serviría como si fuera la pieza original. Así que al llegar la noche, en la tranquila
soledad de mi cuarto y tras haber tomado una ducha caliente y reparadora, ungí mi
cuerpo con una crema suavizante que me proporcionó un intenso relax, y mientras
me dedicaba a esta práctica no podía apartar mi vista de ese largo y anchuroso cuello
africano cuyas brincadas venas parecían las hinchadas varices de un potente y
esplendoroso músculo en tensión. La sola visión de aquel elemento me hacia sentir
palpitaciones en el pecho y cosquillitas en el lugar que pronto ocuparía esa
portentosa arma.
Finalmente me decidí. Acostada en la cama y mirando al techo, empuñé con ambas
manos esa endurecida y negra longitud de hule, y la clavé cuanto pude en mi órgano.
A pesar de que la lubricación previa facilitaba el avance, el dolor iba en aumento
desalentando mi laborioso intento. Pero por cierto no iba a rendirme justo ahora, y
cuando el objeto estuvo lo suficientemente dentro de mí, con comodidad pude
empuñar con ambas manos los dos soportes parecidos a mangos de desarmador que
había en los costados del peludo extremo raíz, y de donde también colgaban dos bolas
muy similares a las del dardo que tenía la muñeca en su tatuaje. Y mientras en esa
posición luchaba conmigo misma, entorné los ojos imaginando que era la presa del
salvaje cazador que sirvió para hacer el molde de esa pieza. Tras una larga lucha en
la que no aguanté ni la mitad de esa cosa, por primera vez sentí ese extraño calambre
mezcla de dolor y placer, que me dejó quieta y atontada como una estatua. Luego de
un rato levanté la frente de la cama, y pude ver en el espejo de la pared un rostro
sudoroso con aire de sufrimiento y asombro, que me hizo recuerdo de la expresión
que Don Bernardo le había dado a la carita de su muñeca de hule. Clavé de nuevo la
cara en la cama y ya no me atreví a continuar con esa actividad, pues el placer
provocado por ese delicioso calambre o cosquilleo que había experimentado por
primera vez, había venido acompañado por un dolor desgarrador que me había
paralizado por completo, y que desalentaba la idea de repetir la experiencia. Pensé

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para mis adentros que si apenas había soportado la mitad de la longitud, menos
podría con todo el asno completo. Ni siquiera me atrevía a pensar en las rítmicas
arremetidas que había soportado la muñeca aquella noche, así que arrepentida,
decidí que esas experiencias no eran para mí. Sinceramente no creí que algo de
semejante tamaño pudiera jamás entrar en mi cuerpo… Y tal vez por eso Don
Bernardo usaba una muñeca… y tal vez por eso Don Bernardo en un tiempo usó a
una reclusa acostumbrada a todo…
Pero a pesar de la frustración de la primera experiencia y como movida por una
fuerza invisible e irresistible, noche a noche repetía el procedimiento recién descrito,
pues el deseo seguía insistiendo cada vez con más fuerza. Por más que trataba, por
más esfuerzos que hacía, noche a noche experimentaba cierta frustración pues sólo
lograba meter en mi cuerpo la mitad de aquella cosa de hule, cuyo tamaño imaginaba
era ligeramente menor que la tosca y velluda y negra pieza orgullo del burro
monarca de aquellos lugares. Además, en mi fuero íntimo tal vez quería que fuera él
quien me lo hiciera, quería que fuera ese calvo, mal rasurado, prieto, velludo, y obeso
hombre, de fiera y dominante mirada, quien como trofeo cobrara la virginidad de ese
orificio, y no una fina y bien acabada imitación de hule, sin sabor, sin olor, sin
emoción, hecha para las bromas de las señoritas en las despedidas de soltera.
En vano visité innumerables veces la bodega de vinos con la esperanza de encontrar
ahí al hombre que me estaba quitando el sueño. Ansiaba estar a solas con él en ese
seductor y oscuro ambiente, confesarle abiertamente que en forma accidental me
había enterado de su admiración por mí… y que… y que… y que quería sentir de
nuevo uno de esos abusivos abrazos… bueno, y tal vez también algo más…
Durante una fría y lluviosa noche de octubre que coincidía con el famoso festejo
mensual, miraba distraídamente por la ventana de mi habitación hacia la casa de
Don Bernardo, y viendo las cortinas de su dormitorio ya cerradas, no dejaba de
imaginarme lo que estaría haciendo con su muñeca. Finalmente el cansancio me
rindió y me dormí, pero tuve una pesadilla por demás extraña: Soñé que se repetía la
escena en la que bajaba a la bodega de vinos en busca de un condimento, y que allí lo
encontraba a él, avanzando hacia mí con esa mirada intimidante y avasallante,
mientras yo retrocedía lentamente hasta tocar con mi espalda la pared del oscuro
final de la bodega, donde él finalmente me tomaba con ambas manos por la nuca con
la misma suavidad con la que trataba a sus flores, inclinándome para acercarme a su
rostro, y en esa posición y con mi trasero apoyado en la pared, escuchaba como con
su dominante y grave voz me decía muy cerca de mi rostro:
“MI ESTIMADA SEÑORITA, DESDE HACE TIEMPO VENGO SIGUIENDO
DISCRETAMENTE SUS PASOS CON LA MIRADA, Y PROBABLEMENTE
USTED NO HA REPARADO EN ELLO.- SU EXQUISITO Y SENSUAL MODO DE
CAMINAR Y DE MOVERSE, ME PROVOCA LAS MÁS DELICIOSAS Y
EXÓTICAS SENSACIONES, PUES COMO USTED SEGURAMENTE DEBE YA
ESTAR ENTERADA, LOS HOMBRES A DIFERENCIA DE LAS MUJERES,
ESTAMOS PROGRAMADOS POR LA MADRE NATURALEZA PARA SENTIR
CON SÓLO MIRAR E IMAGINAR.- ASÍ QUE QUIERO QUE SEPA QUE DESDE

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QUE LA CONOZCO NO HE TENIDO UN SOLO MOMENTO DE REPOSO
MENTAL, PUES ME BASTA RECORDAR EL MOVIMIENTO DE ESE
MARAVILLOSO Y BIEN FORMADO CULO DE FANTASÍA QUE USTED TIENE,
PARA QUE LA VERGA SE ME PARE A REVENTAR, Y POR MÁS QUE TRATO Y
TRATO DE OLVIDARLA, ESE ESFUERZO ES ALGO QUE SIEMPRE TERMINA
EN TREMENDA PUÑETA, QUE DEJA EMBARRADAS DE SEMEN LAS
PAREDES DE MI BAÑO.-”
“NO QUIERO QUE SU EVASIVA NATURALEZA FEMENINA INTERPRETE
ERRÓNEAMENTE MIS SINCERAS Y ESPONTÁNEAS PALABRAS, PUES SON
LOS PENSAMIENTOS DE UN HOMBRE MADURO, VIGOROSO, Y MAL
HABLADO, PERO ABSOLUTAMENTE DESESPERADO POR GANARSE SU
ATENCIÓN.- ME HA COSTADO MUCHO TRABAJO ENCONTRAR EL MEJOR
MOMENTO PARA ACERCARME A USTED Y DECIRLE ESTOS ESTUDIADOS
CONCEPTOS, Y OBVIAMENTE NO QUIERO QUE ESTA OPORTUNIDAD SE
DESPERDICIE POR UN MAL ENTENDIDO, MIS INTENCIONES CON USTED
SON DE LO MEJOR.-”
“SABEDOR DE LA DISCRECIÓN Y RESERVA QUE USTED AMERITA Y DE
QUE SEGURAMENTE NO QUIERE ARRIESGAR SU VIRGINIDAD EN UNA
AVENTURA, LE PROPONGO ATRAVESARLE EL CULO CON UNA VERGA DE
NUEVE PULGADAS, PARA LA CUAL DIFÍCILMENTE CONSIGO CONDONES
CÓMODOS Y ADECUADOS, AMÉN DE QUE LAS ARREMETIDAS DE ASNO
CON LAS QUE YO TERMINO NO ADMITEN FRENO ALGUNO.- PERO ESA ES
OTRA HISTORIA QUE EN SU MOMENTO USTED PROBARA EN CARNE
PROPIA, SI ES QUE LA SUERTE ME ACOMPAÑA.- POR MI PARTE, A USTED
PUEDO ASEGURARLE MI ESTIMADA SEÑORITA, QUE NADA IMPEDIRÁ
QUE NOS ACOPLEMOS CON UN BUEN LUBRICANTE, PARA ASÍ PODER
CONSUMAR EL ACTO VENÉREO QUE LE DARA ALIVIO A ESE DESEO QUE
ATORMENTA MIS ENTRAÑAS.-”
“COMO ES OBVIO Y EVIDENTE, NO PRETENDO ENGAÑARLA EN LO MÁS
MÍNIMO.- ES MUY POSIBLE QUE LA PENETRACIÓN FORZADA DE
NUESTRO PRIMER ENCUENTRO LA HAGA SUFRIR UN POCO.- PERO NO
DEBE TEMER PUES ESTE SERVIDOR TIENE GRAN EXPERIENCIA, Y ESTÁ
ACOSTUMBRADO A DOMAR CHIQUILLAS POR EL CULO HASTA HACERLAS
GOZAR, COMO SIN DUDA LO HARÉ CON USTED EN UNA CONFORTABLE Y
AMPLIA CAMA MATRIMONIAL, EN LA CUAL PODREMOS DISFRUTAR
COMO MACHO Y HEMBRA, DURANTE UNA DE ESAS FRÍAS Y LLUVIOSAS
NOCHES QUE SE AVECINAN.-”
En ese momento de la pesadilla desperté sudando como si tuviera fiebre. El corazón
me latía como tambor, y sentía unas intensas e irrefrenables ganas de masturbarme,
debido a ese cosquilleo que me había atrapado desde la segunda noche que vi a ese
hombre con su muñeca. Por la hora que era, me imaginaba que en ese momento la
muñeca estaría recibiendo su segunda o tercera dosis de amor. Me incorporé para
arrodillarme en la cama, y al quitarme la ropa que me cubría vi que tenía otra vez las

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puntas de los pezones brincadas a reventar, y sin atreverme a tocar nada, crucé los
dedos de ambas manos tras la nuca, y apoyada en mis rodillas clavé la cabeza en la
cama, gimiendo y casi gruñendo. Trataba en vano de apartar de mi mente las
imágenes de lo que sabía bien estaba sucediéndole a la muñeca a manos de ese asno
sin ley. La excitación que tenía era terrible, pero lacerar de nuevo mi cuerpo con el
doloroso calambre africano, solamente aliviaría una fracción del tremendo deseo que
estaba sintiendo en todo mi cuerpo. Ahora sí empezaba a arrepentirme en serio de
haber espiado a Don Bernardo, y para mis adentros pensé que ese era el castigo vudú
que me había ganado, por ser una niña traviesa que a hurtadillas anda viendo lo que
no debe. Sin embargo otra parte de mí se resistía a aceptar como castigo no hacer
absolutamente nada, pues todo mi cuerpo se estaba incendiando, fuera por el tonto
hechizo que tal vez Don Bernardo me estaba enviando, fuera porque el hombre me
transfería el placer que su muñeca no podía sentir, fuera por mis hormonas, fuera
por lo que fuera. Deseo natural o amor brujo, el resultado era el mismo, estaba
atrapada y fuera de mí.
Finalmente un baño con agua bien fría me salvó del tormento africano, y un
somnífero ligero me dio la paz del sueño y del reposo. Sin embargo y al paso de los
días, los sueños y las fantasías con Don Bernardo se volvían a repetir. Las escenas
eran cada vez más y más reales y atrevidas. A veces él aparecía en la bodega con su
imponente atuendo de cuero. Y en forma súbita me daba cuenta de que estaba vestida
tan sólo con la corta falda roja, así como con los zapatos de tacón alto de la muñeca.
En esa fantasía las puertas de la bodega habían desaparecido, y solamente había
paredes. Por cierto trataba de correr, pero con esos zapatos él me daba alcance muy
fácilmente, colocándome luego contra una pared donde me mostraba el portentoso
instrumento de hule que de sobra ya conocía, y apuntándome con ese objeto me decía
que sabía muy bien lo que había hecho con eso, y que ahora me daría mi merecido
por haber maltratado y masturbado ese orificio que por derecho le pertenecía
solamente a él. A continuación y cual tormento psicológico, me daba unos golpecitos
simbólicos en la cabeza y la cara con ese objeto de hule, como cuando se juega a
castigar a una niña traviesa, mientras por mi parte, avergonzada, trataba de apartar
la cara de ese objeto que ya me atormentaba a rabiar. Luego tiraba el vástago al
suelo, me tomaba de los brazos y la nuca con una suavidad que me hacía su cautiva
voluntaria, y una vez vencida mi escasa resistencia, me repetía al oído sus obscenas
proposiciones, diciendo cosas cada vez más excitantes y atrevidas, con esa voz que
tanto me afectaba y que me derretía en cuerpo y alma.
“AHORA GUERITA, LE VOY A DAR EL TRATAMIENTO DE UNA MUÑECA
REINA, Y USTED SABE YA MUY BIEN DE LO QUE SE TRATA.- LE ESPERA
UNA MUY LARGA NOCHE EN LA CÁRCEL DEL AMOR, DONDE ESTE ASNO
CARCELERO TENDRÁ A SU CARGO DARLE LA BIENVENIDA.- HARÉ LO
QUE SÉ HACER MUY BIEN, Y LE ASEGURO QUE VA A SENTIR UN POCO DE
DOLOR, MÁS NO POR ESO DEJARÁ DE GOZAR INTENSAMENTE.-”
Luego me abrazaba levantándome del suelo, y casi de inmediato constataba con
horror que realmente me había transformado en una muñeca de hule. Por más
esfuerzos que hiciera ningún músculo de mi cuerpo me obedecía, y mientras mis

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piernas y brazos colgaban sin fuerza, con la espalda arqueada y mi cabeza caída
hacia atrás como mirando al cielo, Don Bernardo con su picante mentón clavado en
medio de mis desnudos y expuestos senos, continuaba con el implacable y despiadado
tormento mental.
“NO INTENTE MOVERSE PRECIOSURA, PORQUE CIERTAMENTE LE SERÁ
IMPOSIBLE HACERLO.- ESTE CUERPECITO SUYO HA QUEDADO INMÓVIL
PORQUE DESDE ADENTRO PIDE A GRITOS SER MÍA, ASÍ QUE RELÁJESE Y
DEJE DE LUCHAR, QUE ESTE ASNO DARÁ BUENA CUENTA DE USTED Y
DE SUS NECESIDADES MÁS ÍNTIMAS.- LA VOY A HACER MI MUÑECA, MI
OBJETO PRIVADO ESPECIAL, Y AUNQUE TAL VEZ AL PRINCIPIO EL
DOLOR LA HARÁ PEDIR CLEMENCIA, UNA VEZ BIEN ACOPLADOS
GRITARÁ Y CHILLARÁ DE PLACER, COMO LO HACE UNA VIRGEN
AGRADECIDA GOZANDO CON SU PRIMER MACHO.-”
Luego aplicaba lentos y succionantes besos a los lados de mis senos, los que estaban
completamente a su disposición debido a la posición en la que me tenía abrazada,
haciéndome derramar lágrimas de placer producto de la terrible emoción que esas
libidinosas caricias me provocaban, y sin que pudiera mover ni un solo dedo, y sin
que pudiera emitir ni un solo grito. Hasta que finalmente, ya mareada por la emoción
y la excitación, mi cerebro me obligaba por fuerza a despertar, al no poder resistir
por más tiempo el delicioso tormento de esa perversa situación. Los exquisitos y
tormentosos encuentros mentales con Don Bernardo continuaron noche tras noche
con ligeras variantes. A veces él aparecía tras de mí cuando espiaba desde mi
escondite, y de inmediato me llevaba de los cabellos hasta su recámara para darme
mi merecido. A veces el encuentro era en un sendero en medio de una noche con una
luminosa luna. Y en esas ocasiones invariablemente me proporcionaba un tormento
mental como preámbulo, el que me inmovilizaba y me transformaba en su muñeca de
hule, para luego hacerme las cosas más inimaginables y grotescas, que eran tan
fuertes y sorpresivas que finalmente me hacían despertar en medio de la noche,
sudorosa, el corazón palpitante, húmeda en mis partes, y en las mismas desastrosas
condiciones de siempre desde el punto de vista psicológico.
Hasta que una de esas noches de fin de semana que coincidía con el festejo popular y
con la cercanía de mi periodo menstrual, no pude más, no resistí más, e imaginé un
plan. Aprovechando que el hombre estaba en el pueblo embriagándose, pensé
inocentemente que en ese estado no podría notar la diferencia entre la muñeca y mi
personita. Y si la descubría, pues ya no me importaba. Seguramente él no se negaría
a tener su propia muñeca de carne y hueso. Y ambos quedaríamos gratificados y
felices.
Me preparé entonces lo mejor que pude, y revisé todo mi cuerpo desnudo en un largo
espejo. Recordé fugazmente que alguna vez me dijeron que yo era el sueño dorado de
cualquier caballero, debido al parecido físico que tengo con los juveniles inicios de
cierta cantante de rock, que es medio lesbiana o que lo deja entender, y de la cual
hasta tenía la colección de tontos sombreritos que la hicieron famosa. Si eso era
cierto ahora más que nunca necesitaba de ese recurso. Con una pluma copie en mi

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brazo el tatuaje de su muñeca aunque sin tanto detalle, y como riguroso requisito
final, acostada bocabajo en mi cama realicé una última práctica con el juguete
africano, y tal vez por la excitación del inminente encuentro o tal vez para
convencerme de no hacer esa visita, esta vez logré clavar más de la mitad de esa
interminable longitud de endurecido hule, casi tres puños de mi mano, lo cual no fue
suficiente para llegar a la velluda raíz, pero pensé que con eso bastaría pues la
lubricación que le había aplicado al juguete facilitaría el camino que faltaba para
enfundar al todavía más largo juguete de Don Bernardo.
Luego me puse el bikini de dos piezas y mi suéter azul, lo mismo que vestía cuando
me abrasó en la bodega, y una vez preparada, me salí de la casa por el patio interior a
través de una cerca de madera que comunicaba bastante directamente con las
habitaciones de Don Bernardo. Entré a su dormitorio, quité el foco de la habitación
para que no encendiera la luz, boté a la muñeca debajo de la cama, y me puse los
zapatos de tacón alto y la falda roja sin ropa interior, dejando mi torso
completamente desnudo. Y mientras ataba a mis tobillos las cintillas de amarre de los
zapatos, pensaba que si todo salía bien, una vez que Don Bernardo terminara y
entrara a ducharse, yo podría colocar de nuevo a la muñeca en su lugar, y luego
escapar sin que el hombre se percatara de nada extraño. De esta manera él haría lo
suyo y yo recibiría lo mío, y así me libraría por fin de esa nueva necesidad de fuego
que había surgido en mi cuerpo, y que me urgía apagar lo antes posible y antes de
cometer cualquier importante insensatez de la que pudiera luego arrepentirme. Sin
duda faltaba ya poco para que él llegara y comenzara así la acción. Me acosté tal y
como él había dejado a su muñeca, bocabajo y con una pequeña almohada bajo el
vientre, para mejor resaltar las formas sin pérdida de la comodidad. Y esperé. Y
esperé pacientemente.
De improviso lo escuché entrar tarareando sus canciones por la ebriedad, y mi
corazón comenzó a latir como si fuera a reventar. Entró al dormitorio y como estaba
previsto, la luz del foco no se encendió. De reojo vi como se colocaba su imponente
atuendo de cuero. Me mordía los labios mientras oía el ruido que hacían las hebillas
y los broches al cerrarse sobre su robusto y fuerte cuerpo. Y luego de unos instantes
se aproximó a “su muñeca” y le dio el acostumbrado masaje. Me tomó de la nuca y
con sus anchas narices olfateo mi perfume. Sentí las cosquillas que me hacía su
respiración sobre mi piel desnuda. Tonta de mí se me olvido quitarme el perfume,
pero supuse que con la ebriedad no tomaría en cuenta ese detalle. Acto seguido se
sentó en la cama, y abriendo con cuidado uno de mis ojos, vi que de un cajón sacó un
frasco de pastillas azules de esas que provocan a los hombres cuatro horas
continuadas de erección. Se tomó dos, enseguida se levantó, y casi frente a mi rostro
ungió su erecto miembro con una aromática crema. Seguramente era uno de esos
lubricantes especiales de los llamados retardadores. Todo eso no lo había visto antes,
pero sin duda había llegado demasiado lejos, y arrepentirme ya no era una opción.
Sin ninguna prisa el hombre se acomodó para completar el exquisito masaje. Hice un
gran esfuerzo para no mover ni un solo músculo. Luego se acostó sobre “su muñeca”
abrazándola hábilmente, y uniendo así su velludo y oscuro cuerpo a la blanca piel de
su amor.

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El agasajo por sí mismo era paradisíaco, y poco a poco se preparaba la penetración
que me imaginaba sería brusca y sorpresiva. Don Bernardo acomodó la tumefacta y
rígida punta de su largo miembro, para penetrar en un orificio que era un poco
diferente al de su muñeca de siempre. Obviamente confiaba en que eso no sería
problema, pero sin embargo, luego de varios intentos en los que notoriamente el
hombre encontraba más resistencia de la acostumbrada para la penetración, cambió
de táctica y empezó a acariciar de nuevo con sus grandes manos las curvas del
femenino cuerpo de su muñeca.
Pensé que no tenía caso seguir fingiendo, estaba segura de que ya me había
descubierto, pero en mi fuero íntimo tenía la esperanza de que él también fingiera
que lo estaba haciendo con su muñeca de hule, pues así al día siguiente ambos
podríamos comportarnos como si nada hubiera pasado. Y mientras pensaba en todo
eso, y mientras estos pensamientos en tropel se presentaban en mi conciencia, sus
toscas manos se concentraron entonces en una laboriosa caricia en la que clavó con
fuerza sus dedos pulgares, en una acción separadora que soportaba estoica, con los
párpados apretados y la boca abierta, como en actitud de expresar un grito silencioso.
Casi en seguida Don Bernardo hizo un ruido con su boca como cuando se extrae una
pesada flema de la garganta, y sentí como el lubricante natural caía certeramente en
el interior del rebelde orificio de su compañera. Ahora Don Bernardo volvió a repetir
la acción, y empuñando su largo miembro con su mano hizo un hábil movimiento
circular, remolineando la entrada hasta que finalmente me sentí abrochada por la
dura punta de ese largo y duro miembro. Un empujón me hizo sentir como la flema
era empujada hacia adentro por la dura punta, y un avance de su miembro se
produjo, y luego otro empujón de avance, y su muñeca enloquecía de placer sin
atreverse a hacer un solo movimiento, mientras sentía como la deslizante flema de
Don BernAsno avanzaba al frente de la henchida punta lubricando el camino que así
se abría a su paso.
Ahora sí estaba segura de que podría soportar cualquier tormento con la misma
tranquilidad que mi “hermana de hule”, pero una embestida de toro enardecido por
fin hizo que la muñeca soltara una espontánea y dolorosa queja, cuyo agudo y casi
imperceptible gemido evidenciaba la mezcla de placer y dolor que le provocaba sentir
que el asno abriera las partes más intimas de ese conducto. Sin dejar de impulsarse
hacia adentro, Don BernAsno por fin habló: “CREÍSTE QUE ME IBAS A
ENGAÑAR NIÑA BONITA”. Y la muñeca sollozando le respondió: “Plis Don Ber
que me esta matando, juro que me esta matando”.
Luego intercambiamos algunas frases cortas: “¿PERO DIOS MÍO, QUÉ DIABLOS
ESTÁS HACIENDO AQUÍ?”… “Quiero ser su muñequita.”… “¿TIENES IDEA
QUERIDITA, DEL ENORME TAMAÑO DE VERGA QUE TE VA A ENTRAR?”
La muñeca no respondió, y movió la cabeza aceptando con eso ser culpable de
espiarlo. Y Don BernAsno volvió a embestir gruñendo como toro enfurecido,
adentrándose todavía más en esa anatomía hasta ahora inexplorada, y haciendo que
su muñeca pidiera clemencia en forma reiterada.



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“ASI QUE YA SABES POR QUÉ ME DICEN BERNASNO CABRONA, PUES
PREPÁRATE PORQUE AHORA TAMBIÉN LO VAS A EXPERIMENTAR DE
VERDAD EN TU PROPIO CUERPO.- Y PREPÁRATE PARA LO MEJOR, PUES
APENAS LLEVAS MEDIA VERGA DENTRO CHIQUILLA PRECIOSA.-”
La muñeca intento suavizar a Don BernAsno con su encanto femenino, dándole un
rápido beso en su severo y enojado rostro, para luego de nuevo esconder su cara en la
frescura de la almohada. Sin embargo Don BernAsno no tuvo la más mínima
clemencia, no se enterneció ni ablandó por esa expresiva súplica, y la penetración
continuó, provocando en su muñeca esa extraña mezcla de dolor y placer que le
arrancaba expresiones entrecortadas: “!Put… a madre!… ¡No Jodas Burr!… ¡Pero
Que Ric!… ¡Ouug! No… ¡Plis Don Ber!… ¡Suave, con cuidado!… Oh… Dios…
No… ¡!Ahuuuugg!”.
Y con esta última exclamación la muñeca sujetó la almohada con sus dientes,
ahogando así los gritos del doloroso placer que acompañaban a cada impulso del
asno, que inevitablemente ganaba terreno cada vez más y más.
Embestida tras embestida, el insistente asno por fin consiguió abrir la parte más
interna, estrecha, y resistente del conducto, avanzando tan sólo unos cuantos
centímetros más, y con un último golpe Don BernAsno quedó clavado hasta la raíz de
su miembro, acción con la cual arrancó a su muñeca un desgarrador grito que
parcialmente ahogó la almohada, anunciando con esto el completo triunfo de la
bestia, que finalmente había doblegado la juvenil resistencia de esa virginal y tierna
carne. La muñeca sentía que Don BernAsno se había alojado tan dentro de ella como
le era posible, tal y como él acostumbraba hacerlo con su obediente muñequita de
hule. Pero a pesar de ya haber entrado por completo en ese cuerpo, Don BernAsno
continuaba con la frenética inercia de una feroz lucha por acomodarse y por
adentrarse todavía un poco más. La muñeca apretaba con fuerza sus párpados y
abrazaba la almohada, así expresando el dolor que le provocaba el enfurecido asno,
que gruñendo con furia y con su severo rostro deformado y contraído por el esfuerzo,
acometía una y otra vez, presionaba una y otra vez las redondeces posteriores del
frágil cuerpo que tenía en su poder. Finalmente la acción se aquietó, convencido por
fin el hombre que ya no podría ganar más espacio en ese cuerpo en el que estaba
montado.
La muñeca había entregado su delicado, tierno, y virginal orificio, al sin duda
vigoroso y dominante macho, que se lo había ganado como recompensa a una larga
espera y a una inquebrantable voluntad de hierro, pues sin duda ese era un codiciado
trofeo de caza que esa noche estaba siendo reclamado por un asno enardecido que
había jurado una y mil veces obtenerlo. La persistente espera y la tenaz insistencia en
la obtención de sus objetivos, por fin habían cobrado su cuota.
Tras la aparatosa y monumental cornada que le había aplicado Don BernAsno, se
echó sobre ella haciendo contacto completo con el aplastante peso de su cuerpo, y a
pesar de las obvias dificultades de esta irregular unión, su potente y tumefacto
miembro de asno había quedado insertado en el interior de la muñeca en forma por

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demás extraordinaria. La muñeca sentía que el asno había quedado perfectamente
montado sobre ella, con su nervuda y gruesa raíz de pelambre haciendo presión
permanente contra su delicada y virginal entrada, para lo cual el asno se había
ventajosamente ayudado con la abultada almohada, y de la cual ahora se ponía
claramente de manifiesto de que no sólo servía para resaltar las formas de la
compañera, sino también para proporcionarle al hombre una firme montura que
asegurara en todo momento la penetración completa de su erecto miembro, mientras
así descargaba su aplastante peso sobre el arco de la espalda de su compañera de
placer.
La muñeca intuía que adentrarse por completo era una necesidad instintiva del
macho, para así asegurar el máximo alcance de sus descargas y poder preñar con
éxito a su hembra… como instintivos eran también los vigorosos movimientos de
entrada y salida, los cuales se intuía iban a comenzar en cualquier momento, y que
en el caso de nuestro buen BernAsno serían los de un asno encabronado, que sin
duda no pararía hasta saciar sus bestiales ansias de descargar la lujuria contenida
durante un mes de abstinencia. La muñeca había dejado de luchar, tenía miedo de
lastimarse aún más si lo hacía, razón por la cual se mantenía ahora muy quieta y
silenciosa, con sus piernas bien separadas, tratando así de acomodar a Don
BernAsno de la mejor manera posible sobre su arqueada espalda, para que reposara
sobre ella, y con la esperanza de retardar el mayor tiempo posible los furibundos
movimientos que se insinuaban, que se intuían, que se esperaban. Todas las
condiciones para la consumación de un exitoso apareamiento estaban dadas, y sin
duda se cumpliría de acuerdo al bestial antojo y capricho de Don BernAsno.
Con los párpados apretados y respirando con dificultad, la muñeca no se atrevía a
mover ni tan siquiera los dedos de los pies, pues la mas mínima contracción muscular
de su cuerpo podría provocar que el nervudo y grueso tronco pulsara y se expandiera,
provocando en el asno el reflejo instintivo por adentrarse todavía más de lo que ya
estaba. Ahora, cornada por un asno en celo, la muñeca permanecía inmóvil y con
una mueca de dolor en su cara, pues imaginaba todo lo que aún faltaba para que se
completara esta acción que apenas acababa de empezar, y que no pararía hasta que
el macho la diera por terminada. Querer pasarse de lista con un asno por cierto no
era la empresa fácil que inicialmente imaginó, y ahora estaba pagando las
consecuencias de su osadía.
Don BernAsno la tomó entonces con sus manos de gorila a la altura del cuello y la
nuca, sujetándole la cabeza para acercarla hacia él, y así contemplar divertido cómo
el hermoso rostro de su muñeca, con los ojos cerrados, se transformaba a cada
movimiento, a cada acomodo, a cada ajuste. Si hasta los cambios de presión
provocados con su miembro, si hasta los cambios de ritmo de su potente y agitada
respiración de asno en celo, se reflejaban de una u otra forma en la cara de su
compañera. Luego él dio a ella un largo y apasionado beso, y acercándose a la oreja
de la hembra, le dijo.
“¿QUE LE PARECE EL TAMAÑO DE VERGA, GUERITA?… ADIVINE
CUANTAS PULGADAS TIENE DE LARGO ESTA MORENA MEADORA,

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GANADORA DE VARIOS CONCURSOS CANTINEROS, Y FINALISTA DE UN
TORNEO ESTATAL.-”
Sin poder hablar, pero temerosa de no responder, la muñeca elevó un poco sus
temblorosas manos que estaban a la altura de su cabeza, extendiendo los cinco dedos
de su mano izquierda y cuatro de su mano derecha. Pero Don BernAsno, con una
amplia sonrisa, tomó su mano derecha y extendió su quinto dedo, indicándole así el
número correcto, y haciendo que su muñeca cerrara con fuerza sus párpados y
emitiera un ahogado suspiro, al enterarse de las extraordinarias medidas que ya
estaban dentro de su cuerpo. Ya no cabía la menor duda. Las palabras escritas en el
tatuaje realmente podían ser escritas a todo lo largo de ese inflamado y nervudo
dardo de amor, que metafóricamente le tenía atravesado el corazón, y que muy
pronto haría realidad la advertencia allí materializada.
Pero no todo era dolor para la nueva muñeca, pues la fémina ya estaba capacitada
para gozar y no lo estaba pasando del todo mal. Después de todo eso era lo que ella
había soñado, tener esa verga de asno tan adentro de ella como sólo la brutal fuerza
de un hombre como Don BernAsno podía hacerlo, y así provocándole ese calambre
de placer que ya había experimentado con el juguetito africano. Solamente que con
Don BernAsno esa extraordinaria y placentera sensación sin duda sería al menos
diez veces más intensa. Ya sentía esa electricidad, ese delicioso y preparatorio
cosquilleo, recorriendo sus entrañas a todo lo largo de ese palpitante y bestial
miembro de asno. La muñeca percibía que en ese momento los dos eran uno solo, y
que sentían al unísono. La rudeza de los acomodos de Don BernAsno la hacían
cerrar con fuerza los párpados y gemir de miedo, al presentir que se aproximaba el
momento culminante en que darían inicio los movimientos cabrones del macho
dominante. Lo soportaría todo con la frente clavada en la almohada, pues desde el
principio sabía bien la forma en que su virginal orificio iba a ser tratado, y a pesar
del brutal asalto que se anunciaba, ansiaba el momento de que esto ocurriera.
En cuanto Don BernAsno empezó a moverse, la muñeca no pudo evitar las repetidas
y suplicantes exclamaciones de clemencia que hacían sonreír a Don BernAsno, quien
enormemente divertido con los lloriqueos de su muñeca, la sujetaba con fuerza
haciéndole sentir el férreo agarre de esas manos de gorila, que le arrancaban
quejidos de todo tipo y color. Como frágil presa en las garras de un depredador, la
muñeca sabía bien que Don BernAsno haría lo que sabía hacer, haría lo que todo
macho sabe hacer, y sin duda alguna la brutal sentencia dictada en el tatuaje se
cumpliría al pie de la letra. Don BernAsno por fin la tenía como siempre quiso
tenerla. La altiva y orgullosa princesa rompecorazones ahora yacía en la cama,
bocabajo, de piernas abiertas, y con el culo atravesado por una enorme porra,
pidiendo clemencia a cada embestida, pidiendo más prudencia y suavidad a cada
cornada.
 “¡Auuch! … !Despacio Don Ber! … ¡Despacito Por Plis! … ¡Oh! ¡Oh! ¡Au! ¡Au!”
Pero los femeninos escándalos que la muñeca hacía cada vez que el ansioso asno
arremetía contra su cuerpo, no sólo eran de dolor sino también de placer, y por
momentos el “calambre sagrado” arreciaba con los frenéticos movimientos del

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compañero, haciendo así disfrutar intensamente a la hembra, excitándole así todas
esas recónditas y femeninas terminales nerviosas que se ramificaban al resto del
medio cuerpo. Sin duda el macho era fuerte y dominante, y jugueteaba a su antojo
con la jovencita como si realmente fuera un pelele o un monigote, como si realmente
fuera un juguete de placer. El secreto e idílico sueño de ambos se estaba haciendo
realidad, mientras la actuación del hombre arrancaba a la hembra todo un
abecedario de dolientes y simuladas quejas. Don BernAsno cumplía a la perfección
con la parte activa del acto, y por momentos dejaba pendientes los movimientos de
apareamiento, para sin prisa explorar y disfrutar todos los encantos que podía
ofrecerle su nuevo juguete, para sin pausa aplicar todo el arsenal de mañas y trucos
que se pueden hacer con una mujer receptiva al placer. Luego de un entreacto sin
duda reparador y refrescante para ambos, el hombre volvió a sujetar la cabeza de la
fémina, y aproximándose a una de las orejas de su compañera, la atrapó con los
dientes con cierta suavidad, para luego introducir en el oído la punta de su impúdica
lengua de asno, aplicándole así una prolongada, sensual, y enloquecedora caricia
contra la que no había defensa alguna. La muñeca sentía cómo esa lengua de asno
parecía acariciar las propias entrañas del cerebro. Por cierto ambos estaban en el
paraíso. Por cierto ambos estaban absortos, enfrascados, concentrados uno con el
otro. Y mientras Don BernAsno le besaba y mordisqueaba las orejas, con voz grave y
pausada, murmuró al oído.
“NO SABE GUERITA CUÁNTO ME GUSTA SU CULO, Y CUÁNTO HE
ANHELADO COMUNICARLE EL FUEGO DEL DESEO QUE SIENTO POR
USTED Y ACTO SEGUIDO HACERLA MÍA, PERO YO SOY POBRE, FEO, Y
VIEJO, ADEMÁS PELÓN GORDO Y NEGRO, Y EN CAMBIO USTED ES
JOVEN, MUY JOVEN, CON UNA CARA ANGELICAL, CON HERMOSOS OJOS
VERDES, Y CON UN CABELLO QUE PARECE UNA CASCADA DE LUCES DE
ORO.- USTED TIENE UN CUERPO FANTÁSTICO, Y SIN DUDA LO SABE
MOVER COMO MODELO PROFESIONAL DE PASARELA.- USTED TAMBIÉN
TIENE UNA MUY FEMENINA, FINA, Y BIEN TIMBRADA VOZ, SIN DUDA
EDUCADA EN UNO DE LOS MEJORES COLEGIOS, Y CAPAZ DE
CHAMULLAR EN VARIOS IDIOMAS.- Y PARA COLMO, Y PARA REMATAR LA
COSA, SIN DUDA USTED TIENE CULO DE SEÑORITA Y YO PILINA DE
BURRO.- PAREJA MUY DESPAREJA LA QUE AMBOS ESTAMOS HACIENDO.-
AHORA SIENTO QUE HA VALIDO LA PENA VIVIR TANTO TIEMPO PARA AL
FIN TENER LA DICHA DE EXPERIMENTAR ESTE MOMENTO.- Y SI ESTO
FUERA TAN SÓLO UN SUEÑO, PREFIERO MORIR Y ETERNIZAR ESTE
INSTANTE, ANTES QUE DESPERTAR A LA DURA REALIDAD QUE LUEGO
DE ESTE ENCUENTRO NOS SEPARARÁ.-”
Mientras Don BernAsno le murmuraba estas palabras al oído a su muñeca, ella se
mordía los labios con los ojos entrecerrados, sintiendo el increíble agasajo que le
daban a sus excitados senos las ásperas y calientes manos de trabajo de ese hombre
hecho a golpes. Y girando entonces la cabeza, la hembra ya fuera de sí, buscó la boca
de quien había endulzado sus oídos con esos delicados halagos. Recompensa debía
tener ese hombre, y se la prodigó con un prolongado y cálido beso, acariciando con

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su lengua los labios de Don BernAsno, quien luego de recibir lo suyo continuó
diciéndole.
“ES USTED UNA CHIQUILLA MUY CALIENTE SEÑORITA, Y ESTANDO TAN
HERMOSA Y BUENOTONA, NO DEBE ANDAR POR AHÍ SIN DUEÑO.- ESO ES
PELIGROSO.- ESO ES MALO, EXTREMADAMENTE MALO PARA USTED.-
RECUERDE SIEMPRE ESTE CONSEJO SEÑORITA.- EL HOMBRE SABE POR
SABIO PERO MÁS SABE POR VIEJO.-”
Sin más trámite, Don BernAsno empezó a restregar la nervuda y gruesa raíz del
tronco de su verga contra la lampiña y fina entrada de su muñeca, adentrándose y
tallando con su peluda parte la cada vez más dilatada entrada de la muñeca, a la par
que a viva voz decía.
“¿QUE LE PARECE ESTE MASAJE GUERITA? ¿VERDAD QUE CON ESTE
TRATO SE SIENTE MUY HEMBRA?… PARA ESO SIRVE EL PELO DE LA
VERGA, PARA DAR SUAVES CARICIAS, Y A ESTAS FRICCIONES YO LAS
LLAMO ABRECULOS.-”
Obviamente, lo que en realidad buscaba el astuto asno con tanta insistencia, no sólo
era darle ese excitante masaje a su juguete sexual, sino también montar en su
nervudo y grueso tronco raíz los sensibles y virginales nervios de la entrada al
orificio, que al expandirse unían y sumaban esa infame y desvirgante sensación, con
el profundo y celestial calambre que se insinuaba, que iba y venía, y que tenía a la
hembra como hipnotizada y casi paralizada. Y mientras Don BernAsno continuaba
restregándose, su muñeca con la cara en la almohada, de improviso sujetó con fuerza
las cobijas de la cama y empezó a encabritarse, hundiendo su vientre y arqueando su
espalda, con la frente siempre clavada en el lecho. Los jadeos del hombre se unieron
así a los gemidos y movimientos característicos de la hembra excitada, y sin duda esa
era la señal que Don BernAsno con ansia estaba esperando. Los femeninos chillidos
de placer de la muñeca eran música para esas orejas de asno, y aprovechando el
espacio que su muñeca había liberado bajo su vientre, pasó por allí sus fuertes brazos
para sujetarla, diciéndole entonces.
“PUEDO SENTIR CON CLARIDAD QUE TIENE MUY ADENTRO UN
DIABLITO JUGUETÓN, QUE ES EL QUE AHORA PRODUCE ESE FUEGO
QUE CIRCULA POR SUS VENAS GUERITA, PERO SEPA DE UNA VEZ MI
REINA, QUE ESE DEMONIO AÚN ESTA ADORMILADO.- EN REALIDAD ES
UN BEBÉ RECIÉN NACIDO, AL QUE ESTA MISMA NOCHE UN ASNO A SU
SERVICIO TENDRÁ EL GUSTO DE DESPERTARLO Y DARLE EL BAUTIZO
DE LEY.-”
Y mientras Don BernAsno continuaba acomodándose y apretando con mucha fuerza
la delgada cintura de su excitada y jadeante muñeca, ésta un tanto avergonzada,
trataba sin éxito de disfrazar sus gemidos de placer con quejas de protesta y de dolor.
Y en cuanto el apretado abrazo se completó como cerrojo de acero, el hombre
continuó diciendo.


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“JODER, NO TIENE IDEA GUERITA DE CUANTAS PUÑETAS ME HICE
VIÉNDOLA EN BIKINI, Y CUANTAS VECES QUISE APRETARLE ESTA
CINTURITA Y HACERLE UN ABRECULOS.-”
“PERO USTED ERA LA PRINCESA INALCANZABLE DEL PALACIO, Y UNA
CHIQUILLA PRESUMIDA, ALTIVA, Y ORGULLOSA, QUE JUGUETEABA CON
LOS SENTIMIENTOS DE QUIENES LE VEÍAN, Y HASTA DE QUIENES LE
SERVÍAMOS CON AHINCO A CAMBIO DE UNA BREVE Y DESPREOCUPADA
SONRISA.- PERO LLEGÓ EL MOMENTO DE PASARLE FACTURA POR
TODAS ESAS TRAVIESAS FECHORIAS, Y CUYOS COSTOS ADICIONALES
INCLUYEN HABERSE LUCIDO COMO PAVO REAL EN EL ESTANQUE DEL
JARDÍN, FRENTE DE UN POBRE ASNO QUE LA ADORA COMO REINA Y
COMO DIOSA.- Y LA FACTURA CIERTAMENTE TAMBIÉN DEBE INCLUIR
EL TONTO Y BURDO INTENTO DE ENGAÑO, EL TONTO Y BURDO INTENTO
DE HACERSE PASAR POR MI PERSONAL MUÑECA DE HULE.- EN PRENDA,
COMO CASTIGO, DEBERÁ SER MI REINA POR TODA UNA NOCHE, Y ESE
AGUJERITO SUYO QUE AHORA COMIENZA A EXPERIMENTAR LO QUE ES
UNA PILINA BIEN PARADA, DEBERÁ AMAR Y SENTIR COMO CUANDO LOS
ASNOS SON ATRAÍDOS POR LA YEGUA MÁS BONITA Y MÁS DISTINGUIDA
DEL CORRAL.”
La muñeca experimentaba la delicia de ese abrazo, mientras el orificio que Don
BernAsno tenía en su poder, ahora bárbaramente dilatado por el prolongado masaje,
había adquirido una sensibilidad extrema que captaba cada movimiento, cada
acomodo, cada vibración, incluidos los tremendos latidos de ese corazón que la
deseaba con la fuerza de una bestia en celo. El macizo, apretado, y virginal conducto
de la muñeca, ahora era capaz de sentir en toda su extensión, lo mismo que sentía esa
pulsante y endurecida pilina desde la raíz hasta la henchida punta. El libidinoso
proceder de Don BernAsno y su hábil y florida verborrea, habían dado sin duda en el
blanco, derrumbando hasta el último vestigio de resistencia y de vergüenza que le
quedaba a la hembra. Entonces el hombre la abrazó con más fuerza, haciéndole
sentir las imitaciones de púas de aquellos brazaletes de cuero que traía en sus
antebrazos, y que se clavaban bajo las costillas de la hembra. A la vez, simulaba
morder el cuello y la nuca de la fémina, gruñendo y resoplando como enfurecido
perro de caza. El canino proceder de Don BernAsno le provocó a la muñeca un
verdadero y primitivo diluvio de goces, al sentir las docenas de besos y cariños que
caían sobre la nuca y sobre la espalda. La hembra sentía y gozaba como nunca
imaginó que podría hacerlo. Cada movimiento, cada acomodo, cada sorpresivo
proceder del hombre, provocaban en su compañera ese glorioso calambre que iba y
venía y que la espoleaba hasta la locura. Luego el asno la apretó con furia mientras
gruñía rechinando sus dientes como para controlarse, como para prolongar ese
instante de placer, y tal y como la chiquilla le había visto hacerlo con la otra, con la
muñeca de hule.
Finalmente el hombre se dio un inesperado respiro. Lentamente levantó la vista, y
recitó la oración que tenía en la cabecera de la cama. Este imprevisto cambio de
actitud impactó en la jovencita que con rapidez se transformaba en mujer. Cada una

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de esas palabras por cierto quedó grabada a fuego en la memoria de la curiosa e
inexperimentada fémina. La dominante y grave voz de Don BernAsno parecía
transmitirse como vibración a todo lo largo de su erecta y vigorosa verga, excitando
aún más a su pícara y a la vez reticente compañera, cuyo orificio tenía ahora la
misma sensibilidad de una herida abierta. Al concluir la oración, Don BernAsno
aprovechó la ventajosa y dominante posición en la que tenía a su muñeca, y retiró un
poco de su largo mástil, para luego volver a clavarlo con fuerza, de un solo golpe y
hasta la raíz, tal y como lo hizo cuando dificultosamente la penetró por completo por
vez primera.
A consecuencia de la violenta acción, la muñeca aflojó por completo todo su hermoso
y suave cuerpo, quedando inmóvil, con la frente clavada en el lecho y los párpados
apretados, mientras la respiración retenida en sus pulmones escapaba
trabajosamente en forma de agudos y apagados gemidos, a la par que con fuerza
mordía los labios para ahogar en su garganta los aullidos de placer y de dolor que
incontroladamente emergían, debido al terrible y súbito estado de excitación que le
había provocado el repentino y bestial ensarte del macho dominante. Obviamente la
estocada le había hecho sentirse mujer, y también por completo le había atravesado el
alma, dejándola sumisa, rendida, exhausta, sin voluntad, y experimentando una
profunda lujuria que superaba ampliamente a las sensaciones dolorosas. La posesiva
y dominante brutalidad de un asno disponiendo al antojo de su hembra, eso era lo
que más le impresionaba. La muñequita jamás creyó que su cuerpo pudiera
experimentar tal nivel de excitación, y sin embargo esa magistral cornada de
profundidad que había recibido, era tan solo el primer relámpago de la tormenta que
se avecinaba, que se insinuaba, que se asomaba. Haciendo caso de este anuncio, la
muñeca se preparó. Atrapó con sus dientes la almohada que tenía a su alcance, y
mansamente esperó, y sumisamente esperó. Sin más preámbulos y sabedor de que su
muñeca se encontraba en óptimas condiciones para resistir y para gozar, Don
BernAsno accionó con muy vigorosos movimientos de entrada y salida, que se
transmitían a la cama así amenazando con desarmarla. Y a medida que pasaba el
tiempo, los movimientos se hacían más y más bruscos, más y más violentos.
Con los brazos y las piernas extendidas, la indefensa muñeca era sacudida de pies a
cabeza con cada uno de los impactos de entrada de una serie de enérgicas y vigorosas
estocadas, y con las que parecía estar crujiendo todo el mobiliario del cuartucho.
Mientras gemía al mismo ritmo con el que se movía Don BernAsno, la muñeca veía
pasar por su mente los hechos más importantes de su vida, pareciendo que cada
recuerdo era su último momento, pues la hembra sospechaba que no resistiría ese
trato y que de un momento a otro iba a desfallecer. La suerte de su delicado y tierno
orificio había quedado en poder de un asno salvaje, que cobraría muy caro los
coqueteos con los que lo había provocado.
Por su parte Don BernAsno, enloquecido de placer, continuaba imparable hasta que
de pronto se detuvo, proyectándose hacia adentro, esforzándose cuanto podía por
adentrarse todavía un poco más, e impulsándose con los dedos de los pies apoyados
contra la cabecera de la cama. La muñeca, en ánimo de colaborar con esta acción,
estiró sus separadas piernas para recibir cuanto podía del vigoroso y seductor asno,

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que seguía aferrado a la delgada cintura de la hembra, y que ahora estaba rígido y
estirado. Y mientras Don BernAsno continuaba apretándola con fuerza, su muñeca
se retorció lanzando un femenino pero fuerte grito de placer, y exhalando
completamente el aire de sus pulmones, como si liberara una tensión largamente
contenida. Una tremenda oleada de calor surgió en la parte interna de su anatomía,
replicándose con furiosas oleadas, siguiendo el ritmo acompasado con el que
pulsaban explosivamente las venas de la enorme verga que tenía clavada hasta la
raíz. Al tiempo Don BernAsno lanzaba fuertes gruñidos, que semejaban los mugidos
de un asno en celo, mientras saciaba su bestial lujuria, y mientras trataba de
disfrutar con esa sensación el mayor tiempo posible. El accionar del hombre
arrancaba a la muñeca atormentados gritos de placer y frases incoherentes y sin
sentido, que en un pueril arranque de moderación y vergüenza, la fémina intentaba
ahogar en la almohada, la que fuertemente sujetaba con los dientes mientras sentía
correr en lo más profundo de sus entrañas, el calor de los potentes, furiosos, e
interminables chorros de semen de Don BernAsno. El mes de abstinencia del hombre
ahora se desencadenaba en lluvia. Ahora la muñeca experimentaba esa increíble e
inefable sensación de fuego que le estaba comunicado Don BernAsno. Y el hombre
por su parte, disfrutaba del momento cuanto podía, y se regocijaba pensando en el ir
y venir de la jovencita, con esas cortas faldas escolares que le quedaban tan bien, o
con esos provocativos bikinis preparándose para tomar el sol en la alberca.
Al terminar el asno el brutal acto, ambos respiraron ruidosamente oxigenando así
con urgencia sus excitados cuerpos, él con rebuznos de macho satisfecho, y ella con
sollozantes gemidos de hembra agradecida y dominada. Los compulsivos
movimientos terminaron, pero el asno aún tenía clavado su cosa en las entrañas de la
hembra, y continuaba eyaculando el tibio y bronco contenido lácteo, proveniente de
sus peludas y colgantes gónadas de semental. Ella gozaba aún un poco más sintiendo
cómo se escurría ese abundante líquido, abriéndose paso intestinos arriba, como
pretendiendo alcanzar hasta el último rincón de su interior.
Al concretarse la bestial y abundante eyaculación, la muñeca sintió que había
quedado completamente espermatorreada, bestialmente inseminada por las reiteradas
descargas del vigoroso y dominante macho, que así había saciado en ella toda la
ansiedad y la lujuria que pacientemente había acumulado día tras día, admirándola
en silencio, y esperándola pacientemente durante meses, hasta que por fin la paloma
había caído en su trampa. La sensación de explosivo placer sin embargo, no parecía
tener fin ni para ella ni para él. La muñeca experimentaba esa extraña condición que
sólo las mujeres son capaces de alcanzar, y en la que prolongan el estallido de la
excitación final por espacio de varios minutos, aunque por cierto en escalonamiento
suavemente descendente. Y mientras tanto, ese calvo, obeso, prieto, y mal rasurado
hombre, de fiera y dominante mirada, dibujaba en su rostro una muy amplia sonrisa,
pues había dado a la chiquilla el mismo trato que a su muñeca de hule, inundando
sus entrañas con la gloria del paraíso. Cierto, la brutal descarga no había ocurrido
en el conducto reproductor, pero igual la fémina había chillado y gozado bajo el
pesado asno, con el mismo escandaloso alboroto de una virgen recién desflorada.



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Al finalizar el terrible y prolongado asalto, y al aquietarse un tanto las emociones, la
muñeca pudo hacer un recuento de la desastrosa situación en la que se encontraba.
Sentía que en su interior había esperma de asno para inseminar a toda una manada,
y ahora por cierto ya estaba muy segura de que la cosilla del asno había logrado
penetrar completamente dentro de ella. Y ahora también empezaba a comprender las
palabras anteriores de BernAsno. Por fin había despertado el diablito del que le
había hablado aquel hombre tosco y rudo. En su fértil y juguetona imaginación,
visualizaba ese escurridizo demonio como un hombrecillo fuertemente abrazado a la
raíz del endurecido y firme tronco del hombre. Desde luego que esa criaturita tenía
nombre conocido: “Orgasmo”, y era el responsable de haber encendido el fuego que
ardía en las entrañas de la chiquilla ahora transformada en mujer, y que la había
obligado a entregarse por completo a un asno brutal y violento.
Y acto seguido, con los párpados cerrados y refregando suavemente su frente en la
cama, la inocente y vergonzosa muñeca experimentaba el mismo nivel de satisfacción
y complacencia de una hembra en celo, que ha sido preñada con éxito por su
entusiasta y emprendedora contraparte. La muñeca sentía en ella todo un volcán de
emociones inducidas por el vigoroso y resistente asno, emociones que probablemente
eran de similar intensidad a las experimentadas por el compañero. El feroz
tratamiento que el bárbaro y astuto asno le había aplicado a la hembra, había
activado en ella la función neural del orgasmo. Tal fue el bautismo de ley antes
mencionado por Don BernAsno, ahora consumado. El otrora inocente y virginal
orificio de la hembra había quedado habilitado, había quedado activo y funcional, y
al servicio de los machos que quisieran servirla. Y la muñeca aún se mordía los
labios por la tremenda satisfacción que sentía tras haber recibido la descarga
completa de un macho en celo.
Agitado y exhausto por el esfuerzo y la emoción, Don BernAsno cargó todo el
aplastante peso de su cuerpo en la espalda de su muñeca, y mientras se echaba a
descansar sobre ella sin perder por el momento su tremenda erección, la excitada
muñeca dio media vuelta de cabeza y empezó a acariciar con su lengua el sudoroso y
negro rostro de Don BernAsno, tal y como lo hubiera hecho una mascota con su
amo. Sentir en su lengua el cepillado de esa dura y mal rasurada barba, le provocaba
a ella las más placenteras y primitivas emociones. La naturaleza femenina se había
desatado completamente en aquel cuerpo, por iniciativa de ese hombre al que con
esas caricias la hembra rendía un agradecimiento casi animal. Con sus ojos
entrecerrados y una expresión facial que delataba el placer que le provocaba el
pesado asno descansando en su espalda, la muñeca continuó relamiendo el curtido y
severo rostro de Don BernAsno, aún sensible con el placer y la satisfacción antes
experimentados. La muñeca sentía que había sido domada por el culo, y lejos de
sentirse incómoda, parecía ebria de placer, y con la imperiosa necesidad de rendir
abundantes y cariñosas muestras de tributo y servicio a su domador. Finalmente y
recapacitando, se sintió un tanto avergonzada, e inmediatamente cesó con esas
muestras de agradecimiento, escondiendo la cara en la almohada en señal de
sumisión y resignación. La educación recibida en el sentido que la hembra siempre
debía ser sumisa y pasiva, se había impuesto a sus más primitivos instintos.

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El acto venéreo había sido consumado por completo, y sin embargo la muñeca sabía
bien que esto de ninguna manera era el final. Su delicado, tierno, sensible, y recién
desflorado orificio, sin duda tendría que continuar al servicio de Don BernAsno, que
pronto le daría por lo menos otro par de embestidas brutales, pues como ya lo había
comprobado ella misma mientras lo espiaba noches atrás, Don BernAsno era capaz
de repetir la acción en más de una ocasión. Así que esperó, mientras anticipadamente
disfrutaba con la imaginación, acompañada por el resoplar de las anchas narices del
asno dominante. El agitado y caliente aire de la respiración de su compañero, le
refrescaban un lado de su cara, y su regular apaciguamiento anunciaban que pronto
empezaría otra salvaje embestida.
En ese momento la muñeca estaba doblemente atrapada, pues a la indudable
desventaja física se sumaba el terrible estado de excitación que le había provocado la
suma de todas las mañosas acciones de ese marrullero asno. Las acciones del macho
le habían hecho sentir una lujuria brutal, un deseo inmenso, obligándola a repasar y
disfrutar de cada detalle de la situación en la que se encontraba: Su macizo,
apretado, y virginal conducto, alojaba un enorme piringundín que apenas si se había
ablandado, que apenas si se había achicado. La acción preñadora del macho, la
caliente y bestial descarga de semen con la que había sido orgasmada, se reflejaban
en su mente una y otra vez, y las cosquillas aún bullían en su interior como rebrotes.
Con sus cuatro extremidades extendidas e inmóviles, la muñeca tenía la sensación
permanente de haber sido lechada por un asno en celo, que la había dominado por
completo en desigual lucha, y que la mantenía atrapada por su tremendo peso y por
un fuerte abrazo a su cintura, haciéndola experimentar la inigualable y placentera
sensación de tener montado sobre ella al macho proveedor de tales emociones,
mientras éste recuperaba el aliento sin que se perdiera casi nada del brutal estado de
erección de las diez pulgadas de asno que tenía clavadas hasta la raíz. Por un
momento y ante tan abrumadora recompensa, la muñeca se había olvidado del dolor
que le había provocado el asno. Sin embargo poco a poco empezaba a comprender
que ese clavo de tormento que tenía en el culo, uniéndola al asno ganador, era la
medicina exacta que su orgullo de reina necesitaba para sentir respeto por el deseo
con el que era venerada por sus admiradores. Ahora comprendía a cabalidad, que la
penitencia que el cielo le había enviado, era poner todo encanto femenino del que
dispusiera al servicio de Don BernAsno, para cumplir hasta el menor de sus antojos.
Y tal como ella ya lo había sospechado, en breves minutos Don BernAsno volvió a la
carga.
Gimiendo con fuerza y restregando su rostro contra la cama, la muñeca sentía como
el abusivo asno se regodeaba con sus encantos, clavándose fuertemente con cada
impulso de entrada, chaqueteando con ansias el apretado y firme anillado de su
garrote, atacando ese macizo ajustado y virginal orificio al que daba tremendas
jaladotas sin la menor consideración, cuidado, o delicadeza, regocijándose por el
hecho de que ese conducto no había sido usado por macho alguno. Por cierto, la
necesidad de su muñeca tenía que ser cumplida de forma tal que disfrutara hasta lo
indecible, mientras sentía los rudos y salvajes movimientos de ese asno sin riendas,
que no entendía de moderación, y cuya única función era gozar y gozar y después de

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La diversidad de estilos literarios y la diversidad de temáticas, está en la base de la buena literatura: La enseñanza sexual debe integrarse al currículo de la enseñanza secundaria, pero debe complementarse con adecuadas obras literarias

  • 1. Cartelera Social Historias ensayísticas, escritos temáticos con lecturas a varios niveles o Muñeca Viviente: Una experiencia de vida a tener en cuenta Planteamientos preliminares Sin duda la literatura debe abordar todo tipo de temáticas… Sin duda la literatura debe experimentar con todo tipo de contenidos temáticos así como con todo tipo de estilos y de formatos… De una manera o de otra, los escritos de ficción deben dar entretenimiento, pero también deben dar material para la propia reflexión creativa y para el propio enriquecimiento cultural y lingüístico… Las experiencias de vida de los personajes en la ficción, en ciertas circunstancias se transforman en modelos que nos ayudan a tomar decisiones, y/o se constituyen en advertencias dramatizadas de lo que eventualmente puede llegar a ocurrir en la realidad… Obviamente hay temas escabrosos, hay temáticas tortuosas y escandalosas, hay desenlaces asquerosos y repudiables… Mal harían los escritores en siempre orientar sus historias con un tinte idílico y feliz… Por cierto las narraciones en las que hay peripecias y emoción, pero que tienen finales felices y perfectos, también son importantes, también son necesarias, pues alegran el alma, pues nos llenan de gozo, pues marcan caminos de armonía, de justicia, y de equilibrio… Y afortunadamente la vida real tiene variados ejemplos de este tipo de experiencias y de desenlaces… Pero en la vida real también hay experiencias muy amargas, desenlaces muy injustos, situaciones inesperadamente escabrosas, maliciosas, difíciles… Es preferible prepararse para lo malo o para lo repudiable o para lo insólito o para lo inesperado a través de historias de ficción, que en carne propia y en la realidad tener que sufrir las consecuencias de lo malo o de lo repudiable o de lo insólito o de lo inesperado, y aprender así duramente con este tipo de situaciones… En literatura lo importante es atrapar al lector con una narración que le motive a seguir leyendo, así dándole elementos para la propia reflexión, y presentándole situaciones y escenas que le ayuden a asimilar y a recordar lo leído, que le ayuden a elaborar y a trabajar una enseñanza o una conclusión… En literatura siempre hay que tener presente que se puede educar con el ejemplo, o con el contraejemplo, o con la ficción dramatizada, o con la reflexión inconclusa, o con una simple y borrosa sugerencia… Rogamos al lector que tenga en cuenta lo que viene de ser expresado, al leer y analizar el escrito que se presenta seguidamente… 1 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 2. Un escrito de Marbella Lizette Martínez Fernández: Muñeca Viviente ¡Lector, Escritor, Crítico literario, Pensador, Analista del alma! ¿Cuándo fue la última vez que leíste algo que atrapa y que no pudiste parar de leer? Creo que lo que sigue te va a encantar y a entusiasmar… Creo que lo que sigue te va a enseñar… Quisiera que conocieras una historia de la vida real. Solamente voy a pedir que la leas cuando tengas suficiente tiempo, para que puedas disfrutarla sin interrupciones de especie alguna. No te adelantes a ver el final o las partes medias, porque echarás a perder la diversión del suspenso, y la sorpresa que ofrece cada cambio de párrafo. Esta historia sin duda estaba destinada a perderse, de no ser porque su confesión llegó a conocimiento de quien tenía los recursos del lenguaje para entregarla al público, para entregarla al mundo entero. Por razones de elemental ética profesional, los nombres y los lugares han sido ocultados para proteger la privacidad de los protagonistas, y adjunto solamente se podrá observar la imagen de la real estrella de la historia, porque ella así lo autorizó. Por lo demás, el escrito que sigue se ajusta razonablemente bien a lo que realmente sucedió, a lo que realmente se transmitió, con apenas algunos cambios menores impuestos por una mejor redacción y presentación, o introducidos por la simple mezcla de recuerdos y de notas. Y aquí comienza la narración principalmente en estilo de primera persona, con párrafos aclaratorios en tercera persona… Actualmente tengo 17 años, pero recuerdo cuando tenía 13 o 14 y vivía con mis familiares en una hermosa hacienda a las orillas de la ciudad, un bonito lugar donde teníamos toda la comodidad posible. En ese ambiente campestre pasaba largos ratos paseando por el hermoso paisaje natural, y allí contaba con el cuidado y la atención de los sirvientes de la casa, entre los que había un jardinero que decoraba nuestros patios. Era un hombre de baja estatura, maduro como de cincuenta y tantos años, de fiera y dominante mirada, robusto casi obeso, calvo y prieto como llanta de carro, y de nombre Don Bernardo… aunque todos ahí le decían BernAsno… Ciertamente en un principio pensé que esa extraña denominación se debía a las toscas y feas facciones de aquel hombre, propias del clásico lugareño de esa región. Sabía por los chismes de las cocineras, que en alguna etapa de su vida ese jardinero había trabajado como guardia interno de un reclusorio para mujeres, que en realidad era una correccional para las menores de edad, y que fue donde conoció a la que fue su esposa por un tiempo. Pero que habiendo enviudado muy joven no se volvió a casar, y decepcionado y amargado, vivía en soledad junto a uno de los graneros donde que había acondicionado un sector como habitación. Con el tiempo noté que él me miraba mucho cuando estaba de espaldas. Bueno, eso es algo a lo que estaba ya acostumbrada con los hombres, pues desde esa edad tenía bien desarrollados los atributos femeninos que ellos tanto admiran. Muchos decían 2 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 3. que era por la natación y por mi afición a pasear en bicicleta. Tal vez por eso fui la líder de porristas animadoras del equipo deportivo de mi escuela. En fin, sea como sea, acostumbraba platicar con él cuando se encontraba haciendo el trabajo de arreglos florales, y siempre que platicábamos me llamaba cariñosamente: “guerita”. Su voz tenía un tono grave y varonil, creo que eso era lo que me agradaba al platicar con él. Un día espontáneamente cortó una flor y me la dio. La tomé de inmediato y casi sin pensar, le correspondí con una amplia sonrisa y me aproxime para darle un beso en la mejilla, el cual falló en intensión cuando él giro su cara, y nuestras bocas se encontraron entonces en forma por demás accidental… Juro que fue accidental… Luego los dos nos apenamos y aparentamos que nada había sucedido. Presentía que habíamos metido la pata, pues por unos momentos tal vez nos habíamos olvidado de las edades pareciendo dos acaramelados adolescentes en tren de coquetear. Después de ese inesperado acontecimiento me alejé de él, y por un tiempo no volví a aproximármele. Tal vez tuve miedo de lo que sentía al acercarme a ese hombre, pues a partir de ese suceso empecé a notar algo que no podía definir muy bien. Obviamente me sentía nerviosa en su presencia, y si me miraba de frente evitaba cuanto podía esa mirada que me perturbaba por completo, y que me hacía cometer errores con las cosas más obvias e inocentes. Cuando estaba tras de mí sentía cómo esa fiera y dominante mirada, me acariciaba con fuego desde la nuca hasta los tobillos. Por esas fechas cumplí los 14, y como era de esperarse, cada amigo incluidos los sirvientes me abrazaban y me daban un beso en la mejilla. Todos lo hicieron, pero esa mañana no vi a Don Bernardo. No le di mayor importancia a eso, y estando en el comedor con mi madre preparándonos para el desayuno, ella me pidió que trajera un condimento que estaba en un sótano que servia como bodega de vinos. Como había estado nadando, aún tenía puesto un mini atuendo de dos piezas para playa, y solamente me cubría con un delgado y escotado suéter azul que se anudaba bajo las costillas. Ciertamente no acostumbraba vestirme completa estando dentro de casa. Bajé al fondo de la bodega y entré al cuarto de vinos en donde siempre había una mortecina iluminación de color azul, y como de costumbre sentí la puerta accionada por un pistón neumático cerrándose suavemente tras de mí. Y al igual que cuando tarde se entra a una sala de cine, me tomó unos segundos acostumbrar la vista. Entonces abrí el refrigerador donde se encontraba lo que buscaba, y al abrir su puerta con la iluminación de éste observé con sorpresa que ahí se encontraba Don Bernardo haciendo un trabajo de pintura. Ciertamente entonces la sangre se heló en mis venas y enmudecí, pues no esperaba encontrar a nadie en ese aislado subsuelo. En esas circunstancias sólo atiné a saludarle con una rápida sonrisa y un movimiento de mi mano, pero él rápidamente dejó lo que estaba haciendo, y limpiando sus manos con una toalla, se acercó a mí para felicitarme por mi cumpleaños. Tomó el condimento de mis manos y lo colocó en una mesa mientras la puerta del refrigerador se cerraba lentamente, y entonces quedamos iluminados sólo 3 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 4. por la tenue luz azul. Bien sabía que me iba a abrazar y a besar como todos lo habían hecho ese día, pero los dos estábamos solos y encerrados en un cuarto casi oscuro. Obviamente me sentía atrapada y quería escapar pronto de esa situación, pero no tenía ningún pretexto. Mi mente estaba paralizada, y mis pies parecían estar pegados con goma al suelo. Sentí su severo rostro de fiera y amenazante mirada a escasos centímetros del mío, y como hipnotizada por su cercanía experimenté una extraña sensación de atracción que me hacía sentir la instintiva necesidad de unir mi cara a la suya. Con toda seguridad él sabía o presentía lo que estaba sintiendo, y como si quisiera probarme prolongó ese momento el mayor tiempo posible, pero resistí cuanto pude, inmóvil como estatua, hasta que me estrechó en un abrazo y con cierta brusquedad me acercó a su cuerpo. Debido a su baja estatura no me dio el beso en la mejilla sino en el cuello. Noté que abrió un poco su boca y succionó con exquisita y sutil suavidad. Obviamente era la primera vez que un hombre me besaba ahí, y sentí tantas y tan ricas cosquillas en ese momento, que seguramente él lo notó debido a que instintivamente cerré los ojos y estire el cuello, como mirando hacia arriba mientras 4 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 5. le dejaba hacer. Y como disculpándose por su torpeza, repitió el beso estirándome ahora por la nuca con una de sus manos, para que me inclinara un poco y poder besarme la mejilla, y diciéndome muy cerca de la oreja sin soltarme de la nuca. “ES USTED MÁS ALTA QUE YO SEÑORITA, PERO DEFINITIVAMENTE ES USTED LA MUJER MÁS HERMOSA DE TODO EL MUNDO, FELICIDADES.-” La mano que me colocó en la nuca era grande, caliente, y áspera por el trabajo, y me había provocado unas cosquillas muy semejantes a las que me había hecho en el cuello con su boca. Con una sonrisa nerviosa y casi tratando de zafarme, le agradecí su cumplido. Y no sé porqué rayos, pero justo cuando menos debía suceder, el nerviosismo me hizo limpiarme los labios con la lengua mientras sonreía, un tic nervioso que mi madre siempre me había advertido que jamás lo hiciera frente a un hombre, y lo cual con certeza fue lo que provocó que el abrazo continuara en la forma en que tradicionalmente lo hacían los nativos de ese lugar cuando felicitan a un amigo: ¡Levantándome completamente del suelo! Por cierto había recibido ese tipo de abrazos muchas veces de parte de parientes y amigos, pero esta vez corrió por mi cuerpo una sensación increíble, algo que no puedo explicar pero que sin duda mucho me agradó. En cuanto sentí que me levantaba, la sangre galopando afluyó a mi rostro como un intenso rubor, y no pude evitar divertidas exclamaciones que parecían sofocados grititos de placer… El femenino escándalo que hice mientras me cargaba no logró hacer ningún efecto en su acción. Con su amplia y sincera sonrisa de alegría, él miraba hacia arriba cuando clavó su mal rasurada barbilla en el centro de mi plexo, justo donde se abría el escote de mi suéter, y pude sentir sobre mi piel descubierta cómo este contacto me picaba y me pinchaba. Su caliente respiración rozaba mi cuello… Cierto, por mi mente pasó que debía protestar, pero había metido la pata bien al fondo al mostrarle mi lengua con esa coqueta sonrisa, así que entendí no tenía derecho de expresar queja alguna. Además, la sensación que sentía era tan deliciosa, que durante todo el abrazo decidí permanecer con los ojos cerrados, muy quieta, con la espalda arqueada hacia atrás, los brazos colgando sin fuerza, y la cabeza también caída hacia atrás como mirando al cielo para evitar que él percibiera el placer que me causaba la rudeza de su abrazo. Sin atreverme a mirarlo, trataba de ahogar en mi garganta cualquier sonido que delatara mi perturbado estado emocional. En verdad no sé cuanto tiempo pasé así, creo que fue bastante, pero traté de no preocuparme por esto, pues convenientemente el sentido común de mi educación me decía que el prolongado y tradicional abrazo que él me estaba dando con tanto cariño por esa ocasión tan especial, debía continuar hasta que él lo determinara, y tal parecía que él no tenía intenciones de terminar mientras yo permaneciera inmóvil y sin protestar. A decir verdad tampoco yo tenía muchos deseos de que esa situación finalizara. Me sentía bien atrapada, y completamente rendida y sin voluntad a causa de la excitación. Sentí que no tenía forma de defenderme, y que si él quisiera plantarme una docena de besos en el cuello y la boca, me sería realmente imposible negárselo. Y ante la imposibilidad de escapar, pensé que mi hora había llegado, y que por azares del destino sería este pequeño asno el que se encargaría de mostrarme el paraíso de la carne. 5 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 6. Cuando finalmente me liberó, me sentí como aturdida o mareada, no sé si por la emoción o porque la sangre fluyó de nuevo después de tan apretado abrazo. Rápidamente cubrí mis ojos y mi boca con una mano debido a que no podía borrar de mi rostro esa sonrisita de placer que me delataba. El apretado y sensual abrazo que acababa de darme, seguro le había hecho saber que yo era capaz de excitarme a tan corta edad, y con su accionar había probado mi aguante. No logré disimular mis emociones. Ahora él sabía que podía excitarme, ahora él sabía que me tenía en sus manos. Avergonzada por no haber ocultado a tiempo esa coqueta sonrisa, di la vuelta para irme, pero no había avanzado ni dos pasos cuando sentí su robusta mano cerrándose suavemente en uno de mis brazos, y de nuevo sentí esa inefable sensación que irradiaba desde la mano que atrapaba mi brazo, y que se disparó por todo mi cuerpo como electricidad, haciéndome cerrar los ojos y capturar la mayor cantidad posible de aire en mis pulmones, y reteniéndolo luego mientras quedaba inmóvil. Lentamente me hizo girar hasta quedar con mi espalda recargada en una pared, mientras con los ojos cerrados sentía como se colocaba frente a mí y tomaba mi mano para poner en ella el condimento que había dejado sobre la mesa. Abrí los ojos, y al mirar hacia abajo escapó el aire contenido en mis pulmones, con la clásica risita nerviosa de rubia tonta que quiere ser perdonada. Y una lágrima de vergüenza rodó por una de mis mejillas. Sin soltarme del brazo, tomó mi mentón con sus dedos, miró de frente mi enrojecido rostro, y con voz firme y gruesa me dijo. “ES USTED TODA UNA BELLEZA GUERITA, HERMOSA, PRECIOSA, BIEN DESARROLLADA Y PROPORCIONADA, TODA UNA VICTORIA DE LA MADRE NATURALEZA, LA FELICITO UNA VEZ MÁS.-” Le volví a dar las gracias y me fui tan rápido como pude, pero por los nervios me equivoqué de puerta y abrí una que dejó caer un montón de latas. Dejé en el piso el frasco del condimento y las comencé a juntar, y por cierto él me ayudo. Tan pronto acabamos corrí escaleras arriba pero olvidando el frasco con el condimento, y cuando llegué al comedor mi madre me preguntó por ese elemento, y me quedé inmóvil sin saber que decir, pero súbitamente escuché una voz salvadora a mi espalda que dijo. “AQUÍ ESTA EL FRASCO QUE ME PIDIÓ QUE BUSCARA SEÑORITA.-” El alivio me volvió y le di las gracias a Don Bernardo. Esta vez sí tenía ganas de darle un beso, pero me contuve por la presencia de mi madre, y únicamente le obsequie una sonrisa dándole las gracias por su amabilidad. Y mi sincero agradecimiento no fue solamente por librarme de una reprimenda de mi madre, sino por algo más que únicamente él y yo sabíamos. Durante todo el desayuno noté que mi frente estaba perlada de sudor, y mi corazón se mantenía acelerado como si hubiera corrido. Esa vez devoré todo el desayuno como nunca lo había hecho antes, lo cual sorprendió gratamente a mi madre, pues ella siempre tenía una ligera inquietud de que no me alimentara bien. Solía decirme: 6 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 7. “Estás muy delgadita y me parece que no comes lo suficiente; cuídate de no agarrarte una anemia”. De noche tuve dificultades para dormir. Sin duda, la sensación del apretado abrazo y de los besos en el cuello y en la mejilla, que tan inesperadamente Don Bernardo me había plantado, y también la remota percepción de su picante barbilla en la piel de mi plexo, no dejaban de continuar electrizándome con cosquillas. Y ya entre dormida, varias veces sentí cómo él me tomaba de la nuca con ambas manos, para inclinarme y aplicarme un prolongado beso en la boca, y para luego darme uno de esos efusivos y muy cariñosos abrazos típicos de los lugareños. Y luego de esa especie de pesadilla o de alucinación, súbitamente despertaba con el corazón batiente, con la sensación del beso aún en mi boca, y con la certeza de que alguien me había apretado con fuerza. Me sentía confundida luego de esas fantasías, luego de esas alucinaciones que se reiteraban y que ya molestaban. En mi fuero íntimo me resistía creer que me gustara alguien tan feo y tan mayor. Para distraerme, para alejar esos pensamientos, me levanté para asomarme a la ventana de mi cuarto al ver las luces de un carro que llegaba. Por ese tiempo mi hermana mayor tenía un novio, y a veces llegaban por la noche en el carro de él. Y desde la ventana de mi habitación veía como él simulaba despedirse e irse, escondiendo su carro en una esquina y regresando a hurtadillas y en silencio. Y entonces mi cabrona hermana lo metía a su cuarto para juntos pasar la noche, mientras que desgraciadamente yo estaba completamente sola, mientras que desgraciadamente yo no tenía ni siquiera un perro para que me acompañara… y para que cariñosamente me lamiera… las manos claro está. En fin, un sábado al atardecer cuando todos los sirvientes se fueron a una fiesta del pueblo que ellos celebraban una vez al mes, por casualidad o tal vez por curiosidad se me ocurrió ir a las habitaciones de Don Bernardo. La reja que protegía su casa tenía por dentro un candado que sabía bien que no servía, pues varias veces le vi abriéndolo sin llaves cuando paseaba con mi bicicleta. Entré decidida y observé que había una buena colección de vinos y latas de cerveza, pues este hombre tenía fama de embriagarse los fines de semana. Luego entré a su cuarto de dormir y encendí la luz, momento en el que recibí un gran susto que casi me hace gritar. En la cama había una persona durmiendo. Al tratar de huir desgraciadamente tumbé cacerolas que hicieron mucho ruido, e imaginé que ahora tendría que disculparme con la otra persona que estaba en ese cuarto. Pensaba alegar que buscaba a Don Bernardo para algún trabajo de jardinería o qué sé yo… Estaba realmente nerviosa, muy nerviosa, y velozmente trataba de encontrar las palabras más adecuadas. Sigilosamente me acerqué a la cama pero la persona seguía inmóvil, la persona parecía seguir durmiendo… Ciertamente era una chica muy pero muy joven y acostada boca abajo, y mucho me llamó la atención que tenía la espalda desnuda y una falda muy corta a cuadros rojos… Asombrada comprendí que era una falda de mi propiedad que desde hacía tiempo no veía… No dejaba de sorprenderme que esa persona no se hubiera despertado con el ruido que había hecho, y entonces decidí 7 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 8. acercarme a ella para asegurarme de que realmente estuviera dormida… Y así podría irme tranquilamente sin más ni más… Obviamente también tenía gran curiosidad por saber quién era ella. La situación no me causaba miedo, pues se trataba de una chica muy semejante a mí en aspecto y edad; así que lenta y silenciosamente me fui aproximando, y cuando estuve lo suficientemente cerca pude por fin saber a quién me enfrentaba… La supuesta jovencita era una muñeca de silicona, tan perfectamente bien hecha que parecía una persona de carne y hueso reposando tranquilamente sobre esa cama. Y aquí va lo más sorprendente: La muñeca era una copia casi perfecta de mi persona… Y todo eso se explica, pues Don Bernardo era también un hábil artesano que hacía figuras plásticas para las tiendas de ropa, perfectas figuras para lucir la vestimenta de moda, aunque esta vez había creado una figura con ese hule tan especial que imita la consistencia de la carne, para incluir allí hasta el más mínimo detalle de mi cuerpo y de mis facciones. Corrí las cortinas de la ventana para observar la obra de arte a la luz del sol, y por largo rato admiré la obra de aquel hombre rudo y de escasa instrucción. La piel de la muñeca era de un color blanco dorado casi exactamente igual a mi propio color de piel, y hasta incluía un pequeño lunar que tengo en uno de los muslos. La forma de los senos, la amplitud de las caderas, e incluso hasta el tipo y color de cabello, ciertamente también lucían muy parecidos a los míos… Fruncí el entrecejo extrañada, pues no encontraba explicación razonable a cómo Don Bernardo estaba enterado de todos esos detalles… Si hasta incluía unos finísimos zapatos de tacón alto y de mi medida, que hacían juego con la falda a cuadros. Eran de esos que van atados a los tobillos con unas coquetas cintillas de amarre… Además, la desnuda y arqueada espalda tenía todo el detalle de la anatomía muscular, y se veía tan real que no resistí tocarla aplicándole presión a modo de masaje, quedando entonces sorprendida por la consistencia de ese dorso, pues daba toda la impresión de también tener una estructura ósea por dentro. Enseguida le flexione brazos y piernas, y comprobé que la elasticidad, consistencia, y peso de cada pieza de aquel cuerpo, engañarían a cualquiera en un ambiente de poca luz… Aquello era increíble, era como verme a mí misma desde afuera… Ahora empezaba a comprender porqué llamaba tanto la atención de los hombres… Seguí analizando a la muñeca, y observé que en uno de los brazos tenía dibujado a modo de tatuaje un corazón con mis iniciales, aunque el dardo que lo atravesaba era largo y tenía una forma muy peculiar, pues ciertamente no era una flecha, y más bien parecía un cigarro que tenía a todo lo largo grabadas las palabras: “Yo la haré sufrir, yo la haré chillar, yo la haré pedir clemencia”. Y en uno de los extremos de ese extraño dardo colgaban dos bolas alargadas con aspecto de espinosos cactus, y en el otro extremo parecía salir una gota que colgaba formando un alargado y fino hilito… Por unos instantes pensé que Don Bernardo posiblemente había tratado de representar un dardo o estaca envenenada, cuyo grosor tal vez simulaba estar expandiendo ese corazón… 8 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 9. Sin darle mayor importancia al tatuaje por el momento, pasé a revisar algo que pensé sería imposible que Don Bernardo hubiera modelado bien. Levanté la falda y asombrada observé que la escultura tenía perfectos orificios anal y vaginal… el vaginal estaba intacto, pero “el otro”… ¡Dios mío!… Esta vez no me aguante, y solté una sonora carcajada. Así que Don Ber… Sencillamente no lo podía creer, ese picarón mañoso y degenerado señor, soñaba con hacerme eso a mí. ¡Pues sí que tenía un sueño imposible! Con la velocidad del rayo comprendí ahora porqué la muñeca tenía ese tatuaje en el brazo. Sin dejar de reír, la tomé por el cuello que era exquisitamente largo y delgado, contemplé ese rostro que era toda una filigrana de bien copiados detalles, y que con sus ojos cerrados daba la genuina impresión de sufrir en silencio. Y sonriendo le dije: “¿Porque sufres muñeca?… ¿Será porque tienes una herida que nunca te cierra?… ¡Ja Ja Ja!… No me digas que se te hinchó por picadura de asno… ¡Ja Ja Ja!”. Hacía tiempo que no me reía tanto… Pero en fin, cuando dejé de reírme revisé la boca de la muñeca, y constaté tenía una dentadura perfecta, labios abultados y sensuales, una lengua de silicona tan suave y roja como una original, y una abertura oral que llegaba mas allá de la garganta… Curiosa introduje un dedo en la boca, y al extraerlo los masturbantes labios de la muñeca se estiraban haciendo una succión por el vacío interior, y de nuevo no soporté decirle: “Eres una p… muy bien hecha muñeca… ¡Ja Ja Ja!… Empiezo a sospechar que eres una calentona… ¡Ja Ja Ja!”. En líneas generales puedo decir que la muñeca era una copia casi exacta de mi persona, y un estuche de monerías para hombres. Ese tipo de trabajo sólo se hace en ciertas regiones de Europa y Estados Unidos. A Don Bernardo debió llevarle meses hacerla, pero por fin, gracias a su destreza artesanal, se había hecho de una chica de súper lujo para hacerle todo lo que él quisiera, y sin que ella se negara a nada, absolutamente a nada. En ese momento realmente admiré a aquel hombre por su habilidad, y por haber invertido su tiempo, talento, y esfuerzo, en hacer esa bien formada muñeca. Ese trabajo fue para mí el mayor halago que jamás recibiré de un admirador, y para el hombre sin duda algo muy importante en su vida. Con justicia debía dejarlo que siguiera divirtiéndose con mi “hermana gemela”, pues su secreto e inofensivo juego a nadie afectaba, y a nadie debía importarle. Revisando el resto de su habitación entré a su baño. Éste era bastante rustico pero tenía lo necesario, y se veía limpio excepto por una pared chorreada de manchas amarillentas que también tenía una pequeña ventana, bajo la cual estaba un banquito acojinado donde bien podría caber una persona acostada. Me subí al banco acojinado y me asome a la ventana, y constaté que quedaba bien oculta por las ramas de un árbol. Desde ese lugar se veía la alberca del patio interior de la casa donde yo tomaba sol en traje de baño, quitándome a veces el sostén, y pasando largo rato escuchando música. A veces y para divertirme, hacía allí un poco de ejercicio y algunas monerías, por ejemplo caminaba como una modelo sobre una pasarela, o practicaba ese tonto y provocativo baile con el que se hacen sugestivos movimientos contorsionando el cuerpo. Entonces bajé la mirada para ver de nuevo la parte baja de la pared de la ventana, y finalmente me di cuenta de lo que eran esas chorreantes y 9 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 10. amarillentas manchas que iban desde el medio cuerpo hasta el piso. De pronto vino a mi mente el nombre de esa acción. Me ruborizaba tan sólo pensar en esa palabra; siempre quise saber como se hacía eso, y tal parecía ser la causa de las furiosas marcas que Don Bernardo dejaba en la pared mientras me espiaba en la alberca, cuando modelaba esas provocativas tangas y bikinis que nunca me dejaba usar mi madre en la playa. Lo que por cierto no logré comprender del todo, era por qué Don Bernardo hacía eso allí parado y en el baño, teniendo una muñeca con una boca que me imaginaba perfecta para ese trabajo. Para ser honesta, de nuevo sentí que la atención que él daba a mi persona era un halago que nutría mi vanidad. Regresé luego al dormitorio, y al observar con atención la cabecera de la cama, reparé con sorpresa que ahí había una imagen con una deidad venerada por los habitantes de esa localidad, y junto a ella una oración de poder que decía. “A LA GLORIA DE LA LUZ ETERNA QUE ES EL NOMBRE BENDITO DEL TODOPODEROSO, Y POR LOS PODERES DE QUE ESTOY INVESTIDO POR LA GRACIA DIVINA DEL AMOR SENSUAL QUE ES SU FRUTO, TE PIDO QUE LA FUERZA DE ESTA PASIÓN NO TERMINE CON EL ACTO COMPLACIENTE Y CONFORMISTA DE LOS FORNICARIOS.- QUE TU LUZ LIBERE LA PASIÓN DE ESTE MOMENTO, PARA QUE SU CUERPO SE ENTERE DE LA FUERZA CON LA QUE ES DESEADA.- Y QUE CADA ACCION O PENSAMIENTO SOBRE SU IMAGEN O SOBRE SU RECUERDO, TENGA EN ELLA EFECTOS IGUALES Y PERMANENTES Y ACUMULATIVOS, QUE SEPAN ENCENDER EN SU FRÍO E INDIFERENTE CORAZÓN LA LLAMA PERFECTA DEL AMOR SENSUAL.- QUE ASÍ SEA.-” ¡Comprendí entonces que él estaba obsesionado conmigo, al grado de recurrir a una superstición como esa! Es increíble en lo que pueden creer los nativos de este lugar. Los muy tontos no saben que lo único real y verdadero es “La Pata de Conejo”, pero en fin, si él se había tomado la libertad de copiar mi cuerpo, en desquite yo me tomaría la libertad de espiarlo cuando llegara, y así estaríamos a mano. Y para eso cumplir me subí por fuera a lo alto del granero, justo sobre su dormitorio, y cuidadosamente hice una pequeña abertura entre la pared y el techo, para desde allí observar directamente la cama y su muñequita. Así podría ver de primera mano lo que haría el muy tonto con ese cuerpo inerte. Esa sería mi espléndida y secreta revancha. Por la nochecita y cuando todos volvieron, obviamente estaba bien instalada en mi escondite, esperando impaciente a que llegara Don Bernardo a su cuarto, lo cual hizo solamente con la luz del exterior, que era suficiente para ver todos los detalles pues el cielo estaba despejado y había luna llena. Lentamente y con parcimonia se quitó sus botas, dejó a un lado su camisa, y de un cajón de su ropero sacó unos objetos como anchas pulseras de cuero negro con imitaciones de púas metálicas, las que se puso en ambas muñecas de sus gruesas y toscas manos, y de modo que ellas casi le cubrían los antebrazos. Luego también se puso una banda también de cuero negro y con las mismas imitaciones de púas, la que se abrochó al cuello como collar. Y por último se 10 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 11. puso un muy ancho cinturón de cuero que recordaba a los que usaban algunos luchadores, el cual una vez ajustado y apretado haciendo juego con el resto de su atuendo, sin duda lo hacía lucir terriblemente imponente y peligroso, dando el aspecto de ser una mezcla de fiero guerrero con perro de caza. De inmediato desabrochó su pantalón para descollar un largo miembro que ya empezaba la erección con la contemplación de su muñeca, y cuando la rigidez se completo quedé muy sorprendida. ¡A ojos vista el miembro era al menos de nueve pulgadas! Recién entonces entendí porqué todos llamaban BernAsno a Bernardo. Dejando luego su pantalón en el suelo, el imponente y oscuro cuerpo de ese hombre se colocó suavemente sobre el frágil y blanco cuerpo de su muñequita, acostándose sobre ella y abrazándola con un cariño que se irradiaba en el ambiente y que se hacía sentir a flor de piel. Seguidamente la besó calidamente en el cuello y en la espalda, y acto seguido se llevó a cabo la penetración. Miró luego la cabecera de su cama, y en voz baja murmuró su oración. Lo que siguió a continuación fue toda una clase práctica de educación sexual de nivel universitario. A pesar de que la noche era fresca, casi fría, yo sudaba a mares sin poder siquiera parpadear. De vez en cuando tragaba saliva y carraspeaba ligeramente, mientras veía cómo ese hombre se contorneaba sobre su muñeca, a la que tenía bien apresada por un fuerte abrazo, mientras ejecutaba sobre ella vigorosos movimientos dorsales con los que se clavaba fuertemente contra ese firme y bien asegurado nalgatorio, produciendo un rítmico golpeteo que me hacía morderme los labios por la emoción. Desde mi puesto de vigía constataba que el hombre no tenía ninguna consideración por la fragilidad aparente de la exquisita y femenina escultura de compañía. Don Bernardo daba rienda suelta a una incontenible y violenta lujuria, sin el más mínimo recato, sin la más mínima moderación. Desde donde me encontraba, la muñeca daba la impresión de ser una chica de verdad, con la frente clavada en la cama y sufriendo horrores, mientras era sacudida de pies a cabeza por el enardecido asno. Con certeza la escena era realista por demás, y me conmovía por entero… Ahora me daba cuenta que la expresión de sufrimiento que Don Bernardo le había dado a la cara de su muñeca estaba muy bien justificada dada la situación… Durante las dos o tres pausas en las que se aquietó por breves segundos, podía escuchar con claridad cómo su agitada respiración emitía sofocados gruñidos al tiempo que sus dientes rechinaban por la excitación, mientras con fuerza se aferraba a su muñeca en un firme abrazo y como si luchara consigo mismo; por momentos apaciguándose y controlando su propia lujuria, y por momentos simulando los movimientos de un burro encabronado, el hombre daba rienda suelta a sus instintos. Finalmente Don Bernardo lanzó un fuerte y prolongado gruñido, para luego echarse por completo sobre la espalda de su muñeca, quedando desfallecido sobre ella con la respiración agitada y el rostro desencajado por el esfuerzo, mientras continuaba rugiendo y gruñendo como bestia satisfecha y cansada. Los sonidos que emitía el hombre en parte intimidaban, y en parte anunciaban que el peligro ya había pasado, al menos por el momento. 11 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 12. Así permanecieron los dos cuerpos largo rato en la casi completa inmovilidad y en inquietante silencio, contrastando con el anterior alboroto. El robusto y casi obeso cuerpo de ese calvo e imponente hombre, se apoyaba por completo sobre la perfecta y bien torneada espalda de su muñeca, mientras los dorados cabellos de la hembra eran ligeramente movidos por la agitada respiración del asno ya satisfecho. Luego de un rato de estar reposando sobre ella, el robusto hombre volvió a la carga una y otra vez, siempre utilizando la misma vía de penetración, siempre practicando la penetración anal. A cada instante el hombre me sorprendía. No tenía idea de lo bravucón que podía llegar a ser con su muñeca ese abusivo y aprovechado salvaje… y menos mal que la que sufría ese trato era la pobre muñeca y no mi pobre y delicado cuerpo de fémina… Luego de divertirse con su muñeca hasta la saciedad, Don Bernardo se levantó de la cama y fue a ducharse. Y tardó un buen rato en ese menester. Cuando volvió a aparecer perfectamente limpio y seco, inmediatamente se acostó junto a su muñeca, colocando la cabeza de ella bajo su abdomen, para así dormir tranquila y plácidamente. Mucho me hubiera gustado quedarme para ver lo que haría Don Bernardo con su muñeca al despertar, pero la noche era fría y ya tenía mucho sueño, así que sin más ni más me fui a dormir. Tendría que conformarme con imaginar lo que casi seguramente pasaría en la madrugada. A la mañana siguiente con los primeros cantos de los gallos, sonreía y me regocijaba entre las cobijas de mi cama, pensando en la forma como Don Bernardo, con el vigor matutino encendido, le estaría poniendo el ombligo en la frente a su muñequita, para así recibir un servicio oral con esa boca puñetera a la que solamente le faltaba hablar. Sin duda la pobre muñeca tendría que devorar algo semejante a lo que vi en las paredes de su baño… “Mmh… ¿Qué tal sabe el licor muñeca?… Ja, ja, ja”. Durante ese día vi a Don Bernardo muy tranquilo haciendo sus arreglos florales en uno de los jardines, y pasé por ahí varias veces para que él me viera. Quería hacerlo sufrir un poco por haberse tomado el atrevimiento de copiar mi imagen, y para cumplir mi objetivo llevaba puestos unos sexy short pants, de los que usaba para mis recorridos en bicicleta, y a los cuales les había hecho algunos recortes y arreglos para que ajustaran apretando bien mis formas, para así darle un aspecto aún más provocativo. Mi atuendo se completaba con una escotada blusa anudada bajo las costillas, un femenino sombrero de ala ancha, y los infaltables lentes negros para protegerme del sol y de las miradas indiscretas. Y todo esto lo había escogido cuidadosamente, para hacerme lucir tal y como a ellos sin duda más les gusta. Escogí un lugar cercano a donde Don Bernardo estaba trabajando, para descuidada e inocentemente ejercitarme arqueando mi espalda y contorneándome. Y mientras me lucía como pavo real, bien imaginaba que él tenía su mirada clavada en mi cuerpo, con ese morboso y especial interés en mi personita que parecía obsesionarlo tanto. Fue divertido constatar que durante todo el tiempo que pasé así en esas evoluciones, el hombre no se movió del lugar desde donde me podía ver con toda claridad, y en una postura que no parecía muy forzada. Finalmente, pretendiendo estar cansada o aburrida, me senté en el borde de un estanque cercano, en el cual mojé mis manos 12 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 13. para masajear y refrescar mis piernas, mostrando llamativamente unos zapatos con cintillas de amarre parecidos a los de su muñeca. Luego me acosté bocabajo, dejando expuesta por completo la forma de mi trasero que tan especial interés parecía tener para él. Y cuando me cansé de jugar a eso, salí de ese jardín para continuar con mis “ejercicios” en otra parte, cuidando de pasar junto a él para así tener el pretexto de obsequiarle una sonrisa con la que pretendí hacerle saber que no era tan tonta como para no haberme dado cuenta que todo el tiempo me había estado devorando con la mirada. Continuando con lo que dejé pendiente, a la noche siguiente lo volví a espiar desde mi seguro escondite, pero esta vez Don Bernardo durmió tranquilamente y en paz, la muñeca seguramente guardada pues no se la veía por ninguna parte. Y así sucedió noche tras noche en las cuales lo espié, hasta que me di cuenta de que casi seguramente esa actividad sólo la llevaba a cabo una vez al mes, cuando regresaba del festejo popular, como si ese fuera un ritual bien establecido. Entonces comprendí que este hombre soportaba un mes de abstinencia, para así unirse a su adorada muñeca con una pasión y ansiedad intensa y violenta, como la de un sediento cuando finalmente encuentra y bebe el preciado líquido. Así que durante la noche del siguiente festejo, espié y constaté que él había dejado a su muñeca preparada para su regreso, y entonces con atención tomé nota de todos los detalles. La escena estaba preparada como la vez anterior, y en esta oportunidad cuando él vino, podía adivinar qué es lo que seguía en su rutina. Al verlo enfundado en su imponente atuendo de cuero tomando por asalto a su muñeca para penetrarla, tuve una extraña sensación de cosquilleo en el vientre así como en la región o conducto por el que Don Bernardo estaba penetrando a su adorada compañera, y como llevaba puesta una delgada playera sin sostén palpé mis pechos, y con horror constaté que las puntas de mis senos estaban endurecidas y bien resaltadas por una presión interna bien establecida. Casi sin pensar salí huyendo de ese lugar, y al llegar a mi cuarto de nuevo palpé mis senos, y me imaginé que mis pezones habían adquirido una forma que recordaba los chuponcitos que usan los bebes, y que mucho se asemejaban a los pechitos de la muñeca de Don Bernardo. En ese momento supuse que era una exageración lo que estaba imaginando, y pretendiendo librarme de esos pensamientos recé durante horas, prometiendo al cielo jamás volver a espiar a nadie. Pero la implacable y rebelde sensación en todo mi cuerpo no desaparecía, y con fuerza la sentí hasta bien entrada la noche. Tras haberme duchado con agua tan fría como podía soportarla, finalmente pude librarme de ese alboroto que había alterado todo mi cuerpo, y casi enseguida me quedé dormida en reparador descanso. Pero sin duda a partir de aquella noche algo pasó con mi cuerpo, sin duda algo cambió. Sabía ya de antes lo que era la excitación, pues la había experimentado con suaves masajes mientras imaginaba encuentros cargados de erotismo. Pero con toda certeza, la intensidad con la que esa noche había sentido esa sensación, produjo un cambio singular que imaginaba había llegado para quedarse. Como consecuencia ya no pude seguir usando esas simpáticas playeras sin sostén, pues bastaba con que algún hombre me tocara afectuosamente o me rozara sin querer, para que casi de inmediato esos botones se hicieran notar sobre la ropa. No soy supersticiosa ni creo 13 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 14. en maleficios, pero poco a poco se fue incrementando en mí el deseo casi morboso de ocupar el lugar de esa muñeca. Estaba segura que Don Bernardo aceptaría fácilmente, y lo único que me frenaba era recordar el tamaño de esa cosa que tenía Don Bernardo. Pero… ¿si la muñeca podía soportarlo, por qué yo no? Después de todo éramos casi idénticas, y sólo necesitaría un poco de práctica para acompañar la rutina de aquel hombre y gozar con él. Como salida transitoria, y para no hacer algo de lo que luego podría arrepentirme, me vi prácticamente en la obligación de conseguir uno de esos juguetes de hule, como los que como broma le llevaba a mi hermana su novio. Tomé coraje y compré uno en una tienda especializada de la ciudad, y de entre una amplia colección escogí el cigarro que más se parecía a lo que yo andaba buscando. Según me dijo la vendedora de esa tienda, lo que había escogido era la réplica exacta creada en molde del jerarca de cierta tribu de cazadores salvajes de África del Sur. Sin duda era casi tan grande como la de Don BernAsno, y en detalles coincidía con las características de la hinchada forma de su aparato en estado de erección, incluido ese color negruzco que lo hacía lucir como la cosilla de los burros. Ese juguete era tan parecido en tamaño y forma y color al aparato de Don BernAsno, que sin duda me serviría como si fuera la pieza original. Así que al llegar la noche, en la tranquila soledad de mi cuarto y tras haber tomado una ducha caliente y reparadora, ungí mi cuerpo con una crema suavizante que me proporcionó un intenso relax, y mientras me dedicaba a esta práctica no podía apartar mi vista de ese largo y anchuroso cuello africano cuyas brincadas venas parecían las hinchadas varices de un potente y esplendoroso músculo en tensión. La sola visión de aquel elemento me hacia sentir palpitaciones en el pecho y cosquillitas en el lugar que pronto ocuparía esa portentosa arma. Finalmente me decidí. Acostada en la cama y mirando al techo, empuñé con ambas manos esa endurecida y negra longitud de hule, y la clavé cuanto pude en mi órgano. A pesar de que la lubricación previa facilitaba el avance, el dolor iba en aumento desalentando mi laborioso intento. Pero por cierto no iba a rendirme justo ahora, y cuando el objeto estuvo lo suficientemente dentro de mí, con comodidad pude empuñar con ambas manos los dos soportes parecidos a mangos de desarmador que había en los costados del peludo extremo raíz, y de donde también colgaban dos bolas muy similares a las del dardo que tenía la muñeca en su tatuaje. Y mientras en esa posición luchaba conmigo misma, entorné los ojos imaginando que era la presa del salvaje cazador que sirvió para hacer el molde de esa pieza. Tras una larga lucha en la que no aguanté ni la mitad de esa cosa, por primera vez sentí ese extraño calambre mezcla de dolor y placer, que me dejó quieta y atontada como una estatua. Luego de un rato levanté la frente de la cama, y pude ver en el espejo de la pared un rostro sudoroso con aire de sufrimiento y asombro, que me hizo recuerdo de la expresión que Don Bernardo le había dado a la carita de su muñeca de hule. Clavé de nuevo la cara en la cama y ya no me atreví a continuar con esa actividad, pues el placer provocado por ese delicioso calambre o cosquilleo que había experimentado por primera vez, había venido acompañado por un dolor desgarrador que me había paralizado por completo, y que desalentaba la idea de repetir la experiencia. Pensé 14 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 15. para mis adentros que si apenas había soportado la mitad de la longitud, menos podría con todo el asno completo. Ni siquiera me atrevía a pensar en las rítmicas arremetidas que había soportado la muñeca aquella noche, así que arrepentida, decidí que esas experiencias no eran para mí. Sinceramente no creí que algo de semejante tamaño pudiera jamás entrar en mi cuerpo… Y tal vez por eso Don Bernardo usaba una muñeca… y tal vez por eso Don Bernardo en un tiempo usó a una reclusa acostumbrada a todo… Pero a pesar de la frustración de la primera experiencia y como movida por una fuerza invisible e irresistible, noche a noche repetía el procedimiento recién descrito, pues el deseo seguía insistiendo cada vez con más fuerza. Por más que trataba, por más esfuerzos que hacía, noche a noche experimentaba cierta frustración pues sólo lograba meter en mi cuerpo la mitad de aquella cosa de hule, cuyo tamaño imaginaba era ligeramente menor que la tosca y velluda y negra pieza orgullo del burro monarca de aquellos lugares. Además, en mi fuero íntimo tal vez quería que fuera él quien me lo hiciera, quería que fuera ese calvo, mal rasurado, prieto, velludo, y obeso hombre, de fiera y dominante mirada, quien como trofeo cobrara la virginidad de ese orificio, y no una fina y bien acabada imitación de hule, sin sabor, sin olor, sin emoción, hecha para las bromas de las señoritas en las despedidas de soltera. En vano visité innumerables veces la bodega de vinos con la esperanza de encontrar ahí al hombre que me estaba quitando el sueño. Ansiaba estar a solas con él en ese seductor y oscuro ambiente, confesarle abiertamente que en forma accidental me había enterado de su admiración por mí… y que… y que… y que quería sentir de nuevo uno de esos abusivos abrazos… bueno, y tal vez también algo más… Durante una fría y lluviosa noche de octubre que coincidía con el famoso festejo mensual, miraba distraídamente por la ventana de mi habitación hacia la casa de Don Bernardo, y viendo las cortinas de su dormitorio ya cerradas, no dejaba de imaginarme lo que estaría haciendo con su muñeca. Finalmente el cansancio me rindió y me dormí, pero tuve una pesadilla por demás extraña: Soñé que se repetía la escena en la que bajaba a la bodega de vinos en busca de un condimento, y que allí lo encontraba a él, avanzando hacia mí con esa mirada intimidante y avasallante, mientras yo retrocedía lentamente hasta tocar con mi espalda la pared del oscuro final de la bodega, donde él finalmente me tomaba con ambas manos por la nuca con la misma suavidad con la que trataba a sus flores, inclinándome para acercarme a su rostro, y en esa posición y con mi trasero apoyado en la pared, escuchaba como con su dominante y grave voz me decía muy cerca de mi rostro: “MI ESTIMADA SEÑORITA, DESDE HACE TIEMPO VENGO SIGUIENDO DISCRETAMENTE SUS PASOS CON LA MIRADA, Y PROBABLEMENTE USTED NO HA REPARADO EN ELLO.- SU EXQUISITO Y SENSUAL MODO DE CAMINAR Y DE MOVERSE, ME PROVOCA LAS MÁS DELICIOSAS Y EXÓTICAS SENSACIONES, PUES COMO USTED SEGURAMENTE DEBE YA ESTAR ENTERADA, LOS HOMBRES A DIFERENCIA DE LAS MUJERES, ESTAMOS PROGRAMADOS POR LA MADRE NATURALEZA PARA SENTIR CON SÓLO MIRAR E IMAGINAR.- ASÍ QUE QUIERO QUE SEPA QUE DESDE 15 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 16. QUE LA CONOZCO NO HE TENIDO UN SOLO MOMENTO DE REPOSO MENTAL, PUES ME BASTA RECORDAR EL MOVIMIENTO DE ESE MARAVILLOSO Y BIEN FORMADO CULO DE FANTASÍA QUE USTED TIENE, PARA QUE LA VERGA SE ME PARE A REVENTAR, Y POR MÁS QUE TRATO Y TRATO DE OLVIDARLA, ESE ESFUERZO ES ALGO QUE SIEMPRE TERMINA EN TREMENDA PUÑETA, QUE DEJA EMBARRADAS DE SEMEN LAS PAREDES DE MI BAÑO.-” “NO QUIERO QUE SU EVASIVA NATURALEZA FEMENINA INTERPRETE ERRÓNEAMENTE MIS SINCERAS Y ESPONTÁNEAS PALABRAS, PUES SON LOS PENSAMIENTOS DE UN HOMBRE MADURO, VIGOROSO, Y MAL HABLADO, PERO ABSOLUTAMENTE DESESPERADO POR GANARSE SU ATENCIÓN.- ME HA COSTADO MUCHO TRABAJO ENCONTRAR EL MEJOR MOMENTO PARA ACERCARME A USTED Y DECIRLE ESTOS ESTUDIADOS CONCEPTOS, Y OBVIAMENTE NO QUIERO QUE ESTA OPORTUNIDAD SE DESPERDICIE POR UN MAL ENTENDIDO, MIS INTENCIONES CON USTED SON DE LO MEJOR.-” “SABEDOR DE LA DISCRECIÓN Y RESERVA QUE USTED AMERITA Y DE QUE SEGURAMENTE NO QUIERE ARRIESGAR SU VIRGINIDAD EN UNA AVENTURA, LE PROPONGO ATRAVESARLE EL CULO CON UNA VERGA DE NUEVE PULGADAS, PARA LA CUAL DIFÍCILMENTE CONSIGO CONDONES CÓMODOS Y ADECUADOS, AMÉN DE QUE LAS ARREMETIDAS DE ASNO CON LAS QUE YO TERMINO NO ADMITEN FRENO ALGUNO.- PERO ESA ES OTRA HISTORIA QUE EN SU MOMENTO USTED PROBARA EN CARNE PROPIA, SI ES QUE LA SUERTE ME ACOMPAÑA.- POR MI PARTE, A USTED PUEDO ASEGURARLE MI ESTIMADA SEÑORITA, QUE NADA IMPEDIRÁ QUE NOS ACOPLEMOS CON UN BUEN LUBRICANTE, PARA ASÍ PODER CONSUMAR EL ACTO VENÉREO QUE LE DARA ALIVIO A ESE DESEO QUE ATORMENTA MIS ENTRAÑAS.-” “COMO ES OBVIO Y EVIDENTE, NO PRETENDO ENGAÑARLA EN LO MÁS MÍNIMO.- ES MUY POSIBLE QUE LA PENETRACIÓN FORZADA DE NUESTRO PRIMER ENCUENTRO LA HAGA SUFRIR UN POCO.- PERO NO DEBE TEMER PUES ESTE SERVIDOR TIENE GRAN EXPERIENCIA, Y ESTÁ ACOSTUMBRADO A DOMAR CHIQUILLAS POR EL CULO HASTA HACERLAS GOZAR, COMO SIN DUDA LO HARÉ CON USTED EN UNA CONFORTABLE Y AMPLIA CAMA MATRIMONIAL, EN LA CUAL PODREMOS DISFRUTAR COMO MACHO Y HEMBRA, DURANTE UNA DE ESAS FRÍAS Y LLUVIOSAS NOCHES QUE SE AVECINAN.-” En ese momento de la pesadilla desperté sudando como si tuviera fiebre. El corazón me latía como tambor, y sentía unas intensas e irrefrenables ganas de masturbarme, debido a ese cosquilleo que me había atrapado desde la segunda noche que vi a ese hombre con su muñeca. Por la hora que era, me imaginaba que en ese momento la muñeca estaría recibiendo su segunda o tercera dosis de amor. Me incorporé para arrodillarme en la cama, y al quitarme la ropa que me cubría vi que tenía otra vez las 16 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 17. puntas de los pezones brincadas a reventar, y sin atreverme a tocar nada, crucé los dedos de ambas manos tras la nuca, y apoyada en mis rodillas clavé la cabeza en la cama, gimiendo y casi gruñendo. Trataba en vano de apartar de mi mente las imágenes de lo que sabía bien estaba sucediéndole a la muñeca a manos de ese asno sin ley. La excitación que tenía era terrible, pero lacerar de nuevo mi cuerpo con el doloroso calambre africano, solamente aliviaría una fracción del tremendo deseo que estaba sintiendo en todo mi cuerpo. Ahora sí empezaba a arrepentirme en serio de haber espiado a Don Bernardo, y para mis adentros pensé que ese era el castigo vudú que me había ganado, por ser una niña traviesa que a hurtadillas anda viendo lo que no debe. Sin embargo otra parte de mí se resistía a aceptar como castigo no hacer absolutamente nada, pues todo mi cuerpo se estaba incendiando, fuera por el tonto hechizo que tal vez Don Bernardo me estaba enviando, fuera porque el hombre me transfería el placer que su muñeca no podía sentir, fuera por mis hormonas, fuera por lo que fuera. Deseo natural o amor brujo, el resultado era el mismo, estaba atrapada y fuera de mí. Finalmente un baño con agua bien fría me salvó del tormento africano, y un somnífero ligero me dio la paz del sueño y del reposo. Sin embargo y al paso de los días, los sueños y las fantasías con Don Bernardo se volvían a repetir. Las escenas eran cada vez más y más reales y atrevidas. A veces él aparecía en la bodega con su imponente atuendo de cuero. Y en forma súbita me daba cuenta de que estaba vestida tan sólo con la corta falda roja, así como con los zapatos de tacón alto de la muñeca. En esa fantasía las puertas de la bodega habían desaparecido, y solamente había paredes. Por cierto trataba de correr, pero con esos zapatos él me daba alcance muy fácilmente, colocándome luego contra una pared donde me mostraba el portentoso instrumento de hule que de sobra ya conocía, y apuntándome con ese objeto me decía que sabía muy bien lo que había hecho con eso, y que ahora me daría mi merecido por haber maltratado y masturbado ese orificio que por derecho le pertenecía solamente a él. A continuación y cual tormento psicológico, me daba unos golpecitos simbólicos en la cabeza y la cara con ese objeto de hule, como cuando se juega a castigar a una niña traviesa, mientras por mi parte, avergonzada, trataba de apartar la cara de ese objeto que ya me atormentaba a rabiar. Luego tiraba el vástago al suelo, me tomaba de los brazos y la nuca con una suavidad que me hacía su cautiva voluntaria, y una vez vencida mi escasa resistencia, me repetía al oído sus obscenas proposiciones, diciendo cosas cada vez más excitantes y atrevidas, con esa voz que tanto me afectaba y que me derretía en cuerpo y alma. “AHORA GUERITA, LE VOY A DAR EL TRATAMIENTO DE UNA MUÑECA REINA, Y USTED SABE YA MUY BIEN DE LO QUE SE TRATA.- LE ESPERA UNA MUY LARGA NOCHE EN LA CÁRCEL DEL AMOR, DONDE ESTE ASNO CARCELERO TENDRÁ A SU CARGO DARLE LA BIENVENIDA.- HARÉ LO QUE SÉ HACER MUY BIEN, Y LE ASEGURO QUE VA A SENTIR UN POCO DE DOLOR, MÁS NO POR ESO DEJARÁ DE GOZAR INTENSAMENTE.-” Luego me abrazaba levantándome del suelo, y casi de inmediato constataba con horror que realmente me había transformado en una muñeca de hule. Por más esfuerzos que hiciera ningún músculo de mi cuerpo me obedecía, y mientras mis 17 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 18. piernas y brazos colgaban sin fuerza, con la espalda arqueada y mi cabeza caída hacia atrás como mirando al cielo, Don Bernardo con su picante mentón clavado en medio de mis desnudos y expuestos senos, continuaba con el implacable y despiadado tormento mental. “NO INTENTE MOVERSE PRECIOSURA, PORQUE CIERTAMENTE LE SERÁ IMPOSIBLE HACERLO.- ESTE CUERPECITO SUYO HA QUEDADO INMÓVIL PORQUE DESDE ADENTRO PIDE A GRITOS SER MÍA, ASÍ QUE RELÁJESE Y DEJE DE LUCHAR, QUE ESTE ASNO DARÁ BUENA CUENTA DE USTED Y DE SUS NECESIDADES MÁS ÍNTIMAS.- LA VOY A HACER MI MUÑECA, MI OBJETO PRIVADO ESPECIAL, Y AUNQUE TAL VEZ AL PRINCIPIO EL DOLOR LA HARÁ PEDIR CLEMENCIA, UNA VEZ BIEN ACOPLADOS GRITARÁ Y CHILLARÁ DE PLACER, COMO LO HACE UNA VIRGEN AGRADECIDA GOZANDO CON SU PRIMER MACHO.-” Luego aplicaba lentos y succionantes besos a los lados de mis senos, los que estaban completamente a su disposición debido a la posición en la que me tenía abrazada, haciéndome derramar lágrimas de placer producto de la terrible emoción que esas libidinosas caricias me provocaban, y sin que pudiera mover ni un solo dedo, y sin que pudiera emitir ni un solo grito. Hasta que finalmente, ya mareada por la emoción y la excitación, mi cerebro me obligaba por fuerza a despertar, al no poder resistir por más tiempo el delicioso tormento de esa perversa situación. Los exquisitos y tormentosos encuentros mentales con Don Bernardo continuaron noche tras noche con ligeras variantes. A veces él aparecía tras de mí cuando espiaba desde mi escondite, y de inmediato me llevaba de los cabellos hasta su recámara para darme mi merecido. A veces el encuentro era en un sendero en medio de una noche con una luminosa luna. Y en esas ocasiones invariablemente me proporcionaba un tormento mental como preámbulo, el que me inmovilizaba y me transformaba en su muñeca de hule, para luego hacerme las cosas más inimaginables y grotescas, que eran tan fuertes y sorpresivas que finalmente me hacían despertar en medio de la noche, sudorosa, el corazón palpitante, húmeda en mis partes, y en las mismas desastrosas condiciones de siempre desde el punto de vista psicológico. Hasta que una de esas noches de fin de semana que coincidía con el festejo popular y con la cercanía de mi periodo menstrual, no pude más, no resistí más, e imaginé un plan. Aprovechando que el hombre estaba en el pueblo embriagándose, pensé inocentemente que en ese estado no podría notar la diferencia entre la muñeca y mi personita. Y si la descubría, pues ya no me importaba. Seguramente él no se negaría a tener su propia muñeca de carne y hueso. Y ambos quedaríamos gratificados y felices. Me preparé entonces lo mejor que pude, y revisé todo mi cuerpo desnudo en un largo espejo. Recordé fugazmente que alguna vez me dijeron que yo era el sueño dorado de cualquier caballero, debido al parecido físico que tengo con los juveniles inicios de cierta cantante de rock, que es medio lesbiana o que lo deja entender, y de la cual hasta tenía la colección de tontos sombreritos que la hicieron famosa. Si eso era cierto ahora más que nunca necesitaba de ese recurso. Con una pluma copie en mi 18 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 19. brazo el tatuaje de su muñeca aunque sin tanto detalle, y como riguroso requisito final, acostada bocabajo en mi cama realicé una última práctica con el juguete africano, y tal vez por la excitación del inminente encuentro o tal vez para convencerme de no hacer esa visita, esta vez logré clavar más de la mitad de esa interminable longitud de endurecido hule, casi tres puños de mi mano, lo cual no fue suficiente para llegar a la velluda raíz, pero pensé que con eso bastaría pues la lubricación que le había aplicado al juguete facilitaría el camino que faltaba para enfundar al todavía más largo juguete de Don Bernardo. Luego me puse el bikini de dos piezas y mi suéter azul, lo mismo que vestía cuando me abrasó en la bodega, y una vez preparada, me salí de la casa por el patio interior a través de una cerca de madera que comunicaba bastante directamente con las habitaciones de Don Bernardo. Entré a su dormitorio, quité el foco de la habitación para que no encendiera la luz, boté a la muñeca debajo de la cama, y me puse los zapatos de tacón alto y la falda roja sin ropa interior, dejando mi torso completamente desnudo. Y mientras ataba a mis tobillos las cintillas de amarre de los zapatos, pensaba que si todo salía bien, una vez que Don Bernardo terminara y entrara a ducharse, yo podría colocar de nuevo a la muñeca en su lugar, y luego escapar sin que el hombre se percatara de nada extraño. De esta manera él haría lo suyo y yo recibiría lo mío, y así me libraría por fin de esa nueva necesidad de fuego que había surgido en mi cuerpo, y que me urgía apagar lo antes posible y antes de cometer cualquier importante insensatez de la que pudiera luego arrepentirme. Sin duda faltaba ya poco para que él llegara y comenzara así la acción. Me acosté tal y como él había dejado a su muñeca, bocabajo y con una pequeña almohada bajo el vientre, para mejor resaltar las formas sin pérdida de la comodidad. Y esperé. Y esperé pacientemente. De improviso lo escuché entrar tarareando sus canciones por la ebriedad, y mi corazón comenzó a latir como si fuera a reventar. Entró al dormitorio y como estaba previsto, la luz del foco no se encendió. De reojo vi como se colocaba su imponente atuendo de cuero. Me mordía los labios mientras oía el ruido que hacían las hebillas y los broches al cerrarse sobre su robusto y fuerte cuerpo. Y luego de unos instantes se aproximó a “su muñeca” y le dio el acostumbrado masaje. Me tomó de la nuca y con sus anchas narices olfateo mi perfume. Sentí las cosquillas que me hacía su respiración sobre mi piel desnuda. Tonta de mí se me olvido quitarme el perfume, pero supuse que con la ebriedad no tomaría en cuenta ese detalle. Acto seguido se sentó en la cama, y abriendo con cuidado uno de mis ojos, vi que de un cajón sacó un frasco de pastillas azules de esas que provocan a los hombres cuatro horas continuadas de erección. Se tomó dos, enseguida se levantó, y casi frente a mi rostro ungió su erecto miembro con una aromática crema. Seguramente era uno de esos lubricantes especiales de los llamados retardadores. Todo eso no lo había visto antes, pero sin duda había llegado demasiado lejos, y arrepentirme ya no era una opción. Sin ninguna prisa el hombre se acomodó para completar el exquisito masaje. Hice un gran esfuerzo para no mover ni un solo músculo. Luego se acostó sobre “su muñeca” abrazándola hábilmente, y uniendo así su velludo y oscuro cuerpo a la blanca piel de su amor. 19 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 20. El agasajo por sí mismo era paradisíaco, y poco a poco se preparaba la penetración que me imaginaba sería brusca y sorpresiva. Don Bernardo acomodó la tumefacta y rígida punta de su largo miembro, para penetrar en un orificio que era un poco diferente al de su muñeca de siempre. Obviamente confiaba en que eso no sería problema, pero sin embargo, luego de varios intentos en los que notoriamente el hombre encontraba más resistencia de la acostumbrada para la penetración, cambió de táctica y empezó a acariciar de nuevo con sus grandes manos las curvas del femenino cuerpo de su muñeca. Pensé que no tenía caso seguir fingiendo, estaba segura de que ya me había descubierto, pero en mi fuero íntimo tenía la esperanza de que él también fingiera que lo estaba haciendo con su muñeca de hule, pues así al día siguiente ambos podríamos comportarnos como si nada hubiera pasado. Y mientras pensaba en todo eso, y mientras estos pensamientos en tropel se presentaban en mi conciencia, sus toscas manos se concentraron entonces en una laboriosa caricia en la que clavó con fuerza sus dedos pulgares, en una acción separadora que soportaba estoica, con los párpados apretados y la boca abierta, como en actitud de expresar un grito silencioso. Casi en seguida Don Bernardo hizo un ruido con su boca como cuando se extrae una pesada flema de la garganta, y sentí como el lubricante natural caía certeramente en el interior del rebelde orificio de su compañera. Ahora Don Bernardo volvió a repetir la acción, y empuñando su largo miembro con su mano hizo un hábil movimiento circular, remolineando la entrada hasta que finalmente me sentí abrochada por la dura punta de ese largo y duro miembro. Un empujón me hizo sentir como la flema era empujada hacia adentro por la dura punta, y un avance de su miembro se produjo, y luego otro empujón de avance, y su muñeca enloquecía de placer sin atreverse a hacer un solo movimiento, mientras sentía como la deslizante flema de Don BernAsno avanzaba al frente de la henchida punta lubricando el camino que así se abría a su paso. Ahora sí estaba segura de que podría soportar cualquier tormento con la misma tranquilidad que mi “hermana de hule”, pero una embestida de toro enardecido por fin hizo que la muñeca soltara una espontánea y dolorosa queja, cuyo agudo y casi imperceptible gemido evidenciaba la mezcla de placer y dolor que le provocaba sentir que el asno abriera las partes más intimas de ese conducto. Sin dejar de impulsarse hacia adentro, Don BernAsno por fin habló: “CREÍSTE QUE ME IBAS A ENGAÑAR NIÑA BONITA”. Y la muñeca sollozando le respondió: “Plis Don Ber que me esta matando, juro que me esta matando”. Luego intercambiamos algunas frases cortas: “¿PERO DIOS MÍO, QUÉ DIABLOS ESTÁS HACIENDO AQUÍ?”… “Quiero ser su muñequita.”… “¿TIENES IDEA QUERIDITA, DEL ENORME TAMAÑO DE VERGA QUE TE VA A ENTRAR?” La muñeca no respondió, y movió la cabeza aceptando con eso ser culpable de espiarlo. Y Don BernAsno volvió a embestir gruñendo como toro enfurecido, adentrándose todavía más en esa anatomía hasta ahora inexplorada, y haciendo que su muñeca pidiera clemencia en forma reiterada. 20 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 21. “ASI QUE YA SABES POR QUÉ ME DICEN BERNASNO CABRONA, PUES PREPÁRATE PORQUE AHORA TAMBIÉN LO VAS A EXPERIMENTAR DE VERDAD EN TU PROPIO CUERPO.- Y PREPÁRATE PARA LO MEJOR, PUES APENAS LLEVAS MEDIA VERGA DENTRO CHIQUILLA PRECIOSA.-” La muñeca intento suavizar a Don BernAsno con su encanto femenino, dándole un rápido beso en su severo y enojado rostro, para luego de nuevo esconder su cara en la frescura de la almohada. Sin embargo Don BernAsno no tuvo la más mínima clemencia, no se enterneció ni ablandó por esa expresiva súplica, y la penetración continuó, provocando en su muñeca esa extraña mezcla de dolor y placer que le arrancaba expresiones entrecortadas: “!Put… a madre!… ¡No Jodas Burr!… ¡Pero Que Ric!… ¡Ouug! No… ¡Plis Don Ber!… ¡Suave, con cuidado!… Oh… Dios… No… ¡!Ahuuuugg!”. Y con esta última exclamación la muñeca sujetó la almohada con sus dientes, ahogando así los gritos del doloroso placer que acompañaban a cada impulso del asno, que inevitablemente ganaba terreno cada vez más y más. Embestida tras embestida, el insistente asno por fin consiguió abrir la parte más interna, estrecha, y resistente del conducto, avanzando tan sólo unos cuantos centímetros más, y con un último golpe Don BernAsno quedó clavado hasta la raíz de su miembro, acción con la cual arrancó a su muñeca un desgarrador grito que parcialmente ahogó la almohada, anunciando con esto el completo triunfo de la bestia, que finalmente había doblegado la juvenil resistencia de esa virginal y tierna carne. La muñeca sentía que Don BernAsno se había alojado tan dentro de ella como le era posible, tal y como él acostumbraba hacerlo con su obediente muñequita de hule. Pero a pesar de ya haber entrado por completo en ese cuerpo, Don BernAsno continuaba con la frenética inercia de una feroz lucha por acomodarse y por adentrarse todavía un poco más. La muñeca apretaba con fuerza sus párpados y abrazaba la almohada, así expresando el dolor que le provocaba el enfurecido asno, que gruñendo con furia y con su severo rostro deformado y contraído por el esfuerzo, acometía una y otra vez, presionaba una y otra vez las redondeces posteriores del frágil cuerpo que tenía en su poder. Finalmente la acción se aquietó, convencido por fin el hombre que ya no podría ganar más espacio en ese cuerpo en el que estaba montado. La muñeca había entregado su delicado, tierno, y virginal orificio, al sin duda vigoroso y dominante macho, que se lo había ganado como recompensa a una larga espera y a una inquebrantable voluntad de hierro, pues sin duda ese era un codiciado trofeo de caza que esa noche estaba siendo reclamado por un asno enardecido que había jurado una y mil veces obtenerlo. La persistente espera y la tenaz insistencia en la obtención de sus objetivos, por fin habían cobrado su cuota. Tras la aparatosa y monumental cornada que le había aplicado Don BernAsno, se echó sobre ella haciendo contacto completo con el aplastante peso de su cuerpo, y a pesar de las obvias dificultades de esta irregular unión, su potente y tumefacto miembro de asno había quedado insertado en el interior de la muñeca en forma por 21 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 22. demás extraordinaria. La muñeca sentía que el asno había quedado perfectamente montado sobre ella, con su nervuda y gruesa raíz de pelambre haciendo presión permanente contra su delicada y virginal entrada, para lo cual el asno se había ventajosamente ayudado con la abultada almohada, y de la cual ahora se ponía claramente de manifiesto de que no sólo servía para resaltar las formas de la compañera, sino también para proporcionarle al hombre una firme montura que asegurara en todo momento la penetración completa de su erecto miembro, mientras así descargaba su aplastante peso sobre el arco de la espalda de su compañera de placer. La muñeca intuía que adentrarse por completo era una necesidad instintiva del macho, para así asegurar el máximo alcance de sus descargas y poder preñar con éxito a su hembra… como instintivos eran también los vigorosos movimientos de entrada y salida, los cuales se intuía iban a comenzar en cualquier momento, y que en el caso de nuestro buen BernAsno serían los de un asno encabronado, que sin duda no pararía hasta saciar sus bestiales ansias de descargar la lujuria contenida durante un mes de abstinencia. La muñeca había dejado de luchar, tenía miedo de lastimarse aún más si lo hacía, razón por la cual se mantenía ahora muy quieta y silenciosa, con sus piernas bien separadas, tratando así de acomodar a Don BernAsno de la mejor manera posible sobre su arqueada espalda, para que reposara sobre ella, y con la esperanza de retardar el mayor tiempo posible los furibundos movimientos que se insinuaban, que se intuían, que se esperaban. Todas las condiciones para la consumación de un exitoso apareamiento estaban dadas, y sin duda se cumpliría de acuerdo al bestial antojo y capricho de Don BernAsno. Con los párpados apretados y respirando con dificultad, la muñeca no se atrevía a mover ni tan siquiera los dedos de los pies, pues la mas mínima contracción muscular de su cuerpo podría provocar que el nervudo y grueso tronco pulsara y se expandiera, provocando en el asno el reflejo instintivo por adentrarse todavía más de lo que ya estaba. Ahora, cornada por un asno en celo, la muñeca permanecía inmóvil y con una mueca de dolor en su cara, pues imaginaba todo lo que aún faltaba para que se completara esta acción que apenas acababa de empezar, y que no pararía hasta que el macho la diera por terminada. Querer pasarse de lista con un asno por cierto no era la empresa fácil que inicialmente imaginó, y ahora estaba pagando las consecuencias de su osadía. Don BernAsno la tomó entonces con sus manos de gorila a la altura del cuello y la nuca, sujetándole la cabeza para acercarla hacia él, y así contemplar divertido cómo el hermoso rostro de su muñeca, con los ojos cerrados, se transformaba a cada movimiento, a cada acomodo, a cada ajuste. Si hasta los cambios de presión provocados con su miembro, si hasta los cambios de ritmo de su potente y agitada respiración de asno en celo, se reflejaban de una u otra forma en la cara de su compañera. Luego él dio a ella un largo y apasionado beso, y acercándose a la oreja de la hembra, le dijo. “¿QUE LE PARECE EL TAMAÑO DE VERGA, GUERITA?… ADIVINE CUANTAS PULGADAS TIENE DE LARGO ESTA MORENA MEADORA, 22 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 23. GANADORA DE VARIOS CONCURSOS CANTINEROS, Y FINALISTA DE UN TORNEO ESTATAL.-” Sin poder hablar, pero temerosa de no responder, la muñeca elevó un poco sus temblorosas manos que estaban a la altura de su cabeza, extendiendo los cinco dedos de su mano izquierda y cuatro de su mano derecha. Pero Don BernAsno, con una amplia sonrisa, tomó su mano derecha y extendió su quinto dedo, indicándole así el número correcto, y haciendo que su muñeca cerrara con fuerza sus párpados y emitiera un ahogado suspiro, al enterarse de las extraordinarias medidas que ya estaban dentro de su cuerpo. Ya no cabía la menor duda. Las palabras escritas en el tatuaje realmente podían ser escritas a todo lo largo de ese inflamado y nervudo dardo de amor, que metafóricamente le tenía atravesado el corazón, y que muy pronto haría realidad la advertencia allí materializada. Pero no todo era dolor para la nueva muñeca, pues la fémina ya estaba capacitada para gozar y no lo estaba pasando del todo mal. Después de todo eso era lo que ella había soñado, tener esa verga de asno tan adentro de ella como sólo la brutal fuerza de un hombre como Don BernAsno podía hacerlo, y así provocándole ese calambre de placer que ya había experimentado con el juguetito africano. Solamente que con Don BernAsno esa extraordinaria y placentera sensación sin duda sería al menos diez veces más intensa. Ya sentía esa electricidad, ese delicioso y preparatorio cosquilleo, recorriendo sus entrañas a todo lo largo de ese palpitante y bestial miembro de asno. La muñeca percibía que en ese momento los dos eran uno solo, y que sentían al unísono. La rudeza de los acomodos de Don BernAsno la hacían cerrar con fuerza los párpados y gemir de miedo, al presentir que se aproximaba el momento culminante en que darían inicio los movimientos cabrones del macho dominante. Lo soportaría todo con la frente clavada en la almohada, pues desde el principio sabía bien la forma en que su virginal orificio iba a ser tratado, y a pesar del brutal asalto que se anunciaba, ansiaba el momento de que esto ocurriera. En cuanto Don BernAsno empezó a moverse, la muñeca no pudo evitar las repetidas y suplicantes exclamaciones de clemencia que hacían sonreír a Don BernAsno, quien enormemente divertido con los lloriqueos de su muñeca, la sujetaba con fuerza haciéndole sentir el férreo agarre de esas manos de gorila, que le arrancaban quejidos de todo tipo y color. Como frágil presa en las garras de un depredador, la muñeca sabía bien que Don BernAsno haría lo que sabía hacer, haría lo que todo macho sabe hacer, y sin duda alguna la brutal sentencia dictada en el tatuaje se cumpliría al pie de la letra. Don BernAsno por fin la tenía como siempre quiso tenerla. La altiva y orgullosa princesa rompecorazones ahora yacía en la cama, bocabajo, de piernas abiertas, y con el culo atravesado por una enorme porra, pidiendo clemencia a cada embestida, pidiendo más prudencia y suavidad a cada cornada. “¡Auuch! … !Despacio Don Ber! … ¡Despacito Por Plis! … ¡Oh! ¡Oh! ¡Au! ¡Au!” Pero los femeninos escándalos que la muñeca hacía cada vez que el ansioso asno arremetía contra su cuerpo, no sólo eran de dolor sino también de placer, y por momentos el “calambre sagrado” arreciaba con los frenéticos movimientos del 23 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 24. compañero, haciendo así disfrutar intensamente a la hembra, excitándole así todas esas recónditas y femeninas terminales nerviosas que se ramificaban al resto del medio cuerpo. Sin duda el macho era fuerte y dominante, y jugueteaba a su antojo con la jovencita como si realmente fuera un pelele o un monigote, como si realmente fuera un juguete de placer. El secreto e idílico sueño de ambos se estaba haciendo realidad, mientras la actuación del hombre arrancaba a la hembra todo un abecedario de dolientes y simuladas quejas. Don BernAsno cumplía a la perfección con la parte activa del acto, y por momentos dejaba pendientes los movimientos de apareamiento, para sin prisa explorar y disfrutar todos los encantos que podía ofrecerle su nuevo juguete, para sin pausa aplicar todo el arsenal de mañas y trucos que se pueden hacer con una mujer receptiva al placer. Luego de un entreacto sin duda reparador y refrescante para ambos, el hombre volvió a sujetar la cabeza de la fémina, y aproximándose a una de las orejas de su compañera, la atrapó con los dientes con cierta suavidad, para luego introducir en el oído la punta de su impúdica lengua de asno, aplicándole así una prolongada, sensual, y enloquecedora caricia contra la que no había defensa alguna. La muñeca sentía cómo esa lengua de asno parecía acariciar las propias entrañas del cerebro. Por cierto ambos estaban en el paraíso. Por cierto ambos estaban absortos, enfrascados, concentrados uno con el otro. Y mientras Don BernAsno le besaba y mordisqueaba las orejas, con voz grave y pausada, murmuró al oído. “NO SABE GUERITA CUÁNTO ME GUSTA SU CULO, Y CUÁNTO HE ANHELADO COMUNICARLE EL FUEGO DEL DESEO QUE SIENTO POR USTED Y ACTO SEGUIDO HACERLA MÍA, PERO YO SOY POBRE, FEO, Y VIEJO, ADEMÁS PELÓN GORDO Y NEGRO, Y EN CAMBIO USTED ES JOVEN, MUY JOVEN, CON UNA CARA ANGELICAL, CON HERMOSOS OJOS VERDES, Y CON UN CABELLO QUE PARECE UNA CASCADA DE LUCES DE ORO.- USTED TIENE UN CUERPO FANTÁSTICO, Y SIN DUDA LO SABE MOVER COMO MODELO PROFESIONAL DE PASARELA.- USTED TAMBIÉN TIENE UNA MUY FEMENINA, FINA, Y BIEN TIMBRADA VOZ, SIN DUDA EDUCADA EN UNO DE LOS MEJORES COLEGIOS, Y CAPAZ DE CHAMULLAR EN VARIOS IDIOMAS.- Y PARA COLMO, Y PARA REMATAR LA COSA, SIN DUDA USTED TIENE CULO DE SEÑORITA Y YO PILINA DE BURRO.- PAREJA MUY DESPAREJA LA QUE AMBOS ESTAMOS HACIENDO.- AHORA SIENTO QUE HA VALIDO LA PENA VIVIR TANTO TIEMPO PARA AL FIN TENER LA DICHA DE EXPERIMENTAR ESTE MOMENTO.- Y SI ESTO FUERA TAN SÓLO UN SUEÑO, PREFIERO MORIR Y ETERNIZAR ESTE INSTANTE, ANTES QUE DESPERTAR A LA DURA REALIDAD QUE LUEGO DE ESTE ENCUENTRO NOS SEPARARÁ.-” Mientras Don BernAsno le murmuraba estas palabras al oído a su muñeca, ella se mordía los labios con los ojos entrecerrados, sintiendo el increíble agasajo que le daban a sus excitados senos las ásperas y calientes manos de trabajo de ese hombre hecho a golpes. Y girando entonces la cabeza, la hembra ya fuera de sí, buscó la boca de quien había endulzado sus oídos con esos delicados halagos. Recompensa debía tener ese hombre, y se la prodigó con un prolongado y cálido beso, acariciando con 24 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 25. su lengua los labios de Don BernAsno, quien luego de recibir lo suyo continuó diciéndole. “ES USTED UNA CHIQUILLA MUY CALIENTE SEÑORITA, Y ESTANDO TAN HERMOSA Y BUENOTONA, NO DEBE ANDAR POR AHÍ SIN DUEÑO.- ESO ES PELIGROSO.- ESO ES MALO, EXTREMADAMENTE MALO PARA USTED.- RECUERDE SIEMPRE ESTE CONSEJO SEÑORITA.- EL HOMBRE SABE POR SABIO PERO MÁS SABE POR VIEJO.-” Sin más trámite, Don BernAsno empezó a restregar la nervuda y gruesa raíz del tronco de su verga contra la lampiña y fina entrada de su muñeca, adentrándose y tallando con su peluda parte la cada vez más dilatada entrada de la muñeca, a la par que a viva voz decía. “¿QUE LE PARECE ESTE MASAJE GUERITA? ¿VERDAD QUE CON ESTE TRATO SE SIENTE MUY HEMBRA?… PARA ESO SIRVE EL PELO DE LA VERGA, PARA DAR SUAVES CARICIAS, Y A ESTAS FRICCIONES YO LAS LLAMO ABRECULOS.-” Obviamente, lo que en realidad buscaba el astuto asno con tanta insistencia, no sólo era darle ese excitante masaje a su juguete sexual, sino también montar en su nervudo y grueso tronco raíz los sensibles y virginales nervios de la entrada al orificio, que al expandirse unían y sumaban esa infame y desvirgante sensación, con el profundo y celestial calambre que se insinuaba, que iba y venía, y que tenía a la hembra como hipnotizada y casi paralizada. Y mientras Don BernAsno continuaba restregándose, su muñeca con la cara en la almohada, de improviso sujetó con fuerza las cobijas de la cama y empezó a encabritarse, hundiendo su vientre y arqueando su espalda, con la frente siempre clavada en el lecho. Los jadeos del hombre se unieron así a los gemidos y movimientos característicos de la hembra excitada, y sin duda esa era la señal que Don BernAsno con ansia estaba esperando. Los femeninos chillidos de placer de la muñeca eran música para esas orejas de asno, y aprovechando el espacio que su muñeca había liberado bajo su vientre, pasó por allí sus fuertes brazos para sujetarla, diciéndole entonces. “PUEDO SENTIR CON CLARIDAD QUE TIENE MUY ADENTRO UN DIABLITO JUGUETÓN, QUE ES EL QUE AHORA PRODUCE ESE FUEGO QUE CIRCULA POR SUS VENAS GUERITA, PERO SEPA DE UNA VEZ MI REINA, QUE ESE DEMONIO AÚN ESTA ADORMILADO.- EN REALIDAD ES UN BEBÉ RECIÉN NACIDO, AL QUE ESTA MISMA NOCHE UN ASNO A SU SERVICIO TENDRÁ EL GUSTO DE DESPERTARLO Y DARLE EL BAUTIZO DE LEY.-” Y mientras Don BernAsno continuaba acomodándose y apretando con mucha fuerza la delgada cintura de su excitada y jadeante muñeca, ésta un tanto avergonzada, trataba sin éxito de disfrazar sus gemidos de placer con quejas de protesta y de dolor. Y en cuanto el apretado abrazo se completó como cerrojo de acero, el hombre continuó diciendo. 25 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 26. “JODER, NO TIENE IDEA GUERITA DE CUANTAS PUÑETAS ME HICE VIÉNDOLA EN BIKINI, Y CUANTAS VECES QUISE APRETARLE ESTA CINTURITA Y HACERLE UN ABRECULOS.-” “PERO USTED ERA LA PRINCESA INALCANZABLE DEL PALACIO, Y UNA CHIQUILLA PRESUMIDA, ALTIVA, Y ORGULLOSA, QUE JUGUETEABA CON LOS SENTIMIENTOS DE QUIENES LE VEÍAN, Y HASTA DE QUIENES LE SERVÍAMOS CON AHINCO A CAMBIO DE UNA BREVE Y DESPREOCUPADA SONRISA.- PERO LLEGÓ EL MOMENTO DE PASARLE FACTURA POR TODAS ESAS TRAVIESAS FECHORIAS, Y CUYOS COSTOS ADICIONALES INCLUYEN HABERSE LUCIDO COMO PAVO REAL EN EL ESTANQUE DEL JARDÍN, FRENTE DE UN POBRE ASNO QUE LA ADORA COMO REINA Y COMO DIOSA.- Y LA FACTURA CIERTAMENTE TAMBIÉN DEBE INCLUIR EL TONTO Y BURDO INTENTO DE ENGAÑO, EL TONTO Y BURDO INTENTO DE HACERSE PASAR POR MI PERSONAL MUÑECA DE HULE.- EN PRENDA, COMO CASTIGO, DEBERÁ SER MI REINA POR TODA UNA NOCHE, Y ESE AGUJERITO SUYO QUE AHORA COMIENZA A EXPERIMENTAR LO QUE ES UNA PILINA BIEN PARADA, DEBERÁ AMAR Y SENTIR COMO CUANDO LOS ASNOS SON ATRAÍDOS POR LA YEGUA MÁS BONITA Y MÁS DISTINGUIDA DEL CORRAL.” La muñeca experimentaba la delicia de ese abrazo, mientras el orificio que Don BernAsno tenía en su poder, ahora bárbaramente dilatado por el prolongado masaje, había adquirido una sensibilidad extrema que captaba cada movimiento, cada acomodo, cada vibración, incluidos los tremendos latidos de ese corazón que la deseaba con la fuerza de una bestia en celo. El macizo, apretado, y virginal conducto de la muñeca, ahora era capaz de sentir en toda su extensión, lo mismo que sentía esa pulsante y endurecida pilina desde la raíz hasta la henchida punta. El libidinoso proceder de Don BernAsno y su hábil y florida verborrea, habían dado sin duda en el blanco, derrumbando hasta el último vestigio de resistencia y de vergüenza que le quedaba a la hembra. Entonces el hombre la abrazó con más fuerza, haciéndole sentir las imitaciones de púas de aquellos brazaletes de cuero que traía en sus antebrazos, y que se clavaban bajo las costillas de la hembra. A la vez, simulaba morder el cuello y la nuca de la fémina, gruñendo y resoplando como enfurecido perro de caza. El canino proceder de Don BernAsno le provocó a la muñeca un verdadero y primitivo diluvio de goces, al sentir las docenas de besos y cariños que caían sobre la nuca y sobre la espalda. La hembra sentía y gozaba como nunca imaginó que podría hacerlo. Cada movimiento, cada acomodo, cada sorpresivo proceder del hombre, provocaban en su compañera ese glorioso calambre que iba y venía y que la espoleaba hasta la locura. Luego el asno la apretó con furia mientras gruñía rechinando sus dientes como para controlarse, como para prolongar ese instante de placer, y tal y como la chiquilla le había visto hacerlo con la otra, con la muñeca de hule. Finalmente el hombre se dio un inesperado respiro. Lentamente levantó la vista, y recitó la oración que tenía en la cabecera de la cama. Este imprevisto cambio de actitud impactó en la jovencita que con rapidez se transformaba en mujer. Cada una 26 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 27. de esas palabras por cierto quedó grabada a fuego en la memoria de la curiosa e inexperimentada fémina. La dominante y grave voz de Don BernAsno parecía transmitirse como vibración a todo lo largo de su erecta y vigorosa verga, excitando aún más a su pícara y a la vez reticente compañera, cuyo orificio tenía ahora la misma sensibilidad de una herida abierta. Al concluir la oración, Don BernAsno aprovechó la ventajosa y dominante posición en la que tenía a su muñeca, y retiró un poco de su largo mástil, para luego volver a clavarlo con fuerza, de un solo golpe y hasta la raíz, tal y como lo hizo cuando dificultosamente la penetró por completo por vez primera. A consecuencia de la violenta acción, la muñeca aflojó por completo todo su hermoso y suave cuerpo, quedando inmóvil, con la frente clavada en el lecho y los párpados apretados, mientras la respiración retenida en sus pulmones escapaba trabajosamente en forma de agudos y apagados gemidos, a la par que con fuerza mordía los labios para ahogar en su garganta los aullidos de placer y de dolor que incontroladamente emergían, debido al terrible y súbito estado de excitación que le había provocado el repentino y bestial ensarte del macho dominante. Obviamente la estocada le había hecho sentirse mujer, y también por completo le había atravesado el alma, dejándola sumisa, rendida, exhausta, sin voluntad, y experimentando una profunda lujuria que superaba ampliamente a las sensaciones dolorosas. La posesiva y dominante brutalidad de un asno disponiendo al antojo de su hembra, eso era lo que más le impresionaba. La muñequita jamás creyó que su cuerpo pudiera experimentar tal nivel de excitación, y sin embargo esa magistral cornada de profundidad que había recibido, era tan solo el primer relámpago de la tormenta que se avecinaba, que se insinuaba, que se asomaba. Haciendo caso de este anuncio, la muñeca se preparó. Atrapó con sus dientes la almohada que tenía a su alcance, y mansamente esperó, y sumisamente esperó. Sin más preámbulos y sabedor de que su muñeca se encontraba en óptimas condiciones para resistir y para gozar, Don BernAsno accionó con muy vigorosos movimientos de entrada y salida, que se transmitían a la cama así amenazando con desarmarla. Y a medida que pasaba el tiempo, los movimientos se hacían más y más bruscos, más y más violentos. Con los brazos y las piernas extendidas, la indefensa muñeca era sacudida de pies a cabeza con cada uno de los impactos de entrada de una serie de enérgicas y vigorosas estocadas, y con las que parecía estar crujiendo todo el mobiliario del cuartucho. Mientras gemía al mismo ritmo con el que se movía Don BernAsno, la muñeca veía pasar por su mente los hechos más importantes de su vida, pareciendo que cada recuerdo era su último momento, pues la hembra sospechaba que no resistiría ese trato y que de un momento a otro iba a desfallecer. La suerte de su delicado y tierno orificio había quedado en poder de un asno salvaje, que cobraría muy caro los coqueteos con los que lo había provocado. Por su parte Don BernAsno, enloquecido de placer, continuaba imparable hasta que de pronto se detuvo, proyectándose hacia adentro, esforzándose cuanto podía por adentrarse todavía un poco más, e impulsándose con los dedos de los pies apoyados contra la cabecera de la cama. La muñeca, en ánimo de colaborar con esta acción, estiró sus separadas piernas para recibir cuanto podía del vigoroso y seductor asno, 27 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 28. que seguía aferrado a la delgada cintura de la hembra, y que ahora estaba rígido y estirado. Y mientras Don BernAsno continuaba apretándola con fuerza, su muñeca se retorció lanzando un femenino pero fuerte grito de placer, y exhalando completamente el aire de sus pulmones, como si liberara una tensión largamente contenida. Una tremenda oleada de calor surgió en la parte interna de su anatomía, replicándose con furiosas oleadas, siguiendo el ritmo acompasado con el que pulsaban explosivamente las venas de la enorme verga que tenía clavada hasta la raíz. Al tiempo Don BernAsno lanzaba fuertes gruñidos, que semejaban los mugidos de un asno en celo, mientras saciaba su bestial lujuria, y mientras trataba de disfrutar con esa sensación el mayor tiempo posible. El accionar del hombre arrancaba a la muñeca atormentados gritos de placer y frases incoherentes y sin sentido, que en un pueril arranque de moderación y vergüenza, la fémina intentaba ahogar en la almohada, la que fuertemente sujetaba con los dientes mientras sentía correr en lo más profundo de sus entrañas, el calor de los potentes, furiosos, e interminables chorros de semen de Don BernAsno. El mes de abstinencia del hombre ahora se desencadenaba en lluvia. Ahora la muñeca experimentaba esa increíble e inefable sensación de fuego que le estaba comunicado Don BernAsno. Y el hombre por su parte, disfrutaba del momento cuanto podía, y se regocijaba pensando en el ir y venir de la jovencita, con esas cortas faldas escolares que le quedaban tan bien, o con esos provocativos bikinis preparándose para tomar el sol en la alberca. Al terminar el asno el brutal acto, ambos respiraron ruidosamente oxigenando así con urgencia sus excitados cuerpos, él con rebuznos de macho satisfecho, y ella con sollozantes gemidos de hembra agradecida y dominada. Los compulsivos movimientos terminaron, pero el asno aún tenía clavado su cosa en las entrañas de la hembra, y continuaba eyaculando el tibio y bronco contenido lácteo, proveniente de sus peludas y colgantes gónadas de semental. Ella gozaba aún un poco más sintiendo cómo se escurría ese abundante líquido, abriéndose paso intestinos arriba, como pretendiendo alcanzar hasta el último rincón de su interior. Al concretarse la bestial y abundante eyaculación, la muñeca sintió que había quedado completamente espermatorreada, bestialmente inseminada por las reiteradas descargas del vigoroso y dominante macho, que así había saciado en ella toda la ansiedad y la lujuria que pacientemente había acumulado día tras día, admirándola en silencio, y esperándola pacientemente durante meses, hasta que por fin la paloma había caído en su trampa. La sensación de explosivo placer sin embargo, no parecía tener fin ni para ella ni para él. La muñeca experimentaba esa extraña condición que sólo las mujeres son capaces de alcanzar, y en la que prolongan el estallido de la excitación final por espacio de varios minutos, aunque por cierto en escalonamiento suavemente descendente. Y mientras tanto, ese calvo, obeso, prieto, y mal rasurado hombre, de fiera y dominante mirada, dibujaba en su rostro una muy amplia sonrisa, pues había dado a la chiquilla el mismo trato que a su muñeca de hule, inundando sus entrañas con la gloria del paraíso. Cierto, la brutal descarga no había ocurrido en el conducto reproductor, pero igual la fémina había chillado y gozado bajo el pesado asno, con el mismo escandaloso alboroto de una virgen recién desflorada. 28 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 29. Al finalizar el terrible y prolongado asalto, y al aquietarse un tanto las emociones, la muñeca pudo hacer un recuento de la desastrosa situación en la que se encontraba. Sentía que en su interior había esperma de asno para inseminar a toda una manada, y ahora por cierto ya estaba muy segura de que la cosilla del asno había logrado penetrar completamente dentro de ella. Y ahora también empezaba a comprender las palabras anteriores de BernAsno. Por fin había despertado el diablito del que le había hablado aquel hombre tosco y rudo. En su fértil y juguetona imaginación, visualizaba ese escurridizo demonio como un hombrecillo fuertemente abrazado a la raíz del endurecido y firme tronco del hombre. Desde luego que esa criaturita tenía nombre conocido: “Orgasmo”, y era el responsable de haber encendido el fuego que ardía en las entrañas de la chiquilla ahora transformada en mujer, y que la había obligado a entregarse por completo a un asno brutal y violento. Y acto seguido, con los párpados cerrados y refregando suavemente su frente en la cama, la inocente y vergonzosa muñeca experimentaba el mismo nivel de satisfacción y complacencia de una hembra en celo, que ha sido preñada con éxito por su entusiasta y emprendedora contraparte. La muñeca sentía en ella todo un volcán de emociones inducidas por el vigoroso y resistente asno, emociones que probablemente eran de similar intensidad a las experimentadas por el compañero. El feroz tratamiento que el bárbaro y astuto asno le había aplicado a la hembra, había activado en ella la función neural del orgasmo. Tal fue el bautismo de ley antes mencionado por Don BernAsno, ahora consumado. El otrora inocente y virginal orificio de la hembra había quedado habilitado, había quedado activo y funcional, y al servicio de los machos que quisieran servirla. Y la muñeca aún se mordía los labios por la tremenda satisfacción que sentía tras haber recibido la descarga completa de un macho en celo. Agitado y exhausto por el esfuerzo y la emoción, Don BernAsno cargó todo el aplastante peso de su cuerpo en la espalda de su muñeca, y mientras se echaba a descansar sobre ella sin perder por el momento su tremenda erección, la excitada muñeca dio media vuelta de cabeza y empezó a acariciar con su lengua el sudoroso y negro rostro de Don BernAsno, tal y como lo hubiera hecho una mascota con su amo. Sentir en su lengua el cepillado de esa dura y mal rasurada barba, le provocaba a ella las más placenteras y primitivas emociones. La naturaleza femenina se había desatado completamente en aquel cuerpo, por iniciativa de ese hombre al que con esas caricias la hembra rendía un agradecimiento casi animal. Con sus ojos entrecerrados y una expresión facial que delataba el placer que le provocaba el pesado asno descansando en su espalda, la muñeca continuó relamiendo el curtido y severo rostro de Don BernAsno, aún sensible con el placer y la satisfacción antes experimentados. La muñeca sentía que había sido domada por el culo, y lejos de sentirse incómoda, parecía ebria de placer, y con la imperiosa necesidad de rendir abundantes y cariñosas muestras de tributo y servicio a su domador. Finalmente y recapacitando, se sintió un tanto avergonzada, e inmediatamente cesó con esas muestras de agradecimiento, escondiendo la cara en la almohada en señal de sumisión y resignación. La educación recibida en el sentido que la hembra siempre debía ser sumisa y pasiva, se había impuesto a sus más primitivos instintos. 29 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos
  • 30. El acto venéreo había sido consumado por completo, y sin embargo la muñeca sabía bien que esto de ninguna manera era el final. Su delicado, tierno, sensible, y recién desflorado orificio, sin duda tendría que continuar al servicio de Don BernAsno, que pronto le daría por lo menos otro par de embestidas brutales, pues como ya lo había comprobado ella misma mientras lo espiaba noches atrás, Don BernAsno era capaz de repetir la acción en más de una ocasión. Así que esperó, mientras anticipadamente disfrutaba con la imaginación, acompañada por el resoplar de las anchas narices del asno dominante. El agitado y caliente aire de la respiración de su compañero, le refrescaban un lado de su cara, y su regular apaciguamiento anunciaban que pronto empezaría otra salvaje embestida. En ese momento la muñeca estaba doblemente atrapada, pues a la indudable desventaja física se sumaba el terrible estado de excitación que le había provocado la suma de todas las mañosas acciones de ese marrullero asno. Las acciones del macho le habían hecho sentir una lujuria brutal, un deseo inmenso, obligándola a repasar y disfrutar de cada detalle de la situación en la que se encontraba: Su macizo, apretado, y virginal conducto, alojaba un enorme piringundín que apenas si se había ablandado, que apenas si se había achicado. La acción preñadora del macho, la caliente y bestial descarga de semen con la que había sido orgasmada, se reflejaban en su mente una y otra vez, y las cosquillas aún bullían en su interior como rebrotes. Con sus cuatro extremidades extendidas e inmóviles, la muñeca tenía la sensación permanente de haber sido lechada por un asno en celo, que la había dominado por completo en desigual lucha, y que la mantenía atrapada por su tremendo peso y por un fuerte abrazo a su cintura, haciéndola experimentar la inigualable y placentera sensación de tener montado sobre ella al macho proveedor de tales emociones, mientras éste recuperaba el aliento sin que se perdiera casi nada del brutal estado de erección de las diez pulgadas de asno que tenía clavadas hasta la raíz. Por un momento y ante tan abrumadora recompensa, la muñeca se había olvidado del dolor que le había provocado el asno. Sin embargo poco a poco empezaba a comprender que ese clavo de tormento que tenía en el culo, uniéndola al asno ganador, era la medicina exacta que su orgullo de reina necesitaba para sentir respeto por el deseo con el que era venerada por sus admiradores. Ahora comprendía a cabalidad, que la penitencia que el cielo le había enviado, era poner todo encanto femenino del que dispusiera al servicio de Don BernAsno, para cumplir hasta el menor de sus antojos. Y tal como ella ya lo había sospechado, en breves minutos Don BernAsno volvió a la carga. Gimiendo con fuerza y restregando su rostro contra la cama, la muñeca sentía como el abusivo asno se regodeaba con sus encantos, clavándose fuertemente con cada impulso de entrada, chaqueteando con ansias el apretado y firme anillado de su garrote, atacando ese macizo ajustado y virginal orificio al que daba tremendas jaladotas sin la menor consideración, cuidado, o delicadeza, regocijándose por el hecho de que ese conducto no había sido usado por macho alguno. Por cierto, la necesidad de su muñeca tenía que ser cumplida de forma tal que disfrutara hasta lo indecible, mientras sentía los rudos y salvajes movimientos de ese asno sin riendas, que no entendía de moderación, y cuya única función era gozar y gozar y después de 30 / 75 Digimundo al servicio de la comunidad, Digimundo atendiendo necesidades de los usuarios hispanos