2. ni grité hijoputa mientras me molías a palos Amor mío, amor mío, tú sin día para ti, Me has herido de vida desde toda tu muerte y no hay sueño bastante a tu vacío. Que la luz sea una estela de seda pura para que tú la toques. siempre nombran la luz del mediodía, la fruta, el paraíso la luna se desmaya
3. A qué región me llegaré a buscarte ahora que reposas a mi lado en forma de deseo hombre cuya belleza apenas conocía. Cada día me ciñe su cilicio de ausencia. Me has herido de vida desde toda tu muerte y no hay sueño bastante a tu vacío. Ada Salas
4. Cómo me parecerá extraño el aire que me envuelve, cómo será así extraño, cuando tú ya no estés, la catedral del día, el claustro que condensa la gran edad de la luz y el carácter de las tormentas. Amor mío, amor mío, tú sin día para ti, enjambrado entre espejos y entre las cosas malas, muerta la plata trascendental y las ya antiguas anémonas de égloga, muerta esta versión, que ahora oscuro, y declino, para leerla, más joven. Amor mío de nunca, afiebrado y pacífico, versos para el pequeño pulpo de la muerte, versos para la muerte rara que hace la travesía de los teléfonos, para mi mente debelada versos, para el circuito del violín, para el circuito de la garza, para el confín del sur, del sueño, versos que no me asilen ni sean causa de vida, que no me den la dulce serpiente umbilical ni la sala glucosa del útero. Blanca Andreu
5. «Discúlpeme» -sueño que le interrumpo en plena calle-, «lleva usted mi corazón pegado a la suela del zapato». Y, entonces, descubro que también me envuelve el violeta dulce y calmo de sus ojos. Elena Medel
6. Has llegado a mi casa ordenando las quejas de la noche. -Besos como pequeños corazones se cayeron al suelo sin cuidado-. El verdor de tus ojos era una tierra fértil cultivada entre lágrimas. “ ¿Cuánto pesan los astros?”, preguntaste, “ ¿y las horas del día? ¿Saben quién somos los milenios? ¿Hay praderas de espacio que se tienden tranquilas detrás de la ventana?” Oh, ven, ven de nuevo, escucha los ruidos del amanecer. Haz vino con las sombras de la estancia. Que la luz sea una estela de seda pura para que tú la toques. Que nunca diga basta. Desde que tú llegaste la primavera ha derrochado toda su gloria floreciendo por dentro de mi boca, -nunca mira hacia atrás, y es libre, tiene abiertas las manos-. Ángela Vallvey
7. Ni tu nombre ni el mío son gran cosa, sólo unas cuantas letras, un dibujo si los vemos escritos, un sonido si alguien pronuncia juntas esas letras. Por eso no comprendo muy bien lo que me pasa, por qué tiemblo o me asombro, por qué sonrío o me impaciento, por qué hago tonterías o me pongo tan triste si me salen al paso las letras de tu nombre. Ni siquiera es preciso que te nombren a ti, siempre nombran la luz del mediodía, la fruta, el paraíso antes de la expulsión. Amalia Bautista
8. Yo aguardo la señal para reconocerte. Cada noche, mientras tiembla el invierno y abatida la lluvia se derrama y el frío elige calles y restalla cordeles, indóciles cabellos de pronto destrenzados, yo aguardo la señal. Y te busco incesante, y en la música entro: acolchada la puerta se cierra tras de mí, la sombra me golpea y mis ojos insisten, suelta lanza dispersa y confundida. Por el esbelto nardo y el armonioso alerce, sauce, flor, el oro se desnuda, gráciles piernas, bosques, enramadas: dime, serpiente, dónde tus anillos. Irresistible seductora mía, sin ti mi rostro es fervoroso girasol anclado, es alabanza inerte, no selva trastornada, no subterránea herida ni belleza. Sin deseos, sin sed, sin perseguido abismo, sin que aceches y ofrezcas y arrebates, qué jardín, dime tú, qué jardín se podría llamar paraíso o delicia. Mi tentación hermosa, cada noche te busco, cada noche. Y aguardo tu señal, transida ya de ti para reconocerte y entregarme. Ana Rossetti
9. Los latidos estallan en mis labios que ya apenas murmuran: come, death, and wellcome! Sobre el ansia desértica de tu carne de agraz arboladura la luna se desmaya cubriendo de pudor descuartizados miembros, que en la sangre recogen el aullido cortante, los amorosos restos de mi cuerpo. Clara Janés
10. la paliza me la debías -no preparé a tiempo la cena merecía el latigazo con el cinturón de cuero -era cierto que me habían visto con otro era tu deber saltarme un diente -no me acosté con él pero deseé hacerlo era justo que me jodieras dos costillas -encontraste la cama sin preparar y la comida deshecha tenías derecho a abrirme el labio -a pesar de tus gritos no pedí perdón ni grité hijoputa mientras me molías a palos no lloré al ver de nuevo sangre en mi camisa no pedí perdón ni grité ni lloré tampoco cuando alejándote de espaldas te rompí la cabeza con el horrible jarrón que nos regaló tu madre por navidad. Puto jarrón. Me corté en un dedo con su horrible cerámica pintada con flores azules. Marta Zafrilla